Mi mujer y yo. Su confesión

Hoy he salido de fiesta con mis amigos. Primero hemos cenado y después hemos ido a tomar unas copas. Quizá no debería haberme tomado la última; estoy un poco borracho y sé que es hora de regresar a casa.

Cuando entro, todo está en silencio. Mi mujer duerme ya. La veo tumbada en la cama, medio cubierta por una sábana ligera. El tejido apenas alcanza a taparle la cadera, dejando a la vista unas braguitas blancas de algodón que se ajustan a su culo redondo. La imagen me enciende todavía más.

Me tumbo a su lado con el pulso acelerado, sintiendo cómo mi erección me late bajo el pantalón. Me acerco, me pego a su cuerpo cálido y, con cuidado de no despertarla, bajo despacio sus braguitas. Quedan a medio camino en sus muslos, y mi miembro roza ya la curva suave de su culo.

Ella se mueve, se gira lentamente y me mira con los ojos entreabiertos, todavía envuelta en la niebla del sueño. Me sonríe con ternura.

—Cari, tengo sueño… —susurra, con una voz suave y adormilada.

Me inclino hacia ella y la beso, sintiendo el calor de sus labios contra los míos.

—Estoy muy cachondo… —le confieso, con un murmullo ronco.

Ella suspira y me responde sin abrir del todo los ojos:

—Hazte una paja… tengo sueño.

Sus palabras me sorprenden. No suele hablarme así, tan directa, y esa franqueza me excita más de lo que esperaba. Llevo la mano a sus pechos, suaves bajo la tela, y cuando la rozo me detiene con un gesto leve.

—No puedo… —dice, casi como un lamento.

Me quedo quieto un instante, dudando. Pienso en levantarme, ir al baño y correrme allí, pero entonces su voz me retiene:

—No te vayas… háztela aquí, si quieres

La miro con deseo y desconcierto, y en ese instante sé que la noche acaba de cambiar.

Me acomodo a su lado, con el corazón desbocado. La habitación está en penumbra, apenas iluminada por la luz anaranjada de una farola que se cuela por la persiana. El silencio se llena poco a poco con el sonido áspero de mi respiración.

Me bajo del todo los calzoncillos que habían y me quedo desnudo junto a ella. Su cuerpo cálido me roza la piel. Llevo la mano a mi miembro, lo envuelvo con fuerza y empiezo a moverla despacio, sintiendo cómo se endurece aún más bajo la presión de mis dedos.

El primer suspiro me escapa entre los labios: un ahh… que rompe la quietud. Cada movimiento me enciende, la piel tensa, caliente, palpitando en mi mano. La excitación sube rápido, pero intento controlarla, escuchando mis jadeos cada vez más irregulares.

Yo cierro los ojos un instante. Los músculos del abdomen se me tensan, la respiración se vuelve rápida, entrecortada: haa… haa… haa…


Cuando vuelvo a mirarla, sigue ahí, mirándome entre dormida y despierta, más despierta de lo que parece. Sus labios se curvan en una sonrisa tranquila, y ese gesto me lleva al borde.

El alcohol hace que todo se vuelva más lento. La excitación me abrasa por dentro, pero el clímax se resiste. Mi mano sigue el vaivén húmedo y en la penumbra solo se escucha mi respiración agitada y el chof, chof de mi polla resbalando al compás.

Ella mantiene los ojos cerrados, pero sonríe. Entre dientes murmura con dulzura burlona:

—Eres muy guarro…

Sus palabras me estremecen. Me muerdo el labio, jadeo más fuerte.

—Córrete… —me susurra.

—Dios… —jadeo.

Un escalofrío me recorre entero, la tensión se libera y me corro con un gemido ahogado, temblando hasta quedar rendido. Ella sonríe, me acaricia la cara como si nada, y se acurruca de nuevo contra mí.

Cuando despierto, ella ya no está en la cama. El aire conserva ese olor denso, inconfundible. Apenas puedo incorporarme; la luz entra por la ventana. Escucho la cadena del baño, pasos suaves. La puerta se abre, la luz se apaga y nuestras miradas se cruzan.

—Buenos días —dice, con una sonrisa ligera.

—Buenos días —respondo, ronco todavía.

—¿Quieres desayunar?

La miro, la deseo otra vez y murmuro:

—Ven.

Se acerca, con los ojos brillantes. Me mira, sabe lo que quiero, sonríe y pregunta juguetona:

—¿Y cómo te lo pasaste anoche?

—Me hubiera gustado follarte… —le confieso.

Ella ladea la cabeza, sonríe.

—Lo sé… pero estaba muerta.

Se sienta en el borde de la cama, me acaricia el pecho, y me susurra:

—Todavía puedes hacerlo…

Pero no se queda ahí. Inclina el rostro, me roza con la voz:

—¿Cómo es que viniste tan cachondo? ¿Alguna chica?

