Un viaje inesperado

Espectacular!!!!! Nació Acuawoman, un capitulo magnifico, cada vez te superas mas y nos sorprendes.
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Gracias compañero. Lo de Aquawoman me ha molado :ROFLMAO::ROFLMAO::ROFLMAO:
Pensé que llevaban demasiado tiempo sin enfrentarse a algún monstruo o ser mitológico. Y al tratarse de una novela de marinos, como no, debían salir las sirenas. Espero tener el siguiente capitulo listo para mañana, ya lo tengo casi a medias. ;)
 
Yo creo que precisamente es lo que dices. Disney ha romantizado estos seres mitológicos.
Hace tiempo leí un libro que hablaba sobre muchas de estas criaturas: sirenas, hadas, gnomos... Y hacia una comparación de como se entendían ahora y como eran vistas en la antigüedad. No me acuerdo del nombre ahora, si lo encuentro por casa ya os pasaré el título, porque está muy guapo. Pues me quedé flipando cuando descubrí que casi todos estos seres son oscuros, cuentos de pesadilla en realidad.
Recuerdo mucho a las hadas, que yo las veía como Campanilla de Peter Pan, seres hermosos del bosque que te ayudaban si te perdías...
La realidad es todo lo contrario. Jajajaja. Eran seres horribles que te engañaban y te hacína perder en el bosque para luego devorarte lentamente.
Por cierto, hablando de Disney y esas cosas, hace poco hicieron una peli de terror de Peter Pan y también me pareció ver otra de Winnie de Poh. Lo que no inventen los americanos.
 
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No la pienso ver porque no me gustan las pelis de terror en cualquier caso.
Que me acuerdo que de pequeño vi una escena de polstergeist y me pasé toda la noche mirando el techo a ver si me aparecía el malo de esa peli.
 
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No la pienso ver porque no me gustan las pelis de terror en cualquier caso.
Que me acuerdo que de pequeño vi una escena de polstergeist y me pasé toda la noche mirando el techo a ver si me aparecía el malo de esa peli.
Estos putos Gringos están locos. Yo después de ver esto ya me espero cualquier cosa:
 

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Capítulo 72 - El abrazo cálido del Pacífico: Un nuevo Rumbo, una nueva batalla

El mar cambió,
como todo cambia en la vida.

Nada permanece, ni siquiera el eterno océano. Aquel que fue abismo y condena se volvió ahora un espejo de calma infinita. Las aguas que antes rugían con furia ancestral se extendían dóciles y serenas, como si también ellas hubiesen decidido perdonar. El viento ya no cortaba la piel, sino que la acariciaba; y el cielo, que tantas veces los había amenazado con su peso de plomo, se abría ahora limpio, azul y vasto, como una promesa.

Primero fue el olor. La sal perdió su filo y el aire se volvió tibio, casi dulce. Luego el color: del verde oscuro del Estrecho, pesado y antiguo, al azul profundo y sereno del Pacífico Sur, donde el horizonte parecía extenderse más allá del tiempo. Las aguas, antes traicioneras y quebradas, se abrían ahora como un camino ancho y resplandeciente bajo la quilla del navío.

El viento soplaba distinto allí. No con furia, sino con un murmullo constante, como si el océano respirara en paz tras siglos de tormenta. Los hombres lo sintieron antes de comprenderlo: habían cruzado la frontera invisible entre dos mundos. Dejaban atrás los dientes de piedra del estrecho, las sombras y las voces que los habían perseguido entre brumas, y entraban en el dominio del sol, donde el mar parecía dormir bajo un cielo eterno.

El Red Viper avanzaba despacio, respirando junto a las olas, mecido por una marea que parecía tener memoria. Atrás quedaban los gritos, las sombras y las fauces del estrecho. Aquella era una nueva corriente, una nueva canción, y todos; incluso los más escépticos, podían sentirlo.

El mar cambió, sí…
pero también lo habían hecho ellos.

Cada hombre en cubierta llevaba una sombra distinta en la mirada, una herida sellada por el fuego y la sal. Las risas regresaban poco a poco, aunque cargadas de cansancio, como ecos de algo que fueron en otra vida. Llevaban meses navegando desde que dejaron atrás Porto Belo.
Las bodegas comenzaban a vaciarse, las raciones de pan duro se contaban por dedos y el ron ya no alcanzaba ni para brindar por los muertos. La sal les agrietaba los labios y el sol les marcaba la piel como hierro ardiente. Aun así, nadie se quejaba. Habían sobrevivido al juicio del océano; lo demás era simple decisión y voluntad.

La costa se extendía al este, agreste y callada, custodiada por montañas que tocaban el cielo. Las velas de los tres navíos se hincharon plenas, bebiendo del viento del sur. Mientras sus proas se inclinaban suavemente hacia el norte, siguiendo la costa lejana que resplandecía como una línea de cobre entre la espuma. Atrás quedaban los hielos y los monstruos; delante, las tierras del Reino de Chile, salvajes y vastas, donde la cordillera se alzaba como un muro de fuego y piedra.

Necesitaban tierra. Pan, agua dulce, descanso.
Necesitaban volver a sentir suelo firme bajo los pies y escuchar algo distinto al rumor interminable del mar.

Grace, en el castillo de popa, observaba en silencio. Cuando habló, su voz sonó más grave, más vieja, como si el viento le respondiera desde dentro:
  • Buscaremos tierra, hermanos… - dijo - El mar nos ha probado y no nos ha vencido. Que sea él quien ahora nos muestre dónde vivir… o dónde morir.
El barco siguió avanzando, con el sol a la espalda y el norte como destino. Y el mar, ese dios sin rostro, los observó en silencio, sabiendo que aún no había terminado con ellos. Se montó una mesa improvisada en el puesto de mando, sobre la cual se extendieron mapas y astrolabios. Alrededor de ella se reunieron aquellos que conocían el mar mejor que a la palma de sus manos.
  • La ruta más lógica sería aprovechar las corrientes y los vientos favorables que nos lleven hacia el norte - dijo Macfarlane, deslizando su dedo áspero por el mapa extendido sobre la mesa - Así que podríamos seguir la corriente de Humboldt.
  • No es mala idea - añadió Vihaan, inclinándose sobre el mapa - Seguir la costa de Chile y Perú hasta cruzar el ecuador. Una vez en el hemisferio norte, podríamos aprovechar las corrientes ecuatoriales y los vientos alisios.
  • Exacto - asintió el escocés - Cuando alcancemos el Pacífico norte, navegaremos hacia el oeste. Podemos cruzar por las Marianas o las Filipinas, según nos convenga, hasta alcanzar las costas de China.
  • ¿De cuánto tiempo estamos hablando, contramaestre? - preguntó Grace, sin apartar las manos del timón.
  • Podría tomarnos varios meses, capitana - respondió Macfarlane, frunciendo el ceño mientras se rascaba la barba - Y eso dependiendo, como siempre, de las condiciones del clima… y de otros peligros. Pues, aunque este mar se llame Pacífico, no hace honor a su nombre. De pacífico no tiene nada… Encontraremos tormentas, corrientes traicioneras y enemigos en cada horizonte.
Drake se cruzó de brazos, el rostro sombrío, sin dejar de observar las líneas del mapa como si entre ellas pudiera leer su propio destino.
  • Peligros… - murmuró con voz baja, casi un pensamiento fugaz - Lo decís con tanta calma que da escalofríos.
Grace lo miró divertida desde el timón, una sonrisa ladeada cruzando su rostro curtido por el sol.
  • ¿Qué sucede, Drake? - preguntó - ¿Acaso el mar te asusta ahora?
El Cuervo sabía perfectamente lo que les aguardaba.
Las costas del Reino de Chile eran tierras duras, indomables, donde los pueblos originarios aún resistían con fiereza la mordaza del Imperio. Mapuches, Pehuenches, Huilliches… pueblos que el viento susurraba con respeto, culturas forjadas en la piedra y la selva, sin pólvora ni acero, pero con un valor que hacía temblar a los conquistadores.

Drake lo sabía bien: donde hay resistencia, donde hay desobediencia. Hay guerra.
Aquel litoral no ofrecía refugio alguno. Estaba sembrado de fortificaciones españolas: el Fuerte de Valdivia, el de Concepción, y tantos otros bastiones de piedra y muerte que custodiaban el mar como dientes de un monstruo dormido. Cada puerto era una amenaza, cada ciudad un nido de espías. Santiago, Valparaíso… centros de poder, comercio y dominación, donde hombres como ellos serían recibidos con pólvora, no con amabilidad.
  • Y eso no es todo… - continuó con su voz grave, mientras el resto escuchaba en silencio - Aunque los Quechuas y los Aimaras en Perú ya hayan sido doblegados, su tierra sigue siendo una ruta maldita. Para alcanzar el ecuador tendremos que cruzar por Lima, el corazón del dominio español en Sudamérica.
Se inclinó sobre el mapa, señalando con un dedo ennegrecido por la sal y la pólvora.
  • En el puerto de Callao se comercia con la sangre de la tierra, con la plata arrancada de las minas de Potosí. Y donde hay oro… siempre hay muerte. Entre nosotros y el norte no quedan más que misioneros predicando bajo el veneno de sus cruces, comerciantes que saquean con la bendición de sus leyes, y soldados que matan sin pestañear para mantener el orden de sus reyes.
Grace soltó una carcajada, fuerte y cortante. Mientras se ajustaba el sombrero sobre su cabeza, un brillo más punzante que el mismo sol, brotó de sus ojos.
  • ¿De que te ríes, si se puede saber? - preguntó el Cuervo esbozando una mueca.
MacFarlane que conocía ya a aquella mujer como si fuera su propia hija, se unió la carcajada.
  • ¿Cual es la broma? - repitió Drake - No lo entiendo. ¿No veis que nos adentramos de nuevo en territorio enemigo? Vamos directo a las fauces del infierno y os ponéis a reír como locos. ¿Es que acaso habéis perdido el juicio?
Grace interrumpió su carcajada de golpe. El silencio cayó sobre la cubierta como una manta húmeda. Sus ojos, encendidos por el reflejo del sol poniente, se clavaron en Drake con la firmeza de quien ha bailado tantas veces con la muerte… que ya no teme seguir danzando.
  • No vamos directos a una trampa, Cuervo - dijo con una calma que heló el aire - Si han convertido el mar en una prisión, donde los poderosos reinan y los libres sufren condena… entonces que recen… Porque en esa prisión, no seremos sus presos. Ellos estarán encerrados con nosotros.
Durante unos segundos, nadie dijo nada. De repente, MacFarlane sonrió de medio lado y escupió al suelo.
  • ¡Así se habla, capitana! - rugió con una mezcla de orgullo y amor - ¡Que tiemble el enemigo al ondear nuestra bandera! ¡Sí! ¡Eso es, maldita sea! ¡Somos segadores, y junio se acerca! ¡Es hora de templar las herramientas! ¡Y como espigas de oro, así caerán sus cadenas!
En un arrebato de cólera, corrió hacia la barandilla del puesto de mando, sujetó un cabo y se alzó sobre el viento. Con la voz rugiendo desde lo más hondo del pecho, gritó a los cuatro vientos:
  • ¡Que retrocedan esas gentes tan ufanas y arrogantes! - vociferó, señalando el horizonte azul donde se ocultaba un enemigo invisible - ¡Echad mano a la espada! ¡Echad mano a los mosquetes! ¡Llegó la hora, marineros! ¡Hora es ya de estar alerta!
El Cuervo soltó una risa ronca y levantó su sombrero en señal de respeto.
  • Bendita locura la que mueve vuestros corazones - sonrió al ver al escocés alzar el puño con firmeza.
Los hombres rugieron como bestias, golpeando la madera del barco, encendidos por la promesa de guerra. El mar, cómplice y testigo, respondió con un trueno en la lejanía, como si el propio océano hubiese oído a los valientes… y sonriera lleno de orgullo.

