Lilith Duran
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- 10 Oct 2025
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Carla se encontraba en su habitación cuando sintió que alguien la estaba mirando. Se alarmó al momento y a la velocidad del rayo, se dio la vuelta esperando que no fuera su marido.
—¡Joder, Mateo…! Eres tú —dijo al ver a su hijo pudiendo resoplar tranquila.
—¿Qué haces? —preguntó entrando a la habitación.
—Nada.
La mujer siguió subida a la silla, colocando un pequeño aparato en una de las estanterías, sin reparar siquiera en que su hijo continuaba con los ojos fijos en ella.
—Ese cubo… ¿Es un adorno o qué es?
—¡Cállate, Mateo! —le cortó con frialdad.
—Tan amable como siempre…
El joven observó en silencio como su madre descendía de la silla y la colocaba en su lugar, aunque más atención puso en los leggins que usaba en el gimnasio y que ya vestía. Carla sacó el móvil e hizo unas comprobaciones, al tiempo que Mateo se acercó por su espalda y trató de curiosear por encima de ella.
—No mires —le volvió a decir con el mismo tono seco de siempre. Con un gesto, escondió su móvil, aunque el chico ya lo había visto.
—¿Se nos ve a nosotros? ¿No habrás puesto una cámara?
—De verdad, hijo, cállate —volvió a sugerirle la madre con malas formas. Al terminar de configurar el móvil, añadió—. Ya está… ¡Hijo de puta…! No te escapas.
—¿¡No iras a espiar a papá!?
—Pues sí, Mateo. Sí que lo voy a hacer, ¿algún problema? —Carla se dio la vuelta encarando a su hijo que le sacaba una cabeza y un cuerpo lleno de músculos.
—No es muy ético.
—Hijo, sabes de sobra que tu padre me la pega con otra. Déjate de tonterías. Le he pillado el móvil y como nos íbamos a ir al gimnasio, va a venir con su zorra.
—¿Y qué pretendes? ¿Enseñar el video en el juicio por el divorcio? —a Mateo nunca le había gustado la idea de la separación de sus padres. Sin embargo, sabía que era muy difícil hacerles cambiar de opinión, en especial, a Carla.
—Chico listo, te pareces menos a tu padre de lo que pensaba. Ahora, de esto ni una palabra, que tienes una bocaza…
—Mamá, algún día podrías ser un poco más agradable…
Desde hacía años que su madre era así de cínica y un poco insoportable. Seguramente, debido a la inestabilidad de su relación y diversos factores, los cuales no le daban motivos para justificar su comportamiento.
—Sí, sí, sí… algún día… bueno, vamos al gimnasio. Mucho te quejas de mí, pero mira que bien lo pasamos yendo a entrenar.
Mateo había decidido apuntarse al mismo gimnasio de su madre por varias razones. Una, porque el descuento familiar que les hacían era bastante elevado. Dos, porque pretendía pasar más tiempo con su madre y estrechar lazos. Y última, aunque algo más secreta y que nadie conocía, porque ver a Carla en sus ropas de entrenamiento le ponía demasiado.
La mujer anduvo hasta el vestidor, mientras la coleta morena y bien apretada le danzaba en el aire. Con sus veinte años recién cumplidos, el chico no dudó en mirar con descaro, el espléndido trasero de su madre cuarentona se mecía de manera hipnótica.
Carla tenía un buen cuerpo, unos generosos pechos y un vientre firme después de tres años entrenando. Sin embargo, lo que a Mateo le revolvía todo el cuerpo, era su trasero. Aquellas dos nalgas esculpidas en mármol por el mismo Miguel Ángel le hacían perder el norte, no creía que hubiera uno mejor.
No era capaz de comprender, como su padre elegía a otras mujeres en vez de a su madre. Era cierto que los años habían pasado y ya no era la misma mujer que en las fotos de su juventud, pero se mantenía bella. Pero su progenitor, últimamente, se inclinaba por frutos más verdes y no hacía caso a la madura que tenía en casa.
La mujer cogió la mochila que guardaba en el amplio vestidor. Se echó un vistazo en el espejo y se vio preciosa, tal como era. El leggins de diferentes colores le hacía unas piernas perfectas, sumado a que la camiseta deportiva dejaba al aire su vientre plano y le otorgaba una preciosa silueta a sus pechos. ¡Estaba espectacular!
Pensó en Paul, su joven profesor de fitness. Esperaba verle y que le dedicara esas miradas tan lascivas que la humedecían la parte más íntima de su anatomía. Era un chico tan joven como su hijo mayor y como le ponía cuando la corregía, ese momento en que la tocaba… ¡Qué ganas tenía de divorciarse para darle un buen viaje…!