Respiro agitado, mis dedos se pierden entre sus muslos.

—Hubo una… —admito.

Ella suspira, se excita, sonríe con picardía.

—¿Era más guapa que yo? ¿Estaba más buena?

—No. Ninguna es como tú —le respondo mientras la penetro con un dedo.

Ella gime, húmeda, y sigue provocando:

—¿Te hubiera gustado llegar más lejos?

—No… solo pensaba en ti y que ojalá ella fueras tú.

Su sonrisa se vuelve traviesa, su cuerpo delata la excitación. Me tumba de espaldas y se coloca a mi lado. Recorre mi pecho con la lengua, baja hasta mi vientre, y me envuelve con su aliento caliente. Mi miembro late bajo su boca, pero no lo chupa; lo sujeta con la mano, firme, jugando con la espera.

Luego arquea la espalda, levanta el culo, abre las piernas y se ofrece con naturalidad. El sexo húmedo, los labios entreabiertos, palpitan con cada respiración puedo ver su ano, me excita. Yo le amaso las nalgas, le doy un azote que resuena excitante, y ella se arquea, dejándose hacer.

—Chúpamela… —le pido.

Ella sonríe:

—No… te lo tienes que ganar.

Se coloca a horcajadas dándome la espalda sobre mi cabeza, acercando su humedad a mi boca.

—Méteme la lengua —susurra.

Lo hago, pero enseguida me guía.

—No ahí… chúpame el culito un poquito.

Me sorprende no es lo habitual, apenas me deja que juegue con su culo, aunque la gusta no suele sentirse cómoda con eso.

Me aprieta contra ella, mueve las caderas, y jadea con cada roce húmedo de mi lengua. Su culito tiembla, palpita, se abre apenas, y cada espasmo suyo me excita aún más.

De pronto se aparta, baja hasta mí y envuelve mi miembro con su boca. El calor húmedo me arranca un gemido ronco. Me la chupa con ansia, intentando metérsela entera, pero no puede. Sonrío entre jadeos:

—Nunca has podido…

Ella se ríe con los ojos encendidos y vuelve a hundirse sobre mí.

El juego continúa hasta que, excitada, abre el cajón de la mesilla, saca un preservativo y un bote de lubricante. Me lo da mientras me chupa de nuevo, y cuando por fin me lo pongo, unta mi polla y su sexo con el líquido viscoso que sale del bote, se coloca encima, y gime al sentirme dentro.

—Dios… qué gorda la tienes… —jadea, bajando despacio.

Yo la sujeto fuerte, y al oído le susurro:

—¿Te gustaría sentir otra polla?

Acerco el bote a su culito y presiono. Ella grita, sorprendida y excitada a la vez, y apenas aguanta unos segundos antes de correrse con fuerza, temblando sobre mí, dejándose llevar por su orgasmo.

Cuando termina, exhausta, me aparta la mano para que saque el bote de su culo y se queda sobre mí, respirando entrecortada, con una sonrisa luminosa.

—Eres un guarro… —susurra.

Yo río, todavía dentro de ella. Duro aguantándome las ganas de follarla con fuerza.

—e ha puesto cachonda…

Se ríe conmigo. La miro a los ojos, provocador:

—¿Te gustaría que te follaran dos pollas?

Ella sonríe más, me clava la mirada y, con voz juguetona, me lanza:

—Ya lo han hecho.

No sé si habla en serio o en broma. La observo, intentando leerla, y ella se ríe, disfrutando de mi desconcierto, encendiendo aún más la chispa de un juego que sé que no ha terminado.
Claro que te lo ha dicho en serio
 
Lo más inquietante del asunto, es que Vega se echa atrás, de camino a casa de Erika y Adolfo. Es decir, ella se había planteado seriamente volver a acostarse con el " superdotado", lo que ocurre es que un rayo de raciocinio aparece en su cabeza, y piensa que lo que va a hacer, teniendo en cuenta la información que ocultaba a Nico, hubiera acabado con su relación de forma inmediata, si se llegaba a descubrir.
La frase " no quiero que te acuestes con Erika", ha sonado más a interludio de la bomba que iba a soltar, que a un sentimiento real. Creo que a Vega le apetecía mucho revivir viejos tiempos con el tocayo del dictador alemán, y que se ha frenado porque sabía que desde el principio lo había planteado mal, y que ello podría tener consecuencias muy graves.
Cuidadito con Vega, que oculta más secretos que un agente de la Cia retirado.
Felicidades al autor, muy buen relato magníficamente escrito.
 
Lo que tengo frente a mí es un espectáculo. Su coño abierto, húmedo, brillando bajo la luz, y justo debajo, su ano aún enrojecido y húmedo por lo que le hice hace unos minutos con mis dedos. Está relajado, un poco dilatado, perfecto. Dios, ese lunar diminuto que tiene justo en la entrada… ese que solo yo conozco. Me obsesiona.

