Capítulo 73 - Weñefe, el ladrón de almas: La leyenda Mapuche cobra vida
Grace seguía a toda prisa a Akuma, abriéndose paso entre los árboles como si la oscuridad quisiera tragarlas. Las ramas arañaban sus rostros, el aire húmedo se les pegaba a la piel, y la respiración de ambas se mezclaba con el crujido frenético de las hojas bajo sus botas. La capitana podía sentir la mano de la japonesa aferrando su muñeca con una fuerza que no parecía humana, una fuerza nacida del miedo.
- ¡Akuma! ¡No corras tanto, maldita sea! - gritó Grace, tropezando con una raíz que casi la hizo caer - ¡No veo nada!
- ¡Rápido! ¡Mi hermana…! - respondía una y otra vez, la voz cortada, temblorosa - Está herida… ¡Rápido!
El bosque parecía cerrarse sobre ellas, denso, impenetrable. Grace apretó los dientes y el paso, forzando la vista para distinguir siquiera la silueta que tiraba de ella hacia adelante. Pero cuanto más avanzaban, más sentía que se adentraban en un mundo que no era del todo real.
Ya no se oían las voces de la tripulación en la playa, ni el rumor de las olas, ni siquiera el zumbido de los insectos. Solo el latido del corazón de Grace, resonando como un tambor en la noche. Y entonces lo sintió: algo cambió en el aire. Un frío repentino, como si el bosque contuviera el aliento. La capitana levantó la mirada. Akuma seguía tirando de ella… pero por un instante, solo por un instante, juraría que la mano que la sujetaba ya no era del todo… humana.
No muy lejos de ellas, Drake e Isabella se abrían paso entre la espesura, guiados por la luz temblorosa de las antorchas. Ninguno de los dos era buen rastreador, pero entre la suerte y la urgencia lograban seguir el rastro marcado sobre la tierra húmeda. El aire era denso, cargado de un silencio antinatural, y cada paso resonaba como un eco en un bosque que parecía contener la respiración.
Drake se detuvo de golpe, bajó en cuclillas y acercó la antorcha al suelo. Las sombras danzaban entre el fango.
- ¿Has perdido el rastro? - preguntó Isabella, inclinándose junto a él.
- No… - murmuró el Cuervo, frunciendo el ceño - Está aquí, pero… hay algo raro.
- ¿El qué?
Drake señaló las huellas con el dedo.
- Fíjate en el tamaño. No es el correcto.
- ¿Qué quieres decir?
Drake guardó silencio unos segundos. Podía distinguir sin problema las pisadas de Grace, pequeñas y firmes, marcadas por el paso decidido de una mujer. Pero las otras… eran más hondas, alargadas, y mucho más grandes. Apretó la mandíbula, notando un escalofrío recorrerle el cuerpo.
- Estas no son las pisadas de Akuma… - susurró.
Se incorporó de golpe, con la mirada encendida.
- Tenías razón, Isabella… - dijo con voz grave - Tu presentimiento era cierto… Aquí hay algo que no huele nada bien.
Sin decir más, avanzaron a toda prisa, con el corazón latiéndoles en la garganta. Las sombras parecían moverse entre los troncos, y cada paso los arrastraba más adentro de un bosque que ya no parecía pertenecer al mundo de los vivos.
Mientras, en la playa…
- ¡Esta carne es de primera! - sonrió Bhagirath, con los antebrazos manchados de sangre mientras desollaba los pudús - Los pondremos en salazón para que aguanten el máximo tiempo posible.
- No ha salido nada mal esta parada en el camino - rió Cortés, sujetando una de las patas del animal - Hemos conseguido agua, carne, frutas y vegetales.
- Solo falta una cosa para que fuera perfecto, ¿verdad?
- Claro que sí - contestó el español con una carcajada - Mala suerte que la naturaleza no haya creado aún el árbol del ron.
Ambos rieron, el sonido seco del cuchillo al partir hueso mezclándose con las olas que rompían perezosas contra la orilla. Pero la risa murió pronto. Un llanto agudo cortó el aire. El de Maverick.
Vihaan lo sostenía entre los brazos, tratando calmarlo con suaves balanceos, murmurando palabras dulces que no lograban acallar la furia del pequeño. Maverick se revolvía inquieto, como si algo invisible lo angustiara. Cortés se acercó, limpiándose las manos en un trapo.
- ¿Qué te pasa pequeño pirata? - preguntó mientras hacia boberías y muecas exageradas que no sirvieron de nada.
Vihaan negó con la cabeza.
- No lo sé… lleva así un buen rato.
El viento cambió de repente, trayendo consigo un olor extraño, metálico, como a hierro mojado. Bhagirath levantó la vista del despiece, frunciendo el ceño.
- ¿Habéis visto a Grace? - preguntó Vihaan, recorriendo la playa con la mirada.
- Hace un momento, en la orilla, señor - respondió Bhagirath, rompiendo un hueso con el filo del cuchillo - ¿El pequeño está hambriento, verdad?
Vihaan no respondió, tan solo asintió con la cabeza. Apretó al niño contra su pecho, notando cómo su pequeño corazón latía con fuerza desbocada. El llanto se hizo más agudo, casi un grito. Los cuervos de Drake que descansaban sobre la arena levantaron el vuelo todos a la vez, en silencio.
