Mi mujer y yo. Su confesión

Excelente narración.

Aunque en esta cena pasaron de 5 a cien. Hasta ahora sólo eran conversaciones cachondas, pero esto ya cruzó varios límites, sobre todo por parte de Vega.

Si van a dar el paso, espero que no vengan con tonterías de arrepentimiento después.

Al menos su amiga y el esposo parecen buenos tipos.
 
Se podría hacer la misma historia sin el tipo del pollón enorme? 😂😂.
En serio... La historia es genial, excitante y muy bien relatada, pero me hace gracia el tópico recurrente.
No se me enfade el autor 🙏🙏
 
Excelente narración.

Aunque en esta cena pasaron de 5 a cien. Hasta ahora sólo eran conversaciones cachondas, pero esto ya cruzó varios límites, sobre todo por parte de Vega.

Si van a dar el paso, espero que no vengan con tonterías de arrepentimiento después.

Al menos su amiga y el esposo parecen buenos tiposciert
Excelente narración.

Aunque en esta cena pasaron de 5 a cien. Hasta ahora sólo eran conversaciones cachondas, pero esto ya cruzó varios límites, sobre todo por parte de Vega.

Si van a dar el paso, espero que no vengan con tonterías de arrepentimiento después.

Al menos su amiga y el esposo parecen buenos tipos.
La verdad es que luego releyendo llevas razón que fue un poco acelerado, quizá el alcohol o las ganas o las licencias de autor jejeje
Pero cierto, buen comentario que tendré en cuenta
Espero que te esté gustando y que cumpla tus expectativas lo que ocurra en el futuro
 
Se podría hacer la misma historia sin el tipo del pollón enorme? 😂😂.
En serio... La historia es genial, excitante y muy bien relatada, pero me hace gracia el tópico recurrente.
No se me enfade e el autor
Jejeje ni muchísimo menos me enfado aquí buen rollo y apreciaciones siempre son bien venidas.

Pero el tema del tamaño y los complejos siempre están ahí y los que no hemos sido tocados por la mano De Dios nos queda esa cosita…

Jejej

Espero que lo sigas disfrutando y gracias por el comentario
 
Jejeje ni muchísimo menos me enfado aquí buen rollo y apreciaciones siempre son bien venidas.

Pero el tema del tamaño y los complejos siempre están ahí y los que no hemos sido tocados por la mano De Dios nos queda esa cosita…

Jejej

Espero que lo sigas disfrutando y gracias por el comentario
Me. Está encantando. Enhorabuena!!!!
 
Mientras la beso, Vega aprisiona mi miembro entre sus piernas. Lo atrapa con fuerza, frotándolo contra su sexo bajo el agua. Su calor me envuelve y cada movimiento es un latigazo de placer. Sus uñas se clavan en mi espalda, su boca se funde con la mía, jadea contra mis labios y yo siento que se pierde, que está a punto de desbordarse.

En ese instante, Adolfo vuelve a entrar al agua. El chapoteo rompe el silencio y, sin dudarlo, se acerca a Erika. La toma de la cara con ambas manos y la besa con fuerza, profundo, posesivo. Ella se deja llevar, cierra los ojos y se aferra a su cuello.


Un segundo después, Erika se hunde bajo la superficie. Su pelo oscuro desaparece en el agua. La expresión de Adolfo lo delata: la boca entreabierta, los ojos cerrados, la respiración agitada. No hacen falta palabras para saber lo que está ocurriendo ahí abajo.


Vega entreabre los ojos mientras me besa, los fija un instante en la escena y gime con un sobresalto, más excitada todavía. Sus muslos aprietan con más fuerza mi polla, frotándose con desesperación contra ella, como si el espectáculo delante de nosotros la empujara al límite. Está a punto de correrse, lo siento en la forma en que su cuerpo tiembla y se aprieta contra mí. Pero, de pronto, como si recobrara un segundo de cordura, se detiene. Se hunde bajo el agua, me mira con los ojos brillantes y jadea:


—Dios… estoy muy cachonda.


No me contengo. La cojo por la espalda, la abrazo fuerte y hundo nuestros cuerpos. Mi polla queda encajada entre sus nalgas, presionando, buscando más. Beso su cara, su cuello mojado, y ella se gira lo justo para ver lo que ocurre fuera del agua.


Erika emerge de la superficie junto a Adolfo. No dice nada. Simplemente se deslizan fuera de la piscina, desnudos, sin un atisbo de pudor. Yo los miro y mi excitación se dispara. Adolfo se sienta en un sofá del jardín, Erika lo monta a horcajadas sin cubrirse, y el primer gemido suyo corta la noche cuando la polla de su marido la empala con brutalidad. El sonido húmedo, el choque de sus cuerpos, se mezclan con la música de fondo y los jadeos.


La visión es obscena y magnética. Vega también los observa, temblando entre mis brazos. Luego baja la mano bajo el agua, toma mi polla y la coloca sobre su ano. La presión me enloquece:


—Tócame… —susurra, con un hilo de voz.


Mi glande siente la resistencia de sus anillos, la estrechez de su esfínter abriéndose poco a poco. La penetro con cuidado, pero la intensidad es salvaje: su culo me aprieta con fuerza, caliente y estrecho.


—¡Dios… qué pollón! —gime.


No sé si lo dice por mí, por lo que acaba de sentir, o por Adolfo, que embiste a Erika a pocos metros. Pero en ese instante me da igual: la excitación me consume.


—No aguanto… —le digo entre jadeos.


—Espera… todavía no —me pide, apretando más con su culo mientras mis dedos aceleran sobre su clítoris. Su respiración se quiebra, gime con desesperación, la piel de su espalda tiembla contra mi pecho.


Me esfuerzo por contenerme, pero el límite se acerca. La miro, la aprieto más fuerte, y con la voz rota le susurro:


—¿Te ha gustado beber champán de la polla de Adolfo….?


Vega arquea la espalda y grita, el orgasmo la atraviesa como una descarga.


—¡Aaaahhh… síííí, síííí!


—Eres una putaaa


Sus gemidos se mezclan con mis embestidas, y yo ya no puedo más.


—Dios… me corro… toma mi leche caliente… —gruño, descargando dentro de ella con fuerza, las oleadas calientes estallando en su interior.


—¡Siiiííí! —chilla Vega, clavándose en mí mientras su culo late alrededor de mi polla.


Y, de fondo, los alaridos de Erika y Adolfo retumban en la noche: jadeos, gritos, cuerpos chocando sin control. La escena es brutal, obscena y perfecta: dos parejas desatadas, sin reservas, compartiendo el mismo delirio.








El sol me golpea fuerte en la cara, y la resaca me taladra las sienes. Aun así, siento el cuerpo encendido. Me muevo despacio, con la boca seca, y cuando giro la cabeza la veo: Vega, medio dormida, con el pelo revuelto y la toalla apenas cubriéndole la espalda y las nalgas.


La observo un instante. La piel aún huele a cloro, a champán, a sudor y a sexo. Y en medio del dolor de cabeza, noto la dureza en mi entrepierna: estoy tan cachondo como cansado.


Me acerco un poco más, paso la mano por su cintura, y sonrío.


—Qué guarra eres… —le digo en un susurro ronco, con media sonrisa.


Ella entreabre los ojos, se queda mirándome con esa expresión de niña pillada y mujer excitada a la vez. Una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios resecos.


—Y bien que te gustó… —responde, con la voz rota por la resaca y el sexo de la noche anterior.


Se muerde el labio, y yo noto que el calor me sube de golpe. La noche fue una locura… pero el recuerdo y el cuerpo me piden más.


No lo pienso demasiado. El cuerpo me arde, la resaca se mezcla con el deseo, y me coloco sobre ella. Vega abre los ojos del todo, sorprendida, justo cuando la beso fuerte, devorándola. Su boca sabe a sequedad, a champán de anoche, y aun así me enciendo más.


Sin preguntar, me hundo en ella. Su calor me envuelve de inmediato, estrecho, sensible. Gimo en su oído, con el corazón martilleándome en las sienes.


Pero de pronto su cuerpo se tensa. Sus uñas se clavan en mi pecho y jadea con un gemido distinto.


—¡Para…! —me dice entre suspiros, con la cara contraída—. Dios, cómo me escuece… quita, quita, me arde.


La miro, respirando fuerte, todavía dentro, sintiendo esa mezcla de placer y quemazón. Mi polla palpita, pero sus ojos me piden tregua. La retiro despacio, con un suspiro frustrado, y me quedo apoyado sobre ella, besándole la frente, oliendo el sudor seco de su piel.


El silencio pesa un segundo, roto solo por nuestras respiraciones agitadas y el eco inevitable de la locura de anoche.


Vega se incorpora un poco, abre las piernas con cuidado y se mira el coño con gesto entre sorpresa y vergüenza. La piel está enrojecida, sensible, los labios hinchados por la intensidad de la noche anterior.

—Cari… no puedo —me dice, con una mueca y una media sonrisa—. Me duele mucho.

La miro con deseo, todavía excitado, la polla dura palpitando. No puedo evitar sonreír.


—¿Mucho? —pregunto, acariciando su muslo.


—Mucho… —responde con sinceridad, mordiéndose el labio.

