Luisignacio13
Miembro muy activo
Por razones obvias, mi hija tendrá en el relato 18 y los nombres y lugares serán cambiados o ficticios. El resto está algo aumentado, pero pasó.
Todo esto pasa en el barrio donde me crié, en Aluche (Madrid). El mismo puto barrio donde iba al instituto a finales de los 90.
Cuando mi hija Lucía cumplió años y me dijo que se había apuntado a clases de twerk y danza urbana en “Black Sugar Dance”, me quedé blanco.Esa academia la abrió Vanessa. Vanessa “la loca” del instituto. La misma que en 4º de ESO ya tenía fama de comerse a medio curso de tías y de que más de una salía llorando del baño de chicas después de “hablar” con ella. Todos sabíamos que era lesbiana y que se le iba la mano (y la lengua) con las alumnas que le gustaban. Yo, que era un pringao tímido, me pasaba las clases mirando cómo se mordía el labio inferior cuando alguna compañera se agachaba a coger algo del suelo. Nunca me miró a mí… hasta ahora.
Lucía me pidió que la recogiera los martes y jueves a las 22:30 porque el metro ya no le pillaba bien. Accedí, claro. Padre separado, 45 años, curro de comercial… qué iba a decir.
El primer jueves que fui, aparqué el Golf negro en la misma calle donde antes estaba el bar donde nos tomábamos las primeras litronas. Cuando Lucía salió corriendo con la mochila, sudada y con el pelo recogido en una coleta alta, Vanessa salió detrás de ella.
Joder. 20 años después y estaba todavía más buena. 1,75, morena con mechas rojizas, tatuaje de serpiente que le sube desde la cadera hasta debajo de la teta (lo vi porque llevaba un top cortito), piercing en la lengua que se le nota cuando habla y esas mallas negras que parecen pintadas. Me reconoció al instante.
—¿Rubén? ¿Rubén “el callao” de 4ºB? Hostia, qué fuerte —soltó con esa sonrisa de mala leche que yo recordaba perfectamente.
Nos dimos dos besos. Olía a vainilla y a sudor. Lucía se reía sin entender nada.
Desde ese día empecé a ir antes para verla. Siempre me saludaba con un “qué pasa, Rubén” y un repaso de arriba abajo que me ponía nervioso perdido. Sabía que seguía siendo lesbiana declarada, pero también sabía (porque el barrio es pequeño) que con algunas alumnas se le seguía “yendo la mano”. Y ahora mi Lucía estaba ahí dentro tres horas por semana… con ella.
El tercer jueves Lucía salió y me dijo:—Papá, Vanessa quiere que subas un momento, que te enseña la coreografía nueva para el festival.
Subí. El local estaba vacío. Olía a suelo de madera y a ellas dos. Lucía llevaba unas mallas gris perla que se le transparentaban cuando sudaba y un top deportivo blanco. Vanessa cerró la puerta y echó llave.
Puso una canción lenta, sensual, y le dijo a mi hija:—Venga, Lu, enséñale a tu padre lo que habéis montado… la parte sexy.
Lucía se puso en el centro, frente al espejo. Empezó a moverse: caderas lentas, culo hacia fuera, manos por el pelo… Yo intentaba mirar al suelo pero era imposible. Vanessa se colocó detrás de ella, corrigiendo posturas.
—Más abajo, preciosa… abre más las piernas… así, que se note todo.
Y de repente le puso las manos en las caderas a mi hija y marcó el movimiento pegando su pelvis a la de Lucía. Las dos se movían juntas. Vanessa levantó la vista y me pilló mirando. Sonrió de medio lado, esa sonrisa de depredadora que yo conocía del instituto.
—¿Te gusta lo que ves, Rubén? —me soltó sin dejar de mover las caderas contra el culo de mi hija—. Tu niña tiene un talento natural… y un culito que quita el sentido.
Lucía se rió nerviosa, colorada hasta las orejas. Yo balbuceé algo.
Cuando terminó la música, Vanessa se acercó a mí, se puso de puntillas (me saca casi una cabeza) y me susurró al oído mientras me rozaba disimuladamente el brazo con sus tetas:
—La semana que viene empezamos la coreo en pareja. Necesito un hombre de verdad para practicar ciertos roces…Y tú siempre me mirabas en clase, ¿te acuerdas? Ahora vas a poder mirar todo lo que quieras… y más.
Después se giró hacia Lucía, le dio una palmada suave en el culo y le dijo:—Vete duchando, cielo. Tu padre y yo tenemos que hablar de adultos.
Lucía obedeció sin rechistar.
Vanessa me miró fijamente, se mordió el labio inferior y añadió bajito:
—Y tráela el jueves con el conjunto negro que le regalé… el de encaje.Te prometo que no vas a poder apartar la vista ni un segundo.
Salí del local con la mayor erección que recuerdo desde los 90 y la cabeza llena de imágenes que no debería tener.
El martes que viene vuelvo.Y ya no sé si tengo más ganas de ver a mi hija bailar… o de ver qué es capaz de hacer Vanessa después de 25 años de tenerme en el punto de mira.