Y en el mismo silencio seguía corriendo Grace. El bosque se cerraba a su alrededor, oscuro y espeso, como si la propia naturaleza quisiera ocultarla. Las ramas se mecían lentamente sobre su cabeza, goteando humedad en el aire frío. Seguía corriendo tras Akuma, arrastrada por su urgencia. Sus botas hundiéndose en la tierra blanda, el pulso resonándole en los oídos.
Y entonces la vio.
Entre los troncos retorcidos, apenas visible por el velo de la neblina, se abría un pequeño claro donde se alzaba una terrorífica cabaña. Era una construcción rústica, baja, con las paredes hechas de troncos apilados y barro endurecido. El techo, cubierto de gruesas capas de paja, estaba hundido por los años y por la lluvia. De su interior escapaba una débil columna de humo que ascendía recta al cielo, desvaneciéndose entre los árboles.
La puerta, una tabla vieja reforzada con ramas cruzadas, oscilaba ligeramente, empujada por el viento. En torno a la choza, había un pequeño claro cubierto de helechos y raíces, y a un costado, lo que parecían ser tótems de madera tallada. Los troncos, ennegrecidos por el tiempo, estaban grabados con rostros deformes, figuras que recordaban espíritus animales. Algunos tenían plumas colgando, otros huesos diminutos amarrados con fibras vegetales.
Detrás de la puerta, un círculo de piedras contenía un fuego que aún ardía. Las llamas parpadeaban, iluminando con destellos anaranjados un caldero colgado sobre el hogar. El olor era fuerte, una mezcla de hierbas amargas, humo y algo más… algo que Grace no supo identificar. El bosque entero parecía mirar aquella cabaña. No se oían animales, ni hojas moviéndose. Solo el crepitar del fuego y el sonido tenue de algo que se agitaba dentro. Grace se detuvo, con la respiración entrecortada, intentando distinguir algo tras la puerta entreabierta.
- Akuma… - susurró, pero la japonesa no respondió.
Tan solo siguió avanzando, sin mirar atrás, hacia aquella luz que ardía en mitad de la oscuridad.
- ¿De quien demonios es esa cabaña? - preguntó Grace, deteniéndose en seco.
Akuma no respondió. Solo tiraba de ella, con una urgencia que rozaba la locura. Grace la miró a los ojos y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había algo distinto en su mirada… algo que no reconoció.
- ¡Akuma! ¡Detente un momento!, ¡dime qué sucede de una vez!
- ¡Mi hermana está dentro! ¡Rápido, tenemos que ayudarla!
- ¡¿De quién es esa cabaña?!
- ¡De nadie! - gritó, casi fuera de sí - ¡Mi hermana está dentro, está herida!
Grace plantó los pies con fuerza, resistiendo el tirón. Pero Akuma no se detenía; la arrastraba con una fuerza que no parecía suya. Lo que antes era urgencia, ahora era imposición. Ya no parecía llevarla, la arrastraba contra su voluntad. La mano de la japonesa sobre su muñeca se cerró con violencia.
- ¡Suéltame, Akuma! - gritó Grace - ¡Me haces daño!
Pero ella no soltó. Al contrario, la aferró con ambas manos y tiró con más fuerza. Su rostro ya no mostraba desesperación, sino otra cosa… algo primario, algo animal… hambre.
- ¡Suéltame, maldita sea! - pataleó Grace, forcejeando - ¿Qué demonios te pasa?
- ¡SÍGUEMEEEEE!
El grito resonó como un trueno, tan potente que el bosque pareció contener el aliento. Grace abrió los ojos de par en par. Aquella voz no era la de Akuma. No era fría ni pausada, sino ardiente, rota, desesperada… y profundamente ajena.
La capitana miró su rostro, la misma piel, los mismos ojos, pero algo en su interior sabía que aquello que la sujetaba ya no era su amiga. Intentó resistirse, pero fue inútil. Akuma tiró con una fuerza brutal, lanzándola al suelo. Grace cayó de cara contra el fango, sintiendo el sabor metálico de la tierra antes de ser arrastrada hacia la cabaña.
- ¡Ayudaaaaa! - gritó con todas sus fuerzas.
Pero ya era tarde. Akuma pateó la puerta de la choza, que se abrió de golpe con un chasquido seco. Un fuego interior proyectó sombras temblorosas sobre las paredes. Grace apenas tuvo tiempo de respirar antes de que la arrastraran dentro. La puerta se cerró con un golpe sordo… y, en un parpadeo, ya estaba atada de pies y manos, un trapo amordazándole la boca.
El silencio volvió al bosque. Solo el crepitar del fuego dentro de la cabaña siguió vivo.
- ¡¿Que ha sido eso?! - exclamó Isabella, frenándose en seco.
Drake miró atentamente la oscuridad, como si pudiera atravesarla; intentando localizar de donde había llegado aquel grito.
- ¡Vamos! - dijo con urgencia - ¡No perdamos más tiempo!
Siguieron las huellas, corriendo medio agachados, las antorchas rozando el suelo. Hasta que de repente el rastro se perdió. Se detuvieron un instante, intentando ver por donde seguía. Pero allí ya no había nada. Solo un pequeño claro en mitad del bosque, lleno de helechos y raíces.
- ¡Fuelf..taf…meee! - gritaba Grace intentando desacerase de la mordaza.
