La sobri

Capítulo 8


La Navidad había caído sobre la ciudad como un manto de luces, villancicos y postureo desenfrenado. Las calles estaban llenas de un frío húmedo que se colaba por las rendijas, mezclado con el olor a castañas asadas, perfume caro y el bullicio de las multitudes en los centros comerciales. Itziar, igual de caprichosa y un armario repleto de trofeos como el bolso Michael Kors, seguía siendo la reina pija que sabía cómo salirse con la suya. El verano, con sus fiestas en Ibiza, las fotos en la playa que habían reventado el insta, y los billetes arrugados de Ricardo, era ya un recuerdo lejano. Ahora, en diciembre, con los escaparates brillando y las listas de regalos circulando, Itziar tenía un nuevo capricho: unas gafas de sol Gucci, negras, con cristales polarizados y un logo dorado que gritaba lujo. Costaban 350 euros, más de lo que podía sacar de su cuenta o de los morros de Maite, su madre, que seguía con su rollo de “gánatelo tú”. Joder, siempre la misma historia, le gustaría ver la cara de su madre cuando se enterara de que su cuerpo pagaba sus caprichos, que se follaba a su cuñado y que su niña es una zorrita.

Estaba en su cuarto, sentada en la cama con un pijama de satén rosa, mirando las fotos de las gafas en la web de la tienda. Eran perfectas para el postureo, perfectas para ella. Pero la pasta no caía del cielo, y Álvaro, aunque era un cielo, no tenía ni idea de cómo financiar sus caprichos y llegaba donde llegaba. Itziar suspiró, mordiéndose el labio, y abrió WhatsApp. La conversación con Ricardo estaba ahí, con el último mensaje de hacía meses, después de aquella noche en el descampado. “Eres una zorra”, le había dicho, con un cachete en el culo que todavía le resonaba. La idea de escribirle le daba un nudo en el estómago, pero también un cosquilleo que no podía ignorar. Era un cerdo, pero útil. Y, joder, cada vez que hablaban, sentía ese subidón de poder, de saber que lo tenía en la palma de la mano, aunque él pensara lo contrario. Era un juego donde ambos ganaban, ella la pasta y el su cuerpo.

Tecleó rápido, sin pensarlo demasiado: “Oye, Richi, te apetece un café? Necesito hablar de una cosa”. Pulsó enviar y dejó el móvil en la mesilla, con el corazón latiéndole un poco más rápido. La respuesta llegó en diez minutos: “Joder, princesa, cuánto tiempo. Mañana a las 4 en el bar de siempre? Qué quieres, otro bolso?”. Itziar sonrió, mordiéndose el labio cómo hacía siempre. “Cállate, gilipollas. Ahí estaré”, respondió, y se metió bajo las sábanas, con la sensación de que algo nuevo y morboso se avecinaba.


Al día siguiente, el bar estaba más tranquilo que en verano, con las mesas medio vacías y un árbol de Navidad cutre en una esquina, parpadeando con luces de colores. El aire olía a café, a canela de los postres navideños y al humo de los cigarros que algunos fumaban fuera. Itziar llegó con un abrigo negro que le llegaba a las rodillas, unos vaqueros ajustados que marcaban el culo, y un jersey rojo que dejaba un hombro al aire, con la tira del sujetador negro asomando justo lo suficiente. Ricardo estaba en la misma mesa de siempre, con una cerveza en la mano, una cazadora de cuero y un jersey que se le pegaba al pecho. Su barba seguía con ese toque de canas, y sus ojos tenían el mismo brillo cabrón, aunque ahora había algo más, una familiaridad que hacía que sus piques fueran casi cómodos.

—Llegas tarde, reina —dijo, con una sonrisa torcida, mientras ella se sentaba frente a él.

—Cállate, que he tenido que pelearme con el tráfico, cada vez es más difícil aparcar en el centro —replicó Itziar, quitándose el abrigo y colgándolo en la silla. Pidió un café con leche al camarero, un tío con pinta de aburrido, y se recostó, cruzando los brazos bajo las tetas, sabiendo que él lo notaría.

—Estás guapa sobri —dijo Ricardo, dando un trago a la cerveza—. ¿Qué tal tu novio? ¿Sigue siendo el niño bueno que no sabe lo que tienes entre manos?

Itziar se rió, mirándolo con esa cara que ponía que a Ricardo le ponía malo. —Álvaro está bien. Es majo, me lleva a cenar, me hace reír. Pero, joder, no tiene ni idea de cómo pagar mis caprichos, llega donde llega —dijo, con una sonrisa que era mitad broma, mitad verdad—. ¿Y tú? ¿Cómo está el bebé? ¿Ya te tiene loco? Espero que no sea un cabrón como su padre.