No creo que Adolfo comparta tal afirmación.:salido1:
Lo ha dejado muy claro la confesión de Vega, la primera. :censored:;)
 
….—Por cierto… me has mordido. —Lo señala con un dedo, arqueando una ceja….


Yo me río también, medio avergonzado, medio excitado.


—Perdona… —digo, acercándome a besarle la espalda—. Me llevaste al límite.


Vega se encoge de hombros, divertida, y empieza a caminar hacia el baño. El contoneo natural de sus caderas, todavía húmedas de mi corrida, es un espectáculo. Llega a la puerta, la empuja apenas y entra, dejándola entreabierta.


La escucho moverse, acomodarse en la taza del váter. No necesito verlo para saberlo: lleva años conmigo y reconozco ese gesto íntimo, cotidiano. Pero esta vez, con las marcas frescas en su piel y el olor de la habitación todavía en mis fosas nasales, el simple hecho de imaginarla orinando con el coño enrojecido y palpitante me resulta intensamente erótico.


Me levanto despacio, sintiendo aún las piernas flojas, y camino hacia la puerta entreabierta. Yo también necesito una ducha, me digo… pero lo que siento es que la ducha será apenas la excusa para empezar el segundo asalto.


Entro al baño. Vega está ahí, sentada en el wc, el pelo revuelto y la piel aún húmeda. Sus manos reposan sobre los muslos, el gesto relajado… hasta que me ve. Entonces, sabiendo de sobra lo que me provoca, abre lentamente las piernas, ofreciéndome la visión de su sexo. Me sonríe, descarada, como quien juega con un secreto.


Yo me planto frente a ella, mi polla colgando pesada, morcillona, no del todo erecta pero hinchada por la sangre y el deseo. Ella lo nota y ríe.


—Eres un guarro… —me lanza, divertida, al ver cómo no aparto la mirada.


De pronto empieza a orinar. Su cara se suaviza, los párpados se entrecierran, y ese gesto de alivio se mezcla con la picardía de saber que la estoy mirando. El sonido me excita más aún, íntimo y prohibido, como si me dejara entrar en un rincón secreto de ella que nadie más ve.


—¿Por qué te gusta verme hacer pis? —pregunta con media risa, arqueando una ceja.


Yo sonrío, tragando saliva, sintiendo cómo mi polla late con más fuerza.


—Porque es tan…tan íntimo… —respondo bajo, mirándola sin pestañear—.


Ella ríe, sacude la cabeza y me suelta, juguetona:


—Eso es de pervertido… —pero su voz no suena a reproche, suena a reto.


Siempre he tenido esa extraña fantasía y, con el corazón bombeando más rápido de lo normal, me decido a vivirla un poco. Me planto frente a ella, la miro fijamente, y con la mano sostengo mi polla como si fuera a orinar mientras ella lo hace.


Vega suelta una risa nerviosa, de esas que nacen cuando el deseo se mezcla con lo prohibido. Sus ojos brillan, me observa con picardía y un poco de incredulidad.


—No se te ocurra… —me dice, medio seria, medio divertida, con esa tensión en la voz que me enciende aún más.


Yo río, sin dejar de mirarla. Mis ojos recorren su cuerpo: sus pechos caen ligeramente por la gravedad, con los pezones aún erguidos. Su vientre se contrae suavemente al ritmo de su respiración y, más abajo, el vello oscuro enmarca sus labios rojos, hinchados, abiertos, dejando salir un hilo de orina que golpea el agua.


La escena me consume, me late en las sienes. No aguanto y se lo digo:


—No me aguanto…


Ella ríe más fuerte, se tapa la cara un instante y cuando termina de orinar me mira de frente. Hay algo en su gesto, una chispa que me dice que lo sabe: sabe que si quiero, podría hacerlo. Y que ella, en el fondo, podría dejarlo pasar.


Entonces me suelta la pregunta, directa, susurrada con un brillo en los ojos:


—¿Serías capaz?


Me quedo mudo un segundo, con la polla pesando en mi mano, medio dura, latiendo. Siento cómo empieza a hincharse más, despacio pero firme, como si su pregunta fuera una orden oculta.


La miro, y por un instante estoy convencido de que va a decirme que lo haga. Puedo ver la duda en su cara, como si estuviera en el borde de dejarse llevar. Esa duda sola ya me pone más duro.





—claro respondo


Vega no aparta la mirada. Sus piernas siguen abiertas, el cuerpo relajado después de orinar, pero en su cara hay algo nuevo: un destello de picardía, de desafío.


Se muerde el labio, inclina apenas la cabeza y con voz ronca, más baja de lo habitual, me pregunta:


—¿De verdad serías capaz?


