Mi mujer y yo. Su confesión

Temeis que un intercambio o un trío dinamite su relación? No los creéis lo suficientemente maduros para soportar eso?
Yo pienso que hay muy pocas parejas que tengan la capacidad real de disociar sexo y afectividad. Para eso se necesita una seguridad y una capacidad de distanciamiento del instinto muy poco frecuente.
No hablo del rol típico de cornudo consentidor y hotwife, eso más parece una filia que una elección personal.

Y no, no veo a Nico soportando como Vega le da a otro, lo que el piensa que le pertenece.
Por supuesto, no puedo estar en la mente de una mujer, pero creo que si eres capaz de entregarla por diversión, ella puede pensar que en realidad no es tan importante para tí.
 
Yo pienso que hay muy pocas parejas que tengan la capacidad real de disociar sexo y afectividad. Para eso se necesita una seguridad y una capacidad de distanciamiento del instinto muy poco frecuente.
No hablo del rol típico de cornudo consentidor y hotwife, eso más parece una filia que una elección personal.

Y no, no veo a Nico soportando como Vega le da a otro, lo que el piensa que le pertenece.
Por supuesto, no puedo estar en la mente de una mujer, pero creo que si eres capaz de entregarla por diversión, ella puede pensar que en realidad no es tan importante para tí.
"Por supuesto, no puedo estar en la mente de una mujer, pero creo que si eres capaz de entregarla por diversión, ella puede pensar que en realidad no es tan importante para tí."

esto que comentas , y que en este foro es politicamente incorrecto , es una realidad constatada , la naturaleza humana es compleja y en particular la de las mujeres mas aun , variada y a veces imprevisible pero , si algo , tienen todas en comun , es ese valor de sentirse unicas y valoradas para sus parejas, y si eso se lo ponen en duda en algun momento , dejan de ver a su pareja , como su hombre y lo amortiza sin duda .
 
Vega me mira y sonríe, como si ya supiera que va a ser el sitio perfecto. La sigo, hipnotizado, mientras caminamos entre mesas y siento la mezcla de placer y expectación: el día apenas empieza, y ya se siente especial.


Nos sentamos en una mesa junto a la barandilla de la terraza. El mar está tan cerca que parece que las olas quisieran meterse dentro del chiringuito. El camarero nos deja dos cervezas frías, con las botellas perladas de gotas y el vaso helado que se empaña nada más tocarlo. Ese primer trago me sabe a gloria: fresco, amargo y perfecto para borrar el calor de la playa.


Abro la carta y la apoyo en la mesa, pero apenas la miro. Estoy más pendiente de Vega, que juguetea con la suya, aún con el vestido puesto, cruzada de piernas.


—¿No te comprarías aquí una casa? —me pregunta de repente, sin levantar la vista de las páginas.


—¿Aquí? —repito, dándole un sorbo más a la cerveza mientras pienso. Giro la cabeza, miro el horizonte, el mar, el cielo despejado, y luego vuelvo a mirarla—. No me lo preguntes dos veces, que te digo que sí ahora mismo.


Ella sonríe, se recoge un mechón de pelo que el aire le mueve y me clava esos ojos verdes que parecen reírse de mí.


—Seguro que te duraba la ilusión tres meses, hasta que te aburrieras de tanto sol y tanta calma.


—¿Y a ti? —le devuelvo la pregunta.


Vega se queda pensativa un instante, mordiendo el borde de la pajita que le han puesto en el vaso, y sus labios se curvan.


—Yo creo que sí… vivir cerca del mar me haría feliz. Despertar, bajar a la arena, darme un baño y empezar el día con esa sensación de libertad.


Me quedo mirándola, y no digo nada. Solo la observo, pensando que no hace falta que lo jure: verla ahí, con el sol acariciándole la piel, ya parece que haya nacido para este lugar.


El camarero nos deja los cafés en la mesa con una sonrisa amable, y yo me relajo, estirando las piernas bajo la mesa, disfrutando de la brisa que entra desde el mar. Vega está removiendo el suyo cuando noto que su gesto cambia: levanta la mirada y sus ojos se clavan en alguien que acaba de entrar.


Sigo su dirección y veo a dos chicos que avanzan hacia la barra. El primero, alto, delgado, con el pelo algo revuelto y un aire de bohemio en su forma de vestir: camisa clara remangada, pantalón de lino, y ese porte de quien parece siempre un poco fuera de lugar, pero atractivo precisamente por eso. Su cara tiene rasgos finos, y aunque es delgado se nota que se cuida, que detrás de la apariencia desenfadada hay disciplina. Tiene que rondar los veinticinco.


El segundo es distinto: más alto aún, muy delgado, de rostro afilado y mirada vivaz. Se mueve con pluma, gesticula al hablar y tiene esa presencia elegante y descarada que no pasa desapercibida. Es guapo, con ese tipo de belleza que roza lo andrógino.


Vega aprieta los labios, nerviosa, y yo lo noto enseguida. En cuanto el primero la ve, se ilumina y viene hacia nuestra mesa con paso directo.


—¡Pero si es Vega! —dice, con una sonrisa amplia, franca, nada impostada. Y volviéndose hacia su acompañante añade, natural, casi orgulloso—: ¿Te acuerdas de la musa de la que te hablé? Pues aquí la tienes.


Me quedo en silencio, observando. El chico habla claro, sin rodeos, con esa seguridad que no suena arrogante sino auténtica. Vega se recoloca un mechón de pelo detrás de la oreja, gesto que siempre la delata cuando está nerviosa, y me mira antes de responder.


—Álvaro… —dice al fin, devolviéndole la sonrisa—. Él es mi marido, Nico.


Álvaro me tiende la mano con firmeza. Tiene una mirada limpia, intensa, y en cuanto estrecha la mía suelta, sonriendo:


—Eres afortunado.


Me sorprende, pero no llego a reaccionar cuando se gira un instante hacia Vega, la mira de arriba abajo con la misma sonrisa y añade, sin perder la serenidad:


—Y tú también.


Me quedo con la sensación de que todo ha sido tan directo que no sé si me incomoda o me divierte.


Álvaro se inclina hacia delante, sus ojos fijos en Vega, como si el resto de la terraza no existiera. Su voz ya no suena artística ni poética: ahora es cruda, directa, casi sucia.


—Tus ojos, Vega… me provocan. Ese cuello tan blanco me pide morderlo. Tus tetas, redondas y firmes, con esos pezones pequeños que se ponen duros con nada… —mueve los dedos en el aire, como dibujando el gesto de pellizcarlos—. Y ese culo… dios, ese culo lo pintaría mil veces, y aún me parecería poco.


Hace una pausa, baja la voz pero no la intensidad, y su mirada se clava en la entrepierna de Vega.


—Y lo mejor, tu coño. Ese coño que siempre he imaginado como una flor abierta, húmeda, caliente… el centro de todo. Algún día me dejarás pintarlo, ¿no? —su sonrisa es tan descarada que por un segundo me quedo sin aire.


Vega se sonroja, entre incómoda y excitada, y me mira de reojo, como buscando mi reacción, pero también incapaz de borrar la sonrisa nerviosa que le nace.


Antes de que yo diga nada, Marcos interviene, agitando una mano en el aire, con su tono ligero, divertido, como si bajara el peso de las palabras.


—No le hagas caso… es un soñador. Vive para sus fantasías.


