Madre e Hijo en el Vestidor

Lilith Duran

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10 Oct 2025
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Carla se encontraba en su habitación cuando sintió que alguien la estaba mirando. Se alarmó al momento y a la velocidad del rayo, se dio la vuelta esperando que no fuera su marido.

—¡Joder, Mateo…! Eres tú —dijo al ver a su hijo pudiendo resoplar tranquila.

—¿Qué haces? —preguntó entrando a la habitación.

—Nada.

La mujer siguió subida a la silla, colocando un pequeño aparato en una de las estanterías, sin reparar siquiera en que su hijo continuaba con los ojos fijos en ella.

—Ese cubo… ¿Es un adorno o qué es?

—¡Cállate, Mateo! —le cortó con frialdad.

—Tan amable como siempre…

El joven observó en silencio como su madre descendía de la silla y la colocaba en su lugar, aunque más atención puso en los leggins que usaba en el gimnasio y que ya vestía. Carla sacó el móvil e hizo unas comprobaciones, al tiempo que Mateo se acercó por su espalda y trató de curiosear por encima de ella.

—No mires —le volvió a decir con el mismo tono seco de siempre. Con un gesto, escondió su móvil, aunque el chico ya lo había visto.

—¿Se nos ve a nosotros? ¿No habrás puesto una cámara?

—De verdad, hijo, cállate —volvió a sugerirle la madre con malas formas. Al terminar de configurar el móvil, añadió—. Ya está… ¡Hijo de puta…! No te escapas.

—¿¡No iras a espiar a papá!?

—Pues sí, Mateo. Sí que lo voy a hacer, ¿algún problema? —Carla se dio la vuelta encarando a su hijo que le sacaba una cabeza y un cuerpo lleno de músculos.

—No es muy ético.

—Hijo, sabes de sobra que tu padre me la pega con otra. Déjate de tonterías. Le he pillado el móvil y como nos íbamos a ir al gimnasio, va a venir con su zorra.

—¿Y qué pretendes? ¿Enseñar el video en el juicio por el divorcio? —a Mateo nunca le había gustado la idea de la separación de sus padres. Sin embargo, sabía que era muy difícil hacerles cambiar de opinión, en especial, a Carla.

—Chico listo, te pareces menos a tu padre de lo que pensaba. Ahora, de esto ni una palabra, que tienes una bocaza…

—Mamá, algún día podrías ser un poco más agradable…

Desde hacía años que su madre era así de cínica y un poco insoportable. Seguramente, debido a la inestabilidad de su relación y diversos factores, los cuales no le daban motivos para justificar su comportamiento.

—Sí, sí, sí… algún día… bueno, vamos al gimnasio. Mucho te quejas de mí, pero mira que bien lo pasamos yendo a entrenar.

Mateo había decidido apuntarse al mismo gimnasio de su madre por varias razones. Una, porque el descuento familiar que les hacían era bastante elevado. Dos, porque pretendía pasar más tiempo con su madre y estrechar lazos. Y última, aunque algo más secreta y que nadie conocía, porque ver a Carla en sus ropas de entrenamiento le ponía demasiado.

La mujer anduvo hasta el vestidor, mientras la coleta morena y bien apretada le danzaba en el aire. Con sus veinte años recién cumplidos, el chico no dudó en mirar con descaro, el espléndido trasero de su madre cuarentona se mecía de manera hipnótica.

Carla tenía un buen cuerpo, unos generosos pechos y un vientre firme después de tres años entrenando. Sin embargo, lo que a Mateo le revolvía todo el cuerpo, era su trasero. Aquellas dos nalgas esculpidas en mármol por el mismo Miguel Ángel le hacían perder el norte, no creía que hubiera uno mejor.

No era capaz de comprender, como su padre elegía a otras mujeres en vez de a su madre. Era cierto que los años habían pasado y ya no era la misma mujer que en las fotos de su juventud, pero se mantenía bella. Pero su progenitor, últimamente, se inclinaba por frutos más verdes y no hacía caso a la madura que tenía en casa.

La mujer cogió la mochila que guardaba en el amplio vestidor. Se echó un vistazo en el espejo y se vio preciosa, tal como era. El leggins de diferentes colores le hacía unas piernas perfectas, sumado a que la camiseta deportiva dejaba al aire su vientre plano y le otorgaba una preciosa silueta a sus pechos. ¡Estaba espectacular!

Pensó en Paul, su joven profesor de fitness. Esperaba verle y que le dedicara esas miradas tan lascivas que la humedecían la parte más íntima de su anatomía. Era un chico tan joven como su hijo mayor y como le ponía cuando la corregía, ese momento en que la tocaba… ¡Qué ganas tenía de divorciarse para darle un buen viaje…!

La mujer dio la vuelta después de admirarse y vio a su hijo plantado frente a ella. Le miró de arriba abajo, el rostro del joven tenía una gota de sudor por el calor de verano que le cruzaba un rostro muy serio.

—¿Qué? —preguntó con el tono más frío que pudo.

—¿No vas a dejar de tratarme así nunca? —Mateo parecía realmente enfadado.

La temperatura aquel día era inaguantable y en el vestidor, con tanta ropa, aumentaba de forma exponencial. A Carla le comenzaba a incomodar tanto el calor, como la pregunta.

—¿De qué te quejas? Yo te trato bien.

—Desde hace tiempo eres una borde, una desagradecida y de dar cariño… de eso ni hablamos —al chico le dio por soltar lo que mantenía retenido desde tiempo atrás.

—Vale, muy bien. Todo lo que quieras. Pero ahora no es momento de hablar de esto, va a venir tu padre. ¡Vámonos!

—Es que ni siquiera quieres hablarlo con él, te has cerrado en banda desde hace años. No sé qué es lo que te picó y porque cambiaste, pero que, últimamente, das asco.

—¡No me hables así que soy tu madre, niñato! —Carla no permitía que nadie la hablara mal, menos sus hijos. Alzó su dedo índice amenazante y lo puso al ras de la cara del muchacho.

—Todo esto lo estás tomando como una venganza personal y parece que es contra toda la familia, hasta Manu, que siempre te ha defendido, empieza a pensar como yo.

De sus dos hijos, Manu era el pequeño, el que siempre la había apoyado pese a sus malos modos. Carla era consciente de que llevaba unos años muy malos. Desde la muerte de sus padres todo había cambiado y ahora, con el estrés del trabajo, los niños y los recientes cuernos de su marido, estaba horrible… ¡Ni sexo tenía!

—Mira, Mateo. Lo hablamos de camino al gimnasio, pero vámonos… ¡¡YA!!

Pese al mandato de su madre, el joven no se movió. Se había inflado de valor para soltarle esas palabras y ahora, no se quería quedar a medias, ¡ni de broma!

—Es cierto que papá ahora tiene su parte de culpa, pero es que con tus actos has perdido toda la razón. ¿Qué iba a hacer si hace años que no dedicas una palabra bonita a nadie? Ni una mirada, ni un gesto, nada. Veo hasta lógico el camino que ha cogido papá. Ni te dejas ayudar, ni ayudas… nada… ¡Solo das por culo…!

—Mateo, como vuelvas a decir algo así te enteras. ¡¡VÁ-MO-NOS!!

—Mamá, —sacó fuerzas de donde no había y se dispuso a decir lo que pensaba a la cara de la culpable— esta familia… la has jodido tú.

Un brazo cortó el aire y después, un sonido seco resonó en la habitación. Carla pegó a sus hijos una o dos veces en el culo cuando había sido realmente necesario. Pero ese tortazo, voló con todo el odio reprimido que sentía hacia el mundo en general.

Mateo giró el rostro del impacto y su mejilla izquierda se coloró al instante. Notó un calor que aumentaba sin parar y una tristeza por ver lo desquiciada que estaba su madre.

—¡Mierda…! —Carla se sintió culpable al segundo. Se llevó las manos al rostro y añadió— Lo siento, Mateo. Me has sacado de mis casillas, lo siento mucho. Pero te lo había avisado, es también culpa tuya.

—Sí… la tendré merecida, —aún con la mano en el rostro, siguió— pero no retiro lo dicho.

Los dos se quedaron mirándose con pena. Carla se percató de que perdía a su hijo mayor, al que había sido la luz de sus ojos durante tantos años. En cambio, lo que veía el chico era que su madre se alejaba cada vez, imaginándose un futuro donde tendría que explicar por qué no se hablaba con su progenitora ni sabía de ella.

—Vamos al coche y hablamos por el camino, ¿te parece? —el tono de Carla había mutado a uno más cordial.

—Vete tú en coche. Prefiero ir andando.

El joven se dio la vuelta y la madre trató de pararlo, pero como de costumbre, se quedó quieta, dejando que las cosas sucedieran sin intervenir, mala decisión.

Cogió la mochila y siguió los pasos que su primogénito dejaba en la alfombra. Su niño, cada vez era más grande, le había educado bien, pero, en ese momento, se dio cuenta del error que había cometido estos últimos años odiando a todo el mundo.

Con decisión y sin meditarlo, anduvo con veloces pasos hasta la puerta por donde iba a salir. Le dio la vuelta con fuerza asiéndole del hombro, quizá con demasiada brusquedad, no mostraba cariño ni en esas. Contempló los ojos de su hijo, queriendo soltar de una vez toda la mierda que tenía dentro.

—Escucha, Mateo…

Un ruido la sacó de su conversación, la puerta de casa se había abierto y estaba seguro de quién era. Aguardando en un silencio sepulcral, esperó por ver que sucedía con su hijo delante.

—¿Qué pasa? —susurró Mateo mientras Carla trataba de ponerle la mano en la boca.

El sonido de una amistosa charla llegó hasta sus oídos, estaba claro quiénes eran, su marido había llegado con… “Su amiga”.

Cogió de la mano al joven y con fuerza, tiró de él hasta meterlo en el vestidor. Asió la llave y le dio vueltas a la cerradura para quedar encerrados dentro del lugar. El joven no daba crédito a lo que pasaba.

Mateo fue a decir algo, a preguntar qué estaba haciendo, si se había vuelto loca. Sin embargo, antes de nada, Carla le empujó a lo más profundo del pequeño habitáculo donde los abrigos los escondieron.

—Es tu padre… ¡Cállate! —le susurró con esa voz autoritaria.

La mujer sacó su móvil y lo encendió entre los abrigos, Mateo observó con curiosidad que, en la pantalla, aparecía la habitación de sus padres. Acto seguido, dos personas acarameladas entraron, no había duda… su padre con una jovencita que quizá rondaría su misma edad. ¡Alucinante!

—¡Sal y diles algo! —murmuró el muchacho.

—No. Deja que se lo pase bien, con esto tengo el divorcio ganado.

—¿Qué vamos a estar aquí hasta que acaben? ¡Hace un calor de mil demonios!

—¡Cállate, Mateo, joder! Nos van a escuchar…

Pasaron los primeros minutos pegados al móvil y, al principio, los besos de la pareja les provocaron repulsión. Pero cuando la pasión les comenzó a envolver, se dieron cuenta de que no podían quitar la vista de la pantalla.

—No la chupa mal… Nada mal… —fue Mateo el que rompió el silencio con la sangre caliente.

—¡Hijo, que es tu padre…! —respondió Carla por decir algo.

—Ya, pero ella no. —miró a su madre y una duda comenzó a sugerirle, la cual no se cayó, no tenía por qué— ¿Tú le has puesto los cuernos?

Los ojos de Carla proyectaron una mirada asesina sobre su hijo que no separó la vista. El muy descarado todavía esperaba una respuesta.

—¡Claro que no! —respondió con indignación— ¿Quién te crees que soy yo?

—Pues pensaba que te tirabas al chaval del gimnasio…

—¡Mateo, la hostia! ¡Qué no me hables así, soy tu madre! —le replicó entre susurros— Además, ¡qué ostias me voy a tirar yo a Paul…!

—Qué rápido has pensado en él. —el joven apoyó la cabeza en la pared— ¿Lo has hecho o solo te lo has imaginado?

—No tengo por qué contestarte, la vida sexual de tu madre es irrelevante y… ¡Silencio! —no estaba enfadada, solo quería que se callara.

—O sea que sí. —Carla le pellizcó el brazo con un rostro de ira tratando de hacerle daño

—He dicho que no, y no te metas en mi vida privada. ¿Qué más te da con quién estoy yo? Mira tu padre que bien lo pasa y no veo que te quejes.

—Ya, pero mi madre es diferente.

Carla le observó en la parcial oscuridad del vestidor, aunque era una frase extraña, tenía cierta lógica. Ella había sido su mundo, su todo durante tantos años. No se había parado a reflexionar sobre lo que pensarían sus hijos de la separación y como les afectaría.

—Claro… —quiso bromear o soltar una puja para hacer desaparecer la mala sensación que anidaba en su vientre— ¿Quisiste venir al gimnasio conmigo para asegurarte de que no ligaba?

—No. Qué va… Fue por otro motivo.

Mateo miró a la pantalla, contemplando como, en la cama de sus padres, una joven tomaba el puesto de su madre y hacía gozar a su progenitor. Recordó el motivo sin quitar la vista. En un principio, lo había hecho para pasar más tiempo con ella, para ser más cercanos y también, porque después de verla tanto tiempo con esas telas… cada vez le ponía más.

Había pensado que sería una época, una simple racha de obsesión con su joven madre, pero esa llama pasional había continuado sin apagarse. Volvió la vista a Carla, que le esperaba con paciencia para escucharle. ¿Qué le debería decir?

—Lo hice para pasar más tiempo contigo.

—¡Vaya…! Yo… no lo sabía… —le pilló por sorpresa la respuesta.

Ambos callaron y siguieron mirando la película del móvil que cada vez se iba calentando más. Llegó a un punto que, el padre de Mateo, colocó a la muchacha a cuatro patas y comenzó a propinarle una fuerte penetración. Los gritos se escucharon a través de la puerta de madera y, aunque ninguno lo admitiría, la situación les ponía cachondos.

—Esto se está volviendo muy violento… —comentó Carla, sin saber por qué le calentaba tanto.

Mateo se pasó la mano por la cabeza quitándose el sudor y, en un movimiento más que lógico, se arrebató la camiseta. Era igual que estar dentro de un brasero. Allí dentro, entre los abrigos y con todo el calor de la tarde, superarían los 40 grados.

La mujer no se resistió a mirar cómo el torso pulido de su hijo emergía. Estaba húmedo, con gotas de sudor que caían por unos pectorales marcados y unos abdominales durísimos trabajados durante años.

Un repentino escalofrío le recorrió el cuerpo. Su mente le había llevado a donde ese chico que se llamaba Paul, pero… no poseía un cuerpo tan bien formado como el de Mateo. Retiró sus ojos con intención de mirar solo el teléfono y allí, contempló las duras penetraciones que su marido le hacía antes a ella. Un picor muy conocido nacido en su entrepierna estaba aflorando, porque… hacía tanto que no le daban de eso…

—Mejor dejamos de verlo —dijo en voz baja Mateo, mientras Carla soltaba una mano del móvil para limpiarse el sudor.

—Sí, será lo mejor. Oye, dime. —la madre tenía una cosa en mente y quería resolverla— ¿Por qué piensas que quiero algo con Paul?

—Te espero todos los días a que salgas. Puedo ver cómo coqueteáis, es muy claro. Cuando te vas, siempre… no falla nuca, siempre te mira el culo cuando te acercas a mí. Es asqueroso.

—¿¡Cuál, mi culo!? —comentó con sorpresa a la vez que se lo señalaba. Sabía de la dureza de su trasero.

—¡No, por dios! Hablo de las miradas y el tonteo que lleváis.

—Bueno…, una todavía es joven. ¿Si tu padre puede no voy a poder yo? —Carla no sabía por dónde iban los tiros.

—Tú puedes, mamá. Eso lo sé, pero no me gusta, es solo eso. Simplemente, ese tío me da mucha rabia.

Ambos deslizaron su espalda por la pared del fondo del vestidor, al mismo tiempo que escuchaban los ecos sexuales de la habitación. Acabaron sentados en el suelo, sin que Carla dejase de darle vueltas a las palabras del joven.

—Para ti… ¿Qué tío no te daría rabia que estuviera conmigo? Aparte de tu padre, claro.

Mateo no la miró, quizá porque le hubiera gustado decir lo que imaginaba cuando estaba solo en su cuarto, “¿Por qué no yo…?”. Todos estos años, el sentimiento de verla como madre, se había alejado. Ahora la emoción que le asaltaba al verla era más como tener a una conocida, tanta lejanía le había hecho aflorar otros sentimientos y… ese culo…, era muy culpable.

—Ninguno, ¿verdad? —se contestó la mujer a sí misma, aunque rápido vio algo que la hizo olvidar todo— ¡¡MATEO!!

