Peculiares clases particulares

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Peculiares clases particulares [Cap. 1]



Silvia es una joven estudiante que se encuentra en el último año de carrera y se gana la vida impartiendo clases particulares en domicilios ajenos. La irrupción de un nuevo alumno provocará un cambio radical en la rutinaria y estable vida que mantiene junto a su novio.



PRÓLOGO

Mi nombre es Silvia y, aunque avergonzada, me gustaría aprovechar la oportunidad que se me presenta para relatar algunos acontecimientos que sucedieron escasos años atrás, en una época en la que me ganaba la vida como profesora particular. Aquellos hechos me marcaron para siempre, cambiaron mi forma de ser y recordarlos me produce excitación y vergüenza a partes iguales.

Por aquel entonces me encontraba en el último año de carrera y tenía cuatro chicos en mi bolsa de clientes o, dicho de otro modo, bolsa de alumnos. Me anunciaba por internet con la intención de aumentar esa cifra y siempre me las ingeniaba para compaginar estudio y trabajo, para así ganar el dinero suficiente y costear mi vida.

Una tarde de primavera, me llamó una mujer para consultar si podía dar clases al que iba a ser mi quinto alumno, su hijo, el cual se convertiría en el de mayor edad y único adulto. Este se encontraba en el primer curso de mi misma carrera, lo cual era perfecto ya que me sabía al dedillo todo el temario y podría intuir las dudas que él pudiera tener.

En la misma llamada agendamos una visita a su casa para conocer al nuevo alumno e impartir la primera clase. Así fue como dio inicio la decadencia de mi dignidad.



CAPÍTULO 1: NUEVO ALUMNO

Llegado el día de conocer a mi nuevo alumno, encontrándome en la puerta de su domicilio, me recibió el padre de este y muy amablemente me invitó a pasar.

—Encantada, me llamo Silvia. —dije al encontrarnos todos sentados en la mesa del salón.

Con todosme refiero a Rubén, mi nuevo alumno y el único que estaba sentado en el momento que accedí al salón, los padres de este y yo.

Durante la charla previa a la primera sesión de estudio, su padre llevaba la voz cantante y me explicaba que el objetivo de las clases era que su hijo remontara ya que no estaba por la labor y las primeras calificaciones del primer semestre habían sido, palabras textuales, lamentables. Durante la misma les expliqué la metodología que iba a seguir y consensuamos objetivos razonables que debíamos lograr a corto plazo.

Tras varios reproches del señor Juan hacia su hijo y absoluto silencio por parte de Rubén, seguí los pasos de este último hacia su habitación hasta estar a solas con mi nuevo alumno para así dar comienzo a la primera clase.

Al seguirle, me fije que tenía un físico corriente: constitución atlética más bien tirando a delgada y destacaba por ser alto. En ese momento no habría sido capaz de dar más detalles puesto que sólo lo veía como un alumno más, un chiquillo que tendría que aguantar largas y aburridas sesiones de estudio por imposición de sus padres. Otro motivo por el que no analicé su físico fue mi desinterés por los chicos a excepción de Carlos, mi novio, con el que llevaba tres años de relación y algunos meses de convivencia.

La habitación de Rubén no era muy grande pero hábilmente aprovechaba todo el espacio que ofrecía. Había un armario nada más atravesar la puerta, a mano izquierda, y al fondo a la derecha un escritorio en el que íbamos a caber los dos algo apretados. Al fondo a la izquierda estaba su pequeña cama de un metro de ancho. Por último, todas las paredes estaban repletas de estanterías con libros, videojuegos y figuras frikis que llamaron mi atención.

Nos sentamos y la clase transcurrió con normalidad. Me percaté que le costaba concentrarse o ser constante con alguna lectura, pero era lo habitual en las primeras sesiones, tal vez porque los chicos se cohibían ante una desconocida.

Por esa razón, dediqué la mayor parte de la sesión a hablar amistosamente sobre nuestros gustos para así empezar a conocernos. Durante la conversación me confesó que tanto las clases de refuerzo como la carrera que estaba cursando fueron idea de su padre, y no era una especialidad que a él le motivara. Por sus palabras, me dio la sensación de que el señor Juan era una persona estricta.

Fue pasando el tiempo y con él nuestras clases semanales. En ellas, traté de alentar a Rubén poniéndole tareas fáciles al mismo tiempo que alababa sus progresos. Mi labor no sólo consistía en enseñar, sino también en motivar. Además, no podía permitir que dejara la carrera y con ello perder esos ingresos tan apreciados y necesarios.

Entre sesión y sesión fuimos cogiendo confianza entre nosotros. Antes de dar inicio cada clase, hablábamos de lo que había hecho cada uno desde la anterior vez que nos habíamos visto y, pese a que no me considero una persona extrovertida, esas conversaciones transcurrían con gran interés y fluidez por parte de ambos.

Gracias a las anécdotas que me relataba, me di cuenta de que era bastante canalla, o macarra, y que le gustaba salir de fiesta con los colegas, pero, sobre todo y como él decía, zumbarse a todas las que podía.

El día en el que se iba a producir el quinto encuentro, salí antes de lo esperado de una de las clases previas y me afané para ir a la siguiente: la de Rubén. Llamé a la puerta, pero nadie contestó por lo que decidí no insistir ya que todavía quedaban unos minutos de la hora acordada. Deduje que no había nadie en el domicilio y que alguno de sus residentes estaría al caer. Me equivoqué.

—Ostras Silvia, que pronto llegas. Pasa. —dijo Rubén, tras abrir la puerta, con el pelo mojado y una toalla atada a la cintura como única prenda a la vista.

Era evidente que la razón por la que no me abrió, en un primer momento, fue porque estaba en la ducha, o dándose un baño. Fuimos hasta su habitación y me informó que sus padres habían salido.

—Con tu permiso, voy a cambiarme. ¿O prefieres que me quede así? —dijo Rubén tras acceder ambos a su cuarto.

—No hace falta que te responda a eso —dije con rostro serio tratando de ser tajante con sus intenciones—. Si te vas a cambiar aquí, me salgo. Avísame cuando te hayas vestido.

—No seas tonta, si hay confianza. —Rubén se quitó la toalla y rápidamente me giré para darle la espalda, no sin antes apreciar, aunque fuera brevemente, lo que me pareció un prolongado miembro colgando de su entrepierna.

—Joder Rubén, tápate.

—¿Qué pasa? ¿Nunca has visto una polla?

—¿Sabes qué? No me voy a ir de tu cuarto, me voy de tu casa.

—Vale, está bien, está bien, no te pongas así. Pensaba que había confianza.

—No confundas las cosas. No hace falta que te explique donde está el límite, ¿o sí?

Ajena a sus acciones, y mientras le daba la espalda, se vistió durante la conversación y por fin pudimos iniciar la clase sin darle importancia a lo ocurrido.

En las clases anteriores había notado una rápida y gran mejora por parte de Rubén, por lo que deduje que sus malas notas no eran producto de su capacidad, sino de su desinterés o dejadez.

Ese día, por alguna razón, no estaba lúcido y me preocupaba. Se acercaba el primer examen y me había comprometido a lograr una mejoría en sus notas con tal que siguieran contando con mis servicios. No podía desaprovechar la oportunidad ya que era un alumno en el primer curso de una materia que dominaba y por delante quedaban cuatro largos años de ingresos asegurados si jugaba bien mis cartas.

—¿Se puede saber que te pasa hoy? Venga, estoy segura que lo sabes, concéntrate.

—No puedo. Tengo la cabeza en otra parte.

—Bueno, no te preocupes, días malos los tenemos todos. Cuéntame, ¿Qué te pasa?

—Nada. Tonterías mías.

—¿Y dónde está esa confianza de la que hacías gala hace un momento?

—Está bien. Resulta que este fin de semana no he mojado y he intentado desahogarme mientras me duchaba, pero cierta persona me ha interrumpido y ahora...

—Y ahora estás cachondo perdido, ¿no? —interrumpí sabiendo como iba a acabar su frase— ¿Y encima tengo yo la culpa? De haber querido habrías terminado, si me has tenido un buen rato esperando fuera.

—Pero ya no podía sabiendo que estabas afuera, esperando. Y sí, es culpa tuya que siga así, mira como vienes. —y con esta frase justificó el repaso que me hizo de arriba a abajo con su mirada.

Lo cierto es que no consideré que llevara ropa sugerente o provocativa. A decir verdad, no enseñaba nada de carne con mi camiseta sin escote y mis jeans largos, aunque debo reconocer que ambas prendas eran bastante ajustadas lo cual provocaba que mis pechos, sin considerarlos grandes, destacaran sobre mi silueta con su talla ochenta y cinco. Mi cintura se apreciaba estrecha y tras la también estrecha cadera se marcaba un precioso culo respingón con el tamaño justo para ser agarrado con toda la extensión de una mano por cada nalga.

—Pero si voy más tapada que una monja. Déjate de tonterías y estate por lo que tienes que estar.

—Pues menudo polvazo tiene la monja. En serio, con esa ropa se te ve un cuerpazo espectacular y me juego lo que quieras que eres de las que ganan al desnudo.

—Por lo que veo, sí que va a ser necesario que te explique donde está el límite. ¿Voy a tener que hablar con tu padre?

—Okey, ya paro.

La cosa no fue a más y pudimos volver al temario del que se iba a examinar en el siguiente examen. La clase transcurrió con normalidad y nos despedimos como dictaba la costumbre: con un simple adiós.

Debo confesar que salí del domicilio con una sonrisa provocada por la sensación de sentirme deseada, y más al venir de alguien con tanto éxito con las chicas como Rubén. Nunca me habían faltado los pretendientes, aunque estos no eran precisamente modelos, pero jamás me había considerado de las más atractivas de clase.

Por aquel entonces, mi autoestima no estaba en su mejor momento y la escasa actividad sexual con mi pareja no ayudaba.

Dispuesta a mantener el estado de ánimo que me provocó Rubén, me propuse cuidar un poco más mi imagen y la primera víctima en sufrir las consecuencias fue mi cabello castaño. Opté por un look, que jamás me atreví a llevar hasta ese momento, que consistió en recortar mi larga melena para dejarlo escalado a la altura de los hombros. Mi rostro no fue menos y desde ese día comencé a retocarme. Decidí maquillarme para resaltar los rasgos de mi moreno rostro, empezando por mis grandes ojos castaños, pasando por mis pronunciados pómulos y acabando en mis carnosos labios de mi pequeña boca que escondía una bonita y alineada sonrisa.

También decidí enterrar algunas prendas y desempolvar conjuntos más sugerentes, algunos incluso demasiado provocativos con los que me invadía la indecisión, aunque ya no la inseguridad.

Mi renovada imagen no pasó inadvertida ante los ojos de mis conocidos y resto de personas con las que me cruzaba por la calle. Tal y como me propuse, surtió el mismo efecto en Rubén y, fruto de la agradable sensación de sentirse objeto de deseo, algo me invitaba a pensar que aquello era solo el principio.

