Peculiares clases particulares

Que pena que sea el último y que no tengas más escritos.
La historia se ponía cada vez más interesante.
De seguro en la próxima clase hiban a tener sexo.
 
Peculiares clases particulares [Cap. 3]


Fue un gran contratiempo en mi plan, en mi decisión del rumbo a seguir. No pensé que fuera a dudar tan pronto y con algo tan irrisorio


CAPÍTULO 3: INICIATIVA

Tras hacer el amor con mi novio, estando más calmada y pensando con claridad, comprendí que tenía que tomar una decisión. Tenía que escoger si seguir con el peligroso juego con Rubén, el cual me ofrecía un amplio abanico de escenarios indeterminados y estimulantes, o bien ponía fin a todo aquello y seguía con mi rutinaria pero estable vida. Lo que tenía claro es que ambos caminos eran incompatibles y uno de ellos podía tener un trágico desenlace.

Con este razonamiento, decidí poner fin a toda relación con Rubén que no fuera estrictamente profesional. Volvería a ser la Silvia de siempre, la tajante profesora. Trataba de convencerme a mí misma, pero algo me decía que no iba a ser nada fácil.

Con el objetivo de evadirme para dejar de darle más vueltas, ese fin de semana le propuse a Carlos acudir al centro comercial para comer algo, ir de compras y ver una película en el cine.

Pasamos un día muy agradable, lo que ayudó a reforzar mi decisión de cuidar más mi relación con Carlos para recuperar sensaciones que habían quedado en el pasado, pero no en el olvido. Al menos fue así hasta que llegamos a la cola del cine.

Al llegar, nos pusimos al final de una larga cola de personas que querían comprar las entradas en taquilla. Me fijé en la mencionada cola hasta observar a la pareja que teníamos delante. A ella no la conocía de nada, pero el chico, de espaldas a mí, me resultaba muy familiar. Estaba lo suficientemente cerca como para poder escucharlos, y en cuanto él pronunció unas palabras me percaté: era Rubén.

—¿Rubén? —arriesgué.

—¿Sí? —dijo tímidamente mientras se giraba— Coño, Silvia, ¿Qué haces tú por aquí? —preguntó con entusiasmo, mostrando una sincera alegría.

—Pues deduzco que lo mismo que tú.

—Pero que lista que eres. Con razón eres tú la profe. —de la timidez inicial y el entusiasmo que le prosiguió, le tocaba el turno a su habitual sarcasmo con tal de ridiculizarme.

—Te presento a Carlos, mi novio. —ambos se dieron la mano con firmeza y mutuamente expresaron el gusto de conocerse.

—Te presento a Mónica. —no especificó si se trataba de su novia, su amiga, su prima o cualquier otro parentesco.

Educadamente le di dos besos, pero pronto Rubén y yo volvimos a coger el protagonismo de la conversación. Estuvimos hablando de lo que habíamos hecho durante el día y de la película que íbamos a ver, con la cual no coincidíamos, mientras nuestros respectivos acompañantes escuchaban en silencio.

Abandonamos la conversación con tal de no forzarla y Rubén, y compañía, nos volvieron a dar la espalda. Mi alumno tenía una actitud pasiva, pero Mónica no perdía ocasión para abrazarle, recostar su cabeza sobre su hombro, besar su mejilla reclamando un beso apasionado en los labios...

Rubén se limitaba a devolverle los besos y de vez en cuando le estrujaba medio trasero con una mano. Ella, físicamente era una chica espectacular. Llevaba unos shorts para lucir unas preciosas piernas y parte de sus redondos glúteos. Era delgada, aunque no tanto como yo, ni tan estrecha de cadera y espalda. Lo que más destacaba de su físico era su delantera, con unos pechos grandes y naturales, tal vez talla cien, que se intuían a través de su camiseta ajustada con escote en V y pico profundo. Tras la gran cantidad de maquillaje había un bonito rostro con ojos de grandes pestañas y boca sensual de carnosos labios.

Fue inevitable sentirme celosa y mi autoestima cayó a valores históricos. Miré a Carlos y con una sonrisa murmuró: «Críos...». ¿Críos? Pero si tenían casi la misma edad que nosotros, pensé. A los celos se le sumó la envidia. Aquello fue un gran contratiempo en mi plan, y mi sólida decisión del rumbo a seguir se desmoronaba por momentos. No pensé que fuera a dudar tan pronto y con algo tan irrisorio.