Vihaan levantó la vista, con el mar reflejado en sus ojos oscuros. Le acarició con suavidad la frente a Maverick, y una sonrisa cansada, pero firme, se dibujó en su rostro curtido por mil tempestades.
  • No es locura lo que nos mueve, amigo - repitió con voz grave, casi un susurro que el viento llevó sobre cubierta - Es algo mucho más poderoso…
Drake frunció el ceño, intrigado.
  • Entonces si no es locura.. ¿qué es?
Vihaan alzó la mirada hacia el horizonte, donde el sol caía hecho sangre sobre el océano inmenso. Su voz se volvió lenta, solemne, como si cada palabra pesara tanto como la vida misma.
  • Es la libertad que corre por nuestra sangre. La familia que elegimos entre el fuego y la sal. Es el destino que nos llama desde el fondo del mar… y el amor - añadió mirando al niño que dormía tranquilo en sus brazos - El amor por lo que fuimos, por lo que somos, y por lo que algún día seremos.
Hubo silencio. Un silencio sagrado.
Incluso las olas parecieron detener su vaivén, escuchando aquellas palabras como si también ellas recordaran su origen. Grace dejó caer una mano del timón que dirigía su navío y agarró la de Vihaan, como si fuera un segundo timón. El que dirigía su corazón.
  • Loco es el que, sintiéndose morir en vida, no hace nada por cambiarlo - dijo la capitana sin soltar la mano de Vihaan - Loco es el que, viendo cómo el mundo se pudre por la codicia y el poder, no se rebela. Loco es el que calla ante la injusticia, el que aparta la mirada ante la tiranía…
Drake la miró fijamente. Un fuego volvió a arder en sus venas. Apretó los puños sin darse cuenta, como si las palabras de Grace encendieran en él una llama que creía extinguida.
  • Locos están nuestros enemigos, Drake - continuó ella, su voz firme, vibrante - Porque se niegan a aceptar la verdad que nosotros defendemos con nuestra vida.
Se giró bruscamente y sus ojos se encontraron con los de Vihaan, que sonreía de oreja a oreja. Apretó su mano con fuerza, como si aquel lazo no se pudiera romper jamás.
  • Lo que nos mueve es el amor… - dijo con una certeza que atravesó el aire - El amor por los nuestros, los que viven y los que dejamos atrás. El amor por hacer de este mundo un lugar mejor, donde los que vengan después puedan sentirse orgullosos. Y no nos detendremos hasta conseguirlo.
MacFarlane levantó el puño al cielo.
  • ¡Por los cuatro vientos que guían a los vivos y a los muertos!
El grito se propagó por todo el barco, estallando en gargantas rotas y corazones encendidos.
El viento se levantó de nuevo, haciendo ondear las velas como alas negras. El Cuervo bajó la mirada hacía cubierta y los miró uno a uno, como si reconociera la esencia pura que brotaba de sus almas. Allí estaban los martillazos de Yrsa, una mujer que dejó todo atrás solo para buscar su propio destino. Estaban las risas contagiosas de Cortés, que parecía haber nacido sobre el suelo húmedo de una cubierta y ser amamantado por una botella de ron. Estaba la mirada firme de Aibori, que incluso habiendo perdido a lo que más amaba, se atrevía a ser feliz de nuevo. Los gritos de Bum-Bum jugando con Gláfur y Gipsy, un niño salvaje criado entre bestias y marineros, pero que incluso así, aprendía del resto, los valores más importantes de la vida.

Sus ojos se encontraron con Bhagirath, siempre sereno y paciente. Hablaba tranquilamente con Bishnu, dueño del viento, sabio como el mismo tiempo. Escuchó la voz rota de Halcón desde la cofa, cantando canciones sobre viejos amores y puertos olvidados. Observó a las frías gemelas, que aunque distantes y silenciosas, eran aceptadas como parte de la familia. Sentado sobre la borda de proa, vio la mano precisa y habilidosa de Ren, dejando el testigo vivo en sus páginas, de aquellas vidas sin dueño. Y por último, vio la incansable Isabella, que no dejaba de trabajar y se esforzaba como nadie más lo hacía, en ser una más de aquella banda de locos.

Una sonrisa brotó de su interior. Algo tan puro y verdadero que no podía negarlo. Respiró hondo, muy hondo. La sal del mar entrando por sus pulmones. El viento del sur acariciando sus mejillas. Y se sintió completo, lleno, feliz.

Sintió que había encontrado su lugar.
Que estaba, por fin…
En casa.
  • ¡Tenéis razón! - exclamó con voz quebrada - No hay más loco que el que no obedece a su corazón.
Su rostro era sincero, su alma desnuda ante ellos. Se acercó a los dos y apoyó una mano sobre el hombro de Vihaan y luego otra sobre el de Grace. Los miró un instante, y en ellos no vio a camaradas sino a hermanos.
  • Agradeceré el resto de mi vida el haberos conocido - dijo casi llorando - Pues habéis dado un propósito a un hombre que estaba perdido… y eso, mis preciados amigos… eso es el mayor regalo que alguien pueda tener jamás.
No hicieron falta respuestas. Sin decir nada se unieron en un abrazo cálido y fuerte. Y el mar sonrió con ellos, como si aplaudiera su juramento. Las velas se hincharon con un viento nuevo, el de la unidad. Y así, con el eco de sus almas resonando sobre el océano, siguieron navegando rumbo al horizonte…

Hacia la próxima batalla.
Hacia la próxima tormenta.
Hacia la leyenda.

Aunque el norte prometía saciar el hambre, aún estaba demasiado lejos. Y el tiempo, como siempre, jugaba una vez más en su contra.
Esperaron a que el sol desfalleciera y la noche reinara sobre el firmamento, para amarrar cerca de una costa escarpada, donde los acantilados se alzaban como muros de piedra viva sobre un mar gris y encrespado. La niebla se enredaba entre los riscos, y la vegetación, rala y resistente, apenas dejaba ver senderos que el viento parecía haber borrado. Aquí, muy al sur del Pacífico, la tierra era salvaje, indómita, un territorio que el hombre apenas se atrevía a pisar. Las olas rompían con fuerza contra las piedras, lanzando espuma blanca que parecía recordatorio del rigor del océano, y el aroma a sal y a tierra húmeda impregnaba el aire.

Todo se preparó con meticulosidad. Los barriles se llenarían con agua dulce de manantiales escondidos entre los riscos. Los tripulantes recolectarían frutas silvestres y vegetales que crecían al borde del bosque costero, mientras algunos se aventurarían en la caza de aves o pequeños animales que pudieran aportar carne para las bodegas. Cada gesto, cada movimiento, era medido, urgente: sabían que debían aprovisionarse antes de seguir rumbo al norte, hasta encontrar un puerto seguro donde comerciar sin derramar sangre, donde la supervivencia no dependiera de la violencia sino de su ingenio y disciplina.

La costa los acogía con su belleza salvaje, pero también con su silencio amenazante. Era un respiro, sí, pero uno que les recordaba que, en aquel vasto y cruel océano, la paz era siempre provisional.
  • ¿Seguro que no necesitáis que os acompañe nadie? - preguntó Grace mientras ayudaba a cargar sobre el lomo de Sirius un barril enorme y vacío.
  • No te preocupes, capitana - respondió Akuma, casi en un susurro - Nos bastamos solas.
  • No me cabe duda de eso, amiga - sonrió Grace, dejándolas partir.
Se quedó unos instantes observando cómo las tres, Akuma, Shinrei y Kage, desaparecían entre la penumbra de la costa. Sus figuras se difuminaban lentamente entre las sombras, siluetas que parecían fundirse con la oscuridad y el silencio. La bruma envolvía la escena, y cada paso que daban las alejaba más, como si la noche y la oscuridad las reclamaran para sí.

Justo cuando sus contornos se perdieron por completo, un extraño sonido cruzó el viento, quebrando el silencio. Grace apretó los puños con fuerza, un escalofrío recorriéndole la espalda. Sabía que no debía temer por ninguna de aquellas tres depredadoras extraordinarias, pero un presentimiento, frío y punzante, se instaló en su interior, recordándole que incluso los cazadores más hábiles no son inmunes al peligro que acecha en la oscuridad.

El mundo es un tapiz tejido con misterios antiguos, invisibles a los ojos de los hombres pero vivos en cada brisa, en cada sombra del bosque y en cada ola que rompe contra la costa. Ni Grace ni ninguno de los suyos sabía qué fuerzas los observaban desde la espesura de aquellas tierras salvajes, tan lejanas a todo mapa, tan antiguas como la primera palabra pronunciada por el hombre.

Estaban en tierras Mapuche y en su tradición, la frontera entre lo humano y lo divino es delgada, como una línea de humo bajo la lluvia. Allí, donde el cielo parece respirar junto a la tierra, nacen las historias de seres que no mueren con el tiempo, sino que duermen en él. Dicen que en las noches más negras el Piuchén sobrevuela los ríos con alas de cuero y ojos de fuego. Algunos lo han visto caer sobre aldeas y robar el aliento de los enfermos, otros aseguran haberlo oído silbar antes de una tormenta. El Nguruvilú, mitad zorro y mitad serpiente, mora en los estuarios y ahoga a los incautos que se atreven a cruzar sin permiso. Cuando las aguas se agitan sin viento, es él quien se retuerce bajo la superficie, reclamando tributo. Y cuando el aire se llena de un grito que hiela la sangre, los ancianos saben que ha salido el Tué-Tué: la cabeza alada del brujo, condenada a volar eternamente buscando sangre y miedo. Su chillido es aviso de muerte, su sombra, una promesa cumplida.

