Capítulo cuarto.- ¿En qué consiste el amor?
Entre uno y otro suceso transcurrió casi un año.
Aunque parezca milagroso, ninguno de los dos ha conseguido dañarnos lo bastante. Es verdad que el primero, si efectivamente era un malentendido o supuso un exceso en el pacto entre las hermanas, pudo alterar la relación tan especial que habíamos establecido. Pero no fue así.
Por el contrario, seguimos entonces, y seguimos en la actualidad, cumpliendo nuestro programa de encuentros sexuales periódicos, follando a cuatro sin ninguna dificultad, incluso a veces alternando la participación en el descanso de cualquiera de los cuatro, para montar los tríos resultantes entre los que permanecen o permanecemos activos.
Que un simple y breve giro de cuello permita intercambiar los labios de Rocío por los de Loli, o alternar entre ambas caricias de todo tipo, sigue siendo algo que me produce una muy intensa excitación.
Supongo que a los cuatro nos sigue pasando eso mismo.
Después de aquellas vacaciones por separado, volvimos sin espera a encontrarnos, celebrando la vuelta de vacaciones apenas al día siguiente de llegar a casa.
En mi interior algo sí afectó. Desde entonces me he propuesto, a modo de disciplina, no tener ningún momento especial diferente con Loli. Puede que sea simplemente mi imaginación, no quisiera excederme en un juicio sobre nuestras conductas que sea fruto más de mi fantasía que de la realidad… pero creo que hemos establecido un vínculo de afecto adicional, por decirlo sencillo, un cierto enamoramiento mutuo, que puede escaparse más allá del sexo y su disfrute hedonista entre los cuatro.
Una mezcla de los afectos anteriores, a medio camino de la fraternidad y del paternalismo, que ya existían, y los nuevos sentimientos de compenetración, goce y complicidad sexual, en una mezcla que requería desarrollarse a dos, que llegó a existir por una noche sólo a dos, y que puede ser fácilmente confundida con otros sentimientos más profundos, pues al fin y al cabo, si alguien quiere reflexionar sobre ello… ¿En qué consiste estar enamorado?
O tal vez sea sólo mi imaginación, mi fantasía o mi deseo de que así sea.
Ignoro qué pudieron hablar entre ellas, aunque estoy seguro de que lo hicieron y se dieron las explicaciones necesarias, y también estoy convencido de que la aventura que tuvimos no ha erosionado la confianza que se tienen.
Pero que durante todo este tiempo haya procurado no tener momentos especiales con Loli no quiere decir que no se produzcan. Nuestra relación a cuatro se ha convertido en un juego de emociones, una auténtica montaña rusa en la que pequeños detalles me devuelven a aquella noche.
A veces un roce, otras una mirada, las más una caricia en el cuello, en esa forma tan especial en que una mujer transmite sentimiento cuando te acaricia en la nuca…
Y siempre su especial gemido, su voz en ese hilo continuo, mientras se acerca al clímax, mientras se acelera su excitación hasta caer desmadejada después de cada embate.
En uno de esos viernes, Carlos y Rocío, en una pausa del frenético ritmo que mi joven cuñado imprime en algunas ocasiones a sus embestidas, se acercaron a la cocina a buscar más bebida fresca, dejándonos a Loli y a mí a solas en el salón, bailando, yo todavía vestido, ella totalmente desnuda salvo por sus zapatos de tacón, esos que le hacen un culito perfecto y por eso -porque lo sabe- no se los quita en nuestros encuentros.
Pasaron unos minutos sin que volvieran, pero desde donde estábamos oíamos los jadeos y bufidos de una y otro, de forma que no hacía falta verles para imaginar que en la cocina (aquella que había albergado un polvo especial y singular con mi cuñada), Carlos estaba hundiendo su verga en el vientre de mi mujer, disfrutando de algo mucho más salvaje de lo que hasta ese momento habían tenido a nuestra presencia.
Como si les hubiera dado cierto corte desatar en nuestra presencia aquellos gritos y gemidos, aquellas provocaciones mutuas a seguir matando de placer al otro, su encuentro en la cocina parecía permitir en cambio que aparecieran unas expresiones dignas del más extremado porno gráfico.
