Tenía 26 mensajes de Rocío.
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-Hola, Rocío.
-Hola, Juan. ¿Cómo va todo?
Había un ruido de fondo de voces, gritos y rumor de olas. Estaba claro que mi mujer había ido a la playa, seguramente con los niños y algún familiar más, como casi todos los días de vacaciones de verano.
-Todo bien. ¿Y tú? ¿Todo bien? ¿Los niños bien?
No tenía más conversación posible. No tenía más palabras. ¿Cómo podía hablar con normalidad con ella, apenas una hora después de que su hermana hubiera abandonado nuestra casa, tras dormir toda la noche juntos?
¿Cómo se le dice a la esposa que anoche follaste con su hermana como dos salvajes despelotados en el jardín de nuestra casa? ¿Cómo se le explica que has pasado la noche en tu cama matrimonial con la cuñada? ¿Cómo se le informa de que esta mañana, al desayunar, has tenido con Loli un polvo muy parecido a esos polvos enamorados, esos que tantas veces has compartido con ella los domingos por la mañana, en “su” cocina?
Ella, en cambio, estaba locuaz. Tenía un tono algo diferente al habitual, pero no me pareció demasiado anómalo. Lo atribuí, sobre la marcha, a estar en la playa y en un entorno ruidoso.
Estuvo explicándome la vida que habían hecho el día antes, sábado. Las visitas a algunos familiares, los encuentros con personas conocidas, la salida con nuestros hijos a pasear a la caída de la noche, a tomar una cañita ella y unos refrescos ellos para apagar la sed y rebajar las calores, unas tapitas también para matar el gusanillo… El estrés de la distancia, del combate cotidiano con dos entre niños y preadolescentes hijos y, pese a estar rodeada de gente, la soledad.
Por mi parte, regaba la conversación con una amplia gama de esos monosílabos que permiten al interlocutor pensar que estás pendiente de sus palabras, pero que en realidad te dan la ocasión de distanciarse de su discurso, sin prestarle atención.
-¿Sí?... ¡Ah!... ¡Ajá!... ¡Ummm!
Pero no podía ser tan fácil. No. En una situación tan compleja, nada resulta fácil. Cuando ya me había desgranado casi al minuto sus cuitas del día anterior, deslizó la pregunta, con apariencia de inocua, pero clave. Lo hizo con una voz serena, pero de tono grave y entonación seria.
-¿Has visto a Loli?
Me dejó sorprendido. Y bloqueado. La pregunta tan directa no admitía ninguna maniobra dilatoria o elusiva. Recurrí a la típica…
-¿Rocío? ¿Rocío? ¿Me oyes, Rocío?
-Sí yo te oigo perfectamente. ¿Me oyes tú a mí?
No podía seguir escapándome, pero por lo menos había podido darme un mínimo de tiempo para calibrar la reacción.
-Sí, sí… ahora sí.
-Que te decía que si has visto a Loli.
El tono volvía a ser serio y grave, y la voz, perfectamente audible, no reflejaba emoción alguna, tampoco curiosidad, porque ella ya conocía, seguro, la respuesta.
En cambio yo no sabía, lo confieso, por dónde salirme. Tenía la sensación de encontrarme en un campo minado, un suelo inestable y cargado de trampas, o en un mar sereno pero extrañamente peligroso.
-Sí, sí… la he visto… vino anoche y me trajo algo de cena… ya me dijo que le habías encargado que me cuidara.
Tenía los nervios a flor de piel. Procuraba quedarme en el límite, delgadísima línea fronteriza, entre toda la verdad y la verdad a medias, diciéndole algo que nunca pudiera imputar como mentira, pero sin decirle toda la cruda y morbosa verdad.
Había caído con los dos pies en la trampa. Todo lo anterior era, nada más, el terreno resbaladizo que se inclinaba sin remedio hacia el fondo del pozo en el que me hallaría indefenso.
-Tengo entendido que te ha cuidado muy bien- aquí hizo una pausa dramática – toda la noche.
Lo sabía.
Sin duda, su hermana se había adelantado a mi llamada, y la habría puesto al corriente de nuestra noche compartida. Mi mayor preocupación era no tener claro cual había sido el grado de detalle que Loli había facilitado a su hermana, aunque podía suponer que, si no lo había hecho ya, tarde o temprano le describiría todo, todo, todo lo sucedido.
Decidí tomar el toro por los cuernos y tirar por la vía del medio.
-¿Te ha molestado?
Sin darle tiempo a responder proseguí en la ofensiva.