El interior de la cabaña olía a humo, humedad y sangre vieja. La única luz provenía del fuego bajo el caldero, que proyectaba sombras alargadas y temblorosas sobre las paredes cubiertas de símbolos pintados con barro y ceniza. Talismanes hechos de huesos, plumas y dientes colgaban del techo, moviéndose lentamente con el aire viciado del lugar.
Grace forcejeó, el corazón golpeándole el pecho como un tambor de guerra. Intentó gritar, pero el trapo le ahogó la voz, convirtiendo su súplica en un gemido apenas audible. El fango aún le manchaba la cara. La cuerda que la sujetaba a una estaca del suelo estaba tan apretada que podía sentir cómo le cortaba la circulación.
Akuma, o aquello que parecía Akuma, se movía diferente. Su andar ya no era ligero y felino, sino rígido y quebrado, como si algo invisible guiara sus movimientos. Caminó hasta el fuego y, bajo su luz anaranjada, Grace la vio bien por primera vez. Su piel estaba cubierta de sudor, los ojos inyectados en sangre… y en su boca, un murmullo extraño, gutural, que no parecía pertenecer a ninguna lengua humana.
La capitana quiso creer que era un mal sueño, que el golpe en la cabeza al caer la había confundido. Pero entonces escuchó algo más. Un murmullo que no venía de aquel ser, sino de todas partes. Era como si las paredes respiraran, como si el aire mismo susurrara su nombre con una voz profunda, grave, antigua.
Las palabras resonaron en su cabeza, vibrando como un eco que no venía del exterior, sino de su interior. Akuma, o lo que quedaba de ella, giró lentamente hacia ella. Su sonrisa era imposible, demasiado amplia, casi rompiéndole el rostro. Sus ojos eran distintos, el izquierdo humano, pero el derecho parecía el ojo de un reptil, de un cocodrilo. Y con una voz distorsionada, mezcla de hombre y mujer, susurró:
- Estás muy delgada... solo huesos... no es suficiente para el Weñefe... no... es... suficiente.
El fuego se avivó de golpe, lanzando una llamarada negra que iluminó la cabaña. Y por un instante, Grace vio algo reflejado en el rostro de su captora: una cara que no era la suya, sino el de un anciano cubierto de ceniza, con los labios teñidos de rojo, y un collar de dientes humanos colgando sobre su pecho desnudo. Pero rápidamente, como si fuera un disfraz que pudiera ponerse y quitarse a voluntad, el rostro de Akuma volvió a revelarse.
Grace quiso gritar, forcejear, pero las cuerdas eran firmes como hierro. Su respiración se volvió un jadeo ahogado mientras el fuego del caldero iluminaba las paredes de la choza. El agua hervía con un borboteo siniestro, y sobre una mesa de madera, hierbas, raíces y cuchillos aguardaban en orden ritual. Tan solo faltaba la carne. Y entonces comprendió, demasiado tarde, que ella era el plato principal.
El ser que tenía delante ya no era Akuma. Lo que se movía con su rostro era otra cosa, algo antiguo y ajeno al mundo de los vivos. Grace recordó las historias que MacFarlane contaba junto al timón en las noches calmadas: los selkies del norte de Escocia, que se despojaban de su piel de foca para andar entre los hombres; los pooka irlandeses, espíritus cambiantes que tomaban la forma de amigos o amantes para arrastrar las almas al otro lado del velo. Pero aquello… aquello era más oscuro, más hambriento. Ante sus ojos, la figura de la japonesa comenzó a contorsionarse. Su piel se agrietó como barro seco, sus huesos crujieron al retorcerse, y esa sonrisa antinatural se extendió hasta devorarle el rostro entero, hasta que todo fue boca. El ojo derecho, vertical, como el de una serpiente, la observaba con una atención insoportable, como si quisiera ver más allá de su carne, más allá de su alma.
Grace lo vio acercarse y sintió cómo el aire se volvía espeso, irrespirable. El ser levantó las manos lentamente y las posó sobre sus mejillas. Su tacto era frío, pero vivo, como el roce de algo que respira sin necesitar aire. Ella apretó los dientes, cerró los ojos y contuvo el grito, sabiendo, con la certeza de quien se enfrenta a la muerte, que acababa de mirar al verdadero rostro del diablo. Pero no sucedió nada. No hubieron mordiscos, ni cortes. No hubo dolor, ni sufrimiento. Grace abrió los ojos lentamente y lo que vio enfrente… la dejó paralizada, sin aliento.
- ¡Ya está todo preparado, Vihaan! - rugió MacFarlane, ajustándose el correaje del mosquete - ¿Por dónde empezamos a buscar?
- Haremos tres grupos - respondió Vihaan con firmeza - Uno seguirá la playa hacia el norte, otro bajará al sur, y el tercero se internará en el bosque.
El escocés alzó la vista, contemplando la inmensidad de aquella tierra salvaje que se extendía más allá de la vista. El viento arrastraba el olor a sal y a humedad, y el mar, oscuro y en calma, parecía observarlos en silencio. No había rastro alguno de Grace, ni de Drake, ni de Isabella. Los habían buscado sin descanso, gritando sus nombres hasta desgarrarse la voz, pero la única respuesta había sido el eco y la soledad. Vihaan ya no podía esperar más. La impaciencia le bullía bajo la piel, y el miedo, aunque no lo decía, lo mordía por dentro.
- Será como buscar una aguja en un pajar… ¡maldita sea! - gruñó MacFarlane, y sin más, echó a correr hacia el norte con un grupo de hombres.