Pero entre esas leyendas, temidas y veneradas por igual, se murmura una más antigua. Tan oculta que incluso los propios Mapuche apenas la mencionan. Habla de un ser que no pertenece ni al mundo de los vivos ni al de los espíritus. Un chamán que, buscando dominar la forma de todos los animales, perdió la suya para siempre. Dicen que su cuerpo se disolvió en la niebla del bosque, y que desde entonces adopta el rostro de las bestias que devora. Algunos lo llaman Weñefe, el ladrón de almas. Otros prefieren no pronunciar su nombre, por temor a que los escuche y los visite mientras duermen. Solo una cosa se sabe a ciencia cierta: donde su aullido resuena, las bestias callan. Y el bosque entero parece contener el aliento, como si reconociera a su verdadero dueño.

Grace todavía no había oído su grito ni visto su sombra surgir del bosque, pero el Weñefe estaba ahí, aguardando su momento. En esas tierras remotas, donde los riscos besan el Pacífico y los bosques esconden fuerzas que desafían la razón, nada era seguro, y cada susurro del viento podía ser un augurio del peligro que se acercaba.
  • No las conozco demasiado… - dijo Drake acercándose a ella - Pero estoy seguro de que no les sucederá nada malo.
  • ¡Ya! Eso quiero creer yo también - respondió Grace sin apartar la vista de la oscuridad.
Drake comprendió que la capitana estaba preocupada por ellas, así que decidió ayudar. Con un silbido rápido un cuervo aterrizo sobre su hombro. Grace lo miro con curiosidad. El capitan acercó sus labios al pico del ave, y susurró unas palabras. El cuervo grazno fuertemente y salió volando de su hombro, sobrevolando el cielo en dirección a las gemelas.
  • Si algo les sucediera - dijo Drake alzando la vista al cielo - Lo sabremos al instante.
Grace no dijo una sola palabra. Permaneció inmóvil, observando cómo el ave se perdía en la oscuridad de la noche, hasta que su silueta se fundió con las sombras. A su espalda, el murmullo de la tripulación volvió a cobrar vida: pasos, gritos, crujidos de cuerdas y el golpeteo rítmico del mar contra el casco de los botes. Todos se movían, cada uno ocupado en su tarea. Todos, excepto dos.

Ella, aún demasiado débil para incorporarse.
Él, firme a su lado, como un guardián que custodia algo sagrado.

Yara llevaba tres días sumida en un sueño profundo. Su respiración era serena, acompasada, como el vaivén de la marea. Diego la observaba en silencio, con la ternura de quien contempla el sueño de un niño… o el renacer de un alma. Porque eso era lo que había ocurrido: Yara había muerto en aquel enfrentamiento, y de sus propias cenizas había emergido una nueva criatura, la hija del mar.

El español bajó la mirada hacia el Èkó de Yemayá, que descansaba sobre el pecho de la yoruba. El talismán se movía suavemente con el ritmo de su respiración, reflejando destellos azules, como si las olas mismas se mecieran en su piel. No se atrevía a tocarlo. Sentía que aquel objeto divino, que anteriormente le había pertenecido, ahora era una extensión de ella, el símbolo de un pacto sellado con el océano.

Entonces, sin aviso alguno, Yara despertó.
Abrió los ojos lentamente, como una ola que se desliza hacia la arena. Diego sonrió al verla volver del abismo del sueño, y ella, casi sin pensarlo, le devolvió la sonrisa. Fue un gesto leve, natural, como el reflejo de la luna sobre un mar en calma. Él le rozó la mejilla con la yema de los dedos, en un silencio que decía más que cualquier palabra. Ella colocó su mano sobre la suya, sellando ese instante en una quietud perfecta, donde el mundo pareció detenerse.

Solo el mar siguió respirando. Un mar inmenso, eterno, bondadoso.
  • Buenos días - susurró Diego sin apartar la mirada de sus ojos, en los que aún brillaba el reflejo pálido de la luna que entraba por el ventanuco.
  • ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? ¿Cuánto tiempo llevo durmiendo? - preguntó ella, intentando incorporarse de golpe.
El mundo le dio vueltas. Un mareo seco y punzante le recorrió la frente, y volvió a caer sobre la cama con un quejido ahogado.
  • Tranquila, despacio… - rió Diego suavemente, ayudándola a recostarse de nuevo - Aún estás débil. Debes descansar.
Yara se llevó la mano a la frente, notando cómo las punzadas le atravesaban el cráneo como si olas heladas rompieran dentro de su cabeza.
  • ¡Demonios! - murmuró entre dientes - Esto es peor que cualquier resaca que haya tenido jamás.
Diego no pudo contener la risa. Se levantó para mojar un paño en agua fresca y lo colocó con cuidado sobre su frente.
  • Es normal que te sientas así, después del esfuerzo que hiciste…
  • ¿Esfuerzo? ¿A qué te refieres? - preguntó, frunciendo el ceño.
  • ¿No lo recuerdas?
  • Sí… creo que sí - respondió dubitativa, buscando entre las sombras de sus recuerdos - Recuerdo el faro… las sirenas… pero… ¿cómo he llegado aquí?
De la Vega la miró en silencio. Había preocupación en sus ojos, pero también un respeto reverente, como si temiera perturbar algo sagrado.
  • ¿No recuerdas lo que pasó en la playa del faro?
Ella negó lentamente con la cabeza.
  • No…
  • ¿Nada?
  • Te he dicho que no… ¡maldita sea! - replicó, levemente incómoda, apartando la mirada - Lo último que recuerdo es estar contigo, hablando en lo alto del faro… y luego… no… no recuerdo nada - Alzó la vista hacia él, con un atisbo de inquietud - ¿Qué sucedió, Diego? ¿Están todos bien?
El español asintió pero no respondió de inmediato. Solo el sonido distante del mar llenó el silencio, golpeando la madera del casco como un corazón que late despacio. Entonces, Diego tomó aire y comenzó a explicárselo. Sus palabras se deslizaban lentamente en el aire, como si cada una pesara más que la anterior. A medida que lo hacía, los ojos de Yara se iban abriendo, incrédulos. Sin darse cuenta, sus manos sujetaron el Èkó que descansaba sobre su pecho, latiendo al mismo ritmo que su corazón. Cuando él terminó, ella permaneció en silencio, sin saber qué decir, intentando darle sentido a todo lo que había escuchado.
  • Yemayá te escogió… - concluyó Diego con dulzura - Todos fuimos testigos de ello.
  • ¿Delfines? - preguntó Yara, perpleja - ¿Lo dices en serio?
De la Vega asintió lentamente, pasándole de nuevo el paño por la frente.
  • ¿Entiendes lo que significa, verdad?
  • No entiendo nada - rió Yara, intentando restarle peso.
Diego la miró un instante, como si tratara de grabar en su mente aquel rostro. Luego habló con una calma solemne.
  • Los delfines no acuden al llamado de ningún mortal, Yara. Son los heraldos de Yemayá, los guardianes de su reino. Representan la armonía del mar, la vida que fluye sin violencia. Son símbolos de pureza, de compasión… pero también de poder. - Se inclinó un poco hacia ella - Son los mensajeros entre el mundo de los hombres y el de los dioses.
Yara lo escuchaba en silencio, los labios entreabiertos.
  • ¿Y qué tiene eso que ver conmigo? - susurró, desconcertada.
  • Que respondieran a tu llamado… que te protegieran en la batalla, que lucharan contigo y por ti… - hizo una pausa, inclinándose un poco más hacia ella - Eso solo puede significar una cosa.
El paño resbaló de sus manos y cayó al suelo. Yara lo miró, sintiendo que el corazón le latía con fuerza.
  • ¿Y qué cosa es esa? - preguntó apenas.
Diego se acercó más aún, tan cerca que su aliento se confundió con el de ella.
  • Como ya te he dicho… Yemayá te ha escogido - dijo con un respeto casi sagrado - Tú, Yara Adeyemi, eres la elegida del mar y el Èkó… te pertenece.
El silencio que siguió fue inmenso. Solo el rumor del océano, a lo lejos, parecía dar testimonio de lo dicho. Yara bajó la mirada, sus dedos acariciando el Èkó que descansaba sobre su pecho. El amuleto latía al ritmo exacto de su corazón.
  • La elegida… - murmuró, entre asombro y temor - No sé si debo sentirme bendecida… o asustada.
Diego sonrió con una mezcla de cariño y solemnidad.
  • Tal vez ambas cosas - respondió - Porque los dioses no conceden poder sin propósito… y el tuyo, Yara, apenas acaba de comenzar.
  • No puede ser, Diego - dijo Yara, mirándolo con firmeza - El Èkó es tuyo, no mío. Todos lo vimos en la playa, tras la batalla contra el Rey Negro. Tiene que haber un error…
Diego sonrió con esa calma que solo tienen los hombres que ya han hecho las paces con el pasado.
  • No hay errores, mi joven santera - respondió con una leve sonrisa - El mar nunca se equivoca. Tan solo sigue su naturaleza. Así ha sido siempre, y así será hasta el fin de los días. Es cambiante, nunca permanece demasiado tiempo en un lugar; ama sin ataduras, sin promesas. Es un amante furioso y libre, incapaz de amar a una sola alma. Quizás yo fui su preferido - añadió con voz baja, mirando hacia la ventana donde la luna teñía de plata las olas - pero ya no lo soy.
Yara lo observó en silencio. Cualquier otro hombre habría luchado por recuperar el poder del Èkó. Habría sentido la humillación arderle en las entrañas, la soberbia reclamar lo que consideraba suyo. Habría matado, incluso, por volver a sentir ese poder entre las manos.

Pero Diego…
Diego no era un hombre común.

Había en él algo que trascendía la codicia y el orgullo. Estaba tocado por una claridad serena, por una comprensión que solo alcanzan los espíritus verdaderamente libres. Él no creía en la posesión, ni en el dominio. No acumulaba, no reclamaba. Entendía, como pocos hombres en este mundo, que todo lo que llega, un día debe partir. Que nada, ni siquiera el amor o el poder, nos pertenece.
  • ¿Y qué debo hacer ahora? - preguntó, con un temblor apenas perceptible en la voz.
Diego la miró, y por un instante sus ojos parecieron contener toda la quietud del mar en calma.
  • Tan solo fluye… - dijo, mientras tomaba de nuevo el paño húmedo y lo colocaba sobre su frente - Escucha al mar, pues él nunca miente. Deja que guíe tus pasos… y aprende de cada ola que rompa en tu camino. Deja tu mente en blanco, líbrate de toda estructura como si fueras la misma agua del océano. Pues, si pones agua en una taza, el agua se convierte en taza. Si pones agua en una botella, se convierte en botella. Si la pones en una tetera, se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede golpear. Se el agua. No tengas prejuicios, ni vicios en el pensamiento que te hagan tomar decisiones erróneas o valorar posibilidades de una manera corrupta por tus experiencias. Tan solo fluye y adáptate en cada instante a lo que suceda, sin poner ningún tipo de resistencia ni esperar que sea diferente a como es.
El murmullo del océano se coló por la ventana, como si confirmara sus palabras.
Y Yara, con los párpados pesados, cerró los ojos y dejó que la voz de Diego se desvaneciera en la brisa salada.

