Un trio bisexual en una noche de octubre

Dentro de la disco la música dance atronaba con fuerza. Nos situamos en el borde la de barra de bar y girados hacia la pista central nos dedicamos a observar la fauna de jóvenes bailando desinhibidos al viejo ritmo de Prince. Julia no quería bailar, pero sus caderas empezaron a moverse poco a poco. Y después el resto del cuerpo.

- Me encanta esta música. No sabía que los locales tan de moda ponían música tan pasada de moda. Vaya contradicción, ja, ja.

Al cabo de unos minutos, un chico mulato con un gin-tonic en la mano que bailaba a nuestro lado se fijó en Julia. Moviéndose al ritmo de la música se había acercado tanto a ella que estaba ya rozando su espalda. Lentamente los sinuosos movimientos de ambos se fueron acoplando y juntándose más. Nuestro nuevo amigo le estaba dando un buen repaso al culo de Julia con su paquete, que noté que empezaba a crecer en tamaño. Julia, a pesar del alcohol ingerido y su falta de experiencia en estos entornos, se daba perfecta cuenta y me miraba pidiendo ayuda, aunque sus ojos reflejaban una renacida lujuria que me hechizaba. Julia no quería estar allí, pero era evidente que se estaba excitando con la refriega que le estaba proporcionado el chico desconocido.

Decidí salvarla de sí misma y acudí en su ayuda. Dejé mi bebida sobre la barra y tomé su brazo para acercarla a mí mientras miraba al mulato con una sonrisa amable a modo de disculpa por quitarle el objeto de su deseo.

- Es que estás arrebatadora, Julia. Ya te lo dije – le susurré al oído mientras acariciaba el brazo que acababa de tomarle.
 
Nos fuimos al otro lado de la barra, donde había unas chicas demasiado jóvenes bailando y hablando de exámenes. Nos pareció que en esa zona de la barra el peligro del pecado de la carne disminuía y Julia estaría más tranquila. Pero lo cierto es que la extraña presencia de esa mujer mayor teñida de rubio con ese vestido tan sensual y ajustado causó interés también en una de aquellas chicas jóvenes. Noté que no hacía más que mirarla por encima de los hombros de sus amigas.

- Perdona – le dijo - ¿tú no das clase en la facultad, en Primero?

- No, cariño, yo estoy jubilada ya. Y nunca fui profesora, siempre trabajé de traductora.

- Buf, es que eres igual que una de las profesoras de mi facultad – le dijo a Julia mientras tomaba con ambas manos las de la madre de Sandra – pero más guapa, ahora que te veo mejor.

Durante un rato estuvieron ambas hablando a gritos al oído una de la otra, como suele hacerse en este tipo de locales. Yo aproveché la pausa de mi labor de guardaespaldas para dar un buen repaso al grupo de chicas. Tetas turgentes y culos prietos, de sensualidad torpe pero agradecida, como casi todas las chicas de su edad. Me gusta acostarme con cuerpos de esa edad de vez en cuando, compartir la experiencia de la inexperiencia, , la suavidad de la pubertad en plena explosión hormonal. Pero hoy tenía otras cosas en la cabeza.
 
Julia seguía de palique con aquella chica y empezaron a bailar juntas con movimientos exagerados y voluptuosos. Estaban ya tan pegadas que frotaban sus pechos entre sí al ritmo de la música de Depeche Mode que en ese momento atronaba. La chica joven se lanzó a la boca de Julia y le dio un breve beso. Pené que la madre de Sandra se asustaría y tendría que volver a mi labor de rescatador de señoras mayores, pero ella sonreía y seguía bailando relajada. Se giró hacia mí y me dedicó un suspiro de complicidad mientras continuaba moviendo sus caderas pegadas al cuerpo de la chica, que no perdió la ocasión para abrazarla por la espalda y tomar sus tetas con ambas manos.

- Vente conmigo – le dijo al oído – quiero comerte el coño.