- Si el escocés se dirige al norte, nosotros peinaremos el sur - dijo el Perro, ajustando su cuchillo al cinto - Si los encontráis, hacedlo saber. Nos reuniremos aquí de nuevo, todos.
- Nosotras entraremos en el bosque - añadió Akuma con una calma glacial - Rastrearemos cada tronco, cada pieza y cada sombra. Te doy mi palabra Vihaan, los encontraremos.
- ¡Nada de tomar riesgos! - ordenó él - Si veis algo extraño, tres disparos al cielo. ¿Entendido?
Las partidas se dispersaron, las antorchas abriéndose paso entre la oscuridad. Los gritos, las llamadas y el vaivén del fuego, se perdieron en la noche. Solo las gemelas avanzaron en silencio, acompañadas por el andar acechante de Kage. Ellas no necesitaban luz ni gritos. Cazaban a su manera.
Vihaan se quedó mirando cómo se desvanecían entre los árboles.
- Si me quedo aquí me voy a volver loco - murmuró, echando una mirada al bosque - Voy con ellas.
- ¡Y yo voy con usted, señor! - dijo Bhagirath, dejando los cuchillos sobre la mesa ensangrentada.
- ¡No! - replicó Vihaan - Quédate con Maverick. Cuida de él.
Empezó a desatar el pañuelo que sostenía al niño contra su pecho, pero se detuvo de repente, al ver movimiento entre los árboles. Alguien emergía del bosque, tambaleándose bajo la luz pálida de la luna. Era Grace. Avanzaba cojeando, con la ropa empapada en sangre y el rostro desencajado. Su respiración era un jadeo irregular, y sus ojos, llenos de pánico, parecían no ver lo que tenía delante.
- ¡Grace, maldita sea! - gritó Vihaan al correr hacia ella - ¿Dónde demonios estabas?
- ¡Akuma! - dijo ella con voz rota - ¡Está herida! ¡Rápido, hemos de ir a buscarla!
- ¿Akuma? - frunció el ceño - Pero si hace un momento…
- ¡Está herida! - lo interrumpió, desesperada - ¡Rápido, ven conmigo! ¡Algo nos atacó en el bosque!
Vihaan sintió cómo ella lo sujetaba de la muñeca, tirando de él con una fuerza inesperada. Dio unos pasos, pero algo no encajaba. Se detuvo en seco.
- Espera, Grace… ¿qué te sucede?
- ¡Es Akuma! - gritó ella - ¡Algo grande nos atacó! ¡Ven conmigo, rápido!
Vihaan la miró, confundido.
- Akuma estaba conmigo, Grace. Hace rato que llegó con Shinrei y Kage. Acaban de salir a buscarte… como todos los demás.
La capitana se detuvo en seco. Su respiración se calmó de golpe. Y entonces, lentamente, algo empezó a cambiar en su rostro. Los ojos de Grace descendieron hasta Maverick, que gimoteaba aún atado al pecho de su padre. Una sombra cruzó su rostro, y Vihaan sintió cómo el mundo se helaba. Aquella mirada… No había alivio, ni ternura. Solo hambre.
El instinto habló antes que la razón. Dio un paso atrás, protegiendo al niño con el antebrazo, intentando soltar aquella mano que se aferraba a su muñeca con fuerza inhumana. Grace avanzó un paso. La luna iluminó apenas su rostro.
- ¿Qué… qué diablos haces? - preguntó Vihaan, la voz rota por el pánico, mientras ella sonreía y se acercaba a Maverick con los ojos muy abiertos, inhumanos.
El llanto del niño estalló entonces, un alarido agudo y primitivo que desgarró la noche: el grito de un animal indefenso que siente la presencia de un depredador cerca. Vihaan lo supo en el instante en que la fibra más íntima de su instinto le gritó que estuviera alerta: esa mujer no era la madre de Maverick. No era la Grace que él conocía y amaba.
- ¡Detente demonio! - bramó, salvaje, blandiendo su voz como una espada.
La noche pareció contener el aliento. La figura que simulaba a la capitana clavó en Vihaan una mirada extraña, y por un segundo todo quedó suspendido: el mar, el viento, los latidos. Una sombra surgió entonces. Akuma apareció tan silenciosa que nadie supo de donde había salido, y en un movimiento apenas perceptible se colocó tras la impostora. Con precisión quirúrgica, apoyó un kunai helado contra la carne de su cuello. La hoja besó la piel; la amenaza fue un hilo de acero entre dos voluntades. Vihaan sintió la distancia mínima entre la vida y la muerte.
- Si das un paso más, bruja - susurró Akuma, la voz fría como el filo que sostenía - Será lo último que hagas en vida.
Grace no habló. Sus labios, curvados aún en aquella sonrisa llena de hambre, no encontraron palabras. En sus ojos, algo reptiliano parpadeó como una luz tenebrosa que se niega a morir. Vihaan, el brazo protegiendo al niño, notó cómo la furia y el terror se mezclaban en su garganta. El aire olía a sangre, a barro, a humo lejano. Todo en la playa, en el bosque, parecía haberse acercado para contemplar aquel instante: el silencio de la caza, la pausa antinatural antes del desenlace. Akuma apretó apenas el kunai. La amenaza no era ya un acto: era la sentencia suspendida en una hebra de acero.