Lejos, en la espesura, el bosque respiraba oscuridad. La luna, apenas un filo entre las copas de los árboles, dejaba caer jirones de luz sobre las ramas húmedas. Entre ellas, tres figuras se deslizaban sin dejar huella, moviéndose con la precisión de un solo cuerpo dividido en tres sombras. No hablaban. No necesitaban hacerlo. Su comunicación era el olfato, la mirada, el instinto.

Avanzaban rápido, tan ligeras que ni las hojas se atrevían a crujir bajo sus pies. Los troncos y raíces parecían apartarse a su paso, conscientes de que eran depredadoras y no presas. Shinrei fue la primera en detenerse. Se arrodilló, tocó el suelo embarrado con la punta de los dedos y los frotó suavemente entre ellos. La huella era ancha y redondeada, sin marcas de garras, con bordes suaves que se hundían en el barro. Un herbívoro, pesado y tranquilo, no un depredador.

Akuma apareció a su lado, sin anunciarse, sin un solo roce de tela. Observó el suelo y encontró más huellas. El animal avanzaba en manada. Hizo un gesto apenas imperceptible indicando que había leído lo mismo: la dirección de las pisadas eran constantes y rectas, sin cambios bruscos de dirección, y los tallos aplastados y mordidos alrededor, señalaban la torpeza de un animal que se alimentaba sin miedo. Alzó el rostro, sus ojos recorriendo la oscuridad hasta perderse entre los troncos. Un leve gesto de cabeza bastó. Sin palabras, se separaron como dos corrientes de un mismo río.

Kage llegó la última. Olfateó el aire templado, buscando un rastro invisible. El aroma era dulzón y terroso, sin rastro de hierro ni de sangre seca. No había peligro; aquel ser no cazaba, solo pastaba. Cuando lo encontró, mostró sus colmillos, con esos ojos felinos que nunca presagiaban nada bueno, y desapareció entre los árboles, siguiendo a sus hermanas, rodeando a su presa.

Las tres se movían en perfecta sincronía. Tres sombras, tres almas unidas por la caza.
El bosque las observaba en silencio, consciente de que esa noche, la oscuridad tenía dueñas.

No tardaron demasiado en localizar a sus presas. Era un pequeño grupo de Pudús, los ciervos más diminutos que poblaban los bosques del sur: apenas medio metro de altura, con pelaje castaño oscuro que se mimetizaba con la hojarasca húmeda, orejas puntiagudas siempre alertas y ojos grandes, brillantes y llenos de temor latente. Se movían despacio, mordisqueando hojas tiernas, ajenos a la sombra que los acechaba.

Akuma trepó a un árbol con la ligereza de un felino, fusionándose con las sombras de la noche. Desde arriba, evaluaba cada movimiento, cada respiración contenida de Shinrei y Kage, asegurándose de que el cerco estuviera perfecto. Las tres se entendían sin palabras, sus cuerpos eran extensión de un mismo instinto mortal.

Shinrei descendió entre los helechos, apenas rozando el suelo, un susurro de movimiento, mientras Kage, la pantera negra, avanzaba sigilosa entre los arbustos, ojos brillando en la penumbra. Sin que los animales sospecharan, en ningún momento, la muerte que se aproximaba.

El momento llegó como un latido retenido. Akuma soltó un silbido imperceptible, y el ataque fue instantáneo. Shinrei se lanzó sobre el primero, cerrando su boca con una mano y cortándole el cuello con un cuchillo de hoja afilada; un sonido húmedo y ahogado apenas escapó de la garganta del pequeño ciervo. Kage saltó sobre el segundo, sus colmillos hundiéndose en el cuello del Pudú, y un estremecimiento sacudió el bosque mientras la vida se apagaba en un instante silencioso, salvo por el murmullo húmedo de la muerte.

Akuma descendió del árbol como una sombra descendiendo sobre la tierra, atrapando al último con movimientos perfectos, su filo cortando limpio, silencioso, mortal. La caza fue tan rápida, tan medida, que nadie fuera de esas tres figuras podría haberla seguido.

El bosque volvió a sumirse en el silencio absoluto, como si respetara la ley de las depredadoras. Solo los susurros de las hojas meciéndose al viento y el crujido de la hojarasca recordaban que allí, en la penumbra, la vida y la muerte habían bailado en un equilibrio perfecto. Shinrei, Akuma y Kage desaparecieron entre los árboles, dejando tras de sí solo la quietud del orden recuperado, y la sensación de que el peligro había pasado, pero que la sombra de su acecho siempre permanecería.
  • ¿Seguro que es comestible? - preguntó Grace, observando un puñado de calafates.
  • Sí, capitana, Gipsy se ha puesto las botas hace un momento - rió Isabella - Pruébalo, está rico, ya verás.
  • Como acabe con el estómago revuelto, te las verás…
  • ¡Madre de Dios! - gritó Isabella divertida - ¿Por qué siempre eres tan desconfiada?
  • No me fío de vos, Doña Morosini - replicó Grace con una mirada burlona.
  • Ni yo de vos, Lady Fairborne - sonrió Isabella.
Grace le devolvió la sonrisa. Observó aquellas pequeñas frutas redondas y azuladas, de piel tersa y suave, antes de llevárselas a la boca. Masticó lentamente, saboreando la dulzura con un toque ácido. La pulpa jugosa estallaba entre los dientes, liberando diminutas semillas.
  • Me recuerdan… - meditó Grace - a las frambuesas. Están buenísimas.
  • ¡Lo veeees… te lo dije! - rió Isabella - Podemos hacer mermelada para que nos dure más tiempo.
  • Buen trabajo, amiga…
Isabella asintió con una sonrisa, pero al instante se desvaneció al levantar la vista hacia el bosque. Algo se movía entre las sombras. Grace reaccionó al instante, girándose.
  • ¡Akuma! - gritó al verla, sintiendo un alivio que le llenó el pecho.
Pero ese alivio duró apenas un instante. Akuma volvía, sí… pero sola. Sus ropas oscuras estaban ensangrentadas de arriba a abajo. Un escalofrío recorrió a Grace mientras corría a su encuentro, temiendo lo peor.
  • ¿Qué ha pasado? - preguntó, al llegar a su lado - ¿Dónde está tu hermana?
Akuma la miró un momento en silencio. Y entonces su rostro cambió por completo.
  • Algo nos atacó en el bosque… - dijo con voz temblorosa - Mi hermana está herida, necesita ayuda.
  • ¿Qué os atacó?
  • No lo vi… nos cogió por sorpresa. Era grande, muy grande.
  • Está bien, tranquila. Avisemos a los demás, reuniremos un grupo y saldremos en su busca.
Grace se giró para correr de vuelta hacia la orilla y reunir un equipo de rescate, antorchas en mano, armados y listos. Pero la mano de Akuma la detuvo, sujetándole la muñeca con fuerza. Sus dedos estaban sudorosos, calientes, y en su agarre se leía el pánico contenido.
  • ¡No hay tiempo! - exclamó Akuma, con la voz temblando entre la urgencia y el miedo - ¡Debemos irnos ya!
  • Es peligroso ir solas, Akuma. Solo déjame avisar a…
  • ¡NO! - la interrumpió con decisión férrea - ¡Salimos ahora, o será demasiado tarde!
Grace la miró fijamente, el corazón latiéndole con fuerza. Nunca había visto a Akuma así: los ojos desbordaban urgencia, las manos le temblaban y en su rostro se leía un terror profundo, casi palpable. Sin dudar un instante, Grace decidió acompañarla, adentrándose en la oscuridad del bosque como si los árboles mismos se inclinaran ante su paso.

Isabella, que ayudaba a subir las provisiones al barco, frunció el ceño al verlas desaparecer entre las sombras. Fue la única que presenció la escena y un escalofrío le recorrió la espalda.
  • ¡Drake! - gritó sin apartar la vista del bosque.
A pocos pasos, el Cuervo ayudaba a MacFarlane a descargar los barriles llenos de agua de los caballos. Al escuchar la voz de Isabella, se acercó, secándose el sudor de la frente.
  • ¿Qué sucede, Isabella?
  • Grace… - dijo ella, con la voz cargada de preocupación - Acaba de adentrarse en el bosque con Akuma.
  • Bueno… si está con ella, seguro estará a salvo.
Pero incluso mientras pronunciaba esas palabras, el rostro de ella no podía ocultar el mal presentimiento que la atenazaba. El Cuervo se dio cuenta al instante.
  • ¿A qué viene esa cara?
  • Tengo… un mal presentimiento.
Drake arqueó una ceja y soltó una risa breve, tratando de restarle importancia.
  • Mujeres… todo intuición y presentimientos.
  • No estoy de broma, aquí pasa algo raro.
  • Valeeee… está bien - dijo Drake, resignado - Iré a ver qué pasa.
  • ¡Voy contigo! - exclamó Isabella, sin dejar lugar a réplica.
Agarraron un par de mosquetes y unas antorchas, y sin decir nada más, se adentraron en el bosque. Siguiendo la estela de la capitana y la japonesa, dejaron atrás a sus compañeros, aún absortos en las tareas de cargar las bodegas de los tres navíos, ignorantes del peligro que acechaba en la penumbra.

Y es que…

En el templo de la noche,
el aliento helado de la muerte se abre paso.
El ladrón de almas camina, sin rostro propio.

Continuará…
 
El mundo es curioso. Del amor al odio hay solo un paso y creo que Isabella-Grace y Vihaan-Drake van a pasar de ser enemigos a grandes amigos.
Por otra parte confío en que Grace y Akuma salven a la hermana de está.
 