La mujer abrió los ojos de par en par y su boca dibujó un círculo de absoluto asombro. Los dos, sentados en el suelo y casi pegados, era imposible no ver en tan pequeño espacio el enorme bulto que sobresalía a su hijo.

El corazón le cabalgó desbocado, puesto que si su intuición no le fallaba, lo que Mateo escondía era algo terriblemente grande. Con toda su fuerza de voluntad, lo señaló con un dedo tembloroso, para que este supiera el motivo de su sorpresa, aunque… no pudo callarse.

—¿¡Estás empalmado!?

El joven miró hacia otro lado y se puso una mano en su entrepierna tratando de ocultarla, aunque al sujetarla, lo único que consiguió era que el pene se notara más. “¡La hostia! Pero… ¿¡Qué tiene este crío ahí!?”, rugió la pregunta en la mente de Carla.

—¿Te has puesto viendo follar a tu padre, cacho guarro?

Mateo que no se había dado cuenta de la erección que se estaba formando en su pene y la miró avergonzado. No había sido por ver a su padre, aunque tener esa película porno en directo, le encendió. Sin embargo, el principal motivo… era otro.

En el vestidor había estado tan cerca de su madre, que con su altura no había parado de otear el escote que esta mostraba. Sumado al calor que hacía dentro y viendo como alguna que otra gota de sudor se escondía entre los montes de la mujer, aquello había sido inevitable.

—No, no es por eso… —logró decir cabizbajo.

“¿¡Qué más da decírselo!?”, meditó el joven con su mano apretando el pene cada vez con más fuerza. “Total, dejó de ser una madre hace tiempo…”, acabó por decidir mientras su padre, al otro lado, hacía que la mujer gritara su nombre con fuerza.

—Es… Es por ti.

CONTINUARÁ...
 

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Carla se encontraba en su habitación cuando sintió que alguien la estaba mirando. Se alarmó al momento y a la velocidad del rayo, se dio la vuelta esperando que no fuera su marido.

—¡Joder, Mateo…! Eres tú —dijo al ver a su hijo pudiendo resoplar tranquila.

—¿Qué haces? —preguntó entrando a la habitación.

—Nada.

La mujer siguió subida a la silla, colocando un pequeño aparato en una de las estanterías, sin reparar siquiera en que su hijo continuaba con los ojos fijos en ella.

—Ese cubo… ¿Es un adorno o qué es?

—¡Cállate, Mateo! —le cortó con frialdad.

—Tan amable como siempre…

El joven observó en silencio como su madre descendía de la silla y la colocaba en su lugar, aunque más atención puso en los leggins que usaba en el gimnasio y que ya vestía. Carla sacó el móvil e hizo unas comprobaciones, al tiempo que Mateo se acercó por su espalda y trató de curiosear por encima de ella.

—No mires —le volvió a decir con el mismo tono seco de siempre. Con un gesto, escondió su móvil, aunque el chico ya lo había visto.

—¿Se nos ve a nosotros? ¿No habrás puesto una cámara?

—De verdad, hijo, cállate —volvió a sugerirle la madre con malas formas. Al terminar de configurar el móvil, añadió—. Ya está… ¡Hijo de puta…! No te escapas.

—¿¡No iras a espiar a papá!?

—Pues sí, Mateo. Sí que lo voy a hacer, ¿algún problema? —Carla se dio la vuelta encarando a su hijo que le sacaba una cabeza y un cuerpo lleno de músculos.

—No es muy ético.

—Hijo, sabes de sobra que tu padre me la pega con otra. Déjate de tonterías. Le he pillado el móvil y como nos íbamos a ir al gimnasio, va a venir con su zorra.

—¿Y qué pretendes? ¿Enseñar el video en el juicio por el divorcio? —a Mateo nunca le había gustado la idea de la separación de sus padres. Sin embargo, sabía que era muy difícil hacerles cambiar de opinión, en especial, a Carla.

—Chico listo, te pareces menos a tu padre de lo que pensaba. Ahora, de esto ni una palabra, que tienes una bocaza…

—Mamá, algún día podrías ser un poco más agradable…

Desde hacía años que su madre era así de cínica y un poco insoportable. Seguramente, debido a la inestabilidad de su relación y diversos factores, los cuales no le daban motivos para justificar su comportamiento.

—Sí, sí, sí… algún día… bueno, vamos al gimnasio. Mucho te quejas de mí, pero mira que bien lo pasamos yendo a entrenar.

Mateo había decidido apuntarse al mismo gimnasio de su madre por varias razones. Una, porque el descuento familiar que les hacían era bastante elevado. Dos, porque pretendía pasar más tiempo con su madre y estrechar lazos. Y última, aunque algo más secreta y que nadie conocía, porque ver a Carla en sus ropas de entrenamiento le ponía demasiado.

La mujer anduvo hasta el vestidor, mientras la coleta morena y bien apretada le danzaba en el aire. Con sus veinte años recién cumplidos, el chico no dudó en mirar con descaro, el espléndido trasero de su madre cuarentona se mecía de manera hipnótica.

Carla tenía un buen cuerpo, unos generosos pechos y un vientre firme después de tres años entrenando. Sin embargo, lo que a Mateo le revolvía todo el cuerpo, era su trasero. Aquellas dos nalgas esculpidas en mármol por el mismo Miguel Ángel le hacían perder el norte, no creía que hubiera uno mejor.

No era capaz de comprender, como su padre elegía a otras mujeres en vez de a su madre. Era cierto que los años habían pasado y ya no era la misma mujer que en las fotos de su juventud, pero se mantenía bella. Pero su progenitor, últimamente, se inclinaba por frutos más verdes y no hacía caso a la madura que tenía en casa.

La mujer cogió la mochila que guardaba en el amplio vestidor. Se echó un vistazo en el espejo y se vio preciosa, tal como era. El leggins de diferentes colores le hacía unas piernas perfectas, sumado a que la camiseta deportiva dejaba al aire su vientre plano y le otorgaba una preciosa silueta a sus pechos. ¡Estaba espectacular!

Pensó en Paul, su joven profesor de fitness. Esperaba verle y que le dedicara esas miradas tan lascivas que la humedecían la parte más íntima de su anatomía. Era un chico tan joven como su hijo mayor y como le ponía cuando la corregía, ese momento en que la tocaba… ¡Qué ganas tenía de divorciarse para darle un buen viaje…!

La mujer dio la vuelta después de admirarse y vio a su hijo plantado frente a ella. Le miró de arriba abajo, el rostro del joven tenía una gota de sudor por el calor de verano que le cruzaba un rostro muy serio.

—¿Qué? —preguntó con el tono más frío que pudo.

—¿No vas a dejar de tratarme así nunca? —Mateo parecía realmente enfadado.

La temperatura aquel día era inaguantable y en el vestidor, con tanta ropa, aumentaba de forma exponencial. A Carla le comenzaba a incomodar tanto el calor, como la pregunta.

—¿De qué te quejas? Yo te trato bien.

—Desde hace tiempo eres una borde, una desagradecida y de dar cariño… de eso ni hablamos —al chico le dio por soltar lo que mantenía retenido desde tiempo atrás.

—Vale, muy bien. Todo lo que quieras. Pero ahora no es momento de hablar de esto, va a venir tu padre. ¡Vámonos!

—Es que ni siquiera quieres hablarlo con él, te has cerrado en banda desde hace años. No sé qué es lo que te picó y porque cambiaste, pero que, últimamente, das asco.

—¡No me hables así que soy tu madre, niñato! —Carla no permitía que nadie la hablara mal, menos sus hijos. Alzó su dedo índice amenazante y lo puso al ras de la cara del muchacho.

—Todo esto lo estás tomando como una venganza personal y parece que es contra toda la familia, hasta Manu, que siempre te ha defendido, empieza a pensar como yo.

De sus dos hijos, Manu era el pequeño, el que siempre la había apoyado pese a sus malos modos. Carla era consciente de que llevaba unos años muy malos. Desde la muerte de sus padres todo había cambiado y ahora, con el estrés del trabajo, los niños y los recientes cuernos de su marido, estaba horrible… ¡Ni sexo tenía!

—Mira, Mateo. Lo hablamos de camino al gimnasio, pero vámonos… ¡¡YA!!

Pese al mandato de su madre, el joven no se movió. Se había inflado de valor para soltarle esas palabras y ahora, no se quería quedar a medias, ¡ni de broma!

—Es cierto que papá ahora tiene su parte de culpa, pero es que con tus actos has perdido toda la razón. ¿Qué iba a hacer si hace años que no dedicas una palabra bonita a nadie? Ni una mirada, ni un gesto, nada. Veo hasta lógico el camino que ha cogido papá. Ni te dejas ayudar, ni ayudas… nada… ¡Solo das por culo…!

—Mateo, como vuelvas a decir algo así te enteras. ¡¡VÁ-MO-NOS!!

—Mamá, —sacó fuerzas de donde no había y se dispuso a decir lo que pensaba a la cara de la culpable— esta familia… la has jodido tú.

Un brazo cortó el aire y después, un sonido seco resonó en la habitación. Carla pegó a sus hijos una o dos veces en el culo cuando había sido realmente necesario. Pero ese tortazo, voló con todo el odio reprimido que sentía hacia el mundo en general.

Mateo giró el rostro del impacto y su mejilla izquierda se coloró al instante. Notó un calor que aumentaba sin parar y una tristeza por ver lo desquiciada que estaba su madre.

—¡Mierda…! —Carla se sintió culpable al segundo. Se llevó las manos al rostro y añadió— Lo siento, Mateo. Me has sacado de mis casillas, lo siento mucho. Pero te lo había avisado, es también culpa tuya.

—Sí… la tendré merecida, —aún con la mano en el rostro, siguió— pero no retiro lo dicho.

Los dos se quedaron mirándose con pena. Carla se percató de que perdía a su hijo mayor, al que había sido la luz de sus ojos durante tantos años. En cambio, lo que veía el chico era que su madre se alejaba cada vez, imaginándose un futuro donde tendría que explicar por qué no se hablaba con su progenitora ni sabía de ella.

—Vamos al coche y hablamos por el camino, ¿te parece? —el tono de Carla había mutado a uno más cordial.

—Vete tú en coche. Prefiero ir andando.

El joven se dio la vuelta y la madre trató de pararlo, pero como de costumbre, se quedó quieta, dejando que las cosas sucedieran sin intervenir, mala decisión.

Cogió la mochila y siguió los pasos que su primogénito dejaba en la alfombra. Su niño, cada vez era más grande, le había educado bien, pero, en ese momento, se dio cuenta del error que había cometido estos últimos años odiando a todo el mundo.

Con decisión y sin meditarlo, anduvo con veloces pasos hasta la puerta por donde iba a salir. Le dio la vuelta con fuerza asiéndole del hombro, quizá con demasiada brusquedad, no mostraba cariño ni en esas. Contempló los ojos de su hijo, queriendo soltar de una vez toda la mierda que tenía dentro.

—Escucha, Mateo…

Un ruido la sacó de su conversación, la puerta de casa se había abierto y estaba seguro de quién era. Aguardando en un silencio sepulcral, esperó por ver que sucedía con su hijo delante.

—¿Qué pasa? —susurró Mateo mientras Carla trataba de ponerle la mano en la boca.

El sonido de una amistosa charla llegó hasta sus oídos, estaba claro quiénes eran, su marido había llegado con… “Su amiga”.

Cogió de la mano al joven y con fuerza, tiró de él hasta meterlo en el vestidor. Asió la llave y le dio vueltas a la cerradura para quedar encerrados dentro del lugar. El joven no daba crédito a lo que pasaba.

Mateo fue a decir algo, a preguntar qué estaba haciendo, si se había vuelto loca. Sin embargo, antes de nada, Carla le empujó a lo más profundo del pequeño habitáculo donde los abrigos los escondieron.

—Es tu padre… ¡Cállate! —le susurró con esa voz autoritaria.

La mujer sacó su móvil y lo encendió entre los abrigos, Mateo observó con curiosidad que, en la pantalla, aparecía la habitación de sus padres. Acto seguido, dos personas acarameladas entraron, no había duda… su padre con una jovencita que quizá rondaría su misma edad. ¡Alucinante!

—¡Sal y diles algo! —murmuró el muchacho.

—No. Deja que se lo pase bien, con esto tengo el divorcio ganado.

—¿Qué vamos a estar aquí hasta que acaben? ¡Hace un calor de mil demonios!

—¡Cállate, Mateo, joder! Nos van a escuchar…

Pasaron los primeros minutos pegados al móvil y, al principio, los besos de la pareja les provocaron repulsión. Pero cuando la pasión les comenzó a envolver, se dieron cuenta de que no podían quitar la vista de la pantalla.

—No la chupa mal… Nada mal… —fue Mateo el que rompió el silencio con la sangre caliente.

—¡Hijo, que es tu padre…! —respondió Carla por decir algo.

—Ya, pero ella no. —miró a su madre y una duda comenzó a sugerirle, la cual no se cayó, no tenía por qué— ¿Tú le has puesto los cuernos?

Los ojos de Carla proyectaron una mirada asesina sobre su hijo que no separó la vista. El muy descarado todavía esperaba una respuesta.

—¡Claro que no! —respondió con indignación— ¿Quién te crees que soy yo?

—Pues pensaba que te tirabas al chaval del gimnasio…

—¡Mateo, la hostia! ¡Qué no me hables así, soy tu madre! —le replicó entre susurros— Además, ¡qué ostias me voy a tirar yo a Paul…!

—Qué rápido has pensado en él. —el joven apoyó la cabeza en la pared— ¿Lo has hecho o solo te lo has imaginado?

—No tengo por qué contestarte, la vida sexual de tu madre es irrelevante y… ¡Silencio! —no estaba enfadada, solo quería que se callara.

—O sea que sí. —Carla le pellizcó el brazo con un rostro de ira tratando de hacerle daño

—He dicho que no, y no te metas en mi vida privada. ¿Qué más te da con quién estoy yo? Mira tu padre que bien lo pasa y no veo que te quejes.

—Ya, pero mi madre es diferente.

Carla le observó en la parcial oscuridad del vestidor, aunque era una frase extraña, tenía cierta lógica. Ella había sido su mundo, su todo durante tantos años. No se había parado a reflexionar sobre lo que pensarían sus hijos de la separación y como les afectaría.

—Claro… —quiso bromear o soltar una puja para hacer desaparecer la mala sensación que anidaba en su vientre— ¿Quisiste venir al gimnasio conmigo para asegurarte de que no ligaba?

—No. Qué va… Fue por otro motivo.

Mateo miró a la pantalla, contemplando como, en la cama de sus padres, una joven tomaba el puesto de su madre y hacía gozar a su progenitor. Recordó el motivo sin quitar la vista. En un principio, lo había hecho para pasar más tiempo con ella, para ser más cercanos y también, porque después de verla tanto tiempo con esas telas… cada vez le ponía más.

Había pensado que sería una época, una simple racha de obsesión con su joven madre, pero esa llama pasional había continuado sin apagarse. Volvió la vista a Carla, que le esperaba con paciencia para escucharle. ¿Qué le debería decir?

—Lo hice para pasar más tiempo contigo.

—¡Vaya…! Yo… no lo sabía… —le pilló por sorpresa la respuesta.

Ambos callaron y siguieron mirando la película del móvil que cada vez se iba calentando más. Llegó a un punto que, el padre de Mateo, colocó a la muchacha a cuatro patas y comenzó a propinarle una fuerte penetración. Los gritos se escucharon a través de la puerta de madera y, aunque ninguno lo admitiría, la situación les ponía cachondos.

—Esto se está volviendo muy violento… —comentó Carla, sin saber por qué le calentaba tanto.

Mateo se pasó la mano por la cabeza quitándose el sudor y, en un movimiento más que lógico, se arrebató la camiseta. Era igual que estar dentro de un brasero. Allí dentro, entre los abrigos y con todo el calor de la tarde, superarían los 40 grados.

La mujer no se resistió a mirar cómo el torso pulido de su hijo emergía. Estaba húmedo, con gotas de sudor que caían por unos pectorales marcados y unos abdominales durísimos trabajados durante años.

Un repentino escalofrío le recorrió el cuerpo. Su mente le había llevado a donde ese chico que se llamaba Paul, pero… no poseía un cuerpo tan bien formado como el de Mateo. Retiró sus ojos con intención de mirar solo el teléfono y allí, contempló las duras penetraciones que su marido le hacía antes a ella. Un picor muy conocido nacido en su entrepierna estaba aflorando, porque… hacía tanto que no le daban de eso…

—Mejor dejamos de verlo —dijo en voz baja Mateo, mientras Carla soltaba una mano del móvil para limpiarse el sudor.