Álvaro no aparta los ojos de Vega, y ese contraste —mi mujer encogiéndose en la silla, excitada y tensa, y el pintor desnudándola con la mirada como si fuera suyo— me hierve por dentro.


Álvaro se gira hacia mí, sin perder la calma ni el descaro. Me recorre con los ojos, como si cada parte de mi cuerpo ya la hubiera dibujado antes en su mente. Su voz suena lenta, cargada de intención.


—Tú también tienes lo tuyo… esos hombros anchos, la mandíbula fuerte, la piel tensa. Tus brazos, marcados, como si estuvieran hechos para sujetar y dominar… —hace un gesto con la mano, acompañando las palabras—. Y esa polla, sí, porque se nota hasta sin verla, gruesa, poderosa. Es imposible que no quieras pintarla.


Me quedo quieto, tragando saliva. Giro la cabeza hacia Vega. Ella me sonríe, nerviosa, divertida, como si me dijera déjate llevar. La excitación se mezcla con el vértigo, y por un momento me siento expuesto, desnudo, aunque aún lleve la ropa puesta.


Álvaro sonríe satisfecho, se echa hacia atrás en la silla y concluye:


—Los dos… tenéis que dejarme pintaros. No lo entendéis… es la unión de las almas. —Hace una pausa y sus ojos brillan. Por dentro, me atraviesa un pensamiento inmediato y brutal: qué forma tan bonita de decir que quiere pintarnos follando.


El silencio pesa. Vega me clava la mirada, como si compartiéramos el mismo pensamiento.


Pero entonces Marcos, que hasta ahora observaba en silencio, rompe la tensión con un comentario ligero, como pinchando el globo de aquella magia extraña:


—Ay, Álvaro… siempre tan intenso. Como no le bajéis los humos, os pinta en pelotas en la terraza. —Lo dice con un deje afeminado, su voz alta y musical, como si jugara a ridiculizar el momento.


La burbuja se rompe, aunque la electricidad queda flotando en el aire.


La pareja de Álvaro carraspea y sonríe, como si de repente necesitara cambiar el rumbo de la conversación. No sé si lo hace por celos, por costumbre o porque ya ha escuchado demasiadas veces a Álvaro hablar así de otras personas.


—Y vosotros… ¿qué hacéis aquí? —pregunta, mirándonos con una curiosidad ligera, casi protectora.


Vega se adelanta a responder, aunque noto en su voz ese temblor nervioso que también la excita. Me agarra de la mano y dice con una sonrisa tímida, como si confesara un secreto:


—Queríamos pasar un fin de semana diferente… salir de la rutina. Sentirnos un poco más libres. —Hace una pausa, sus ojos brillan al mirarme de reojo—. Incluso… probar el nudismo en la playa.


Sus palabras flotan en el aire como un suspiro atrevido. Me sorprende escucharla decirlo tan claro, delante de ellos, y noto que debajo de su aparente timidez hay un orgullo silencioso: sí, quiero esto.


Marcos, con un gesto cómplice, se inclina hacia nosotros y baja la voz como si compartiera una confidencia:


—Hay una cala a media hora de aquí, muy pequeña, casi escondida. Nada de mirones. Solo agua clara, arena suave y libertad de verdad.


Vega se muerde el labio y me mira, como pidiendo mi aprobación, con esa mezcla de vértigo y excitación que me enciende aún más que la propuesta.


Álvaro sonríe, apoya el codo sobre la mesa con una naturalidad casi insolente y añade:


—Si queréis, os decimos cómo ir. Seguro que os gusta… —nos mira fijamente a los dos, como si supiera leer lo que pensamos—. Es mucho más íntima, alejada de los mirones que siempre terminan apareciendo en playas como esta.


Marcos asiente con un gesto rápido, como confirmando las palabras de su pareja.


—De verdad, vale la pena —dice con una voz suave, melosa, que contrasta con la forma directa de Álvaro—. Es de esas calas que parecen inventadas.


Vega me mira, se aprieta un poco más a mi brazo y sonríe, nerviosa y excitada al mismo tiempo. Siento cómo su rodilla roza la mía bajo la mesa. Sé que está deseando, pero también espera a que yo diga algo, a que dé el paso.


—¿Y vosotros vais a venir?


Los dos se miran, casi cómplices, y es Marcos quien responde primero, con su tono suave, arrastrando un poco las palabras:


—Hoy no… habíamos quedado con unos amigos.


Álvaro asiente despacio, con un brillo en los ojos que parece decir más de lo que calla.


—Pero quizá nos pasemos mañana. Nunca se sabe —añade, como si dejara la puerta abierta de forma deliberada.


Vega sonríe y yo asiento, intentando que no se note la extraña mezcla de curiosidad y recelo que me recorre el estómago.


Nos levantamos, ellos pagan sus cafés antes de que podamos ofrecer nada, y tras un par de frases de cortesía nos despedimos en la entrada del chiringuito. Vega los sigue con la mirada un instante, hasta que desaparecen entre las sombrillas y el murmullo de la playa.


—Tienen algo raro, ¿verdad? —le digo en voz baja.


Ella sonríe nerviosa, pero no responde. Solo me coge de la mano y tira de mí hacia la arena, con las indicaciones aún frescas en la cabeza.


Subimos al coche y en cuanto cierro la puerta, Vega suelta una carcajada floja, de esas que arrastran nervios.


—Vaya obsesión la de Álvaro con el cuerpo… —dice, mientras se recoge el pelo con una goma que llevaba en la muñeca.


—Con el tuyo, querrás decir —respondo, mirándola de reojo.


—Bueno, sí… —admite, sonriendo—. ¿Has visto cómo me miraba?


—Te desnudaba con los ojos… vaya ganas te tiene —digo, cambiando de marcha.


Ella se encoge de hombros, divertida.


—Bah, si es gay. Pero… no sé, también me hizo gracia.


—¿Gracia? —murmuro, dejando que se note un punto de celos.


—Venga, no pongas esa cara —me toca el brazo, conciliadora—. Que a él le gustan los tíos.


—Si pudiera, te follaba ahí mismo —suelto medio en broma, medio en serio.


Vega se ríe con fuerza, me lanza una mirada rápida y vuelve a mirar por la ventanilla. El camino se estrecha entre pinares y dunas, el olor a resina se cuela con la brisa.


—¿Y no has pensado… —dice de repente, con esa sonrisa traviesa—, que igual te follaría a ti antes que a mí?


—Qué idiota eres —respondo, riendo incrédulo.


—¿Idiota? —levanta las cejas, divertida.


—Sí. A Álvaro le gusta todo —contesto, como si lo tuviera clarísimo.


Ella sonríe ladeando la cabeza, me clava la mirada unos segundos y suelta bajito:


—Celoso…


—¿Eso crees? —le digo, y acabamos los dos riéndonos, con esa risa que mezcla nervios y complicidad.


El coche avanza por la carretera estrecha, entre pinos y dunas. El aire huele a resina y mar. Vega sigue dándole vueltas al encuentro, con esa mezcla de nervios y risa que la hace hablar sin filtros.


—La verdad… —empieza, mirando hacia la ventanilla y luego hacia mí—. Cuando ha empezado a describir mi coño, casi me da la risa. ¿Pero qué tío más denso, no?


Yo suelto una carcajada. —Parecía que estaba dictando un catálogo de arte contemporáneo… “flor abierta, pétalos carnosos”… anda que no se ven las ganas.


Ella me mira, muerde el labio, y de repente se levanta un poco la falda, así, descarada, mostrando apenas un destello de piel.