Capítulo 73 - Weñefe, el ladrón de almas: La leyenda Mapuche cobra vida

Grace seguía a toda prisa a Akuma, abriéndose paso entre los árboles como si la oscuridad quisiera tragarlas. Las ramas arañaban sus rostros, el aire húmedo se les pegaba a la piel, y la respiración de ambas se mezclaba con el crujido frenético de las hojas bajo sus botas. La capitana podía sentir la mano de la japonesa aferrando su muñeca con una fuerza que no parecía humana, una fuerza nacida del miedo.
  • ¡Akuma! ¡No corras tanto, maldita sea! - gritó Grace, tropezando con una raíz que casi la hizo caer - ¡No veo nada!
  • ¡Rápido! ¡Mi hermana…! - respondía una y otra vez, la voz cortada, temblorosa - Está herida… ¡Rápido!
El bosque parecía cerrarse sobre ellas, denso, impenetrable. Grace apretó los dientes y el paso, forzando la vista para distinguir siquiera la silueta que tiraba de ella hacia adelante. Pero cuanto más avanzaban, más sentía que se adentraban en un mundo que no era del todo real.
Ya no se oían las voces de la tripulación en la playa, ni el rumor de las olas, ni siquiera el zumbido de los insectos. Solo el latido del corazón de Grace, resonando como un tambor en la noche. Y entonces lo sintió: algo cambió en el aire. Un frío repentino, como si el bosque contuviera el aliento. La capitana levantó la mirada. Akuma seguía tirando de ella… pero por un instante, solo por un instante, juraría que la mano que la sujetaba ya no era del todo… humana.

No muy lejos de ellas, Drake e Isabella se abrían paso entre la espesura, guiados por la luz temblorosa de las antorchas. Ninguno de los dos era buen rastreador, pero entre la suerte y la urgencia lograban seguir el rastro marcado sobre la tierra húmeda. El aire era denso, cargado de un silencio antinatural, y cada paso resonaba como un eco en un bosque que parecía contener la respiración.

Drake se detuvo de golpe, bajó en cuclillas y acercó la antorcha al suelo. Las sombras danzaban entre el fango.
  • ¿Has perdido el rastro? - preguntó Isabella, inclinándose junto a él.
  • No… - murmuró el Cuervo, frunciendo el ceño - Está aquí, pero… hay algo raro.
  • ¿El qué?
Drake señaló las huellas con el dedo.
  • Fíjate en el tamaño. No es el correcto.
  • ¿Qué quieres decir?
Drake guardó silencio unos segundos. Podía distinguir sin problema las pisadas de Grace, pequeñas y firmes, marcadas por el paso decidido de una mujer. Pero las otras… eran más hondas, alargadas, y mucho más grandes. Apretó la mandíbula, notando un escalofrío recorrerle el cuerpo.
  • Estas no son las pisadas de Akuma… - susurró.
Se incorporó de golpe, con la mirada encendida.
  • Tenías razón, Isabella… - dijo con voz grave - Tu presentimiento era cierto… Aquí hay algo que no huele nada bien.
Sin decir más, avanzaron a toda prisa, con el corazón latiéndoles en la garganta. Las sombras parecían moverse entre los troncos, y cada paso los arrastraba más adentro de un bosque que ya no parecía pertenecer al mundo de los vivos.

Mientras, en la playa…
  • ¡Esta carne es de primera! - sonrió Bhagirath, con los antebrazos manchados de sangre mientras desollaba los pudús - Los pondremos en salazón para que aguanten el máximo tiempo posible.
  • No ha salido nada mal esta parada en el camino - rió Cortés, sujetando una de las patas del animal - Hemos conseguido agua, carne, frutas y vegetales.
  • Solo falta una cosa para que fuera perfecto, ¿verdad?
  • Claro que sí - contestó el español con una carcajada - Mala suerte que la naturaleza no haya creado aún el árbol del ron.
Ambos rieron, el sonido seco del cuchillo al partir hueso mezclándose con las olas que rompían perezosas contra la orilla. Pero la risa murió pronto. Un llanto agudo cortó el aire. El de Maverick.

Vihaan lo sostenía entre los brazos, tratando calmarlo con suaves balanceos, murmurando palabras dulces que no lograban acallar la furia del pequeño. Maverick se revolvía inquieto, como si algo invisible lo angustiara. Cortés se acercó, limpiándose las manos en un trapo.
  • ¿Qué te pasa pequeño pirata? - preguntó mientras hacia boberías y muecas exageradas que no sirvieron de nada.
Vihaan negó con la cabeza.
  • No lo sé… lleva así un buen rato.
El viento cambió de repente, trayendo consigo un olor extraño, metálico, como a hierro mojado. Bhagirath levantó la vista del despiece, frunciendo el ceño.
  • ¿Habéis visto a Grace? - preguntó Vihaan, recorriendo la playa con la mirada.
  • Hace un momento, en la orilla, señor - respondió Bhagirath, rompiendo un hueso con el filo del cuchillo - ¿El pequeño está hambriento, verdad?
Vihaan no respondió, tan solo asintió con la cabeza. Apretó al niño contra su pecho, notando cómo su pequeño corazón latía con fuerza desbocada. El llanto se hizo más agudo, casi un grito. Los cuervos de Drake que descansaban sobre la arena levantaron el vuelo todos a la vez, en silencio.

Y en el mismo silencio seguía corriendo Grace. El bosque se cerraba a su alrededor, oscuro y espeso, como si la propia naturaleza quisiera ocultarla. Las ramas se mecían lentamente sobre su cabeza, goteando humedad en el aire frío. Seguía corriendo tras Akuma, arrastrada por su urgencia. Sus botas hundiéndose en la tierra blanda, el pulso resonándole en los oídos.

Y entonces la vio.

Entre los troncos retorcidos, apenas visible por el velo de la neblina, se abría un pequeño claro donde se alzaba una terrorífica cabaña. Era una construcción rústica, baja, con las paredes hechas de troncos apilados y barro endurecido. El techo, cubierto de gruesas capas de paja, estaba hundido por los años y por la lluvia. De su interior escapaba una débil columna de humo que ascendía recta al cielo, desvaneciéndose entre los árboles.

La puerta, una tabla vieja reforzada con ramas cruzadas, oscilaba ligeramente, empujada por el viento. En torno a la choza, había un pequeño claro cubierto de helechos y raíces, y a un costado, lo que parecían ser tótems de madera tallada. Los troncos, ennegrecidos por el tiempo, estaban grabados con rostros deformes, figuras que recordaban espíritus animales. Algunos tenían plumas colgando, otros huesos diminutos amarrados con fibras vegetales.

Detrás de la puerta, un círculo de piedras contenía un fuego que aún ardía. Las llamas parpadeaban, iluminando con destellos anaranjados un caldero colgado sobre el hogar. El olor era fuerte, una mezcla de hierbas amargas, humo y algo más… algo que Grace no supo identificar. El bosque entero parecía mirar aquella cabaña. No se oían animales, ni hojas moviéndose. Solo el crepitar del fuego y el sonido tenue de algo que se agitaba dentro. Grace se detuvo, con la respiración entrecortada, intentando distinguir algo tras la puerta entreabierta.
  • Akuma… - susurró, pero la japonesa no respondió.
Tan solo siguió avanzando, sin mirar atrás, hacia aquella luz que ardía en mitad de la oscuridad.
  • ¿De quien demonios es esa cabaña? - preguntó Grace, deteniéndose en seco.
Akuma no respondió. Solo tiraba de ella, con una urgencia que rozaba la locura. Grace la miró a los ojos y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había algo distinto en su mirada… algo que no reconoció.
  • ¡Akuma! ¡Detente un momento!, ¡dime qué sucede de una vez!
  • ¡Mi hermana está dentro! ¡Rápido, tenemos que ayudarla!
  • ¡¿De quién es esa cabaña?!
  • ¡De nadie! - gritó, casi fuera de sí - ¡Mi hermana está dentro, está herida!
Grace plantó los pies con fuerza, resistiendo el tirón. Pero Akuma no se detenía; la arrastraba con una fuerza que no parecía suya. Lo que antes era urgencia, ahora era imposición. Ya no parecía llevarla, la arrastraba contra su voluntad. La mano de la japonesa sobre su muñeca se cerró con violencia.
  • ¡Suéltame, Akuma! - gritó Grace - ¡Me haces daño!
Pero ella no soltó. Al contrario, la aferró con ambas manos y tiró con más fuerza. Su rostro ya no mostraba desesperación, sino otra cosa… algo primario, algo animal… hambre.
  • ¡Suéltame, maldita sea! - pataleó Grace, forcejeando - ¿Qué demonios te pasa?
  • ¡SÍGUEMEEEEE!
El grito resonó como un trueno, tan potente que el bosque pareció contener el aliento. Grace abrió los ojos de par en par. Aquella voz no era la de Akuma. No era fría ni pausada, sino ardiente, rota, desesperada… y profundamente ajena.

La capitana miró su rostro, la misma piel, los mismos ojos, pero algo en su interior sabía que aquello que la sujetaba ya no era su amiga. Intentó resistirse, pero fue inútil. Akuma tiró con una fuerza brutal, lanzándola al suelo. Grace cayó de cara contra el fango, sintiendo el sabor metálico de la tierra antes de ser arrastrada hacia la cabaña.
  • ¡Ayudaaaaa! - gritó con todas sus fuerzas.
Pero ya era tarde. Akuma pateó la puerta de la choza, que se abrió de golpe con un chasquido seco. Un fuego interior proyectó sombras temblorosas sobre las paredes. Grace apenas tuvo tiempo de respirar antes de que la arrastraran dentro. La puerta se cerró con un golpe sordo… y, en un parpadeo, ya estaba atada de pies y manos, un trapo amordazándole la boca.

El silencio volvió al bosque. Solo el crepitar del fuego dentro de la cabaña siguió vivo.
  • ¡¿Que ha sido eso?! - exclamó Isabella, frenándose en seco.
Drake miró atentamente la oscuridad, como si pudiera atravesarla; intentando localizar de donde había llegado aquel grito.
  • ¡Vamos! - dijo con urgencia - ¡No perdamos más tiempo!
Siguieron las huellas, corriendo medio agachados, las antorchas rozando el suelo. Hasta que de repente el rastro se perdió. Se detuvieron un instante, intentando ver por donde seguía. Pero allí ya no había nada. Solo un pequeño claro en mitad del bosque, lleno de helechos y raíces.
  • ¡Fuelf..taf…meee! - gritaba Grace intentando desacerase de la mordaza.
El interior de la cabaña olía a humo, humedad y sangre vieja. La única luz provenía del fuego bajo el caldero, que proyectaba sombras alargadas y temblorosas sobre las paredes cubiertas de símbolos pintados con barro y ceniza. Talismanes hechos de huesos, plumas y dientes colgaban del techo, moviéndose lentamente con el aire viciado del lugar.

Grace forcejeó, el corazón golpeándole el pecho como un tambor de guerra. Intentó gritar, pero el trapo le ahogó la voz, convirtiendo su súplica en un gemido apenas audible. El fango aún le manchaba la cara. La cuerda que la sujetaba a una estaca del suelo estaba tan apretada que podía sentir cómo le cortaba la circulación.

Akuma, o aquello que parecía Akuma, se movía diferente. Su andar ya no era ligero y felino, sino rígido y quebrado, como si algo invisible guiara sus movimientos. Caminó hasta el fuego y, bajo su luz anaranjada, Grace la vio bien por primera vez. Su piel estaba cubierta de sudor, los ojos inyectados en sangre… y en su boca, un murmullo extraño, gutural, que no parecía pertenecer a ninguna lengua humana.