Me dijo que le habías encargado cuidarme muy bien y di por entendido que le habías encargado hacer lo que hicimos. ¿No era eso?
Tardó en responder. Parecía estar midiendo el contenido, el tono y la intensidad de sus palabras. Optó finalmente por una respuesta a la gallega, o sea, con una pregunta.
-Os habéis pasado un poco ¿no te parece?
Seguí su misma táctica.
-¿No es lo que querías?
Podía imaginarla sonriendo al otro lado del teléfono. ¡Me conoce tanto! Jugábamos a un juego que hemos jugado muchas veces, pero no había disfrute ni placer en la conversación. Por el contrario, más que un juego florentino de habilidades dialécticas, nuestras expresiones eran resultado de una inmensa cautela, de una extraordinaria prudencia, de un tremendo esfuerzo por medir el efecto de las palabras.
Pese a todo, su respuesta era un aserto contundente.
-No. No era lo que quería.
-¿Pero se lo dijiste o no eso de que me cuidara muy bien?
-Se lo dije, si… medio en broma, medio en serio, y pensaba que algo podía pasar, que algún juego habría… pero os habéis pasado.
Opté entonces por otra línea de argumentación, generalmente muy socorrida (salvo en estos temas).
-Tampoco hemos hecho nada que no hayamos hecho antes.
-Sólo entonces se descompuso algo su voz.
-¿No?-gritaba- ¿Nada? Sin estar Carlos ni yo, en medio del jardín con riesgo de que os vieran u os oyeran, durmiendo toda la noche juntos y de mañana, cafelito y cariñitos de parejita de novios. ¿nada nuevo?
Me dejaba otra vez sin palabras.
Se me ocurrió decirle aquella frase que desde love story no puede decirse a la pareja.
-Lo siento.
-La que lo siente soy yo, que estoy aquí de ama de casa con niños y sin marido, como si fuese una mantenida en espera de que llegue el señor de la casa, aguantando un mes de locura para que mi maridito y mi hermanita tengan una noche de amor y se encamen como novietes en mi propia cama, a vivir un romance.
Siguió desgranando, durante varios minutos, el memorial de los agravios veraniegos, la totalidad de los reproches acumulados por razones varias, pero detonadas por los polvos compartidos entre su hermana y yo.
Su expresión era agria, nada amable, muy diferente a la Rocío más normal, más equilibrada. Tal vez ella misma se dio cuenta de ello y puso fin a la conversación, volviendo a un tono más normal, pero con un mandato frio y claro.
-Bueno… vamos a dejarlo. Ya hablaremos. A ella ya se lo he dicho… no quiero que vuelva a pasar. ¿Cuándo estarás aquí?
-El sábado que viene.
-¿El sábado que día es? ¿el 31?
-Si.
-Vale. Hasta el sábado que viene.
Y colgó.
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Muchos mensajes. Tantos que me asustó ver esa cantidad.
No obstante, al abrir en el aplicativo su chat caí en que eran muchos más de los que sería normal por la costumbre adquirida por Rocío al escribir. Pulsa con frecuencia el enter para hacer un punto y aparte. Ocurre que, según como esté configurado el aplicativo, esa operación emite el mensaje escrito hasta ese momento, computando entonces en el contador cada frase como un mensaje nuevo.
El primero era de las 12:33, apenas 4 minutos después de la primera llamada perdida de Rocío.
- Te he llamado hace un momento porque quería decirte de palabra algunas cosas. Acabamos de terminar de tener relaciones y me he venido al baño para llamarte.
- Esta aventura ha estado bien, no ha sido nada del otro mundo pero ha estado bien, ya te contaré si quieres.
- Pero ahora te llamaba para decirte que te quiero y que necesitaba hacer esto desde el verano pasado, desde que Loli y tú tuvisteis aquella noche sin Carlos y sin mí.
- Quería saber qué se siente al estar con alguien sin que estés tú presente, y además alguien que sea muy próximo con quien pueda tener confianza.
- Yo lo pasé muy mal entonces, imagínate, con mi hermana y algunos celos que tuve que superar.
- Me sentía rara y me prometí a mi misma que yo también tendría una experiencia similar.
- Por eso cuando salió el tema de Ernesto y me lo propusiste me pareció bien y vi la ocasión de tener la aventurilla esta, aunque él no me llama mucho la atención, no me atrae demasiado y al tener confianza tampoco era un flirteo emocionante.