—¿Tú crees que se parece a lo que decía? —me pregunta con esa sonrisa provocadora, casi inocente y guarra al mismo tiempo.


El coche da un pequeño bote en la curva y me cuesta mantener los ojos en la carretera.


—Cariño… —respondo tragando saliva—. Si llega a ver lo que estoy viendo ahora mismo, no pinta un cuadro, mete directamente el pincel.


Vega ríe, esa risa limpia y descarada que me enciende, y mientras baja la falda con calma suelta:


—Más que pincel… brocha.


Suelto una carcajada nerviosa, agarro fuerte el volante y miro de reojo cómo se acaricia entre las piernas con descaro.


—¿Entonces qué? —me dice, con esa sonrisilla traviesa—. ¿Es una flor o no?


No puedo evitarlo: mi polla empieza a endurecerse en segundos, marcando contra el bañador. Ella lo nota al instante, se le escapa una carcajada traviesa y me lanza una mirada que me enciende todavía más.


—Anda, salido… —ríe, bajando despacio la falda como si me quitara un caramelo de la boca.


Yo trago saliva, intentando mantener la vista en la carretera, pero el bulto en mi bañador no deja lugar a dudas.


—¿Y de quién es la culpa? —le respondo, con voz grave, mirándola de reojo.


Vega sonríe satisfecha, se inclina hacia mí y susurra muy cerca de mi oído:


—De quien siempre sabe cómo ponerte así…
 
Vega me mira y sonríe, como si ya supiera que va a ser el sitio perfecto. La sigo, hipnotizado, mientras caminamos entre mesas y siento la mezcla de placer y expectación: el día apenas empieza, y ya se siente especial.


Nos sentamos en una mesa junto a la barandilla de la terraza. El mar está tan cerca que parece que las olas quisieran meterse dentro del chiringuito. El camarero nos deja dos cervezas frías, con las botellas perladas de gotas y el vaso helado que se empaña nada más tocarlo. Ese primer trago me sabe a gloria: fresco, amargo y perfecto para borrar el calor de la playa.


Abro la carta y la apoyo en la mesa, pero apenas la miro. Estoy más pendiente de Vega, que juguetea con la suya, aún con el vestido puesto, cruzada de piernas.


—¿No te comprarías aquí una casa? —me pregunta de repente, sin levantar la vista de las páginas.


—¿Aquí? —repito, dándole un sorbo más a la cerveza mientras pienso. Giro la cabeza, miro el horizonte, el mar, el cielo despejado, y luego vuelvo a mirarla—. No me lo preguntes dos veces, que te digo que sí ahora mismo.


Ella sonríe, se recoge un mechón de pelo que el aire le mueve y me clava esos ojos verdes que parecen reírse de mí.


—Seguro que te duraba la ilusión tres meses, hasta que te aburrieras de tanto sol y tanta calma.


—¿Y a ti? —le devuelvo la pregunta.


Vega se queda pensativa un instante, mordiendo el borde de la pajita que le han puesto en el vaso, y sus labios se curvan.


—Yo creo que sí… vivir cerca del mar me haría feliz. Despertar, bajar a la arena, darme un baño y empezar el día con esa sensación de libertad.


Me quedo mirándola, y no digo nada. Solo la observo, pensando que no hace falta que lo jure: verla ahí, con el sol acariciándole la piel, ya parece que haya nacido para este lugar.


El camarero nos deja los cafés en la mesa con una sonrisa amable, y yo me relajo, estirando las piernas bajo la mesa, disfrutando de la brisa que entra desde el mar. Vega está removiendo el suyo cuando noto que su gesto cambia: levanta la mirada y sus ojos se clavan en alguien que acaba de entrar.


Sigo su dirección y veo a dos chicos que avanzan hacia la barra. El primero, alto, delgado, con el pelo algo revuelto y un aire de bohemio en su forma de vestir: camisa clara remangada, pantalón de lino, y ese porte de quien parece siempre un poco fuera de lugar, pero atractivo precisamente por eso. Su cara tiene rasgos finos, y aunque es delgado se nota que se cuida, que detrás de la apariencia desenfadada hay disciplina. Tiene que rondar los veinticinco.


El segundo es distinto: más alto aún, muy delgado, de rostro afilado y mirada vivaz. Se mueve con pluma, gesticula al hablar y tiene esa presencia elegante y descarada que no pasa desapercibida. Es guapo, con ese tipo de belleza que roza lo andrógino.


Vega aprieta los labios, nerviosa, y yo lo noto enseguida. En cuanto el primero la ve, se ilumina y viene hacia nuestra mesa con paso directo.


—¡Pero si es Vega! —dice, con una sonrisa amplia, franca, nada impostada. Y volviéndose hacia su acompañante añade, natural, casi orgulloso—: ¿Te acuerdas de la musa de la que te hablé? Pues aquí la tienes.


Me quedo en silencio, observando. El chico habla claro, sin rodeos, con esa seguridad que no suena arrogante sino auténtica. Vega se recoloca un mechón de pelo detrás de la oreja, gesto que siempre la delata cuando está nerviosa, y me mira antes de responder.


—Álvaro… —dice al fin, devolviéndole la sonrisa—. Él es mi marido, Nico.


Álvaro me tiende la mano con firmeza. Tiene una mirada limpia, intensa, y en cuanto estrecha la mía suelta, sonriendo:


—Eres afortunado.


Me sorprende, pero no llego a reaccionar cuando se gira un instante hacia Vega, la mira de arriba abajo con la misma sonrisa y añade, sin perder la serenidad:


—Y tú también.


Me quedo con la sensación de que todo ha sido tan directo que no sé si me incomoda o me divierte.


Álvaro se inclina hacia delante, sus ojos fijos en Vega, como si el resto de la terraza no existiera. Su voz ya no suena artística ni poética: ahora es cruda, directa, casi sucia.


—Tus ojos, Vega… me provocan. Ese cuello tan blanco me pide morderlo. Tus tetas, redondas y firmes, con esos pezones pequeños que se ponen duros con nada… —mueve los dedos en el aire, como dibujando el gesto de pellizcarlos—. Y ese culo… dios, ese culo lo pintaría mil veces, y aún me parecería poco.


Hace una pausa, baja la voz pero no la intensidad, y su mirada se clava en la entrepierna de Vega.


—Y lo mejor, tu coño. Ese coño que siempre he imaginado como una flor abierta, húmeda, caliente… el centro de todo. Algún día me dejarás pintarlo, ¿no? —su sonrisa es tan descarada que por un segundo me quedo sin aire.


Vega se sonroja, entre incómoda y excitada, y me mira de reojo, como buscando mi reacción, pero también incapaz de borrar la sonrisa nerviosa que le nace.


Antes de que yo diga nada, Marcos interviene, agitando una mano en el aire, con su tono ligero, divertido, como si bajara el peso de las palabras.


—No le hagas caso… es un soñador. Vive para sus fantasías.


Álvaro no aparta los ojos de Vega, y ese contraste —mi mujer encogiéndose en la silla, excitada y tensa, y el pintor desnudándola con la mirada como si fuera suyo— me hierve por dentro.


Álvaro se gira hacia mí, sin perder la calma ni el descaro. Me recorre con los ojos, como si cada parte de mi cuerpo ya la hubiera dibujado antes en su mente. Su voz suena lenta, cargada de intención.