Sabía que Rubén hacía cosas con otras chicas, pero verlo en directo me superó. En aquel momento me moría de ganas por sentir lo que Mónica sentía, lo mismo que yo sentí pocos días antes, y sabía que estaba en mi mano conseguirlo.

Me invadía la impaciencia por que llegase la siguiente clase. El pesimismo y la tristeza se apoderó de mí y necesitaba verle a solas para saber si había perdido el interés en mí, si ya no me veía como la atractiva mujer que idolatraba.

La espera para ver a mi aprendiz se me hizo eterna, pero por fin llegó el ansiado día.

Visité a un par de alumnos antes que a él y mi mente sólo podía pensar, con gran nerviosismo, en diferentes e hipotéticos escenarios con los que iba a transcurrir nuestro nuevo encuentro. Me había puesto ropa ajustada y un sujetador con relleno con tal de competir con la delantera de Mónica, aunque sabía que era una lucha muy desigual.

Justo en la clase previa a la de Rubén, recibí un mensaje:

«Hola Silvia, soy Rubén. Mi padre me ha dado tu teléfono. Perdóname por avisarte tan tarde, pero resulta que no me encuentro bien así que cancelamos la clase de hoy, ¿vale?»

Jarrón de agua fría, eso es lo que fue. Sólo me pude limitar a desearle suerte, junto con una sutil amenaza para que aprobara el examen que tendría al día siguiente, y esperando que se recuperase pronto.

No quedaba más remedio que alargar la espera para reencontrarnos. Esos días se hicieron largos y no me quitaba a Rubén de la cabeza. Estaba empezando a obsesionarme y me costaba concentrarme hasta el punto de hacer peligrar mis excelentes notas.

Llegada la mañana del día de la siguiente clase con él, debido a mi impaciencia tomé la iniciativa y le escribí para preguntarle que tal le había ido. Me comentó que estaba muy contento ya que había aprobado con un seis y, fruto de la mencionada impaciencia, le pregunté por la recompensa que había planeado para esta ocasión, lo cual fue un error ya que demostré interés.

Sin embargo, él si mostró desinterés que a mí me faltaba tras comunicarme que no había pensado en nada, que estas cosas no se le daban bien y que tanto la preparación del examen como su indisposición durante esos días no le permitieron concluir ideas.

Me angustié por un momento al pensar que ese juego se iba a acabar. Al menos, Rubén no demostraba el enorme y habitual interés y deduje que ya no le gustaba.

¿Quién me lo iba a decir? Unos días antes había decidido ponerle fin sabiendo que sería una decisión unilateral y en ese momento estaba deprimida debido a que la otra persona supuestamente había tomado la misma decisión. Cuando creía que no me iba a quedar más remedio que asumirlo, Rubén me mandó otro mensaje:

«¿Te parece bien si esta vez piensas tú la recompensa? Así no me podrás decir que tengo una mente retorcida»

Ese último mensaje me quitó el nudo de angustia del pecho y lo reemplazó por el de nerviosismo. Me dio esperanzas, además de libertad para decidir el premio, por lo que accedí gustosamente.

A mí tampoco se me daba bien pensar en este tipo de retos, pero me divertí durante el proceso de idear algo divertido que tuviera cierto toque candente. Mi mente empezó a maquinar y todas mis ideas tenían mucho de picante, demasiado.

Finalmente, hice un top tres de mis mejores ideas, las cuales tenían un término medio entre viabilidad y morbo, y hasta el último momento no decidiría cual llevar a la práctica. Dependiendo de la situación y mi estado de ánimo, me decantaría por una y las otras dos las guardaría en mi baúl mental para futuras oportunidades.

Desde ese momento, dediqué gran parte del día a probarme diferentes conjuntos en busca del más seductor. Sabía que mis pechos no podían competir con los de Mónica, por lo que opté por un conjunto que destacara otros rasgos físicos que no tenían nada que envidiarle.

Recordé que Rubén había mencionado en reiteradas ocasiones que le gustaban mis bonitas, delgadas y tonificadas piernas por lo que me decidí por una minifalda gris oscura, que no se ajustaba a mi figura ya que no era apretada, pero gracias a ello se balanceaba ligeramente con naturalidad. Para no parecer una fulana, en la parte superior me puse algo menos provocativo: una camiseta ajustada sin escote.

Llegado el momento, suspiré antes de llamar a la puerta de mi querido alumno. Como era costumbre, me abrió la puerta el señor Juan y en esta ocasión dirigió la mayor parte de sus miradas a mis piernas, en lugar de a mis pechos. No lo menciono lo suficiente, pero notaba la atracción que le generaba al señor Juan y eso ayudaba a mi decaída autoestima.