—Sí, será lo mejor. Oye, dime. —la madre tenía una cosa en mente y quería resolverla— ¿Por qué piensas que quiero algo con Paul?

—Te espero todos los días a que salgas. Puedo ver cómo coqueteáis, es muy claro. Cuando te vas, siempre… no falla nuca, siempre te mira el culo cuando te acercas a mí. Es asqueroso.

—¿¡Cuál, mi culo!? —comentó con sorpresa a la vez que se lo señalaba. Sabía de la dureza de su trasero.

—¡No, por dios! Hablo de las miradas y el tonteo que lleváis.

—Bueno…, una todavía es joven. ¿Si tu padre puede no voy a poder yo? —Carla no sabía por dónde iban los tiros.

—Tú puedes, mamá. Eso lo sé, pero no me gusta, es solo eso. Simplemente, ese tío me da mucha rabia.

Ambos deslizaron su espalda por la pared del fondo del vestidor, al mismo tiempo que escuchaban los ecos sexuales de la habitación. Acabaron sentados en el suelo, sin que Carla dejase de darle vueltas a las palabras del joven.

—Para ti… ¿Qué tío no te daría rabia que estuviera conmigo? Aparte de tu padre, claro.

Mateo no la miró, quizá porque le hubiera gustado decir lo que imaginaba cuando estaba solo en su cuarto, “¿Por qué no yo…?”. Todos estos años, el sentimiento de verla como madre, se había alejado. Ahora la emoción que le asaltaba al verla era más como tener a una conocida, tanta lejanía le había hecho aflorar otros sentimientos y… ese culo…, era muy culpable.

—Ninguno, ¿verdad? —se contestó la mujer a sí misma, aunque rápido vio algo que la hizo olvidar todo— ¡¡MATEO!!

La mujer abrió los ojos de par en par y su boca dibujó un círculo de absoluto asombro. Los dos, sentados en el suelo y casi pegados, era imposible no ver en tan pequeño espacio el enorme bulto que sobresalía a su hijo.

El corazón le cabalgó desbocado, puesto que si su intuición no le fallaba, lo que Mateo escondía era algo terriblemente grande. Con toda su fuerza de voluntad, lo señaló con un dedo tembloroso, para que este supiera el motivo de su sorpresa, aunque… no pudo callarse.

—¿¡Estás empalmado!?

El joven miró hacia otro lado y se puso una mano en su entrepierna tratando de ocultarla, aunque al sujetarla, lo único que consiguió era que el pene se notara más. “¡La hostia! Pero… ¿¡Qué tiene este crío ahí!?”, rugió la pregunta en la mente de Carla.

—¿Te has puesto viendo follar a tu padre, cacho guarro?

Mateo que no se había dado cuenta de la erección que se estaba formando en su pene y la miró avergonzado. No había sido por ver a su padre, aunque tener esa película porno en directo, le encendió. Sin embargo, el principal motivo… era otro.

En el vestidor había estado tan cerca de su madre, que con su altura no había parado de otear el escote que esta mostraba. Sumado al calor que hacía dentro y viendo como alguna que otra gota de sudor se escondía entre los montes de la mujer, aquello había sido inevitable.

—No, no es por eso… —logró decir cabizbajo.

“¿¡Qué más da decírselo!?”, meditó el joven con su mano apretando el pene cada vez con más fuerza. “Total, dejó de ser una madre hace tiempo…”, acabó por decidir mientras su padre, al otro lado, hacía que la mujer gritara su nombre con fuerza.

—Es… Es por ti.

CONTINUARÁ...
Buah como se pone de caliente el asunto...
 
Carla se encontraba en su habitación cuando sintió que alguien la estaba mirando. Se alarmó al momento y a la velocidad del rayo, se dio la vuelta esperando que no fuera su marido.

—¡Joder, Mateo…! Eres tú —dijo al ver a su hijo pudiendo resoplar tranquila.

—¿Qué haces? —preguntó entrando a la habitación.

—Nada.

La mujer siguió subida a la silla, colocando un pequeño aparato en una de las estanterías, sin reparar siquiera en que su hijo continuaba con los ojos fijos en ella.

—Ese cubo… ¿Es un adorno o qué es?

—¡Cállate, Mateo! —le cortó con frialdad.

—Tan amable como siempre…

El joven observó en silencio como su madre descendía de la silla y la colocaba en su lugar, aunque más atención puso en los leggins que usaba en el gimnasio y que ya vestía. Carla sacó el móvil e hizo unas comprobaciones, al tiempo que Mateo se acercó por su espalda y trató de curiosear por encima de ella.

—No mires —le volvió a decir con el mismo tono seco de siempre. Con un gesto, escondió su móvil, aunque el chico ya lo había visto.

—¿Se nos ve a nosotros? ¿No habrás puesto una cámara?

—De verdad, hijo, cállate —volvió a sugerirle la madre con malas formas. Al terminar de configurar el móvil, añadió—. Ya está… ¡Hijo de puta…! No te escapas.

—¿¡No iras a espiar a papá!?

—Pues sí, Mateo. Sí que lo voy a hacer, ¿algún problema? —Carla se dio la vuelta encarando a su hijo que le sacaba una cabeza y un cuerpo lleno de músculos.

—No es muy ético.

—Hijo, sabes de sobra que tu padre me la pega con otra. Déjate de tonterías. Le he pillado el móvil y como nos íbamos a ir al gimnasio, va a venir con su zorra.

—¿Y qué pretendes? ¿Enseñar el video en el juicio por el divorcio? —a Mateo nunca le había gustado la idea de la separación de sus padres. Sin embargo, sabía que era muy difícil hacerles cambiar de opinión, en especial, a Carla.

—Chico listo, te pareces menos a tu padre de lo que pensaba. Ahora, de esto ni una palabra, que tienes una bocaza…

—Mamá, algún día podrías ser un poco más agradable…

Desde hacía años que su madre era así de cínica y un poco insoportable. Seguramente, debido a la inestabilidad de su relación y diversos factores, los cuales no le daban motivos para justificar su comportamiento.

—Sí, sí, sí… algún día… bueno, vamos al gimnasio. Mucho te quejas de mí, pero mira que bien lo pasamos yendo a entrenar.

Mateo había decidido apuntarse al mismo gimnasio de su madre por varias razones. Una, porque el descuento familiar que les hacían era bastante elevado. Dos, porque pretendía pasar más tiempo con su madre y estrechar lazos. Y última, aunque algo más secreta y que nadie conocía, porque ver a Carla en sus ropas de entrenamiento le ponía demasiado.

La mujer anduvo hasta el vestidor, mientras la coleta morena y bien apretada le danzaba en el aire. Con sus veinte años recién cumplidos, el chico no dudó en mirar con descaro, el espléndido trasero de su madre cuarentona se mecía de manera hipnótica.

Carla tenía un buen cuerpo, unos generosos pechos y un vientre firme después de tres años entrenando. Sin embargo, lo que a Mateo le revolvía todo el cuerpo, era su trasero. Aquellas dos nalgas esculpidas en mármol por el mismo Miguel Ángel le hacían perder el norte, no creía que hubiera uno mejor.

No era capaz de comprender, como su padre elegía a otras mujeres en vez de a su madre. Era cierto que los años habían pasado y ya no era la misma mujer que en las fotos de su juventud, pero se mantenía bella. Pero su progenitor, últimamente, se inclinaba por frutos más verdes y no hacía caso a la madura que tenía en casa.

La mujer cogió la mochila que guardaba en el amplio vestidor. Se echó un vistazo en el espejo y se vio preciosa, tal como era. El leggins de diferentes colores le hacía unas piernas perfectas, sumado a que la camiseta deportiva dejaba al aire su vientre plano y le otorgaba una preciosa silueta a sus pechos. ¡Estaba espectacular!

Pensó en Paul, su joven profesor de fitness. Esperaba verle y que le dedicara esas miradas tan lascivas que la humedecían la parte más íntima de su anatomía. Era un chico tan joven como su hijo mayor y como le ponía cuando la corregía, ese momento en que la tocaba… ¡Qué ganas tenía de divorciarse para darle un buen viaje…!

La mujer dio la vuelta después de admirarse y vio a su hijo plantado frente a ella. Le miró de arriba abajo, el rostro del joven tenía una gota de sudor por el calor de verano que le cruzaba un rostro muy serio.

—¿Qué? —preguntó con el tono más frío que pudo.

—¿No vas a dejar de tratarme así nunca? —Mateo parecía realmente enfadado.

La temperatura aquel día era inaguantable y en el vestidor, con tanta ropa, aumentaba de forma exponencial. A Carla le comenzaba a incomodar tanto el calor, como la pregunta.

—¿De qué te quejas? Yo te trato bien.

—Desde hace tiempo eres una borde, una desagradecida y de dar cariño… de eso ni hablamos —al chico le dio por soltar lo que mantenía retenido desde tiempo atrás.

—Vale, muy bien. Todo lo que quieras. Pero ahora no es momento de hablar de esto, va a venir tu padre. ¡Vámonos!

—Es que ni siquiera quieres hablarlo con él, te has cerrado en banda desde hace años. No sé qué es lo que te picó y porque cambiaste, pero que, últimamente, das asco.

—¡No me hables así que soy tu madre, niñato! —Carla no permitía que nadie la hablara mal, menos sus hijos. Alzó su dedo índice amenazante y lo puso al ras de la cara del muchacho.

—Todo esto lo estás tomando como una venganza personal y parece que es contra toda la familia, hasta Manu, que siempre te ha defendido, empieza a pensar como yo.

De sus dos hijos, Manu era el pequeño, el que siempre la había apoyado pese a sus malos modos. Carla era consciente de que llevaba unos años muy malos. Desde la muerte de sus padres todo había cambiado y ahora, con el estrés del trabajo, los niños y los recientes cuernos de su marido, estaba horrible… ¡Ni sexo tenía!

—Mira, Mateo. Lo hablamos de camino al gimnasio, pero vámonos… ¡¡YA!!

Pese al mandato de su madre, el joven no se movió. Se había inflado de valor para soltarle esas palabras y ahora, no se quería quedar a medias, ¡ni de broma!

—Es cierto que papá ahora tiene su parte de culpa, pero es que con tus actos has perdido toda la razón. ¿Qué iba a hacer si hace años que no dedicas una palabra bonita a nadie? Ni una mirada, ni un gesto, nada. Veo hasta lógico el camino que ha cogido papá. Ni te dejas ayudar, ni ayudas… nada… ¡Solo das por culo…!

—Mateo, como vuelvas a decir algo así te enteras. ¡¡VÁ-MO-NOS!!

—Mamá, —sacó fuerzas de donde no había y se dispuso a decir lo que pensaba a la cara de la culpable— esta familia… la has jodido tú.

Un brazo cortó el aire y después, un sonido seco resonó en la habitación. Carla pegó a sus hijos una o dos veces en el culo cuando había sido realmente necesario. Pero ese tortazo, voló con todo el odio reprimido que sentía hacia el mundo en general.

Mateo giró el rostro del impacto y su mejilla izquierda se coloró al instante. Notó un calor que aumentaba sin parar y una tristeza por ver lo desquiciada que estaba su madre.

—¡Mierda…! —Carla se sintió culpable al segundo. Se llevó las manos al rostro y añadió— Lo siento, Mateo. Me has sacado de mis casillas, lo siento mucho. Pero te lo había avisado, es también culpa tuya.

—Sí… la tendré merecida, —aún con la mano en el rostro, siguió— pero no retiro lo dicho.

Los dos se quedaron mirándose con pena. Carla se percató de que perdía a su hijo mayor, al que había sido la luz de sus ojos durante tantos años. En cambio, lo que veía el chico era que su madre se alejaba cada vez, imaginándose un futuro donde tendría que explicar por qué no se hablaba con su progenitora ni sabía de ella.

—Vamos al coche y hablamos por el camino, ¿te parece? —el tono de Carla había mutado a uno más cordial.

—Vete tú en coche. Prefiero ir andando.

El joven se dio la vuelta y la madre trató de pararlo, pero como de costumbre, se quedó quieta, dejando que las cosas sucedieran sin intervenir, mala decisión.

Cogió la mochila y siguió los pasos que su primogénito dejaba en la alfombra. Su niño, cada vez era más grande, le había educado bien, pero, en ese momento, se dio cuenta del error que había cometido estos últimos años odiando a todo el mundo.

Con decisión y sin meditarlo, anduvo con veloces pasos hasta la puerta por donde iba a salir. Le dio la vuelta con fuerza asiéndole del hombro, quizá con demasiada brusquedad, no mostraba cariño ni en esas. Contempló los ojos de su hijo, queriendo soltar de una vez toda la mierda que tenía dentro.

—Escucha, Mateo…

Un ruido la sacó de su conversación, la puerta de casa se había abierto y estaba seguro de quién era. Aguardando en un silencio sepulcral, esperó por ver que sucedía con su hijo delante.

—¿Qué pasa? —susurró Mateo mientras Carla trataba de ponerle la mano en la boca.

El sonido de una amistosa charla llegó hasta sus oídos, estaba claro quiénes eran, su marido había llegado con… “Su amiga”.

Cogió de la mano al joven y con fuerza, tiró de él hasta meterlo en el vestidor. Asió la llave y le dio vueltas a la cerradura para quedar encerrados dentro del lugar. El joven no daba crédito a lo que pasaba.

Mateo fue a decir algo, a preguntar qué estaba haciendo, si se había vuelto loca. Sin embargo, antes de nada, Carla le empujó a lo más profundo del pequeño habitáculo donde los abrigos los escondieron.

—Es tu padre… ¡Cállate! —le susurró con esa voz autoritaria.

La mujer sacó su móvil y lo encendió entre los abrigos, Mateo observó con curiosidad que, en la pantalla, aparecía la habitación de sus padres. Acto seguido, dos personas acarameladas entraron, no había duda… su padre con una jovencita que quizá rondaría su misma edad. ¡Alucinante!

—¡Sal y diles algo! —murmuró el muchacho.

—No. Deja que se lo pase bien, con esto tengo el divorcio ganado.

—¿Qué vamos a estar aquí hasta que acaben? ¡Hace un calor de mil demonios!

—¡Cállate, Mateo, joder! Nos van a escuchar…

Pasaron los primeros minutos pegados al móvil y, al principio, los besos de la pareja les provocaron repulsión. Pero cuando la pasión les comenzó a envolver, se dieron cuenta de que no podían quitar la vista de la pantalla.

—No la chupa mal… Nada mal… —fue Mateo el que rompió el silencio con la sangre caliente.

—¡Hijo, que es tu padre…! —respondió Carla por decir algo.

—Ya, pero ella no. —miró a su madre y una duda comenzó a sugerirle, la cual no se cayó, no tenía por qué— ¿Tú le has puesto los cuernos?

Los ojos de Carla proyectaron una mirada asesina sobre su hijo que no separó la vista. El muy descarado todavía esperaba una respuesta.

—¡Claro que no! —respondió con indignación— ¿Quién te crees que soy yo?

—Pues pensaba que te tirabas al chaval del gimnasio…

—¡Mateo, la hostia! ¡Qué no me hables así, soy tu madre! —le replicó entre susurros— Además, ¡qué ostias me voy a tirar yo a Paul…!

—Qué rápido has pensado en él. —el joven apoyó la cabeza en la pared— ¿Lo has hecho o solo te lo has imaginado?

—No tengo por qué contestarte, la vida sexual de tu madre es irrelevante y… ¡Silencio! —no estaba enfadada, solo quería que se callara.

—O sea que sí. —Carla le pellizcó el brazo con un rostro de ira tratando de hacerle daño

—He dicho que no, y no te metas en mi vida privada. ¿Qué más te da con quién estoy yo? Mira tu padre que bien lo pasa y no veo que te quejes.

—Ya, pero mi madre es diferente.

Carla le observó en la parcial oscuridad del vestidor, aunque era una frase extraña, tenía cierta lógica. Ella había sido su mundo, su todo durante tantos años. No se había parado a reflexionar sobre lo que pensarían sus hijos de la separación y como les afectaría.

—Claro… —quiso bromear o soltar una puja para hacer desaparecer la mala sensación que anidaba en su vientre— ¿Quisiste venir al gimnasio conmigo para asegurarte de que no ligaba?

—No. Qué va… Fue por otro motivo.

Mateo miró a la pantalla, contemplando como, en la cama de sus padres, una joven tomaba el puesto de su madre y hacía gozar a su progenitor. Recordó el motivo sin quitar la vista. En un principio, lo había hecho para pasar más tiempo con ella, para ser más cercanos y también, porque después de verla tanto tiempo con esas telas… cada vez le ponía más.

Había pensado que sería una época, una simple racha de obsesión con su joven madre, pero esa llama pasional había continuado sin apagarse. Volvió la vista a Carla, que le esperaba con paciencia para escucharle. ¿Qué le debería decir?