La capitana quiso creer que era un mal sueño, que el golpe en la cabeza al caer la había confundido. Pero entonces escuchó algo más. Un murmullo que no venía de aquel ser, sino de todas partes. Era como si las paredes respiraran, como si el aire mismo susurrara su nombre con una voz profunda, grave, antigua.

Las palabras resonaron en su cabeza, vibrando como un eco que no venía del exterior, sino de su interior. Akuma, o lo que quedaba de ella, giró lentamente hacia ella. Su sonrisa era imposible, demasiado amplia, casi rompiéndole el rostro. Sus ojos eran distintos, el izquierdo humano, pero el derecho parecía el ojo de un reptil, de un cocodrilo. Y con una voz distorsionada, mezcla de hombre y mujer, susurró:
  • Estás muy delgada... solo huesos... no es suficiente para el Weñefe... no... es... suficiente.
El fuego se avivó de golpe, lanzando una llamarada negra que iluminó la cabaña. Y por un instante, Grace vio algo reflejado en el rostro de su captora: una cara que no era la suya, sino el de un anciano cubierto de ceniza, con los labios teñidos de rojo, y un collar de dientes humanos colgando sobre su pecho desnudo. Pero rápidamente, como si fuera un disfraz que pudiera ponerse y quitarse a voluntad, el rostro de Akuma volvió a revelarse.

Grace quiso gritar, forcejear, pero las cuerdas eran firmes como hierro. Su respiración se volvió un jadeo ahogado mientras el fuego del caldero iluminaba las paredes de la choza. El agua hervía con un borboteo siniestro, y sobre una mesa de madera, hierbas, raíces y cuchillos aguardaban en orden ritual. Tan solo faltaba la carne. Y entonces comprendió, demasiado tarde, que ella era el plato principal.

El ser que tenía delante ya no era Akuma. Lo que se movía con su rostro era otra cosa, algo antiguo y ajeno al mundo de los vivos. Grace recordó las historias que MacFarlane contaba junto al timón en las noches calmadas: los selkies del norte de Escocia, que se despojaban de su piel de foca para andar entre los hombres; los pooka irlandeses, espíritus cambiantes que tomaban la forma de amigos o amantes para arrastrar las almas al otro lado del velo. Pero aquello… aquello era más oscuro, más hambriento. Ante sus ojos, la figura de la japonesa comenzó a contorsionarse. Su piel se agrietó como barro seco, sus huesos crujieron al retorcerse, y esa sonrisa antinatural se extendió hasta devorarle el rostro entero, hasta que todo fue boca. El ojo derecho, vertical, como el de una serpiente, la observaba con una atención insoportable, como si quisiera ver más allá de su carne, más allá de su alma.

Grace lo vio acercarse y sintió cómo el aire se volvía espeso, irrespirable. El ser levantó las manos lentamente y las posó sobre sus mejillas. Su tacto era frío, pero vivo, como el roce de algo que respira sin necesitar aire. Ella apretó los dientes, cerró los ojos y contuvo el grito, sabiendo, con la certeza de quien se enfrenta a la muerte, que acababa de mirar al verdadero rostro del diablo. Pero no sucedió nada. No hubieron mordiscos, ni cortes. No hubo dolor, ni sufrimiento. Grace abrió los ojos lentamente y lo que vio enfrente… la dejó paralizada, sin aliento.
  • ¡Ya está todo preparado, Vihaan! - rugió MacFarlane, ajustándose el correaje del mosquete - ¿Por dónde empezamos a buscar?
  • Haremos tres grupos - respondió Vihaan con firmeza - Uno seguirá la playa hacia el norte, otro bajará al sur, y el tercero se internará en el bosque.
El escocés alzó la vista, contemplando la inmensidad de aquella tierra salvaje que se extendía más allá de la vista. El viento arrastraba el olor a sal y a humedad, y el mar, oscuro y en calma, parecía observarlos en silencio. No había rastro alguno de Grace, ni de Drake, ni de Isabella. Los habían buscado sin descanso, gritando sus nombres hasta desgarrarse la voz, pero la única respuesta había sido el eco y la soledad. Vihaan ya no podía esperar más. La impaciencia le bullía bajo la piel, y el miedo, aunque no lo decía, lo mordía por dentro.
  • Será como buscar una aguja en un pajar… ¡maldita sea! - gruñó MacFarlane, y sin más, echó a correr hacia el norte con un grupo de hombres.
  • Si el escocés se dirige al norte, nosotros peinaremos el sur - dijo el Perro, ajustando su cuchillo al cinto - Si los encontráis, hacedlo saber. Nos reuniremos aquí de nuevo, todos.
  • Nosotras entraremos en el bosque - añadió Akuma con una calma glacial - Rastrearemos cada tronco, cada pieza y cada sombra. Te doy mi palabra Vihaan, los encontraremos.
  • ¡Nada de tomar riesgos! - ordenó él - Si veis algo extraño, tres disparos al cielo. ¿Entendido?
Las partidas se dispersaron, las antorchas abriéndose paso entre la oscuridad. Los gritos, las llamadas y el vaivén del fuego, se perdieron en la noche. Solo las gemelas avanzaron en silencio, acompañadas por el andar acechante de Kage. Ellas no necesitaban luz ni gritos. Cazaban a su manera.

Vihaan se quedó mirando cómo se desvanecían entre los árboles.
  • Si me quedo aquí me voy a volver loco - murmuró, echando una mirada al bosque - Voy con ellas.
  • ¡Y yo voy con usted, señor! - dijo Bhagirath, dejando los cuchillos sobre la mesa ensangrentada.
  • ¡No! - replicó Vihaan - Quédate con Maverick. Cuida de él.
Empezó a desatar el pañuelo que sostenía al niño contra su pecho, pero se detuvo de repente, al ver movimiento entre los árboles. Alguien emergía del bosque, tambaleándose bajo la luz pálida de la luna. Era Grace. Avanzaba cojeando, con la ropa empapada en sangre y el rostro desencajado. Su respiración era un jadeo irregular, y sus ojos, llenos de pánico, parecían no ver lo que tenía delante.
  • ¡Grace, maldita sea! - gritó Vihaan al correr hacia ella - ¿Dónde demonios estabas?
  • ¡Akuma! - dijo ella con voz rota - ¡Está herida! ¡Rápido, hemos de ir a buscarla!
  • ¿Akuma? - frunció el ceño - Pero si hace un momento…
  • ¡Está herida! - lo interrumpió, desesperada - ¡Rápido, ven conmigo! ¡Algo nos atacó en el bosque!
Vihaan sintió cómo ella lo sujetaba de la muñeca, tirando de él con una fuerza inesperada. Dio unos pasos, pero algo no encajaba. Se detuvo en seco.
  • Espera, Grace… ¿qué te sucede?
  • ¡Es Akuma! - gritó ella - ¡Algo grande nos atacó! ¡Ven conmigo, rápido!
Vihaan la miró, confundido.
  • Akuma estaba conmigo, Grace. Hace rato que llegó con Shinrei y Kage. Acaban de salir a buscarte… como todos los demás.
La capitana se detuvo en seco. Su respiración se calmó de golpe. Y entonces, lentamente, algo empezó a cambiar en su rostro. Los ojos de Grace descendieron hasta Maverick, que gimoteaba aún atado al pecho de su padre. Una sombra cruzó su rostro, y Vihaan sintió cómo el mundo se helaba. Aquella mirada… No había alivio, ni ternura. Solo hambre.

El instinto habló antes que la razón. Dio un paso atrás, protegiendo al niño con el antebrazo, intentando soltar aquella mano que se aferraba a su muñeca con fuerza inhumana. Grace avanzó un paso. La luna iluminó apenas su rostro.
  • ¿Qué… qué diablos haces? - preguntó Vihaan, la voz rota por el pánico, mientras ella sonreía y se acercaba a Maverick con los ojos muy abiertos, inhumanos.
El llanto del niño estalló entonces, un alarido agudo y primitivo que desgarró la noche: el grito de un animal indefenso que siente la presencia de un depredador cerca. Vihaan lo supo en el instante en que la fibra más íntima de su instinto le gritó que estuviera alerta: esa mujer no era la madre de Maverick. No era la Grace que él conocía y amaba.
  • ¡Detente demonio! - bramó, salvaje, blandiendo su voz como una espada.
La noche pareció contener el aliento. La figura que simulaba a la capitana clavó en Vihaan una mirada extraña, y por un segundo todo quedó suspendido: el mar, el viento, los latidos. Una sombra surgió entonces. Akuma apareció tan silenciosa que nadie supo de donde había salido, y en un movimiento apenas perceptible se colocó tras la impostora. Con precisión quirúrgica, apoyó un kunai helado contra la carne de su cuello. La hoja besó la piel; la amenaza fue un hilo de acero entre dos voluntades. Vihaan sintió la distancia mínima entre la vida y la muerte.
  • Si das un paso más, bruja - susurró Akuma, la voz fría como el filo que sostenía - Será lo último que hagas en vida.
Grace no habló. Sus labios, curvados aún en aquella sonrisa llena de hambre, no encontraron palabras. En sus ojos, algo reptiliano parpadeó como una luz tenebrosa que se niega a morir. Vihaan, el brazo protegiendo al niño, notó cómo la furia y el terror se mezclaban en su garganta. El aire olía a sangre, a barro, a humo lejano. Todo en la playa, en el bosque, parecía haberse acercado para contemplar aquel instante: el silencio de la caza, la pausa antinatural antes del desenlace. Akuma apretó apenas el kunai. La amenaza no era ya un acto: era la sentencia suspendida en una hebra de acero.

Vihaan dio un paso atrás, el corazón paralizado. La mujer frente a él, la que tenía el rostro de Grace, seguía sonriendo, y aquella sonrisa no tenía nada de humano. Se alargó más allá de lo posible, tensando la piel como si fuera cera derretida, hasta que las comisuras rozaron las mejillas y los dientes se curvaron en una mueca de locura. Un sonido sordo, húmedo, emergió de su garganta. El aire vibró. La figura tembló, convulsionando como si un fuego invisible la consumiera por dentro. Vihaan sujetó con fuerza al niño contra su pecho, incapaz de apartar la mirada. El rostro de Grace comenzó a deshacerse, a fragmentarse en sombras que reptaban por su piel como tinta viva. Sus ojos se oscurecieron por completo, volviéndose pozos sin fondo. El cuerpo se encogió, los huesos crujieron en una danza grotesca de chasquidos y pliegues imposibles. Los brazos se disolvieron en alas negras, largas y afiladas como cuchillas.

