Mi hija y Vanessa, la profe de danza que me ponía cachondo en el instituto – Lo que nunca me atreví a imaginar (Relato real – barrio de toda la vida)

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CAPÍTULO 5

El jueves después de la clase me dejó hecho polvo: la vergüenza de correrme en la boca de Vanessa sin aguantar ni dos minutos mientras lamía el coño de Lucía me carcomía por dentro. Vanessa tenía ese poder sobre mí, humillándome con una sonrisa y haciéndome desear más. Pasé el viernes solo en mi piso, masturbándome con las fotos que Lucía me mandaba por WhatsApp –cada vez más provocativas, como si Vanessa la estuviera entrenando para torturarme. Una de ella en el espejo del baño, con el top subido mostrando el piercing del ombligo que no sabía que tenía, y un mensaje: “Pensando en la clase del martes, papá… ¿vienes preparado? 🔥”. Respondí con un “Siempre, hija… no veo la hora”. Pero por dentro ardía.

El sábado por la tarde recibí un WhatsApp de mi ex, Ana: “Rubén, ¿puedes cuidar a Lucía esta noche? Tengo un evento con amigos y no quiero dejarla sola. Últimamente la noto rara, como distraída… no sé, cosas de adolescentes. Llego tarde, tipo 3 AM. ¿Puedes?”. Accedí, claro. Vivo solo desde la separación, así que no tenía planes. Aparqué el Golf frente a la casa de Ana en Aluche a las 20:00. Llamé al timbre, pero fue Lucía quien abrió. Ana ya se había ido –un post-it en la puerta decía “Gracias, amor. Llave debajo del felpudo para cerrar. Besos”.

Lucía me recibió con una sonrisa inocente que me dejó helado. Llevaba coletas altas como cuando era niña, un chupa chups rojo en la boca, minishorts vaqueros que apenas cubrían su culito redondo y un top blanco cortito que dejaba ver su vientre plano y los pezones marcándose sin sujetador. Olía a fresa y a algo más… a excitación fresca, como si acabara de tocarse pensando en mí.

—Pasa, papá… mamá ya salió. Vamos a ver la tele como antes.

Me llevó al salón, el mismo sillón de cuero donde Ana y yo follábamos hace años. Encendió la TV y puso dibujitos –Bob Esponja, joder, como cuando tenía 10 años. Se fue a la cocina y volvió con un whisky doble con hielo, exactamente como me gustaba: escocés puro, dos cubitos, en el vaso ancho.

—Mamá me dijo que te gustaba así… bébelo, papá, relájate.

Se sentó a mi lado, chupando el caramelo con ruido deliberado, la lengua rosada enrollándose alrededor del dulce como si fuera una polla. Mojó el chupa chups en el whisky despacio, lo sacó brillante y goteando, y lo lamió torturantemente lento, mirándome directamente a los ojos con esa cara de niña mala, los labios brillantes de alcohol y saliva.

—Prueba, papá… sabe mejor con alcohol. Abre la boca…

Tragué saliva y di un sorbo grande. El whisky me quemó la garganta, calentándome por dentro, nublando un poco el juicio. Lucía se rió bajito y, sin decir nada, se subió encima de mí, de espaldas, mirando la tele como si tal cosa. Su culito en los minishorts se pegó a mi paquete, el calor de su coño filtrándose a través de la tela fina. Empezó un frota frota lento y constante: caderas moviéndose en círculos suaves, rozando mi polla que se endureció al instante bajo los vaqueros, latiendo contra su culo redondo. Notaba cada detalle: el roce de los shorts contra mi bragueta, el olor de su excitación subiendo, sus coletas rozándome el pecho cuando se inclinaba un poco hacia atrás.

—Shhh… mira los dibujitos, papá… como cuando era pequeñita. ¿Te acuerdas cómo me sentaba en tus piernas?

Bebí más whisky, el alcohol aflojándome los inhibidores. Intenté apartarla, pero mis manos se fueron solas a sus caderas, sintiendo la piel suave y caliente bajo el top corto. Lucía aceleró el ritmo apenas, frotándose más profundo, su coño mojado manchando los shorts y filtrándose a mis vaqueros. Gemía bajito, casi inaudible, pero lo suficiente para volverme loco: “Papá… se siente tan duro…”.