Julia seguía mirándome con los ojos vidriosos de excitación mientras aquella chica continuaba acariciándole los pechos y mordisqueándole el cuello acercaba su boca a la de la madre de Sandra, que giró su cabeza para facilitarle el acceso a sus labios pintados de rojo. Se fundieron en un apasionado beso mezclando sus lenguas durante un largo rato mientras los dedos de aquella chica pellizcaban los duros pezones de mi acompañante. En cuanto separaron sus bocas metí mi lengua en la de Julia lo más profundo que pude.

- ¿Te quieres ir con ella o conmigo a tu casa, Julia? – le dije al oído que la otra chica había dejado libre cuando desenlacé mi lengua de la suya.
 
- Me tengo que ir, otro día nos vemos – le anunció la madre de Sandra a la chica sin nombre de manos hábiles.

Nos despedimos de la chica. Dos besos y un número de teléfono. Quién sabe si Julia aceptaría algún día otra cita con ella.

Teníamos un taxi esperando en la puerta del local. Lo tomamos y nos dirigimos a su casa. En el asiento trasero Julia suspiraba mientras mi mano investigaba por la abertura izquierda de la pierna del vestido la tersura de su carne blanca.

- O es el vino o me estoy volviendo loca. O mejor dicho, os estáis volviendo locos todos los demás – señaló ella mientras me desabrochaba el primer botón de la camisa.

- A mí sí me vuelves loco. Mira cómo me tienes – le dije acercando su mano a mi ya abultada entrepierna mientras el chofer disimulaba una mirada al espejo retrovisor.

- Es que no puedo creer que esto me esté pasando. No he tocado algo tan duro desde hace tanto tiempo. No entiendo que a mi edad pueda levantar estas pasiones. No sabes cómo me ha puesto esa niña…

No contesté. Volví a meter mi lengua en su boca para entrelazarla con la suya y alcancé con mi mano bajo su vestido el límite de sus muslos. Cuando finalmente llegamos a la casa de los padres de Sandra y salimos de la cabina del taxi pude ver que los flujos de su aún misterioso coño habían empapado completamente la tapicería.
 
En el ascensor Julia me apartó un poco y riendo me volvió a insistir en que ella no tenía edad para estas cosas y que iba a decepcionarme si me empeñaba en ir más allá de donde ya habíamos llegado.

- Julia, quiero follarte. Y voy a follarte porque es lo que quieres que pase. Voy a meterte la polla y no voy a parar hasta que te corras como no te has corrido en tu vida – le dije clavando mis ojos en los suyos.

Cuando llegamos al piso y cerramos la puerta tras nosotros subí sus brazos y le saqué el vestido por arriba pude comprobar que llevaba un diminuto tanga negro de encaje. Comprendí que desde el momento en que fue a vestirse para salir a cenar los chipirones Julia ya sabía que íbamos a terminar la noche en la cama. Sus pechos caídos por la edad y la gravedad me producían una gran fascinación. Al igual que su hija, tenía unas preciosas y enormes aureolas rosadas y unos pezones duros y puntiagudos que me invitó a acariciar.

Me tomó de la mano y me llevó a su cuarto. Se metió entre las sábanas y se tapó púdicamente.

- Desnúdate. Quiero verte – me ordenó con mirada lasciva.

Obedecí. Y completamente empalmado me metí en la cama de matrimonio buscando el cuerpo de Julia con mis manos y mi lengua. Acaricié su vulva completamente empapada y le introduje mi dedo corazón en su vagina encharcada y lo giré hacia arriba buscando su centro interior de placer en la parte anterior de su hermoso coño. Ella abrió las piernas, apartó las sábanas de una patada y empezó a gemir como una niña. Mi excitación era ya máxima mientras acariciaba su punto G. Sentí que podría correrme sólo tocando aquella cueva de lujuria mientras restregaba mi erección contra su piel madura.
 
Julia permanecía tumbada boca arriba, completamente concentrada en el placer renacido en su coño gracias a mis dedos y yo miraba sus labios, sus pechos, el delicado y suave vello púbico que ya clareaba, que contrastaba con el Sandra completamente depilado.