Vihaan dio un paso atrás, el corazón paralizado. La mujer frente a él, la que tenía el rostro de Grace, seguía sonriendo, y aquella sonrisa no tenía nada de humano. Se alargó más allá de lo posible, tensando la piel como si fuera cera derretida, hasta que las comisuras rozaron las mejillas y los dientes se curvaron en una mueca de locura. Un sonido sordo, húmedo, emergió de su garganta. El aire vibró. La figura tembló, convulsionando como si un fuego invisible la consumiera por dentro. Vihaan sujetó con fuerza al niño contra su pecho, incapaz de apartar la mirada. El rostro de Grace comenzó a deshacerse, a fragmentarse en sombras que reptaban por su piel como tinta viva. Sus ojos se oscurecieron por completo, volviéndose pozos sin fondo. El cuerpo se encogió, los huesos crujieron en una danza grotesca de chasquidos y pliegues imposibles. Los brazos se disolvieron en alas negras, largas y afiladas como cuchillas.
Akuma retrocedió un paso, con el kunai aún en la mano, observando la metamorfosis sin comprender del todo qué estaba viendo. En cuestión de segundos, donde antes había estado la capitana solo quedaba una sombra alada, envuelta en un torbellino de plumas negras que revoloteaban a su alrededor como cenizas encendidas. Un graznido áspero, gutural, cortó el silencio. El cuervo extendió sus alas y, con un batir repentino, se elevó en el aire, levantando una nube de polvo y hojas secas. Giró una vez sobre ellos, dejando caer un par de plumas que descendieron lentamente, brillando con un fulgor azulado bajo la luz de la luna.
Vihaan alzó la vista, siguiendo la silueta que se alejaba entre las ramas, hasta perderla en el horizonte. El graznido del ave resonó una última vez, largo y hueco, como un eco burlón que se perdía en la inmensidad del bosque. El viento volvió entonces, arrastrando con él el murmullo del mar. Pero el aire ya no era el mismo. Había un silencio distinto, denso, como si algo antiguo, algo que no debía existir, acabara de despertar.
- ¿Que demonios es eso? - pregunto Vihaan observando el vuelo de aquel demonio.
- Vuelve con los demás y protege a tu hijo - susurró la japonesa - Preparadlo todo para partir rápido… Y sobretodo… manteneros alerta, no confiéis en nadie, aunque sea un rostro conocido, aunque os llame por vuestro nombre…
Akuma no dijo nada más, tan solo guardó su kunai, cogió el mosquete de la espalda de Vihaan, realizó tres tiros al aire y se lo devolvió. En silencio se deslizó suavemente fundiéndose en la espesa oscuridad, siguiendo el rastro de aquel demonio que podía volar como un cuervo, y hablar como una mujer. Entre las sombras se encontró de nuevo a sus hermanas y sin que hicieran falta palabras, las tres partieron de nuevo a cazar. Esta vez no a ciervos incautos, si no a un peligroso enemigo que podía adoptar mil formas. Un ladrón de almas, despiadado y hambriento.
- ¿Has encontrado algo? - preguntó Isabella, alzando la antorcha y moviéndola de un lado a otro.
El fuego proyectaba sombras alargadas contra los árboles, que parecían retorcerse y respirar al compás del viento. Su voz temblaba, aunque intentaba disimularlo tras un tono práctico, concentrado.
- Tiene que haber algún rastro, alguna huella, algo… - murmuró sin dejar de buscar.
Drake, en cambio, avanzaba despacio entre los helechos. Cada paso hundía sus botas en la tierra húmeda, levantando un tenue vapor que olía a podredumbre y savia. Sus ojos no se fijaban en el suelo, pues ya sabía, con una certeza visceral, que allí no encontrarían nada. Por eso miraba hacia arriba, buscando respuestas en el techo negro del bosque, y más allá.
Frunció el ceño. Una idea retorcida cruzó su mente, poco a poco haciéndose más posible. Había algo extraño en el cielo. No sabría explicar qué era, pues no conocía los astros ni los secretos del firmamento, pero lo sentía dentro de su pecho. Las estrellas estaban ahí, sí, pero su luz parecía detenida, inmóvil, como si alguien hubiera pintado el firmamento en un lienzo y lo hubiese colocado sobre ellos. Drake levantó el ala de su sombrero con una mano, ladeó la cabeza y murmuró:
Antes de que Isabella pudiera preguntar, el Cuervo llevó dos dedos a los labios y lanzó un silbido, corto y entrecortado, un sonido que se perdió entre las ramas.
- ¿Se puede saber qué haces? - preguntó ella, algo irritada, acercándose con la antorcha en alto.
- Observa… - susurró él sin apartar la vista del cielo.
Durante unos segundos no ocurrió nada. Solo el sonido de las dos antorchas y la respiración de ambos. Entonces, un leve temblor en el aire, casi imperceptible, distorsionó el horizonte sobre sus cabezas, como si una fina película de agua hubiera vibrado en el aire. Y de pronto, sin aviso, el cuervo apareció. No descendió desde las alturas, ni vino volando desde la distancia. Simplemente… emergió. Cruzó una frontera invisible en el aire, y su cuerpo oscuro rasgó algo que ninguno de los dos podía ver. Un parpadeo de sombra, un roce de viento frío, y allí estaba, suspendido por un instante en mitad de la nada. Isabella dio un salto hacia atrás, con un grito ahogado, mientras la antorcha lanzaba chispas al suelo.