Rubén me esperaba en su habitación y su reacción fue la misma que la de su padre en cuanto me vio entrar.

—Mira a quien tenemos aquí, pero si son mis piernas favoritas.

—Seguro que se lo dices a todas.

—Guau. —dijo cuando llegué hasta él— En serio, menudas piernas, son perfectas. Y del resto del cuerpo mejor no hablamos. —un comentario con el que justificar de nuevo el repaso que me hacía con sus ojos.

Sentí alivio y felicidad al ver que estábamos en el mismo punto de siempre, y que para él seguía siendo, como a mí me gustaba pensar, su profesora cañón.

—Pues esta es tu recompensa: disfrutar de mis piernas —mentí—. Pero nada de tocar, ¿eh?

—Me gusta, y no es por desmerecer, pero es la misma recompensa que han obtenido todos los tíos que te han visto por la calle, los cuales no han hecho absolutamente nada para merecerlo. Me merezco algo más que ellos, ¿no?

Y con ese último comentario logré lo que me proponía, el primer paso de mi plan: ponerle los dientes largos para que quisiera más.

—¿Y qué más quieres? Ya te he dicho que tocarlas no, y te adelanto que besos tampoco. Para todo eso ya tienes a Mónica. ¿Es tu novia, u otra amiga más con derecho a roce? —desintencionadamente expresé mis celos.

—¿Mónica? Aún está por ver lo que somos.

—Pues no la dejes escapar. Si yo te parezco guapa, ella tiene que ser una diosa. Menudo bellezón te has buscado.

—No está mal, pero no te compares con ella. No te hace ni sombra.

—Ni de coña, no cuela Rubén. Bien que disfrutabas de su culo el otro día y a saber que habrás hecho con semejante delantera.

—No te lo niego, pero repito: no puede competir contigo. De todas formas, si vamos a comparar, quien tiene las de perder soy yo. ¡Menudo armario empotrado el tal Carlos!

—Bueno, no es cuestión de comparar tampoco. Tenéis un encanto diferente.

—Joder, y tan diferente. Eso me ha sonado a una madre suavizando el físico de su hijo: cariño, no estás gordo, eres ancho de huesos. —me provocó una enorme y prolongada carcajada.

—Que tonto. Mira, el hecho de que hagas reír a las chicas es otra cualidad a tener en cuenta. En fin, pongámonos manos a la obra.

—Entonces, ¿era verdad que esta era la recompensa?

—Se me ocurre algo, pero tendrá que esperar un poco. Te la daré después si te portas bien y das el cien por cien en lo que tienes que estar.

Rubén aceptó y se distrajo lo justo con mis piernas. Se notaba que había cogido una base sólida de conocimientos y parecía, incluso, que le empezaba a gustar la materia, algo fundamental para afrontar la carrera.

A los quince minutos aproximadamente, habiendo decidido una de las tres recompensas que tenía en mente, me disculpé y junto con mi pequeña mochila me dirigí al baño para continuar con mi plan. Al poco rato ya estaba de vuelta y sentada en mi sitio, al lado de Rubén.

—Está bien, te voy a dar tu recompensa. Cierra los ojos y abre la mano. —obedeció y de mi mochila saqué un pequeño tanga negro que coloqué en su palma—. Ya puedes abrirlos.

—¿Un tanga? Entiendo que es un tanga tuyo. —me pareció notar cierta decepción.

—No es un simple tanga. Es el tanga que llevaba puesto hasta hace un minuto.

—Espera, espera. ¿Me estás diciendo que ahora mismo no llevas nada puesto? Pero eso no es un premio, ¡es una tortura!

—Bueno, llevo la falda, y ahí se va a quedar.

—Joder, joder, joder. No puedo ni contar las veces que se me va a caer el boli al suelo.

—Hoy sólo tienes que leer y responder a mis preguntas. Lamentablemente no tienes bolígrafo —anuncié el límite de mi recompensa, pero me ponía tan cachonda la situación que proponía Rubén que decidí improvisar para ir un paso más allá—, pero yo sí. —finalicé tras un largo silencio.