Pronto adquirí mayor confianza con mi alumno y también conmigo misma, lo que provocó el nacimiento de cierto desparpajo por mi parte. Sus indirectas ya no recibían la negativa de días anteriores y en ocasiones se las devolvía en menor grado o, en caso de no saber que responder, me limitaba a sonreír y a cambiar de tema.

Por un lado, me asustaba el camino inmoral y progresivo, con rumbo indecoroso, por el que estaban transcurriendo los acontecimientos, pero, por otra parte, y tratando de convencerme a mí misma, no estaba haciendo nada malo y tenía la firme certeza de que iba a seguir siendo así.

Me consideraba una chica fiel y por mi mente no pasaba la idea de cambiar esa cualidad. Sólo era un juego inocente en el que nadie salía perjudicado, o al menos es lo que me decía a mí misma.

A una de las clases acudí con un conjunto oficinista con camisa azul cian y falda negra que tapaba la mayor parte de mis muslos. No se podía considerar provocativo ni sugerente, pero debo reconocer que tenía un buen grado de morbo.

Como solía ser habitual, me abrió la puerta el señor Juan, el cual me recibió con su habitual sonrisa y en ocasiones, como en aquel día, con miradas mal disimuladas hacia mi pecho, las cuales recibía con orgullo.

Ya en la habitación de Rubén, observé que estaba sentado en su silla y, tras acceder, cerré la puerta como de costumbre para tener privacidad durante la sesión de estudio.

—Que formal vienes hoy. ¿Vienes de una entrevista de trabajo o algo así? —se interesó él.

—Pues no, pero la semana que viene tengo una. ¿Crees que iría bien así? —mentí con la excusa de lucirme en trescientos sesenta grados.

—Si te desabrochas dos botones más de la camisa, te contratan fijo.

—Ojalá fuera tan fácil… Bueno, empecemos.

La clase dio inicio y no requerí mucho tiempo para descubrir que Rubén no estaba inspirado a la hora de completar los ejercicios. Lo advertí distraído y, poco después, juguetón.

—¿Te he dicho alguna vez que tienes unas piernas preciosas?

—Unas cuantas veces. Por favor, no empieces y sigue a lo tuyo.

—Me cuesta concentrarme a tu lado, en serio.

—Pues no me mires. Si lo prefieres puedo ponerme detrás tuyo y sentarme en la cama para que no me veas, para evitarte distracciones.

—Pfff, no, mejor no, eso lo empeoraría. Pero se me ocurre algo.

—Miedo me das. A ver, dispara, aunque ya te adelanto que la respuesta va a ser un no.

—Por cada pregunta que responda correctamente, te desabrochas un botón de la camisa. —al domicilio había accedido con tres botones desabrochados, aunque no se vislumbraba nada sugerente.

—Ni hablar. Además, no tiene ningún sentido, te distraería más.

—Eso me motivaría. Estudiar tendría que ser divertido, no algo monótono. Además, es un buen método para grabarme las respuestas a fuego en el cerebro.

—Creo que no son las respuestas lo que grabaría tu cerebro, pero está bien. Tres preguntas, a mi elección, y si fallas sólo una, te comprometes a dedicar todos tus sentidos a la clase y te olvidas de mí, de mis piernas y de mi camisa.

—Trato hecho, pero las preguntas tienen que ser de este tema.

Dispuesta a jugar con él, empecé con una pregunta fácil para así darle emoción a la dinámica. Confieso que me atraía la idea de exhibir lentamente mi canalillo ante la atenta mirada de aquel joven admirador.

Primera pregunta, primer acierto y primer botón desabrochado. Al hacerlo, separé ampliamente cada lado de la tela para dejar ver el inicio de la deseada hendidura de mi pecho. Rubén no decía nada, sólo admiraba la imagen que le ofrecía.

Con la intención de poner fin a mi exhibicionismo, preparé una segunda pregunta más complicada y que fuera en la misma línea de las que estaba errando esa tarde. Sin embargo, y dándole emoción con un largo silencio por parte de Rubén, acertó por segunda vez y mi corazón empezó a palpitar con fuerza.

Desabroché el segundo botón y, debido a la gran separación que había entre ellos, exhibí todo mi canalillo y parte del sujetador. La imagen seguía sin ser indecente, pero si sus padres accedían a la habitación podrían tacharme de pervertida. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho.

—¿Has jugado conmigo? —le recriminé.

—De ningún modo. Un trato es un trato.

—¿Y por qué de repente te sabes el temario?

—Por pura y absoluta casualidad, o suerte tal vez. —dijo pavoneándose y celebrando la segunda victoria.

—Pues tu suerte se acaba aquí.

Cogí su libro y, tras analizar algunas páginas, preparé la tercera pregunta. Era compleja y la respuesta requería de una extensa explicación. De nuevo un largo silencio, con gran tensión esta vez, y de nuevo una respuesta correcta. Me quedé en silencio durante unos segundos, mirándolo, mientras él sonreía. Me sentía engañada y furiosa por haber sido tan estúpida de haber caído en una trampa tan infantil.

—Lo sabía. ¡Has jugado conmigo! Serás bastardo...

—Oye, no te pongas así, que yo no te he obligado a nada. Deberías estar feliz. Si las he acertado es gracias a ti y creo que me he ganado un premio.

Debido a la vergüenza no pude mirarle a la cara mientras me desabrochaba el tercer botón. Al hacerlo, mi sujetador se mostró en todo su esplendor y también la parte superior de mi plano abdomen.

—Ese sujetador dice mucho de ti: negro, de encaje... y tus pechos se ven muy comprimidos ahí dentro.

—No dice nada de mí. ¿Ya has tenido suficiente? Volvamos a la clase. Y ya puedes borrar esta imagen de tu mente. —dije mientras me disponía a abrocharme los botones de la camisa, de abajo a arriba.

—De eso nada —dijo Rubén, frenándome tras cogerme una mano—. Esta escena la voy a recordar bien, igual que recuerdo tus palabras cuando dijiste que si fallaba tendría que olvidarme del tema y volver a mis libros. Resulta que no he fallado y quiero seguir disfrutando del merecido premio.

—¿Estás loco? Como entren tus padres me da algo y, además, sería el fin de las clases.

—De acuerdo, no te falta razón, pero quiero algo a cambio.

—Joder, no más tratos ni juegos. Esto se acaba aquí y ahora.

—Pero si no sabes lo que te voy a proponer.

—Te conozco lo suficiente como para saber por donde van los tiros.

—Eso es verdad. Bueno, abróchatelos si quieres, pero igualmente te diré lo que podemos hacer: como el objetivo es aprobar exámenes, por cada uno que apruebe te podré pedir algo a cambio.

—Ni de coña. Aprobarás porque es lo mejor para ti, para tu futuro, y lo harás para evitar la ira de tu padre. Ni más ni menos.

—Venga Silvia, necesito motivación extra. Te juro que no te pediré nada del otro mundo y, por supuesto, nada que tú no quieras.

Lo cierto es que me invadía la curiosidad y algo más que no sabía describir. Sea por el motivo que fuera, me gustaba la propuesta y no quería dejar de sentirme atractiva y deseada, sin olvidar el riesgo de ser descubierta por sus padres, lo cual me aterrorizaba, pero dicho peligro me hacía sentir viva.

También, algo que motivó mi permisividad, fue la convicción de que los hechos que habían sucedido aquel mismo día los interpretaría en el futuro como una travesura que siempre recordaría con una sonrisa pícara.

—No te voy a decir que no, pero tampoco que sí. Deja que al menos me lo piense.

—Eso suena a no.

—Si tú cumples tu parte, intentaré cumplir con la mía, pero te lo advierto: como te pases de la raya, ya puedes ir mentalizándote que dejaré de darte clases y a tus padres les pasaré referencias de un profesor, no profesora.

—¡Ay! ¿Desde cuándo eres una chica mala? No sabía que tenías uñas —dijo cachondeándose justo antes de soltar una carcajada.

—Olvídalo. No se puede hablar en serio contigo.

—Vale, no te alteres, era una broma. Acepto los términos y condiciones. Seré todo lo bueno que tú quieras que sea.

El resto de la clase transcurrió con la normalidad esperada.

Al cabo de unos días, en la siguiente sesión, no hubo juegos. Rubén se lo tomó en serio y comprobé que tenía bien memorizada la mayor parte del temario. Era fácil intuir el motivo: al día siguiente tendría un examen e iba a por todas con tal de lograr su objetivo, aunque algo me decía que este no estaba directamente relacionado con su carrera o su futuro a largo plazo.

A la semana, me llamo el señor Juan para agradecer mi labor y darme la buena noticia: su hijo había aprobado. Al colgar me invadió la impaciencia y la inquietud. ¿Qué tendría planeado aquel depravado?
 
Peculiares clases particulares [Cap. 2]


Comprendí que la excitación radicaba en el morbo de lo prohibido


CAPÍTULO 2: EL PACK COMPLETO

Por miedo a lo que la retorcida mente de Rubén hubiese podido maquinar, ese día me presenté en su casa con un conjunto de lo más corriente: pantalón y camiseta no ajustados, sin botones y sin mostrar demasiado.

—Vaya, vaya. ¿Te voy a tener que llamar empollón a partir de ahora? —dije tras acceder a su habitación sin que Rubén se percatara de mi presencia.

—¡Un ocho y medio nada menos! —me informó exaltado dirigiéndose hacia mí con una sonrisa.

Al llegar a mi posición, me elevó a medio metro del suelo. Para hacerlo, se ayudó de ambas manos sobre mi trasero y, pegados el uno al otro, giramos trescientos sesenta grados.

—¿Era esto lo que tenéis en mente?

—¿Qué? —dijo extrañado— Ostras no, perdona, con la emoción no me he dado ni cuenta.

—Ya, pues controla tu emoción. Pero oye, ¡enhorabuena! Menuda notaza. —traté de no aguar la fiesta y el subidón. Aquello era muy bueno para él, para afrontar el largo camino que le quedaba por delante.

—Habrá que celebrarlo, ¿no? —su sonrisa se amplió.

—Pues sí. Lo celebraremos estudiando a tope para el siguiente. Que el ritmo no pare.

—No me vaciles. Sabes a que me refiero.

—Sí, lamentablemente lo sé, pero lo dejaremos para el final. Lo primero es lo primero: a estudiar.

Obedeció sin rechistar y, tras algunos ejercicios y explicaciones por mi parte de algunos conceptos, llegó la hora de dar por finalizada la clase.

—Bueno, acabemos con esto. Vamos a ver, ¿qué es lo que tu retorcida cabeza ha pensado? —dije nerviosa tratando de mostrar serenidad.

—Algo tan simple e inocente como un beso. Como me digas que es pasarme, apaga y vámonos.

—¿Un beso? Sabes que tengo novio, ¿verdad?

—Sí.

—Y que soy fiel.

—Joder, eres peor que mi madre. ¿Qué tiene de malo un beso? Ni que te estuviera pidiendo fotos en bolas.

—Está bien, allá va.

La verdad es que me esperaba algo más atrevido, pero me gustaba hacerme de rogar.

