curro33
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Capítulo noveno. Todo tiene su fin.
No olvidaré nunca aquel fin de semana.
El sábado por la mañana no quise ser testigo de su preparación y marcha. Pretextando un trabajo urgente e inaplazable, salí de casa a primera hora, dejando a mis hijos indicación de que pasaría a recogerles a tiempo para acudir a la cita deportiva del mayor.
Dediqué un tiempo suficiente a desayunar, plácidamente instalado en una cafetería del centro, una de aquellas en las que cumplo mi ritual dominguero, en esta ocasión anticipado en un día.
Pero la placidez era un atributo externo, ni mucho menos mi estado de ánimo era sereno.
Volví a nuestra casa un par de horas más tarde, cumpliendo el compromiso de estar a tiempo para desplazarnos a una ciudad cercana en la que se desarrollaría el partido que nuestro hijo debía jugar.
En el fondo, mantenía una cierta y secreta esperanza de que Rocío hubiera reflexionado lo suficiente y hubiera decidido no acudir a aquella arriesgada cita con Elena y con vete a saber quién que aquella mujer hubiera decidido incorporar.
Nada más llegar a casa mi decepción fue completa. Su coche no estaba, había marchado ya.
Para que no hubiera ninguna duda, el mensaje en uno de aquellos papelitos amarillos en la puerta de la nevera era muy claro:
No puedo esperar más, se me hace tarde. Voy a donde te dije ayer – afirmaba con claro empeño, para acabar con una despedida formal- Hasta luego.
Me sentía contrariado e irascible.
Fui con mis hijos al encuentro que el mayor debía disputar aquella mañana. Para colmo de males, tampoco el partido estaba siendo una fuente de satisfacción, porque el equipo contrario -un equipo de media tabla, muchos puntos por debajo del nuestro- estaba aquel día especialmente acertado.
Pagué mis frustraciones como Dios manda, es decir, insultando todo lo que pude al árbitro, dejando de esa forma admirados a los padres acompañantes habituales del equipo, que jamás me habían visto hecho un energúmeno, y a nuestra hija, que se hacía cruces de las procacidades de las que era capaz su venerado -y ese día desaforado- padre.
Culminado el desastre, les llevé a comer a donde les gusta, es decir, a un antro de esos de hamburguesas con lechuga, tomate y queso, y después a casa, una casa vacía para mí, para ellos mera estación para arreglarse y salir a sus actividades de sábado tarde con sus grupos de amigos.
Ni un mensaje, ni una llamada… las 5 de la tarde y sin noticias. En realidad algo muy normal, porque al fin y al cabo hacía muy pocas horas que había salido, la previsión era estar fuera todo el día… nada indicaba que la falta de comunicación presagiara nada malo, pero…
Un inmenso pero, una grandísima objeción, un obstáculo abstracto, indefinido e hiriente se me representaba en el pensamiento con una intensidad y fuerza aplastante.
¡Sin noticias de Rocío!
Intenté distraerme mirando la plomiza y aburrida programación de fin de semana de las televisiones patrias. Una vez intentado, y consciente de la imposibilidad de alterar mi estado de obsesa frustración por la situación que estaba viviendo, me encaminé al estudio del sótano, a aquella habitación en la que escucho música, me aíslo y distraigo.
No podía.
Volvía una y otra vez al interrogante, en cada nueva ocasión más fuerte y descarnado.
-¿Qué estará haciendo?- me preguntaba una y otra vez, para caer en la desesperación ante la falta de respuesta o, en otras ocasiones, para darme las respuestas más dañinas a la pregunta.
Cada pocos minutos una mirada al móvil, a la mensajería, a comprobar una y otra vez que no había ningún mensaje.
Intentaba distraerme de mil formas, pero ni la música, ni la búsqueda de entretenimiento en internet, ni ninguna de las actividades que intentaba me sacaban del bucle mental negativo en el que había caído.
Las 7 de la tarde y sin noticias.
El tiempo transcurría con una lentitud exasperante, y mi enfado crecía con cada minuto de tortura mental que yo mismo me infligía.
En un arrebato infantil decidí vengarme de la forma menos digna de entre todas las formas de venganza posibles en la situación en la que me encontraba. Decidí visitar esas páginas cargadas de fotos, vídeos y relatos de contenido sexual, buscar en ellas la distracción, excitarme en la contemplación de cuerpos de hembras, disfrutar viendo encuentros sexuales tórridos de esas hembras con sus machos folladores…
Comencé, lógico, por la página en la que publico esta experiencia.
Algunas de esas fotos, algunos de esos vídeos, lejos de consolarme me provocaban más desesperación, pues en bastantes de ellos acababa por recordar la escapada de mi mujer y lo que sospechaba que podía estar haciendo sin mi presencia, con otras personas.