Ricardo sonrió, con un brillo de orgullo que no esperaba. —Pablo es un terremoto. No duerme una mierda, pero es una pasada. Laura está todo el día con él, así que yo me escapo cuando puedo —dijo, guiñándole un ojo—. Aunque, joder, ser padre es un curro. ¿Y tú, qué tal? Además de querer sacarme pasta, claro.

Itziar se rió, dando un sorbo al café. —Pues mira, me estoy haciendo el láser —dijo, señalándose las piernas con un gesto casual—. Adiós al pelo para siempre. Es un coñazo, pero merece la pena. Ya voy por la tercera sesión, y se nota. Después me haré el coño y el culo.

—Joder, nena, siempre perfeccionándote —dijo Ricardo, con una risa grave—. Aunque no te hace falta, que ya estás para comerte.

—Cállate, cerdo —replicó ella, pero la confianza entre ellos era palpable, como si cada encuentro los hubiera llevado a un terreno donde podían hablar de cualquier cosa, desde el láser hasta el bebé, sin perder el filo de sus piques—. Venga, suelta, ¿qué tal te va con Laura? ¿O sigues babeando por las tetas de mi madre?

Ricardo se rió, inclinándose hacia ella. —Tu madre es un chotazo, no lo niego. La vi el otro día en el súper, con sus tacones y su escote. Joder, esas tetas son de otro nivel ¿que talla de sujetador lleva? —dijo, con un guiño—. Pero tu tía, ya sabes, es un cielo. Aunque, ya sabes, a veces necesito un poco de… diversión.

Itziar puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar una risita. —Eres un guarro degenerado —dijo, tamborileando los dedos en la mesa—. Mi madre lleva una 105 o 110 de tetas, dependiendo del suje. Pero hablando de diversión, necesito pasta. Quiero unas gafas de sol Gucci, son una pasada, pero valen un ojo de la cara. Trescientos pavos, más o menos. Y mi madre, la reina de las ratas, no suelta ni un euro.

Ricardo alzó una ceja, con una sonrisa que era puro morbo. —Trescientos pavos, ¿eh? Puedo dártelos, pero ya sabes cómo va esto, princesita. Nada es gratis. Sabes que tu chochito aún no me lo he follado.

Itziar suspiró, aunque el corazón le dio un vuelco, aunque se lo esperaba porque ya se lo dijo en el descampado.

Él se rió, inclinándose más cerca, con la voz baja y cargada de intención. Le encantaba cuando se hacía la dura. —Pues eso, quiero tu coño, putita. Quiero follarte como está mandado, no solo mamadas o por detrás. Trescientos pavos, y me dejas metértela.

Itziar sintió un calor subiéndole por el pecho, una mezcla de rabia, morbo y algo que no podía nombrar. Lo miró, con los ojos verdes brillando de desafío. —Vale, pero con condón —dijo, firme—. No quiero problemas, ni embarazos ni hostias. ¿Entendido?

Ricardo sonrió, con esa calma de quien sabe que puede negociar. —Sin condón, guapa. Termino fuera, te lo juro. Quiero sentirte de verdad, nada de goma. Y si no, no hay gafas.

—Venga va, no me jodas. ¿Y si te corres sin querer?. Con globo Ricardo.

—Sin globo niña, de verdad te lo prometo que tengo cuidado, hazme caso. No voy a apurar hasta el final, cuando noté que me corro me salgo antes.

Ella lo miró, con la mandíbula tensa, y por un segundo pensó en mandarlo a la mierda. Pero luego pensó en las gafas, en el brillo del logo Gucci, en la cara de envidia de Lucía, en el bolso que ya tenía gracias a él. Y, joder, una parte de ella quería saber cómo sería, quería sentirlo, aunque fuera por el dinero. —Eres un puto enfermo —dijo, pero su voz no tenía fuerza, y él lo notó—. Vale, me follas sin condón, pero como no te corras fuera, te juro que te mato.

Ricardo se rió, con una satisfacción que era puro veneno. —Trato hecho —dijo, levantando la cerveza como si brindara—. Pero antes, tengo un regalito para ti. Entonces, Ricardo sacó una cajita negra del bolsillo de la cazadora y la deslizó por la mesa, con una sonrisa que era pura provocación.

Itziar frunció el ceño, cogiendo la caja con dedos cuidadosos, como si pudiera morder. La abrió y encontró un vibrador pequeño, rosa, con un diseño elegante, hecho de silicona suave con un acabado mate. Sus ojos se abrieron, y un calor le subió por las mejillas, mezcla de incredulidad y un morbo que no podía ignorar.

—¿Qué coño es esto? —preguntó, aunque ya lo sabía, cerrando la caja rápido y mirando alrededor, asegurándose de que nadie en las mesas cercanas —una pareja mayor y un tío leyendo el periódico— hubiera visto nada.