Sin levantarnos de las sillas, nos aproximamos el uno al otro, le di un tierno beso en los labios y me alejé.

—No, espera. Quiero un beso de verdad. —reclamó Rubén.

—¿Es que acaso ha sido de mentira?

—Ha sido un beso de madre y lo que quiero es algo más... más apasionado.

—Pues es lo que hay.

—Lo que yo te diga, puritana a más no poder. No me jodas Silvia, que es un ocho y medio, y sabes que me lo he currado. Me he ganado un buen premio. —trató de convencerme.

—Sabes que el objetivo de las clases y tus exámenes no es este, ¿verdad?

—Pero, ¿me vas a dejar que te enseñe lo que es un buen beso para que veas la diferencia?

—Espero que seas igual de persistente con tus estudios que con tus perversiones. Está bien, acabemos con esto cuanto antes que a este paso no me voy a ir nunca.

De nuevo se redujo la distancia entre nuestras bocas y Rubén ladeó su cabeza para tener el mejor ángulo posible. Cerré los ojos y noté como su labio superior se posaba sobre el mío, cerca de mi comisura, y me obsequió con continuados besos de lo más sensuales. Estos empezaban con su boca entreabierta y su labio inferior se encargaba de casi todo el trabajo. Yo sólo me dejaba llevar y trataba de replicar la intensidad que él imprimía.

A partir del cuarto o quinto beso aquello dejó de ser tierno e inocente. Durante aquel breve momento me abstraje de todo y mi calentura no podía hacer más que aumentar. Rubén ayudó a que no decayera al sujetarme el rostro, posando cada palma de sus manos en mis mejillas, para aplicar más fuerza y permutar la orientación de nuestras cabezas.

Su juguetona lengua hizo acto de presencia. Al principio de forma tímida, pero poco después enlazábamos ambas, con frenesí, en el interior de nuestras bocas.

Aquellos besos fueron espectaculares y lo que sentí fue indescriptible. Noté una especie de ardor dentro de mí que me pedía devolver aquellos besos los cuales deseaba que no cesaran jamás.

Casi me da un infarto, y estoy segura que a Rubén también, al vernos sorprendidos por el señor Juan tras acceder a la habitación. Por suerte, fuimos ágiles para cesar aquella actividad.

—¿Cómo vais? —consultó el señor Juan.

—Bien, hemos acabado. Ya me iba.

—Muy bien. Rubén, acuérdate que hoy tienes las pruebas.

—Okey papá. —dijo antes de que su padre cerrara la puerta y nos dejara a solas de nuevo.

—¡Joder! ¡Me va a dar algo! —exclamé.

—¿Me lo dices o me lo cuentas?

—No nos ha pillado, ¿no?

—No, no lo creo. Tranquila.

—¿Y qué es eso de unas pruebas? ¿Estás enfermo? —le provoqué a Rubén una carcajada.

—¡Qué va! Voy a probar en un nuevo equipo de fútbol que me quiere fichar.

—Anda, pues tienes que ser muy bueno. Te deseo suerte. Bueno, pues ya tienes lo que querías, aunque han sido unos cuantos besos más de los que habíamos pactado.

—No puedo esperar al siguiente examen.

—¿Crees que aprobarás?

—Oh, por supuesto.

—¿Y si te dijera que esta es la última recompensa de este tipo que vas a recibir por mi parte?

—Pues sería un bajón terrible.

—Me lo suponía. Joder Rubén, que tengo novio. Estoy aquí para ayudarte de otro modo, no soy un objeto y mucho menos un premio carnal, ¿lo entiendes?

—Pues claro que lo entiendo. Te aseguro que, por mucha recompensa que haya, estaría perdido sino fueran por tus clases y tus explicaciones para dummies como yo. No tiene nada de malo divertirse y hacerlo más interesante. Además, apostaría a que te está gustando tanto como a mí y estás deseando que llegue el siguiente examen —acertó —, que por cierto, es la semana que viene.

—Te lo tienes muy creído. Demasiado. En fin, nos vemos la semana que viene. Mucha mierda y céntrate. —me despedí apretando la uña de mi dedo corazón contra la yema del dedo pulgar para imprimir fuerza en el toque que le di en la frente.

Diría que casi todo lo que me aportaba mi relación con Rubén era positivo y bien recibido. Me sentía realizada porque ese alumno, con el que en un inicio parecía que no habría nada que hacer, estaba aprobando y además con magníficas notas. Además, recibía un buen dinero a cambio y sus padres estaban satisfechos con mi labor, cosa que me podría generar más alumnos el día de mañana con el boca a boca. Y hablando de boca a boca, no hay que pasar por alto los sucesos lascivos que habían acontecido, los cuales me estaban aportando una experiencia que jamás olvidaría.

No la olvidaría para bien ni para mal. Para mal porque, después de cada clase, al volver a casa y encontrarme con mi novio, me invadía un sentimiento de culpabilidad terrible, el cual desaparecía en cuanto ponía un pie en casa de Rubén. Era como si fuera una persona diferente, con vidas diferentes, pero la cruda realidad es que estaba obviando mi compromiso hacia la persona a la que debía respeto.

Esa misma noche, cenando en casa con Carlos, este me preguntó si me pasaba algo y me hizo saber que estaba muy rara últimamente, como ausente. En ese momento, estuve a punto de derrumbarme y ponerme a llorar, pero en lugar de eso, no sé si por miedo a perderlo, por sentimiento de culpabilidad o simplemente por la calentura que aún mantenía, me abalancé sobre él y le otorgué un apasionado y húmedo beso. Le rodeé el cuello con mis brazos, me senté sobre sus piernas y traté de repetir las mismas acciones bucales que había practicado escasas horas antes con Rubén.

Las acciones eran muy similares, pero la sensación y el morbo estaban muy lejos de replicarse. Comprendí que la excitación radicaba en el morbo de lo prohibido: infidelidad, relación profesora y alumno, hacer cosas prohibidas con una persona más joven mientras sus padres estaban en la habitación de al lado... Todos los clichés habidos y por haber otorgados por una sola persona. El pack completo.

En ese momento, mientras besaba a mi novio, no podía quitarme a Rubén de la cabeza. Recordaba los apasionados besos de esa misma tarde y mis pensamientos llevaron mi mano a su entrepierna para palpar su erecto miembro sobre la tela. Carlos, sin cesar los continuados besos, me agarró del culo con ambas manos para elevarme del suelo con el objetivo de llevarme directa al dormitorio.

Al llegar a este, me dejó cuidadosamente sobre la cama y se quitó rápidamente la camiseta. No pude evitar comparar su cuerpo con el de Rubén. Comparando los torsos de uno y otro, no cabía duda que mi chico estaba mucho más musculado y definido.

Mientras yo me quitaba la parte superior del pijama, él me ayudó a desvestirme quitándome la parte inferior. Del mismo modo me deshice de la ropa interior para encontrarme totalmente desnuda frente a él, con la respiración agitada.

—No. —dije al percatarme de su intención de arrodillarse para saborear mi sexo.

Se incorporó extrañado y, sin mediar palabra, me senté en el borde de la cama dejando mi rostro a la altura de su ombligo. Con ambas manos le quité pantalón y ropa interior en una sola acción.

No sabría explicar la negativa a recibir placer para otorgárselo a la otra persona. Creo que estaba tan excitada que me poseyó el morbo, o quería generarlo sintiéndome utilizada como si fuera un objeto sexual, y mi mente me pedía hacer las acciones más lascivas posibles.

Con ese deseo, me metí su falo erecto en la boca, sin preámbulos, y succioné con ansia su grueso miembro. Mis labios se imantaron a su venosa piel, mi cuello marcaba el ritmo y una de mis manos se encargaba de masturbar mi coño húmedo al mismo tiempo que la otra estimulaba mis pezones erectos.

Una desconocida faceta en mí encerró a la tierna y dulce Silvia que yo conocía. Se apoderó de mí y orquestaba mis acciones. Obediente a ella, entonaba un ritmo constante y horizontal con mi cabeza para así otorgar el mayor placer posible a través de mi caliente cavidad. Con los ojos cerrados, fantaseaba que aquel miembro pertenecía a Rubén y gemía notoriamente, tal vez como no lo había hecho nunca.

Mi vagina suplicaba ser perforado y, estando de acuerdo con ella, dejé el sexo oral para posicionarme en el centro de la cama. Apoyé las palmas de las manos y las rodillas en el colchón dándole la espalda, o mejor dicho el trasero, a Carlos. Este no tardó en aceptar la invitación y, tras apoyar sus rodillas en el espacio libre que había entre mis piernas, comenzó a frotar la punta de su falo por toda la extensión de mi rajita.

Con un sutil gesto me introduje algunos centímetros de su férreo mástil. Notaba como Carlos trataba de ser delicado por miedo a hacerme daño, pero, lejos de querer florituras, cogí las riendas para marcar el ritmo y la intensidad. De nuevo con los ojos cerrados, fantaseaba con Rubén, imaginaba que era suya la polla que tenía dentro, y de nuevo volvieron los gemidos, pero esta vez eran más escandalosos.

Carlos apenas se movía ya que era yo quien llevaba la iniciativa en las reiteradas idas y venidas. La parte inédita de mi quería más y mis movimientos empezaron a ser más ágiles y firmes. Lamentablemente, esto fue demasiado para Carlos y noté como se vino dentro de mí a los pocos minutos.

—Madre mía —dijo sin aliento—, ha estado bien, muy bien.

No expresé mi frustración al no llegar al orgasmo, pero Carlos se ofreció a proporcionármelo por la vía que yo decidiera. Rehusé, dije que estaba bien. No me había desahogado pero el deseo se había apaciguado con el prematuro desenlace.

Pese a eso, y ya acostada en la cama dispuesta a dar por finalizado el día, mi entrepierna se humedecía al fantasear con diferentes acciones con personas que no fueran mi pareja.

Algo había germinado en mí.
 
Buena pinta. Mucho me temo que por lo que dice al principio se he fue ha cabeza y seguramente le costaría su relación y posiblemente algo más. Y todo por un niñato como Rubén. Ojala que, a pesar de todo y aunque se ponga difícil, al final reconduzca la situación, aunque está Claro que va a ser inevitable que tenga sexo con el niñato de Rubén, y entonces si que se va a complicar todo.
 
Peculiares clases particulares [Cap. 3]


Fue un gran contratiempo en mi plan, en mi decisión del rumbo a seguir. No pensé que fuera a dudar tan pronto y con algo tan irrisorio


CAPÍTULO 3: INICIATIVA

Tras hacer el amor con mi novio, estando más calmada y pensando con claridad, comprendí que tenía que tomar una decisión. Tenía que escoger si seguir con el peligroso juego con Rubén, el cual me ofrecía un amplio abanico de escenarios indeterminados y estimulantes, o bien ponía fin a todo aquello y seguía con mi rutinaria pero estable vida. Lo que tenía claro es que ambos caminos eran incompatibles y uno de ellos podía tener un trágico desenlace.