La mujer dio la vuelta después de admirarse y vio a su hijo plantado frente a ella. Le miró de arriba abajo, el rostro del joven tenía una gota de sudor por el calor de verano que le cruzaba un rostro muy serio.
—¿Qué? —preguntó con el tono más frío que pudo.
—¿No vas a dejar de tratarme así nunca? —Mateo parecía realmente enfadado.
La temperatura aquel día era inaguantable y en el vestidor, con tanta ropa, aumentaba de forma exponencial. A Carla le comenzaba a incomodar tanto el calor, como la pregunta.
—¿De qué te quejas? Yo te trato bien.
—Desde hace tiempo eres una borde, una desagradecida y de dar cariño… de eso ni hablamos —al chico le dio por soltar lo que mantenía retenido desde tiempo atrás.
—Vale, muy bien. Todo lo que quieras. Pero ahora no es momento de hablar de esto, va a venir tu padre. ¡Vámonos!
—Es que ni siquiera quieres hablarlo con él, te has cerrado en banda desde hace años. No sé qué es lo que te picó y porque cambiaste, pero que, últimamente, das asco.
—¡No me hables así que soy tu madre, niñato! —Carla no permitía que nadie la hablara mal, menos sus hijos. Alzó su dedo índice amenazante y lo puso al ras de la cara del muchacho.
—Todo esto lo estás tomando como una venganza personal y parece que es contra toda la familia, hasta Manu, que siempre te ha defendido, empieza a pensar como yo.
De sus dos hijos, Manu era el pequeño, el que siempre la había apoyado pese a sus malos modos. Carla era consciente de que llevaba unos años muy malos. Desde la muerte de sus padres todo había cambiado y ahora, con el estrés del trabajo, los niños y los recientes cuernos de su marido, estaba horrible… ¡Ni sexo tenía!
—Mira, Mateo. Lo hablamos de camino al gimnasio, pero vámonos… ¡¡YA!!
Pese al mandato de su madre, el joven no se movió. Se había inflado de valor para soltarle esas palabras y ahora, no se quería quedar a medias, ¡ni de broma!
—Es cierto que papá ahora tiene su parte de culpa, pero es que con tus actos has perdido toda la razón. ¿Qué iba a hacer si hace años que no dedicas una palabra bonita a nadie? Ni una mirada, ni un gesto, nada. Veo hasta lógico el camino que ha cogido papá. Ni te dejas ayudar, ni ayudas… nada… ¡Solo das por culo…!
—Mateo, como vuelvas a decir algo así te enteras. ¡¡VÁ-MO-NOS!!
—Mamá, —sacó fuerzas de donde no había y se dispuso a decir lo que pensaba a la cara de la culpable— esta familia… la has jodido tú.
Un brazo cortó el aire y después, un sonido seco resonó en la habitación. Carla pegó a sus hijos una o dos veces en el culo cuando había sido realmente necesario. Pero ese tortazo, voló con todo el odio reprimido que sentía hacia el mundo en general.
Mateo giró el rostro del impacto y su mejilla izquierda se coloró al instante. Notó un calor que aumentaba sin parar y una tristeza por ver lo desquiciada que estaba su madre.
—¡Mierda…! —Carla se sintió culpable al segundo. Se llevó las manos al rostro y añadió— Lo siento, Mateo. Me has sacado de mis casillas, lo siento mucho. Pero te lo había avisado, es también culpa tuya.
—Sí… la tendré merecida, —aún con la mano en el rostro, siguió— pero no retiro lo dicho.
Los dos se quedaron mirándose con pena. Carla se percató de que perdía a su hijo mayor, al que había sido la luz de sus ojos durante tantos años. En cambio, lo que veía el chico era que su madre se alejaba cada vez, imaginándose un futuro donde tendría que explicar por qué no se hablaba con su progenitora ni sabía de ella.
—Vamos al coche y hablamos por el camino, ¿te parece? —el tono de Carla había mutado a uno más cordial.
—Vete tú en coche. Prefiero ir andando.
El joven se dio la vuelta y la madre trató de pararlo, pero como de costumbre, se quedó quieta, dejando que las cosas sucedieran sin intervenir, mala decisión.
Cogió la mochila y siguió los pasos que su primogénito dejaba en la alfombra. Su niño, cada vez era más grande, le había educado bien, pero, en ese momento, se dio cuenta del error que había cometido estos últimos años odiando a todo el mundo.
Con decisión y sin meditarlo, anduvo con veloces pasos hasta la puerta por donde iba a salir. Le dio la vuelta con fuerza asiéndole del hombro, quizá con demasiada brusquedad, no mostraba cariño ni en esas. Contempló los ojos de su hijo, queriendo soltar de una vez toda la mierda que tenía dentro.
