yo-mismo
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Continua?Por supuesto que es un JUEGO! Es una fantasía!
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Continua?Por supuesto que es un JUEGO! Es una fantasía!
claro que si, necesito una buena pajaContinua?
Estamos igualclaro que si, necesito una buena paja
Mmmm ahora si que esto se pone guapo!Capítulo 6
Llegué a las 22:05 embalado como nunca.
En el bolsillo llevaba la caja de condones XL, el lubricante y la pastilla azul ya tomada en el coche. La polla me latía tan fuerte que dolía dentro del vaquero.
Vanessa abrió la puerta con una sonrisa distinta, más fría, más cruel.
—Puntual como siempre, papi… pero hoy pasa y siéntate. Hoy la nena ensaya con su pareja profesional para la muestra del festival. Tú eres el público privilegiado.
Me señaló una silla solitaria en el centro del probador grande, frente al espejo gigante. Me senté sin entender nada, la erección marcándose obscenamente.
Lucía bajó primero.
Llevaba un conjunto nuevo: top negro cortito que apenas le tapaba los pezones y un shortcito de lycra gris tan ajustado que se le transparentaba el tanga rojo debajo. El pelo suelto, labios rojos, mirada desafiante. Me guiñó un ojo y se mordió el labio al ver el bulto en mis pantalones.
Vanessa se colocó al lado del equipo de música y sonrió.
—Y ahora… el partenaire estrella.
Entró él.
El mismo pibe del BMW del sábado.
Alto, moreno, musculoso, camiseta negra ajustada, pantalón de chándal gris que no dejaba nada a la imaginación: el bulto era monstruoso, colgando pesado, marcándose cada centímetro incluso blando. Sonrió con esa arrogancia de quien sabe que tiene todo lo que a mí me falta.
—Buenas noches, Rubén —dijo con voz grave, mirándome fijo—. Ana me habló mucho de vos… y de tu hija.
Lucía se rió nerviosa y se puso a su lado. Vanessa puso la música: un reggaetón lento y sucio.
Empezaron a bailar.
Y no era baile. Era sexo con ropa.
Él la agarraba por las caderas, la pegaba contra su paquete, ella se arqueaba, le rozaba el culo contra esa polla que se iba hinchando a la vista de todos. Perreo puro, lento, obsceno. Vanessa los “corrigía”: le metía la mano por debajo del short a Lucía, le acomodaba las tetas, le pellizcaba los pezones. Al pibe le bajaba un poco el pantalón “para que se mueva mejor” y le rozaba el bulto con disimulo.
Cada dos minutos Vanessa se acercaba a mí, se agachaba para “recoger feedback del público” y me susurraba al oído mientras me apretaba la polla por encima del pantalón:
—Mira qué grande se le pone, Rubén… tu hija ya está empapada.
Esa polla es el doble de la tuya y todavía no está dura del todo.
¿Te gusta ver cómo tu nena se frota contra un hombre de verdad?
Pobre cornudo… trajiste condones XL y los va a usar otro.
Yo gemía bajito, la pastilla me tenía la polla al rojo vivo, goteando dentro del vaquero.
El ensayo terminó con Lucía de rodillas frente a él, simulando un final de coreo, la cara a centímetros de ese bulto ahora completamente duro y marcándose como una serpiente bajo la tela.
Vanessa dio una palmada.
—Perfecto. Lucía, al vestuario a refrescarte. Tú —señaló al pibe— venís conmigo.
Lucía salió corriendo, colorada y jadeando.
El pibe se acercó a mí con Vanessa al lado. Sonriendo con malicia.
—Che, Rubén… Ana me dijo que eras un tipo generoso. ¿Me prestás los condones y el lubricante que trajiste? Los voy a necesitar más que vos.
Vanessa se rió, me apretó la nuca.
—Dale, papi… sé buen anfitrión.
Humillado, saqué la caja y el bote del bolsillo y se los entregué con manos temblorosas.
—Buen chico —dijo el pibe, dándome una palmada en la espalda—. Gracias por el material… y por la nena.
Se fue al vestuario.
Vanessa me arrastró a la oficina, encendió la TV.
En pantalla: Lucía ya de rodillas en el vestuario, el pantalón del pibe bajado, esa polla monstruosa (sin condón todavía) entrando y saliendo de su boca. Le llegaba hasta la garganta, las lágrimas corriéndole por las mejillas, pero los ojos brillando de placer puro.
Vanessa se sentó a mi lado, me bajó la cremallera y empezó a pajearme lento, cruel.
—Mira cómo se la come, Rubén… tu hija tragándose la misma polla que se folló a tu ex el sábado.
Esa verga es de hombre, no como la tuya de cornudo viejo…
En pantalla, el pibe le untó lubricante en el culo a Lucía, la puso a cuatro patas mirando a cámara y empezó a metérsela por detrás. Lucía gritaba, lloraba, gemía “más… más…”, las lágrimas de placer y dolor mezclándose mientras él la sodomizaba sin piedad.
Yo me corrí en seco en la mano de Vanessa, chorros y chorros sin tocarme casi, la polla latiendo gracias a la pastilla, sin bajar ni un milímetro.
Vanessa se lamió los dedos y se rió.
—Pobre cornudo… ni con viagra aguantás.
Salimos al pasillo. Lucía y el pibe ya estaban vestidos, ella caminando raro, sonriendo con la cara destrozada de maquillaje. Los tres me miraron y se rieron cómplices. Lucía se acercó, me acarició la mejilla con ternura.
—Gracias por los condones, papá… los usó todos.
Subimos al Golf. Los dejé primero al pibe (que me guiñó un ojo al bajar) y luego a ellas en casa de Ana.
Ana abrió la puerta en bata corta, feliz, el pelo todavía húmedo de ducha.
—Gracias por traerlos, amor… —me dijo, y antes de cerrar me hizo los cuernitos con los dedos y se rió descarada.
La puerta se cerró.
Yo me quedé en el coche, la polla todavía dura como piedra dentro del pantalón manchado, la cabeza dándome vueltas.
Y me pajeé ahí mismo, en la calle, corriéndome otra vez pensando en lo que acababa de pasar.
Ya no era el padre.
Era el cornudo oficial.
Y nunca había estado tan excitado.
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