Con este razonamiento, decidí poner fin a toda relación con Rubén que no fuera estrictamente profesional. Volvería a ser la Silvia de siempre, la tajante profesora. Trataba de convencerme a mí misma, pero algo me decía que no iba a ser nada fácil.

Con el objetivo de evadirme para dejar de darle más vueltas, ese fin de semana le propuse a Carlos acudir al centro comercial para comer algo, ir de compras y ver una película en el cine.

Pasamos un día muy agradable, lo que ayudó a reforzar mi decisión de cuidar más mi relación con Carlos para recuperar sensaciones que habían quedado en el pasado, pero no en el olvido. Al menos fue así hasta que llegamos a la cola del cine.

Al llegar, nos pusimos al final de una larga cola de personas que querían comprar las entradas en taquilla. Me fijé en la mencionada cola hasta observar a la pareja que teníamos delante. A ella no la conocía de nada, pero el chico, de espaldas a mí, me resultaba muy familiar. Estaba lo suficientemente cerca como para poder escucharlos, y en cuanto él pronunció unas palabras me percaté: era Rubén.

—¿Rubén? —arriesgué.

—¿Sí? —dijo tímidamente mientras se giraba— Coño, Silvia, ¿Qué haces tú por aquí? —preguntó con entusiasmo, mostrando una sincera alegría.

—Pues deduzco que lo mismo que tú.

—Pero que lista que eres. Con razón eres tú la profe. —de la timidez inicial y el entusiasmo que le prosiguió, le tocaba el turno a su habitual sarcasmo con tal de ridiculizarme.

—Te presento a Carlos, mi novio. —ambos se dieron la mano con firmeza y mutuamente expresaron el gusto de conocerse.

—Te presento a Mónica. —no especificó si se trataba de su novia, su amiga, su prima o cualquier otro parentesco.

Educadamente le di dos besos, pero pronto Rubén y yo volvimos a coger el protagonismo de la conversación. Estuvimos hablando de lo que habíamos hecho durante el día y de la película que íbamos a ver, con la cual no coincidíamos, mientras nuestros respectivos acompañantes escuchaban en silencio.

Abandonamos la conversación con tal de no forzarla y Rubén, y compañía, nos volvieron a dar la espalda. Mi alumno tenía una actitud pasiva, pero Mónica no perdía ocasión para abrazarle, recostar su cabeza sobre su hombro, besar su mejilla reclamando un beso apasionado en los labios...

Rubén se limitaba a devolverle los besos y de vez en cuando le estrujaba medio trasero con una mano. Ella, físicamente era una chica espectacular. Llevaba unos shorts para lucir unas preciosas piernas y parte de sus redondos glúteos. Era delgada, aunque no tanto como yo, ni tan estrecha de cadera y espalda. Lo que más destacaba de su físico era su delantera, con unos pechos grandes y naturales, tal vez talla cien, que se intuían a través de su camiseta ajustada con escote en V y pico profundo. Tras la gran cantidad de maquillaje había un bonito rostro con ojos de grandes pestañas y boca sensual de carnosos labios.

Fue inevitable sentirme celosa y mi autoestima cayó a valores históricos. Miré a Carlos y con una sonrisa murmuró: «Críos...». ¿Críos? Pero si tenían casi la misma edad que nosotros, pensé. A los celos se le sumó la envidia. Aquello fue un gran contratiempo en mi plan, y mi sólida decisión del rumbo a seguir se desmoronaba por momentos. No pensé que fuera a dudar tan pronto y con algo tan irrisorio.

Sabía que Rubén hacía cosas con otras chicas, pero verlo en directo me superó. En aquel momento me moría de ganas por sentir lo que Mónica sentía, lo mismo que yo sentí pocos días antes, y sabía que estaba en mi mano conseguirlo.

Me invadía la impaciencia por que llegase la siguiente clase. El pesimismo y la tristeza se apoderó de mí y necesitaba verle a solas para saber si había perdido el interés en mí, si ya no me veía como la atractiva mujer que idolatraba.

La espera para ver a mi aprendiz se me hizo eterna, pero por fin llegó el ansiado día.

Visité a un par de alumnos antes que a él y mi mente sólo podía pensar, con gran nerviosismo, en diferentes e hipotéticos escenarios con los que iba a transcurrir nuestro nuevo encuentro. Me había puesto ropa ajustada y un sujetador con relleno con tal de competir con la delantera de Mónica, aunque sabía que era una lucha muy desigual.

Justo en la clase previa a la de Rubén, recibí un mensaje:

«Hola Silvia, soy Rubén. Mi padre me ha dado tu teléfono. Perdóname por avisarte tan tarde, pero resulta que no me encuentro bien así que cancelamos la clase de hoy, ¿vale?»

Jarrón de agua fría, eso es lo que fue. Sólo me pude limitar a desearle suerte, junto con una sutil amenaza para que aprobara el examen que tendría al día siguiente, y esperando que se recuperase pronto.

No quedaba más remedio que alargar la espera para reencontrarnos. Esos días se hicieron largos y no me quitaba a Rubén de la cabeza. Estaba empezando a obsesionarme y me costaba concentrarme hasta el punto de hacer peligrar mis excelentes notas.

Llegada la mañana del día de la siguiente clase con él, debido a mi impaciencia tomé la iniciativa y le escribí para preguntarle que tal le había ido. Me comentó que estaba muy contento ya que había aprobado con un seis y, fruto de la mencionada impaciencia, le pregunté por la recompensa que había planeado para esta ocasión, lo cual fue un error ya que demostré interés.

Sin embargo, él si mostró desinterés que a mí me faltaba tras comunicarme que no había pensado en nada, que estas cosas no se le daban bien y que tanto la preparación del examen como su indisposición durante esos días no le permitieron concluir ideas.

Me angustié por un momento al pensar que ese juego se iba a acabar. Al menos, Rubén no demostraba el enorme y habitual interés y deduje que ya no le gustaba.

¿Quién me lo iba a decir? Unos días antes había decidido ponerle fin sabiendo que sería una decisión unilateral y en ese momento estaba deprimida debido a que la otra persona supuestamente había tomado la misma decisión. Cuando creía que no me iba a quedar más remedio que asumirlo, Rubén me mandó otro mensaje:

«¿Te parece bien si esta vez piensas tú la recompensa? Así no me podrás decir que tengo una mente retorcida»

Ese último mensaje me quitó el nudo de angustia del pecho y lo reemplazó por el de nerviosismo. Me dio esperanzas, además de libertad para decidir el premio, por lo que accedí gustosamente.

A mí tampoco se me daba bien pensar en este tipo de retos, pero me divertí durante el proceso de idear algo divertido que tuviera cierto toque candente. Mi mente empezó a maquinar y todas mis ideas tenían mucho de picante, demasiado.

Finalmente, hice un top tres de mis mejores ideas, las cuales tenían un término medio entre viabilidad y morbo, y hasta el último momento no decidiría cual llevar a la práctica. Dependiendo de la situación y mi estado de ánimo, me decantaría por una y las otras dos las guardaría en mi baúl mental para futuras oportunidades.

Desde ese momento, dediqué gran parte del día a probarme diferentes conjuntos en busca del más seductor. Sabía que mis pechos no podían competir con los de Mónica, por lo que opté por un conjunto que destacara otros rasgos físicos que no tenían nada que envidiarle.

Recordé que Rubén había mencionado en reiteradas ocasiones que le gustaban mis bonitas, delgadas y tonificadas piernas por lo que me decidí por una minifalda gris oscura, que no se ajustaba a mi figura ya que no era apretada, pero gracias a ello se balanceaba ligeramente con naturalidad. Para no parecer una fulana, en la parte superior me puse algo menos provocativo: una camiseta ajustada sin escote.

Llegado el momento, suspiré antes de llamar a la puerta de mi querido alumno. Como era costumbre, me abrió la puerta el señor Juan y en esta ocasión dirigió la mayor parte de sus miradas a mis piernas, en lugar de a mis pechos. No lo menciono lo suficiente, pero notaba la atracción que le generaba al señor Juan y eso ayudaba a mi decaída autoestima.

Rubén me esperaba en su habitación y su reacción fue la misma que la de su padre en cuanto me vio entrar.

—Mira a quien tenemos aquí, pero si son mis piernas favoritas.

—Seguro que se lo dices a todas.

—Guau. —dijo cuando llegué hasta él— En serio, menudas piernas, son perfectas. Y del resto del cuerpo mejor no hablamos. —un comentario con el que justificar de nuevo el repaso que me hacía con sus ojos.

Sentí alivio y felicidad al ver que estábamos en el mismo punto de siempre, y que para él seguía siendo, como a mí me gustaba pensar, su profesora cañón.

—Pues esta es tu recompensa: disfrutar de mis piernas —mentí—. Pero nada de tocar, ¿eh?

—Me gusta, y no es por desmerecer, pero es la misma recompensa que han obtenido todos los tíos que te han visto por la calle, los cuales no han hecho absolutamente nada para merecerlo. Me merezco algo más que ellos, ¿no?

Y con ese último comentario logré lo que me proponía, el primer paso de mi plan: ponerle los dientes largos para que quisiera más.

—¿Y qué más quieres? Ya te he dicho que tocarlas no, y te adelanto que besos tampoco. Para todo eso ya tienes a Mónica. ¿Es tu novia, u otra amiga más con derecho a roce? —desintencionadamente expresé mis celos.

—¿Mónica? Aún está por ver lo que somos.

—Pues no la dejes escapar. Si yo te parezco guapa, ella tiene que ser una diosa. Menudo bellezón te has buscado.

—No está mal, pero no te compares con ella. No te hace ni sombra.

—Ni de coña, no cuela Rubén. Bien que disfrutabas de su culo el otro día y a saber que habrás hecho con semejante delantera.

—No te lo niego, pero repito: no puede competir contigo. De todas formas, si vamos a comparar, quien tiene las de perder soy yo. ¡Menudo armario empotrado el tal Carlos!

—Bueno, no es cuestión de comparar tampoco. Tenéis un encanto diferente.

—Joder, y tan diferente. Eso me ha sonado a una madre suavizando el físico de su hijo: cariño, no estás gordo, eres ancho de huesos. —me provocó una enorme y prolongada carcajada.

—Que tonto. Mira, el hecho de que hagas reír a las chicas es otra cualidad a tener en cuenta. En fin, pongámonos manos a la obra.

—Entonces, ¿era verdad que esta era la recompensa?

—Se me ocurre algo, pero tendrá que esperar un poco. Te la daré después si te portas bien y das el cien por cien en lo que tienes que estar.

Rubén aceptó y se distrajo lo justo con mis piernas. Se notaba que había cogido una base sólida de conocimientos y parecía, incluso, que le empezaba a gustar la materia, algo fundamental para afrontar la carrera.

A los quince minutos aproximadamente, habiendo decidido una de las tres recompensas que tenía en mente, me disculpé y junto con mi pequeña mochila me dirigí al baño para continuar con mi plan. Al poco rato ya estaba de vuelta y sentada en mi sitio, al lado de Rubén.