La entiendo creo que fui muy bruto, me viene a la cabeza que la metí cuatro dedos por el coño mientras Erika y Alfredo follaban en el sofá simulando que Alfredo se la estaba follando con su pollon… de recordarlo, El calor me sube por todo el cuerpo, la necesito, y sin pensarlo comienzo a hacerme una paja delante de ella. Mi mano sube y baja rápido, el glande húmedo brilla con las primeras gotas. Vega me observa, y al instante rompe en una risa suave, traviesa, esa risa que me desarma.

—Eres muy guarro… —dice, tapándose la cara un segundo con la sábana, pero dejando un ojo libre para no perder detalle.

Sus pezones duros se marcan sobre la tela arrugada, y la forma en que me mira, entre cansada y provocadora, me enciende todavía más.


Su risa se va apagando poco a poco mientras me mira pajearme. Baja la sábana, deja su pecho desnudo, los pezones duros, y se muerde el labio con esa malicia que conozco.


—Ven aquí… —susurra.


Se incorpora despacio y me aparta la mano. Sus dedos envuelven mi polla caliente, deslizándola con calma, como si quisiera saborear mi desesperación. Se acerca a mi oído y me muerde el lóbulo, mientras murmura:


—Aún siento el champán bajando por mi cuerpo… y tu polla entrando en mi culo… —me susurra, obscena, sabiendo lo que eso me provoca.


Un escalofrío me recorre entero. Ella aprieta más fuerte, y jadea, excitándose con sus propias palabras.


—¿Te acuerdas cómo me llamaste anoche?… puta… —ríe baja, acariciando mi glande con su pulgar—. Pues ahora quiero que me lo repitas.


Baja la cabeza y lame apenas la punta, dejando un hilo de saliva que resbala por el tronco. Me mira desde abajo, con esos ojos verdes encendidos, y sigue:


—como me puso verlos follar delante de nosotros… y tú ahí como un cerdo…metiéndomela por detrás… —gime, acelerando la paja con su mano suave y húmeda.


Su otra mano acaricia mis huevos con delicadeza, mientras su boca me chupa con cuidado, como si quisiera terminar de incendiarme sin exigirse demasiado.


—Dime, ¿quieres correrte en mi cara como si fueras Adolfo echándome champán? —pregunta, sonriendo con esa mezcla de vicio y ternura que me destroza.


Mis caderas se levantan solas, empujando contra su mano. El calor me quema y entre jadeos le hablo, con la voz rota:


— te puso de cachonda verle la polla, eh —gimo, apretando los dientes.


Ella suspira, me mira sin dejar de masturbarme, y asiente apenas, con un brillo travieso en los ojos.


—Dilo… —gruño, apretando sus dedos en mi polla—. Dime que te pusiste cachonda viéndosela.


Vega muerde su labio inferior, me aprieta más fuerte, y jadea:


—Mucho… —susurra, casi sin voz.


Yo suelto un gruñido, excitado, y la provoco más, con la respiración entrecortada:


—Qué zorra eres… ahí, con la boca abierta… bebiéndote el champán cayendo de su polla…


Ella me mira fijamente, el pecho subiendo y bajando rápido, y no se esconde:


—Sí… fui una zorra… —ríe nerviosa, apretando más fuerte y acelerando el movimiento de su mano sobre mi polla palpitante—. Y tú super cachondo…


El ritmo sube, mis jadeos se mezclan con los suyos, y la habitación se llena de esa tensión prohibida, de las palabras que ninguno debería decir pero que los dos necesitamos oír.


Vega aprieta su mano sobre mi polla, la siente palpitante, y me mira a los ojos con la respiración agitada. Sus mejillas están encendidas, y entre jadeos me lo confiesa:


—Fue… fue muy fuerte, Nico… —su voz tiembla, casi un susurro.


—¿El qué? —le provoco, con la voz ronca.


Ella traga saliva, me aprieta más, y sigue:


—Cuando abrió la botella… yo sabía que lo iba a hacer, lo noté. Y me quedé quieta, como tonta… con la polla de Adolfo tan cerca de mi cara… —ríe nerviosa, y gime—. Era como si me estuviera meando.


Mis ojos arden, mi respiración se corta, y ella lo nota.


—Y cuando dejó caer el champán… frío, resbalando por su polla… y me cayó en la boca… joder, Nico… —gime cerrando los ojos—… me puse cachonda de una manera que no me lo esperaba.


Su mano acelera, chof, chof, chof… y se muerde el labio mientras jadea:


—Me sentí… sucia… como una guarra… y me gustó.


aprieta la base del miembro con fuerza, como queriendo controlarlo, y con la voz ronca, entre jadeos:


—Cari… avísame cuando te vayas a correr… —susurra con los labios húmedos pegados a tu oído.


Sigue subiendo y bajando la mano, lenta al principio, luego más rápido, chof, chof, chof… la saliva y mi lubricación hacen que cada movimiento resuene más sucio, más húmedo. Sus ojos brillan con ese fuego que mezcla ternura y lujuria, y añade:


—Quiero verte… quiero sentirlo en mi boca… pero dime antes, ¿sí?


Se muerde el labio, apoyando la frente en la mia:


—Avísame, cabrón, que no quiero perderme ni una gota.

Vega me mira con esos ojos verdes entrecerrados, la respiración agitada, su mano firme subiendo y bajando, cada vez más rápido. Sujeta mi polla con fuerza, la siente palpitando, a punto de explotar. Se acerca a tu oído, casi jadeando:

—Córrete… —susurra, con esa mezcla de ternura y lujuria que te vuelve loco—. Córrete para mí.

Aprieta un poco más la base, chof, chof, chof, sus dedos se deslizan húmedos, el sonido os obsceno y excitante. Entonces sonríe, traviesa, y se muerde el labio mientras me mira fijamente:

—¿Quieres correrte en mi boca? —pregunta con un tono juguetón, provocador, como si quisiera ponerte contra las cuerdas.

Se queda así, quieta un segundo, con la mano aún bombeando tu miembro, esperando tu respuesta, con la lengua asomando apenas entre sus labios rojos, lista para lo que digas.

Vega me mira y aprieta mi polla por la base antes de metérsela entera en la boca. Siento cómo sus labios se cierran alrededor del glande y su lengua me acaricia con un calor húmedo que me hace perder el control. Succiona fuerte, gime bajito, y esa vibración me atraviesa hasta el vientre.

Estoy al límite, jadeando, con los músculos tensos. De repente estallo, un chorro espeso revienta contra su garganta y enseguida otro. Vega traga, pero mi corrida es tan fuerte y tan abundante que la ahoga; la escucho atragantarse, sentir cómo sus arcadas aprietan aún más mi polla dentro de su boca.

Tose, y parte de mi semen vuelve hacia fuera mezclado con su saliva, escurriéndose por mi polla caliente. La visión me enloquece: mi rabo brillante, cubierto de esa mezcla de leche y baba que gotea hasta su barbilla. Ella me mira con los ojos húmedos, respira agitada, pero no se aparta; me la sigue chupando como puede, con hilos de saliva y semen resbalando entre sus labios.

Yo tiemblo, me agarro a su pelo y gruño, porque cada arcada, cada tos, cada vez que siento su garganta cerrarse sobre mí, me arranca más placer. Es sucio, intenso, bestial.

Cuando al fin se aparta, jadea con la barbilla manchada y mi polla chorreando, y sonríe con esa cara de guarra que tanto me pone.

—Joder… —susurra, relamiéndose un hilo de semen que se le escapa por la comisura—. Me has llenado entera.

Después de ese instante me quedo sin aliento, tumbado hacia atrás, el pecho subiendo y bajando con fuerza. Siento todavía los espasmos en mi polla, húmeda, brillante y cubierta de la mezcla de mi corrida y su saliva. La visión me enciende de nuevo, a pesar de estar exhausto.


Vega se limpia la comisura con el dorso de la mano, todavía con hilos pegajosos entre los labios, y sonríe. Sus ojos brillan, esa mezcla de ternura y perversión que solo ella sabe poner. Se inclina hacia mí y me besa, sin darme opción, compartiendo conmigo ese sabor fuerte y salado que aún tiene en la boca.


—¿Lo notas? —susurra contra mis labios—. Todo tuyo…


Su beso es húmedo, descarado, como si quisiera que yo sintiera en mi lengua lo que acaba de tragar. Me acaricia el pecho con calma, bajando despacio por mi abdomen, y sus dedos juegan con mi polla empapada, esparciendo esa mezcla por mi glande. Yo gruño, estremecido, todavía sensible, pero su mano me mantiene despierto.


—Me encanta verte correrte… —me dice con voz ronca—. Tan guarro, tan mío.


Me mira fijamente, con el pelo pegado a la cara por el sudor, los labios hinchados y húmedos, el pecho agitado. Y ahí lo sé: lo que pasó anoche, lo que hemos hecho ahora, todo nos ha llevado a un punto en el que ya no hay vuelta atrás. La confianza, el morbo, la excitación, todo se mezcla en una intimidad brutal.


Yo respiro hondo, paso la mano por su nuca y la atraigo contra mí, hundiéndome en su olor, en su calor, en esa sensación de que el sexo con ella es un secreto que arde y que solo compartimos los dos
 
Mientras la beso, Vega aprisiona mi miembro entre sus piernas. Lo atrapa con fuerza, frotándolo contra su sexo bajo el agua. Su calor me envuelve y cada movimiento es un latigazo de placer. Sus uñas se clavan en mi espalda, su boca se funde con la mía, jadea contra mis labios y yo siento que se pierde, que está a punto de desbordarse.