- ¡Por todos los santos! ¿De dónde ha salido ese pajarraco?
Drake lo observó sin sorpresa. El ave se posó sobre su hombro, ladeando la cabeza, con los ojos brillando como brasas húmedas. Extendió una mano para acariciarle las plumas, pero el animal se movía inquieto, como si intentara advertirle de algo. La superficie del cielo volvió a temblar, mostrando por un segundo un resplandor tenue, circular, apenas perceptible: una cúpula invisible que los rodeaba, encerrándolos dentro de aquel claro.
Isabella sintió el estómago encogerse.
- ¿Qué demonios sucede aquí? - preguntó, con la voz quebrada. Acercándose más hacía el, mirando con ojos muy abiertos hacía todos lados.
Drake no respondió de inmediato. El cuervo le picoteó la mejilla con suavidad, y el marinero cerró los ojos un instante, como si escuchara algo que solo él podía oír. Finalmente, musitó con voz grave, apenas un murmullo:
El viento sopló, y las sombras a su alrededor parecieron cobrar vida. La antorcha chisporroteó, lanzando destellos anaranjados sobre los troncos húmedos. Y entonces… el bosque contuvo la respiración. Isabella se aferró al brazo de Drake, las piernas temblándole sin poder ocultarlo. Él permaneció inmóvil, con la mirada fija en el claro, en ese espacio en el que la oscuridad parecía más densa, más viva. No sabía qué buscaba exactamente… pero sí comprendía el propósito de aquel encantamiento. Nadie oculta un lugar sin motivo. Y cuando alguien se esfuerza tanto por esconderlo de los ojos humanos, suele ser porque guarda algo que no debe ser encontrado.
El Cuervo inspiró despacio, su voz grave quebrando el silencio.
- He pasado media vida entre gitanos, brujos jamaicanos y santeras del Caribe - murmuró, más para sí que para ella - He visto a una vieja de Santiago convertir un espejo en un pozo, y hacer que un hombre se ahogara mirando su propio reflejo… En Trinidad conocí a un houngan que hablaba con los muertos, y no con palabras… sino con humo. Y una vez, en Veracruz, una mujer tocó un violín hasta que los perros del pueblo empezaron a reír.
Isabella se encogió un poco más junto a él, con los ojos muy abiertos, el miedo latiéndole en la garganta.
Drake no respondió enseguida. Dio un paso hacia el centro del claro, su sombra alargándose bajo la luz temblorosa.
- Creo en lo que veo… Y sé que, donde hay magia, hay talismanes - dijo al fin - Puntos de anclaje donde la realidad se amarra para no soltarse. Si encontramos eso… encontraremos lo que la magia intenta ocultar.
Ella tragó saliva, apretando la antorcha con fuerza.
- ¿Pero qué buscamos exactamente? - preguntó, la voz casi un susurro - ¿Qué forma tiene? ¿De qué color es?
El Cuervo giró apenas la cabeza, su perfil recortado contra el resplandor de las llamas. Le acaricio la mano con suavidad, con cariño, intentando relajarla.
- No busques nada - contestó con calma - Tan solo observa… y espera a ver algo que no debería estar allí. Lo sabrás en cuanto lo veas, confía en mí.
El bosque volvió a moverse a su alrededor. Un murmullo bajo, como de hojas que susurran secretos. Isabella lo notó entonces: en aquel claro había demasiadas sombras para tan poca luz. Avanzaron despacio rodeando el claro, con pasos medidos, apartando ramas y helechos que les rozaban las mejillas como dedos curiosos. Cada sonido del bosque parecía amplificado: el crujir de las hojas bajo sus botas, el rumor lejano del mar, el leve siseo del viento colándose entre los troncos. Isabella mantenía la antorcha en alto, su llama temblando con cada soplo de aire, mientras sus ojos escudriñaban el suelo, las raíces, los huecos entre las piedras.
Drake iba unos pasos por delante, observando cada detalle con esa calma inquietante que lo caracterizaba. Su mirada se movía como la de un cazador que ya huele la presa, pero que no sabe aún de qué especie es. De pronto, Isabella se detuvo en seco.
- Mira, Drake… - susurró, con un hilo de voz - Allí, justo debajo de aquel helecho.
Él giró la cabeza con rapidez. La antorcha proyectó un destello dorado sobre la espesura y reveló algo. Drake se acercó con cautela, apartó las hojas húmedas con la punta de su bota y se agachó. El fuego iluminó el objeto: una piedra plana, del tamaño de una mano, perfectamente lisa, demasiado lisa para haber sido tallada por la naturaleza. En su centro, un símbolo estaba grabado con precisión enfermiza: un espiral formado por tres líneas entrelazadas, que parecía moverse al ritmo de la llama. No era pintura. Aquello ardía con una tenue luz azulada, como si respirara. Drake extendió la mano sin tocarlo, sintiendo un leve pulso en el aire, una vibración que subía desde el suelo hasta los huesos.
- Eso es… - murmuró con solemnidad - Lo encontramos.
Isabella lo miró sin comprender, con el rostro iluminado por el resplandor sobrenatural del símbolo. Drake clavó los ojos en la piedra y, por un instante, juró ver su reflejo parpadear… pero no con su rostro, sino con el de otra persona que lo miraba desde dentro.