En total estuvieron más de diez minutos, que se me hicieron cortos porque, mientras ellos follaban con pasión, con no menos pasión y con mucho sentimiento Loli y yo nos besábamos, en un beso húmedo y suave, de lenguas amantes y complacientes, de labios hinchados frotándose sin despegarse, mientras una de mis manos la sujetaba por la cintura y la otra repartía caricias por todo su cuerpo, notando su vientre pegado al mío, sus pezones singulares, durísimos, clavados a través de la tela de mi camisa, y sus manos acariciándome la cabeza, la cara, la nuca, la entrepierna…
Y su voz…
Su voz, más ronca de lo habitual, de nuevo susurrándome al oído un claro y esa vez nada confuso “te quiero”.
Cuando volvieron de la cocina seguíamos abrazados, bailando unos interminables boleros, los cuerpos pegados y los sexos, el suyo desnudo y el mío vestido, encendidos de deseo.
Traían la cubitera, justificación última de su viaje a por provisiones, si bien por el tiempo empleado podrían haber hecho la vendimia entera.
Carlos había culminado el polvo, porque su sexo aparecía grande, como siempre, pero flojo, señal inequívoca en él de corrida reciente, y Rocío traía una servilleta de papel en la mano que es también, en ella, señal clara de haber recibido la descarga del yogurín, pues siempre tiene la costumbre de evitar que le gotee por las piernas el semen de una corrida.
Poniendo aquella protección debajo de ella y la cubitera en su frente, se sentó en el sofá, para servir cuatro copas frías de cava catalán. A su lado se sentó también Carlos.
No nos acercamos a recoger las nuestras.
Por primera vez, no quise mirar a Rocío a la cara en el momento previo a follar con otra hembra.
Sentía que de nuevo la estaba engañando con su hermana. Desde el fondo del salón, en la penumbra de la zona utilizada para bailar, a unos metros de los sofás, dispuse una silla junto a la pared más alejada de ellos, me bajé los pantalones y senté a Loli a horcajadas sobre mí, ella de espaldas a la sala, yo con los ojos cerrados, para iniciar un suave sube y baja, con mi sexo ensartando el suyo, notando su cuerpo entero en cada ascensión y en cada descenso, sus vibraciones de hembra excitada, su gemido continuo y cada vez más familiar, hasta notar como en una película a cámara lenta el recorrido entero de mi descarga, precipitándose desde los testículos y desde la próstata al exterior… las contracciones de su sexo alrededor del mío, sin alterar por eso en ningún momento el recorrido suave, lento, de nuestros cuerpos, entrando en ella hasta hacer tope con su pelvis, con una suavidad dulcemente amorosa, entregándonos con infinita ternura.
Después ella se fue directamente al baño, y yo me senté en el sofá que estaba vacío, frente al ocupado por ellos dos, tomé una de las copas y la bebí, sin más, hasta agotarla.
Sólo entonces miré a mi mujer a la cara, mientras ella sonreía abiertamente, con una expresión de concentración que pude comprobar, al fijar mejor la vista, estaba motivada por las caricias que Carlos seguía prodigando en su entrepierna, con la mano aprisionada por la mano de mi mujer, que marcaba el ritmo y la presión con la que se deslizaba arriba y abajo, también muy dulcemente.
Loli volvió al cabo de unos minutos. Traía -me llamó especialmente la atención- la ropa interior puesta.
Después de unas copas más, marcharon a su casa.
La mirada de Rocío era de tranquilidad y satisfacción.
-En la cocina dabais miedo. Los gritos eran de escándalo- le comenté.
-Ha sido un polvazo. El vuestro también ¿eh?
No comentamos más. Me besó con suavidad, amorosamente, antes de decirme que estaba cansada y que quería dormir ya. La seguí con la vista mientras caminaba descalza, desnuda y hermosa, hacia la escalera que asciende hasta las habitaciones.
Creo que mi mujer, inteligente emocional como es, no ignora que el fantasma de aquella noche de verano, en la que su hermana y yo nos dimos más licencia de la debida, sigue presente en cada ocasión en que le dejamos aparecer, y simplemente confía en que siga reducido al inframundo de las fantasías y los deseos de tanto en tanto satisfechos, haciéndose presente como mucho una vez al mes.