En ese instante, Adolfo vuelve a entrar al agua. El chapoteo rompe el silencio y, sin dudarlo, se acerca a Erika. La toma de la cara con ambas manos y la besa con fuerza, profundo, posesivo. Ella se deja llevar, cierra los ojos y se aferra a su cuello.


Un segundo después, Erika se hunde bajo la superficie. Su pelo oscuro desaparece en el agua. La expresión de Adolfo lo delata: la boca entreabierta, los ojos cerrados, la respiración agitada. No hacen falta palabras para saber lo que está ocurriendo ahí abajo.


Vega entreabre los ojos mientras me besa, los fija un instante en la escena y gime con un sobresalto, más excitada todavía. Sus muslos aprietan con más fuerza mi polla, frotándose con desesperación contra ella, como si el espectáculo delante de nosotros la empujara al límite. Está a punto de correrse, lo siento en la forma en que su cuerpo tiembla y se aprieta contra mí. Pero, de pronto, como si recobrara un segundo de cordura, se detiene. Se hunde bajo el agua, me mira con los ojos brillantes y jadea:


—Dios… estoy muy cachonda.


No me contengo. La cojo por la espalda, la abrazo fuerte y hundo nuestros cuerpos. Mi polla queda encajada entre sus nalgas, presionando, buscando más. Beso su cara, su cuello mojado, y ella se gira lo justo para ver lo que ocurre fuera del agua.


Erika emerge de la superficie junto a Adolfo. No dice nada. Simplemente se deslizan fuera de la piscina, desnudos, sin un atisbo de pudor. Yo los miro y mi excitación se dispara. Adolfo se sienta en un sofá del jardín, Erika lo monta a horcajadas sin cubrirse, y el primer gemido suyo corta la noche cuando la polla de su marido la empala con brutalidad. El sonido húmedo, el choque de sus cuerpos, se mezclan con la música de fondo y los jadeos.


La visión es obscena y magnética. Vega también los observa, temblando entre mis brazos. Luego baja la mano bajo el agua, toma mi polla y la coloca sobre su ano. La presión me enloquece:


—Tócame… —susurra, con un hilo de voz.


Mi glande siente la resistencia de sus anillos, la estrechez de su esfínter abriéndose poco a poco. La penetro con cuidado, pero la intensidad es salvaje: su culo me aprieta con fuerza, caliente y estrecho.


—¡Dios… qué pollón! —gime.


No sé si lo dice por mí, por lo que acaba de sentir, o por Adolfo, que embiste a Erika a pocos metros. Pero en ese instante me da igual: la excitación me consume.


—No aguanto… —le digo entre jadeos.


—Espera… todavía no —me pide, apretando más con su culo mientras mis dedos aceleran sobre su clítoris. Su respiración se quiebra, gime con desesperación, la piel de su espalda tiembla contra mi pecho.


Me esfuerzo por contenerme, pero el límite se acerca. La miro, la aprieto más fuerte, y con la voz rota le susurro:


—¿Te ha gustado beber champán de la polla de Adolfo….?


Vega arquea la espalda y grita, el orgasmo la atraviesa como una descarga.


—¡Aaaahhh… síííí, síííí!


—Eres una putaaa


Sus gemidos se mezclan con mis embestidas, y yo ya no puedo más.


—Dios… me corro… toma mi leche caliente… —gruño, descargando dentro de ella con fuerza, las oleadas calientes estallando en su interior.


—¡Siiiííí! —chilla Vega, clavándose en mí mientras su culo late alrededor de mi polla.


Y, de fondo, los alaridos de Erika y Adolfo retumban en la noche: jadeos, gritos, cuerpos chocando sin control. La escena es brutal, obscena y perfecta: dos parejas desatadas, sin reservas, compartiendo el mismo delirio.








El sol me golpea fuerte en la cara, y la resaca me taladra las sienes. Aun así, siento el cuerpo encendido. Me muevo despacio, con la boca seca, y cuando giro la cabeza la veo: Vega, medio dormida, con el pelo revuelto y la toalla apenas cubriéndole la espalda y las nalgas.


La observo un instante. La piel aún huele a cloro, a champán, a sudor y a sexo. Y en medio del dolor de cabeza, noto la dureza en mi entrepierna: estoy tan cachondo como cansado.


Me acerco un poco más, paso la mano por su cintura, y sonrío.


—Qué guarra eres… —le digo en un susurro ronco, con media sonrisa.


Ella entreabre los ojos, se queda mirándome con esa expresión de niña pillada y mujer excitada a la vez. Una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios resecos.


—Y bien que te gustó… —responde, con la voz rota por la resaca y el sexo de la noche anterior.


Se muerde el labio, y yo noto que el calor me sube de golpe. La noche fue una locura… pero el recuerdo y el cuerpo me piden más.


No lo pienso demasiado. El cuerpo me arde, la resaca se mezcla con el deseo, y me coloco sobre ella. Vega abre los ojos del todo, sorprendida, justo cuando la beso fuerte, devorándola. Su boca sabe a sequedad, a champán de anoche, y aun así me enciendo más.


Sin preguntar, me hundo en ella. Su calor me envuelve de inmediato, estrecho, sensible. Gimo en su oído, con el corazón martilleándome en las sienes.


Pero de pronto su cuerpo se tensa. Sus uñas se clavan en mi pecho y jadea con un gemido distinto.


—¡Para…! —me dice entre suspiros, con la cara contraída—. Dios, cómo me escuece… quita, quita, me arde.


La miro, respirando fuerte, todavía dentro, sintiendo esa mezcla de placer y quemazón. Mi polla palpita, pero sus ojos me piden tregua. La retiro despacio, con un suspiro frustrado, y me quedo apoyado sobre ella, besándole la frente, oliendo el sudor seco de su piel.


El silencio pesa un segundo, roto solo por nuestras respiraciones agitadas y el eco inevitable de la locura de anoche.


Vega se incorpora un poco, abre las piernas con cuidado y se mira el coño con gesto entre sorpresa y vergüenza. La piel está enrojecida, sensible, los labios hinchados por la intensidad de la noche anterior.

—Cari… no puedo —me dice, con una mueca y una media sonrisa—. Me duele mucho.

La miro con deseo, todavía excitado, la polla dura palpitando. No puedo evitar sonreír.


—¿Mucho? —pregunto, acariciando su muslo.


—Mucho… —responde con sinceridad, mordiéndose el labio.

La entiendo creo que fui muy bruto, me viene a la cabeza que la metí cuatro dedos por el coño mientras Erika y Alfredo follaban en el sofá simulando que Alfredo se la estaba follando con su pollon… de recordarlo, El calor me sube por todo el cuerpo, la necesito, y sin pensarlo comienzo a hacerme una paja delante de ella. Mi mano sube y baja rápido, el glande húmedo brilla con las primeras gotas. Vega me observa, y al instante rompe en una risa suave, traviesa, esa risa que me desarma.

—Eres muy guarro… —dice, tapándose la cara un segundo con la sábana, pero dejando un ojo libre para no perder detalle.

Sus pezones duros se marcan sobre la tela arrugada, y la forma en que me mira, entre cansada y provocadora, me enciende todavía más.


Su risa se va apagando poco a poco mientras me mira pajearme. Baja la sábana, deja su pecho desnudo, los pezones duros, y se muerde el labio con esa malicia que conozco.


—Ven aquí… —susurra.


Se incorpora despacio y me aparta la mano. Sus dedos envuelven mi polla caliente, deslizándola con calma, como si quisiera saborear mi desesperación. Se acerca a mi oído y me muerde el lóbulo, mientras murmura:


—Aún siento el champán bajando por mi cuerpo… y tu polla entrando en mi culo… —me susurra, obscena, sabiendo lo que eso me provoca.


Un escalofrío me recorre entero. Ella aprieta más fuerte, y jadea, excitándose con sus propias palabras.


—¿Te acuerdas cómo me llamaste anoche?… puta… —ríe baja, acariciando mi glande con su pulgar—. Pues ahora quiero que me lo repitas.


Baja la cabeza y lame apenas la punta, dejando un hilo de saliva que resbala por el tronco. Me mira desde abajo, con esos ojos verdes encendidos, y sigue:


—como me puso verlos follar delante de nosotros… y tú ahí como un cerdo…metiéndomela por detrás… —gime, acelerando la paja con su mano suave y húmeda.


Su otra mano acaricia mis huevos con delicadeza, mientras su boca me chupa con cuidado, como si quisiera terminar de incendiarme sin exigirse demasiado.


—Dime, ¿quieres correrte en mi cara como si fueras Adolfo echándome champán? —pregunta, sonriendo con esa mezcla de vicio y ternura que me destroza.


Mis caderas se levantan solas, empujando contra su mano. El calor me quema y entre jadeos le hablo, con la voz rota:


— te puso de cachonda verle la polla, eh —gimo, apretando los dientes.


Ella suspira, me mira sin dejar de masturbarme, y asiente apenas, con un brillo travieso en los ojos.