- ¡Ayudaaaaa! - gritó por enésima vez Grace, que por pura terquedad había conseguido arrancarse el pañuelo que le tapaba la boca.
Forcejeaba con las cuerdas que la mantenían sujeta. Los nudos eran gruesos, apretados con una fuerza que parecía inhumana, como si hubiesen sido atados por alguien desesperado. El sudor le corría por el cuello, la piel de sus muñecas ardía. Entonces, el chirrido de la puerta cortó el aire. Grace se quedó inmóvil, el corazón golpeándole el pecho con violencia. Giró la cabeza de golpe, con la respiración entrecortada. No sabía qué rostro vería… pero sabía que el demonio había vuelto. Por un instante, su mente se quebró entre el alivio y el horror: era Drake.
Pero la razón tardó menos de un suspiro en desvanecerse.
- ¡Aléjate de mí, demonio! - rugió con voz desgarrada . ¡Juro que te mataré si das un paso más!
- Capitana… tranquilízate, soy yo. Soy Drake.
- ¡Cállate! - aulló ella, fuera de sí - ¡Sé lo que eres, maldito impostor!
Drake dio un paso adelante, intentando alcanzar su hombro. Grace reaccionó como una fiera acorralada: giró el cuello y trató de morderlo. Él se apartó justo a tiempo, pero no pudo esquivar el escupitajo que le salpicó la mejilla y la frente. La capitana se agitaba como un animal salvaje, los ojos encendidos, el cabello pegado al rostro por el sudor. Cada respiración era un gruñido, cada intento por soltarse una sacudida desesperada.
Entonces, la puerta se cerró de golpe y un cuerpo se apoyó contra ella. Isabella estaba allí, con la antorcha temblando en la mano, el rostro pálido y los labios entreabiertos por el miedo.
- Grace… - susurró, sin apartarse de la puerta - somos nosotros. Por Dios, mírame… somos nosotros.
Como si sus palabras llevaran el sello de alguna magia tenue y antigua, la capitana aflojó la tensión en su cuerpo. Un hilo de duda atravesó su furia: si eran dos voces, si había dos presencias frente a ella, entonces quizá no todo fuese ilusión. Aun así, la desconfianza no la abandonaba. Drake no perdió tiempo. Con manos rápidas y seguras fue deshaciendo los nudos que la ataban; la cuerda, húmeda y crujiente, cedió una a una. Cuando Grace quedó libre, se incorporó en un único movimiento, el sable ya desenfundado y blandiéndolo con la sombra de quien no confiaba en ningún gesto ni en ninguna palabra. Drake se puso en pie con las palmas levantadas, gesto mudo de rendición; Isabella, tras él, se pegó a la puerta semi abierta, la antorcha proyectando su perfil en la penumbra.
- No te acerques ni un paso más - rugió Grace, cada sílaba una amenaza - Juro que te partiré en dos.
- Grace, maldita sea…somos nosotros - intentó explicar Drake, con voz medida, desesperado por ser creído - ¿Es que no lo ves?
- Sé que puedes cambiar de forma - replicó ella, como si hablara para convencerse a sí misma - Te convertiste en mí antes de dejarme aquí atada; lo vi con mis propios ojos. ¡Eres un demonio cambia pieles!
Drake ladeó el rostro, perplejo. Grace ya no parecía solo enfadada. Estaba en un estafo febril, provocado por el miedo, los dientes le castañeaban y la mirada le vibraba entre la locura y el pánico. Él avanzó un paso, intentando acortar la distancia sin provocar más violencia. La hoja de la capitana brilló, firme, rozando su pecho: amenaza y frontera.
- ¡Último aviso, brujo! - gritó - ¡Retrocede y deja que me vaya, o te mato ahora mismo!
Drake se detuvo. Por un instante, barajó mil opciones para arrancar de ella la certeza de la traición. Entonces, sin forzar la suerte, dejó escapar una pregunta que sonó a reto dulce y astuto. Una pregunta muy sencilla, pero que podía iluminar como un faro en la niebla.
- Dime, capitana… ¿temes a la muerte?
El sable vaciló en su mano. Grace permaneció inmóvil, la respiración contenida, como si de repente aquella pregunta le hubiera devuelto la fe.
- ¿Co… cómo has dicho? - preguntó ella con los ojos desorbitados.
- Tu nombre es Grace O’Malley - respondió Drake, la voz baja como quien pronuncia una consagración - capitana del Red Viper, fuego en la proa y furia en la popa, el navío pirata que hace temblar cuarteles y puertos en los siete mares conocidos. Hermana de una santera que susurra al mar. Esposa de un astrónomo de alma pura y temple de acero. Madre de Maverick, cuyo pequeño pecho ya guarda el rugido de un león. Eres el fuego que empuja a tu tripulación a desafiar el mundo entero.
Grace permaneció con la boca abierta, la respiración entrecortada; sus dedos, aún aferrados a la empuñadura del sable, comenzaron a ceder. Drake no paró: avanzó un paso más, y con firmeza posó las dos palmas sobre sus hombros, como un gesto que ancla.
- Tú me hiciste esa pregunta, no hace mucho tiempo atrás - dijo - Yo respondí entonces sin dudar. Y desde aquel instante, mi capitana, juré navegar a vuestro lado hasta que el mar reclamase mi nombre o la muerte me ofreciera su amargo beso.