Akuma retrocedió un paso, con el kunai aún en la mano, observando la metamorfosis sin comprender del todo qué estaba viendo. En cuestión de segundos, donde antes había estado la capitana solo quedaba una sombra alada, envuelta en un torbellino de plumas negras que revoloteaban a su alrededor como cenizas encendidas. Un graznido áspero, gutural, cortó el silencio. El cuervo extendió sus alas y, con un batir repentino, se elevó en el aire, levantando una nube de polvo y hojas secas. Giró una vez sobre ellos, dejando caer un par de plumas que descendieron lentamente, brillando con un fulgor azulado bajo la luz de la luna.

Vihaan alzó la vista, siguiendo la silueta que se alejaba entre las ramas, hasta perderla en el horizonte. El graznido del ave resonó una última vez, largo y hueco, como un eco burlón que se perdía en la inmensidad del bosque. El viento volvió entonces, arrastrando con él el murmullo del mar. Pero el aire ya no era el mismo. Había un silencio distinto, denso, como si algo antiguo, algo que no debía existir, acabara de despertar.
  • ¿Que demonios es eso? - pregunto Vihaan observando el vuelo de aquel demonio.
  • Vuelve con los demás y protege a tu hijo - susurró la japonesa - Preparadlo todo para partir rápido… Y sobretodo… manteneros alerta, no confiéis en nadie, aunque sea un rostro conocido, aunque os llame por vuestro nombre…
Akuma no dijo nada más, tan solo guardó su kunai, cogió el mosquete de la espalda de Vihaan, realizó tres tiros al aire y se lo devolvió. En silencio se deslizó suavemente fundiéndose en la espesa oscuridad, siguiendo el rastro de aquel demonio que podía volar como un cuervo, y hablar como una mujer. Entre las sombras se encontró de nuevo a sus hermanas y sin que hicieran falta palabras, las tres partieron de nuevo a cazar. Esta vez no a ciervos incautos, si no a un peligroso enemigo que podía adoptar mil formas. Un ladrón de almas, despiadado y hambriento.
  • ¿Has encontrado algo? - preguntó Isabella, alzando la antorcha y moviéndola de un lado a otro.
El fuego proyectaba sombras alargadas contra los árboles, que parecían retorcerse y respirar al compás del viento. Su voz temblaba, aunque intentaba disimularlo tras un tono práctico, concentrado.
  • Tiene que haber algún rastro, alguna huella, algo… - murmuró sin dejar de buscar.
Drake, en cambio, avanzaba despacio entre los helechos. Cada paso hundía sus botas en la tierra húmeda, levantando un tenue vapor que olía a podredumbre y savia. Sus ojos no se fijaban en el suelo, pues ya sabía, con una certeza visceral, que allí no encontrarían nada. Por eso miraba hacia arriba, buscando respuestas en el techo negro del bosque, y más allá.

Frunció el ceño. Una idea retorcida cruzó su mente, poco a poco haciéndose más posible. Había algo extraño en el cielo. No sabría explicar qué era, pues no conocía los astros ni los secretos del firmamento, pero lo sentía dentro de su pecho. Las estrellas estaban ahí, sí, pero su luz parecía detenida, inmóvil, como si alguien hubiera pintado el firmamento en un lienzo y lo hubiese colocado sobre ellos. Drake levantó el ala de su sombrero con una mano, ladeó la cabeza y murmuró:
  • Algo no está bien aquí…
Antes de que Isabella pudiera preguntar, el Cuervo llevó dos dedos a los labios y lanzó un silbido, corto y entrecortado, un sonido que se perdió entre las ramas.
  • ¿Se puede saber qué haces? - preguntó ella, algo irritada, acercándose con la antorcha en alto.
  • Observa… - susurró él sin apartar la vista del cielo.
Durante unos segundos no ocurrió nada. Solo el sonido de las dos antorchas y la respiración de ambos. Entonces, un leve temblor en el aire, casi imperceptible, distorsionó el horizonte sobre sus cabezas, como si una fina película de agua hubiera vibrado en el aire. Y de pronto, sin aviso, el cuervo apareció. No descendió desde las alturas, ni vino volando desde la distancia. Simplemente… emergió. Cruzó una frontera invisible en el aire, y su cuerpo oscuro rasgó algo que ninguno de los dos podía ver. Un parpadeo de sombra, un roce de viento frío, y allí estaba, suspendido por un instante en mitad de la nada. Isabella dio un salto hacia atrás, con un grito ahogado, mientras la antorcha lanzaba chispas al suelo.
  • ¡Por todos los santos! ¿De dónde ha salido ese pajarraco?
Drake lo observó sin sorpresa. El ave se posó sobre su hombro, ladeando la cabeza, con los ojos brillando como brasas húmedas. Extendió una mano para acariciarle las plumas, pero el animal se movía inquieto, como si intentara advertirle de algo. La superficie del cielo volvió a temblar, mostrando por un segundo un resplandor tenue, circular, apenas perceptible: una cúpula invisible que los rodeaba, encerrándolos dentro de aquel claro.

Isabella sintió el estómago encogerse.
  • ¿Qué demonios sucede aquí? - preguntó, con la voz quebrada. Acercándose más hacía el, mirando con ojos muy abiertos hacía todos lados.
Drake no respondió de inmediato. El cuervo le picoteó la mejilla con suavidad, y el marinero cerró los ojos un instante, como si escuchara algo que solo él podía oír. Finalmente, musitó con voz grave, apenas un murmullo:
  • Magia negra…
El viento sopló, y las sombras a su alrededor parecieron cobrar vida. La antorcha chisporroteó, lanzando destellos anaranjados sobre los troncos húmedos. Y entonces… el bosque contuvo la respiración. Isabella se aferró al brazo de Drake, las piernas temblándole sin poder ocultarlo. Él permaneció inmóvil, con la mirada fija en el claro, en ese espacio en el que la oscuridad parecía más densa, más viva. No sabía qué buscaba exactamente… pero sí comprendía el propósito de aquel encantamiento. Nadie oculta un lugar sin motivo. Y cuando alguien se esfuerza tanto por esconderlo de los ojos humanos, suele ser porque guarda algo que no debe ser encontrado.

El Cuervo inspiró despacio, su voz grave quebrando el silencio.
  • He pasado media vida entre gitanos, brujos jamaicanos y santeras del Caribe - murmuró, más para sí que para ella - He visto a una vieja de Santiago convertir un espejo en un pozo, y hacer que un hombre se ahogara mirando su propio reflejo… En Trinidad conocí a un houngan que hablaba con los muertos, y no con palabras… sino con humo. Y una vez, en Veracruz, una mujer tocó un violín hasta que los perros del pueblo empezaron a reír.
Isabella se encogió un poco más junto a él, con los ojos muy abiertos, el miedo latiéndole en la garganta.
  • ¿Crees en esas cosas?
Drake no respondió enseguida. Dio un paso hacia el centro del claro, su sombra alargándose bajo la luz temblorosa.
  • Creo en lo que veo… Y sé que, donde hay magia, hay talismanes - dijo al fin - Puntos de anclaje donde la realidad se amarra para no soltarse. Si encontramos eso… encontraremos lo que la magia intenta ocultar.
Ella tragó saliva, apretando la antorcha con fuerza.
  • ¿Pero qué buscamos exactamente? - preguntó, la voz casi un susurro - ¿Qué forma tiene? ¿De qué color es?
El Cuervo giró apenas la cabeza, su perfil recortado contra el resplandor de las llamas. Le acaricio la mano con suavidad, con cariño, intentando relajarla.
  • No busques nada - contestó con calma - Tan solo observa… y espera a ver algo que no debería estar allí. Lo sabrás en cuanto lo veas, confía en mí.
El bosque volvió a moverse a su alrededor. Un murmullo bajo, como de hojas que susurran secretos. Isabella lo notó entonces: en aquel claro había demasiadas sombras para tan poca luz. Avanzaron despacio rodeando el claro, con pasos medidos, apartando ramas y helechos que les rozaban las mejillas como dedos curiosos. Cada sonido del bosque parecía amplificado: el crujir de las hojas bajo sus botas, el rumor lejano del mar, el leve siseo del viento colándose entre los troncos. Isabella mantenía la antorcha en alto, su llama temblando con cada soplo de aire, mientras sus ojos escudriñaban el suelo, las raíces, los huecos entre las piedras.

Drake iba unos pasos por delante, observando cada detalle con esa calma inquietante que lo caracterizaba. Su mirada se movía como la de un cazador que ya huele la presa, pero que no sabe aún de qué especie es. De pronto, Isabella se detuvo en seco.
  • Mira, Drake… - susurró, con un hilo de voz - Allí, justo debajo de aquel helecho.
Él giró la cabeza con rapidez. La antorcha proyectó un destello dorado sobre la espesura y reveló algo. Drake se acercó con cautela, apartó las hojas húmedas con la punta de su bota y se agachó. El fuego iluminó el objeto: una piedra plana, del tamaño de una mano, perfectamente lisa, demasiado lisa para haber sido tallada por la naturaleza. En su centro, un símbolo estaba grabado con precisión enfermiza: un espiral formado por tres líneas entrelazadas, que parecía moverse al ritmo de la llama. No era pintura. Aquello ardía con una tenue luz azulada, como si respirara. Drake extendió la mano sin tocarlo, sintiendo un leve pulso en el aire, una vibración que subía desde el suelo hasta los huesos.
  • Eso es… - murmuró con solemnidad - Lo encontramos.
Isabella lo miró sin comprender, con el rostro iluminado por el resplandor sobrenatural del símbolo. Drake clavó los ojos en la piedra y, por un instante, juró ver su reflejo parpadear… pero no con su rostro, sino con el de otra persona que lo miraba desde dentro.
  • ¡Ayudaaaaa! - gritó por enésima vez Grace, que por pura terquedad había conseguido arrancarse el pañuelo que le tapaba la boca.
Forcejeaba con las cuerdas que la mantenían sujeta. Los nudos eran gruesos, apretados con una fuerza que parecía inhumana, como si hubiesen sido atados por alguien desesperado. El sudor le corría por el cuello, la piel de sus muñecas ardía. Entonces, el chirrido de la puerta cortó el aire. Grace se quedó inmóvil, el corazón golpeándole el pecho con violencia. Giró la cabeza de golpe, con la respiración entrecortada. No sabía qué rostro vería… pero sabía que el demonio había vuelto. Por un instante, su mente se quebró entre el alivio y el horror: era Drake.
Pero la razón tardó menos de un suspiro en desvanecerse.
  • ¡Aléjate de mí, demonio! - rugió con voz desgarrada . ¡Juro que te mataré si das un paso más!
  • Capitana… tranquilízate, soy yo. Soy Drake.
  • ¡Cállate! - aulló ella, fuera de sí - ¡Sé lo que eres, maldito impostor!
Drake dio un paso adelante, intentando alcanzar su hombro. Grace reaccionó como una fiera acorralada: giró el cuello y trató de morderlo. Él se apartó justo a tiempo, pero no pudo esquivar el escupitajo que le salpicó la mejilla y la frente. La capitana se agitaba como un animal salvaje, los ojos encendidos, el cabello pegado al rostro por el sudor. Cada respiración era un gruñido, cada intento por soltarse una sacudida desesperada.