—Dilo… —gruño, apretando sus dedos en mi polla—. Dime que te pusiste cachonda viéndosela.


Vega muerde su labio inferior, me aprieta más fuerte, y jadea:


—Mucho… —susurra, casi sin voz.


Yo suelto un gruñido, excitado, y la provoco más, con la respiración entrecortada:


—Qué zorra eres… ahí, con la boca abierta… bebiéndote el champán cayendo de su polla…


Ella me mira fijamente, el pecho subiendo y bajando rápido, y no se esconde:


—Sí… fui una zorra… —ríe nerviosa, apretando más fuerte y acelerando el movimiento de su mano sobre mi polla palpitante—. Y tú super cachondo…


El ritmo sube, mis jadeos se mezclan con los suyos, y la habitación se llena de esa tensión prohibida, de las palabras que ninguno debería decir pero que los dos necesitamos oír.


Vega aprieta su mano sobre mi polla, la siente palpitante, y me mira a los ojos con la respiración agitada. Sus mejillas están encendidas, y entre jadeos me lo confiesa:


—Fue… fue muy fuerte, Nico… —su voz tiembla, casi un susurro.


—¿El qué? —le provoco, con la voz ronca.


Ella traga saliva, me aprieta más, y sigue:


—Cuando abrió la botella… yo sabía que lo iba a hacer, lo noté. Y me quedé quieta, como tonta… con la polla de Adolfo tan cerca de mi cara… —ríe nerviosa, y gime—. Era como si me estuviera meando.


Mis ojos arden, mi respiración se corta, y ella lo nota.


—Y cuando dejó caer el champán… frío, resbalando por su polla… y me cayó en la boca… joder, Nico… —gime cerrando los ojos—… me puse cachonda de una manera que no me lo esperaba.


Su mano acelera, chof, chof, chof… y se muerde el labio mientras jadea:


—Me sentí… sucia… como una guarra… y me gustó.


aprieta la base del miembro con fuerza, como queriendo controlarlo, y con la voz ronca, entre jadeos:


—Cari… avísame cuando te vayas a correr… —susurra con los labios húmedos pegados a tu oído.


Sigue subiendo y bajando la mano, lenta al principio, luego más rápido, chof, chof, chof… la saliva y mi lubricación hacen que cada movimiento resuene más sucio, más húmedo. Sus ojos brillan con ese fuego que mezcla ternura y lujuria, y añade:


—Quiero verte… quiero sentirlo en mi boca… pero dime antes, ¿sí?


Se muerde el labio, apoyando la frente en la mia:


—Avísame, cabrón, que no quiero perderme ni una gota.

Vega me mira con esos ojos verdes entrecerrados, la respiración agitada, su mano firme subiendo y bajando, cada vez más rápido. Sujeta mi polla con fuerza, la siente palpitando, a punto de explotar. Se acerca a tu oído, casi jadeando:

—Córrete… —susurra, con esa mezcla de ternura y lujuria que te vuelve loco—. Córrete para mí.

Aprieta un poco más la base, chof, chof, chof, sus dedos se deslizan húmedos, el sonido os obsceno y excitante. Entonces sonríe, traviesa, y se muerde el labio mientras me mira fijamente:

—¿Quieres correrte en mi boca? —pregunta con un tono juguetón, provocador, como si quisiera ponerte contra las cuerdas.

Se queda así, quieta un segundo, con la mano aún bombeando tu miembro, esperando tu respuesta, con la lengua asomando apenas entre sus labios rojos, lista para lo que digas.

Vega me mira y aprieta mi polla por la base antes de metérsela entera en la boca. Siento cómo sus labios se cierran alrededor del glande y su lengua me acaricia con un calor húmedo que me hace perder el control. Succiona fuerte, gime bajito, y esa vibración me atraviesa hasta el vientre.

Estoy al límite, jadeando, con los músculos tensos. De repente estallo, un chorro espeso revienta contra su garganta y enseguida otro. Vega traga, pero mi corrida es tan fuerte y tan abundante que la ahoga; la escucho atragantarse, sentir cómo sus arcadas aprietan aún más mi polla dentro de su boca.

Tose, y parte de mi semen vuelve hacia fuera mezclado con su saliva, escurriéndose por mi polla caliente. La visión me enloquece: mi rabo brillante, cubierto de esa mezcla de leche y baba que gotea hasta su barbilla. Ella me mira con los ojos húmedos, respira agitada, pero no se aparta; me la sigue chupando como puede, con hilos de saliva y semen resbalando entre sus labios.

Yo tiemblo, me agarro a su pelo y gruño, porque cada arcada, cada tos, cada vez que siento su garganta cerrarse sobre mí, me arranca más placer. Es sucio, intenso, bestial.

Cuando al fin se aparta, jadea con la barbilla manchada y mi polla chorreando, y sonríe con esa cara de guarra que tanto me pone.

—Joder… —susurra, relamiéndose un hilo de semen que se le escapa por la comisura—. Me has llenado entera.

Después de ese instante me quedo sin aliento, tumbado hacia atrás, el pecho subiendo y bajando con fuerza. Siento todavía los espasmos en mi polla, húmeda, brillante y cubierta de la mezcla de mi corrida y su saliva. La visión me enciende de nuevo, a pesar de estar exhausto.


Vega se limpia la comisura con el dorso de la mano, todavía con hilos pegajosos entre los labios, y sonríe. Sus ojos brillan, esa mezcla de ternura y perversión que solo ella sabe poner. Se inclina hacia mí y me besa, sin darme opción, compartiendo conmigo ese sabor fuerte y salado que aún tiene en la boca.


—¿Lo notas? —susurra contra mis labios—. Todo tuyo…


Su beso es húmedo, descarado, como si quisiera que yo sintiera en mi lengua lo que acaba de tragar. Me acaricia el pecho con calma, bajando despacio por mi abdomen, y sus dedos juegan con mi polla empapada, esparciendo esa mezcla por mi glande. Yo gruño, estremecido, todavía sensible, pero su mano me mantiene despierto.


—Me encanta verte correrte… —me dice con voz ronca—. Tan guarro, tan mío.


Me mira fijamente, con el pelo pegado a la cara por el sudor, los labios hinchados y húmedos, el pecho agitado. Y ahí lo sé: lo que pasó anoche, lo que hemos hecho ahora, todo nos ha llevado a un punto en el que ya no hay vuelta atrás. La confianza, el morbo, la excitación, todo se mezcla en una intimidad brutal.


Yo respiro hondo, paso la mano por su nuca y la atraigo contra mí, hundiéndome en su olor, en su calor, en esa sensación de que el sexo con ella es un secreto que arde y que solo compartimos los dos
Buffff
 
Han pasado algunos pequeños límites, la calentura y el alcohol lo han hecho posible, pero todavía siguen siendo ellos dos, no han traspasado la gran línea roja de tener sexo, del tipo que sea, con sus amigos. No sabría decir cual de los dos querría hacer algo más fuerte, aunque Vega ha hecho algo muy morboso, en realidad, no ha habido contacto físico, sin embargo, a Nico no parece disgustarle mucho que ella se comporte como una guarra. ¿Hasta dónde estará dispuesto a llegar?
 
El dibujo podríamos decir que es ella: parte de una foto de este verano, retocada con filtros del móvil y con otra cara, pero buscando a alguien que se le pareciera. El personaje está inspirado en mi mujer; no es 100% real, pero sí recoge su personalidad, nuestros gustos y situaciones o conversaciones que en algún momento hemos vivido juntos. Espero que os guste la historia y os ponga cachondos y cachondas. Me encantaría saber qué es lo que más y lo que menos os gusta.
Muy bien escrito....sigamos...
 
Mientras la beso, Vega aprisiona mi miembro entre sus piernas. Lo atrapa con fuerza, frotándolo contra su sexo bajo el agua. Su calor me envuelve y cada movimiento es un latigazo de placer. Sus uñas se clavan en mi espalda, su boca se funde con la mía, jadea contra mis labios y yo siento que se pierde, que está a punto de desbordarse.

En ese instante, Adolfo vuelve a entrar al agua. El chapoteo rompe el silencio y, sin dudarlo, se acerca a Erika. La toma de la cara con ambas manos y la besa con fuerza, profundo, posesivo. Ella se deja llevar, cierra los ojos y se aferra a su cuello.


Un segundo después, Erika se hunde bajo la superficie. Su pelo oscuro desaparece en el agua. La expresión de Adolfo lo delata: la boca entreabierta, los ojos cerrados, la respiración agitada. No hacen falta palabras para saber lo que está ocurriendo ahí abajo.


Vega entreabre los ojos mientras me besa, los fija un instante en la escena y gime con un sobresalto, más excitada todavía. Sus muslos aprietan con más fuerza mi polla, frotándose con desesperación contra ella, como si el espectáculo delante de nosotros la empujara al límite. Está a punto de correrse, lo siento en la forma en que su cuerpo tiembla y se aprieta contra mí. Pero, de pronto, como si recobrara un segundo de cordura, se detiene. Se hunde bajo el agua, me mira con los ojos brillantes y jadea:


—Dios… estoy muy cachonda.


No me contengo. La cojo por la espalda, la abrazo fuerte y hundo nuestros cuerpos. Mi polla queda encajada entre sus nalgas, presionando, buscando más. Beso su cara, su cuello mojado, y ella se gira lo justo para ver lo que ocurre fuera del agua.