Saqué mi dedo de su interior, me coloqué sobre ella y separé más sus piernas con mis manos. Acerqué mi polla a su deseado coño y la penetré hasta el fondo.

- Te estoy follando tu precioso coño, Julia, ¿te gusta sentir mi polla así? ¿más lento? ¿más rápido? – mi pasión era hacerle sentir el máximo placer a ella, no a mí, que llegara a su mejor orgasmo con el amante de su hija, a quinientos kilómetros de su marido.

- Oh, Dios mío ¿qué me haces? Fóllame fuerte, sigue así… me corro, David, me corro… - balbuceaba la madre de Sandra entre suspiros de placer.

Cuando Julia llegó al clímax la mire a la cara mientras empujaba mi polla aún más dentro de ella. Apretaba la mandíbula, forzaba su cuello y breves lágrimas escapaban del rabillo de sus ojos, y de sus labios rojos salió un grito en el delirio de su orgasmo.

Julia era increíble, de una sexualidad tan generosa. Se había corrido terriblemente en apenas unos pocos minutos. Decidí seguir bombeando mi verga dentro de ella buscándole un nuevo orgasmo. Cuando llegó su segundo orgasmo el grito fue aún mayor. Se debatía entre convulsiones y espasmos de placer y sus uñas se habían clavado en mi espalda y me arañaban de arriba abajo hasta llegar a mis nalgas. Aquello fue suficiente para que yo me corriera también llenándole el coño con mi esperma y hundiendo mi cabeza entre sus pechos.

Cuando conseguimos recuperar la respiración, Julia se levantó para ir al baño, aún con las piernas temblando y acariciando su vulva llena de mi semen. Entonces tomé mi teléfono y escribí a Sandra: “Acabo de follarme a tu madre. Tiene un coño maravilloso. Deberías probarlo”.
 
Genial, lo acabo de leer en toda su extensión, que decir una maravilla de relato que te lleva a una situación de súper excitación, espero que siga la historia y seguir leyendote
 
Genial, lo acabo de leer en toda su extensión, que decir una maravilla de relato que te lleva a una situación de súper excitación, espero que siga la historia y seguir leyendote
Gracias por el comentario. La verdad es que tenía la sensación de que la historia ha ido perdiendo interés entre los lectores. Me alegro de que en algún caso no haya sido así.
 
Al día siguiente Unai trajo a Sandra hasta la puerta de mi hotel. Nuestros días libres terminaban y volvíamos a Madrid.

- ¿Qué tal folla mi madre, David? – me preguntó mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

- Se parece a ti cuando se corre, me encanta. Me gusta follaros a las dos, Sandra – le respondí mientras arrancaba y ponía la primera marcha.

Había dejado de llover y el viaje en coche estaba resultando muy agradable. A la altura de Miranda de Ebro, Sandra volvió al tema de la noche que pasé con su madre. Me pidió todo tipo de detalles acerca de cómo lo hicimos mientras ponía la mano en mi entrepierna. Se estaba excitando de nuevo.

- Para por ahí. Quiero follar – me dijo sin quitar la mano de mi paquete.

Me cambié al carril de la derecha y puse el intermitente en cuanto vi la indicación de la primera salida a una zona de descanso.

- No, aquí no. Sigue hasta la siguiente – me ordenó.

Retiré el intermitente y avancé unos cuantos kilómetros más. Tampoco le gustó la segunda que encontramos, y avanzamos hasta una tercera, ya en Briviesca, donde había un camión aparcado tras los árboles.

- Aquí, David.
 
Paramos junto a la fuente que quedaba al final del área de descanso y sacamos la manta del maletero del coche. Sandra se quitó toda la ropa salvo un tanga azul que no había visto hasta entonces y que supuse que fue un regalo de Unai. Se tumbó sobre la manta, abrió mucho las piernas y empezó a acariciarse los enormes pechos. Hacía dos días que no veía sus colosales tetas y su visión me cautivó como la primera vez. Completamente empalmado me desnudé del todo y me acerqué para besar sus grandes aureolas y deslizar mi mano por debajo de su diminuto tanga, casi oculto entre las carnes de sus muslos y caderas blancas.