Entonces, la puerta se cerró de golpe y un cuerpo se apoyó contra ella. Isabella estaba allí, con la antorcha temblando en la mano, el rostro pálido y los labios entreabiertos por el miedo.
  • Grace… - susurró, sin apartarse de la puerta - somos nosotros. Por Dios, mírame… somos nosotros.
Como si sus palabras llevaran el sello de alguna magia tenue y antigua, la capitana aflojó la tensión en su cuerpo. Un hilo de duda atravesó su furia: si eran dos voces, si había dos presencias frente a ella, entonces quizá no todo fuese ilusión. Aun así, la desconfianza no la abandonaba. Drake no perdió tiempo. Con manos rápidas y seguras fue deshaciendo los nudos que la ataban; la cuerda, húmeda y crujiente, cedió una a una. Cuando Grace quedó libre, se incorporó en un único movimiento, el sable ya desenfundado y blandiéndolo con la sombra de quien no confiaba en ningún gesto ni en ninguna palabra. Drake se puso en pie con las palmas levantadas, gesto mudo de rendición; Isabella, tras él, se pegó a la puerta semi abierta, la antorcha proyectando su perfil en la penumbra.
  • No te acerques ni un paso más - rugió Grace, cada sílaba una amenaza - Juro que te partiré en dos.
  • Grace, maldita sea…somos nosotros - intentó explicar Drake, con voz medida, desesperado por ser creído - ¿Es que no lo ves?
  • Sé que puedes cambiar de forma - replicó ella, como si hablara para convencerse a sí misma - Te convertiste en mí antes de dejarme aquí atada; lo vi con mis propios ojos. ¡Eres un demonio cambia pieles!
Drake ladeó el rostro, perplejo. Grace ya no parecía solo enfadada. Estaba en un estafo febril, provocado por el miedo, los dientes le castañeaban y la mirada le vibraba entre la locura y el pánico. Él avanzó un paso, intentando acortar la distancia sin provocar más violencia. La hoja de la capitana brilló, firme, rozando su pecho: amenaza y frontera.
  • ¡Último aviso, brujo! - gritó - ¡Retrocede y deja que me vaya, o te mato ahora mismo!
Drake se detuvo. Por un instante, barajó mil opciones para arrancar de ella la certeza de la traición. Entonces, sin forzar la suerte, dejó escapar una pregunta que sonó a reto dulce y astuto. Una pregunta muy sencilla, pero que podía iluminar como un faro en la niebla.
  • Dime, capitana… ¿temes a la muerte?
El sable vaciló en su mano. Grace permaneció inmóvil, la respiración contenida, como si de repente aquella pregunta le hubiera devuelto la fe.
  • ¿Co… cómo has dicho? - preguntó ella con los ojos desorbitados.
  • Tu nombre es Grace O’Malley - respondió Drake, la voz baja como quien pronuncia una consagración - capitana del Red Viper, fuego en la proa y furia en la popa, el navío pirata que hace temblar cuarteles y puertos en los siete mares conocidos. Hermana de una santera que susurra al mar. Esposa de un astrónomo de alma pura y temple de acero. Madre de Maverick, cuyo pequeño pecho ya guarda el rugido de un león. Eres el fuego que empuja a tu tripulación a desafiar el mundo entero.
Grace permaneció con la boca abierta, la respiración entrecortada; sus dedos, aún aferrados a la empuñadura del sable, comenzaron a ceder. Drake no paró: avanzó un paso más, y con firmeza posó las dos palmas sobre sus hombros, como un gesto que ancla.
  • Tú me hiciste esa pregunta, no hace mucho tiempo atrás - dijo - Yo respondí entonces sin dudar. Y desde aquel instante, mi capitana, juré navegar a vuestro lado hasta que el mar reclamase mi nombre o la muerte me ofreciera su amargo beso.
La sonrisa de Drake era honesta; en ella se reconocía una promesa que no pedía devolución. Grace la vio y la certeza la atravesó como un golpe cálido. Dejó caer la espada, el metal clavando un sonido seco en la cabaña, y se lanzó contra él. Se abrazaron con la urgencia de quienes recuperan algo que pensaban perdido: Grace lloró, rota y niña de nuevo, como aquella muchacha de Bristol con los cabellos enmarañados y la vida hecha pedazos.
  • Alguien se acerca - susurró Isabella, doblegando el silencio con la simple gravedad de su voz - Esperad… es… es Vihaan.
Abrió la puerta de un empujón y salió, corriendo a su encuentro. El llanto de Grace se apagó en un segundo; su cuerpo pareció tensarse como una cuerda. Recogió la espada de un movimiento y gritó mientras salía detrás de ella:
  • ¡Detente, Isabella! - la voz cortó el aire - ¡Lo que hay ahí afuera no es Vihaan!
Drake desenfundó su espada al instante y se lanzó tras ella, sin dudar ni un segundo. El cuervo sobre su hombro agitó las alas, inquieto, graznando con un sonido áspero que parecía rasgar la propia noche. Los animales, tan ligados al mundo natural, percibían cosas que los humanos, adormecidos por un mundo artificial y alejados de la esencia de la vida, eran incapaces de notar. Cada brizna de aire, cada sombra, cada vibración del suelo les hablaba; aquel pequeño ser alado sentía con claridad la presencia de quien ahora se ocultaba bajo un rostro familiar, un engaño que su instinto desenmascaraba al instante. Y así se lo comunicó a Drake, el cual entendió al instante el peligro que acechaba fuera de aquella cabaña, bañada en magia oscura.

Isabella apenas pudo dar unos pasos más. La mano firme de Grace sobre su hombro la detuvo en seco, apartándola con suavidad pero con autoridad. La capitana avanzó, cada paso seguro, hacia Vihaan, que permanecía de pie en medio del claro, inmóvil, como una estatua tallada en la penumbra. Su mirada estaba vacía, como un espejo roto que reflejaba solo el vacío, y Grace comprendió, con un escalofrío recorriéndole la espalda, que aquello que veía no era más que una piel que cubría algo ancestral y horrible, latente justo debajo del rostro del hombre que amaba.

El filo de la espada cortó el aire con un silbido amenazador y quedó posado, frío, sobre el pecho de Vihaan. La luna lanzó su brillo sobre la hoja y el destello se perdió en la espesura del bosque. Brujo y capitana se miraron un instante sin hablar; un silencio que pesaba como una tumba. Grace midió sus fuerzas, contando cada latido. Meditó sus palabras, pues nunca antes se había enfrentado a un enemigo así. Seguía siendo aquella capitana que había desafiado tormentas, dioses e imperios, pero ahora un nuevo latido convivía con el fuego de su corazón. Ahora también era madre, y ese recién nacido le daba una urgencia nueva, feroz, implacable. No temía por ella, ni por su vida… temía por la del pequeño Maverick.

El Weñefe, por su parte, no mostraba más emoción que un vacío primitivo. Sus ojos eran carbón sin reflejo; no amaba, no recordaba la humanidad de su alma. Tan sólo lo empujaba un hambre insaciable, tan antiguo como la misma noche.
  • Si hemos profanado tu hogar, te pido disculpas, brujo - dijo Grace sin bajar la hoja - Tan solo vinimos a por agua y algo de comida. No buscamos problemas… Así que nos marcharemos, y tú nos dejas ir.
Vihaan no habló. Permaneció inmóvil, de piedra; su figura parecía tallada por la sombra.
Grace clavó la vista en esos ojos negros, como un pozo sin fondo.
  • Eres poderoso, no lo niego… pero estás solo. Ya has visto lo que te espera en la playa. Y aunque tu poder me haya engañado a mí, sabes que no podrás engañarlos a todos - sin aguardar más, se dirigió a sus compañeros - Vamos. Volvamos a casa.
Drake e Isabella se pusieron en movimiento con pasos medidos. Grace los siguió, la espada aún apuntando al ser inmóvil, sin darle la espalda. El Weñefe permaneció quieto en el claro; su presencia, una mancha que absorbía la luz. Cuando casi habían cruzado el borde del círculo de árboles, la boca del brujo se abrió y su voz quebró la quietud del bosque como un látigo.
  • No deseo haceros daño… - musitó con la voz de Vihaan - Pero él os matará.
Grace caminaba hacia atrás, sin apartar la mirada de él.
  • Apretad el paso - susurró - Pero no corráis.
  • Será mejor que corráis - dijo entonces la voz, mirando a la nada - Puedo retenerlo un instante, pero no eternamente. Id hacia el mar. No miréis atrás, no os detengáis por nada. Veáis lo que veáis, escuchéis lo que escuchéis…
Ella se detuvo un momento al borde del claro, contemplado en silencio. Un manto negro parecía envolverle; por un instante la capitana creyó ver una forma demoniaca adherida a su cuerpo, como una prisión que lo consumía desde dentro.
  • ¿Quién eres, brujo? - preguntó, la espada temblando apenas.
Vihaan giró la cabeza en un movimiento imposible. La giró por completo, dando la vuelta entera. Lento y pausado, los huesos crujiendo, como si protestaran al ser rotos. La palabra que brotó de su garganta fue una única advertencia, una maldición oscura y demoniaca:
  • Corred…
Continuará…
 
Por cierto, la historia que cuenta Drake de focas que se despojan de su piel para moverse entre los humanos me ha recordado en cierta manera a Mímic, en el que las Mantis religiosas se ponían un traje y sombrero para que parecieran humanos.
 
Tenían muy mala milk.
Ya te digo. Recuerdo muy bien la escena esa en el metro. Cuando la doctora esa ve a un hombre quieto tras una columna y cuando se acerca, aparece la cucaracha y se la lleva volando. Me pasa eso a mí, y creo que la peli termina allí mismo, porque la palmo del susto, jajaja.
Con el asco que me dan los bicheros, Dios!
 
Una que también estaba muy bien, aunque no era peli. Era la serie de "V". ¿te acuerdas?
Malditos reptiles cambia pieles, jajaja. Aunque ha envejecido un poco mal, por el tema de efectos especiales y eso, recuerdo que en su momento me impacto mucho.
Buenísima. Cuando la repusieron la vi. Y la volvería a ver.
PD: En esta serie Freddy Krugger hacia de bueno. 😂😂
 
Recuerdo que la primera vez que la vi y en la primera escena en la que el protagonista descubre que son lagartos, me quedé en shock.
En aquella época se puso de moda unos ratones de gominolas. 😂😂
 
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