Erika emerge de la superficie junto a Adolfo. No dice nada. Simplemente se deslizan fuera de la piscina, desnudos, sin un atisbo de pudor. Yo los miro y mi excitación se dispara. Adolfo se sienta en un sofá del jardín, Erika lo monta a horcajadas sin cubrirse, y el primer gemido suyo corta la noche cuando la polla de su marido la empala con brutalidad. El sonido húmedo, el choque de sus cuerpos, se mezclan con la música de fondo y los jadeos.


La visión es obscena y magnética. Vega también los observa, temblando entre mis brazos. Luego baja la mano bajo el agua, toma mi polla y la coloca sobre su ano. La presión me enloquece:


—Tócame… —susurra, con un hilo de voz.


Mi glande siente la resistencia de sus anillos, la estrechez de su esfínter abriéndose poco a poco. La penetro con cuidado, pero la intensidad es salvaje: su culo me aprieta con fuerza, caliente y estrecho.


—¡Dios… qué pollón! —gime.


No sé si lo dice por mí, por lo que acaba de sentir, o por Adolfo, que embiste a Erika a pocos metros. Pero en ese instante me da igual: la excitación me consume.


—No aguanto… —le digo entre jadeos.


—Espera… todavía no —me pide, apretando más con su culo mientras mis dedos aceleran sobre su clítoris. Su respiración se quiebra, gime con desesperación, la piel de su espalda tiembla contra mi pecho.


Me esfuerzo por contenerme, pero el límite se acerca. La miro, la aprieto más fuerte, y con la voz rota le susurro:


—¿Te ha gustado beber champán de la polla de Adolfo….?


Vega arquea la espalda y grita, el orgasmo la atraviesa como una descarga.


—¡Aaaahhh… síííí, síííí!


—Eres una putaaa


Sus gemidos se mezclan con mis embestidas, y yo ya no puedo más.


—Dios… me corro… toma mi leche caliente… —gruño, descargando dentro de ella con fuerza, las oleadas calientes estallando en su interior.


—¡Siiiííí! —chilla Vega, clavándose en mí mientras su culo late alrededor de mi polla.


Y, de fondo, los alaridos de Erika y Adolfo retumban en la noche: jadeos, gritos, cuerpos chocando sin control. La escena es brutal, obscena y perfecta: dos parejas desatadas, sin reservas, compartiendo el mismo delirio.








El sol me golpea fuerte en la cara, y la resaca me taladra las sienes. Aun así, siento el cuerpo encendido. Me muevo despacio, con la boca seca, y cuando giro la cabeza la veo: Vega, medio dormida, con el pelo revuelto y la toalla apenas cubriéndole la espalda y las nalgas.


La observo un instante. La piel aún huele a cloro, a champán, a sudor y a sexo. Y en medio del dolor de cabeza, noto la dureza en mi entrepierna: estoy tan cachondo como cansado.


Me acerco un poco más, paso la mano por su cintura, y sonrío.


—Qué guarra eres… —le digo en un susurro ronco, con media sonrisa.


Ella entreabre los ojos, se queda mirándome con esa expresión de niña pillada y mujer excitada a la vez. Una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios resecos.


—Y bien que te gustó… —responde, con la voz rota por la resaca y el sexo de la noche anterior.


Se muerde el labio, y yo noto que el calor me sube de golpe. La noche fue una locura… pero el recuerdo y el cuerpo me piden más.


No lo pienso demasiado. El cuerpo me arde, la resaca se mezcla con el deseo, y me coloco sobre ella. Vega abre los ojos del todo, sorprendida, justo cuando la beso fuerte, devorándola. Su boca sabe a sequedad, a champán de anoche, y aun así me enciendo más.


Sin preguntar, me hundo en ella. Su calor me envuelve de inmediato, estrecho, sensible. Gimo en su oído, con el corazón martilleándome en las sienes.


Pero de pronto su cuerpo se tensa. Sus uñas se clavan en mi pecho y jadea con un gemido distinto.


—¡Para…! —me dice entre suspiros, con la cara contraída—. Dios, cómo me escuece… quita, quita, me arde.


La miro, respirando fuerte, todavía dentro, sintiendo esa mezcla de placer y quemazón. Mi polla palpita, pero sus ojos me piden tregua. La retiro despacio, con un suspiro frustrado, y me quedo apoyado sobre ella, besándole la frente, oliendo el sudor seco de su piel.


El silencio pesa un segundo, roto solo por nuestras respiraciones agitadas y el eco inevitable de la locura de anoche.


Vega se incorpora un poco, abre las piernas con cuidado y se mira el coño con gesto entre sorpresa y vergüenza. La piel está enrojecida, sensible, los labios hinchados por la intensidad de la noche anterior.

—Cari… no puedo —me dice, con una mueca y una media sonrisa—. Me duele mucho.

La miro con deseo, todavía excitado, la polla dura palpitando. No puedo evitar sonreír.


—¿Mucho? —pregunto, acariciando su muslo.


—Mucho… —responde con sinceridad, mordiéndose el labio.

La entiendo creo que fui muy bruto, me viene a la cabeza que la metí cuatro dedos por el coño mientras Erika y Alfredo follaban en el sofá simulando que Alfredo se la estaba follando con su pollon… de recordarlo, El calor me sube por todo el cuerpo, la necesito, y sin pensarlo comienzo a hacerme una paja delante de ella. Mi mano sube y baja rápido, el glande húmedo brilla con las primeras gotas. Vega me observa, y al instante rompe en una risa suave, traviesa, esa risa que me desarma.

—Eres muy guarro… —dice, tapándose la cara un segundo con la sábana, pero dejando un ojo libre para no perder detalle.

Sus pezones duros se marcan sobre la tela arrugada, y la forma en que me mira, entre cansada y provocadora, me enciende todavía más.


Su risa se va apagando poco a poco mientras me mira pajearme. Baja la sábana, deja su pecho desnudo, los pezones duros, y se muerde el labio con esa malicia que conozco.


—Ven aquí… —susurra.


Se incorpora despacio y me aparta la mano. Sus dedos envuelven mi polla caliente, deslizándola con calma, como si quisiera saborear mi desesperación. Se acerca a mi oído y me muerde el lóbulo, mientras murmura:


—Aún siento el champán bajando por mi cuerpo… y tu polla entrando en mi culo… —me susurra, obscena, sabiendo lo que eso me provoca.


Un escalofrío me recorre entero. Ella aprieta más fuerte, y jadea, excitándose con sus propias palabras.


—¿Te acuerdas cómo me llamaste anoche?… puta… —ríe baja, acariciando mi glande con su pulgar—. Pues ahora quiero que me lo repitas.


Baja la cabeza y lame apenas la punta, dejando un hilo de saliva que resbala por el tronco. Me mira desde abajo, con esos ojos verdes encendidos, y sigue:


—como me puso verlos follar delante de nosotros… y tú ahí como un cerdo…metiéndomela por detrás… —gime, acelerando la paja con su mano suave y húmeda.


Su otra mano acaricia mis huevos con delicadeza, mientras su boca me chupa con cuidado, como si quisiera terminar de incendiarme sin exigirse demasiado.


—Dime, ¿quieres correrte en mi cara como si fueras Adolfo echándome champán? —pregunta, sonriendo con esa mezcla de vicio y ternura que me destroza.


Mis caderas se levantan solas, empujando contra su mano. El calor me quema y entre jadeos le hablo, con la voz rota:


— te puso de cachonda verle la polla, eh —gimo, apretando los dientes.


Ella suspira, me mira sin dejar de masturbarme, y asiente apenas, con un brillo travieso en los ojos.


—Dilo… —gruño, apretando sus dedos en mi polla—. Dime que te pusiste cachonda viéndosela.


Vega muerde su labio inferior, me aprieta más fuerte, y jadea:


—Mucho… —susurra, casi sin voz.


Yo suelto un gruñido, excitado, y la provoco más, con la respiración entrecortada:


—Qué zorra eres… ahí, con la boca abierta… bebiéndote el champán cayendo de su polla…


Ella me mira fijamente, el pecho subiendo y bajando rápido, y no se esconde:


—Sí… fui una zorra… —ríe nerviosa, apretando más fuerte y acelerando el movimiento de su mano sobre mi polla palpitante—. Y tú super cachondo…


El ritmo sube, mis jadeos se mezclan con los suyos, y la habitación se llena de esa tensión prohibida, de las palabras que ninguno debería decir pero que los dos necesitamos oír.


Vega aprieta su mano sobre mi polla, la siente palpitante, y me mira a los ojos con la respiración agitada. Sus mejillas están encendidas, y entre jadeos me lo confiesa:


—Fue… fue muy fuerte, Nico… —su voz tiembla, casi un susurro.


—¿El qué? —le provoco, con la voz ronca.


Ella traga saliva, me aprieta más, y sigue:


—Cuando abrió la botella… yo sabía que lo iba a hacer, lo noté. Y me quedé quieta, como tonta… con la polla de Adolfo tan cerca de mi cara… —ríe nerviosa, y gime—. Era como si me estuviera meando.


Mis ojos arden, mi respiración se corta, y ella lo nota.