Cogí un lápiz de su lapicero y lo dejé caer al suelo. Rubén, que no paraba de mirar mi falda, se puso de rodillas a mi lado sin ni siquiera percatarse de a donde había caído. Decidí dejar de darle la visión de mi costado y giré la silla para posicionarme de frente. Una de mis rodillas se alejó de la otra y le ofrecí una vista privilegiada de mi sexo, aunque, a decir verdad, desconocía si mi alumno conseguía vislumbrar con detalle lo que la sombra de mi pequeña falda escondía. Esperaba que al menos apreciara mi pequeño coño, formado por unos labios pegados el uno al otro, totalmente depilado a excepción de una delgada línea de bello en el pubis.

Notaba que el corazón se me iba a salir del pecho y trataba de no expresarlo conteniendo mi agitada respiración. Rubén permanecía inmóvil, boquiabierto, y justo antes de poner fin al espectáculo vi como se aproximaba a mí con el objetivo de introducir su cabeza bajo mi falda.

Junté lo que pude las piernas, con su cabeza entre las mismas, lo paré posando mi mano en su frente y me miró a los ojos en silencio. No aparté la mano que obstaculizaba sus intenciones y desde la misma posición giró su cabeza para besar lo que estaba a su alcance: el interior de mis muslos.

Me los besaba lentamente, con delicadeza. Me limité a cerrar los ojos, mi rostro apuntaba al techo y mi mano recorrió su cabeza por la parte superior, desde la frente hasta su nuca. El morbo provocó que mis rodillas cedieran y se volvían a separar lentamente facilitándole el camino que se proponía.

Le acariciaba mientras recorría mis piernas con sus besos, hasta que alcanzó la frontera que separaban estas de mi sexo. Besaba y lamía mis ingles, por debajo de la falda, mientras mi coño suplicaba protagonismo a gritos.

Pese a que me abrí ampliamente de piernas, Rubén seguía sin prestarle atención a mi marginado sexo. Entendí que estaba jugando conmigo y que disfrutaba llevándome a la locura. Dispuesta a ponerle fin a la sufrida espera, le agarré la cabeza con las dos manos y dirigí su boca directa a mi coño.

Rubén lo recibió con tiernos besos al inicio y más tarde los alternó con lamidas que recorrían la parte interna de mis labios hasta llegar al clítoris. Hábilmente aceleró el ritmo de su juguetona lengua lo que me obligó a morder mi labio inferior con tal de reducir el sonido de mis gemidos. Puesto que no conseguí el propósito de silenciarme, llevé una de mis manos a mi boca para insonorizarla.

Mi alumno estaba totalmente entregado a la causa y decidí facilitarle la tarea. Lo primero que hice fue levantar una de mis piernas para apoyarla encima del escritorio y así otorgarle mayor margen de maniobra a mi amante. Después, me levanté la falda para no obstaculizar su tarea, pero sobre todo para observar su destreza. A partir de ese momento, él me miraba fijamente a los ojos sin reducir la intensidad de su magnífica labor. Me ponía como una moto verme de tal manera, totalmente abierta de piernas con mi coño al descubierto, teniéndolo a él en el centro a mi absoluta disposición. Por último, con la ayuda de mi mano, presioné su rostro hacia mi coño y acompañé sus acciones con movimientos de cadera para así ser partícipe del placer que estaba obteniendo.

Su hábil lengua se encargaba de recoger los abundantes fluidos que emanaban de mi interior, y de salivar mi estimulado clítoris aplicando ágiles movimientos con la punta de su lengua que movía cual serpiente.

—Joder, joder, joder. Sí, joder. No pares. Hostia puta. —susurré.

Fruto del inminente orgasmo, alargué la última vocal mientras me temblaban las piernas hasta que tuve varios espasmos, síntoma inequívoco de que había llegado al clímax. Múltiples ráfagas de placer incontrolable fueron descargadas en la boca de Rubén, el cual no se apartó en ningún momento. Fue, sin lugar a dudas, la mejor comida que me habían hecho hasta el momento y el mayor orgasmo que había tenido nunca.

Tuve un par de espasmos más antes de que Rubén se incorporara. Permanecí estática, medio ida, espatarrada, con los ojos entreabiertos y la boca desencajada como si estuviera totalmente drogada.

—Tienes el mejor coño que he catado jamás.

—¿Eh? —seguía aletargada.

—Joder. A partir de ahora voy a dejar que seas tú la que piense en estas cosas. Esto sí que es una buena recompensa, aunque creo que tú has salido más beneficiada...

—Esto está mal Rubén. ¿Cómo hemos podido? —empecé a arrepentirme y a sentirme culpable en cuanto recobré la cordura.

—Oye, tranquila, que no hemos matado a nadie tampoco.