—Lo hice para pasar más tiempo contigo.

—¡Vaya…! Yo… no lo sabía… —le pilló por sorpresa la respuesta.

Ambos callaron y siguieron mirando la película del móvil que cada vez se iba calentando más. Llegó a un punto que, el padre de Mateo, colocó a la muchacha a cuatro patas y comenzó a propinarle una fuerte penetración. Los gritos se escucharon a través de la puerta de madera y, aunque ninguno lo admitiría, la situación les ponía cachondos.

—Esto se está volviendo muy violento… —comentó Carla, sin saber por qué le calentaba tanto.

Mateo se pasó la mano por la cabeza quitándose el sudor y, en un movimiento más que lógico, se arrebató la camiseta. Era igual que estar dentro de un brasero. Allí dentro, entre los abrigos y con todo el calor de la tarde, superarían los 40 grados.

La mujer no se resistió a mirar cómo el torso pulido de su hijo emergía. Estaba húmedo, con gotas de sudor que caían por unos pectorales marcados y unos abdominales durísimos trabajados durante años.

Un repentino escalofrío le recorrió el cuerpo. Su mente le había llevado a donde ese chico que se llamaba Paul, pero… no poseía un cuerpo tan bien formado como el de Mateo. Retiró sus ojos con intención de mirar solo el teléfono y allí, contempló las duras penetraciones que su marido le hacía antes a ella. Un picor muy conocido nacido en su entrepierna estaba aflorando, porque… hacía tanto que no le daban de eso…

—Mejor dejamos de verlo —dijo en voz baja Mateo, mientras Carla soltaba una mano del móvil para limpiarse el sudor.

—Sí, será lo mejor. Oye, dime. —la madre tenía una cosa en mente y quería resolverla— ¿Por qué piensas que quiero algo con Paul?

—Te espero todos los días a que salgas. Puedo ver cómo coqueteáis, es muy claro. Cuando te vas, siempre… no falla nuca, siempre te mira el culo cuando te acercas a mí. Es asqueroso.

—¿¡Cuál, mi culo!? —comentó con sorpresa a la vez que se lo señalaba. Sabía de la dureza de su trasero.

—¡No, por dios! Hablo de las miradas y el tonteo que lleváis.

—Bueno…, una todavía es joven. ¿Si tu padre puede no voy a poder yo? —Carla no sabía por dónde iban los tiros.

—Tú puedes, mamá. Eso lo sé, pero no me gusta, es solo eso. Simplemente, ese tío me da mucha rabia.

Ambos deslizaron su espalda por la pared del fondo del vestidor, al mismo tiempo que escuchaban los ecos sexuales de la habitación. Acabaron sentados en el suelo, sin que Carla dejase de darle vueltas a las palabras del joven.

—Para ti… ¿Qué tío no te daría rabia que estuviera conmigo? Aparte de tu padre, claro.

Mateo no la miró, quizá porque le hubiera gustado decir lo que imaginaba cuando estaba solo en su cuarto, “¿Por qué no yo…?”. Todos estos años, el sentimiento de verla como madre, se había alejado. Ahora la emoción que le asaltaba al verla era más como tener a una conocida, tanta lejanía le había hecho aflorar otros sentimientos y… ese culo…, era muy culpable.

—Ninguno, ¿verdad? —se contestó la mujer a sí misma, aunque rápido vio algo que la hizo olvidar todo— ¡¡MATEO!!

La mujer abrió los ojos de par en par y su boca dibujó un círculo de absoluto asombro. Los dos, sentados en el suelo y casi pegados, era imposible no ver en tan pequeño espacio el enorme bulto que sobresalía a su hijo.

El corazón le cabalgó desbocado, puesto que si su intuición no le fallaba, lo que Mateo escondía era algo terriblemente grande. Con toda su fuerza de voluntad, lo señaló con un dedo tembloroso, para que este supiera el motivo de su sorpresa, aunque… no pudo callarse.

—¿¡Estás empalmado!?

El joven miró hacia otro lado y se puso una mano en su entrepierna tratando de ocultarla, aunque al sujetarla, lo único que consiguió era que el pene se notara más. “¡La hostia! Pero… ¿¡Qué tiene este crío ahí!?”, rugió la pregunta en la mente de Carla.

—¿Te has puesto viendo follar a tu padre, cacho guarro?

Mateo que no se había dado cuenta de la erección que se estaba formando en su pene y la miró avergonzado. No había sido por ver a su padre, aunque tener esa película porno en directo, le encendió. Sin embargo, el principal motivo… era otro.

En el vestidor había estado tan cerca de su madre, que con su altura no había parado de otear el escote que esta mostraba. Sumado al calor que hacía dentro y viendo como alguna que otra gota de sudor se escondía entre los montes de la mujer, aquello había sido inevitable.

—No, no es por eso… —logró decir cabizbajo.

“¿¡Qué más da decírselo!?”, meditó el joven con su mano apretando el pene cada vez con más fuerza. “Total, dejó de ser una madre hace tiempo…”, acabó por decidir mientras su padre, al otro lado, hacía que la mujer gritara su nombre con fuerza.

—Es… Es por ti.

CONTINUARÁ...
Brutal, sublime y perfecto. Continúa x favor 🙏🏻 🙏🏻
 
—¿¡Cómo!? —Carla no se sorprendió, sino que suponía haber escuchado mal.

—¡Es por ti, joder…! —la confesión estaba lanzada y sintió sacarse un peso de encima— Desde hace años que me pasa. ¿Por qué te crees que tratándome tan mal, sigo queriendo ir contigo a muchos lados? Porque me encantas, mamá. Me gusta ir al gimnasio contigo y…, cuando llevas esa ropa…, no paro de mirarte, me es imposible. Muchas veces se me ha puesto así, en especial, cuando miro tu culo.

—Mateo… ¿¡Qué me estás diciendo…!?

—Lo que oyes. Estando aquí tan pegados, digamos que… viendo porno, los dos sudados y solos… Era inevitable. Lo peor es que se me está poniendo más dura al hablarlo.

Carla no daba crédito a lo que oía. Alguna vez había escuchado sobre el incesto, pero le parecía algo de ficción, una cosa que a ella no le podía pasar. Sin embargo, allí estaba su hijo, con un pene colosal a su lado y encerrados en el vestidor sin poder salir.

—A ver, hijo… eso… no está… Eso no está bien. —no sabía ni cómo empezar.

El sudor había aumentado y se notaba calada, al igual que su pequeño. Por el duro pecho del joven, corrían unas gotas de sudor que se deslizaban sin parar hasta llegar a los abdominales. No podía mirar a los ojos a su hijo, no por vergüenza, sino porque aquel torso la tenía embelesada.

—Estás confundido —siguió sin quitar la vista del cultivado cuerpo de Mateo—. Será culpa de las hormonas de la adolescencia, pero bueno… esto no sé… ¡Eres un poco degenerado, Mateo…!

Mientras le decía eso con total seriedad, sus ojos se posaron en la mano del joven que continuaba amasando un maravilloso cacho de carne. Se veía tan grande y gordo, algo que Carla había deseado tanto tiempo y que, ahora, tenía tan cerca. Se mordió el labio sin darse cuenta y el corazón comenzó a galopar sin descanso.

—¿¡Qué hormonas y qué adolescente!? Mamá que ya soy mayorcito y sé cuándo una mujer está buena o no. Te parece que esto es de un niño que no sabe lo que quiere.

De pronto, según unió sus labios, su mano se movió rápida para bajarse de golpe el pantalón. De allí emergió una polla enorme, con una gordura y un tamaño más que considerable, que hizo que Carla se llevara una mano a la boca. Analizó en una décima… cada uno de los milímetros de aquel milagro.

Poseía un glande jugoso y rosado. Con la sangre fluyendo por unas venas marcadas y con una dureza que se notaba solo al mirarla. Las pupilas se le dilataron, el corazón se le desbocó y la respiración se le aceleró, Carla estaba descolocada, tanto, que su vagina se empezó a humedecer.

Lo único que le salió hacer, fue sentarse correctamente y llevar una mano al aparato reproductor de su hijo. La cogió con fuerza y sin pensar si podía hacer daño al joven, la trató de esconder en los pantalones.

—¡Guárdate eso, joder! ¿¡Cómo se te ocurre enseñarme esa gran polla así de dura!? —Carla seguía agarrando el pene mientras Mateo no permitía que lo escondiera.

—¿Qué más me da? ¿Vas a tratarme peor? ¡Menuda sorpresa…!

—¡Eres un guarro de mierda! ¡Guárdatela ahora mismo o te la corto!

Hubo un pequeño forcejeó, en el que Carla meditó en decirle aquello a su marido, pero… ¿Qué iba a ganar con eso? Tal vez no creerla y que la llamara loca.

La lucha continuó, una queriendo esconder aquel mástil y, el otro, sin dejar que el pantalón volviera a guardar su sexo. Se habían olvidado del coito que, a unos metros, seguía siendo frenético. Ahora, solamente se fijaban en las manos que peleaban por aquella polla.

—Entiendo lo de Paul —comentó Carla sin soltar el miembro—. ¡Eres un celoso de mierda! Un niñato que solo quiere a su madre para él. ¿Qué quieres casarte con tu mamá?

—No.

La palabra sonó inquisitiva y, de la misma, se lanzó encima de su madre. Esta se quedó con el cuerpo de su hijo delante y detrás, una pared que la tenía atrapada.

Toda distancia se había roto, estaban a escasos milímetros el uno del otro. De la boca del joven brotaba un caliente aire que golpeaba en los labios de la mujer y Carla, no se apartó. Sus respiraciones estaban agitadas y el corazón les corría como un fórmula 1.

Los ojos del muchacho no dejaban de mirar a la mujer que esperaba algo más después de aquel no. Toda su autoridad parecía haberse borrado y se sentía atenazada. Los brazos fuertes de su hijo, apoyados en el suelo cerca de ella, no la dejarían escapar. Su robusto cuerpo, era una losa que la aplastaría cuando el chico quisiera. Sin embargo…, lo peor… o quizá mejor de todo, era que unas emociones fuertes brotaron desde el interior de Carla y… no deseaba escapar.

—Lo que quiero… —susurró Mateo muy cerca de sus labios— es que me vuelvas a querer. Que me trates con amor, que seas mi madre y… si quieres… follarte cuando me lo pidas.

Las palabras le produjeron asco, pero también un placer tan frenético que su vagina le comenzó a carburar como loca. Nunca le habían dicho algo tan claro, jamás la habían hablado así y era lo más erótico que se podía imaginar. Con cualquier otra persona habría sido algo de lo más sexual, pero al escucharlo de los labios de su primogénito, algo fallaba.

—Aunque lo mejor de todo… —retomó el muchacho la palabra, observando hacia su entrepierna mientras los pechos de su madre se hinchaban dentro del sujetador deportivo— es que… me sigues sujetando la polla.

Era cierto. Carla no se había dado cuenta, pero mientras su chico estaba sobre ella, su mano continuaba aferrada a la gran escopeta del joven, aunque con una diferencia, ahora la acariciaba.

Echó un vistazo entre los dos cuerpos, comprobando que, el pene de Mateo, era acariciado por una mano que se veía diminuta. Su tacto era maravilloso, una capa de delicada seda que cubría el poder de unos músculos duros como el acero. Era bonito, grande, gordo, suave… tenía todo para ser… perfecto.

Un rayo de lujuria pasó por la cabeza de Carla que, en un segundo, posó ambas manos en el pecho desnudo de su hijo y lo empujó con fuerza hacia atrás. Este acabó sentado contra la pared del lado opuesto y la madre se puso en pie entre todos los abrigos de invierno.

El sonido en el exterior parecía estar cesando, pero los del interior, ya no les escuchaban. Carla se mantuvo de pie, oteando con la boca abierta a su hijo mientras aspiraba grandes bocanadas de aire. Su piel estaba caliente, pero por dentro… ardía mucho más.

El pantalón del joven había bajado hasta las rodillas, solo le quedaban las zapatillas puestas y… un tremendo pollón que la señalaba como la única culpable. En un acto tan rápido como rudo, Carla flexionó las piernas cayendo directamente sobre la dura lanza.

Al muchacho, el dolor le envolvió el cuerpo cuando la pelvis de su madre le golpeó, aunque también le gustó ver, que su polla estaba atrapada por esa misma zona.

Con rapidez de una gata, Carla le puso la mano en la boca para que no sonara ninguna queja. El joven ahogó una queja de dolor debido al golpe entre los dedos.

—Dices que no soy una buena madre… que no te trato bien… —inició unos movimientos de cadera, que hacían rozar su vagina contra la polla de su hijo— ¿Quieres que te trate así? ¿Eso quieres?

El joven asintió con los ojos inyectados en sangre por puro deseo. Carla observó su cadera al moverse y como, bajo esta, un pene colosal le atravesaba toda la vagina. Era muy consciente de que la ropa…, le comenzaba a sobrar.

—¿Qué crees? ¿Qué me voy a follar a mi hijo porque tenga una tremenda polla, puto guarro? —Carla se acercó mucho más a él y apretó todo lo que pudo su vagina contra su hijo.

Mateo estaba más caliente que en toda su vida. Esperaba que las preguntas de su madre no necesitaran respuesta y lo que en verdad anhelase, fuera sexo. Alzó ambas manos y, sin vergüenza, las dirigió a las dos nalgas de su querida progenitora.

Las posó allí y apretó como nunca antes lo había hecho en un trasero, sintiendo los músculos duros de su madre entrenados en el gimnasio. Palpar aquel par de nalgas esculpidas por algún dios, fue quitarse un deseo que llevaba cargando demasiado tiempo.

Carla apretó los dientes sin dejar de mirar a su vástago que la seguía marcando cada uno de sus dedos por encima de esos leggins que la quedaban tan bien.

—¿¡Cómo te atreves…!? —dijo en un tono de enfado que no ocultaba su erotismo— ¿¡Te pone como un cerdo mi culo, puto guarro!?

Mateo no respondió, solo pasó uno de los dedos por la separación de ambas nalgas, haciendo que su madre sintiera una presión muy cerca de su ano. Aquello la hizo notar un impulso imparable en su vagina… estaba demasiado cachonda.

Carla no podía soportarlo. Tener aquella herramienta entre sus piernas, mientras notaba el calor y los fluidos manar de su vagina, era incontrolable. Ya no se acordaba de que su marido se estuviera follando a otra a escasos metros, lo que ella anhelaba, era esa tremenda polla que estaba bajo sus piernas y no la iba a desaprovechar.

Sin dejar de tapar la boca a su hijo, cogió su mano libre y, de forma nerviosa, se comenzó a quitar el leggins junto a las bragas. Consiguió que descendieran hasta sus muslos, sin poder hacer más recorrido debido a las piernas de su hijo. Pero no hacía falta más, para lo que pretendía… eso era suficiente.

—¡Cómo no valga la pena…! —Carla inclinó su cabeza hasta la oreja de Mateo y con los labios pegados a este, le susurró— ¡Me pienso follar a Paul mientras estés en casa…!

Asió el pene de su hijo entre sus dedos, colocándoselo en la entrada de su sexo y apretando los labios para estar lista. Estaba ardiendo y su mojadísima vagina le decía que no esperase más para cometer ese acto tan depravado. Los sedientos labios de su sexo se abrieron para que la llenaran. Obedeció.

Cayó con fuerza, sabiendo que la dilatación no iba a ser un problema y dejando que los innumerables centímetros la llegaran hasta las entrañas. Hubiera gritado de placer de estar solos en casa, pero mejor callar, pese a que el placer era divino, se lo guardaría para ella.

Los movimientos de cadera fueron rápidos y, ahora, volvía a sentir las manos de su hijo cogiéndola ambas nalgas, aunque en esta ocasión, lo hacían sin el pantalón de por medio. Su pene entraba tan bien que no se lo podía creer, hacía mucho que no tenía uno dentro y aquel…, era lo que necesitaba, perfecto para ella.

El coito cada vez se intensificaba más. Con una de sus manos seguía tapando la boca de Mateo que respiraba realmente agitado, mientras que, a ella, le caían gotas de sudor que se estampaban en pecho moldeado de su hijo.

En menos de dos minutos, llegó lo más esperado por Carla. Su espalda se arqueó y notó un placer inhumano que hacía mucho había olvidado. Apretó sus dientes, sus labios, sus piernas, todo lo que pudo para no gritar como una loca el nombre del culpable de semejante éxtasis. Aunque algo notó diferente.

Uno de los dedos revoltosos de su hijo que la apretaban el culo con ganas de quitárselo, reptó de manera independiente al resto y se acercó demasiado a su ano. Con tanta mala o buena suerte que, mientras el orgasmo, salía de ella, un dedo se introducía en su culo.