—Y cuando dejó caer el champán… frío, resbalando por su polla… y me cayó en la boca… joder, Nico… —gime cerrando los ojos—… me puse cachonda de una manera que no me lo esperaba.


Su mano acelera, chof, chof, chof… y se muerde el labio mientras jadea:


—Me sentí… sucia… como una guarra… y me gustó.


aprieta la base del miembro con fuerza, como queriendo controlarlo, y con la voz ronca, entre jadeos:


—Cari… avísame cuando te vayas a correr… —susurra con los labios húmedos pegados a tu oído.


Sigue subiendo y bajando la mano, lenta al principio, luego más rápido, chof, chof, chof… la saliva y mi lubricación hacen que cada movimiento resuene más sucio, más húmedo. Sus ojos brillan con ese fuego que mezcla ternura y lujuria, y añade:


—Quiero verte… quiero sentirlo en mi boca… pero dime antes, ¿sí?


Se muerde el labio, apoyando la frente en la mia:


—Avísame, cabrón, que no quiero perderme ni una gota.

Vega me mira con esos ojos verdes entrecerrados, la respiración agitada, su mano firme subiendo y bajando, cada vez más rápido. Sujeta mi polla con fuerza, la siente palpitando, a punto de explotar. Se acerca a tu oído, casi jadeando:

—Córrete… —susurra, con esa mezcla de ternura y lujuria que te vuelve loco—. Córrete para mí.

Aprieta un poco más la base, chof, chof, chof, sus dedos se deslizan húmedos, el sonido os obsceno y excitante. Entonces sonríe, traviesa, y se muerde el labio mientras me mira fijamente:

—¿Quieres correrte en mi boca? —pregunta con un tono juguetón, provocador, como si quisiera ponerte contra las cuerdas.

Se queda así, quieta un segundo, con la mano aún bombeando tu miembro, esperando tu respuesta, con la lengua asomando apenas entre sus labios rojos, lista para lo que digas.

Vega me mira y aprieta mi polla por la base antes de metérsela entera en la boca. Siento cómo sus labios se cierran alrededor del glande y su lengua me acaricia con un calor húmedo que me hace perder el control. Succiona fuerte, gime bajito, y esa vibración me atraviesa hasta el vientre.

Estoy al límite, jadeando, con los músculos tensos. De repente estallo, un chorro espeso revienta contra su garganta y enseguida otro. Vega traga, pero mi corrida es tan fuerte y tan abundante que la ahoga; la escucho atragantarse, sentir cómo sus arcadas aprietan aún más mi polla dentro de su boca.

Tose, y parte de mi semen vuelve hacia fuera mezclado con su saliva, escurriéndose por mi polla caliente. La visión me enloquece: mi rabo brillante, cubierto de esa mezcla de leche y baba que gotea hasta su barbilla. Ella me mira con los ojos húmedos, respira agitada, pero no se aparta; me la sigue chupando como puede, con hilos de saliva y semen resbalando entre sus labios.

Yo tiemblo, me agarro a su pelo y gruño, porque cada arcada, cada tos, cada vez que siento su garganta cerrarse sobre mí, me arranca más placer. Es sucio, intenso, bestial.

Cuando al fin se aparta, jadea con la barbilla manchada y mi polla chorreando, y sonríe con esa cara de guarra que tanto me pone.

—Joder… —susurra, relamiéndose un hilo de semen que se le escapa por la comisura—. Me has llenado entera.

Después de ese instante me quedo sin aliento, tumbado hacia atrás, el pecho subiendo y bajando con fuerza. Siento todavía los espasmos en mi polla, húmeda, brillante y cubierta de la mezcla de mi corrida y su saliva. La visión me enciende de nuevo, a pesar de estar exhausto.


Vega se limpia la comisura con el dorso de la mano, todavía con hilos pegajosos entre los labios, y sonríe. Sus ojos brillan, esa mezcla de ternura y perversión que solo ella sabe poner. Se inclina hacia mí y me besa, sin darme opción, compartiendo conmigo ese sabor fuerte y salado que aún tiene en la boca.


—¿Lo notas? —susurra contra mis labios—. Todo tuyo…


Su beso es húmedo, descarado, como si quisiera que yo sintiera en mi lengua lo que acaba de tragar. Me acaricia el pecho con calma, bajando despacio por mi abdomen, y sus dedos juegan con mi polla empapada, esparciendo esa mezcla por mi glande. Yo gruño, estremecido, todavía sensible, pero su mano me mantiene despierto.


—Me encanta verte correrte… —me dice con voz ronca—. Tan guarro, tan mío.


Me mira fijamente, con el pelo pegado a la cara por el sudor, los labios hinchados y húmedos, el pecho agitado. Y ahí lo sé: lo que pasó anoche, lo que hemos hecho ahora, todo nos ha llevado a un punto en el que ya no hay vuelta atrás. La confianza, el morbo, la excitación, todo se mezcla en una intimidad brutal.


Yo respiro hondo, paso la mano por su nuca y la atraigo contra mí, hundiéndome en su olor, en su calor, en esa sensación de que el sexo con ella es un secreto que arde y que solo compartimos los dos
Espectacular!!!
 
Nico y Vega tienen una complicidad, una química y una conexión envidiables. Todo va de maravilla.
Se presentará un elemento distorsionador, en su mundo perfecto?.
Cuando va a hacer sufrir el autor, a sus idílicos protagonistas?.
Excelente historia, enhorabuena.
 
El reloj marca casi el mediodía. El sol entra fuerte por los ventanales del salón, y las tazas de café se mezclan con los restos del desayuno: panecillos a medio comer, mermelada, zumo de naranja. Pienso que al verles estaría cortado, incómodo, como si la noche anterior fuese un exceso que mejor olvidar. Pero no. Me siento bien. Ligero. Como si todo lo que ocurrió fuese lo más natural del mundo.


El ambiente es extraño, pero agradable. Una especie de calma juguetona, como esa sensación de los primeros días con una novia nueva, cuando quieres decir lo que sientes pero temes asustarla. Aquí, la sensación es parecida: sabemos lo que pasó, lo que vimos, lo que tocamos, y todos queremos decir algo… pero ninguno se atreve a romper el silencio.


Hasta que Erika, que siempre ha sido la más alocada, deja la taza sobre la mesa, se reclina en la silla y suelta con una sonrisa maliciosa:


—Pues habrá que repetirlo, ¿no?


El comentario flota un segundo en el aire. Nos miramos unos a otros, y enseguida estallamos en risas. Risas nerviosas, resacosas, pero sinceras. Yo noto a Vega mirándome de reojo, con esa sonrisa que me dice “ves, no soy la única que lo piensa”. Adolfo ríe también, sacudiendo la cabeza, como si quisiera quitarle importancia, pero el brillo en sus ojos lo delata.


—Vaya, Erika… —dice Vega, divertida—. Siempre tan directa.


—¿Y qué? —responde Erika, encogiéndose de hombros—. Anoche la pasamos de puta madre. No me digáis que no.


—Eso nadie lo niega —añado yo, intentando mantener un tono ligero, aunque por dentro la confesión me excita.


Adolfo levanta las manos como quien se desentiende:


—Yo solo digo que… bueno, estábamos todos muy contentos, ¿no? —ríe, y su gesto es mitad defensa, mitad complicidad.


Vega se recuesta en la silla, con esa elegancia natural que tiene incluso después de una noche de excesos. Da un sorbo a su café, sonríe y dice:


—La verdad es que sí… aunque me duelen hasta las pestañas.


Las risas vuelven a estallar. La tensión se relaja, pero no desaparece: sigue ahí, latiendo por debajo, en cada mirada de soslayo, en cada sonrisa más larga de la cuenta.


Erika se inclina hacia delante, con los codos sobre la mesa, y dice en voz más baja, casi como una conspiración:


—Lo que pasa es que estas cosas… cuando se prueban, luego enganchan.


Vega la mira sorprendida, riendo pero con un brillo en los ojos que la delata. Yo bajo la mirada a mi taza de café, aunque en realidad lo que quiero es disimular la erección que empieza a despertar con solo oír esa frase. Adolfo suelta una carcajada nerviosa, como si quisiera romper la seriedad de lo dicho, pero tampoco lo desmiente.


Y ahí estamos, los cuatro, entre cafés, risas y silencios cargados, sabiendo que lo que pasó anoche no fue un accidente aislado, sino la primera piedra de algo que quizá, sin querer, hemos empezado a construir juntos.


La semana ha pasado entre prisas y reuniones, como si el trabajo quisiera cobrarse con creces los excesos del fin de semana. El sábado pintaba perfecto, pero al final un contratiempo de Adolfo lo torció un poco. Aun así, Vega y yo nos quedamos a comer, que era lo que habíamos planeado desde el principio, y disfrutamos de esa calma extraña que nos queda después de ellos.


Hoy, entre papeles y correos, le he prometido a Vega que intentaré salir pronto. Me gusta la idea de una cena tranquila juntos, después de días intensos. Miro el reloj: me queda apenas una hora, solo unos temas más y podré cerrar todo para irme a casa.


Entonces vibra el móvil sobre la mesa. Es un WhatsApp de Vega.


Vega:


“¿Llegas?”


Sonrío al leerla, imaginándola ya en casa, quizá con ese vestido cómodo que tanto me gusta.