—Está bien, te voy a dar tu recompensa. Cierra los ojos y abre la mano. —obedeció y de mi mochila saqué un pequeño tanga negro que coloqué en su palma—. Ya puedes abrirlos.

—¿Un tanga? Entiendo que es un tanga tuyo. —me pareció notar cierta decepción.

—No es un simple tanga. Es el tanga que llevaba puesto hasta hace un minuto.

—Espera, espera. ¿Me estás diciendo que ahora mismo no llevas nada puesto? Pero eso no es un premio, ¡es una tortura!

—Bueno, llevo la falda, y ahí se va a quedar.

—Joder, joder, joder. No puedo ni contar las veces que se me va a caer el boli al suelo.

—Hoy sólo tienes que leer y responder a mis preguntas. Lamentablemente no tienes bolígrafo —anuncié el límite de mi recompensa, pero me ponía tan cachonda la situación que proponía Rubén que decidí improvisar para ir un paso más allá—, pero yo sí. —finalicé tras un largo silencio.

Cogí un lápiz de su lapicero y lo dejé caer al suelo. Rubén, que no paraba de mirar mi falda, se puso de rodillas a mi lado sin ni siquiera percatarse de a donde había caído. Decidí dejar de darle la visión de mi costado y giré la silla para posicionarme de frente. Una de mis rodillas se alejó de la otra y le ofrecí una vista privilegiada de mi sexo, aunque, a decir verdad, desconocía si mi alumno conseguía vislumbrar con detalle lo que la sombra de mi pequeña falda escondía. Esperaba que al menos apreciara mi pequeño coño, formado por unos labios pegados el uno al otro, totalmente depilado a excepción de una delgada línea de bello en el pubis.

Notaba que el corazón se me iba a salir del pecho y trataba de no expresarlo conteniendo mi agitada respiración. Rubén permanecía inmóvil, boquiabierto, y justo antes de poner fin al espectáculo vi como se aproximaba a mí con el objetivo de introducir su cabeza bajo mi falda.

Junté lo que pude las piernas, con su cabeza entre las mismas, lo paré posando mi mano en su frente y me miró a los ojos en silencio. No aparté la mano que obstaculizaba sus intenciones y desde la misma posición giró su cabeza para besar lo que estaba a su alcance: el interior de mis muslos.

Me los besaba lentamente, con delicadeza. Me limité a cerrar los ojos, mi rostro apuntaba al techo y mi mano recorrió su cabeza por la parte superior, desde la frente hasta su nuca. El morbo provocó que mis rodillas cedieran y se volvían a separar lentamente facilitándole el camino que se proponía.

Le acariciaba mientras recorría mis piernas con sus besos, hasta que alcanzó la frontera que separaban estas de mi sexo. Besaba y lamía mis ingles, por debajo de la falda, mientras mi coño suplicaba protagonismo a gritos.

Pese a que me abrí ampliamente de piernas, Rubén seguía sin prestarle atención a mi marginado sexo. Entendí que estaba jugando conmigo y que disfrutaba llevándome a la locura. Dispuesta a ponerle fin a la sufrida espera, le agarré la cabeza con las dos manos y dirigí su boca directa a mi coño.

Rubén lo recibió con tiernos besos al inicio y más tarde los alternó con lamidas que recorrían la parte interna de mis labios hasta llegar al clítoris. Hábilmente aceleró el ritmo de su juguetona lengua lo que me obligó a morder mi labio inferior con tal de reducir el sonido de mis gemidos. Puesto que no conseguí el propósito de silenciarme, llevé una de mis manos a mi boca para insonorizarla.

Mi alumno estaba totalmente entregado a la causa y decidí facilitarle la tarea. Lo primero que hice fue levantar una de mis piernas para apoyarla encima del escritorio y así otorgarle mayor margen de maniobra a mi amante. Después, me levanté la falda para no obstaculizar su tarea, pero sobre todo para observar su destreza. A partir de ese momento, él me miraba fijamente a los ojos sin reducir la intensidad de su magnífica labor. Me ponía como una moto verme de tal manera, totalmente abierta de piernas con mi coño al descubierto, teniéndolo a él en el centro a mi absoluta disposición. Por último, con la ayuda de mi mano, presioné su rostro hacia mi coño y acompañé sus acciones con movimientos de cadera para así ser partícipe del placer que estaba obteniendo.

Su hábil lengua se encargaba de recoger los abundantes fluidos que emanaban de mi interior, y de salivar mi estimulado clítoris aplicando ágiles movimientos con la punta de su lengua que movía cual serpiente.

—Joder, joder, joder. Sí, joder. No pares. Hostia puta. —susurré.

Fruto del inminente orgasmo, alargué la última vocal mientras me temblaban las piernas hasta que tuve varios espasmos, síntoma inequívoco de que había llegado al clímax. Múltiples ráfagas de placer incontrolable fueron descargadas en la boca de Rubén, el cual no se apartó en ningún momento. Fue, sin lugar a dudas, la mejor comida que me habían hecho hasta el momento y el mayor orgasmo que había tenido nunca.

Tuve un par de espasmos más antes de que Rubén se incorporara. Permanecí estática, medio ida, espatarrada, con los ojos entreabiertos y la boca desencajada como si estuviera totalmente drogada.

—Tienes el mejor coño que he catado jamás.

—¿Eh? —seguía aletargada.

—Joder. A partir de ahora voy a dejar que seas tú la que piense en estas cosas. Esto sí que es una buena recompensa, aunque creo que tú has salido más beneficiada...

—Esto está mal Rubén. ¿Cómo hemos podido? —empecé a arrepentirme y a sentirme culpable en cuanto recobré la cordura.

—Oye, tranquila, que no hemos matado a nadie tampoco.

—Le estoy haciendo daño a otra persona ahora mismo.

—¿Sí? ¿Está llorando ahora mismo? ¿Se le ha caído un brazo? Estará exactamente igual que antes de que te comiera el coño —trataba de convencerme con sólidos argumentos—. Además, ¿quién te dice a ti que ahora mismo no le está comiendo el coño a otra? ¿O que le están chupando el rabo?

—Cállate. Deja de hablar así de él. Tú no le conoces.

—¿Y tú sí? ¿Cómo él a ti? No me hace falta conocerlo. Los tíos somos infieles por naturaleza. Si se nos pone un buen pibón a tiro, no sabemos decir que no por muy casados que estemos.

—De ti me lo espero, pero no todos son como tú.

—Sólo te digo que no te rayes, no has matado a nadie. De hecho, no has hecho nada, lo he hecho todo yo. Además, has pasado un buen rato, ¿verdad? ¡Pues ya está! ¡Que nos quiten lo bailao’!

Siguió hablando y la verdad es que las palabras de Rubén me tranquilizaron y gracias a él le quité hierro al asunto. La prueba de fuego la tuve al llegar a casa y, sorprendentemente, no me derrumbé al ver a Carlos esa noche. Tenía bien presente el punto de vista de Rubén y lo usaba a mi favor para no sentirme culpable, o al menos miserable.

Esa misma noche recibí en mi teléfono un mensaje y una imagen. Era de Rubén y decía: «Mira como me has dejado». Al descargarme la imagen vi que se trataba de un primer plano de una descomunal polla. Gruesa, pero sobre todo larga.

—Pero, ¿qué haces? ¿Estás loco? Podría haberlo visto mi novio. —le contesté con otro mensaje.

—No me digas que es de esos desconfiados que espían y controlan a su novia. Con lo cuadrado que está, si es tan inseguro, es que la tiene que tener pequeña.

—Carlos no hace esas cosas, pero como vea que me mandas estas fotos, te puedes ir preparando.

—Pues no descuides tu teléfono, o borra la foto, lo que prefieras. ¿Te gusta? Seguro que nunca has visto una así.

—De verdad, no tienes abuela. Te lo tienes muy creído. Además, seguro que en directo no es para tanto —caí en el excitante juego que mi alumno había iniciado—. Las fotos a veces distorsionan la realidad, ¿sabes?

—¿Estás buscando una excusa para que te la enseñe?

—No digas tonterías. Foto borrada —mentí—. Me voy a dormir. Buenas noches.

—Soñaré contigo. Buenas noches.

Me acosté sin quitarme de la cabeza esa imagen. «Seguro que la había descargado de internet», pensaba. En ocasiones recordaba aquella fugaz visión periférica del miembro de Rubén, cuando se desnudó frente a mí, e intuía que algo grande escondía. Aun así, mi mente manejaba diferentes teorías y una de ellas era que se podría tratar de un chavalín que le gustaba alardear de lo que tal vez no tenía.
 
Jajajajaja está totalmente descontrolada, pero me sigue descuadrando sus arrepentimientos. Si ya empezaste algo, y lo sigues continuando, estar con esas poses de falsa moral es como contar un chiste. Si estás arrepentida paras todo, no sigues el juego, pero ella sigue, entonces que acepte su realidad.
 
Está jugando con fuego y se va a quemar. Ya lo dijo la protagonista en la introduccion. Mucho me temo que va a cruzar la línea roja con Rubén, que es un para nada, porque con eso se va a cargar su noviazgo, y lo que es peor, que me temo que esto solo va a ser la punta del iceberg.
 
Peculiares clases particulares [Cap. 4]


La verticalidad de su estaca me invitó a agarrarla para seguir masturbándole. Consideraba que se lo debía, pero lo hice porque me apetecía


CAPÍTULO 4: MENTIRAS

Contaba los días y las horas para ver a mi alumno favorito. De nuevo la impaciencia y las mariposas en el estómago cual colegiala. En reiteradas ocasiones, visualizaba la foto del miembro de Rubén para paliar la espera, aunque lo que conseguía era incrementar mi ansia por vernos.

Llegó el día y con él un mensaje en mi teléfono. Era Rubén y me decía que ese día tenía sesión doble de entrenamiento y, como iba bien en sus estudios, su padre le había dado permiso para saltarse mi clase. Una vez más, recibía un jarro de agua fría y el chasco que me llevaba, pese a que no se esperaba otorgar ninguna recompensa ese día, hacía que me enganchara más a él. Sin darme cuenta me estaba volviendo una adicta a esas sesiones.

Antes de que le contestara, recibí un nuevo mensaje en el que me invitaba a ir al campo de fútbol para verle entrenar. Puesto que yo tenía la tarde libre dado que había cancelado su clase, y además Carlos trabajaría hasta tarde ese día, accedí sin decírselo. Decidí engañarle, comunicándole que ya tenía planes, para así darle una sorpresa. Tenía muchas ganas de verle y sentía curiosidad por ver como se desenvolvía en el deporte rey.

Por suerte, el campo no estaba lejos y pude llegar andando. Antes de entrar al estadio, escuché los gritos de los jugadores y una vez dentro me senté en una butaca esquinada de la grada.

Identificar a mi alumno no fue difícil ya que tenía una buena panorámica de todo el campo y él era de los pocos jóvenes sobre el tapiz. Me sorprendió ver que la mayoría de sus compañeros eran mucho más mayores que él y que yo, y en un primer momento temí por su seguridad.

