Hola a todos.
Hace 5 años, desde la anterior página, contacté con un autor que me envió los 5 primeros capítulos de un relato que, en aquel momento, tituló "Espiando a Cris". El relato tenía previstas 5 partes, la primera de ellas con 14 capítulos (los capítulos que me mandó eran los 5 primeros de la 1ª parte).
La cuestión es que hace unos días recuperé la cuenta a la que me había enviado el texto y, al leerlo de nuevo, me pareció un relato interesantísimo pero, por mucho que lo busco, no soy capaz de encontrarlo, por lo que no sé si es que, al final, el autor no llegó a publicarlo o lo publicó pero sólo en la página anterior (a la que no puedo acceder), así que quiero consultarlo con vosotros para saber si os suena.
Como ayuda, os subo una parte del primer capítulo (que no tiene por qué ser el inicio del libro, ya que el autor me indicaba que le faltaba el prólogo y algunos cambios):
"PARTE I
Capítulo 1. De brujas y patanes
No recordaba haber estado meándome de esa manera en la puta vida. La vejiga me iba a reventar. Literalmente. Las copas de vino durante la cena, las cervezas en la concurrida terraza del MöTu y las tres o cuatro ginebras con las que había empapado el buche en el oscuro antro donde nos encontrábamos estaban pidiendo a gritos ser desaguadas por tercera vez. Pero la empresa, a priori sencilla, se estaba complicando. La perpendicular entre el rincón en que nos encontrábamos bailoteando las tres parejitas y los aseos de la discoteca, línea recta de no más de quince metros, estaba infestada de veinteañeros que danzaban ataviados con disfraces de muertos vivientes, originales Jókeres, villanos enmascarados, Catrinas de lo más exuberante, brujas variopintas y un remedo de caracterizaciones de ultratumba demasiado sexys como para imprimir algún tipo de emoción que no alterase la libido del más hierático.
Tenía que serpentear más deprisa si no quería implosionar. A ritmo de reguetón, horrible batiburrillo de sonidos machacones y letras infumables, me abría paso por aquí y por allá entre el gentío, masa ingrávida sobrecargada de testosterona. Sí, he dicho reguetón. Porque esto de Halloween no hay quien lo entienda, la verdad. A menos, claro está, que echemos mano de la idiosincrasia del pueblo español para comprender que cualquier festivo, por más noble que sea su causa, es siempre una buena excusa para salir a tajarse, bailar y lo que surja. Especialmente esto último. Y si es disfraz mediante, mejor.
Tras no pocos esfuerzos y algún roce indecente llegué al estrecho pasillo que da acceso a los servicios: al fondo se encontraban los de chicas; a la derecha, los de chicos. Ni que decir tiene que esta pequeña zona de la enorme discoteca Andén es, con diferencia, el mejor sitio para ligar de todo el local. La distancia que separa la fila formada por las hembras y la que conformábamos los machos era tan insignificante que todos los presentes debíamos apoyar la espalda en la pared y meter tripa para dejar paso a quienes ya habían vaciado sus vejigas y regresaban a la pista de baile. El angosto lugar invitaba al contacto y al flirteo, y si mi estado de embriaguez y mi nerviosismo fruto de aguantarme las ganas de orinar me lo hubieran permitido, se me habrían venido a la memoria ciertos recuerdos de mi época universitaria que tenían como escenario aquel enjuto corredor, testigo mudo del nacimiento de no pocas amistades, parejas y polvos de una noche. En cambio, todos mis esfuerzos se dirigían a contener el pis y a no perder de vista a mi novia. Porque a pesar de las hordas de lindas vampiresas ávidas de risas, bailes, alcohol y deseos carnales, Cristi, su querida amiga Mónica y la carismática Andrea, sin más atrezos que los cortos vestidos de noche que habían decidido lucir aquel jueves 31 de octubre, acaparaban más miradas —y deseos— que la Maléfica de busto desorbitado con la que me había cruzado en mi odisea por alcanzar los servicios o que la diablilla de ajustados pantalones de cuero rojo que hacía las delicias del respetable bailando sobre una tarima cubierta de algodones raídos a modo de telarañas.