El whisky me hizo perder la cabeza poco a poco. Le subí el top despacio, revelando sus tetas pequeñas y firmes, los pezones rosados erectos como piedrecitas. Los pellizqué suave, rodándolos entre los dedos, haciendo que Lucía arqueara la espalda y frotara más fuerte. Bajé una mano por su vientre plano, metiéndola en los minishorts, encontrando su coño depilado y chorreante. Abrí los labios con dos dedos, frotando el clítoris hinchado en círculos lentos, sintiendo cómo latía bajo mi toque.

—Papá… sí… tócame despacito…

La masturbé torturantemente lento, metiendo un dedo en su agujero apretado, sintiendo las paredes contraerse alrededor, los jugos chorreando por mi mano. Lucía gemía más alto, moviéndose contra mi dedo, pero yo quería más. Le corrí el minishort a un lado despacio, revelando su coño rosado y brillante, los labios abiertos invitándome. Saqué mi verga dura del vaquero –gorda, venosa, la cabeza hinchada y roja goteando precum– y la rozé contra su entrada, despacio, centímetro a centímetro, sintiendo el calor envolviéndome.

—Papá… por favor… métemela…

La penetré lento, torturantemente lento, sintiendo cada milímetro de su coño apretado estirándose alrededor de mi polla, latiendo como un corazón. Entré hasta el fondo, quedándome quieto un segundo para saborear: su calor, su humedad, los gemidos ahogados de Lucía mordiéndose el labio. Luego empecé a follarla despacio, embestidas profundas que la hacían temblar, mi polla saliendo casi del todo para volver a entrar, rozando su punto G cada vez.

La cogida se volvió un ritual morboso: la puse de rodillas en el sillón, arrodillado detrás de ella, follándola por detrás mientras le agarraba las coletas como riendas, tirando suave para arquear su espalda. Mi polla entraba y salía lenta, el sonido chapoteante de sus jugos mezclado con mis pelotas golpeando su culo. Le metí un dedo en el ano virgen, despacio, sintiendo cómo se contraía, mientras la follaba más profundo. Lucía gritaba “papá… más… fóllame el coñito…”, corriéndose una vez con chorros que empapaban el sillón, su coño apretándome la polla como un puño.

La giré de misionero, sus piernas abiertas alrededor de mí, follándola lento mientras la besaba, lengua contra lengua, mordisqueándole los pezones hasta que se pusieron rojos. Aceleré poco a poco, embestidas más fuertes pero controladas, sintiendo mi polla hincharse dentro de ella. Lucía se corrió dos veces más, arañándome la espalda, sus jugos chorreando por mis pelotas. Finalmente, no aguanté: me corrí dentro de ella con un rugido, espasmos brutales, semen espeso y caliente llenándola hasta rebosar, goteando por sus muslos mientras temblábamos juntos.

Nos quedamos dormidos así, exhaustos, desnudos en el sillón, con su cabeza en mi regazo y mi polla flácida rozándole la mejilla, semen seco en su coño.

Me desperté a las 2 AM, con la TV todavía en dibujitos. Lucía dormía plácidamente, su boca a centímetros de mi verga. Cambié el canal a porno –un canal de pago que Ana todavía tenía: una chica joven follada por un hombre mayor, gemidos llenando la habitación. Mi polla creció al instante, dura y latiendo, la cabeza rozando los labios de Lucía, dejando una gota de precum en su comisura.

Acaricié su cabeza suavemente, las coletas suaves bajo mis dedos, y empujé la polla contra su boca entreabierta, rozando los labios rosados. Ella abrió los ojos, sonrió con picardía y murmuró:

—Papá… déjame probar tu néctar… lo quiero todo.

Me dio una mamada increíble: empezó lento, lamiendo la cabeza hinchada en círculos con la lengua, saboreando el precum salado, luego bajando por el tronco venoso, chupando las venas latiendo. Se la metió despacio en la boca, la garganta apretándome, sin arcadas, las coletas perfectas para agarrar y guiar su cabeza arriba y abajo. Gemí como un animal, follándole la boca torturantemente lento, sintiendo su saliva chorreando por mis pelotas, su lengua jugando con el frenillo sensible. Aceleró poco a poco, chupando con succión fuerte, una mano masajeando mis huevos hinchados. Me corrí con espasmos brutales, semen saliendo a chorros calientes que ella bebió todo, lamiendo cada gota con una sonrisa, tragando audiblemente.

Justo cuando acabé, sonó un WhatsApp de Ana: “Disculpas por la tardanza, esto se puso muy largo… llego en 10 min”.

Pánico. Nos vestimos a las corridas, Lucía limpiando el semen del sillón con una toalla, yo acomodando la tele en un canal normal. Ella me dio un beso rápido y salió corriendo a su cuarto: “Buenas noches, papá… hasta el martes 😘”.