La mayor sorpresa me la llevé cuando le vi en acción. Era rápido, fuerte, ganaba muchos remates de cabeza, iba al choque y pocas veces acababa rodando sobre el césped... No me hizo falta entender de fútbol para saber que era muy bueno, y el hecho de que se desenvolviera tan bien y destacara por encima de otros jugadores más experimentados, hizo que me gustara más incluso.

En el primer gol que metió le aplaudí en solitario en el silencio de la grada y todos miraron hacia mi posición, cosa que me intimidó y pensé que había hecho el ridículo. Rubén me reconoció y con una gran sonrisa elevó su brazo para saludarme desde la lejanía. A partir de ese momento, sus compañeros le murmuraban cosas que provocaba una sonrisa por su parte con lo que deduje el contenido de esos comentarios.

Al finalizar el entrenamiento, se acercó a la grada y desde el césped me pidió que le esperara. Así lo hice, en la puerta del campo, y tras un buen rato esperando hizo acto de presencia.

—Pero bueno, ¿qué haces tú por aquí? Que mentirosilla eres, ¿eh? —empezaba a chincharme.

—He decidido darte una sorpresa, pero si lo prefieres no vengo. —traté de devolvérsela.

—No, no. Me ha gustado mucho verte. ¿Te has aburrido? ¿He hecho mucho el ridículo?

—¿El ridículo? No me vaciles. Hasta yo sé que eres muy bueno.

—Pues me alegro que pienses eso. Espero que te animes y que algún domingo vengas a vernos jugar.

—Me lo pensaré.

—Bueno, te acompaño al coche.

—No he venido en coche, he venido andando. No vivo tan lejos.

—¿Andando? Bueno, pues te llevo. ¿Dónde vives?

—No, no hace falta, de verdad.

—Sí hace falta. Una chica tan guapa como tú, a estas horas, es peligroso. Y un caballero como yo no puede permitirlo.

—¿Un caballero como tú? No me hagas reír. Tú sí que tienes peligro —se hizo el silencio durante unos pocos segundos—. Está bien, si insistes, acércame, pero te aviso que tengo un spray.

Le informé de un lugar conocido y cercano a mi casa donde me podía dejar. Su coche era una flamante berlina que aparentaba ser costosa y nueva. Antes de entrar me confesó que era el coche de su padre.

—¿Te gusta mi coche? —dijo al poco de ponernos en marcha.

—Pero si me acabas de decir que es de tu padre.

—De momento. Si me saco la carrera, será mío. Ese es el trato.

—Joder. A este paso, sacarte la carrera te va a resolver la vida antes de que empieces a trabajar. No tienes excusa para bajar el ritmo y mucho menos para tirar la toalla.

—No me quejo, pero me motivan más otro tipo de recompensas. —dijo mirándome sonriente mientras esperábamos a que el semáforo se pusiera en verde.

Me sentía una privilegiada en aquel coche tan cómodo, y caro, y con aquel chófer tan apuesto que me transmitía confianza y seguridad.

No le prestaba atención al trayecto y tras algunos giros estacionó en un lugar apartado, solitario y oscuro: un polígono industrial.

—¿Por qué te paras aquí? ¿Me vas a obligar a rociarte con el spray?

—No, tranquila. Será un momento. Es que el otro día me dijiste algo que no puedo consentir.

—¿Cómo? No te sigo.

—Dijiste que mi polla no era para tanto y que una foto podía engañar, o algo por el estilo. Pues bien, vamos a ver si tras verla en directo me sigues llamando mentiroso.

Rubén se levantó la camiseta y se bajó parcialmente el pantalón con una mano para después sacar a relucir un largo y flácido pene. Era grande pero no tanto como el que me mostró en la foto.

—No está mal, pero no es el de la foto. —apoyé mi codo izquierdo en el reposa brazos que había entre los asientos para aproximarme y así verlo más de cerca.

—Lo es, lo que pasa es que ahora no lo has alterado como el otro día. Tócalo un poco y comprobarás que no miento.

—No pienso tocarlo. ¿Nos podemos ir? —de nuevo me hacía la desinteresada y lo cierto es que no tenía ninguna prisa.

—Sí, ahora nos vamos. No te preocupes que estamos a dos minutos. Pero tócalo, será un momento de nada. Además, ¿me estás diciendo que no puedes ni siquiera tocarme cuando el otro día te follé el coño a lametazos?

—Está bien. Te empalmas y me llevas. —dije señalándole con mi dedo índice a modo de amenaza.

Alargué mi mano derecha y se la cogí. Era notoriamente pesada y significativamente más grande que la de Carlos. También, se apreciaba carnosa en mi mano.

Inicié un ligero masaje para excitarle y su polla empezó a crecer por momentos. Sin soltarla, notaba que se elevaba de su posición inicial y antes de lo esperado se encontraba totalmente erguida, apuntando al techo, con un rosado capullo de un grosor similar al tronco de su pene. La piel ya no era carnosa y moldeable, era fina y tensa.

Aparté mi mano y la pude ver en todo su esplendor. Era más gorda que la de mi pareja, pero sobre todo era larga, muy larga. Odiaba admitirlo, pero la foto reflejaba la realidad. Recibí aquel miembro como lo que yo quería que fuera: un obsequio que podría usar a mi antojo para divertirme tanto como quisiera.

La verticalidad de su estaca me invitó a agarrarla para seguir masturbándole. Consideraba que se lo debía, pero lo hice porque me apetecía. Aceptó la propuesta al acomodarse, bajándose el pantalón y la ropa interior hasta los tobillos. Ahora me tocaba a mí demostrar que yo también sabía proporcionar placer, y que no era ninguna monja o puritana como él me llamaba en algunas ocasiones.

Estuve de esa guisa durante un par de minutos de silencio donde lo único que se escuchaba era el ligero sonido que procedía de su polla al ser bombeada por mi mano, además de algún que otro suspiro de Rubén.

Decidí acelerar mis movimientos y elevé la mirada para observar su rostro. Nuestras miradas se cruzaron y al segundo nos fundimos en un apasionado beso al que le siguieron muchos más de mayor intensidad.

No me podía creer la escena que estábamos representando. Jamás había hecho tal cosa en un coche. Me sentía lo contrario a una monja, me sentía sucia, y me gustaba. Mi mano se movía con agilidad y mi lengua mantenía un pulso aéreo con la suya.

Sin necesidad de pedir permiso, Rubén alargó su brazo tras mi espalda y me agarró el culo con fuerza, sobre la finísima tela del amplio pantalón. Su otra mano la posó en un lateral de mi cabeza para apartar mi pelo y así facilitar la batalla bucal que estábamos manteniendo.

Mi boca, pese a las constantes visitas de su lengua, se sentía vacía. Deseaba engullir aquel miembro que se sentía gigantesco en mi mano. Dispuesta a satisfacer mis deseos, cesé la actividad en la zona elevada de nuestros cuerpos y hundí la cabeza en su entrepierna.

Quise jugar con él, inclinando ligeramente su mástil hacia un lado, y comencé con largas lamidas que empezaban en la base, recorrían todo su tronco y finalizaban con un ardiente beso en la punta. Repetía dicha acción una y otra vez mientras él disfrutaba de mi culo, cambiando de nalga cada poco rato y en ocasiones trataba de cogerme ambas amasándolas con fuerza.

Todo el conjunto y el contexto me tenía como una moto. Me encantaba que fuera rudo y abusara de mi culo sin miramientos. Rubén no se cortaba y lo demostró al meter su mano por debajo de mi pantalón para seguir el manoseo, pero esta vez sería piel con piel ya que llevaba puesto un pequeño tanga que le dejaba el camino despejado.

Eso acto me llevó a otro nivel y me empujó a engullir su polla. Me la metí en la boca sin pensármelo dos veces y, pese a que quería tragármela entera, sólo conseguía cubrirla parcialmente. Movía la cabeza con un ritmo constante y solo paraba para besar y lamer su glande. Mientras, mi mano se encargaba de la mitad inferior de su rabo y se chocaba con mis labios en el centro de su tronco.

En aquel momento, era una perra en celo, me había transformado. Estaba descubriendo el placer de dar placer en escenarios inéditos. Dicho placer me lo proporcionaba el grado de obscenidad de mis actos con el sumatorio del contexto y actores de la propia escena.

No cesaba en mi empeño de metérmela hasta el fondo, todo lo que mi boca permitía. En ese momento, los sonidos que predominaban en el interior del vehículo eran mis gemidos de placer, mientras saboreaba cada centímetro de aquella jugosa carne, y un característico sonido que procedía de mi garganta cuando me introducía su polla hasta los límites de mi cavidad.

Cuando noté que estaba cerca de correrse, Rubén replicó las acciones que hicimos en su casa, pero en esta ocasión con los roles invertidos: me agarró del pelo, inmovilizó mi cabeza y de manera autónoma comenzó a follarme la boca con movimientos verticales de cadera. Me sentí usada, como un objeto, y de nuevo esa sensación de plenitud por la necesidad de sentirme sucia a través de mis acciones. Quería hacerle ver a ese joven que no sólo era un cuerpo atractivo, también era una mujer entregada, sensual y hábil, capaz de dar muchísimo placer de múltiples formas diferentes.

Tras un buen rato, en el que mi alumno estrella había estado abusando de mi boca sin miramientos y sin atisbo de objeción por mi parte, Rubén se encogió justo antes de disparar diversos chorros de leche, en mi cavidad, con cada uno de los espasmos que tuvo. Oía como gemía en cada descarga y mi boca, que seguía solapada a su carne, se llenó de su esperma caliente el cual descendía después por su extenso tronco. Jamás se habían corrido en mi boca, ni siquiera en mi cara, y no me desagradó la experiencia. Eso sí, al ser la primera vez, no me atreví a tragármelo.

—Madre mía, eres espectacular. Espera, te paso un pañuelo.

—Mierda, ¿qué hora es? —dije cogiendo el teléfono tras limpiarme. Al hacerlo, vi que tenía dos llamadas perdidas de Carlos— Mierda, tenemos que irnos.

Todo aquel frenesí desapareció de golpe y se vio reemplazado por una gran preocupación. Rubén me dejó en el sitio acordado y me despedí con un rápido adiós mientras salía corriendo del vehículo. Cinco minutos más tarde me encontraba atravesando la puerta de mi casa.

—Por fin apareces. Me tenías preocupado. —dijo Carlos recibiéndome en la puerta.

—Perdona cariño. He quedado con Sonia para cenar y ya la conoces, cuando bebe empieza a hablar y nos dan las tantas.

—Tranquila, no tienes que darme explicaciones, pero la próxima vez avísame para no preocuparme.

—Gracias mi amor. ¿Me has dejado algo para cenar? —craso error.

—Pero, ¿No me acabas de decir que vienes de cenar con Sonia?

—Ese era el plan, pero al final hemos acabado en un bar de copas picoteando cuatro cosas. Me he quedado con hambre. —improvisé rápidamente, muestra de que estaba aprendiendo a ser una ágil embustera.