—Tú también tienes lo tuyo… esos hombros anchos, la mandíbula fuerte, la piel tensa. Tus brazos, marcados, como si estuvieran hechos para sujetar y dominar… —hace un gesto con la mano, acompañando las palabras—. Y esa polla, sí, porque se nota hasta sin verla, gruesa, poderosa. Es imposible que no quieras pintarla.


Me quedo quieto, tragando saliva. Giro la cabeza hacia Vega. Ella me sonríe, nerviosa, divertida, como si me dijera déjate llevar. La excitación se mezcla con el vértigo, y por un momento me siento expuesto, desnudo, aunque aún lleve la ropa puesta.


Álvaro sonríe satisfecho, se echa hacia atrás en la silla y concluye:


—Los dos… tenéis que dejarme pintaros. No lo entendéis… es la unión de las almas. —Hace una pausa y sus ojos brillan. Por dentro, me atraviesa un pensamiento inmediato y brutal: qué forma tan bonita de decir que quiere pintarnos follando.


El silencio pesa. Vega me clava la mirada, como si compartiéramos el mismo pensamiento.


Pero entonces Marcos, que hasta ahora observaba en silencio, rompe la tensión con un comentario ligero, como pinchando el globo de aquella magia extraña:


—Ay, Álvaro… siempre tan intenso. Como no le bajéis los humos, os pinta en pelotas en la terraza. —Lo dice con un deje afeminado, su voz alta y musical, como si jugara a ridiculizar el momento.


La burbuja se rompe, aunque la electricidad queda flotando en el aire.


La pareja de Álvaro carraspea y sonríe, como si de repente necesitara cambiar el rumbo de la conversación. No sé si lo hace por celos, por costumbre o porque ya ha escuchado demasiadas veces a Álvaro hablar así de otras personas.


—Y vosotros… ¿qué hacéis aquí? —pregunta, mirándonos con una curiosidad ligera, casi protectora.


Vega se adelanta a responder, aunque noto en su voz ese temblor nervioso que también la excita. Me agarra de la mano y dice con una sonrisa tímida, como si confesara un secreto:


—Queríamos pasar un fin de semana diferente… salir de la rutina. Sentirnos un poco más libres. —Hace una pausa, sus ojos brillan al mirarme de reojo—. Incluso… probar el nudismo en la playa.


Sus palabras flotan en el aire como un suspiro atrevido. Me sorprende escucharla decirlo tan claro, delante de ellos, y noto que debajo de su aparente timidez hay un orgullo silencioso: sí, quiero esto.


Marcos, con un gesto cómplice, se inclina hacia nosotros y baja la voz como si compartiera una confidencia:


—Hay una cala a media hora de aquí, muy pequeña, casi escondida. Nada de mirones. Solo agua clara, arena suave y libertad de verdad.


Vega se muerde el labio y me mira, como pidiendo mi aprobación, con esa mezcla de vértigo y excitación que me enciende aún más que la propuesta.


Álvaro sonríe, apoya el codo sobre la mesa con una naturalidad casi insolente y añade:


—Si queréis, os decimos cómo ir. Seguro que os gusta… —nos mira fijamente a los dos, como si supiera leer lo que pensamos—. Es mucho más íntima, alejada de los mirones que siempre terminan apareciendo en playas como esta.


Marcos asiente con un gesto rápido, como confirmando las palabras de su pareja.


—De verdad, vale la pena —dice con una voz suave, melosa, que contrasta con la forma directa de Álvaro—. Es de esas calas que parecen inventadas.


Vega me mira, se aprieta un poco más a mi brazo y sonríe, nerviosa y excitada al mismo tiempo. Siento cómo su rodilla roza la mía bajo la mesa. Sé que está deseando, pero también espera a que yo diga algo, a que dé el paso.


—¿Y vosotros vais a venir?


Los dos se miran, casi cómplices, y es Marcos quien responde primero, con su tono suave, arrastrando un poco las palabras:


—Hoy no… habíamos quedado con unos amigos.


Álvaro asiente despacio, con un brillo en los ojos que parece decir más de lo que calla.


—Pero quizá nos pasemos mañana. Nunca se sabe —añade, como si dejara la puerta abierta de forma deliberada.


Vega sonríe y yo asiento, intentando que no se note la extraña mezcla de curiosidad y recelo que me recorre el estómago.


Nos levantamos, ellos pagan sus cafés antes de que podamos ofrecer nada, y tras un par de frases de cortesía nos despedimos en la entrada del chiringuito. Vega los sigue con la mirada un instante, hasta que desaparecen entre las sombrillas y el murmullo de la playa.


—Tienen algo raro, ¿verdad? —le digo en voz baja.


Ella sonríe nerviosa, pero no responde. Solo me coge de la mano y tira de mí hacia la arena, con las indicaciones aún frescas en la cabeza.


Subimos al coche y en cuanto cierro la puerta, Vega suelta una carcajada floja, de esas que arrastran nervios.


—Vaya obsesión la de Álvaro con el cuerpo… —dice, mientras se recoge el pelo con una goma que llevaba en la muñeca.


—Con el tuyo, querrás decir —respondo, mirándola de reojo.


—Bueno, sí… —admite, sonriendo—. ¿Has visto cómo me miraba?


—Te desnudaba con los ojos… vaya ganas te tiene —digo, cambiando de marcha.


Ella se encoge de hombros, divertida.


—Bah, si es gay. Pero… no sé, también me hizo gracia.


—¿Gracia? —murmuro, dejando que se note un punto de celos.


—Venga, no pongas esa cara —me toca el brazo, conciliadora—. Que a él le gustan los tíos.


—Si pudiera, te follaba ahí mismo —suelto medio en broma, medio en serio.


Vega se ríe con fuerza, me lanza una mirada rápida y vuelve a mirar por la ventanilla. El camino se estrecha entre pinares y dunas, el olor a resina se cuela con la brisa.


—¿Y no has pensado… —dice de repente, con esa sonrisa traviesa—, que igual te follaría a ti antes que a mí?


—Qué idiota eres —respondo, riendo incrédulo.


—¿Idiota? —levanta las cejas, divertida.


—Sí. A Álvaro le gusta todo —contesto, como si lo tuviera clarísimo.


Ella sonríe ladeando la cabeza, me clava la mirada unos segundos y suelta bajito:


—Celoso…


—¿Eso crees? —le digo, y acabamos los dos riéndonos, con esa risa que mezcla nervios y complicidad.


El coche avanza por la carretera estrecha, entre pinos y dunas. El aire huele a resina y mar. Vega sigue dándole vueltas al encuentro, con esa mezcla de nervios y risa que la hace hablar sin filtros.


—La verdad… —empieza, mirando hacia la ventanilla y luego hacia mí—. Cuando ha empezado a describir mi coño, casi me da la risa. ¿Pero qué tío más denso, no?


Yo suelto una carcajada. —Parecía que estaba dictando un catálogo de arte contemporáneo… “flor abierta, pétalos carnosos”… anda que no se ven las ganas.


Ella me mira, muerde el labio, y de repente se levanta un poco la falda, así, descarada, mostrando apenas un destello de piel.


—¿Tú crees que se parece a lo que decía? —me pregunta con esa sonrisa provocadora, casi inocente y guarra al mismo tiempo.


El coche da un pequeño bote en la curva y me cuesta mantener los ojos en la carretera.


—Cariño… —respondo tragando saliva—. Si llega a ver lo que estoy viendo ahora mismo, no pinta un cuadro, mete directamente el pincel.