—Le estoy haciendo daño a otra persona ahora mismo.

—¿Sí? ¿Está llorando ahora mismo? ¿Se le ha caído un brazo? Estará exactamente igual que antes de que te comiera el coño —trataba de convencerme con sólidos argumentos—. Además, ¿quién te dice a ti que ahora mismo no le está comiendo el coño a otra? ¿O que le están chupando el rabo?

—Cállate. Deja de hablar así de él. Tú no le conoces.

—¿Y tú sí? ¿Cómo él a ti? No me hace falta conocerlo. Los tíos somos infieles por naturaleza. Si se nos pone un buen pibón a tiro, no sabemos decir que no por muy casados que estemos.

—De ti me lo espero, pero no todos son como tú.

—Sólo te digo que no te rayes, no has matado a nadie. De hecho, no has hecho nada, lo he hecho todo yo. Además, has pasado un buen rato, ¿verdad? ¡Pues ya está! ¡Que nos quiten lo bailao’!

Siguió hablando y la verdad es que las palabras de Rubén me tranquilizaron y gracias a él le quité hierro al asunto. La prueba de fuego la tuve al llegar a casa y, sorprendentemente, no me derrumbé al ver a Carlos esa noche. Tenía bien presente el punto de vista de Rubén y lo usaba a mi favor para no sentirme culpable, o al menos miserable.

Esa misma noche recibí en mi teléfono un mensaje y una imagen. Era de Rubén y decía: «Mira como me has dejado». Al descargarme la imagen vi que se trataba de un primer plano de una descomunal polla. Gruesa, pero sobre todo larga.

—Pero, ¿qué haces? ¿Estás loco? Podría haberlo visto mi novio. —le contesté con otro mensaje.

—No me digas que es de esos desconfiados que espían y controlan a su novia. Con lo cuadrado que está, si es tan inseguro, es que la tiene que tener pequeña.

—Carlos no hace esas cosas, pero como vea que me mandas estas fotos, te puedes ir preparando.

—Pues no descuides tu teléfono, o borra la foto, lo que prefieras. ¿Te gusta? Seguro que nunca has visto una así.

—De verdad, no tienes abuela. Te lo tienes muy creído. Además, seguro que en directo no es para tanto —caí en el excitante juego que mi alumno había iniciado—. Las fotos a veces distorsionan la realidad, ¿sabes?

—¿Estás buscando una excusa para que te la enseñe?

—No digas tonterías. Foto borrada —mentí—. Me voy a dormir. Buenas noches.

—Soñaré contigo. Buenas noches.

Me acosté sin quitarme de la cabeza esa imagen. «Seguro que la había descargado de internet», pensaba. En ocasiones recordaba aquella fugaz visión periférica del miembro de Rubén, cuando se desnudó frente a mí, e intuía que algo grande escondía. Aun así, mi mente manejaba diferentes teorías y una de ellas era que se podría tratar de un chavalín que le gustaba alardear de lo que tal vez no tenía.
De lo mejor que he leído en mucho tiempo. Detalles, morbo, tabú...
 
Peculiares clases particulares [Cap. 4]


La verticalidad de su estaca me invitó a agarrarla para seguir masturbándole. Consideraba que se lo debía, pero lo hice porque me apetecía


CAPÍTULO 4: MENTIRAS

Contaba los días y las horas para ver a mi alumno favorito. De nuevo la impaciencia y las mariposas en el estómago cual colegiala. En reiteradas ocasiones, visualizaba la foto del miembro de Rubén para paliar la espera, aunque lo que conseguía era incrementar mi ansia por vernos.

Llegó el día y con él un mensaje en mi teléfono. Era Rubén y me decía que ese día tenía sesión doble de entrenamiento y, como iba bien en sus estudios, su padre le había dado permiso para saltarse mi clase. Una vez más, recibía un jarro de agua fría y el chasco que me llevaba, pese a que no se esperaba otorgar ninguna recompensa ese día, hacía que me enganchara más a él. Sin darme cuenta me estaba volviendo una adicta a esas sesiones.

Antes de que le contestara, recibí un nuevo mensaje en el que me invitaba a ir al campo de fútbol para verle entrenar. Puesto que yo tenía la tarde libre dado que había cancelado su clase, y además Carlos trabajaría hasta tarde ese día, accedí sin decírselo. Decidí engañarle, comunicándole que ya tenía planes, para así darle una sorpresa. Tenía muchas ganas de verle y sentía curiosidad por ver como se desenvolvía en el deporte rey.