—Si quieres lo que ha sobrado, es tuyo.

Salí airosa por los pelos, y finalmente cené un yogur ya que no tenía mucha hambre tras lo sucedido. Debo decir que mi falta de mi apetito no vino dada por el sentimiento de culpa hacia Carlos, al contrario, lo provocó la felicidad que me había producido el acto con mi amante.

Me fui a la cama en una nube, con una sonrisa de oreja a oreja. Cada vez quedaba menos de la correcta Silvia de intachable moralidad.
 
Peculiares clases particulares [Cap. 5]



CAPÍTULO 5: SALVAJE


Como venía siendo costumbre durante aquellos días, la mayoría de pensamientos que rondaban por mi cabeza estaban directamente relacionados con Rubén: «¿Cuándo y dónde sería el siguiente encuentro? ¿Qué haríamos? ¿Prefería aplicar o recibir sexo oral? ¿O tal vez ambas a la vez?»

Era el tipo de preguntas que solía hacerme y con las que dejaba volar mi imaginación.

Tras el último encuentro, esperaba recibir algún mensaje suyo, pero no obtuve nada. Tomé la iniciativa de escribirle, preguntándole si le gustó lo de la otra noche y acompañé el mensaje con una foto de mis labios rodeando un dedo alojado en el interior de mi boca.

Horas después, recibí la respuesta con el mismo formato: una foto de su polla erecta con el mensaje: «Así se me ha puesto al recordarlo».

Mi reacción fue una sonrisa de pura felicidad, y mi deseo fue inevitable. Esperé hasta estar sola en casa y me fui directa al dormitorio para desnudarme y tocarme mientras me deleitaba con las dos fotos que tenía de la polla de Rubén. Mis dos manos iban alternando diferentes acciones: en la zona baja acariciaba mi entrepierna y masajeaba mi clítoris en círculos y, un poco más arriba, me tocaba ambos pechos y estimulaba mis pezones con ligeros tirones, lo cual alternaba rellenando mi vacía boca con uno o dos dedos que saboreaba simulando que eran una versión reducida del falo de mi alumno.

Boca arriba sobre el colchón, gemía de forma exagerada y me retorcía sobre mí misma. Mi cuerpo pedía más pero no tenía los recursos suficientes para satisfacer mis deseos. Tras unos minutos, se me ocurrió cambiar de posición y me puse boca abajo, a cuatro patas como un animal. Introduje mi dedo anular y corazón hasta el fondo de mi sexo y con ellos fingí que me estaban follando. Los mismos dedos de mi otra mano los introduje en mi boca y, simulando que estaba engullendo una polla, fantaseé con un hipotético trío.

Con el estado incontrolado que me había autoprovocado, comencé a pensar que el mástil que me follaba era el de Rubén y el rabo que succionaba era el de su padre, el señor Juan. A decir verdad, aquel hombre no me atraía, pero me producía mucha excitación que uno de los dos fuera un hombre mayor, casado, ya que era algo prohibido, pero sobre todo y fantaseando con el morbo de lo inverosímil, se trataba de un padre y su hijo.

Aquellos pensamientos, junto con la ayuda de mis manos, me llevaron al clímax. Mi cuerpo se retorció, más si cabe, y los dedos en mi boca ayudaron a ahogar los gritos de puro placer.

Tras unos minutos de letargo, estando ya más relajada y serena, pude pensar fríamente en lo que acababa de ocurrir. Ahora que estaba en plenas facultades para ser racional, me sorprendió el tipo de historias con las que fantaseaba. ¿Eran sólo pensamientos y fantasías? ¿O tal vez era capaz de lo inimaginable en un momento álgido?

Todo lo que había hecho hasta entonces, durante aquellos días, lo había disfrutado, no me arrepentía de nada y mi esclava mente trataba de convencerme que la reacción sería la misma ante futuros actos.

Días después de lo relatado, un nuevo día se presentaba ante mí. Por el animado modo de despertarme y de levantarme de la cama, se notaba que ese día tocaba una nueva clase con Rubén, y mi felicidad era algo que saltaba a la vista.

No sé que me depararía mi nuevo encuentro con mi alumno, pero por si acaso facilité las posibilidades vistiendo con una falda que llegaba hasta la zona media de mis muslos y una camisa con la que poder elegir la porción de piel a mostrar.

No tenía clases previas a la de mi amante y fui directa y decidida a su casa. Puntual como un reloj, el señor Juan abriéndome la puerta como de costumbre sin olvidar las habituales miradas penetrantes del mismo y directa a la habitación de mi pupilo tras preguntar a su madre como se encontraba.

—Me gusta tu conjunto. —fueron sus primeras palabras.

—¿Hay algo que no te guste?

—Que lo lleves puesto.

—Muy agudo. Vamos al lío, y con lío me refiero al temario, y con temario a tus estudios. Contigo hay que especificarlo todo para que no le encuentres el doble sentido.

—¿Hoy no hay recompensa?

—Hoy tienes que demostrarme que te lo sabes todo. Mañana tienes examen y depende de como vaya es posible que recibas algo a cambio.

—Tú sí que sabes motivarme.

Empecé la clase tratando de ser lo más ética posible. Pese a mis deseos, no podía permitir que estos se antepusieran a sus estudios y su futuro, aunque lograrlo me suponía un esfuerzo increíble. Teniéndolo tan cerca era casi imposible no fantasear o no excitarme recordando sucesos anteriores, pero debía hacer lo correcto y para conseguirlo me centraba en aclarar las dudas que él tenía respecto a algunos conceptos y procesos. Pese a todo, no descartaba tener una rápida pero cariñosa despedida al finalizar.

Al cuarto de hora de empezar la clase, alguien picó a la puerta y sin esperar respuesta la abrió. Se trataba del señor Juan.

—Disculpad que os moleste. Rubén, nos vamos a ver a tu abuela. Llegaremos tarde, pero tu madre te ha dejado preparada la cena.

—¿Ha pasado algo? —consultó su hijo.

—Nada. Solo vamos a cenar y a verla. A ver si haces lo mismo, que hace mucho que no la visitas.

—Okey.

El señor Juan cerró la puerta y Rubén empezó a susurrarme.

—Esto tiene que ser una puta señal. ¿Estás pensando lo mismo que yo?

—Ya lo creo. Tienes que ir a ver a tu abuela. ¿Por qué no vas ahora con tus padres?

—¿Y ahora quién está vacilando a quién? Parece que se te han pegado algunas cosas de mí.

—Y ninguna buena, eso seguro.

—¿Y bien?

—Continuemos con la clase, que mañana tienes un examen. —pensaba aprovechar la oportunidad, no sin hacerle sufrir un poco.

—¿En serio? No me jodas Silvia.

—No te jodo, pero voy a ser buena. ¿Recuerdas el primer juego al que jugamos?

—¿El primer juego? —trataba de recordar— ¡Ah sí! El de los botones —se acordó tras bajar su mirada y ver mi camisa—. Pero ese juego se ha quedado un poco obsoleto, ¿no?

—No serán botones, serán prendas. Si aciertas a mis preguntas me quitaré la prenda que yo quiera y si fallas, ya sabes lo que te toca.

—Me gusta este juego. ¿Cuándo empezamos?

—En cuanto confirmes que tus padres se han ido.

Esperamos hasta escuchar cerrarse la puerta principal y, para confirmar que estábamos solos, Rubén recorrió toda la casa.

—Todo libre, cuando quieras.

—Vale, pásame el libro y empezamos.

Quería ganar y sentir que llevaba el control, pero para ello tenía que dejarlo totalmente desnudo y desprotegido ante mí. Con esa intención, preparé las preguntas más difíciles y complejas posibles.

Empecé ganando y me obsequió con la privilegiada visión de su torso desnudo. Después ganó él y me quité el calzado, hecho del que se quejó ya que él iba descalzo y argumentaba que estaba en desventaja. Sin ceder ni un ápice en mi decisión de quitarme únicamente el calzado, continué con las preguntas y la siguiente la volvió a acertar él, por lo que me deshice de la camisa.

—Por fin podré ver esas tetas perfectas.

—Para eso tienes que seguir acertando.

—Oh sí, acertaré, no te quepa duda.

Volvió a acertar y como cada uno decidía que prenda se quitaba, me deshice de la falda para así encontrarme en ropa interior frente a él, una ropa interior normal de color beige. A continuación, erró, se quitó el pantalón y sólo le quedaba una prenda la cual escondía una codiciada pieza.

Se podía mascar la tensión. A Rubén se le notaba concentrado, con gesto serio, y confirmé que deseaba en gran medida verme los pechos o desnudarme por completo. Si su deseo era que me quitara el sujetador, lo consiguió con la siguiente respuesta.

Me lo desabroché y muy lentamente lo fui deslizando hacia abajo mostrando, poco a poco y centímetro a centímetro, más superficie de mis areolas. Me tapé y me lo quité de tal modo que tras desprenderme de él no se vislumbraba ni pizca de mis pezones.

—¿Te vas a quedar así para siempre? En algún momento tendrás que enseñarlas.

—Puedo aguantar así todo el día.

—Como te gusta tentarme y ponérmelo difícil, ¿eh?

Antes de lo que se pensaba, tras finalizar su frase, bajé mis brazos y mostré unos pechos de tamaño medio, ni juntos ni distantes, firmes y redondos. Mis areolas son de color moreno con tono claro y los pezones, en aquel momento, no se apreciaban grandes.

Observé como lentamente acercaba su rostro a mi pecho y lo frené antes de llegar a su destino.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—Me cago en la puta. Tengo que catar esas tetas. ¡Son perfectas!

—Pues te aviso desde ya: se mira, pero no se toca.

—No me jodas. ¿Quieres verme suplicar?

—Suplica cuanto quieras. Te vas a tener que conformar con verlas. ¿Seguimos jugando o me visto y nos vemos en la próxima clase?

—No no, seguimos jugando.

—Pues va a ser la última pregunta y la que decidirá el vencedor. Vamos allá.

Lo cierto es que, ganase quien ganase, ninguno de los dos vería nada nuevo, pero eso no significa que no lo fuéramos a disfrutar como la primera vez.

Me fijé en mi objetivo, sus calzoncillos, y me percaté de su notoria excitación tras ver su empalmada polla de lado, apuntando a las dos en punto bajo la tela. Con esa visión quedó demostrado que no mentía cuando expresó lo mucho que le gustaba mi pecho al desnudo.

Tras la pregunta decisiva se decidió el ganador: Rubén erró.

—¡Oh yeah! —celebré.

—No vale. No hay quien se centre con esas tetas delante.

—No hay excusas, y que te sirva de lección. En un examen también puede haber distracciones y tensión. Venga, que no se diga.

Mi alumno se levantó, se bajó la ropa interior y su gran herramienta quedó liberada, erguida. Esta se encontraba a una altura similar a la de mi rostro por lo que no desaprovechó la ocasión para acercarla con lascivas intenciones.

—¿Qué haces? —no me desagradaba en absoluto la idea que tenía en mente, pero prefería jugar con él.