Apenas fue una falange del dedo corazón, pero el placer creció aún más, no se lo podía creer.

—¡Hijo…! ¡Hijo de puta…! —le susurró llena de pasión. Quitando la mano de su boca y sin parar de correrse.

Acabó apoyada en ambos brazos, mientras sus respiraciones se relajaban. El orgasmo había sido épico, hasta tal punto que se hubiera dormido si Mateo la dejase, pero no iba a suceder.

—Date la vuelta —ordenó Mateo a su madre en un tono que apenas era audible.

—Me daré la vuelta si quiero… ¿No? —su madre se acercó al rostro de su hijo y con el pulgar y el índice le apretó el rostro para hacerle saber quién mandaba— ¿A qué lo entiendes?

Ante el poderío que quería mostrar su madre, el joven introdujo su pene en su totalidad, provocando que otra falange del dedo se metiera en su ano. Carla abrió la boca y gimió muy bajito para que nadie más que Mateo la pudiera escuchar. Posó sus labios en la barbilla de este y subió con calma hasta la boca del joven, donde le atrapó el labio inferior y lo mordió llena de lujuria.

Se levantó como le había pedido, sabiendo que aquello solo le traería más sexo. Aprovechó para quitarse el pantalón y las bragas de sus muslos, tirándoselas al rostro de su hijo mientras le sonreía.

Estaba lista e igual que en el gimnasio, se sentó doblando las rodillas hasta que alcanzó un destino que una hora atrás, ni siquiera quería conocer.

Ahora no se miraban, era la misma posición, pero, esta vez, lo que Mateo veía era el trasero de Carla subir y bajar mientras engullía su pene. Era como en el gimnasio, cuando la veía hacer sentadillas y tenía que marchar al baño para que se le bajara con agua fría. Ahora no le hacía falta que la sangre la ablandara, cuanto más dura… mejor.

—Tanto llamarme guarro y como disfrutas, Carla —soltó Mateo mientras ayudaba a Carla en su movimiento poniendo las manos en su perfecto culo.

—¡Es que eres un guarro de mierda! Dime la verdad… ¡Aahh…! —gimió con severo gusto— ¿Cuántas veces has pensado en esto?

—Cientos de miles… Me he masturbado durante varios años pensando en ti —aquellas palabras tan eróticas, provocaban en la mujer que un nuevo orgasmo se aproximase.

—¡Cerdo de mierda…! ¡Mira que pensar en tu madre para pajearte…! ¡Aahh…! ¡Aahh…! Estarías en tu cuarto… moviéndotela como un marrano… amasando esta bonita y tremenda polla.

Notaba como se introducía hasta donde nadie había llegado, de qué manera su grosor la llenaba más que ninguna otra. Tantos años creyendo que la de su marido estaba bien, y comparando ahora con la que tenía su hijo… “¡¡Esta polla es otro mundo!!”.

—Así lo hacía —volvió a hablar Mateo y con una sonrisa maligna, le añadió— Vete, corre ahora al gimnasio, llama a Paul…

—¡Cabronazo…! ¡Me encantas…! —Carla giró la cabeza para ver a su hijo con esa mueca pícara— De momento, no. Pero como no me folles bien, pienso ligármelo en tu cara. Para que sufras…

—¿Esto…? —Mateo masajeó el ano por dentro mientras ayudaba con su cadera con unas fuertes entradas— ¿No es follarte bien, guarra?

—¡Cállate…! ¡Cállate…! ¡Aaahhh…! ¡Aaahhh…! ¡Cierra la puta boca!

Carla comenzó a gemir mientras su hijo la penetraba con una dureza que no recordaba. El placer era enorme, hasta el punto de que se ayudó con la mano para terminar con aquella picazón que la mataba. Rápidamente, dos dedos aprisionaron el clítoris, donde un masaje acabó aquel terrible polvo.

El orgasmo volvió a llegar. Se sentó sobre su hijo, introduciéndose todo lo que este le ofrecía mientras se masturbaba furiosa. Con la mano libre se tapó la boca, al tiempo que las gotas de sudor perlaban su piel haciéndola brillar.

Un pequeño grito logró salir de entre sus dedos, haciéndola temer que les descubrirían. Pero, no pasó nada, los de fuera estarían demasiado entretenidos, lo único relevante dentro del vestidor, era que Carla estaba bañando el rabo de Mateo con millones de fluidos.

—¡Otra vez…! ¡Dos veces…! Eres malo, mira que hacerle esto a tu pobre madre… —decía la mujer con la cara roja de la pasión y con unos ojos entrecerrados que apenas podían ver.

—Ahora, aguanta que te queda lo mejor.

El joven se levantó, haciendo que su madre casi se cayera hacia delante al separarse. Ambos se pusieron de pie, la mujer con más dificultad debido a sus temblorosas piernas. Mateo se colocó delante de ella, ocasión que aprovechó para admirar a su hijo que, con tanto ejercicio, se había convertido en un hombre… para ella… perfecto.

Mateo agarró la parte de arriba de la ropa de su madre y la sacó con descaro. Los senos quedaron al aire y dentro del caluroso habitáculo, ambos quedaron únicamente con las zapatillas de deporte. Los pechos de Carla, aunque no excesivamente grandes, eran de una medida más que gustosa…, en especial, para su hijo.

Sin embargo, Mateo no quería las tetas de su madre, al menos, de momento. Colocó las dos manos en los hombros de la mujer y la giró con rudeza mientras esta se dejaba hacer. Acto seguido, la inclinó con un poco de fuerza para que su perfecto culo se alzase. Carla ya sabía por dónde iban los tiros.

La mujer colocó las dos manos justo en la puerta del vestidor para no caerse y, su hijo, se pegó a ella por detrás, tanto… que su polla volvió a introducirse en su interior. Lo hizo con fuerza, provocando que la dilatada vagina de la mujer se estremeciera de placer.

—Me toca follarte.

—Menos hablar… —el bamboleo ya había comenzado— y más actuar.

—¿Me vas a tratar bien después de esto? ¿Me vas a tener más cariño? ¿Eh, Carla? ¿Por fin vas a querer a tu hijo?

—Yo nunca te he dejado de querer… ¡Ay, dios mío, qué bueno…! Pero sabiendo como follas, ahora te quiero más.

—¡Eres mala gente…! —su hijo hablaba con un tono de voz normal, los susurros se habían olvidado.

—Hazme ser buena gente… vamos a ver de lo que eres capaz.

Azuzado por el desafío de la mujer que le sonreía con superioridad, Mateo comenzó un sexo tan frenético que el choque de sus genitales contra el clítoris de Carla comenzó a producirla mucho placer.

La coleta de Carla se movía arriba y abajo, sus glúteos seguían el movimiento hipnótico que producía la polla de su hijo y las manos del muchacho apretaban como si la quisieran partir. Eso mismo era lo que pensaba Carla cada vez que todos los centímetros entraban hasta el límite… “¡Me va a partir!”.

—¿Vas a correrte…? —preguntó Mateo acercándose a su oreja.

—Si pienso en otros, seguro que sí.

—¡Cabrona de mierda! —sonrió el joven copiando a su madre.

El sexo se intensificó y la progenitora no podía sostener más el coito. El golpe de la cadera de Mateo la hacía acercarse más y más a la puerta, pegándose finalmente contra ella. Estaba entre la espada y la pared, aunque la espada… era el pollón de su hijo.

Notaba la fría puerta de madera contra sus tetas y, detrás, el pecho de su hijo totalmente sudado mientras la follaba sin piedad. Una de las manos del joven reptó hasta uno de sus pechos y lo agarró con fuerza como antes había hecho con su culo. Carla siseó como una serpiente, a la vez que apretaba sus dientes queriendo soportar el placer un poco más.

El orgasmo estaba allí, había llegado de nuevo… “¡El tercero! ¡Mi hijo es un dios, un semental!”, se decía al tiempo que sollozaba a un volumen audible para quien quisiera escuchar.

—Me voy a correr… —musitó su hijo entre dientes.

—¡Y yo quiero que lo hagas! ¡Esto me encanta, Mateo…! ¡Dame duro!

Carla sintió aún más fuerza, si es que era posible. Su cuerpo chocaba contra la puerta mientras el sonido parecía retumbar la casa. Notó como el orgasmo la alcanzaba y, a cada penetración, el sonido del chapoteo dentro de su vagina llenaba el vestidor.

Cerró los ojos, permitiendo que el inmenso placer que tanto deseaba la llenase por completo. Su cuerpo se tensó y el pene la dio el último empujón para alcanzar el cielo. Fue algo silencio, una relajación por la que deseó sacar el rabo de toro de Mateo y permitir que su coño se siguiera corriendo tranquilo. Pero no podía, ni quiera, puesto que… su hijo aún no estaba ordeñado.

Sin embargo, algo sucedió. Con tales entradas y tales golpes a la puerta, el pequeño pestillo, que casi era más adorno que útil, saltó y con ello, la puerta se abrió.

—¡AAHH! —gritó de la impresión.

Carla salió trastabillada por el susto, ya no tenía apoyo y sus manos lo buscaban mientras su vagina seguía corriéndose. Tropezó luego de dos pasos torpes, donde sus piernas chillaron de dolor por hacerlas moverse justo cuando se corría.

Acabó de rodillas golpeándose contra la cama, con medio cuerpo tumbado sobre esta y las zapatillas de deporte reposando en la alfombra. Levantó la mirada rebosante de pánico, esperando una cara de sorpresa por parte de los amantes que allí estaban retozando.

Consiguió enfocar los alrededores, mientras sus labios temblaban de placer y sus ojos desperezaban luego del gratificante tercer orgasmo. Lo que vio fue… Nada. En el cuarto no había nadie. La cama estaba hecha y la pareja se había marchado hacía un rato. Miró a los lados para cerciorarse, pero sus suposiciones eran correctas. Solo una pregunta le vino a la mente, “¿Cuánto llevamos ahí dentro follando?”.

Resopló dejando el orgasmo correr y aliviándose porque nadie la hubiera visto caer de esa manera. Lo que no pensó era que después verían a su hijo salir con su polla erecta y llena de fluidos, eso hubiera impactado mucho más.

De pronto, Carla volvió al mundo real, notando dos manos que se posaban en su trasero. Su hijo se había quedado a punto de caramelo y regresaba a por su presa observando que su madre estaba en una inmejorable postura. No se lo pensó, porque no estaba para eso, lo único que decidió, fue cambiar un poco su estrategia y… optó por otro agujero.

—¡¡MATEO!! —gritó Carla al sentir cómo el prepucio de su hijo le atravesaba el comienzo de su ano.

—Tu culo me lo está pidiendo, se abre cada vez que te la meto.

Carla asió el edredón cuando el descarado metió un poco más su lubricadísimo pene. Hacía mucho que no practicaba sexo anal y nunca con semejante polla. Apretó los labios y cerró los ojos, notando como cada centímetro la saludaba al pasar. Al de unos segundos, se pudo acostumbrar y el dolor pasó a ser algo más placentero. Antes de que pudiera pensarlo, los huevos de su pequeño la golpearon. “¿La ha metido toda?”.

Salió y entró en varias acometidas algo más suaves que las anteriores. Carla las aguantaba con los ojos cerrados, sufriendo esa mezcla de picor y placer que la hacían seguir quieta y disfrutando.

—Ahora, sí que sí… después de esto llama a tu amigo Paul…

—¡Cabrón…! Acaba ya… o le llamo… —rogaba sumida en un placer doloroso.

Iba a terminar, el chico podía observar delante de sus ojos el paraíso y como traca final, alzó la mano y la descendió con fuerza para propinarle un sonoro azote a una de las duras nalgas de su madre. El azote hizo que la mujer se irguiera un poco más encorvando su espalda.

—Esto, por la… torta de antes. Te la mereces —dijo Mateo, notando un placer extremo que hacía que su cuerpo temblara.

—Sí… Me lo merezco. ¡Vamos córrete, cariño! ¡Hazlo!

Acto seguido, el chico se detuvo con la mitad dentro, empezando a vibrar por completo y apretando la piel de Carla.

El semen salió disparado a su culo y esa esencia caliente la embriagó, haciendo que cuando su hijo sacara su poderoso miembro, le quedara un gran sentimiento de vacío.

Estuvo quieta por un rato, escuchando los jadeos del muchacho y sintiendo el rezumar del semen de su culo hasta su coño, igual que si un volcán de leche hubiera entrado en erupción. Al final, una voz la sacó de su tranquilidad, era su amado hijo.

—Ahora, voy a ir al gimnasio, ¿te vienes?

—Paso, mi amor… Ya hice mi ejercicio.


****


Al día siguiente, cuando solo ellos dos se encontraban en la casa, Carla se metió en el baño donde su hijo se estaba duchando.

—Cielo, ¿te acuerdas de la cámara que puse para tu padre?

—Sí.

—Pues tengo un cacho cortado, en el que salimos tú y yo… ¿Te apetece verlo? —ella ya había visionado como su hijo la daba por el culo y no pudo aguantarse las ganas, por lo que se masturbó mientras mirada.

—Me encantaría, así hacemos algo juntos… ¿Por qué es verdad que vas a dejar el gimnasio?

—Sí. ¿Para qué voy a ir, teniendo ejercicio aquí?

La mujer se rio y abrió la mampara viendo a su hijo desnudo. No la tenía dura, aun así, seguía siendo grande. Después de un rápido vistazo, volvió a decirle.

—Por cierto, te quería comentar que tengo pensado tratar de arreglar lo mío con tu padre. Puede… que haya sido un poco asquerosa estos años.

—Creo que es una buena idea, con un poco de ayuda, podríamos volver a ser una familia. Además… me gustaría que vinieras al gimnasio, me encanta pasar el rato contigo y… verte con los leggins.

—Si me lo pides así, puede que no me desapunte. Pero antes de nada… ¿Qué te parece si te empiezo a tratar mejor a ti?

Carla se comenzó a quitar el pequeño pijama que vestía delante de los ojos de su hijo y se adentró en la ducha junto a este.

—¿Qué tienes en mente?

Su madre le sonrió con ganas, empezando a mojarse el precioso cuerpo que labró en el gimnasio. Le rodeó el cuello, sintiendo la polla que se endurecía contra su pelvis. Después de un guiño muy cómplice, le confesó.

—Tengo pensado y solo… si te parece bien… que voy a empezar a tratarte mejor ahora mismo. Por ejemplo, chupándote la polla hasta que te corras sobre mis tetas. ¿Es un buen comienzo, mi amor?

—El mejor.

FIN.
 

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—¿¡Cómo!? —Carla no se sorprendió, sino que suponía haber escuchado mal.

—¡Es por ti, joder…! —la confesión estaba lanzada y sintió sacarse un peso de encima— Desde hace años que me pasa. ¿Por qué te crees que tratándome tan mal, sigo queriendo ir contigo a muchos lados? Porque me encantas, mamá. Me gusta ir al gimnasio contigo y…, cuando llevas esa ropa…, no paro de mirarte, me es imposible. Muchas veces se me ha puesto así, en especial, cuando miro tu culo.

—Mateo… ¿¡Qué me estás diciendo…!?

—Lo que oyes. Estando aquí tan pegados, digamos que… viendo porno, los dos sudados y solos… Era inevitable. Lo peor es que se me está poniendo más dura al hablarlo.

Carla no daba crédito a lo que oía. Alguna vez había escuchado sobre el incesto, pero le parecía algo de ficción, una cosa que a ella no le podía pasar. Sin embargo, allí estaba su hijo, con un pene colosal a su lado y encerrados en el vestidor sin poder salir.

—A ver, hijo… eso… no está… Eso no está bien. —no sabía ni cómo empezar.

El sudor había aumentado y se notaba calada, al igual que su pequeño. Por el duro pecho del joven, corrían unas gotas de sudor que se deslizaban sin parar hasta llegar a los abdominales. No podía mirar a los ojos a su hijo, no por vergüenza, sino porque aquel torso la tenía embelesada.

—Estás confundido —siguió sin quitar la vista del cultivado cuerpo de Mateo—. Será culpa de las hormonas de la adolescencia, pero bueno… esto no sé… ¡Eres un poco degenerado, Mateo…!

Mientras le decía eso con total seriedad, sus ojos se posaron en la mano del joven que continuaba amasando un maravilloso cacho de carne. Se veía tan grande y gordo, algo que Carla había deseado tanto tiempo y que, ahora, tenía tan cerca. Se mordió el labio sin darse cuenta y el corazón comenzó a galopar sin descanso.

—¿¡Qué hormonas y qué adolescente!? Mamá que ya soy mayorcito y sé cuándo una mujer está buena o no. Te parece que esto es de un niño que no sabe lo que quiere.