Por suerte, el campo no estaba lejos y pude llegar andando. Antes de entrar al estadio, escuché los gritos de los jugadores y una vez dentro me senté en una butaca esquinada de la grada.

Identificar a mi alumno no fue difícil ya que tenía una buena panorámica de todo el campo y él era de los pocos jóvenes sobre el tapiz. Me sorprendió ver que la mayoría de sus compañeros eran mucho más mayores que él y que yo, y en un primer momento temí por su seguridad.

La mayor sorpresa me la llevé cuando le vi en acción. Era rápido, fuerte, ganaba muchos remates de cabeza, iba al choque y pocas veces acababa rodando sobre el césped... No me hizo falta entender de fútbol para saber que era muy bueno, y el hecho de que se desenvolviera tan bien y destacara por encima de otros jugadores más experimentados, hizo que me gustara más incluso.

En el primer gol que metió le aplaudí en solitario en el silencio de la grada y todos miraron hacia mi posición, cosa que me intimidó y pensé que había hecho el ridículo. Rubén me reconoció y con una gran sonrisa elevó su brazo para saludarme desde la lejanía. A partir de ese momento, sus compañeros le murmuraban cosas que provocaba una sonrisa por su parte con lo que deduje el contenido de esos comentarios.

Al finalizar el entrenamiento, se acercó a la grada y desde el césped me pidió que le esperara. Así lo hice, en la puerta del campo, y tras un buen rato esperando hizo acto de presencia.

—Pero bueno, ¿qué haces tú por aquí? Que mentirosilla eres, ¿eh? —empezaba a chincharme.

—He decidido darte una sorpresa, pero si lo prefieres no vengo. —traté de devolvérsela.

—No, no. Me ha gustado mucho verte. ¿Te has aburrido? ¿He hecho mucho el ridículo?

—¿El ridículo? No me vaciles. Hasta yo sé que eres muy bueno.

—Pues me alegro que pienses eso. Espero que te animes y que algún domingo vengas a vernos jugar.

—Me lo pensaré.

—Bueno, te acompaño al coche.

—No he venido en coche, he venido andando. No vivo tan lejos.

—¿Andando? Bueno, pues te llevo. ¿Dónde vives?

—No, no hace falta, de verdad.

—Sí hace falta. Una chica tan guapa como tú, a estas horas, es peligroso. Y un caballero como yo no puede permitirlo.

—¿Un caballero como tú? No me hagas reír. Tú sí que tienes peligro —se hizo el silencio durante unos pocos segundos—. Está bien, si insistes, acércame, pero te aviso que tengo un spray.

Le informé de un lugar conocido y cercano a mi casa donde me podía dejar. Su coche era una flamante berlina que aparentaba ser costosa y nueva. Antes de entrar me confesó que era el coche de su padre.

—¿Te gusta mi coche? —dijo al poco de ponernos en marcha.

—Pero si me acabas de decir que es de tu padre.

—De momento. Si me saco la carrera, será mío. Ese es el trato.

—Joder. A este paso, sacarte la carrera te va a resolver la vida antes de que empieces a trabajar. No tienes excusa para bajar el ritmo y mucho menos para tirar la toalla.

—No me quejo, pero me motivan más otro tipo de recompensas. —dijo mirándome sonriente mientras esperábamos a que el semáforo se pusiera en verde.

Me sentía una privilegiada en aquel coche tan cómodo, y caro, y con aquel chófer tan apuesto que me transmitía confianza y seguridad.

No le prestaba atención al trayecto y tras algunos giros estacionó en un lugar apartado, solitario y oscuro: un polígono industrial.

—¿Por qué te paras aquí? ¿Me vas a obligar a rociarte con el spray?

—No, tranquila. Será un momento. Es que el otro día me dijiste algo que no puedo consentir.

—¿Cómo? No te sigo.

—Dijiste que mi polla no era para tanto y que una foto podía engañar, o algo por el estilo. Pues bien, vamos a ver si tras verla en directo me sigues llamando mentiroso.

Rubén se levantó la camiseta y se bajó parcialmente el pantalón con una mano para después sacar a relucir un largo y flácido pene. Era grande pero no tanto como el que me mostró en la foto.

—No está mal, pero no es el de la foto. —apoyé mi codo izquierdo en el reposa brazos que había entre los asientos para aproximarme y así verlo más de cerca.

—Lo es, lo que pasa es que ahora no lo has alterado como el otro día. Tócalo un poco y comprobarás que no miento.