- Pero ahora que ya lo he hecho yo también pienso que en realidad es un poco una tontería, porque cosas más intensas que las que he hecho hoy ya las habíamos hecho con otras personas, pero juntos.
- Aunque claro, ahora queda lo de dormir juntos y despertarse al lado de un desconocido, bueno, de un desconocido no, pero ya me entiendes, de alguien que no estás acostumbrada a ver de buena mañana en tu cama.
- Bueno, procuraré llamarte por la mañana. Buenas noches, mi amor.
Sus mensajes de esa hora contenían apenas alguna información deslavazada, típico de esas comunicaciones hechas deprisa y a escondidas, como ella misma había escrito, en el baño de la habitación del hotel.
Era una información que ya conocía. Más allá de la noticia sobre que las relaciones sexuales con Ernesto habían estado bien sin ser nada del otro mundo, las confesiones sobre sus sentimientos y, sobre todo, sobre sus motivaciones para vivir aquella aventurilla -como ella misma lo había calificado- no se me habían ocultado nunca.
Las conocía, como la conozco a ella.
Las sabía porque me había anunciado, aquel mismo verano, que tarde o temprano lo haría.
Las sabía porque yo mismo había propiciado, con plena conciencia de lo que estaba haciendo, que encontrara la forma de “igualarse” conmigo en aquella cuestión.
Las siguientes comunicaciones eran de las 6:35 de la mañana. Coincidían en unos pocos minutos después de la segunda llamada recibida. El contenido, debo reconocerlo, me enternecía bastante.
11. ¡Buenos días, Juan!. Qué noche más mala he pasado.
12. Extrañaba la cama, la habitación y todo.
13. Apenas he pegado un ojo.
14. Además, Ernesto no es que ronque, pero respira fuerte y no podía dormirme.
15. Él sigue durmiendo como un bendito, pero yo no puedo. A ver si ya se levanta y nos preparamos para volver.
16. Te he llamado por si estabas despierto pero ya me imagino que a estas horas no estarás.
17.Bueno, te dejo, que me he venido al baño para llamarte y le oigo que se ha levantado ya.
18. Un beso.
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Nunca me ha resultado desagradable la ruta desde nuestra ciudad hasta la costa andaluza en la que Rocío y nuestros hijos habían pasado el mes de julio. El paisaje es bello, incluso en época estival. Atraviesa los encinares extremeños, se acerca a la Sierra de Aracena y acaba cruzando Sierra Morena para rodear Sevilla y desde allí los llanos que conducen a la costa.
Pero esta vez me sentía inquieto.
Durante toda la semana, desde el sábado anterior en el que comentamos mi encuentro con Loli, nuestras conversaciones telefónicas habían sido normales. Tan normales que resultaba extraño. Hablábamos de las actividades del día, de los niños, del tiempo, del trabajo incluso. Pero no de “lo otro”.
Y “lo otro”, a fuerza de estar ausente, se hacía muy presente.
Sin duda ellas habrían hablado. Estaba muy seguro de que así era. No podía imaginarme una ausencia total de comunicación entre dos hermanas que siempre habían estado muy unidas, se habían contado todas su cuitas y no se habían escondido jamás nada.
Con Carlos y Loli había hablado. Tomamos uno de aquellos días un café juntos.
-A Carlos le he dicho que me quedé a dormir porque no me encontraba en condiciones de ir para casa, que me quedé traspuesta y ya dormí en vuestra casa- me dijo Loli un rato antes de invitarme a hacer ese café con ellos.
-¿Pero sabe que lo hicimos?
-Sí, eso sí, pero sin detalles.
En realidad me estaba proponiendo tácitamente – y yo lo acepté- que no revelara todo lo sucedido. Se trataba -intuí- de quitarle hierro al desliz por la vía de reducirlo a un encuentro menor, una especie de placentero encuentro amistoso o familiar con polvo incluido, pero sin épica ni gloria, sin merecer alharaca ni fanfarria, sin otro significado que haber acompañado adecuadamente el jamón y el cava de una noche de verano.
Parecía el yogurín haber entrado en la aceptación sin problema del relato, porque su recepción fue tan cordial como acostumbra, que es sin aspavientos pero con señales de afecto.
Únicamente en un momento determinado, después de un rato de conversación banal, deslizó un “me debéis una” que tenía toda la significación que tenía, es decir mucha.