—Escucha, Mateo…
Un ruido la sacó de su conversación, la puerta de casa se había abierto y estaba seguro de quién era. Aguardando en un silencio sepulcral, esperó por ver que sucedía con su hijo delante.
—¿Qué pasa? —susurró Mateo mientras Carla trataba de ponerle la mano en la boca.
El sonido de una amistosa charla llegó hasta sus oídos, estaba claro quiénes eran, su marido había llegado con… “Su amiga”.
Cogió de la mano al joven y con fuerza, tiró de él hasta meterlo en el vestidor. Asió la llave y le dio vueltas a la cerradura para quedar encerrados dentro del lugar. El joven no daba crédito a lo que pasaba.
Mateo fue a decir algo, a preguntar qué estaba haciendo, si se había vuelto loca. Sin embargo, antes de nada, Carla le empujó a lo más profundo del pequeño habitáculo donde los abrigos los escondieron.
—Es tu padre… ¡Cállate! —le susurró con esa voz autoritaria.
La mujer sacó su móvil y lo encendió entre los abrigos, Mateo observó con curiosidad que, en la pantalla, aparecía la habitación de sus padres. Acto seguido, dos personas acarameladas entraron, no había duda… su padre con una jovencita que quizá rondaría su misma edad. ¡Alucinante!
—¡Sal y diles algo! —murmuró el muchacho.
—No. Deja que se lo pase bien, con esto tengo el divorcio ganado.
—¿Qué vamos a estar aquí hasta que acaben? ¡Hace un calor de mil demonios!
—¡Cállate, Mateo, joder! Nos van a escuchar…
Pasaron los primeros minutos pegados al móvil y, al principio, los besos de la pareja les provocaron repulsión. Pero cuando la pasión les comenzó a envolver, se dieron cuenta de que no podían quitar la vista de la pantalla.
—No la chupa mal… Nada mal… —fue Mateo el que rompió el silencio con la sangre caliente.
—¡Hijo, que es tu padre…! —respondió Carla por decir algo.
—Ya, pero ella no. —miró a su madre y una duda comenzó a sugerirle, la cual no se cayó, no tenía por qué— ¿Tú le has puesto los cuernos?
Los ojos de Carla proyectaron una mirada asesina sobre su hijo que no separó la vista. El muy descarado todavía esperaba una respuesta.
—¡Claro que no! —respondió con indignación— ¿Quién te crees que soy yo?
—Pues pensaba que te tirabas al chaval del gimnasio…
—¡Mateo, la hostia! ¡Qué no me hables así, soy tu madre! —le replicó entre susurros— Además, ¡qué ostias me voy a tirar yo a Paul…!
—Qué rápido has pensado en él. —el joven apoyó la cabeza en la pared— ¿Lo has hecho o solo te lo has imaginado?
—No tengo por qué contestarte, la vida sexual de tu madre es irrelevante y… ¡Silencio! —no estaba enfadada, solo quería que se callara.
—O sea que sí. —Carla le pellizcó el brazo con un rostro de ira tratando de hacerle daño
—He dicho que no, y no te metas en mi vida privada. ¿Qué más te da con quién estoy yo? Mira tu padre que bien lo pasa y no veo que te quejes.
—Ya, pero mi madre es diferente.
Carla le observó en la parcial oscuridad del vestidor, aunque era una frase extraña, tenía cierta lógica. Ella había sido su mundo, su todo durante tantos años. No se había parado a reflexionar sobre lo que pensarían sus hijos de la separación y como les afectaría.
—Claro… —quiso bromear o soltar una puja para hacer desaparecer la mala sensación que anidaba en su vientre— ¿Quisiste venir al gimnasio conmigo para asegurarte de que no ligaba?
—No. Qué va… Fue por otro motivo.
Mateo miró a la pantalla, contemplando como, en la cama de sus padres, una joven tomaba el puesto de su madre y hacía gozar a su progenitor. Recordó el motivo sin quitar la vista. En un principio, lo había hecho para pasar más tiempo con ella, para ser más cercanos y también, porque después de verla tanto tiempo con esas telas… cada vez le ponía más.
Había pensado que sería una época, una simple racha de obsesión con su joven madre, pero esa llama pasional había continuado sin apagarse. Volvió la vista a Carla, que le esperaba con paciencia para escucharle. ¿Qué le debería decir?
—Lo hice para pasar más tiempo contigo.
—¡Vaya…! Yo… no lo sabía… —le pilló por sorpresa la respuesta.
Ambos callaron y siguieron mirando la película del móvil que cada vez se iba calentando más. Llegó a un punto que, el padre de Mateo, colocó a la muchacha a cuatro patas y comenzó a propinarle una fuerte penetración. Los gritos se escucharon a través de la puerta de madera y, aunque ninguno lo admitiría, la situación les ponía cachondos.