De pronto, según unió sus labios, su mano se movió rápida para bajarse de golpe el pantalón. De allí emergió una polla enorme, con una gordura y un tamaño más que considerable, que hizo que Carla se llevara una mano a la boca. Analizó en una décima… cada uno de los milímetros de aquel milagro.

Poseía un glande jugoso y rosado. Con la sangre fluyendo por unas venas marcadas y con una dureza que se notaba solo al mirarla. Las pupilas se le dilataron, el corazón se le desbocó y la respiración se le aceleró, Carla estaba descolocada, tanto, que su vagina se empezó a humedecer.

Lo único que le salió hacer, fue sentarse correctamente y llevar una mano al aparato reproductor de su hijo. La cogió con fuerza y sin pensar si podía hacer daño al joven, la trató de esconder en los pantalones.

—¡Guárdate eso, joder! ¿¡Cómo se te ocurre enseñarme esa gran polla así de dura!? —Carla seguía agarrando el pene mientras Mateo no permitía que lo escondiera.

—¿Qué más me da? ¿Vas a tratarme peor? ¡Menuda sorpresa…!

—¡Eres un guarro de mierda! ¡Guárdatela ahora mismo o te la corto!

Hubo un pequeño forcejeó, en el que Carla meditó en decirle aquello a su marido, pero… ¿Qué iba a ganar con eso? Tal vez no creerla y que la llamara loca.

La lucha continuó, una queriendo esconder aquel mástil y, el otro, sin dejar que el pantalón volviera a guardar su sexo. Se habían olvidado del coito que, a unos metros, seguía siendo frenético. Ahora, solamente se fijaban en las manos que peleaban por aquella polla.

—Entiendo lo de Paul —comentó Carla sin soltar el miembro—. ¡Eres un celoso de mierda! Un niñato que solo quiere a su madre para él. ¿Qué quieres casarte con tu mamá?

—No.

La palabra sonó inquisitiva y, de la misma, se lanzó encima de su madre. Esta se quedó con el cuerpo de su hijo delante y detrás, una pared que la tenía atrapada.

Toda distancia se había roto, estaban a escasos milímetros el uno del otro. De la boca del joven brotaba un caliente aire que golpeaba en los labios de la mujer y Carla, no se apartó. Sus respiraciones estaban agitadas y el corazón les corría como un fórmula 1.

Los ojos del muchacho no dejaban de mirar a la mujer que esperaba algo más después de aquel no. Toda su autoridad parecía haberse borrado y se sentía atenazada. Los brazos fuertes de su hijo, apoyados en el suelo cerca de ella, no la dejarían escapar. Su robusto cuerpo, era una losa que la aplastaría cuando el chico quisiera. Sin embargo…, lo peor… o quizá mejor de todo, era que unas emociones fuertes brotaron desde el interior de Carla y… no deseaba escapar.

—Lo que quiero… —susurró Mateo muy cerca de sus labios— es que me vuelvas a querer. Que me trates con amor, que seas mi madre y… si quieres… follarte cuando me lo pidas.

Las palabras le produjeron asco, pero también un placer tan frenético que su vagina le comenzó a carburar como loca. Nunca le habían dicho algo tan claro, jamás la habían hablado así y era lo más erótico que se podía imaginar. Con cualquier otra persona habría sido algo de lo más sexual, pero al escucharlo de los labios de su primogénito, algo fallaba.

—Aunque lo mejor de todo… —retomó el muchacho la palabra, observando hacia su entrepierna mientras los pechos de su madre se hinchaban dentro del sujetador deportivo— es que… me sigues sujetando la polla.

Era cierto. Carla no se había dado cuenta, pero mientras su chico estaba sobre ella, su mano continuaba aferrada a la gran escopeta del joven, aunque con una diferencia, ahora la acariciaba.

Echó un vistazo entre los dos cuerpos, comprobando que, el pene de Mateo, era acariciado por una mano que se veía diminuta. Su tacto era maravilloso, una capa de delicada seda que cubría el poder de unos músculos duros como el acero. Era bonito, grande, gordo, suave… tenía todo para ser… perfecto.

Un rayo de lujuria pasó por la cabeza de Carla que, en un segundo, posó ambas manos en el pecho desnudo de su hijo y lo empujó con fuerza hacia atrás. Este acabó sentado contra la pared del lado opuesto y la madre se puso en pie entre todos los abrigos de invierno.

El sonido en el exterior parecía estar cesando, pero los del interior, ya no les escuchaban. Carla se mantuvo de pie, oteando con la boca abierta a su hijo mientras aspiraba grandes bocanadas de aire. Su piel estaba caliente, pero por dentro… ardía mucho más.

El pantalón del joven había bajado hasta las rodillas, solo le quedaban las zapatillas puestas y… un tremendo pollón que la señalaba como la única culpable. En un acto tan rápido como rudo, Carla flexionó las piernas cayendo directamente sobre la dura lanza.

Al muchacho, el dolor le envolvió el cuerpo cuando la pelvis de su madre le golpeó, aunque también le gustó ver, que su polla estaba atrapada por esa misma zona.

Con rapidez de una gata, Carla le puso la mano en la boca para que no sonara ninguna queja. El joven ahogó una queja de dolor debido al golpe entre los dedos.

—Dices que no soy una buena madre… que no te trato bien… —inició unos movimientos de cadera, que hacían rozar su vagina contra la polla de su hijo— ¿Quieres que te trate así? ¿Eso quieres?

El joven asintió con los ojos inyectados en sangre por puro deseo. Carla observó su cadera al moverse y como, bajo esta, un pene colosal le atravesaba toda la vagina. Era muy consciente de que la ropa…, le comenzaba a sobrar.

—¿Qué crees? ¿Qué me voy a follar a mi hijo porque tenga una tremenda polla, puto guarro? —Carla se acercó mucho más a él y apretó todo lo que pudo su vagina contra su hijo.

Mateo estaba más caliente que en toda su vida. Esperaba que las preguntas de su madre no necesitaran respuesta y lo que en verdad anhelase, fuera sexo. Alzó ambas manos y, sin vergüenza, las dirigió a las dos nalgas de su querida progenitora.

Las posó allí y apretó como nunca antes lo había hecho en un trasero, sintiendo los músculos duros de su madre entrenados en el gimnasio. Palpar aquel par de nalgas esculpidas por algún dios, fue quitarse un deseo que llevaba cargando demasiado tiempo.

Carla apretó los dientes sin dejar de mirar a su vástago que la seguía marcando cada uno de sus dedos por encima de esos leggins que la quedaban tan bien.

—¿¡Cómo te atreves…!? —dijo en un tono de enfado que no ocultaba su erotismo— ¿¡Te pone como un cerdo mi culo, puto guarro!?

Mateo no respondió, solo pasó uno de los dedos por la separación de ambas nalgas, haciendo que su madre sintiera una presión muy cerca de su ano. Aquello la hizo notar un impulso imparable en su vagina… estaba demasiado cachonda.

Carla no podía soportarlo. Tener aquella herramienta entre sus piernas, mientras notaba el calor y los fluidos manar de su vagina, era incontrolable. Ya no se acordaba de que su marido se estuviera follando a otra a escasos metros, lo que ella anhelaba, era esa tremenda polla que estaba bajo sus piernas y no la iba a desaprovechar.

Sin dejar de tapar la boca a su hijo, cogió su mano libre y, de forma nerviosa, se comenzó a quitar el leggins junto a las bragas. Consiguió que descendieran hasta sus muslos, sin poder hacer más recorrido debido a las piernas de su hijo. Pero no hacía falta más, para lo que pretendía… eso era suficiente.

—¡Cómo no valga la pena…! —Carla inclinó su cabeza hasta la oreja de Mateo y con los labios pegados a este, le susurró— ¡Me pienso follar a Paul mientras estés en casa…!

Asió el pene de su hijo entre sus dedos, colocándoselo en la entrada de su sexo y apretando los labios para estar lista. Estaba ardiendo y su mojadísima vagina le decía que no esperase más para cometer ese acto tan depravado. Los sedientos labios de su sexo se abrieron para que la llenaran. Obedeció.

Cayó con fuerza, sabiendo que la dilatación no iba a ser un problema y dejando que los innumerables centímetros la llegaran hasta las entrañas. Hubiera gritado de placer de estar solos en casa, pero mejor callar, pese a que el placer era divino, se lo guardaría para ella.

Los movimientos de cadera fueron rápidos y, ahora, volvía a sentir las manos de su hijo cogiéndola ambas nalgas, aunque en esta ocasión, lo hacían sin el pantalón de por medio. Su pene entraba tan bien que no se lo podía creer, hacía mucho que no tenía uno dentro y aquel…, era lo que necesitaba, perfecto para ella.

El coito cada vez se intensificaba más. Con una de sus manos seguía tapando la boca de Mateo que respiraba realmente agitado, mientras que, a ella, le caían gotas de sudor que se estampaban en pecho moldeado de su hijo.

En menos de dos minutos, llegó lo más esperado por Carla. Su espalda se arqueó y notó un placer inhumano que hacía mucho había olvidado. Apretó sus dientes, sus labios, sus piernas, todo lo que pudo para no gritar como una loca el nombre del culpable de semejante éxtasis. Aunque algo notó diferente.

Uno de los dedos revoltosos de su hijo que la apretaban el culo con ganas de quitárselo, reptó de manera independiente al resto y se acercó demasiado a su ano. Con tanta mala o buena suerte que, mientras el orgasmo, salía de ella, un dedo se introducía en su culo.

Apenas fue una falange del dedo corazón, pero el placer creció aún más, no se lo podía creer.

—¡Hijo…! ¡Hijo de puta…! —le susurró llena de pasión. Quitando la mano de su boca y sin parar de correrse.

Acabó apoyada en ambos brazos, mientras sus respiraciones se relajaban. El orgasmo había sido épico, hasta tal punto que se hubiera dormido si Mateo la dejase, pero no iba a suceder.

—Date la vuelta —ordenó Mateo a su madre en un tono que apenas era audible.

—Me daré la vuelta si quiero… ¿No? —su madre se acercó al rostro de su hijo y con el pulgar y el índice le apretó el rostro para hacerle saber quién mandaba— ¿A qué lo entiendes?

Ante el poderío que quería mostrar su madre, el joven introdujo su pene en su totalidad, provocando que otra falange del dedo se metiera en su ano. Carla abrió la boca y gimió muy bajito para que nadie más que Mateo la pudiera escuchar. Posó sus labios en la barbilla de este y subió con calma hasta la boca del joven, donde le atrapó el labio inferior y lo mordió llena de lujuria.

Se levantó como le había pedido, sabiendo que aquello solo le traería más sexo. Aprovechó para quitarse el pantalón y las bragas de sus muslos, tirándoselas al rostro de su hijo mientras le sonreía.

Estaba lista e igual que en el gimnasio, se sentó doblando las rodillas hasta que alcanzó un destino que una hora atrás, ni siquiera quería conocer.

Ahora no se miraban, era la misma posición, pero, esta vez, lo que Mateo veía era el trasero de Carla subir y bajar mientras engullía su pene. Era como en el gimnasio, cuando la veía hacer sentadillas y tenía que marchar al baño para que se le bajara con agua fría. Ahora no le hacía falta que la sangre la ablandara, cuanto más dura… mejor.

—Tanto llamarme guarro y como disfrutas, Carla —soltó Mateo mientras ayudaba a Carla en su movimiento poniendo las manos en su perfecto culo.

—¡Es que eres un guarro de mierda! Dime la verdad… ¡Aahh…! —gimió con severo gusto— ¿Cuántas veces has pensado en esto?

—Cientos de miles… Me he masturbado durante varios años pensando en ti —aquellas palabras tan eróticas, provocaban en la mujer que un nuevo orgasmo se aproximase.

—¡Cerdo de mierda…! ¡Mira que pensar en tu madre para pajearte…! ¡Aahh…! ¡Aahh…! Estarías en tu cuarto… moviéndotela como un marrano… amasando esta bonita y tremenda polla.

Notaba como se introducía hasta donde nadie había llegado, de qué manera su grosor la llenaba más que ninguna otra. Tantos años creyendo que la de su marido estaba bien, y comparando ahora con la que tenía su hijo… “¡¡Esta polla es otro mundo!!”.

—Así lo hacía —volvió a hablar Mateo y con una sonrisa maligna, le añadió— Vete, corre ahora al gimnasio, llama a Paul…

—¡Cabronazo…! ¡Me encantas…! —Carla giró la cabeza para ver a su hijo con esa mueca pícara— De momento, no. Pero como no me folles bien, pienso ligármelo en tu cara. Para que sufras…

—¿Esto…? —Mateo masajeó el ano por dentro mientras ayudaba con su cadera con unas fuertes entradas— ¿No es follarte bien, guarra?

—¡Cállate…! ¡Cállate…! ¡Aaahhh…! ¡Aaahhh…! ¡Cierra la puta boca!

Carla comenzó a gemir mientras su hijo la penetraba con una dureza que no recordaba. El placer era enorme, hasta el punto de que se ayudó con la mano para terminar con aquella picazón que la mataba. Rápidamente, dos dedos aprisionaron el clítoris, donde un masaje acabó aquel terrible polvo.

El orgasmo volvió a llegar. Se sentó sobre su hijo, introduciéndose todo lo que este le ofrecía mientras se masturbaba furiosa. Con la mano libre se tapó la boca, al tiempo que las gotas de sudor perlaban su piel haciéndola brillar.

Un pequeño grito logró salir de entre sus dedos, haciéndola temer que les descubrirían. Pero, no pasó nada, los de fuera estarían demasiado entretenidos, lo único relevante dentro del vestidor, era que Carla estaba bañando el rabo de Mateo con millones de fluidos.

—¡Otra vez…! ¡Dos veces…! Eres malo, mira que hacerle esto a tu pobre madre… —decía la mujer con la cara roja de la pasión y con unos ojos entrecerrados que apenas podían ver.

—Ahora, aguanta que te queda lo mejor.

El joven se levantó, haciendo que su madre casi se cayera hacia delante al separarse. Ambos se pusieron de pie, la mujer con más dificultad debido a sus temblorosas piernas. Mateo se colocó delante de ella, ocasión que aprovechó para admirar a su hijo que, con tanto ejercicio, se había convertido en un hombre… para ella… perfecto.

Mateo agarró la parte de arriba de la ropa de su madre y la sacó con descaro. Los senos quedaron al aire y dentro del caluroso habitáculo, ambos quedaron únicamente con las zapatillas de deporte. Los pechos de Carla, aunque no excesivamente grandes, eran de una medida más que gustosa…, en especial, para su hijo.

Sin embargo, Mateo no quería las tetas de su madre, al menos, de momento. Colocó las dos manos en los hombros de la mujer y la giró con rudeza mientras esta se dejaba hacer. Acto seguido, la inclinó con un poco de fuerza para que su perfecto culo se alzase. Carla ya sabía por dónde iban los tiros.

La mujer colocó las dos manos justo en la puerta del vestidor para no caerse y, su hijo, se pegó a ella por detrás, tanto… que su polla volvió a introducirse en su interior. Lo hizo con fuerza, provocando que la dilatada vagina de la mujer se estremeciera de placer.

—Me toca follarte.

—Menos hablar… —el bamboleo ya había comenzado— y más actuar.

—¿Me vas a tratar bien después de esto? ¿Me vas a tener más cariño? ¿Eh, Carla? ¿Por fin vas a querer a tu hijo?

—Yo nunca te he dejado de querer… ¡Ay, dios mío, qué bueno…! Pero sabiendo como follas, ahora te quiero más.

—¡Eres mala gente…! —su hijo hablaba con un tono de voz normal, los susurros se habían olvidado.

—Hazme ser buena gente… vamos a ver de lo que eres capaz.

Azuzado por el desafío de la mujer que le sonreía con superioridad, Mateo comenzó un sexo tan frenético que el choque de sus genitales contra el clítoris de Carla comenzó a producirla mucho placer.

La coleta de Carla se movía arriba y abajo, sus glúteos seguían el movimiento hipnótico que producía la polla de su hijo y las manos del muchacho apretaban como si la quisieran partir. Eso mismo era lo que pensaba Carla cada vez que todos los centímetros entraban hasta el límite… “¡Me va a partir!”.

—¿Vas a correrte…? —preguntó Mateo acercándose a su oreja.

—Si pienso en otros, seguro que sí.

—¡Cabrona de mierda! —sonrió el joven copiando a su madre.

El sexo se intensificó y la progenitora no podía sostener más el coito. El golpe de la cadera de Mateo la hacía acercarse más y más a la puerta, pegándose finalmente contra ella. Estaba entre la espada y la pared, aunque la espada… era el pollón de su hijo.