Salí justo a tiempo para ver un auto negro deportivo y caro –un BMW tuneado– frenando violento frente a la casa, música electrónica a todo volumen. Dentro había 4 o 5 hombres gritando y riendo, borrachos. De la puerta de atrás salió un joven de unos 25, grande y musculoso, con tatuajes en los brazos. Luego salió Ana, completamente desalineada: tacones en la mano, el pelo revuelto, el maquillaje corrido. Lo besó en la boca con lengua, acariciándole la polla por encima del pantalón mientras se despedía: “Hasta la próxima, guapo…”.

Miré atónito desde la acera. Ana caminó hacia la puerta zigzagueando por el alcohol, apenas pudiendo cerrar las piernas –como si la hubieran follado duro–, el vestido corrido dejando ver moretones en los muslos y semen seco en las piernas.

Al verme, sonrió como si nada:

—Gracias, amor… no sabes cómo necesitaba esto. Recuerda que puedes venir a beber cuando quieras, aún tengo una botella de tu whisky.

Se metió en la casa tambaleándose.

El auto arrancó con las gomas chirreando, los tipos gritando por la ventana: “¡Menuda puta tienes, cornudo!” y “¡A ver cuándo nos presentas a tu hija!” entre risas y gestos obscenos.

Me subí al Golf con la cabeza dando vueltas. ¿Qué coño acababa de pasar?

Continuará?
 
Capítulo 6

Llegué a las 22:05 embalado como nunca.
En el bolsillo llevaba la caja de condones XL, el lubricante y la pastilla azul ya tomada en el coche. La polla me latía tan fuerte que dolía dentro del vaquero.

Vanessa abrió la puerta con una sonrisa distinta, más fría, más cruel.

—Puntual como siempre, papi… pero hoy pasa y siéntate. Hoy la nena ensaya con su pareja profesional para la muestra del festival. Tú eres el público privilegiado.

Me señaló una silla solitaria en el centro del probador grande, frente al espejo gigante. Me senté sin entender nada, la erección marcándose obscenamente.

Lucía bajó primero.
Llevaba un conjunto nuevo: top negro cortito que apenas le tapaba los pezones y un shortcito de lycra gris tan ajustado que se le transparentaba el tanga rojo debajo. El pelo suelto, labios rojos, mirada desafiante. Me guiñó un ojo y se mordió el labio al ver el bulto en mis pantalones.

Vanessa se colocó al lado del equipo de música y sonrió.

—Y ahora… el partenaire estrella.

Entró él.
El mismo pibe del BMW del sábado.
Alto, moreno, musculoso, camiseta negra ajustada, pantalón de chándal gris que no dejaba nada a la imaginación: el bulto era monstruoso, colgando pesado, marcándose cada centímetro incluso blando. Sonrió con esa arrogancia de quien sabe que tiene todo lo que a mí me falta.

—Buenas noches, Rubén —dijo con voz grave, mirándome fijo—. Ana me habló mucho de vos… y de tu hija.

Lucía se rió nerviosa y se puso a su lado. Vanessa puso la música: un reggaetón lento y sucio.

Empezaron a bailar.
Y no era baile. Era sexo con ropa.
Él la agarraba por las caderas, la pegaba contra su paquete, ella se arqueaba, le rozaba el culo contra esa polla que se iba hinchando a la vista de todos. Perreo puro, lento, obsceno. Vanessa los “corrigía”: le metía la mano por debajo del short a Lucía, le acomodaba las tetas, le pellizcaba los pezones. Al pibe le bajaba un poco el pantalón “para que se mueva mejor” y le rozaba el bulto con disimulo.

Cada dos minutos Vanessa se acercaba a mí, se agachaba para “recoger feedback del público” y me susurraba al oído mientras me apretaba la polla por encima del pantalón:

—Mira qué grande se le pone, Rubén… tu hija ya está empapada.
Esa polla es el doble de la tuya y todavía no está dura del todo.
¿Te gusta ver cómo tu nena se frota contra un hombre de verdad?
Pobre cornudo… trajiste condones XL y los va a usar otro.

Yo gemía bajito, la pastilla me tenía la polla al rojo vivo, goteando dentro del vaquero.

El ensayo terminó con Lucía de rodillas frente a él, simulando un final de coreo, la cara a centímetros de ese bulto ahora completamente duro y marcándose como una serpiente bajo la tela.

Vanessa dio una palmada.