—Esto se está volviendo muy violento… —comentó Carla, sin saber por qué le calentaba tanto.
Mateo se pasó la mano por la cabeza quitándose el sudor y, en un movimiento más que lógico, se arrebató la camiseta. Era igual que estar dentro de un brasero. Allí dentro, entre los abrigos y con todo el calor de la tarde, superarían los 40 grados.
La mujer no se resistió a mirar cómo el torso pulido de su hijo emergía. Estaba húmedo, con gotas de sudor que caían por unos pectorales marcados y unos abdominales durísimos trabajados durante años.
Un repentino escalofrío le recorrió el cuerpo. Su mente le había llevado a donde ese chico que se llamaba Paul, pero… no poseía un cuerpo tan bien formado como el de Mateo. Retiró sus ojos con intención de mirar solo el teléfono y allí, contempló las duras penetraciones que su marido le hacía antes a ella. Un picor muy conocido nacido en su entrepierna estaba aflorando, porque… hacía tanto que no le daban de eso…
—Mejor dejamos de verlo —dijo en voz baja Mateo, mientras Carla soltaba una mano del móvil para limpiarse el sudor.
—Sí, será lo mejor. Oye, dime. —la madre tenía una cosa en mente y quería resolverla— ¿Por qué piensas que quiero algo con Paul?
—Te espero todos los días a que salgas. Puedo ver cómo coqueteáis, es muy claro. Cuando te vas, siempre… no falla nuca, siempre te mira el culo cuando te acercas a mí. Es asqueroso.
—¿¡Cuál, mi culo!? —comentó con sorpresa a la vez que se lo señalaba. Sabía de la dureza de su trasero.
—¡No, por dios! Hablo de las miradas y el tonteo que lleváis.
—Bueno…, una todavía es joven. ¿Si tu padre puede no voy a poder yo? —Carla no sabía por dónde iban los tiros.
—Tú puedes, mamá. Eso lo sé, pero no me gusta, es solo eso. Simplemente, ese tío me da mucha rabia.
Ambos deslizaron su espalda por la pared del fondo del vestidor, al mismo tiempo que escuchaban los ecos sexuales de la habitación. Acabaron sentados en el suelo, sin que Carla dejase de darle vueltas a las palabras del joven.
—Para ti… ¿Qué tío no te daría rabia que estuviera conmigo? Aparte de tu padre, claro.
Mateo no la miró, quizá porque le hubiera gustado decir lo que imaginaba cuando estaba solo en su cuarto, “¿Por qué no yo…?”. Todos estos años, el sentimiento de verla como madre, se había alejado. Ahora la emoción que le asaltaba al verla era más como tener a una conocida, tanta lejanía le había hecho aflorar otros sentimientos y… ese culo…, era muy culpable.
—Ninguno, ¿verdad? —se contestó la mujer a sí misma, aunque rápido vio algo que la hizo olvidar todo— ¡¡MATEO!!
La mujer abrió los ojos de par en par y su boca dibujó un círculo de absoluto asombro. Los dos, sentados en el suelo y casi pegados, era imposible no ver en tan pequeño espacio el enorme bulto que sobresalía a su hijo.
El corazón le cabalgó desbocado, puesto que si su intuición no le fallaba, lo que Mateo escondía era algo terriblemente grande. Con toda su fuerza de voluntad, lo señaló con un dedo tembloroso, para que este supiera el motivo de su sorpresa, aunque… no pudo callarse.
—¿¡Estás empalmado!?
El joven miró hacia otro lado y se puso una mano en su entrepierna tratando de ocultarla, aunque al sujetarla, lo único que consiguió era que el pene se notara más. “¡La hostia! Pero… ¿¡Qué tiene este crío ahí!?”, rugió la pregunta en la mente de Carla.
—¿Te has puesto viendo follar a tu padre, cacho guarro?
Mateo que no se había dado cuenta de la erección que se estaba formando en su pene y la miró avergonzado. No había sido por ver a su padre, aunque tener esa película porno en directo, le encendió. Sin embargo, el principal motivo… era otro.
En el vestidor había estado tan cerca de su madre, que con su altura no había parado de otear el escote que esta mostraba. Sumado al calor que hacía dentro y viendo como alguna que otra gota de sudor se escondía entre los montes de la mujer, aquello había sido inevitable.
—No, no es por eso… —logró decir cabizbajo.
“¿¡Qué más da decírselo!?”, meditó el joven con su mano apretando el pene cada vez con más fuerza. “Total, dejó de ser una madre hace tiempo…”, acabó por decidir mientras su padre, al otro lado, hacía que la mujer gritara su nombre con fuerza.