Uno de aquellos vídeos me hería en especial, porque representaba a una mujer que después de salir de su casa, despidiéndose de su marido con un beso, acudía a una especie de gimnasio en el que varias hembras se cepillaban a un musculoso instructor, con el agravante de que el cuerpo, el cabello e incluso el rostro de aquella mujer tenían un cierto parecido con Rocío.
Decidí entonces prescindir de los estímulos externos y, tras cerrar cuidadosamente la puerta del estudio, deslicé hacia abajo mis pantalones y calzoncillos, para desnudar la verga y sacudírmela creando mis propias fantasías sexuales.
Cerré cuidadosamente la puerta del estudio, pese a no ser necesario porque nadie más estaba en casa. Una forma de actuar que merecería un estudio psicológico, porque revela, pese a nuestra promiscuidad sexual, un cierto pudor contrario a llevar a cabo actividad sexual masturbatoria en un lugar abierto. Seguramente los restos de la educación religiosa que demonizaba las pajas y nos llevó desde la infancia a escondernos para hacerlas.
En aquellos momentos mi polla era un pingajo. Pude comenzar a ponerla morcillona a base de caricias, ligeros tirones de los testículos abajo y suaves descapulladas del glande, untado éste con algo de la propia saliva.
Poco a poco, mientras me tocaba, comencé a representarme imágenes sexuales que contribuyeran a excitarme.
No eran fantasías.
Eran recuerdos.
La primera vez que, todavía con las bragas puestas, acaricié en un juego el sexo de Loli. La primera vez que, en el mismo juego, acaricié su coño desnudo, percibiendo mis dedos el contacto de sus labios gruesos y prominentes, asomando al exterior, ofreciéndose como en un sacrificio de vestal al macho poseedor…
La primera vez que besé su boca… el momento en el que bailando fuimos conscientes de un deseo que culminaría en un polvo delicioso… el instante en que me clavé en su cuerpo, agitando en su interior mi verga y disfrutando de aquellos pezones puntiagudos, rotundos, grandes, duros y sensibles.
Subía y bajaba mi mano cada vez con más ritmo, recordando su gritito de excitación y placer, ese sonido continuo casi hasta la asfixia que anuncia su cercano orgasmo.
Vino a mi recuerdo todo el complejo de sensaciones de aquella noche de verano en que estuvimos a solas, en el jardín, en la habitación… en el polvo casi conyugal en la cocina de la mañana siguiente…
Se mezclaba con la visión de una Loli entregada a Pol en aquella reunión tan loca de la postpandemia, o comiéndose con Carma la boca… o lamiendo sus grandes pechos de hembra grande, aparentando a su lado ser apenas una adolescente pervertida con su cuerpecito juvenil…
Y con el recuerdo de Loli sobre la mesa de reuniones de mi despacho, corriéndose de gusto en un encuentro que yo creía secreto…
La intensidad de mi excitación iba variando…
Pero en un momento fui consciente de que todo lo que estaba acudiendo a mi mente para excitarme eran protagonizados por mi cuñada…
Todo.
Intenté entonces combatir contra esa realidad, buscando a propósito introducir en el recuerdo otras experiencias sexuales. Rebusqué en las ocasiones que nos habíamos encontrado con Carma y Pol. Incluso recuperé alguna experiencia ya casi olvidada anterior.
También intenté recuperar las sensaciones vividas en las embestidas potentes con Elena, pero esas eran inseparables de la presencia de Rocío y no quería, ni mucho menos, su presencia.
Hasta acudí al recuerdo de aquellas pocas ocasiones que ya expliqué en las que tuve encuentros con algunas colegas, muy puntuales y aislados, pero satisfactorios, mucho antes de que Rocío y yo nos introdujéramos en estas otras prácticas más abiertas.
Busqué con insistencia otros recursos: Una madre muy follable de un compañero de equipo de mi hijo, una colega que hace poco está divorciada y anda tirando cañas a cualquiera que le preste unos minutos de caballerosa atención…incluso una jueza de mediana edad y cuerpo de jaca poderosa, con unas tetas que le impiden abrocharse la toga, y unas piernas potentes siempre enfundadas en zapatos de tacón que la elevan más todavía de su propia altura y de la que le añade la tarima en el estrado.
Pero al hacerlo cayó en picado mi excitación y, con ella, la dureza de mi sexo.
No quería, de ninguna manera, recordar a Rocío. Expresamente rechazaba esa posibilidad… pero más allá de Loli tampoco conseguía mantenerme en disposición de seguir disfrutando.
Las nueve de la noche y sin noticias… ni excitación…
Me sentía mal. Muy mal.
La soledad inundaba todo a mi alrededor. Incluso la llegada de mis hijos pocos minutos después era insuficiente para apartar aquel sentimiento de abandono. Preparé algo ligero para que cenaran y se retiraran a su habitación, a jugar con la Play (sólo les dejamos unas pocas horas en fin de semana)
Malas sensaciones me da este capítulo.....