Notaba la fría puerta de madera contra sus tetas y, detrás, el pecho de su hijo totalmente sudado mientras la follaba sin piedad. Una de las manos del joven reptó hasta uno de sus pechos y lo agarró con fuerza como antes había hecho con su culo. Carla siseó como una serpiente, a la vez que apretaba sus dientes queriendo soportar el placer un poco más.

El orgasmo estaba allí, había llegado de nuevo… “¡El tercero! ¡Mi hijo es un dios, un semental!”, se decía al tiempo que sollozaba a un volumen audible para quien quisiera escuchar.

—Me voy a correr… —musitó su hijo entre dientes.

—¡Y yo quiero que lo hagas! ¡Esto me encanta, Mateo…! ¡Dame duro!

Carla sintió aún más fuerza, si es que era posible. Su cuerpo chocaba contra la puerta mientras el sonido parecía retumbar la casa. Notó como el orgasmo la alcanzaba y, a cada penetración, el sonido del chapoteo dentro de su vagina llenaba el vestidor.

Cerró los ojos, permitiendo que el inmenso placer que tanto deseaba la llenase por completo. Su cuerpo se tensó y el pene la dio el último empujón para alcanzar el cielo. Fue algo silencio, una relajación por la que deseó sacar el rabo de toro de Mateo y permitir que su coño se siguiera corriendo tranquilo. Pero no podía, ni quiera, puesto que… su hijo aún no estaba ordeñado.

Sin embargo, algo sucedió. Con tales entradas y tales golpes a la puerta, el pequeño pestillo, que casi era más adorno que útil, saltó y con ello, la puerta se abrió.

—¡AAHH! —gritó de la impresión.

Carla salió trastabillada por el susto, ya no tenía apoyo y sus manos lo buscaban mientras su vagina seguía corriéndose. Tropezó luego de dos pasos torpes, donde sus piernas chillaron de dolor por hacerlas moverse justo cuando se corría.

Acabó de rodillas golpeándose contra la cama, con medio cuerpo tumbado sobre esta y las zapatillas de deporte reposando en la alfombra. Levantó la mirada rebosante de pánico, esperando una cara de sorpresa por parte de los amantes que allí estaban retozando.

Consiguió enfocar los alrededores, mientras sus labios temblaban de placer y sus ojos desperezaban luego del gratificante tercer orgasmo. Lo que vio fue… Nada. En el cuarto no había nadie. La cama estaba hecha y la pareja se había marchado hacía un rato. Miró a los lados para cerciorarse, pero sus suposiciones eran correctas. Solo una pregunta le vino a la mente, “¿Cuánto llevamos ahí dentro follando?”.

Resopló dejando el orgasmo correr y aliviándose porque nadie la hubiera visto caer de esa manera. Lo que no pensó era que después verían a su hijo salir con su polla erecta y llena de fluidos, eso hubiera impactado mucho más.

De pronto, Carla volvió al mundo real, notando dos manos que se posaban en su trasero. Su hijo se había quedado a punto de caramelo y regresaba a por su presa observando que su madre estaba en una inmejorable postura. No se lo pensó, porque no estaba para eso, lo único que decidió, fue cambiar un poco su estrategia y… optó por otro agujero.

—¡¡MATEO!! —gritó Carla al sentir cómo el prepucio de su hijo le atravesaba el comienzo de su ano.

—Tu culo me lo está pidiendo, se abre cada vez que te la meto.

Carla asió el edredón cuando el descarado metió un poco más su lubricadísimo pene. Hacía mucho que no practicaba sexo anal y nunca con semejante polla. Apretó los labios y cerró los ojos, notando como cada centímetro la saludaba al pasar. Al de unos segundos, se pudo acostumbrar y el dolor pasó a ser algo más placentero. Antes de que pudiera pensarlo, los huevos de su pequeño la golpearon. “¿La ha metido toda?”.

Salió y entró en varias acometidas algo más suaves que las anteriores. Carla las aguantaba con los ojos cerrados, sufriendo esa mezcla de picor y placer que la hacían seguir quieta y disfrutando.

—Ahora, sí que sí… después de esto llama a tu amigo Paul…

—¡Cabrón…! Acaba ya… o le llamo… —rogaba sumida en un placer doloroso.

Iba a terminar, el chico podía observar delante de sus ojos el paraíso y como traca final, alzó la mano y la descendió con fuerza para propinarle un sonoro azote a una de las duras nalgas de su madre. El azote hizo que la mujer se irguiera un poco más encorvando su espalda.

—Esto, por la… torta de antes. Te la mereces —dijo Mateo, notando un placer extremo que hacía que su cuerpo temblara.

—Sí… Me lo merezco. ¡Vamos córrete, cariño! ¡Hazlo!

Acto seguido, el chico se detuvo con la mitad dentro, empezando a vibrar por completo y apretando la piel de Carla.

El semen salió disparado a su culo y esa esencia caliente la embriagó, haciendo que cuando su hijo sacara su poderoso miembro, le quedara un gran sentimiento de vacío.

Estuvo quieta por un rato, escuchando los jadeos del muchacho y sintiendo el rezumar del semen de su culo hasta su coño, igual que si un volcán de leche hubiera entrado en erupción. Al final, una voz la sacó de su tranquilidad, era su amado hijo.

—Ahora, voy a ir al gimnasio, ¿te vienes?

—Paso, mi amor… Ya hice mi ejercicio.


****


Al día siguiente, cuando solo ellos dos se encontraban en la casa, Carla se metió en el baño donde su hijo se estaba duchando.

—Cielo, ¿te acuerdas de la cámara que puse para tu padre?

—Sí.

—Pues tengo un cacho cortado, en el que salimos tú y yo… ¿Te apetece verlo? —ella ya había visionado como su hijo la daba por el culo y no pudo aguantarse las ganas, por lo que se masturbó mientras mirada.

—Me encantaría, así hacemos algo juntos… ¿Por qué es verdad que vas a dejar el gimnasio?

—Sí. ¿Para qué voy a ir, teniendo ejercicio aquí?

La mujer se rio y abrió la mampara viendo a su hijo desnudo. No la tenía dura, aun así, seguía siendo grande. Después de un rápido vistazo, volvió a decirle.

—Por cierto, te quería comentar que tengo pensado tratar de arreglar lo mío con tu padre. Puede… que haya sido un poco asquerosa estos años.

—Creo que es una buena idea, con un poco de ayuda, podríamos volver a ser una familia. Además… me gustaría que vinieras al gimnasio, me encanta pasar el rato contigo y… verte con los leggins.

—Si me lo pides así, puede que no me desapunte. Pero antes de nada… ¿Qué te parece si te empiezo a tratar mejor a ti?

Carla se comenzó a quitar el pequeño pijama que vestía delante de los ojos de su hijo y se adentró en la ducha junto a este.

—¿Qué tienes en mente?

Su madre le sonrió con ganas, empezando a mojarse el precioso cuerpo que labró en el gimnasio. Le rodeó el cuello, sintiendo la polla que se endurecía contra su pelvis. Después de un guiño muy cómplice, le confesó.

—Tengo pensado y solo… si te parece bien… que voy a empezar a tratarte mejor ahora mismo. Por ejemplo, chupándote la polla hasta que te corras sobre mis tetas. ¿Es un buen comienzo, mi amor?

—El mejor.

FIN.
Uffff he terminado leyendo el relato con una erección brutal… felicidades por tu forma de relatar y decirte que tienes un nuevo seguidor
 
—¿¡Cómo!? —Carla no se sorprendió, sino que suponía haber escuchado mal.

—¡Es por ti, joder…! —la confesión estaba lanzada y sintió sacarse un peso de encima— Desde hace años que me pasa. ¿Por qué te crees que tratándome tan mal, sigo queriendo ir contigo a muchos lados? Porque me encantas, mamá. Me gusta ir al gimnasio contigo y…, cuando llevas esa ropa…, no paro de mirarte, me es imposible. Muchas veces se me ha puesto así, en especial, cuando miro tu culo.

—Mateo… ¿¡Qué me estás diciendo…!?

—Lo que oyes. Estando aquí tan pegados, digamos que… viendo porno, los dos sudados y solos… Era inevitable. Lo peor es que se me está poniendo más dura al hablarlo.

Carla no daba crédito a lo que oía. Alguna vez había escuchado sobre el incesto, pero le parecía algo de ficción, una cosa que a ella no le podía pasar. Sin embargo, allí estaba su hijo, con un pene colosal a su lado y encerrados en el vestidor sin poder salir.

—A ver, hijo… eso… no está… Eso no está bien. —no sabía ni cómo empezar.

El sudor había aumentado y se notaba calada, al igual que su pequeño. Por el duro pecho del joven, corrían unas gotas de sudor que se deslizaban sin parar hasta llegar a los abdominales. No podía mirar a los ojos a su hijo, no por vergüenza, sino porque aquel torso la tenía embelesada.

—Estás confundido —siguió sin quitar la vista del cultivado cuerpo de Mateo—. Será culpa de las hormonas de la adolescencia, pero bueno… esto no sé… ¡Eres un poco degenerado, Mateo…!

Mientras le decía eso con total seriedad, sus ojos se posaron en la mano del joven que continuaba amasando un maravilloso cacho de carne. Se veía tan grande y gordo, algo que Carla había deseado tanto tiempo y que, ahora, tenía tan cerca. Se mordió el labio sin darse cuenta y el corazón comenzó a galopar sin descanso.

—¿¡Qué hormonas y qué adolescente!? Mamá que ya soy mayorcito y sé cuándo una mujer está buena o no. Te parece que esto es de un niño que no sabe lo que quiere.

De pronto, según unió sus labios, su mano se movió rápida para bajarse de golpe el pantalón. De allí emergió una polla enorme, con una gordura y un tamaño más que considerable, que hizo que Carla se llevara una mano a la boca. Analizó en una décima… cada uno de los milímetros de aquel milagro.

Poseía un glande jugoso y rosado. Con la sangre fluyendo por unas venas marcadas y con una dureza que se notaba solo al mirarla. Las pupilas se le dilataron, el corazón se le desbocó y la respiración se le aceleró, Carla estaba descolocada, tanto, que su vagina se empezó a humedecer.

Lo único que le salió hacer, fue sentarse correctamente y llevar una mano al aparato reproductor de su hijo. La cogió con fuerza y sin pensar si podía hacer daño al joven, la trató de esconder en los pantalones.

—¡Guárdate eso, joder! ¿¡Cómo se te ocurre enseñarme esa gran polla así de dura!? —Carla seguía agarrando el pene mientras Mateo no permitía que lo escondiera.

—¿Qué más me da? ¿Vas a tratarme peor? ¡Menuda sorpresa…!

—¡Eres un guarro de mierda! ¡Guárdatela ahora mismo o te la corto!

Hubo un pequeño forcejeó, en el que Carla meditó en decirle aquello a su marido, pero… ¿Qué iba a ganar con eso? Tal vez no creerla y que la llamara loca.

La lucha continuó, una queriendo esconder aquel mástil y, el otro, sin dejar que el pantalón volviera a guardar su sexo. Se habían olvidado del coito que, a unos metros, seguía siendo frenético. Ahora, solamente se fijaban en las manos que peleaban por aquella polla.

—Entiendo lo de Paul —comentó Carla sin soltar el miembro—. ¡Eres un celoso de mierda! Un niñato que solo quiere a su madre para él. ¿Qué quieres casarte con tu mamá?

—No.

La palabra sonó inquisitiva y, de la misma, se lanzó encima de su madre. Esta se quedó con el cuerpo de su hijo delante y detrás, una pared que la tenía atrapada.

Toda distancia se había roto, estaban a escasos milímetros el uno del otro. De la boca del joven brotaba un caliente aire que golpeaba en los labios de la mujer y Carla, no se apartó. Sus respiraciones estaban agitadas y el corazón les corría como un fórmula 1.

Los ojos del muchacho no dejaban de mirar a la mujer que esperaba algo más después de aquel no. Toda su autoridad parecía haberse borrado y se sentía atenazada. Los brazos fuertes de su hijo, apoyados en el suelo cerca de ella, no la dejarían escapar. Su robusto cuerpo, era una losa que la aplastaría cuando el chico quisiera. Sin embargo…, lo peor… o quizá mejor de todo, era que unas emociones fuertes brotaron desde el interior de Carla y… no deseaba escapar.

—Lo que quiero… —susurró Mateo muy cerca de sus labios— es que me vuelvas a querer. Que me trates con amor, que seas mi madre y… si quieres… follarte cuando me lo pidas.

Las palabras le produjeron asco, pero también un placer tan frenético que su vagina le comenzó a carburar como loca. Nunca le habían dicho algo tan claro, jamás la habían hablado así y era lo más erótico que se podía imaginar. Con cualquier otra persona habría sido algo de lo más sexual, pero al escucharlo de los labios de su primogénito, algo fallaba.

—Aunque lo mejor de todo… —retomó el muchacho la palabra, observando hacia su entrepierna mientras los pechos de su madre se hinchaban dentro del sujetador deportivo— es que… me sigues sujetando la polla.

Era cierto. Carla no se había dado cuenta, pero mientras su chico estaba sobre ella, su mano continuaba aferrada a la gran escopeta del joven, aunque con una diferencia, ahora la acariciaba.

Echó un vistazo entre los dos cuerpos, comprobando que, el pene de Mateo, era acariciado por una mano que se veía diminuta. Su tacto era maravilloso, una capa de delicada seda que cubría el poder de unos músculos duros como el acero. Era bonito, grande, gordo, suave… tenía todo para ser… perfecto.

Un rayo de lujuria pasó por la cabeza de Carla que, en un segundo, posó ambas manos en el pecho desnudo de su hijo y lo empujó con fuerza hacia atrás. Este acabó sentado contra la pared del lado opuesto y la madre se puso en pie entre todos los abrigos de invierno.

El sonido en el exterior parecía estar cesando, pero los del interior, ya no les escuchaban. Carla se mantuvo de pie, oteando con la boca abierta a su hijo mientras aspiraba grandes bocanadas de aire. Su piel estaba caliente, pero por dentro… ardía mucho más.

El pantalón del joven había bajado hasta las rodillas, solo le quedaban las zapatillas puestas y… un tremendo pollón que la señalaba como la única culpable. En un acto tan rápido como rudo, Carla flexionó las piernas cayendo directamente sobre la dura lanza.

Al muchacho, el dolor le envolvió el cuerpo cuando la pelvis de su madre le golpeó, aunque también le gustó ver, que su polla estaba atrapada por esa misma zona.

Con rapidez de una gata, Carla le puso la mano en la boca para que no sonara ninguna queja. El joven ahogó una queja de dolor debido al golpe entre los dedos.

—Dices que no soy una buena madre… que no te trato bien… —inició unos movimientos de cadera, que hacían rozar su vagina contra la polla de su hijo— ¿Quieres que te trate así? ¿Eso quieres?

El joven asintió con los ojos inyectados en sangre por puro deseo. Carla observó su cadera al moverse y como, bajo esta, un pene colosal le atravesaba toda la vagina. Era muy consciente de que la ropa…, le comenzaba a sobrar.

—¿Qué crees? ¿Qué me voy a follar a mi hijo porque tenga una tremenda polla, puto guarro? —Carla se acercó mucho más a él y apretó todo lo que pudo su vagina contra su hijo.

Mateo estaba más caliente que en toda su vida. Esperaba que las preguntas de su madre no necesitaran respuesta y lo que en verdad anhelase, fuera sexo. Alzó ambas manos y, sin vergüenza, las dirigió a las dos nalgas de su querida progenitora.

Las posó allí y apretó como nunca antes lo había hecho en un trasero, sintiendo los músculos duros de su madre entrenados en el gimnasio. Palpar aquel par de nalgas esculpidas por algún dios, fue quitarse un deseo que llevaba cargando demasiado tiempo.

Carla apretó los dientes sin dejar de mirar a su vástago que la seguía marcando cada uno de sus dedos por encima de esos leggins que la quedaban tan bien.

—¿¡Cómo te atreves…!? —dijo en un tono de enfado que no ocultaba su erotismo— ¿¡Te pone como un cerdo mi culo, puto guarro!?

Mateo no respondió, solo pasó uno de los dedos por la separación de ambas nalgas, haciendo que su madre sintiera una presión muy cerca de su ano. Aquello la hizo notar un impulso imparable en su vagina… estaba demasiado cachonda.

Carla no podía soportarlo. Tener aquella herramienta entre sus piernas, mientras notaba el calor y los fluidos manar de su vagina, era incontrolable. Ya no se acordaba de que su marido se estuviera follando a otra a escasos metros, lo que ella anhelaba, era esa tremenda polla que estaba bajo sus piernas y no la iba a desaprovechar.