—Es… Es por ti.
CONTINUARÁ...
—¡Joder, Mateo…! Eres tú —dijo al ver a su hijo pudiendo resoplar tranquila.
—¿Qué haces? —preguntó entrando a la habitación.
—Nada.
La mujer siguió subida a la silla, colocando un pequeño aparato en una de las estanterías, sin reparar siquiera en que su hijo continuaba con los ojos fijos en ella.
—Ese cubo… ¿Es un adorno o qué es?
—¡Cállate, Mateo! —le cortó con frialdad.
—Tan amable como siempre…
El joven observó en silencio como su madre descendía de la silla y la colocaba en su lugar, aunque más atención puso en los leggins que usaba en el gimnasio y que ya vestía. Carla sacó el móvil e hizo unas comprobaciones, al tiempo que Mateo se acercó por su espalda y trató de curiosear por encima de ella.
—No mires —le volvió a decir con el mismo tono seco de siempre. Con un gesto, escondió su móvil, aunque el chico ya lo había visto.
—¿Se nos ve a nosotros? ¿No habrás puesto una cámara?
—De verdad, hijo, cállate —volvió a sugerirle la madre con malas formas. Al terminar de configurar el móvil, añadió—. Ya está… ¡Hijo de puta…! No te escapas.
—¿¡No iras a espiar a papá!?
—Pues sí, Mateo. Sí que lo voy a hacer, ¿algún problema? —Carla se dio la vuelta encarando a su hijo que le sacaba una cabeza y un cuerpo lleno de músculos.
—No es muy ético.
—Hijo, sabes de sobra que tu padre me la pega con otra. Déjate de tonterías. Le he pillado el móvil y como nos íbamos a ir al gimnasio, va a venir con su zorra.
—¿Y qué pretendes? ¿Enseñar el video en el juicio por el divorcio? —a Mateo nunca le había gustado la idea de la separación de sus padres. Sin embargo, sabía que era muy difícil hacerles cambiar de opinión, en especial, a Carla.
—Chico listo, te pareces menos a tu padre de lo que pensaba. Ahora, de esto ni una palabra, que tienes una bocaza…
—Mamá, algún día podrías ser un poco más agradable…
Desde hacía años que su madre era así de cínica y un poco insoportable. Seguramente, debido a la inestabilidad de su relación y diversos factores, los cuales no le daban motivos para justificar su comportamiento.
—Sí, sí, sí… algún día… bueno, vamos al gimnasio. Mucho te quejas de mí, pero mira que bien lo pasamos yendo a entrenar.
Mateo había decidido apuntarse al mismo gimnasio de su madre por varias razones. Una, porque el descuento familiar que les hacían era bastante elevado. Dos, porque pretendía pasar más tiempo con su madre y estrechar lazos. Y última, aunque algo más secreta y que nadie conocía, porque ver a Carla en sus ropas de entrenamiento le ponía demasiado.
La mujer anduvo hasta el vestidor, mientras la coleta morena y bien apretada le danzaba en el aire. Con sus veinte años recién cumplidos, el chico no dudó en mirar con descaro, el espléndido trasero de su madre cuarentona se mecía de manera hipnótica.
Carla tenía un buen cuerpo, unos generosos pechos y un vientre firme después de tres años entrenando. Sin embargo, lo que a Mateo le revolvía todo el cuerpo, era su trasero. Aquellas dos nalgas esculpidas en mármol por el mismo Miguel Ángel le hacían perder el norte, no creía que hubiera uno mejor.
No era capaz de comprender, como su padre elegía a otras mujeres en vez de a su madre. Era cierto que los años habían pasado y ya no era la misma mujer que en las fotos de su juventud, pero se mantenía bella. Pero su progenitor, últimamente, se inclinaba por frutos más verdes y no hacía caso a la madura que tenía en casa.
La mujer cogió la mochila que guardaba en el amplio vestidor. Se echó un vistazo en el espejo y se vio preciosa, tal como era. El leggins de diferentes colores le hacía unas piernas perfectas, sumado a que la camiseta deportiva dejaba al aire su vientre plano y le otorgaba una preciosa silueta a sus pechos. ¡Estaba espectacular!
Pensó en Paul, su joven profesor de fitness. Esperaba verle y que le dedicara esas miradas tan lascivas que la humedecían la parte más íntima de su anatomía. Era un chico tan joven como su hijo mayor y como le ponía cuando la corregía, ese momento en que la tocaba… ¡Qué ganas tenía de divorciarse para darle un buen viaje…!
La mujer dio la vuelta después de admirarse y vio a su hijo plantado frente a ella. Le miró de arriba abajo, el rostro del joven tenía una gota de sudor por el calor de verano que le cruzaba un rostro muy serio.