—No pienso tocarlo. ¿Nos podemos ir? —de nuevo me hacía la desinteresada y lo cierto es que no tenía ninguna prisa.

—Sí, ahora nos vamos. No te preocupes que estamos a dos minutos. Pero tócalo, será un momento de nada. Además, ¿me estás diciendo que no puedes ni siquiera tocarme cuando el otro día te follé el coño a lametazos?

—Está bien. Te empalmas y me llevas. —dije señalándole con mi dedo índice a modo de amenaza.

Alargué mi mano derecha y se la cogí. Era notoriamente pesada y significativamente más grande que la de Carlos. También, se apreciaba carnosa en mi mano.

Inicié un ligero masaje para excitarle y su polla empezó a crecer por momentos. Sin soltarla, notaba que se elevaba de su posición inicial y antes de lo esperado se encontraba totalmente erguida, apuntando al techo, con un rosado capullo de un grosor similar al tronco de su pene. La piel ya no era carnosa y moldeable, era fina y tensa.

Aparté mi mano y la pude ver en todo su esplendor. Era más gorda que la de mi pareja, pero sobre todo era larga, muy larga. Odiaba admitirlo, pero la foto reflejaba la realidad. Recibí aquel miembro como lo que yo quería que fuera: un obsequio que podría usar a mi antojo para divertirme tanto como quisiera.

La verticalidad de su estaca me invitó a agarrarla para seguir masturbándole. Consideraba que se lo debía, pero lo hice porque me apetecía. Aceptó la propuesta al acomodarse, bajándose el pantalón y la ropa interior hasta los tobillos. Ahora me tocaba a mí demostrar que yo también sabía proporcionar placer, y que no era ninguna monja o puritana como él me llamaba en algunas ocasiones.

Estuve de esa guisa durante un par de minutos de silencio donde lo único que se escuchaba era el ligero sonido que procedía de su polla al ser bombeada por mi mano, además de algún que otro suspiro de Rubén.

Decidí acelerar mis movimientos y elevé la mirada para observar su rostro. Nuestras miradas se cruzaron y al segundo nos fundimos en un apasionado beso al que le siguieron muchos más de mayor intensidad.

No me podía creer la escena que estábamos representando. Jamás había hecho tal cosa en un coche. Me sentía lo contrario a una monja, me sentía sucia, y me gustaba. Mi mano se movía con agilidad y mi lengua mantenía un pulso aéreo con la suya.

Sin necesidad de pedir permiso, Rubén alargó su brazo tras mi espalda y me agarró el culo con fuerza, sobre la finísima tela del amplio pantalón. Su otra mano la posó en un lateral de mi cabeza para apartar mi pelo y así facilitar la batalla bucal que estábamos manteniendo.

Mi boca, pese a las constantes visitas de su lengua, se sentía vacía. Deseaba engullir aquel miembro que se sentía gigantesco en mi mano. Dispuesta a satisfacer mis deseos, cesé la actividad en la zona elevada de nuestros cuerpos y hundí la cabeza en su entrepierna.

Quise jugar con él, inclinando ligeramente su mástil hacia un lado, y comencé con largas lamidas que empezaban en la base, recorrían todo su tronco y finalizaban con un ardiente beso en la punta. Repetía dicha acción una y otra vez mientras él disfrutaba de mi culo, cambiando de nalga cada poco rato y en ocasiones trataba de cogerme ambas amasándolas con fuerza.

Todo el conjunto y el contexto me tenía como una moto. Me encantaba que fuera rudo y abusara de mi culo sin miramientos. Rubén no se cortaba y lo demostró al meter su mano por debajo de mi pantalón para seguir el manoseo, pero esta vez sería piel con piel ya que llevaba puesto un pequeño tanga que le dejaba el camino despejado.

Eso acto me llevó a otro nivel y me empujó a engullir su polla. Me la metí en la boca sin pensármelo dos veces y, pese a que quería tragármela entera, sólo conseguía cubrirla parcialmente. Movía la cabeza con un ritmo constante y solo paraba para besar y lamer su glande. Mientras, mi mano se encargaba de la mitad inferior de su rabo y se chocaba con mis labios en el centro de su tronco.

En aquel momento, era una perra en celo, me había transformado. Estaba descubriendo el placer de dar placer en escenarios inéditos. Dicho placer me lo proporcionaba el grado de obscenidad de mis actos con el sumatorio del contexto y actores de la propia escena.