Su tono me atraviesa, me sube el calor por la espalda. La polla se me hincha un poco más en mi mano, morcillona todavía, palpitando al ritmo de mi respiración.


Ella sonríe al darse cuenta y, como si quisiera probarme, desliza un dedo por su vientre, bajando lento hasta rozar sus labios aún húmedos. Los abre con la yema, mostrando su sexo brillando, y me dice:


—Si quieres hacerlo…


Me tiemblan las manos. La tensión me corta el aire. La observo: sus pechos desnudos cayendo hacia adelante, sus pezones duros, sus ojos verdes fijos en mí, esperando. Es como si me retara a cruzar una línea invisible.


—Vega… —murmuro, sin poder contener la excitación.


Ella ríe, suave, nerviosa, como si tampoco supiera hasta dónde va a llegar.


—vamos hazlo —susurra, abriendo más las piernas, ofreciéndome su coño palpitante mientras me sostiene la mirada.


El corazón me late como un tambor. No sé si es morbo, miedo o deseo puro, pero sé que está jugando conmigo… y que yo estoy a un paso de morder el anzuelo.


La miro una última vez a los ojos, buscando en ellos cualquier señal de que pare, de que no cruce esa línea. Pero no hay freno, solo deseo y provocación. Vega echa el cuerpo un poco hacia atrás, recostándose contra la tapa del wc. El gesto abre más el espacio entre su sexo y el hueco, y con él abre también sus piernas, lenta, deliberadamente.


El corazón me golpea el pecho, y siento cómo el calor me sube por la espalda hasta estallar en un escalofrío. No pienso más. Aflojo y dejo que el pis salga. El chorro impacta primero en sus labios abiertos, mojándolos, y Vega suelta un gritito agudo de sorpresa, mezcla de susto y excitación pura.


—¡Joder! —ríe nerviosa, con los ojos muy abiertos, pero no aparta la mano que mantiene su sexo expuesto.


El líquido resbala por su coño, goteando en cascada al wc. Meo sobre su vello púbico negro y corto, que se oscurece más y brilla mojado, pegándose a su piel. El chorro sube un instante y baña su bajo vientre, dejando la piel caliente y húmeda. Ella se mira, me mira a mí, con esa expresión que mezcla confusión y un morbo desbordado que no puede ocultar.


—Dios… no me creo que lo estés haciendo —susurra, con una media sonrisa, los ojos encendidos.


Su respiración se acelera, los pezones duros, las piernas abiertas sin cerrar el paso. Vega tiembla entre el asombro y la excitación, y yo no puedo apartar la vista de su cuerpo brillante bajo el líquido, de su coño abierto recibiéndolo, de la guarra que acaba de despertar en ella.


El chorro sigue saliendo de mí con fuerza, y la miro fijamente a los ojos. Por un segundo dudo, pero me dejo llevar y subo apenas, lo justo para alcanzar su pecho. El líquido tibio salpica su piel y Vega abre los ojos, suelta un jadeo entre asustada y excitada.


—¡Nooo…! —ríe nerviosa, pero enseguida junta sus pechos con las manos, apretándolos, ofreciéndomelos como si quisiera atraparlo todo ahí. Su cara es un poema: incredulidad, deseo, y esa pregunta muda de cómo demonios hemos llegado hasta esto… y lo mucho que le está gustando.


—para ya… —susurra con voz temblorosa, como si me rogara y me provocara al mismo tiempo.


El líquido resbala entre sus tetas, marcando caminos brillantes que llegan hasta sus pezones duros, y ella los aprieta aún más fuerte, cerrando los labios en un gemido contenido. Poco a poco la presión del chorro va bajando, haciéndose más débil. Tengo que acercarme más, el gesto me excita aún más, y la última parte cae directamente sobre su sexo abierto, empapando de nuevo sus labios y su vello húmedo, mezclándose con lo que ya goteaba de antes.


El liquiso golpea su clítoris y ella se estremece, arqueando la espalda con un gemido ronco, perdida entre la sorpresa, el morbo y la excitación que vibra en todo el baño


Vega se queda unos segundos en silencio, respirando fuerte, con esa mezcla de sorpresa y excitación marcada en sus ojos. Se muerde el labio, baja la mirada a su piel brillante y húmeda, y deja escapar una risita nerviosa, casi incrédula.


—Joder… —susurra, como si no acabara de creerse lo que hemos hecho.


Coge un trozo de papel, se seca despacio el bajo vientre, el vello y los muslos, con gestos lentos, todavía sonrojada pero sin dejar de sonreír. Me lanza una mirada cargada de picardía mientras termina de limpiarse, y luego se levanta con un movimiento ágil, el pecho aún húmedo, los pezones erguidos, el culo marcado por la luz del baño.


—Vamos —dice, con esa mezcla de orden y complicidad que solo ella tiene—. Ahora sí, nos toca ducharnos
 
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