Loli estuvo ahí ágil y despierta, porque en el asiento en que estaban, metiendo la mano por debajo de la pernera de las bermudas de Carlos, le hizo un mohín con los labios mientras le espetaba:
-Ven, que te pago la deuda otra vez… ¿Cuántas veces voy a tener que pagártela? Llevas cobradas unas cuantas…
Era bastante fácil intuir que la circunstancia del sábado anterior les había provocado una nueva fase de explosión, seguramente inducida por la novedosa circunstancia de haberse producido sin la participación del marido. Una de esas cosas de la sexualidad humana europea occidental que no se acaba nunca de comprender del todo.
Y el pago que ella le ofrecía estaba claro. Muy claro. No llevaban mucha ropa encima, unas bermudas y camiseta él, pantaloncito corto, bragas y camiseta ella, así que apenas emplearon tiempo en despojarse de sus ropas y, ella, en amorrarse al tronco enhiesto de su marido, que dejándose caer sobre el respaldo del asiento comenzaba a disfrutar de los cuidados conyugales que le ofrecían.
Supe que era el momento de desaparecer, porque al menos dos motivos poderosos debían ser considerados.
El primero, la sensación de triunfo de mi cuñado, que recibía, con mi mutis por el foro, una especie de reconocimiento de su titularidad indisputada, a modo de venados que tras la batalla de cuernos entrelazados acaba el uno con la posesión de la hembra y el otro con el rabo entre las piernas.
El segundo, que tenía en breve que enfrentarme al juicio de Rocío, y no quería hacerlo acumulando más culpas que las ya obtenidas, ni siquiera en el caso de que un nuevo encuentro con ambos pudiera calificarse como continuidad delictiva en el mismo tipo.
-Bueno, pareja… os dejo, que me vais a dar envidia.
Estaba preparado para responder negativamente en caso de que hubieran hecho algún comentario o invitación para quedarme, pero estaban a lo suyo y no respondieron, ella porque tenía la boca llena de carne jugosa, él porque estaba disfrutando de la exhibición de su dominio y, lejos de querer incluirme en su momento glorioso, proclamaba su triunfo con mi marcha.
Me marché de su casa, no sin antes poder comprobar que Loli había dejado de engullir la verga de Carlos, para sentarse sobre él, dándole la espalda, y clavarse hasta el fondo en aquel mástil potente, subiendo y bajando a un ritmo acelerado que anunciaba una pronta finalización.
Su mirada, la que clavó en mis ojos antes de que saliera, era la de una hembra en celo que está poseyendo sin freno ni límite a su macho.
Mientras pasaba los kilómetros, camino de mis vacaciones, el recuerdo de aquella escena me provocaba una cierta excitación… y una sonrisa.
Duraba poco, porque inmediatamente me aparecía de nuevo la realidad que iba a encontrarme. Mi Rocío, con toda la información sobre la noche vivida con su hermana, harta de estar ejerciendo de ama de casa y el cuidado de nuestros hijos preadolescentes y, también, harta de estar sin relaciones sexuales -no me cabía la menor duda- durante casi todo un mes.
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La nueva tanda de mensajes era a partir de las 9 de la mañana, media hora después de la última llamada perdida de Rocío.
19. Hola, Juan. Te he vuelto a llamar pero no coges el teléfono ¿pasa algo? Me tienes preocupada.
20. Mándame un mensaje cuando leas esto, así me quedo tranquila.
21. Aquí todo está siendo muy normal, ahora vamos a bajar a desayunar y después nos vamos a ir yendo.
¡Qué sevillana es mi Rocío! Una expresión formada con tres tiempos del verbo ir es una obra de arte posible nada más en Andalucía. Me dejaba, eso sí, la duda interpretativa de ese “todo está siendo muy normal” que, tratándose de lo que se trataba, intuía yo que significaba que habían vuelto a estar enganchados de buena mañana y mi mujer lo decía así como respuesta a una expresión mía que recordé con claridad.
22. Si todo va bien por el camino podemos llegar hacia el mediodía, pero me ha dicho que quiere invitarme a comer hoy en un sitio especial y puede que nos demoremos.
23. Ya te digo algo cuando lo sepa.
24. Pero sobre todo mándame un mensajito o algo, que sepa que estáis bien.
25. Venga, hasta luego.
26. Un beso.
Le remití un mensaje para darle tranquilidad. Breve, pero claro, en el que le decía que no se preocupara, que todo estaba bien, que había dormido hasta muy tarde y que ya me diría el qué cuando lo supiera.
Aunque aparecían las señales de haber sido entregado, pasaron dos horas más hasta que el aplicativo informaba que había sido leído.
Y otras tres hasta que recibí uno suyo.