Sin dejar de tapar la boca a su hijo, cogió su mano libre y, de forma nerviosa, se comenzó a quitar el leggins junto a las bragas. Consiguió que descendieran hasta sus muslos, sin poder hacer más recorrido debido a las piernas de su hijo. Pero no hacía falta más, para lo que pretendía… eso era suficiente.

—¡Cómo no valga la pena…! —Carla inclinó su cabeza hasta la oreja de Mateo y con los labios pegados a este, le susurró— ¡Me pienso follar a Paul mientras estés en casa…!

Asió el pene de su hijo entre sus dedos, colocándoselo en la entrada de su sexo y apretando los labios para estar lista. Estaba ardiendo y su mojadísima vagina le decía que no esperase más para cometer ese acto tan depravado. Los sedientos labios de su sexo se abrieron para que la llenaran. Obedeció.

Cayó con fuerza, sabiendo que la dilatación no iba a ser un problema y dejando que los innumerables centímetros la llegaran hasta las entrañas. Hubiera gritado de placer de estar solos en casa, pero mejor callar, pese a que el placer era divino, se lo guardaría para ella.

Los movimientos de cadera fueron rápidos y, ahora, volvía a sentir las manos de su hijo cogiéndola ambas nalgas, aunque en esta ocasión, lo hacían sin el pantalón de por medio. Su pene entraba tan bien que no se lo podía creer, hacía mucho que no tenía uno dentro y aquel…, era lo que necesitaba, perfecto para ella.

El coito cada vez se intensificaba más. Con una de sus manos seguía tapando la boca de Mateo que respiraba realmente agitado, mientras que, a ella, le caían gotas de sudor que se estampaban en pecho moldeado de su hijo.

En menos de dos minutos, llegó lo más esperado por Carla. Su espalda se arqueó y notó un placer inhumano que hacía mucho había olvidado. Apretó sus dientes, sus labios, sus piernas, todo lo que pudo para no gritar como una loca el nombre del culpable de semejante éxtasis. Aunque algo notó diferente.

Uno de los dedos revoltosos de su hijo que la apretaban el culo con ganas de quitárselo, reptó de manera independiente al resto y se acercó demasiado a su ano. Con tanta mala o buena suerte que, mientras el orgasmo, salía de ella, un dedo se introducía en su culo.

Apenas fue una falange del dedo corazón, pero el placer creció aún más, no se lo podía creer.

—¡Hijo…! ¡Hijo de puta…! —le susurró llena de pasión. Quitando la mano de su boca y sin parar de correrse.

Acabó apoyada en ambos brazos, mientras sus respiraciones se relajaban. El orgasmo había sido épico, hasta tal punto que se hubiera dormido si Mateo la dejase, pero no iba a suceder.

—Date la vuelta —ordenó Mateo a su madre en un tono que apenas era audible.

—Me daré la vuelta si quiero… ¿No? —su madre se acercó al rostro de su hijo y con el pulgar y el índice le apretó el rostro para hacerle saber quién mandaba— ¿A qué lo entiendes?

Ante el poderío que quería mostrar su madre, el joven introdujo su pene en su totalidad, provocando que otra falange del dedo se metiera en su ano. Carla abrió la boca y gimió muy bajito para que nadie más que Mateo la pudiera escuchar. Posó sus labios en la barbilla de este y subió con calma hasta la boca del joven, donde le atrapó el labio inferior y lo mordió llena de lujuria.

Se levantó como le había pedido, sabiendo que aquello solo le traería más sexo. Aprovechó para quitarse el pantalón y las bragas de sus muslos, tirándoselas al rostro de su hijo mientras le sonreía.

Estaba lista e igual que en el gimnasio, se sentó doblando las rodillas hasta que alcanzó un destino que una hora atrás, ni siquiera quería conocer.

Ahora no se miraban, era la misma posición, pero, esta vez, lo que Mateo veía era el trasero de Carla subir y bajar mientras engullía su pene. Era como en el gimnasio, cuando la veía hacer sentadillas y tenía que marchar al baño para que se le bajara con agua fría. Ahora no le hacía falta que la sangre la ablandara, cuanto más dura… mejor.

—Tanto llamarme guarro y como disfrutas, Carla —soltó Mateo mientras ayudaba a Carla en su movimiento poniendo las manos en su perfecto culo.

—¡Es que eres un guarro de mierda! Dime la verdad… ¡Aahh…! —gimió con severo gusto— ¿Cuántas veces has pensado en esto?

—Cientos de miles… Me he masturbado durante varios años pensando en ti —aquellas palabras tan eróticas, provocaban en la mujer que un nuevo orgasmo se aproximase.

—¡Cerdo de mierda…! ¡Mira que pensar en tu madre para pajearte…! ¡Aahh…! ¡Aahh…! Estarías en tu cuarto… moviéndotela como un marrano… amasando esta bonita y tremenda polla.

Notaba como se introducía hasta donde nadie había llegado, de qué manera su grosor la llenaba más que ninguna otra. Tantos años creyendo que la de su marido estaba bien, y comparando ahora con la que tenía su hijo… “¡¡Esta polla es otro mundo!!”.

—Así lo hacía —volvió a hablar Mateo y con una sonrisa maligna, le añadió— Vete, corre ahora al gimnasio, llama a Paul…

—¡Cabronazo…! ¡Me encantas…! —Carla giró la cabeza para ver a su hijo con esa mueca pícara— De momento, no. Pero como no me folles bien, pienso ligármelo en tu cara. Para que sufras…

—¿Esto…? —Mateo masajeó el ano por dentro mientras ayudaba con su cadera con unas fuertes entradas— ¿No es follarte bien, guarra?

—¡Cállate…! ¡Cállate…! ¡Aaahhh…! ¡Aaahhh…! ¡Cierra la puta boca!

Carla comenzó a gemir mientras su hijo la penetraba con una dureza que no recordaba. El placer era enorme, hasta el punto de que se ayudó con la mano para terminar con aquella picazón que la mataba. Rápidamente, dos dedos aprisionaron el clítoris, donde un masaje acabó aquel terrible polvo.

El orgasmo volvió a llegar. Se sentó sobre su hijo, introduciéndose todo lo que este le ofrecía mientras se masturbaba furiosa. Con la mano libre se tapó la boca, al tiempo que las gotas de sudor perlaban su piel haciéndola brillar.

Un pequeño grito logró salir de entre sus dedos, haciéndola temer que les descubrirían. Pero, no pasó nada, los de fuera estarían demasiado entretenidos, lo único relevante dentro del vestidor, era que Carla estaba bañando el rabo de Mateo con millones de fluidos.

—¡Otra vez…! ¡Dos veces…! Eres malo, mira que hacerle esto a tu pobre madre… —decía la mujer con la cara roja de la pasión y con unos ojos entrecerrados que apenas podían ver.

—Ahora, aguanta que te queda lo mejor.

El joven se levantó, haciendo que su madre casi se cayera hacia delante al separarse. Ambos se pusieron de pie, la mujer con más dificultad debido a sus temblorosas piernas. Mateo se colocó delante de ella, ocasión que aprovechó para admirar a su hijo que, con tanto ejercicio, se había convertido en un hombre… para ella… perfecto.

Mateo agarró la parte de arriba de la ropa de su madre y la sacó con descaro. Los senos quedaron al aire y dentro del caluroso habitáculo, ambos quedaron únicamente con las zapatillas de deporte. Los pechos de Carla, aunque no excesivamente grandes, eran de una medida más que gustosa…, en especial, para su hijo.

Sin embargo, Mateo no quería las tetas de su madre, al menos, de momento. Colocó las dos manos en los hombros de la mujer y la giró con rudeza mientras esta se dejaba hacer. Acto seguido, la inclinó con un poco de fuerza para que su perfecto culo se alzase. Carla ya sabía por dónde iban los tiros.

La mujer colocó las dos manos justo en la puerta del vestidor para no caerse y, su hijo, se pegó a ella por detrás, tanto… que su polla volvió a introducirse en su interior. Lo hizo con fuerza, provocando que la dilatada vagina de la mujer se estremeciera de placer.

—Me toca follarte.

—Menos hablar… —el bamboleo ya había comenzado— y más actuar.

—¿Me vas a tratar bien después de esto? ¿Me vas a tener más cariño? ¿Eh, Carla? ¿Por fin vas a querer a tu hijo?

—Yo nunca te he dejado de querer… ¡Ay, dios mío, qué bueno…! Pero sabiendo como follas, ahora te quiero más.

—¡Eres mala gente…! —su hijo hablaba con un tono de voz normal, los susurros se habían olvidado.

—Hazme ser buena gente… vamos a ver de lo que eres capaz.

Azuzado por el desafío de la mujer que le sonreía con superioridad, Mateo comenzó un sexo tan frenético que el choque de sus genitales contra el clítoris de Carla comenzó a producirla mucho placer.

La coleta de Carla se movía arriba y abajo, sus glúteos seguían el movimiento hipnótico que producía la polla de su hijo y las manos del muchacho apretaban como si la quisieran partir. Eso mismo era lo que pensaba Carla cada vez que todos los centímetros entraban hasta el límite… “¡Me va a partir!”.

—¿Vas a correrte…? —preguntó Mateo acercándose a su oreja.

—Si pienso en otros, seguro que sí.

—¡Cabrona de mierda! —sonrió el joven copiando a su madre.

El sexo se intensificó y la progenitora no podía sostener más el coito. El golpe de la cadera de Mateo la hacía acercarse más y más a la puerta, pegándose finalmente contra ella. Estaba entre la espada y la pared, aunque la espada… era el pollón de su hijo.

Notaba la fría puerta de madera contra sus tetas y, detrás, el pecho de su hijo totalmente sudado mientras la follaba sin piedad. Una de las manos del joven reptó hasta uno de sus pechos y lo agarró con fuerza como antes había hecho con su culo. Carla siseó como una serpiente, a la vez que apretaba sus dientes queriendo soportar el placer un poco más.

El orgasmo estaba allí, había llegado de nuevo… “¡El tercero! ¡Mi hijo es un dios, un semental!”, se decía al tiempo que sollozaba a un volumen audible para quien quisiera escuchar.

—Me voy a correr… —musitó su hijo entre dientes.

—¡Y yo quiero que lo hagas! ¡Esto me encanta, Mateo…! ¡Dame duro!

Carla sintió aún más fuerza, si es que era posible. Su cuerpo chocaba contra la puerta mientras el sonido parecía retumbar la casa. Notó como el orgasmo la alcanzaba y, a cada penetración, el sonido del chapoteo dentro de su vagina llenaba el vestidor.

Cerró los ojos, permitiendo que el inmenso placer que tanto deseaba la llenase por completo. Su cuerpo se tensó y el pene la dio el último empujón para alcanzar el cielo. Fue algo silencio, una relajación por la que deseó sacar el rabo de toro de Mateo y permitir que su coño se siguiera corriendo tranquilo. Pero no podía, ni quiera, puesto que… su hijo aún no estaba ordeñado.

Sin embargo, algo sucedió. Con tales entradas y tales golpes a la puerta, el pequeño pestillo, que casi era más adorno que útil, saltó y con ello, la puerta se abrió.

—¡AAHH! —gritó de la impresión.

Carla salió trastabillada por el susto, ya no tenía apoyo y sus manos lo buscaban mientras su vagina seguía corriéndose. Tropezó luego de dos pasos torpes, donde sus piernas chillaron de dolor por hacerlas moverse justo cuando se corría.

Acabó de rodillas golpeándose contra la cama, con medio cuerpo tumbado sobre esta y las zapatillas de deporte reposando en la alfombra. Levantó la mirada rebosante de pánico, esperando una cara de sorpresa por parte de los amantes que allí estaban retozando.

Consiguió enfocar los alrededores, mientras sus labios temblaban de placer y sus ojos desperezaban luego del gratificante tercer orgasmo. Lo que vio fue… Nada. En el cuarto no había nadie. La cama estaba hecha y la pareja se había marchado hacía un rato. Miró a los lados para cerciorarse, pero sus suposiciones eran correctas. Solo una pregunta le vino a la mente, “¿Cuánto llevamos ahí dentro follando?”.

Resopló dejando el orgasmo correr y aliviándose porque nadie la hubiera visto caer de esa manera. Lo que no pensó era que después verían a su hijo salir con su polla erecta y llena de fluidos, eso hubiera impactado mucho más.

De pronto, Carla volvió al mundo real, notando dos manos que se posaban en su trasero. Su hijo se había quedado a punto de caramelo y regresaba a por su presa observando que su madre estaba en una inmejorable postura. No se lo pensó, porque no estaba para eso, lo único que decidió, fue cambiar un poco su estrategia y… optó por otro agujero.

—¡¡MATEO!! —gritó Carla al sentir cómo el prepucio de su hijo le atravesaba el comienzo de su ano.

—Tu culo me lo está pidiendo, se abre cada vez que te la meto.

Carla asió el edredón cuando el descarado metió un poco más su lubricadísimo pene. Hacía mucho que no practicaba sexo anal y nunca con semejante polla. Apretó los labios y cerró los ojos, notando como cada centímetro la saludaba al pasar. Al de unos segundos, se pudo acostumbrar y el dolor pasó a ser algo más placentero. Antes de que pudiera pensarlo, los huevos de su pequeño la golpearon. “¿La ha metido toda?”.

Salió y entró en varias acometidas algo más suaves que las anteriores. Carla las aguantaba con los ojos cerrados, sufriendo esa mezcla de picor y placer que la hacían seguir quieta y disfrutando.

—Ahora, sí que sí… después de esto llama a tu amigo Paul…

—¡Cabrón…! Acaba ya… o le llamo… —rogaba sumida en un placer doloroso.

Iba a terminar, el chico podía observar delante de sus ojos el paraíso y como traca final, alzó la mano y la descendió con fuerza para propinarle un sonoro azote a una de las duras nalgas de su madre. El azote hizo que la mujer se irguiera un poco más encorvando su espalda.

—Esto, por la… torta de antes. Te la mereces —dijo Mateo, notando un placer extremo que hacía que su cuerpo temblara.

—Sí… Me lo merezco. ¡Vamos córrete, cariño! ¡Hazlo!

Acto seguido, el chico se detuvo con la mitad dentro, empezando a vibrar por completo y apretando la piel de Carla.

El semen salió disparado a su culo y esa esencia caliente la embriagó, haciendo que cuando su hijo sacara su poderoso miembro, le quedara un gran sentimiento de vacío.

Estuvo quieta por un rato, escuchando los jadeos del muchacho y sintiendo el rezumar del semen de su culo hasta su coño, igual que si un volcán de leche hubiera entrado en erupción. Al final, una voz la sacó de su tranquilidad, era su amado hijo.

—Ahora, voy a ir al gimnasio, ¿te vienes?

—Paso, mi amor… Ya hice mi ejercicio.


****


Al día siguiente, cuando solo ellos dos se encontraban en la casa, Carla se metió en el baño donde su hijo se estaba duchando.

—Cielo, ¿te acuerdas de la cámara que puse para tu padre?

—Sí.

—Pues tengo un cacho cortado, en el que salimos tú y yo… ¿Te apetece verlo? —ella ya había visionado como su hijo la daba por el culo y no pudo aguantarse las ganas, por lo que se masturbó mientras mirada.

—Me encantaría, así hacemos algo juntos… ¿Por qué es verdad que vas a dejar el gimnasio?

—Sí. ¿Para qué voy a ir, teniendo ejercicio aquí?

La mujer se rio y abrió la mampara viendo a su hijo desnudo. No la tenía dura, aun así, seguía siendo grande. Después de un rápido vistazo, volvió a decirle.

—Por cierto, te quería comentar que tengo pensado tratar de arreglar lo mío con tu padre. Puede… que haya sido un poco asquerosa estos años.

—Creo que es una buena idea, con un poco de ayuda, podríamos volver a ser una familia. Además… me gustaría que vinieras al gimnasio, me encanta pasar el rato contigo y… verte con los leggins.

—Si me lo pides así, puede que no me desapunte. Pero antes de nada… ¿Qué te parece si te empiezo a tratar mejor a ti?

Carla se comenzó a quitar el pequeño pijama que vestía delante de los ojos de su hijo y se adentró en la ducha junto a este.

—¿Qué tienes en mente?

Su madre le sonrió con ganas, empezando a mojarse el precioso cuerpo que labró en el gimnasio. Le rodeó el cuello, sintiendo la polla que se endurecía contra su pelvis. Después de un guiño muy cómplice, le confesó.

—Tengo pensado y solo… si te parece bien… que voy a empezar a tratarte mejor ahora mismo. Por ejemplo, chupándote la polla hasta que te corras sobre mis tetas. ¿Es un buen comienzo, mi amor?

—El mejor.

FIN.
Con una madre así cualquiera se resiste!!!
 
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