Un gruñido desgarrador anunció la primera descarga, que cayó en la parte baja de la nariz y la boca de mi mujer, haciendo que cerrara los ojos en un gesto involuntario. Dos chorros más cruzaron como dos latigazs su rostro, desde el cabello hasta la barbilla.
El macho sacudía su miembro, se detenía un instante y volvía a descargar sobre su rostro sin que ella se moviera, demostrando que lo que me había dicho sobre estar preparado era totalmente cierto. El semen cubría el rostro de mi mujer y se deslizaba lentamente en hilos blanquecinos, mientras gotas más densas caían sobre sus pechos.
Los últimos espasmos de placer del macho anunciaron el final del primer asalto. Todo se había consumado y la imagen era triunfal: el cuerpo sudoroso del semental con la respiración agitada, su miembro aún erguido, y mi mujer arrodillada frente a él, cubierta de su esencia. Una escena digna de ser inmortalizada.
El macho me miró con complicidad y resopló; en su rostro se reflejaba el esfuerzo mientras descendía de la cama. Las gotas de sudor resbalaban por su frente, pero también mostraba satisfacción por lo realizado.
Con el corazón aún agitado, miré a mi mujer, que alargó la mano hacia mí sin poder abrir bien los ojos, en señal de reclamo. Rápidamente me incorporé para acercarle las toallitas que teníamos preparadas.
Al aproximarme a ella pude sentir el calor que envolvía la cama, el olor a sexo que la rodeaba y el aroma a semen que la cubría y continuaba deslizándose por su rostro.
Se limpió la cara y cuando pudo abrir los ojos, me miró con una sonrisa divertida: "Uf, creo que necesito una ducha". Se incorporó y se acercó al gran espejo de la habitación, observando su cuerpo cubierto de esperma antes de volverse hacia mí: "Tengo manchado el pelo y estoy toda pegajosa".
La seguí con la mirada, disfrutando de su desnudez mientras se dirigía al baño con paso urgente, hasta que desapareció tras cerrar la puerta.
Al volverme, el macho bebía agua junto al sillón donde yo había estado sentado, mientras continuaba recuperando el aliento. Su cuerpo sudoroso se había liberado de la tensión de momentos antes. Me acerqué a entregarle una toalla y la recibió con un gesto de agradecimiento.
Se secó el rostro y comenzó con el resto del cuerpo mientras me decía: "¿Cómo estás?", con genuino interés, fijando su mirada en mí. "Ha sido tremendo, la verdad es que lo he pasado muy bien, aunque no he podido aguantar mucho. Llevaba toda la semana acumulando para poder darte un buen tributo".
"La verdad es que he tenido en algún momento una punzada aguda en la boca del estómago", respondí con tono cómplice, "pero creo que en general bastante bien, aunque no me lo has puesto fácil".
El macho me observó: "Es normal. Aunque no eres primerizo en este mundo hasta que no estás presente y vives la experiencia completa no sabes lo que es realmente. Pero te he observado en algunos momentos y no te he visto mal. Creo que vas a terminar disfrutando el resto de la noche".
La conversación fluía con naturalidad, como cualquier charla entre colegas, con la salvedad de que uno de nosotros estaba completamente desnudo. Me sorprendía lo cómodo que se encontraba en esa situación, lo que reafirmaba que estaba ante un corneador con experiencia y mucha seguridad en sí mismo.
"La verdad es que estoy muy a gusto. Sois una pareja ideal para este mundillo. Ella me encanta y me ha sorprendido; esperaba tener que ir con cuidado, pero desde el primer momento he visto que teníais buena actitud y pude disfrutar. Estoy seguro de que lo vamos a pasar muy bien".
Le agradecí el cumplido: "La verdad es que no es fácil encontrar buenos machos y personas educadas. Hemos tenido mucha suerte hasta ahora, pero además tranquiliza que haya respeto y saber estar".
El macho posó su mano en mi hombro y la apretó varias veces en un gesto de camaradería: "Por eso te agradezco que me dejes follármela toda la noche. Me encanta ser corneador, y más cuando doy con mujeres como la tuya".
Hizo una pausa, como midiendo el impacto de sus palabras: "Me encanta su cuerpo. Tiene unas tetas magníficas y un culo para disfrutar; está en ese punto de madurez perfecto que me fascina. Y si además es así de obediente, mejor que mejor. Prepárate porque voy a gozarla al máximo".
"Si te soy completamente sincero", respondí de inmediato, "es lo que realmente buscaba. Sé que ella está completamente preparada y lo has podido comprobar; la he visto disfrutar y para eso la he traído. Sé que es una mujer muy sexual, a pesar de su educación tradicional, pero con un buen macho es un volcán".
Enfrascados en la conversación, que seguía afianzando nuestra conexión y confianza, no nos habíamos percatado de que la actividad en el baño había cesado. Nos sorprendió el chasquido de la puerta al abrirse, y mi mujer reapareció en escena. Venía fresca después de la ducha, pero perfectamente maquillada: una imagen perfectamente reconocible para mí. Sus ojos y labios estaban perfectamente delineados, y su rostro lucía una base suave y muy natural. Llevaba el cabello envuelto en una toalla pequeña y su cuerpo envuelto por una toalla, ambas de un blanco brillante que contrastaba con su piel enrojecida por el calor del agua que siempre disfrutaba hirviendo. Caminaba lentamente pero con decisión, y los dos nos quedamos observándola fijamente, como hipnotizados.
Se detuvo a unos metros de nosotros y me dijo: "Habéis hablado mucho de mí". Luego, dirigiéndose directamente a mí, preguntó: "¿Qué le has contado?".
Cuando estaba a punto de responder, el macho se adelantó: "Me ha estado diciendo que eres una mujer increíble y toda una señora, pero que eres un volcán en la cama".
"¡Vaya! ¿Eso te ha dicho?", le respondió con una mueca divertida muy característica suya. En ese momento supe que algo rondaba en esa cabecita envuelta en un turbante; no tenía secretos para mí.
Se acercó a mí y se apoyó en las puntas de sus pies descalzos para besarme con esos labios que cuidaba para no estropear el labial. Sus dos manos se apoyaron en mi pecho y me empujó ligeramente hacia atrás: "Déjame un poco de espacio, cariño".
El macho se encontraba de pie, completamente desnudo, justo a mi lado. Ella se volvió hacia él, lo miró de arriba abajo y se arrodilló lentamente..
Pero eso otro día.