Vega ríe, esa risa limpia y descarada que me enciende, y mientras baja la falda con calma suelta:


—Más que pincel… brocha.


Suelto una carcajada nerviosa, agarro fuerte el volante y miro de reojo cómo se acaricia entre las piernas con descaro.


—¿Entonces qué? —me dice, con esa sonrisilla traviesa—. ¿Es una flor o no?


No puedo evitarlo: mi polla empieza a endurecerse en segundos, marcando contra el bañador. Ella lo nota al instante, se le escapa una carcajada traviesa y me lanza una mirada que me enciende todavía más.


—Anda, salido… —ríe, bajando despacio la falda como si me quitara un caramelo de la boca.


Yo trago saliva, intentando mantener la vista en la carretera, pero el bulto en mi bañador no deja lugar a dudas.


—¿Y de quién es la culpa? —le respondo, con voz grave, mirándola de reojo.


Vega sonríe satisfecha, se inclina hacia mí y susurra muy cerca de mi oído:


—De quien siempre sabe cómo ponerte así…
El pintor ya le habia dado brocha a Vega , esa correccion a Nico , no es Pincel es Brocha es auna asunción velada de que ha follado con el .
 
Está claro que Vega tiene un pasado mucho más intenso, que lo que el inocente Nico pueda pensar.
Da la impresión que ella siempre va varios pasos por delante de él, y que ocurren cosas que no son casualidades.
 
Está claro que Vega tiene un pasado mucho más intenso, que lo que el inocente Nico pueda pensar.
Da la impresión que ella siempre va varios pasos por delante de él, y que ocurren cosas que no son casualidades.
Seguramente Vega tenga bastantes más rabos en su inventario que Nico almejas.

Y a lo mejor alguno incluso estando con él algo que es mucho más habitual de lo que nos pensamos sobre todo en los inicios de las relaciones.

Ellas empiezan a conocerte pero siguen reconociendo pollas que ya conocían o incluso conociendo alguna nueva.

Y contigo follando de tímidas y de no hacer demasiado porque les importas y claro no vayas a pensar que es esto o es lo otro y te vayan a perder, y esos otros que se están follando en esos inicios como ellos les importan tres pares de cojones les dejan que las hagan de todo.

Las tías en general siempre tienen uno o varios reservas en la agenda. Y hoy en día en términos generales, y también antes, las tías tienen más pollas en su inventario que nosotros almejas en el nuestro, otra cosa es que no lo cuenten como hacemos nosotros.

Y este lo digo porque yo he sido uno de esos terceros muchas veces y lo sé objetivamente, y en cuanto a sí a mí, pues eso no lo sé, puede ser que sí, o puede ser que no, vaya usted a saber

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Última edición:
Además, ese nerviosismo denota que hay mucho que callar, porque si Nico no es de esas personas celosas que te montan un número cada vez que te cruzas con un ex, y parece que, en efecto, no lo es, ¿por qué te pones tan tensa, Vega...?
 
Pues yo solo veo que tensan la cuerda hasta el límite, sin pasarlo nunca, solo juegan a "morbosear" entre ellos, y por lo que veo, se lo pasan de maravilla. No tengo muy claro que sea buena idea traspasar la línea roja, sobre todo por las posibles inseguridades y complejos de Nico. Lo que está claro, es que el autor nos entretiene de lo lindo con esa frescura con la que escribe.
 
Cuando bajamos del coche, el aire huele a sal y a pino. Desde arriba ya se adivina la cala, pequeña, recogida, con el agua brillante como un espejo. Apenas hay gente: un par de toallas dispersas y poco más.


Vega me coge de la mano y, en lugar de ir por la orilla como haría cualquiera, me tira suavemente hacia el sendero que se abre entre las dunas. Caminamos por la arena blanda, buscando un hueco más íntimo, escondido de las miradas.


Desde ese rincón entre las dunas el mar se ve perfecto, azul y abierto, como enmarcado por la arena. La orilla está tan cerca que sabemos que en unos pasos podemos llegar al agua sin esfuerzo.


En la playa apenas hay unas cuantas parejas, dispersas y tranquilas. Ninguna familia, ningún grupo ruidoso. Está claro que este lugar no es de los que aparecen en las guías turísticas; aquí viene la gente que busca otra cosa, intimidad, calma… o simplemente sentirse más libres.


Vega ha cogido el libro y se acomoda boca arriba en la toalla. Paso la mano por su pierna antes de levantarme.


—¿Te vienes a dar un baño? —la pregunto.


Ella ni levanta la vista, sonríe mientras pasa una página.


—No me apetece… te espero aquí.


—No sabes lo que te pierdes.


—Sí lo sé —responde riendo, y se encoge un poco sobre la toalla.


Me alejo hacia la orilla, sintiendo el calor de la arena en los pies. Mientras avanzo, no puedo evitar fijarme en una pareja unos metros más allá, tumbados en otra zona entre dunas. Están muy acaramelados y no se esfuerzan por disimular. Él la tiene recostada sobre el pecho, una mano en su cintura, acariciándole el vientre bajo la tela mínima del bikini. Ella, con la cabeza apoyada en su hombro, ríe bajito mientras desliza los dedos por la pierna de él, subiendo demasiado despacio para que no parezca inocente.


De vez en cuando se besan, largos, húmedos, sin preocuparse de quién pueda mirarles. Y cuando él se inclina un poco más, noto perfectamente el movimiento de su mano apretándole una nalga con descaro.


Vuelvo del agua, con el cuerpo aún chorreando y la sal pegándose a la piel. En el camino hacia nuestra toalla me fijo otra vez en la misma pareja. Ya no se esconden nada: ella está medio encima de él, los dos girados de lado, y le tiene la mano dentro del bañador. Sus movimientos son claros, rítmicos. Él, con los ojos cerrados, se muerde el labio y no hace el más mínimo intento de disimulo.


Ella se ríe bajito, inclinándose para besarle el cuello, y su mano no para, acelerando poco a poco. Desde donde paso puedo ver perfectamente cómo el cuerpo de él se tensa, cómo arquea las caderas contra la mano de ella. Es descarado, y me enciende más de lo que debería.


Camino más rápido, con la respiración un poco alterada, y cuando me acerco a la duna donde está Vega con su libro, noto que mi polla empieza a hincharse, inevitable.


Me dejo caer en la arena, todavía con las gotas del mar resbalando por mi piel. Vega baja el libro despacio, me clava esos ojos verdes y luego, sin disimulo, su mirada cae a mi entrepierna. Una sonrisa pícara le cruza la cara.


—Pero bueno… —susurra divertida—. ¿Y esa alegría?


Me encojo de hombros, riendo con nervios. —Una pareja ahí, en la orilla… me han dado envidia.


Ella suelta una carcajada suave, se inclina y me besa, primero corto, luego más lento, dejando que la excitación suba con el roce de su mano en mi muslo. Su piel quema, su gesto me enciende. Pero justo cuando intento devolverle la caricia y deslizar mi mano hacia su sexo desnudo, me frena con un dedo en mi pecho.


—No, no, guarro… —ríe, mordiéndose el labio—. Primero dime: ¿qué hacían esos dos?


Me mira con esa expresión traviesa que me obliga a contarlo. Y lo hago: se lo describo detalle a detalle, cómo ella le tocaba, cómo él se mordía el labio, cómo parecían olvidarse de todo. Vega me escucha muy seria al principio, y luego se ríe bajito, inclinándose a darme un beso lento, con lengua, que me deja sin aire.