Sandra cerró los ojos y emitió un gemido de niña pequeña mientras abría más las piernas para facilitar mi caricia y me masturbaba con su mano izquierda. Al cabo de unos minutos se incorporó y, a cuatro patas, me ofreció su grupo para que la penetrara.

- Fóllame fuerte, cabrón – me pidió.

Obedecí. Me puse de rodillas tras de ella y la penetré sin miramientos mientras acariciaba sus inabarcables caderas. Vi como el camionero nos miraba sin disimulo apoyado en la puerta de la cabina mientras apuraba un cigarrillo.

Sandra levantó la cabeza y le hizo señas a nuestro espectador para que se acercara, quien tiró al suelo la colilla y vino hasta nosotros.
 
Sin mediar palabra, Sandra le desabrochó el cinturón del pantalón y descubrió una enorme verga erecta que inmediatamente se introdujo con habilidad en la boca mientras yo Eguía percutiendo en su vulva. Me encanta ver cómo la chupa Sandra, la sensualidad con que lo hace y la dedicación que pone a cada centímetro succionado, incluso con aquel enorme tótem del amor que apenas le cabía en la boca.

Nuestro invitado agarraba la nuca de la chica mientras susurraba palabras en un idioma incomprensible para nosotros, probablemente eslavo, y se mecía al ritmo de la lengua de Sandra.

Al cabo de unos minutos, Sandra se desacopló de nuestras vergas y se giró para ofrecerle su coño al camionero, quien se tumbó sobre ella y la penetró con su enorme falo lentamente mientras Sandra le abrazaba con sus piernas y estiraba la mano para apoderarse de mi polla. Me tumbé sobre la manta junto a ella y la besé mientras el camionero la follaba y bufaba sobre su cuerpo. Y así noté el primer orgasmo de Sandra, completamente poseída por la formidable verga de nuestro invitado.

- Espera, espera… wait – le dijo al camionero mientras despegaba su dilatadísimo coño del sexo de él.

Sandra se volvió a incorporar. Se atusó el pelo despeinado y, cambiando la postura, se sentó ella sobre su verga introduciéndoselo muy lentamente. Desde mi posición, a escasos centímetros de la escena, pude maravillarme de la elasticidad de la vulva de Sandra. La circunferencia de aquel falo eslavo era inabarcable con una sola mano, y ella, tan excitada como estaba, lo cabalgaba sin problema.
 
Sin mediar palabra, Sandra le desabrochó el cinturón del pantalón y descubrió una enorme verga erecta que inmediatamente se introdujo con habilidad en la boca mientras yo Eguía percutiendo en su vulva. Me encanta ver cómo la chupa Sandra, la sensualidad con que lo hace y la dedicación que pone a cada centímetro succionado, incluso con aquel enorme tótem del amor que apenas le cabía en la boca.

Nuestro invitado agarraba la nuca de la chica mientras susurraba palabras en un idioma incomprensible para nosotros, probablemente eslavo, y se mecía al ritmo de la lengua de Sandra.

Al cabo de unos minutos, Sandra se desacopló de nuestras vergas y se giró para ofrecerle su coño al camionero, quien se tumbó sobre ella y la penetró con su enorme falo lentamente mientras Sandra le abrazaba con sus piernas y estiraba la mano para apoderarse de mi polla. Me tumbé sobre la manta junto a ella y la besé mientras el camionero la follaba y bufaba sobre su cuerpo. Y así noté el primer orgasmo de Sandra, completamente poseída por la formidable verga de nuestro invitado.

- Espera, espera… wait – le dijo al camionero mientras despegaba su dilatadísimo coño del sexo de él.