—Perfecto. Lucía, al vestuario a refrescarte. Tú —señaló al pibe— venís conmigo.

Lucía salió corriendo, colorada y jadeando.

El pibe se acercó a mí con Vanessa al lado. Sonriendo con malicia.

—Che, Rubén… Ana me dijo que eras un tipo generoso. ¿Me prestás los condones y el lubricante que trajiste? Los voy a necesitar más que vos.

Vanessa se rió, me apretó la nuca.

—Dale, papi… sé buen anfitrión.

Humillado, saqué la caja y el bote del bolsillo y se los entregué con manos temblorosas.

—Buen chico —dijo el pibe, dándome una palmada en la espalda—. Gracias por el material… y por la nena.

Se fue al vestuario.

Vanessa me arrastró a la oficina, encendió la TV.

En pantalla: Lucía ya de rodillas en el vestuario, el pantalón del pibe bajado, esa polla monstruosa (sin condón todavía) entrando y saliendo de su boca. Le llegaba hasta la garganta, las lágrimas corriéndole por las mejillas, pero los ojos brillando de placer puro.

Vanessa se sentó a mi lado, me bajó la cremallera y empezó a pajearme lento, cruel.

—Mira cómo se la come, Rubén… tu hija tragándose la misma polla que se folló a tu ex el sábado.
Esa verga es de hombre, no como la tuya de cornudo viejo…

En pantalla, el pibe le untó lubricante en el culo a Lucía, la puso a cuatro patas mirando a cámara y empezó a metérsela por detrás. Lucía gritaba, lloraba, gemía “más… más…”, las lágrimas de placer y dolor mezclándose mientras él la sodomizaba sin piedad.

Yo me corrí en seco en la mano de Vanessa, chorros y chorros sin tocarme casi, la polla latiendo gracias a la pastilla, sin bajar ni un milímetro.

Vanessa se lamió los dedos y se rió.

—Pobre cornudo… ni con viagra aguantás.

Salimos al pasillo. Lucía y el pibe ya estaban vestidos, ella caminando raro, sonriendo con la cara destrozada de maquillaje. Los tres me miraron y se rieron cómplices. Lucía se acercó, me acarició la mejilla con ternura.

—Gracias por los condones, papá… los usó todos.

Subimos al Golf. Los dejé primero al pibe (que me guiñó un ojo al bajar) y luego a ellas en casa de Ana.

Ana abrió la puerta en bata corta, feliz, el pelo todavía húmedo de ducha.

—Gracias por traerlos, amor… —me dijo, y antes de cerrar me hizo los cuernitos con los dedos y se rió descarada.

La puerta se cerró.

Yo me quedé en el coche, la polla todavía dura como piedra dentro del pantalón manchado, la cabeza dándome vueltas.

Y me pajeé ahí mismo, en la calle, corriéndome otra vez pensando en lo que acababa de pasar.

Ya no era el padre.

Era el cornudo oficial.

Y nunca había estado tan excitado.
 
Capítulo 6

Llegué a las 22:05 embalado como nunca.
En el bolsillo llevaba la caja de condones XL, el lubricante y la pastilla azul ya tomada en el coche. La polla me latía tan fuerte que dolía dentro del vaquero.

Vanessa abrió la puerta con una sonrisa distinta, más fría, más cruel.

—Puntual como siempre, papi… pero hoy pasa y siéntate. Hoy la nena ensaya con su pareja profesional para la muestra del festival. Tú eres el público privilegiado.

Me señaló una silla solitaria en el centro del probador grande, frente al espejo gigante. Me senté sin entender nada, la erección marcándose obscenamente.

Lucía bajó primero.
Llevaba un conjunto nuevo: top negro cortito que apenas le tapaba los pezones y un shortcito de lycra gris tan ajustado que se le transparentaba el tanga rojo debajo. El pelo suelto, labios rojos, mirada desafiante. Me guiñó un ojo y se mordió el labio al ver el bulto en mis pantalones.

Vanessa se colocó al lado del equipo de música y sonrió.

—Y ahora… el partenaire estrella.

Entró él.
El mismo pibe del BMW del sábado.
Alto, moreno, musculoso, camiseta negra ajustada, pantalón de chándal gris que no dejaba nada a la imaginación: el bulto era monstruoso, colgando pesado, marcándose cada centímetro incluso blando. Sonrió con esa arrogancia de quien sabe que tiene todo lo que a mí me falta.

—Buenas noches, Rubén —dijo con voz grave, mirándome fijo—. Ana me habló mucho de vos… y de tu hija.