Yo:


“Sí.”


Apenas envío la respuesta, entra otro mensaje. Esta vez no es de Vega, sino de Adolfo.


Adolfo:


“Tenéis planes para dentro de dos fines de semana? Vamos a ir a la casa de la playa, os animáis. Creo que Erika ha hablado con Vega pero lo quería comentar contigo.”





Me quedo mirando la pantalla unos segundos. La propuesta de Adolfo no suena inocente; al contrario, está cargada de intención. Y yo tengo ganas, lo admito. Pero al mismo tiempo siento ese miedo extraño, como si estuviéramos a punto de dar un paso demasiado grande, uno del que ya no habría marcha atrás, y no supiéramos dónde podría llevarnos.


Después de la euforia de la primera vez, me han quedado ciertas dudas. No sé si llamarlo celos, aunque se parece. Adolfo quizá se tomó alguna confianza de más con Vega, y lo sé porque ella no lo frenó, al contrario: parecía gustarle. Y esa imagen me quema por dentro, entre la rabia y la excitación.


Por otro lado, no puedo engañarme: la idea de volver a ver a Erika en esa situación me pone a mil. Su descaro, la manera en que se movía, cómo se reía mientras tensaba los límites… Solo recordarlo me hace sentir la misma punzada en el estómago que cuando la vi desnuda en la piscina, con sus pezones duros brillando bajo la luna. Y ver tan excitada a mi mujer, sabiendo que los dos estábamos a mil, hizo que la noche fuera increíble.


Así que ahí estoy, con el móvil en la mano, atrapado entre el vértigo y las ganas, leyendo la invitación como quien abre una puerta que sabe que ya no se puede cerrar.


Al llegar a casa, Vega está en el sofá, con el portátil apoyado en las piernas. Me sonríe al verme y enseguida noto cómo busca mi mirada, como si supiera que traigo algo en la cabeza. Me siento a su lado, le acaricio el pelo y le enseño el móvil.


—Mira quién ha escrito —le digo.


Lee el mensaje de Adolfo y sonríe, aunque no tarda en morderse el labio. Esa sonrisa suya no es de cortesía, es de nervios y de deseo al mismo tiempo.


—Ya me lo comentó Erika… —admite, cerrando el portátil—. ¿Y qué le has contestado?


—Nada aún.


Ella se reclina hacia atrás, jugando con el borde de su camiseta.





—¿Tú qué dices? —le pregunto, mirándola fijo.


Vega sonríe, jugueteando con el pelo, y baja la voz:


—Pues… lo que me ha contado Erika. Dice que tenemos que repetir lo de la otra noche y que en la playa sería genial. Además, conoce sitios chulísimos, playas donde casi no va gente, y que nos lo pasaríamos muy bien… ya sabes. —Hace una pausa, respira hondo—. A mí sí me apetece. Pero tengo una cosa que me da vueltas en la cabeza… Me da la impresión de que ellos lo han hablado más que nosotros. Como si ya lo tuvieran medio pactado.


—¿Crees que quieren…? —insinúo, sin acabar la frase.


Vega me entiende enseguida.


—No sé cómo reaccionaría si te viera con Erika —me confiesa—. Una cosa es que nos miren, o que tonteemos, digamos tonterías, toquemos un poco… ¿pero ya algo más?


—Sí —respondo—. Una cosa es imaginarlo y otra que pase.


—Eso es… —murmura. Me mira, y después de unos segundos añade—. ¿Te soy sincera?


—Siempre —le digo, aunque por dentro ya estoy excitado, imaginándola con Adolfo.


—Pues desde que Erika me lo dijo, no dejo de pensarlo. Me excita tanto imaginarte follándote a Erika como imaginarme un me ves con Adolfo.


—¿Follándote a Adolfo? —la interrumpo, con la polla palpitando en mis pantalones.


—Sí —responde, directa. Y se queda el silencio flotando.


Yo estoy empalmado, sintiendo la sangre golpeando en mi miembro, y no puedo evitar sonreír.


—Ya… a mí me pasa lo mismo.


—¿Estás empalmado? —pregunta ella, divertida, mordiéndose el labio.


Asiento. Los dos rompemos a reír, cómplices.


—Es que piensas con la polla, cariño… —me dice.


—Y tú con el coño —la provoco.


—Sí —admite, riendo—. Y me da miedo que nos equivoquemos.


Nos miramos un segundo, y el silencio se llena de tensión y deseo.


—Vega, quiero ir. Quiero probar esa experiencia —confieso al fin.


—Yo también —responde ella, casi sin dejarme terminar.


Respiro hondo y suelto lo que me da vueltas en la cabeza.


—No sé cómo lo ves tú con Erika hacia mí… pero con Adolfo y tú es distinto. Si te digo algo, ¿no te molesta?


Ella ríe, acariciándome la pierna.


—No sé… no te puedo prometer que no me moleste. Pero si me molesta te lo diré. Ten en cuenta que no sería con mala intención.


La miro serio y le digo, sin rodeos:


—Quiero follar con Erika.


Ella abre mucho los ojos y se ríe incrédula:


—Joder, qué directo. Creo que me molesta un poco.


—A ver… ahora no quiero. Lo que quiero es follar contigo, disfrutar contigo. —Respiro hondo, mis ojos clavados en los suyos—. Pero es muy morboso pensar que… incluso, no sé, no es follar como tal. Es disfrutar contigo, con ella… verte con el. Esa cara que pones cuando te excitas, cuando pierdes el control… —trago saliva—. Solo de imaginármelo me pongo a mil.


Vega me sostiene la mirada, en silencio, y sé que entiende perfectamente lo que digo. Su sonrisa se vuelve más lenta, más oscura, como si mi confesión la hubiera tocado en un sitio donde deseo y miedo se mezclan.


—Hace una pausa, juguetea con el borde de su camiseta y añade con media sonrisa—: Además, ella está más buena que yo.


—Erika no está más buena que tú —le digo de inmediato, casi sin dejarla terminar.


Vega arquea una ceja, sonriendo con picardía.


—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué quieres follártela?


Me pongo nervioso, noto el calor subirme al cuello.


—Dicho así… suena muy fuerte, ¿no?


Ella se ríe, mordiéndose el labio.


—Suena a lo que es.


Sus palabras me desarman, aunque rápido me dice:


—Dile a Adolfo que sí —me dice Vega, mirándome muy seria—. Pero solo con una condición: antes de hacer algo con Erika… o bueno, antes de cualquier cosa, el otro tiene que dar su aprobación. ¿Vale?


—Vale —asiento, sin dudarlo.


Me echo a reír, incapaz de contenerme.


—¿De qué te ríes? —pregunta ella, arqueando una ceja.


—No sé… —respondo, riendo—. Me ha venido a la cabeza que, como Adolfo está tan obsesionado con el anal, y sabe que tú te dejas… seguro que intenta metértela por tu culito.


Vega se queda en silencio un instante, como si no supiera si darme un manotazo o reírse conmigo. Al final se limita a negar con la cabeza, mordiéndose el labio con una sonrisa nerviosa.


—Idiota… —susurra, bajando la mirada, y se tapa medio rostro con la mano como si quisiera dejar el comentario atrás.


Yo me acerco más, disfrutando de ese gesto suyo, de cómo se sonroja y cambia de tema sin decir nada más.
 
El reloj marca casi el mediodía. El sol entra fuerte por los ventanales del salón, y las tazas de café se mezclan con los restos del desayuno: panecillos a medio comer, mermelada, zumo de naranja. Pienso que al verles estaría cortado, incómodo, como si la noche anterior fuese un exceso que mejor olvidar. Pero no. Me siento bien. Ligero. Como si todo lo que ocurrió fuese lo más natural del mundo.


El ambiente es extraño, pero agradable. Una especie de calma juguetona, como esa sensación de los primeros días con una novia nueva, cuando quieres decir lo que sientes pero temes asustarla. Aquí, la sensación es parecida: sabemos lo que pasó, lo que vimos, lo que tocamos, y todos queremos decir algo… pero ninguno se atreve a romper el silencio.


Hasta que Erika, que siempre ha sido la más alocada, deja la taza sobre la mesa, se reclina en la silla y suelta con una sonrisa maliciosa:


—Pues habrá que repetirlo, ¿no?


El comentario flota un segundo en el aire. Nos miramos unos a otros, y enseguida estallamos en risas. Risas nerviosas, resacosas, pero sinceras. Yo noto a Vega mirándome de reojo, con esa sonrisa que me dice “ves, no soy la única que lo piensa”. Adolfo ríe también, sacudiendo la cabeza, como si quisiera quitarle importancia, pero el brillo en sus ojos lo delata.


—Vaya, Erika… —dice Vega, divertida—. Siempre tan directa.


—¿Y qué? —responde Erika, encogiéndose de hombros—. Anoche la pasamos de puta madre. No me digáis que no.


—Eso nadie lo niega —añado yo, intentando mantener un tono ligero, aunque por dentro la confesión me excita.


Adolfo levanta las manos como quien se desentiende:


—Yo solo digo que… bueno, estábamos todos muy contentos, ¿no? —ríe, y su gesto es mitad defensa, mitad complicidad.