—¿Qué? —preguntó con el tono más frío que pudo.
—¿No vas a dejar de tratarme así nunca? —Mateo parecía realmente enfadado.
La temperatura aquel día era inaguantable y en el vestidor, con tanta ropa, aumentaba de forma exponencial. A Carla le comenzaba a incomodar tanto el calor, como la pregunta.
—¿De qué te quejas? Yo te trato bien.
—Desde hace tiempo eres una borde, una desagradecida y de dar cariño… de eso ni hablamos —al chico le dio por soltar lo que mantenía retenido desde tiempo atrás.
—Vale, muy bien. Todo lo que quieras. Pero ahora no es momento de hablar de esto, va a venir tu padre. ¡Vámonos!
—Es que ni siquiera quieres hablarlo con él, te has cerrado en banda desde hace años. No sé qué es lo que te picó y porque cambiaste, pero que, últimamente, das asco.
—¡No me hables así que soy tu madre, niñato! —Carla no permitía que nadie la hablara mal, menos sus hijos. Alzó su dedo índice amenazante y lo puso al ras de la cara del muchacho.
—Todo esto lo estás tomando como una venganza personal y parece que es contra toda la familia, hasta Manu, que siempre te ha defendido, empieza a pensar como yo.
De sus dos hijos, Manu era el pequeño, el que siempre la había apoyado pese a sus malos modos. Carla era consciente de que llevaba unos años muy malos. Desde la muerte de sus padres todo había cambiado y ahora, con el estrés del trabajo, los niños y los recientes cuernos de su marido, estaba horrible… ¡Ni sexo tenía!
—Mira, Mateo. Lo hablamos de camino al gimnasio, pero vámonos… ¡¡YA!!
Pese al mandato de su madre, el joven no se movió. Se había inflado de valor para soltarle esas palabras y ahora, no se quería quedar a medias, ¡ni de broma!
—Es cierto que papá ahora tiene su parte de culpa, pero es que con tus actos has perdido toda la razón. ¿Qué iba a hacer si hace años que no dedicas una palabra bonita a nadie? Ni una mirada, ni un gesto, nada. Veo hasta lógico el camino que ha cogido papá. Ni te dejas ayudar, ni ayudas… nada… ¡Solo das por culo…!
—Mateo, como vuelvas a decir algo así te enteras. ¡¡VÁ-MO-NOS!!
—Mamá, —sacó fuerzas de donde no había y se dispuso a decir lo que pensaba a la cara de la culpable— esta familia… la has jodido tú.
Un brazo cortó el aire y después, un sonido seco resonó en la habitación. Carla pegó a sus hijos una o dos veces en el culo cuando había sido realmente necesario. Pero ese tortazo, voló con todo el odio reprimido que sentía hacia el mundo en general.
Mateo giró el rostro del impacto y su mejilla izquierda se coloró al instante. Notó un calor que aumentaba sin parar y una tristeza por ver lo desquiciada que estaba su madre.
—¡Mierda…! —Carla se sintió culpable al segundo. Se llevó las manos al rostro y añadió— Lo siento, Mateo. Me has sacado de mis casillas, lo siento mucho. Pero te lo había avisado, es también culpa tuya.
—Sí… la tendré merecida, —aún con la mano en el rostro, siguió— pero no retiro lo dicho.
Los dos se quedaron mirándose con pena. Carla se percató de que perdía a su hijo mayor, al que había sido la luz de sus ojos durante tantos años. En cambio, lo que veía el chico era que su madre se alejaba cada vez, imaginándose un futuro donde tendría que explicar por qué no se hablaba con su progenitora ni sabía de ella.
—Vamos al coche y hablamos por el camino, ¿te parece? —el tono de Carla había mutado a uno más cordial.
—Vete tú en coche. Prefiero ir andando.
El joven se dio la vuelta y la madre trató de pararlo, pero como de costumbre, se quedó quieta, dejando que las cosas sucedieran sin intervenir, mala decisión.
Cogió la mochila y siguió los pasos que su primogénito dejaba en la alfombra. Su niño, cada vez era más grande, le había educado bien, pero, en ese momento, se dio cuenta del error que había cometido estos últimos años odiando a todo el mundo.
Con decisión y sin meditarlo, anduvo con veloces pasos hasta la puerta por donde iba a salir. Le dio la vuelta con fuerza asiéndole del hombro, quizá con demasiada brusquedad, no mostraba cariño ni en esas. Contempló los ojos de su hijo, queriendo soltar de una vez toda la mierda que tenía dentro.