Al oído me susurra: —Me voy a bañar…


Y antes de que pueda decir nada, se levanta de la toalla, desnuda, con el cuerpo brillante de sol y crema, y echa a correr hacia el agua. Sus caderas se mueven libres, el culo redondo se tensa a cada zancada, sus pechos rebotan sin pudor. Yo me quedo mirándola, con la polla dura y una mezcla de risa y desesperación.


Camino rápido hacia la orilla, el sol me da de lleno en la cara y el agua fresca me corta el calor del cuerpo. La veo delante de mí, riendo mientras se sumerge hasta la cintura, con el pelo mojado pegado al cuello y las gotas brillando en sus pechos. Me acerco, la agarro de la cintura y tiro de ella hacia mí.


Su piel mojada resbala bajo mis manos, la abrazo fuerte y la beso. Sus labios saben a sal y deseo.


—Qué ganas tienes… —me dice con una sonrisa ladeada, jadeando apenas.


—Ni lo sabes… —respondo contra su boca, antes de besarla otra vez, más profundo, mordiendo suave su labio.


Entonces siento su mano bajo el agua, firme, directa, rodeando mi polla dura. La aprieta, la acaricia un segundo y me mira con esos ojos que brillan de travesura. De pronto salta, me rodea con las piernas por la cintura, pegándose a mí. El agua la sostiene, ligera, y en un movimiento suave noto cómo se abre para mí.


Mi glande encuentra su entrada, caliente, húmeda incluso bajo el mar frío, y con un empuje lento me hundo en ella. La presión es brutal, sus paredes me aprietan con hambre. Vega gime ahogado, su boca contra mi oído, y yo siento que me parte en dos el contraste entre el agua helada y el fuego de su coño tragándome entero.


Ella me agarra fuerte del cuello, arquea la espalda, y sus uñas se clavan en mi piel. Yo respiro entrecortado, bombeando despacio, sintiendo cada centímetro de su cuerpo envolviéndome, cada estremecimiento de placer que se le escapa con un suspiro.


Entro en ella con calma, sintiendo cómo me traga poco a poco, cómo su cuerpo me recibe caliente mientras el agua fría acaricia nuestra piel por fuera. Es un contraste brutal: dentro de ella todo es calor, presión, suavidad; fuera, el frescor del mar y la brisa que nos roza la espalda.


—Mmm… —gime bajito, apretándome con las piernas, como si no quisiera que me alejara ni un segundo.


Mis manos acarician la curva de su culo bajo el agua, firme, resbaladizo. La sostengo y la muevo con suavidad, bombeando despacio, dejando que cada embestida sea profunda, que cada roce la llene del todo. Ella me mira a los ojos, sonríe con esa picardía que me derrite y susurra:


—como me pone follar en el mar.


Yo también sonrío, acaricio su espalda con mis manos mojadas y le beso los labios, despacio, como si el tiempo se hubiera detenido solo para nosotros. Sus caderas se mueven con las mías, marcando un ritmo suave, casi hipnótico. El agua golpea contra nuestros cuerpos, las olas nos envuelven, pero todo lo que siento es el calor de su coño, apretándome, vibrando con cada movimiento.


La beso otra vez, más profundo, y mis manos suben hasta sus pechos. Sus pezones están duros, fríos por el agua, pero su carne arde bajo mis dedos. Ella gime, muerde mi labio, y me aprieta más fuerte con sus piernas.


Es como si el mundo entero se hubiera reducido a ese instante: sus ojos, su cuerpo envolviendo el mío, y la sensación de que no hay nada más excitante que follar así, desnudos y libres, en medio del mar.


La siento apretarse más fuerte contra mí, sus uñas arañan mi espalda bajo el agua y sus gemidos se ahogan en mi boca. Cada vez que embisto dentro de ella, su coño me aprieta más, húmedo, caliente, como si me exprimiera con la misma fuerza con la que las olas nos rodean.


—Sigue… no pares… —me susurra entre jadeos, la voz rota, temblando.


Yo tampoco puedo más. La sostengo con fuerza de las nalgas, la levanto un poco, y la meto aún más profundo. El agua se agita a nuestro alrededor, pero todo lo que me importa es la sensación brutal de su cuerpo deshaciéndose sobre el mío.


Ella tiembla, arquea el cuello hacia atrás, y de su garganta sale un gemido ronco que se mezcla con el rumor del mar. Siento cómo su sexo late alrededor de mi polla, húmedo y apretado, y ese espasmo me arrastra sin remedio.


—Me corro, joder… —gimo contra su oído, mordiendo su piel.


Y en ese instante estallo dentro de ella, profundo, intenso, mientras la abrazo tan fuerte que parece que quisiera fundirme en su cuerpo. Mi corrida se mezcla con sus contracciones, con su orgasmo que no acaba, que la sacude entera mientras me aprieta con las piernas, como si no quisiera soltarme jamás.


Nos dejamos llevar, jadeando, con el mar cubriéndonos hasta el pecho y el horizonte brillando delante. Es salvaje, sucio y hermoso a la vez: follar desnudos en el mar, correrme dentro de ella mientras me dice sucio al oído que siga, que no pare.


Nos quedamos unos segundos flotando, pegados, riendo entre jadeos como dos críos pillados en plena travesura.


—Seguro que nos han visto —dice Vega, con esa mezcla de vergüenza y excitación que le tiñe las mejillas.


Yo sonrío, todavía con la respiración entrecortada.


—Están demasiado lejos para vernos… —aunque por dentro sé que no estoy tan seguro, y la idea me pone aún más.


Cuando mi erección se calma y el cuerpo vuelve a ser ligero, nos damos un último beso y salimos del agua de la mano, desnudos, sin prisas, como si no hubiera nada que ocultar. El sol resbala sobre su piel mojada, sobre sus pezones aún duros, y me siento orgulloso de caminar así con ella, como si todo el mar fuera testigo de lo nuestro.


Al acercarnos a las dunas, levanto la vista y la veo. Una chica rubia delgada nos mira fijamente, sonríe con picardía. No necesita decir nada: sabe lo que ha pasado en el agua.


Vega aprieta mi mano, y sin girarse, sonríe. Ese gesto suyo me atraviesa: no es solo vergüenza, es la certeza de que le excita saberse observada.


Nos dejamos caer en la toalla, todavía con el agua resbalando por la piel. Vega se seca el pelo con las manos, pero en cuanto me mira empieza a reír, esa risa floja que sé que es puro nervio.


—La rubia nos ha visto… —susurra, con los ojos brillantes de vergüenza.


Yo me tumbo a su lado, mirándola de reojo, y respondo intentando restarle importancia:


—Seguro que ella también lo hace.


Ella se tapa la cara con las manos, como si quisiera esconderse, y luego me mira entre los dedos, aún riendo.


—¡Joder, qué morbo! —dice, aunque se le escapa otra carcajada—. Nos han pillado fijo.


Me acerco y la beso en el hombro, sonriendo.


—Bah, que disfruten mirando.


—Idiota… —me contesta, dándome un manotazo cariñoso en el pecho, pero no puede parar de reír.


Me giro hacia ella, todavía tumbado, y la miro con una sonrisa canalla.


—No lo niegues… si en el fondo te gusta que te miren.


Vega suelta una carcajada y se tapa medio la cara con la toalla.


—Cuando estoy cachonda… sí. Pero luego me muero de vergüenza.