La sonrisa de Drake era honesta; en ella se reconocía una promesa que no pedía devolución. Grace la vio y la certeza la atravesó como un golpe cálido. Dejó caer la espada, el metal clavando un sonido seco en la cabaña, y se lanzó contra él. Se abrazaron con la urgencia de quienes recuperan algo que pensaban perdido: Grace lloró, rota y niña de nuevo, como aquella muchacha de Bristol con los cabellos enmarañados y la vida hecha pedazos.
- Alguien se acerca - susurró Isabella, doblegando el silencio con la simple gravedad de su voz - Esperad… es… es Vihaan.
Abrió la puerta de un empujón y salió, corriendo a su encuentro. El llanto de Grace se apagó en un segundo; su cuerpo pareció tensarse como una cuerda. Recogió la espada de un movimiento y gritó mientras salía detrás de ella:
- ¡Detente, Isabella! - la voz cortó el aire - ¡Lo que hay ahí afuera no es Vihaan!
Drake desenfundó su espada al instante y se lanzó tras ella, sin dudar ni un segundo. El cuervo sobre su hombro agitó las alas, inquieto, graznando con un sonido áspero que parecía rasgar la propia noche. Los animales, tan ligados al mundo natural, percibían cosas que los humanos, adormecidos por un mundo artificial y alejados de la esencia de la vida, eran incapaces de notar. Cada brizna de aire, cada sombra, cada vibración del suelo les hablaba; aquel pequeño ser alado sentía con claridad la presencia de quien ahora se ocultaba bajo un rostro familiar, un engaño que su instinto desenmascaraba al instante. Y así se lo comunicó a Drake, el cual entendió al instante el peligro que acechaba fuera de aquella cabaña, bañada en magia oscura.
Isabella apenas pudo dar unos pasos más. La mano firme de Grace sobre su hombro la detuvo en seco, apartándola con suavidad pero con autoridad. La capitana avanzó, cada paso seguro, hacia Vihaan, que permanecía de pie en medio del claro, inmóvil, como una estatua tallada en la penumbra. Su mirada estaba vacía, como un espejo roto que reflejaba solo el vacío, y Grace comprendió, con un escalofrío recorriéndole la espalda, que aquello que veía no era más que una piel que cubría algo ancestral y horrible, latente justo debajo del rostro del hombre que amaba.
El filo de la espada cortó el aire con un silbido amenazador y quedó posado, frío, sobre el pecho de Vihaan. La luna lanzó su brillo sobre la hoja y el destello se perdió en la espesura del bosque. Brujo y capitana se miraron un instante sin hablar; un silencio que pesaba como una tumba. Grace midió sus fuerzas, contando cada latido. Meditó sus palabras, pues nunca antes se había enfrentado a un enemigo así. Seguía siendo aquella capitana que había desafiado tormentas, dioses e imperios, pero ahora un nuevo latido convivía con el fuego de su corazón. Ahora también era madre, y ese recién nacido le daba una urgencia nueva, feroz, implacable. No temía por ella, ni por su vida… temía por la del pequeño Maverick.
El Weñefe, por su parte, no mostraba más emoción que un vacío primitivo. Sus ojos eran carbón sin reflejo; no amaba, no recordaba la humanidad de su alma. Tan sólo lo empujaba un hambre insaciable, tan antiguo como la misma noche.
- Si hemos profanado tu hogar, te pido disculpas, brujo - dijo Grace sin bajar la hoja - Tan solo vinimos a por agua y algo de comida. No buscamos problemas… Así que nos marcharemos, y tú nos dejas ir.
Vihaan no habló. Permaneció inmóvil, de piedra; su figura parecía tallada por la sombra.
Grace clavó la vista en esos ojos negros, como un pozo sin fondo.
- Eres poderoso, no lo niego… pero estás solo. Ya has visto lo que te espera en la playa. Y aunque tu poder me haya engañado a mí, sabes que no podrás engañarlos a todos - sin aguardar más, se dirigió a sus compañeros - Vamos. Volvamos a casa.
Drake e Isabella se pusieron en movimiento con pasos medidos. Grace los siguió, la espada aún apuntando al ser inmóvil, sin darle la espalda. El Weñefe permaneció quieto en el claro; su presencia, una mancha que absorbía la luz. Cuando casi habían cruzado el borde del círculo de árboles, la boca del brujo se abrió y su voz quebró la quietud del bosque como un látigo.
- No deseo haceros daño… - musitó con la voz de Vihaan - Pero él os matará.
Grace caminaba hacia atrás, sin apartar la mirada de él.
- Apretad el paso - susurró - Pero no corráis.
- Será mejor que corráis - dijo entonces la voz, mirando a la nada - Puedo retenerlo un instante, pero no eternamente. Id hacia el mar. No miréis atrás, no os detengáis por nada. Veáis lo que veáis, escuchéis lo que escuchéis…
Ella se detuvo un momento al borde del claro, contemplado en silencio. Un manto negro parecía envolverle; por un instante la capitana creyó ver una forma demoniaca adherida a su cuerpo, como una prisión que lo consumía desde dentro.
- ¿Quién eres, brujo? - preguntó, la espada temblando apenas.
Vihaan giró la cabeza en un movimiento imposible. La giró por completo, dando la vuelta entera. Lento y pausado, los huesos crujiendo, como si protestaran al ser rotos. La palabra que brotó de su garganta fue una única advertencia, una maldición oscura y demoniaca:
Continuará…