Continuará…
CAPÍTULO 1 – “Cuando vi el nombre de la academia casi me da algo”
Todo esto pasa en el barrio donde me crié, en Aluche (Madrid). El mismo puto barrio donde iba al instituto a finales de los 90.
Cuando mi hija Lucía cumplió años y me dijo que se había apuntado a clases de twerk y danza urbana en “Black Sugar Dance”, me quedé blanco.Esa academia la abrió Vanessa. Vanessa “la loca” del instituto. La misma que en 4º de ESO ya tenía fama de comerse a medio curso de tías y de que más de una salía llorando del baño de chicas después de “hablar” con ella. Todos sabíamos que era lesbiana y que se le iba la mano (y la lengua) con las alumnas que le gustaban. Yo, que era un pringao tímido, me pasaba las clases mirando cómo se mordía el labio inferior cuando alguna compañera se agachaba a coger algo del suelo. Nunca me miró a mí… hasta ahora.
Lucía me pidió que la recogiera los martes y jueves a las 22:30 porque el metro ya no le pillaba bien. Accedí, claro. Padre separado, 45 años, curro de comercial… qué iba a decir.
El primer jueves que fui, aparqué el Golf negro en la misma calle donde antes estaba el bar donde nos tomábamos las primeras litronas. Cuando Lucía salió corriendo con la mochila, sudada y con el pelo recogido en una coleta alta, Vanessa salió detrás de ella.
Joder. 20 años después y estaba todavía más buena. 1,75, morena con mechas rojizas, tatuaje de serpiente que le sube desde la cadera hasta debajo de la teta (lo vi porque llevaba un top cortito), piercing en la lengua que se le nota cuando habla y esas mallas negras que parecen pintadas. Me reconoció al instante.
—¿Rubén? ¿Rubén “el callao” de 4ºB? Hostia, qué fuerte —soltó con esa sonrisa de mala leche que yo recordaba perfectamente.
Nos dimos dos besos. Olía a vainilla y a sudor. Lucía se reía sin entender nada.
Desde ese día empecé a ir antes para verla. Siempre me saludaba con un “qué pasa, Rubén” y un repaso de arriba abajo que me ponía nervioso perdido. Sabía que seguía siendo lesbiana declarada, pero también sabía (porque el barrio es pequeño) que con algunas alumnas se le seguía “yendo la mano”. Y ahora mi Lucía estaba ahí dentro tres horas por semana… con ella.
El tercer jueves Lucía salió y me dijo:—Papá, Vanessa quiere que subas un momento, que te enseña la coreografía nueva para el festival.
Subí. El local estaba vacío. Olía a suelo de madera y a ellas dos. Lucía llevaba unas mallas gris perla que se le transparentaban cuando sudaba y un top deportivo blanco. Vanessa cerró la puerta y echó llave.
Puso una canción lenta, sensual, y le dijo a mi hija:—Venga, Lu, enséñale a tu padre lo que habéis montado… la parte sexy.
Lucía se puso en el centro, frente al espejo. Empezó a moverse: caderas lentas, culo hacia fuera, manos por el pelo… Yo intentaba mirar al suelo pero era imposible. Vanessa se colocó detrás de ella, corrigiendo posturas.
—Más abajo, preciosa… abre más las piernas… así, que se note todo.
Y de repente le puso las manos en las caderas a mi hija y marcó el movimiento pegando su pelvis a la de Lucía. Las dos se movían juntas. Vanessa levantó la vista y me pilló mirando. Sonrió de medio lado, esa sonrisa de depredadora que yo conocía del instituto.
—¿Te gusta lo que ves, Rubén? —me soltó sin dejar de mover las caderas contra el culo de mi hija—. Tu niña tiene un talento natural… y un culito que quita el sentido.
Lucía se rió nerviosa, colorada hasta las orejas. Yo balbuceé algo.
Cuando terminó la música, Vanessa se acercó a mí, se puso de puntillas (me saca casi una cabeza) y me susurró al oído mientras me rozaba disimuladamente el brazo con sus tetas:
—La semana que viene empezamos la coreo en pareja. Necesito un hombre de verdad para practicar ciertos roces…Y tú siempre me mirabas en clase, ¿te acuerdas? Ahora vas a poder mirar todo lo que quieras… y más.
Después se giró hacia Lucía, le dio una palmada suave en el culo y le dijo:—Vete duchando, cielo. Tu padre y yo tenemos que hablar de adultos.
Lucía obedeció sin rechistar.
Vanessa me miró fijamente, se mordió el labio inferior y añadió bajito:
—Y tráela el jueves con el conjunto negro que le regalé… el de encaje.Te prometo que no vas a poder apartar la vista ni un segundo.
Salí del local con la mayor erección que recuerdo desde los 90 y la cabeza llena de imágenes que no debería tener.
El martes que viene vuelvo.Y ya no sé si tengo más ganas de ver a mi hija bailar… o de ver qué es capaz de hacer Vanessa después de 25 años de tenerme en el punto de mira.
Continuará…