Primera cornada completa (I).
Después de nuestra primera cita, seguimos en contacto, por supuesto. Ya había más confianza y las conversaciones eran más desinhibidas. Al poco tiempo, no recuerdo si pasaron algunas semanas, volvimos a vernos. Mismo lugar, mismos protagonistas.
No recuerdo con detalle cómo se desarrollaron los acontecimientos en esa segunda cita, puesto que hace ya unos años, así que omitiré la parte que no recuerde. Prefiero que el relato se limite a lo que sí recuerdo, no quiero añadir situaciones inventadas, todo lo que estoy contando es absolutamente real, hasta el último detalle, y quiero continuar así, aún sacrificando partes que no recuerdo.
La velada se inició igual que la primera. Unas bebidas, un picoteo, conversación distendida. Pero esta vez ya sabiendo cómo iba a terminar. Ella seguía estando nerviosa, mostraba sus miedos e inseguridades, lo cual la hacía si cabe más deliciosa y más deseable. Pero ahora sí estaba decidida a culminar la faena, y así me lo había hecho saber. El cornudo estaba casi más nervioso que ella, deseando ver a otro entre sus piernas y a ella disfrutando.
Lo primero que recuerdo con detalle de esta cita es el momento cama. Estábamos en uno de los dormitorios, con cama grande. La tumbé sobre la cama, boca arriba, y le quité sus bragas. Su pulso se aceleraba, sabiendo que ahora sí, se iba a dejar follar por otro, por mí, con su marido presente.
Me fascina un buen coño, y para mí no hay una buena faena que no comience por una buena comida. Se está especialmente a gusto con la cabeza entre los muslos de una hembra, y más en este caso, casada y primeriza en el mundillo de los
. Para mí, el coño de una casada tiene una especial calidez.
Así que fui recorriendo con mis labios y mi lengua sus muslos abiertos, hasta llegar a su sexo. Cuando posé mi lengua en su raja se estremeció, y yo disfruté saboreando ese tesoro que había estado oculto para el mundo masculino a excepción de su consentidor esposo. El cornudo, nervioso, daba vueltas alrededor de la escena, nervioso, ilusionado como un crío cuando abre los regalos de Reyes, cual Alfredo Landa sureño, intentando no perderse detalle de esa primera vez.
Una vez hube saboreado su entrepierna, desnudo, me dispuse a culminar. Lo estaba deseando. Había disfrutado del camino recorrido, como debe ser, de meses hablando, fantaseando, calentándonos, y ahora llegaba el momento del broche final (no final del todo, puesto que hubo más cornadas). Llegó la hora de que ella se sintiese invadida en su intimidad por falo ajeno y que el cornudo llegara a serlo ya de forma oficial, después de años convenciendo a su señora.