Vega se recuesta en la silla, con esa elegancia natural que tiene incluso después de una noche de excesos. Da un sorbo a su café, sonríe y dice:


—La verdad es que sí… aunque me duelen hasta las pestañas.


Las risas vuelven a estallar. La tensión se relaja, pero no desaparece: sigue ahí, latiendo por debajo, en cada mirada de soslayo, en cada sonrisa más larga de la cuenta.


Erika se inclina hacia delante, con los codos sobre la mesa, y dice en voz más baja, casi como una conspiración:


—Lo que pasa es que estas cosas… cuando se prueban, luego enganchan.


Vega la mira sorprendida, riendo pero con un brillo en los ojos que la delata. Yo bajo la mirada a mi taza de café, aunque en realidad lo que quiero es disimular la erección que empieza a despertar con solo oír esa frase. Adolfo suelta una carcajada nerviosa, como si quisiera romper la seriedad de lo dicho, pero tampoco lo desmiente.


Y ahí estamos, los cuatro, entre cafés, risas y silencios cargados, sabiendo que lo que pasó anoche no fue un accidente aislado, sino la primera piedra de algo que quizá, sin querer, hemos empezado a construir juntos.


La semana ha pasado entre prisas y reuniones, como si el trabajo quisiera cobrarse con creces los excesos del fin de semana. El sábado pintaba perfecto, pero al final un contratiempo de Adolfo lo torció un poco. Aun así, Vega y yo nos quedamos a comer, que era lo que habíamos planeado desde el principio, y disfrutamos de esa calma extraña que nos queda después de ellos.


Hoy, entre papeles y correos, le he prometido a Vega que intentaré salir pronto. Me gusta la idea de una cena tranquila juntos, después de días intensos. Miro el reloj: me queda apenas una hora, solo unos temas más y podré cerrar todo para irme a casa.


Entonces vibra el móvil sobre la mesa. Es un WhatsApp de Vega.


Vega:


“¿Llegas?”


Sonrío al leerla, imaginándola ya en casa, quizá con ese vestido cómodo que tanto me gusta.


Yo:


“Sí.”


Apenas envío la respuesta, entra otro mensaje. Esta vez no es de Vega, sino de Adolfo.


Adolfo:


“Tenéis planes para dentro de dos fines de semana? Vamos a ir a la casa de la playa, os animáis. Creo que Erika ha hablado con Vega pero lo quería comentar contigo.”





Me quedo mirando la pantalla unos segundos. La propuesta de Adolfo no suena inocente; al contrario, está cargada de intención. Y yo tengo ganas, lo admito. Pero al mismo tiempo siento ese miedo extraño, como si estuviéramos a punto de dar un paso demasiado grande, uno del que ya no habría marcha atrás, y no supiéramos dónde podría llevarnos.


Después de la euforia de la primera vez, me han quedado ciertas dudas. No sé si llamarlo celos, aunque se parece. Adolfo quizá se tomó alguna confianza de más con Vega, y lo sé porque ella no lo frenó, al contrario: parecía gustarle. Y esa imagen me quema por dentro, entre la rabia y la excitación.


Por otro lado, no puedo engañarme: la idea de volver a ver a Erika en esa situación me pone a mil. Su descaro, la manera en que se movía, cómo se reía mientras tensaba los límites… Solo recordarlo me hace sentir la misma punzada en el estómago que cuando la vi desnuda en la piscina, con sus pezones duros brillando bajo la luna. Y ver tan excitada a mi mujer, sabiendo que los dos estábamos a mil, hizo que la noche fuera increíble.


Así que ahí estoy, con el móvil en la mano, atrapado entre el vértigo y las ganas, leyendo la invitación como quien abre una puerta que sabe que ya no se puede cerrar.


Al llegar a casa, Vega está en el sofá, con el portátil apoyado en las piernas. Me sonríe al verme y enseguida noto cómo busca mi mirada, como si supiera que traigo algo en la cabeza. Me siento a su lado, le acaricio el pelo y le enseño el móvil.


—Mira quién ha escrito —le digo.


Lee el mensaje de Adolfo y sonríe, aunque no tarda en morderse el labio. Esa sonrisa suya no es de cortesía, es de nervios y de deseo al mismo tiempo.


—Ya me lo comentó Erika… —admite, cerrando el portátil—. ¿Y qué le has contestado?


—Nada aún.


Ella se reclina hacia atrás, jugando con el borde de su camiseta.





—¿Tú qué dices? —le pregunto, mirándola fijo.


Vega sonríe, jugueteando con el pelo, y baja la voz:


—Pues… lo que me ha contado Erika. Dice que tenemos que repetir lo de la otra noche y que en la playa sería genial. Además, conoce sitios chulísimos, playas donde casi no va gente, y que nos lo pasaríamos muy bien… ya sabes. —Hace una pausa, respira hondo—. A mí sí me apetece. Pero tengo una cosa que me da vueltas en la cabeza… Me da la impresión de que ellos lo han hablado más que nosotros. Como si ya lo tuvieran medio pactado.


—¿Crees que quieren…? —insinúo, sin acabar la frase.


Vega me entiende enseguida.


—No sé cómo reaccionaría si te viera con Erika —me confiesa—. Una cosa es que nos miren, o que tonteemos, digamos tonterías, toquemos un poco… ¿pero ya algo más?


—Sí —respondo—. Una cosa es imaginarlo y otra que pase.


—Eso es… —murmura. Me mira, y después de unos segundos añade—. ¿Te soy sincera?


—Siempre —le digo, aunque por dentro ya estoy excitado, imaginándola con Adolfo.


—Pues desde que Erika me lo dijo, no dejo de pensarlo. Me excita tanto imaginarte follándote a Erika como imaginarme un me ves con Adolfo.


—¿Follándote a Adolfo? —la interrumpo, con la polla palpitando en mis pantalones.


—Sí —responde, directa. Y se queda el silencio flotando.


Yo estoy empalmado, sintiendo la sangre golpeando en mi miembro, y no puedo evitar sonreír.


—Ya… a mí me pasa lo mismo.


—¿Estás empalmado? —pregunta ella, divertida, mordiéndose el labio.


Asiento. Los dos rompemos a reír, cómplices.


—Es que piensas con la polla, cariño… —me dice.


—Y tú con el coño —la provoco.


—Sí —admite, riendo—. Y me da miedo que nos equivoquemos.


Nos miramos un segundo, y el silencio se llena de tensión y deseo.


—Vega, quiero ir. Quiero probar esa experiencia —confieso al fin.


—Yo también —responde ella, casi sin dejarme terminar.


Respiro hondo y suelto lo que me da vueltas en la cabeza.


—No sé cómo lo ves tú con Erika hacia mí… pero con Adolfo y tú es distinto. Si te digo algo, ¿no te molesta?


Ella ríe, acariciándome la pierna.


—No sé… no te puedo prometer que no me moleste. Pero si me molesta te lo diré. Ten en cuenta que no sería con mala intención.


La miro serio y le digo, sin rodeos:


—Quiero follar con Erika.


Ella abre mucho los ojos y se ríe incrédula:


—Joder, qué directo. Creo que me molesta un poco.


—A ver… ahora no quiero. Lo que quiero es follar contigo, disfrutar contigo. —Respiro hondo, mis ojos clavados en los suyos—. Pero es muy morboso pensar que… incluso, no sé, no es follar como tal. Es disfrutar contigo, con ella… verte con el. Esa cara que pones cuando te excitas, cuando pierdes el control… —trago saliva—. Solo de imaginármelo me pongo a mil.


Vega me sostiene la mirada, en silencio, y sé que entiende perfectamente lo que digo. Su sonrisa se vuelve más lenta, más oscura, como si mi confesión la hubiera tocado en un sitio donde deseo y miedo se mezclan.


—Hace una pausa, juguetea con el borde de su camiseta y añade con media sonrisa—: Además, ella está más buena que yo.


—Erika no está más buena que tú —le digo de inmediato, casi sin dejarla terminar.


Vega arquea una ceja, sonriendo con picardía.


—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué quieres follártela?


Me pongo nervioso, noto el calor subirme al cuello.


—Dicho así… suena muy fuerte, ¿no?


Ella se ríe, mordiéndose el labio.


—Suena a lo que es.


Sus palabras me desarman, aunque rápido me dice:


—Dile a Adolfo que sí —me dice Vega, mirándome muy seria—. Pero solo con una condición: antes de hacer algo con Erika… o bueno, antes de cualquier cosa, el otro tiene que dar su aprobación. ¿Vale?


—Vale —asiento, sin dudarlo.


Me echo a reír, incapaz de contenerme.


—¿De qué te ríes? —pregunta ella, arqueando una ceja.


—No sé… —respondo, riendo—. Me ha venido a la cabeza que, como Adolfo está tan obsesionado con el anal, y sabe que tú te dejas… seguro que intenta metértela por tu culito.


Vega se queda en silencio un instante, como si no supiera si darme un manotazo o reírse conmigo. Al final se limita a negar con la cabeza, mordiéndose el labio con una sonrisa nerviosa.


—Idiota… —susurra, bajando la mirada, y se tapa medio rostro con la mano como si quisiera dejar el comentario atrás.


Yo me acerco más, disfrutando de ese gesto suyo, de cómo se sonroja y cambia de tema sin decir nada más.
Vaya, vaya como está la cosa!
 
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