Lucía se rió nerviosa y se puso a su lado. Vanessa puso la música: un reggaetón lento y sucio.

Empezaron a bailar.
Y no era baile. Era sexo con ropa.
Él la agarraba por las caderas, la pegaba contra su paquete, ella se arqueaba, le rozaba el culo contra esa polla que se iba hinchando a la vista de todos. Perreo puro, lento, obsceno. Vanessa los “corrigía”: le metía la mano por debajo del short a Lucía, le acomodaba las tetas, le pellizcaba los pezones. Al pibe le bajaba un poco el pantalón “para que se mueva mejor” y le rozaba el bulto con disimulo.

Cada dos minutos Vanessa se acercaba a mí, se agachaba para “recoger feedback del público” y me susurraba al oído mientras me apretaba la polla por encima del pantalón:

—Mira qué grande se le pone, Rubén… tu hija ya está empapada.
Esa polla es el doble de la tuya y todavía no está dura del todo.
¿Te gusta ver cómo tu nena se frota contra un hombre de verdad?
Pobre cornudo… trajiste condones XL y los va a usar otro.

Yo gemía bajito, la pastilla me tenía la polla al rojo vivo, goteando dentro del vaquero.

El ensayo terminó con Lucía de rodillas frente a él, simulando un final de coreo, la cara a centímetros de ese bulto ahora completamente duro y marcándose como una serpiente bajo la tela.

Vanessa dio una palmada.

—Perfecto. Lucía, al vestuario a refrescarte. Tú —señaló al pibe— venís conmigo.

Lucía salió corriendo, colorada y jadeando.

El pibe se acercó a mí con Vanessa al lado. Sonriendo con malicia.

—Che, Rubén… Ana me dijo que eras un tipo generoso. ¿Me prestás los condones y el lubricante que trajiste? Los voy a necesitar más que vos.

Vanessa se rió, me apretó la nuca.

—Dale, papi… sé buen anfitrión.

Humillado, saqué la caja y el bote del bolsillo y se los entregué con manos temblorosas.

—Buen chico —dijo el pibe, dándome una palmada en la espalda—. Gracias por el material… y por la nena.

Se fue al vestuario.

Vanessa me arrastró a la oficina, encendió la TV.

En pantalla: Lucía ya de rodillas en el vestuario, el pantalón del pibe bajado, esa polla monstruosa (sin condón todavía) entrando y saliendo de su boca. Le llegaba hasta la garganta, las lágrimas corriéndole por las mejillas, pero los ojos brillando de placer puro.

Vanessa se sentó a mi lado, me bajó la cremallera y empezó a pajearme lento, cruel.

—Mira cómo se la come, Rubén… tu hija tragándose la misma polla que se folló a tu ex el sábado.
Esa verga es de hombre, no como la tuya de cornudo viejo…

En pantalla, el pibe le untó lubricante en el culo a Lucía, la puso a cuatro patas mirando a cámara y empezó a metérsela por detrás. Lucía gritaba, lloraba, gemía “más… más…”, las lágrimas de placer y dolor mezclándose mientras él la sodomizaba sin piedad.

Yo me corrí en seco en la mano de Vanessa, chorros y chorros sin tocarme casi, la polla latiendo gracias a la pastilla, sin bajar ni un milímetro.

Vanessa se lamió los dedos y se rió.

—Pobre cornudo… ni con viagra aguantás.

Salimos al pasillo. Lucía y el pibe ya estaban vestidos, ella caminando raro, sonriendo con la cara destrozada de maquillaje. Los tres me miraron y se rieron cómplices. Lucía se acercó, me acarició la mejilla con ternura.

—Gracias por los condones, papá… los usó todos.

Subimos al Golf. Los dejé primero al pibe (que me guiñó un ojo al bajar) y luego a ellas en casa de Ana.

Ana abrió la puerta en bata corta, feliz, el pelo todavía húmedo de ducha.

—Gracias por traerlos, amor… —me dijo, y antes de cerrar me hizo los cuernitos con los dedos y se rió descarada.

La puerta se cerró.

Yo me quedé en el coche, la polla todavía dura como piedra dentro del pantalón manchado, la cabeza dándome vueltas.

Y me pajeé ahí mismo, en la calle, corriéndome otra vez pensando en lo que acababa de pasar.

Ya no era el padre.

Era el cornudo oficial.

Y nunca había estado tan excitado.
Mmmm ahora si que esto se pone guapo!
 
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