Al otro lado de la sala, junto a una de las barras pequeñas y bajo una pantalla de televisión, Cristina bailaba risueña junto a Mónica, cuyo nuevo novio no perdía detalle de sendos vestidos blanco y rojo movidos al son de dos cuerpos de escándalo. No me importaba en absoluto aquel descaro, y no solo porque era un orgullo constante para mí que mi chica resultara físicamente agradable al resto, sino porque aquella presencia masculina también espantaba a más de un personaje demacrado sacado de The Walking Dead deseoso de arrimarle la cebolleta al curvo y pomposo trasero de Cris. Si eso debía suceder durante alguna noche de fiesta, al menos no sucedería en mi presencia.
Tranquilo tras comprobar que todo estaba en orden, y con unas ganas tremendas de ensalivar a mi novia en cuanto nos largáramos de allí, eché un fugaz vistazo a mi derecha y gruñí al comprobar que tenía por delante a ocho o nueve chicos. A mis espaldas, como si hubiera llegado en el momento justo, la cola comenzaba a crecer de manera exponencial. ¡Qué ganas de mear!
Intentando evadirme de mi acuciante necesidad fisiológica me encontraba, mirada al fondo de la sala para disfrutar de los contoneos de Cristina cuando el tumulto me lo permitía, mirada ansiosa al pasillo en busca de algún Hombre de las Tinieblas que abandonara de una vez el baño, que no me había fijado en las dos hermanas que tenía enfrente. Vaya exquisiteces. Dos brujas gemelas tremendamente bien caracterizadas que habían decidido darle el puntito sexy al conjunto con unos llamativos escotes. ¿Puntito? Más bien puntazo. Vaya gemelas las de las brujas gemelas. Un trabajo de orfebrería el de sus padres al hacer el encargo a la cigüeña. Tras una rápida ojeada a aquel doble par de tetas —tal vez menos discreto de lo que acostumbro a ser por culpa de la ginebra que me gobernaba—, dirigí la mirada nuevamente a mi grupito, como si me sintiera mal porque mi novia me hubiese podido pillar en pleno acto de infidelidad visual. Como imaginaba, Cris seguía moviéndose al compás de la música, ajena a mi ubicación y destino, consciente de que no cambiaría jamás sus virtudes por las de ninguna otra. Habría que ser gilipollas para hacer algo así. Se le había arrimado Jacobo, el marido de Andrea, que no se cansaba de demostrar sus pocas aptitudes para el baile y su nula gracia contando chistes verdes. O de cualquier otro color. Apostaba lo que fuese a que lo único que iba a conseguir era darle un pisotón a mi novia, que no tardaría mucho en mandarlo a freír espárragos con todo su arte y salero. No he visto tío más torpe y arrítmico en mi vida. Un desastre. Tenía Andrea el cielo ganado si para todo era igual de negado.
La cola avanzó un par de cuerpos y regresé a la realidad avanzando lateralmente. Si en dos minutos no estaba evacuando frente a un retrete no me iba a quedar más remedio que sacarme la polla y mear en algún rincón oscuro entre la enorme barra principal y cualquier ángulo discreto de la discoteca.
Otro pasito más en dirección a mi destino. Y de nuevo, prudente, un fugaz vistazo a esas cuatro tetas hipnóticas cubiertas de brillantina verde y morada, a juego con unos nigrománticos y cortísimos disfraces que dejaban a la vista unos pantis de redecilla que hechizaban más que cualquier perverso conjuro.
—¿Venís disfrazadas o simplemente aprovecháis esta noche para pasar desapercibidas?
La voz surgió del chico que me precedía en la cola, cuya existencia sí que había pasado totalmente inadvertida para mí, y eso que el chaval, de unos treinta tacos, abultaba lo suyo. Metro noventa, espalda ancha, brazos cultivados y pelo abundante repeinado con gomina hacia atrás; rostro anguloso, nariz aguileña de generoso tamaño y mirada serena y segura. Estaba acompañado por otro armario empotrado de ojos pequeños e inquietos, cabeza afeitada, mandíbula cuadrada, tez morena y barba poblada de siete u ocho días. A las brujitas debió parecerles gracioso el comentario —o el autor del mismo— y entre sonrisas picaronas continuaron la broma.
[...]"
Muchas gracias.