—Pues estabas muy cachonda, ¿eh? —le digo, arqueando las cejas.


Ella me mira de reojo, mordiendo el labio.


—Cállate, idiota… —y termina riéndose otra vez.


Me acerco, todavía con la sonrisa en los labios, y ella me corta el gesto con un beso suave, húmedo de mar y de risa.


—Te gusta más a ti que a mí… —susurra contra mi boca—. Te pone que me miren, y luego eres el primero que se pone celoso cuando dicen que tengo el coño como una flor.


Se aparta apenas un instante, mirándome con esos ojos verdes que saben jugar entre la ternura y la provocación, y me deja callado, con la mezcla exacta de orgullo, celos y excitación ardiendo por dentro.
 
El pintor ya le habia dado brocha a Vega , esa correccion a Nico , no es Pincel es Brocha es auna asunción velada de que ha follado con el .
Y no simplemente follado, al revelar que la herramienta que Álvaro carga más que un normal pincel es una gorda brocha, subliminalmente le actualiza lo que acostumbraba tener entre sus piernas. :cool:
 
El pintor ya le habia dado brocha a Vega , esa correccion a Nico , no es Pincel es Brocha es auna asunción velada de que ha follado con el .

No necesariamente tiene por qué ser así, él puede ser gay no tiene por qué ser bisexual, y menos haberselado follado, se la puede haber visto perfectamente en una playa nudista o una cala y/o en cualquier circunstancia.

O es que vosotros ¿no habéis visto ninguna brocha o pincel nunca en el gimnasio?

Y anda que no sabréis quién tiene en el gimnasio brocha o pincel, o entre colegas, ¿y eso qué significa? ¿que os han dado brocha?

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Hombre, si, puede ser, pero si yo como hombre conozco como tiene el coño una amiga mía, pues seguro que mi mujer al menos me pregunta cómo lo sé.
 
No necesariamente tiene por qué ser así, él puede ser gay no tiene por qué ser bisexual, y menos haberselado follado, se la puede haber visto perfectamente en una playa nudista o una cala y/o en cualquier circunstancia.

O es que vosotros ¿no habéis visto ninguna brocha o pincel nunca en el gimnasio?

Y anda que no sabréis quién tiene en el gimnasio brocha o pincel, o entre colegas, ¿y eso qué significa? ¿que os han dado brocha?

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Un tio sabe cuando miran a su mujer como la miran
"
¿Y no has pensado… —dice de repente, con esa sonrisa traviesa—, que igual te follaría a ti antes que a mí?


—Qué idiota eres —respondo, riendo incrédulo.


—¿Idiota? —levanta las cejas, divertida.


—Sí. A Álvaro le gusta todo —contesto, como si lo tuviera clarísimo.


Ella sonríe ladeando la cabeza, me clava la mirada unos segundos y suelta bajito:


—Celoso…"


El intuye claramente que es bisexual , y el nerviosismo de Vega es porque , si le ha dado algun brochazo y Nico tambien lo intuye , pero es que Nico apunta maneras y muta a una velocidad increible a Cornudo consentidor ,y Vega zorrita juguetona , que vale mas por lo que calla que por lo que habla , veremos co.o evolucionan , se admiten apuesta , la mia Nico Consentidor , Vega es mucha vega
 
Yo quizá los veo más en un trío con menos papel de él pero trío o en todo caso en un intercambio.

Aunque ya sabemos que a veces los tríos y los intercambios no son equilibrados.

Y que no es el primer trío que se hace a propuesta del tío de la pareja y el pobre termina sufriendo como un auténtico cabrón de ver empalada y llena de lefa a su chica qué como una buena zorra que es además se ha desinhibido por completo e incluso ha hecho se ha dejado hacer algo que con su chico no ocurre com. Y es precisamente el tío el que en principio quería el trío.

Aunque también es verdad que sí que apunta hacia él aunque le pone mal y le da celos también se le endurece el que se la follen incluso delante de él.

Pero sigo pensando que no necesariamente el pintor por los motivos que ya he explicado tiene por qué haber follado con ella, yo sé cómo tiene muchos colegas la polla y ellos como la tengo yo, de habernos visto en el gimnasio, y ni yo les he dado ni les voy a dar brocha, y por el contado que ellos a mí tampoco les voy a dejar incluso aunque quisieran ellos 🤣🤣🤣

En fin veremos con que nos sorprende el autor.

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Última edición:
El día siguiente amanece con calma, el aire aún fresco que entra por la ventana del hotel y el murmullo lejano del mar. Bajamos a desayunar y Vega, con esa forma suya de proponer las cosas como si ya estuvieran decididas, me dice:


—¿Y si esta mañana vamos al spa? Luego por la tarde podemos volver a la misma playa…


No suena a sugerencia, suena a plan.


Acepto encantado, y después de un café fuerte y algo de fruta subimos a cambiarnos. Ella se pone un bikini negro mínimo, que parece hecho más para provocar que para cubrir, y encima una bata ligera del hotel. Yo me pongo el bañador y la misma bata blanca, y juntos bajamos al spa.


El contraste es inmediato: al cruzar la puerta nos envuelve un ambiente distinto, cálido, íntimo. La luz es tenue, filtrada en tonos dorados y azulados, como si todo estuviera pensado para invitar a relajarse. Se escucha el murmullo constante del agua corriendo en fuentes y cascadas pequeñas, y un olor fresco, mezcla de eucalipto y aceites esenciales, flota en el aire.


El spa es amplio, dividido en zonas: una piscina climatizada que brilla con luz turquesa, con chorros y cascadas de agua que invitan a sumergirse; al fondo, un circuito de saunas de madera clara, con vapor escapando por las rendijas; más allá, tumbonas de piedra templada donde una pareja se recuesta en silencio, con los ojos cerrados.


Vega se desliza la bata de los hombros y me mira con esa sonrisa traviesa de siempre. El bikini le queda perfecto, marcando sus curvas, y por un momento me parece que más que en un spa estamos en un juego nuestro. Me guiña un ojo antes de sumergirse despacio en la piscina, y el agua acaricia su piel como si quisiera quedarse pegada a ella.


Yo la sigo, sintiendo la temperatura envolvente, cálida, que contrasta con el frescor de la mañana, y nos dejamos llevar un rato por el silencio, las burbujas y las miradas cómplices.


Entramos en la piscina primero, probando cada chorro como si fuéramos críos en un parque acuático. Vega ríe con esa risa suya contagiosa, apoyando la espalda contra la cascada que cae con fuerza sobre sus hombros. Yo, con la excusa de acomodarla o sujetarla, deslizo mi mano por su costado hasta su pecho, y pellizco apenas su pezón endurecido bajo el bikini.


—Eres incorregible… —susurra con los labios muy cerca de mi oreja, aunque la sonrisa que no puede ocultar la delata.


—Y tú me lo pones fácil… —le contesto, deslizando después la mano hasta su culo, apretándolo bajo el agua.


Se tapa la boca para no reír demasiado alto, y me dice bajito:


—Nos van a echar del hotel…


Seguimos el circuito: primero la sauna, donde el calor se pega como una segunda piel. El vapor empaña los cristales y apenas se distingue la silueta de otra pareja en el rincón opuesto. Vega, con el sudor deslizándose por su pecho y su vientre, se inclina sobre mí para hablar bajito, y el roce de sus pechos contra mi brazo me enciende más que el calor sofocante de la sala.