—Que la fiesta no pare, ¿no? Tenemos tiempo de sobra para pasar un buen rato, y dos si quieres. Espero que no me digas que aquí se acaba todo.

—No se acaba, pero te recuerdo que he ganado yo. Quien debe recibir un premio soy yo, es lo justo.

—Precisamente: aquí tienes tu trofeo. —con ligeros movimientos de cintura balanceaba su mástil de un lado al otro.

—No. Mi premio va a consistir en hacer todo lo que yo diga.

Me levanté para obligarle a dar un paso hacia un lado y le empujé para que cayera sobre su cama. Se quedó sentado y me abalancé sobre él con la intención de hacerlo caer sobre el colchón para dejarlo tumbado boca arriba, a mi disposición. Con el objetivo cumplido, puse mis rodillas a cada lado de su cabeza y acerqué mi sexo a su cara.

Rubén lo olfateaba con placer y restregaba su nariz por la raja que se marcaba en mis bragas. Quise establecer contacto con otra parte de su rostro y con mi cintura busqué su boca. Tras hacer diana, restregaba mi entrepierna por sus labios, pero notaba que estos estaban estáticos.

—¿No quieres catarlo? —pregunté apartándome levemente.

—No hasta que me lo pidas.

—Bésalo.

—Pídemelo como dios manda.

—Cómeme el coño.

Me calentó expresarlo en voz alta y mi alumno obedeció sin rechistar. Aquello sólo fue una acción más en la que demostró que, en ese terreno, él era el maestro y yo la aprendiz.

A partir de ese momento, notaba como su mojada lengua jugaba con mi coño sobre las bragas. Sentada sobre su cabeza, bailaba con sensuales y suaves movimientos de cadera mientras nos mirábamos a los ojos.

Cuatro segundos fue el tiempo que tardé en quitarme la única prenda que me quedaba y volver a la misma postura para seguir abusando de su boca.

Sus lamidas sobre mis bragas me habían derretido pero su comida sin barreras estaba haciendo que me retorciera de placer y ya no era capaz de mirarle a los ojos. Con mi cara apuntando al techo, con los ojos cerrados y mis manos jugando con mi cabello, seguía con mi baile sensual sobre su rostro.

Quise deleitarme con el prolongado miembro de Rubén y al dirigir mi vista a su entrepierna observé que se estaba masturbando.

—No te he dado permiso para que hagas tal cosa. —le dije golpeando su mano para que cesara de tocarse. Era yo quien llevaba las riendas de la situación y demostraba que me había metido totalmente en el papel.

Mi alumno obedeció y, no sé si por venganza o rabia, me agarró del culo con ambas manos y se entregó en cuerpo y alma al placer oral que me estaba otorgando. Me sobaba mi redondo y pequeño trasero y dirigía mi entrepierna a su boca para demostrarme de lo que era capaz de hacer su hábil lengua.

Disfrutaba de todo lo que me ofrecía, pero quería más. Dispuesta a imitar acciones del pasado, llevé mis manos a su cabeza para orquestar los movimientos de esta y con mi cadera abusé sin miramientos de su boca contra mi sexo.

Gemía al mismo compás con el que le follaba su cabeza.

—¡Hmmm! Así joder, así. Cómemelo. ¡Ufff! Cómetelo todo —gritaba mientras movía mi pelvis con agilidad mientras mi mitad superior se mantenía totalmente inmóvil—. Me corro, me corro... Joder, joder, ¡Jo-deeer!

Mi cuerpo fue víctima de simultáneos espasmos sin dejar que la maltratada boca de Rubén se separara de mi cuerpo. Comencé a aflojar la tensión que ejercía sobre su cabeza conforme se espaciaban mis espasmos y recuperaba la compostura.

Una vez recuperado el aliento, me percate que mi alumno volvía a masturbarse.

—No me obligues a castigarte. Obedece.— volví a golpear su mano para que cesara en su intento de darse placer.

—Y he obedecido. Has tenido lo que querías, ¿verdad? Ahora me toca a mí.

Con un movimiento se liberó de los barrotes opresivos que representaban mis piernas y cogiéndome del pelo, con firmeza pero sin violencia, me acostó boca arriba de tal modo que mi nuca quedó apoyada en el límite del colchón y mi cabeza quedó suspendida en el aire, sin ningún tipo de apoyo.

Rubén se acercó a mí, de pie sobre el suelo, y se puso de cuclillas. Con su gran miembro comenzó a golpear mis pómulos, mejillas y boca de manera sonora.

—Abre la boca —obedecí. —Eso es. Saca la lengua. Toma. —me golpeaba esta sin cavilar.

Nos habíamos invertido los roles y no mostré objeción alguna. Ahora nos tocaba disfrutar a ambos de un modo diferente.

Tras algunos golpes de su falo, posó su glande sobre mi boca y le obsequié con circulares movimientos de mi lengua con la que rodeaba su capullo. Más tarde, sellé mis labios sobre su piel para mantener la punta dentro de mi cavidad mientras mi lengua se divertía en el interior.

Pausó el placer momentáneamente y, aprovechando su rol dominador, puso el foco en algo que deseaba desde hacía tiempo: mis pechos. Sin movernos del sitio, los cogió con ambas manos para amasarlos, estrujarlos y apretarlos entre sí. Estando unidos, acercó su cara y empezó a lamer mis pezones que para entonces habían crecido considerablemente. El tamaño de estos invitaba a ser succionados y Rubén no se lo pensó dos veces. Se los metía en la boca, los succionaba, los mordía con los labios y tiraba de ellos, recorría su lengua de pezón a pezón...

—Te he dicho que ahora me toca a mí. No me hagas enfadar. —replicó mis acciones al ver que me estaba tocando y de este modo me apartó la mano de mi empapado coño.

De nuevo, me retorcía con el placer que me estaba ofreciendo su boca sobre mis pechos y ahora me tocaba experimentar lo que se siente al estar de manos atadas mientras tu entrepierna pide atención a gritos.

Abandonó mi pecho y volvió a descender su cadera a la altura de mi rostro. De nuevo en cuclillas, introdujo su polla en mi boca y esta vez no fue sólo la puntita. Introducía su capullo y buena parte de su tronco con lentitud, pero con fuerza. Embestía y perforaba mi boca presagiando que la iba a maltratar tanto como yo había abusado de la suya.

De dominante a dominada, mis labios recorrían la extensa polla de Rubén sin separarse de su carne. En el interior, mi lengua trataba de saborear todo lo que podía en el tremendo caos que existía dentro de mi boca.

Poco a poco fue aumentando el ritmo y antes de que me diera cuenta estaba follando brutalmente mi boca.

«Glup, glup, glup, glup...» —el sonido de mi maltratada boca era lo único que se escuchaba en la habitación.

Traté de limitar la profundidad de sus embestidas frenando sus acometidas a través de mis manos en sus piernas, pero me agarró ambas y las llevó a mi abdomen. Sin soltarlas, continuó con la follada, sin miramientos.

Una vez más, me invadía la placentera sensación por el alto grado de perversión de la escena, aunque en esta ocasión era de un modo involuntario pero consentido.

En ocasiones, la sacaba durante unos segundos, los cuales aprovechaba para coger aire de manera casi desesperada, y no tardaba en volver a repetir sus embestidas.

Dispuesto a variar ligeramente el ejercicio, hizo que cambiara la orientación de mi cuerpo para seguir tumbada pero esta vez sería boca abajo. El seguía exactamente igual, frente a mí, pero ahora yo podía tener autonomía para decidir la intensidad con la que le chuparía la polla.

Mi boca se abrió para recibir su falo y me dejó tomar a mí el control. Dispuesta a ejercitar mi cuello, traté de automaltratar mi boca con la misma velocidad y fuerza. Al no conseguirlo, me ayudé de mis manos en su culo para atraerlo hacia mí en los momentos clave. Mi boca recibía su polla en contra dirección una y otra vez.

—Mírame —obedecí con cierta dificultad, pausando mis movimientos, pero sin sacarme su rabo de la boca—. Eres muy guarra, ¿lo sabías? Pareces una niña buena, pero a mí no me engañas.

«Era una niña buena hasta que lo conocí a él», pensé. Para entonces, ya llevaba un tiempo desde que había enterrado a esa niña buena y me alegraba por ello. De no ser así, jamás habría obtenido los placeres que estaba teniendo y estaban por llegar.

Rubén apoyó sobre el colchón uno de los pies que tenía sobre el suelo y recogió mi pelo para agarrarlo. De nuevo embestía mi boca sin piedad hasta que me provocó una arcada. Al hacerlo, me concedió unos segundos para recuperarme.

—No —dije cuando trataba de retomarlo—. Tu polla es demasiado grande y mi boca no está acostumbrada.

—Te lo permito por esta vez, sólo por esta vez. Voltéate.

Obedecí y me coloqué de nuevo boca arriba, pero esta vez estaba más centrada y pude apoyar mi cabeza sobre el colchón. Rubén se sentó sobre mi rostro, como yo lo había hecho minutos antes con la única diferencia de que él estaba orientado de tal modo que tenía una vista privilegiada de todo mi cuerpo.

Posó su escroto sobre mi boca invitándome a que los engulliera y así lo hice. Era la primera vez que le comía los huevos a alguien y por lo tanto una nueva experiencia que elevaba mi ardor interno. Comencé lamiéndolos, después los recibía con amplios y húmedos besos para más tarde introducírmelos en la boca uno a uno. Rubén, por su parte, se pajeaba con una mano y con la otra abusaba sin miramientos de mis pechos.

A mi alumno se le agitaba la respiración y sabía que el desenlace estaba más cerca. Colaboré todo lo que pude para llevarle al clímax y pronto noté un chorro caliente sobre mi vientre, al que le siguieron dos más sobre mis pechos.

Tras unos pocos segundos se apartó y me premió con un beso que ponía fin a aquel salvaje encuentro.

—Si quieres, puedes quedarte. Mis padres tardarán en volver.

—Gracias, pero creo que ya me he quedado más que suficiente. Si tardo mucho más, Carlos empezará a sospechar. —dije mientras limpiaba el esperma que tenía sobre el cuerpo.

—Nos vemos en la próxima, ¿no?

—Cuando y donde quieras. —a esas alturas, ya no me importaba mostrar predisposición. Quería dejarle claro que por mi parte no iba a encontrar ningún impedimento para seguir disfrutando el uno del otro.

Aquella fue la primera vez que nos despedimos con un beso.

De camino a casa no paraba de pensar en todo lo que había ocurrido, todo lo que había sentido y seguía sintiendo minutos más tarde, y no pude quitarme la sonrisa en todo el trayecto.

Al llegar a mi domicilio, Carlos me recibió con un beso que estaba a años luz de provocarme algo similar a lo que me hacían sentir los de Rubén. A decir verdad, no sentí nada.
 
Una pena que sea el último, me hizo recordar un poco la historia de "el inquilino universitario".

Ojalá que alguien se anime a continuarlo, yo no me siento en capacidad esta vez.
 
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