Sandra se volvió a incorporar. Se atusó el pelo despeinado y, cambiando la postura, se sentó ella sobre su verga introduciéndoselo muy lentamente. Desde mi posición, a escasos centímetros de la escena, pude maravillarme de la elasticidad de la vulva de Sandra. La circunferencia de aquel falo eslavo era inabarcable con una sola mano, y ella, tan excitada como estaba, lo cabalgaba sin problema.
Gran relato sigue contando. Gracias
 
Me incorporé sobre la manta y me situé pegado a la espalda de Sandra para poder acariciar sus fascinantes pechos desde atrás y besar su sudada nuca. Ella se agachó sobre su amante hasta alcanzar su boca y la penetró con su lengua juguetona mientras seguía cabalgándole, dejando así expuestas sus nalgas ante mí. Me invitó a entrar entre ellas abriendo sus cachas con sus manos y mostrándome su precioso ano, impregnado de sus propios jugos vaginales que lo habían empapado mientras follaban en la postura del misionero.

Acaricié su agujero con ternura y mi dedo entró con completa suavidad en él, mientras ella mantenía el miembro del camionero en su dilatada vagina. Tomé mi pene tieso y se lo fui metiendo lentamente por el culo sintiendo tanto las cálidas entrañas de Sandra como la enorme polla de nuestro amigo rozando la mía.

El camionero eslavo y yo acoplamos nuestros ritmos para darle el máximo placer a Sandra en esa doble penetración y se corrió una vez más antes de que él y yo termináramos dentro de ella.

Nuestro visitante se incorporó, se vistió, prendió otro cigarrillo y se marcho

- Spasiba – nos dijo mientras andaba de vuelta a su camión confirmándonos su procedencia.
Ayudé a Sandra a levantarse de la manta. Le temblaban las piernas y chorreaban nuestros espermas mezclados entre sus piernas.

- ¿Has visto qué pollón? – me preguntó absorta mientras conducíamos hacia Madrid -tenías que haberlo probado, David.
 
David777, tu relato me ha tenido enganchada hasta que lo he leído todo.😁 Muchas gracias y espero que sigas escribiendo para seguir disfrutando de la lectura.👏😉
 
Adela musitaba blasfemias entre suspiros y gemidos, y escapaba saliva de la comisura de sus labios mezclándose en la almohada con el resto de los flujos que nosotros tres habíamos vertido de nuestra sesión anterior.

Jaime estaba ya otra vez completamente empalmado y nos acariciaba las caderas a los dos. Cuando su mano viajó hasta mis testículos y los acarició mientras mi polla embestía lo más profundo del culo de Adela me corrí con una ferocidad llena de lascivia y lujuria.
Gran relato, enhorabuena
 
Ya de vuelta en Madrid recibí una llamada de Adela y Jaime. Me ilusioné con la idea de que volvieran a visitar mi ciudad. Volver a sentir el dulce coño de Adela atrapando mi polla, la dura polla de Jaime penetrándome por el culo…

Pero esta vez no se trataba de eso. La hija de Jaime, Andrea, vendría a pasar unos días a la capital con unos amigos y él me pedía permiso para darle mi número por si surgía algún problema. De alguna manera, tendemos a pensar que, a los diecinueve años que acababa de cumplir ella, podrían surgir todo tipo de problemas. La verdad, siempre he pensado que el mayor problema para cualquier chica era yo. Acepté de buena manera, pero algo frustrado por la ausencia de los cuerpos de mis amigos.

Pasaron dos días y ya me había ya olvidado de Andrea cuando llegó a mi teléfono un mensaje suyo casi a medianoche. “Hola David. Soy la hija de Jaime y mi padre me ha dado tu número. Me han entrado ganas de conocerte. Estoy en Thundercat con unos amigos. Creo que vives cerca, así que ¡pásate! Me reconocerás en seguida. No me parezco en nada a mi padre, pero soy la chica guapa con una camiseta blanca sin mangas de los Clash.”

La vieja película francesa que estaba viendo en la televisión no me estaba interesando demasiado y aún no me había servido el whisky que últimamente solía acompañarme en casa las noches que no salía, que cada vez eran más. Sentí la voz del peligro. Los Clash, y más en una camiseta sin mangas de una chica tan joven, siempre suponían peligro. Sin pensarlo le devolví el mensaje. “Voy. Me reconocerás fácilmente. Soy el adulto peligroso con camisa negra y zapatos azules.”
 
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