Después salimos al jacuzzi. Apenas hay una pareja joven más, chicos de veintipocos, él con barba recortada, ella de pelo castaño recogido en un moño improvisado. Están acalorados, riendo entre ellos, y la chica se muestra cariñosa: se pega a él, le pasa las manos por el pecho, se acomoda sobre sus piernas como si no hubiera nadie más alrededor. No hacen nada explícito, pero la energía es clara, casi provocadora, como si disfrutaran de que pudiéramos verlos.


Vega me mira con una ceja arqueada, como si se preguntara si pienso lo mismo que ella. Yo solo sonrío, y bajo el agua, rozo con mis dedos la cara interna de su muslo. Ella suspira, me lanza esa mirada cómplice y se pega más a mí, apoyando la cabeza en mi hombro como si todo fuera inocente, cuando en realidad mi mano sigue explorando bajo la espuma.


El burbujeo del jacuzzi lo cubre todo, el sonido del agua rompe cualquier pequeño movimiento que hago bajo la espuma. Me acerco a Vega, la rodeo con el brazo y, mientras parece que solo la abrazo, deslizo mis dedos entre sus muslos.


Ella se tensa al principio, como sorprendida, y luego me lanza una sonrisa que intenta contener, mordiéndose el labio para disimular. El agua caliente hace que su piel esté suave, resbaladiza, y en cuanto rozo su sexo noto el calor distinto, más vivo, que nada tiene que ver con el agua.


Vega se pega más a mí, como si buscara esconderse en mi pecho. Su respiración cambia, más rápida, y entre los dientes deja escapar un suspiro que convierte en risa fingida, mirando de reojo a la otra pareja para asegurarse de que no nos prestan demasiada atención.


—Eres un guarro… —susurra con voz temblorosa, sin apartar la sonrisa.


Yo sonrío sin responder y sigo moviendo los dedos con calma, acariciando su clítoris, sintiendo cómo su cuerpo se arquea apenas contra mi mano. Ella no hace nada por frenarme, al contrario: coloca su mano sobre la mía, sujetándola contra su sexo, como asegurándose de que no me aparte.


De vez en cuando vuelve a morderse el labio, intentando ahogar el gemido que pugna por salir. Su mirada se pierde un instante, luego vuelve a mí, cargada de deseo y nerviosismo. La espuma del jacuzzi lo tapa todo, pero yo sé lo que está pasando: Vega se está dejando llevar, en silencio, bajo el agua, con la sonrisa pícara y los ojos brillando de excitación.


Seguimos a lo nuestro, como si nada. Mis dedos se mueven lentos bajo la espuma, y Vega, con las mejillas encendidas y la respiración contenida, aprieta su mano sobre la mía para que no me detenga.


La pareja que comparte jacuzzi con nosotros parece no sospechar nada. De pronto, él dice algo en voz baja a su chica y ambos cambian de sitio, desplazándose un par de metros, como para buscar más comodidad. Apenas nos miran al hacerlo, solo una ligera sonrisa de compromiso, la típica cortesía de desconocidos compartiendo espacio.


Ese gesto nos da aún más libertad. Vega cierra los ojos un instante y apoya la frente en mi hombro, como si descansara, pero yo noto cómo sus caderas se mueven despacio contra mi mano, siguiendo el ritmo. Su pequeño suspiro se ahoga entre el burbujeo, y yo me muerdo la lengua para no reír de la situación: estamos en mitad del spa, a plena luz del día, y nadie parece darse cuenta.


Cuando abre los ojos me lanza una mirada rápida, mezcla de desafío y de complicidad, como diciendo “no pares”.


Me acerco a su oído, casi rozando su piel con mis labios, y le susurro entre el burbujeo del jacuzzi:


—¿Te acuerdas en la playa? Cómo te abriste para mí en el agua, cómo nos vieron, cómo esa chica sonrió sabiendo lo que hacíamos… te encanta que te miren, ¿verdad?


Vega aprieta mi mano contra su sexo, disimulando bajo el agua, y respira entrecortada. Sus ojos se cierran, rendida a lo que escucha.


—Y en tu trabajo… —prosigo—, tan fina, tan elegante. Nadie imagina que en realidad eres una guarra, que te pones cachonda cuando te digo que me gusta darte por el culo.


Ella se muerde el labio, apenas puede aguantar la sonrisa y el temblor que la recorre. Inclina la cabeza hacia atrás, la piel de su cuello ardiendo, y susurra con voz ronca:


—¿Crees que soy muy guarra?


—La más guarra —le digo sin dudar.


Entonces abre los ojos, brillantes, y me susurra con un hilo de voz mientras se arquea un poco contra mi mano:


—Sí… soy muy guarra… es que me pongo muy cachonda, muy perra.


La fuerza de su confesión me enciende aún más. Siento su respiración caliente en mi oído, y bajo el agua mi mano se mueve más rápida, como respuesta a lo que me acaba de regalar.


Sujeta mi mano con fuerza, como si temiera que me apartara, y bajo las burbujas siento cómo su sexo palpita húmedo, ardiente, contra mis dedos. El agua apenas logra disfrazar el movimiento; sé que se nota, pero ella ya no puede contenerse.


—Dios… —susurra, cerrando los ojos, mordiéndose el labio con tanta fuerza que casi se hace daño.


Mi pulgar se mueve en círculos sobre su clítoris mientras dos dedos se hunden en ella, entrando y saliendo despacio, luego más rápido. Vega se arquea, pega su boca a mi oído para que no se escapen gemidos y apenas se escucha un jadeo ahogado:


—Sigue… no pares… así, así…


La abrazo con el brazo libre para que parezca que simplemente la tengo cerca, pero mi mano no afloja. Siento cómo aprieta mis dedos dentro de ella, cómo su vientre tiembla bajo el agua. Se aferra a mí, sus uñas arañan mi espalda.


Las burbujas revientan alrededor, y entre ellas llega ese momento: su cuerpo se tensa entero, sus muslos se cierran contra mi mano, sus ojos se abren con un destello húmedo de placer y la escucho gemir bajito contra mi cuello:


—Siiii… me corro… me estoy corriendo…


El orgasmo la sacude en oleadas, un temblor que se disfraza bajo el burbujeo del jacuzzi pero que yo siento entero, en cada contracción alrededor de mis dedos, en su respiración rota, en la forma en que se pega a mí como si se deshiciera.


Vega se deja caer después sobre mi hombro, exhausta, y su risa nerviosa me roza la piel.


—Dios… nos la hemos jugado…


Yo sonrío, la beso en la sien y le susurro al oído, con orgullo y excitación:


—La guarra más cachonda de este hotel.


Ella ríe, aún jadeando, y me aprieta fuerte contra sí, como si el riesgo la hubiera puesto todavía más viva.
 
Me parece que por mucho que se intente adornar de felicidad el matrimonio de Nico y Vega, hay una realidad corriendo en segundo plano, y toda esa exploración que tanto les estimula conectará ambas realidades dando paso a una inevitable apertura sexual, una que por naturaleza dará a Vega la ventaja dominante que permitirá cumplir sus fantasías pendientes, y de pasada revivir su probable olvidada vida sexual.

Nico demuestra cada vez más su condición candaulista, dinámica que a Vega parece acomodarle demasiado, situación que en ambos parece provocar niveles de placer y excitación cada vez más altos.

Me recuerda bastante a la historia "Nuevas experiencias" de Lola Barnon. :cool:
 
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