No cesaba en mi empeño de metérmela hasta el fondo, todo lo que mi boca permitía. En ese momento, los sonidos que predominaban en el interior del vehículo eran mis gemidos de placer, mientras saboreaba cada centímetro de aquella jugosa carne, y un característico sonido que procedía de mi garganta cuando me introducía su polla hasta los límites de mi cavidad.

Cuando noté que estaba cerca de correrse, Rubén replicó las acciones que hicimos en su casa, pero en esta ocasión con los roles invertidos: me agarró del pelo, inmovilizó mi cabeza y de manera autónoma comenzó a follarme la boca con movimientos verticales de cadera. Me sentí usada, como un objeto, y de nuevo esa sensación de plenitud por la necesidad de sentirme sucia a través de mis acciones. Quería hacerle ver a ese joven que no sólo era un cuerpo atractivo, también era una mujer entregada, sensual y hábil, capaz de dar muchísimo placer de múltiples formas diferentes.

Tras un buen rato, en el que mi alumno estrella había estado abusando de mi boca sin miramientos y sin atisbo de objeción por mi parte, Rubén se encogió justo antes de disparar diversos chorros de leche, en mi cavidad, con cada uno de los espasmos que tuvo. Oía como gemía en cada descarga y mi boca, que seguía solapada a su carne, se llenó de su esperma caliente el cual descendía después por su extenso tronco. Jamás se habían corrido en mi boca, ni siquiera en mi cara, y no me desagradó la experiencia. Eso sí, al ser la primera vez, no me atreví a tragármelo.

—Madre mía, eres espectacular. Espera, te paso un pañuelo.

—Mierda, ¿qué hora es? —dije cogiendo el teléfono tras limpiarme. Al hacerlo, vi que tenía dos llamadas perdidas de Carlos— Mierda, tenemos que irnos.

Todo aquel frenesí desapareció de golpe y se vio reemplazado por una gran preocupación. Rubén me dejó en el sitio acordado y me despedí con un rápido adiós mientras salía corriendo del vehículo. Cinco minutos más tarde me encontraba atravesando la puerta de mi casa.

—Por fin apareces. Me tenías preocupado. —dijo Carlos recibiéndome en la puerta.

—Perdona cariño. He quedado con Sonia para cenar y ya la conoces, cuando bebe empieza a hablar y nos dan las tantas.

—Tranquila, no tienes que darme explicaciones, pero la próxima vez avísame para no preocuparme.

—Gracias mi amor. ¿Me has dejado algo para cenar? —craso error.

—Pero, ¿No me acabas de decir que vienes de cenar con Sonia?

—Ese era el plan, pero al final hemos acabado en un bar de copas picoteando cuatro cosas. Me he quedado con hambre. —improvisé rápidamente, muestra de que estaba aprendiendo a ser una ágil embustera.

—Si quieres lo que ha sobrado, es tuyo.

Salí airosa por los pelos, y finalmente cené un yogur ya que no tenía mucha hambre tras lo sucedido. Debo decir que mi falta de mi apetito no vino dada por el sentimiento de culpa hacia Carlos, al contrario, lo provocó la felicidad que me había producido el acto con mi amante.

Me fui a la cama en una nube, con una sonrisa de oreja a oreja. Cada vez quedaba menos de la correcta Silvia de intachable moralidad.
He vivido cada detalle del capítulo...
 
He dado muchas clases particulares y muchas veces he fantaseado con que ocurriese algo parecido, pero al final, por uno u otro motivo nunca dí el paso. Quizás porque me hacía falta la pasta
 
No. Mis compromisos con las oposiciones no me van a dejar suficiente tiempo para continuarlo. Estoy buscando a algún autor/a que esté interesado en continuarlo
Que tengas mucha suerte.
Yo también estoy liado con las opciones, en mi caso pinche de cocina del SAS. Ya aprobé el primer examen y estoy inscrito para el Segundo.
 
No. Mis compromisos con las oposiciones no me van a dejar suficiente tiempo para continuarlo. Estoy buscando a algún autor/a que esté interesado en continuarlo
Que tengas mucha suerte.
Yo también estoy liado con las opciones, en mi caso pinche de cocina del SAS. Ya aprobé el primer examen y estoy inscrito para el Segundo.
 
No. Mis compromisos con las oposiciones no me van a dejar suficiente tiempo para continuarlo. Estoy buscando a algún autor/a que esté interesado en continuarlo
se puede saber por curiosidad que oposiciones te estas preparando?
 
Pues esperaremos a que las apruebes...ese toque tan sensual y morboso en los relatos no se puede desvirtuar
 
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