—Escucha, Mateo…
Un ruido la sacó de su conversación, la puerta de casa se había abierto y estaba seguro de quién era. Aguardando en un silencio sepulcral, esperó por ver que sucedía con su hijo delante.
—¿Qué pasa? —susurró Mateo mientras Carla trataba de ponerle la mano en la boca.
El sonido de una amistosa charla llegó hasta sus oídos, estaba claro quiénes eran, su marido había llegado con… “Su amiga”.
Cogió de la mano al joven y con fuerza, tiró de él hasta meterlo en el vestidor. Asió la llave y le dio vueltas a la cerradura para quedar encerrados dentro del lugar. El joven no daba crédito a lo que pasaba.
Mateo fue a decir algo, a preguntar qué estaba haciendo, si se había vuelto loca. Sin embargo, antes de nada, Carla le empujó a lo más profundo del pequeño habitáculo donde los abrigos los escondieron.
—Es tu padre… ¡Cállate! —le susurró con esa voz autoritaria.
La mujer sacó su móvil y lo encendió entre los abrigos, Mateo observó con curiosidad que, en la pantalla, aparecía la habitación de sus padres. Acto seguido, dos personas acarameladas entraron, no había duda… su padre con una jovencita que quizá rondaría su misma edad. ¡Alucinante!
—¡Sal y diles algo! —murmuró el muchacho.
—No. Deja que se lo pase bien, con esto tengo el divorcio ganado.
—¿Qué vamos a estar aquí hasta que acaben? ¡Hace un calor de mil demonios!
—¡Cállate, Mateo, joder! Nos van a escuchar…
Pasaron los primeros minutos pegados al móvil y, al principio, los besos de la pareja les provocaron repulsión. Pero cuando la pasión les comenzó a envolver, se dieron cuenta de que no podían quitar la vista de la pantalla.
—No la chupa mal… Nada mal… —fue Mateo el que rompió el silencio con la sangre caliente.
—¡Hijo, que es tu padre…! —respondió Carla por decir algo.
—Ya, pero ella no. —miró a su madre y una duda comenzó a sugerirle, la cual no se cayó, no tenía por qué— ¿Tú le has puesto los cuernos?
Los ojos de Carla proyectaron una mirada asesina sobre su hijo que no separó la vista. El muy descarado todavía esperaba una respuesta.
—¡Claro que no! —respondió con indignación— ¿Quién te crees que soy yo?
—Pues pensaba que te tirabas al chaval del gimnasio…
—¡Mateo, la hostia! ¡Qué no me hables así, soy tu madre! —le replicó entre susurros— Además, ¡qué ostias me voy a tirar yo a Paul…!
—Qué rápido has pensado en él. —el joven apoyó la cabeza en la pared— ¿Lo has hecho o solo te lo has imaginado?
—No tengo por qué contestarte, la vida sexual de tu madre es irrelevante y… ¡Silencio! —no estaba enfadada, solo quería que se callara.
—O sea que sí. —Carla le pellizcó el brazo con un rostro de ira tratando de hacerle daño
—He dicho que no, y no te metas en mi vida privada. ¿Qué más te da con quién estoy yo? Mira tu padre que bien lo pasa y no veo que te quejes.
—Ya, pero mi madre es diferente.
Carla le observó en la parcial oscuridad del vestidor, aunque era una frase extraña, tenía cierta lógica. Ella había sido su mundo, su todo durante tantos años. No se había parado a reflexionar sobre lo que pensarían sus hijos de la separación y como les afectaría.
—Claro… —quiso bromear o soltar una puja para hacer desaparecer la mala sensación que anidaba en su vientre— ¿Quisiste venir al gimnasio conmigo para asegurarte de que no ligaba?
—No. Qué va… Fue por otro motivo.
Mateo miró a la pantalla, contemplando como, en la cama de sus padres, una joven tomaba el puesto de su madre y hacía gozar a su progenitor. Recordó el motivo sin quitar la vista. En un principio, lo había hecho para pasar más tiempo con ella, para ser más cercanos y también, porque después de verla tanto tiempo con esas telas… cada vez le ponía más.
Había pensado que sería una época, una simple racha de obsesión con su joven madre, pero esa llama pasional había continuado sin apagarse. Volvió la vista a Carla, que le esperaba con paciencia para escucharle. ¿Qué le debería decir?
—Lo hice para pasar más tiempo contigo.
—¡Vaya…! Yo… no lo sabía… —le pilló por sorpresa la respuesta.
Ambos callaron y siguieron mirando la película del móvil que cada vez se iba calentando más. Llegó a un punto que, el padre de Mateo, colocó a la muchacha a cuatro patas y comenzó a propinarle una fuerte penetración. Los gritos se escucharon a través de la puerta de madera y, aunque ninguno lo admitiría, la situación les ponía cachondos.
—Esto se está volviendo muy violento… —comentó Carla, sin saber por qué le calentaba tanto.
Mateo se pasó la mano por la cabeza quitándose el sudor y, en un movimiento más que lógico, se arrebató la camiseta. Era igual que estar dentro de un brasero. Allí dentro, entre los abrigos y con todo el calor de la tarde, superarían los 40 grados.
La mujer no se resistió a mirar cómo el torso pulido de su hijo emergía. Estaba húmedo, con gotas de sudor que caían por unos pectorales marcados y unos abdominales durísimos trabajados durante años.
Un repentino escalofrío le recorrió el cuerpo. Su mente le había llevado a donde ese chico que se llamaba Paul, pero… no poseía un cuerpo tan bien formado como el de Mateo. Retiró sus ojos con intención de mirar solo el teléfono y allí, contempló las duras penetraciones que su marido le hacía antes a ella. Un picor muy conocido nacido en su entrepierna estaba aflorando, porque… hacía tanto que no le daban de eso…
—Mejor dejamos de verlo —dijo en voz baja Mateo, mientras Carla soltaba una mano del móvil para limpiarse el sudor.
—Sí, será lo mejor. Oye, dime. —la madre tenía una cosa en mente y quería resolverla— ¿Por qué piensas que quiero algo con Paul?
—Te espero todos los días a que salgas. Puedo ver cómo coqueteáis, es muy claro. Cuando te vas, siempre… no falla nuca, siempre te mira el culo cuando te acercas a mí. Es asqueroso.
—¿¡Cuál, mi culo!? —comentó con sorpresa a la vez que se lo señalaba. Sabía de la dureza de su trasero.
—¡No, por dios! Hablo de las miradas y el tonteo que lleváis.
—Bueno…, una todavía es joven. ¿Si tu padre puede no voy a poder yo? —Carla no sabía por dónde iban los tiros.
—Tú puedes, mamá. Eso lo sé, pero no me gusta, es solo eso. Simplemente, ese tío me da mucha rabia.
Ambos deslizaron su espalda por la pared del fondo del vestidor, al mismo tiempo que escuchaban los ecos sexuales de la habitación. Acabaron sentados en el suelo, sin que Carla dejase de darle vueltas a las palabras del joven.
—Para ti… ¿Qué tío no te daría rabia que estuviera conmigo? Aparte de tu padre, claro.
Mateo no la miró, quizá porque le hubiera gustado decir lo que imaginaba cuando estaba solo en su cuarto, “¿Por qué no yo…?”. Todos estos años, el sentimiento de verla como madre, se había alejado. Ahora la emoción que le asaltaba al verla era más como tener a una conocida, tanta lejanía le había hecho aflorar otros sentimientos y… ese culo…, era muy culpable.
—Ninguno, ¿verdad? —se contestó la mujer a sí misma, aunque rápido vio algo que la hizo olvidar todo— ¡¡MATEO!!
La mujer abrió los ojos de par en par y su boca dibujó un círculo de absoluto asombro. Los dos, sentados en el suelo y casi pegados, era imposible no ver en tan pequeño espacio el enorme bulto que sobresalía a su hijo.
El corazón le cabalgó desbocado, puesto que si su intuición no le fallaba, lo que Mateo escondía era algo terriblemente grande. Con toda su fuerza de voluntad, lo señaló con un dedo tembloroso, para que este supiera el motivo de su sorpresa, aunque… no pudo callarse.
—¿¡Estás empalmado!?
El joven miró hacia otro lado y se puso una mano en su entrepierna tratando de ocultarla, aunque al sujetarla, lo único que consiguió era que el pene se notara más. “¡La hostia! Pero… ¿¡Qué tiene este crío ahí!?”, rugió la pregunta en la mente de Carla.
—¿Te has puesto viendo follar a tu padre, cacho guarro?
Mateo que no se había dado cuenta de la erección que se estaba formando en su pene y la miró avergonzado. No había sido por ver a su padre, aunque tener esa película porno en directo, le encendió. Sin embargo, el principal motivo… era otro.
En el vestidor había estado tan cerca de su madre, que con su altura no había parado de otear el escote que esta mostraba. Sumado al calor que hacía dentro y viendo como alguna que otra gota de sudor se escondía entre los montes de la mujer, aquello había sido inevitable.
—No, no es por eso… —logró decir cabizbajo.
“¿¡Qué más da decírselo!?”, meditó el joven con su mano apretando el pene cada vez con más fuerza. “Total, dejó de ser una madre hace tiempo…”, acabó por decidir mientras su padre, al otro lado, hacía que la mujer gritara su nombre con fuerza.
—Es… Es por ti.
CONTINUARÁ...