Ricardo se rió, sacando su móvil y enseñándole una app con un diseño minimalista, con controles de intensidad y patrones de vibración. —Es un vibrador. Se conecta a mi móvil —dijo, deslizando el dedo por la pantalla, con un guiño que era puro veneno—. Quiero que te lo metas ahora mismo. En el baño. Y vamos a jugar mientras estamos aquí, en la cafetería.

Itziar lo miró, con la boca entreabierta, atrapada entre la indignación y un cosquilleo que le bajaba por el vientre. —Eres un puto enfermo —siseó, pero su voz temblaba un poco, y él lo notó. La idea era una locura, pero también un desafío, y ella nunca había sido de las que se echaban atrás. Además, el vibrador, con su promesa de placer controlado por él, en un sitio donde cualquiera podía sospechar, le daba un subidón que no podía negar. Se mordió el labio, mirando la caja, y luego a Ricardo, cuyos ojos brillaban con una mezcla de diversión y lujuria.

—Que cabrón —murmuró, cogiendo la caja y metiéndola en el bolso con un movimiento rápido—. Pero como alguien se dé cuenta, me muero de vergüenza, capullo.

Ricardo se rió, dando un trago a la cerveza. —Tranquila, peque. Disfruta sobre —dijo, abriendo la app y apoyando el móvil en la mesa, como si fuera lo más normal del mundo.

Itziar se levantó, con el corazón latiéndole en la garganta, y caminó hacia el baño, con los vaqueros marcando cada paso y el jersey rojo resbalándole un poco más por el hombro. El baño era un cubículo pequeño, con azulejos blancos que olían a desinfectante y un jabón líquido barato en el lavabo. Cerró la puerta con pestillo, sintiendo el aire frío contra la piel, y se apoyó en la pared, respirando hondo. Sacó el vibrador, suave y frío al tacto, y se bajó los vaqueros y las braguitas negras hasta los tobillos, sentándose en el váter, con el plástico frío contra su culo. El coño ya estaba húmedo, solo por la idea de lo que iba a pasar, y el vibrador entró fácil, ajustándose contra su clítoris y la pared interna, con una presión que le arrancó un jadeo bajo. Lo colocó bien, asegurándose de que no se moviera, y se subió la ropa, con el corazón latiéndole tan fuerte que lo sentía en los oídos. Se lavó las manos, se miró en el espejo —el eyeliner perfecto, el gloss brillando— y salió, con una calma fingida que no engañaba a nadie, mucho menos a Ricardo.

—Listo —dijo, sentándose frente a él, cruzando las piernas con cuidado, sintiendo el vibrador dentro, una presencia constante que la mantenía al borde. Cogió su café con leche, que ya estaba tibio, y dio un sorbo, intentando actuar normal, aunque el calor en sus mejillas la delataba.

Ricardo sonrió, con una calma que era casi insultante, y cogió su móvil. —A ver qué tal, nena —dijo, pulsando la pantalla con el dedo. El vibrador cobró vida, con una vibración suave, un zumbido bajo que le golpeó el clítoris, haciéndola tensarse en la silla. Contuvo un jadeo, apretando los muslos bajo la mesa, y lo miró, con los ojos verdes brillando de rabia y algo más, algo que él reconoció al instante.

—Joder, Ricardo —siseó, con la voz baja, clavando las uñas en la mesa, donde una servilleta de papel se arrugó un poco. La cafetería seguía con su ruido de fondo: tazas chocando, la pareja mayor hablando de las noticias, el camarero limpiando la barra con un trapo. Pero para Itziar, el mundo se reducía a la vibración, a la presión en su coño, a la mirada de Ricardo, que deslizaba el dedo por la pantalla como si estuviera tocando su piel.

—Qué cara, putita —dijo él, con la voz baja, casi un susurro, inclinándose un poco hacia ella—. ¿Te gusta?

—Cállate, cerdo —murmuró, pero su voz temblaba, y el vibrador subió de intensidad, un pulso constante que le hacía apretar los dientes para no gemir. Se recostó en la silla, intentando mantener la postura, con una mano en el café y la otra en el regazo, apretando el muslo para controlarse. La vibración era precisa, golpeando justo donde más lo sentía, y el calor le subía por el pecho, haciéndole la piel sensible, los pezones duros bajo el jersey. Miró alrededor, paranoica, pero nadie parecía notar nada: la pareja seguía charlando, el tío del periódico pasaba una página, el camarero tarareaba una canción navideña.

Ricardo, con una sonrisa que era puro veneno, cambió el patrón en la app, haciendo que el vibrador alternara entre pulsos rápidos y una vibración más lenta, profunda, que le llegaba hasta el alma. Itziar se mordió el labio, tan fuerte que temió hacerse sangre, y bajó la mirada al café, fingiendo interés en la taza, aunque sus manos temblaban ligeramente. —Para, joder —siseó, pero no había fuerza en su voz, solo una súplica que él ignoró.

—No pienso parar —dijo, subiendo la intensidad otra vez, con los ojos fijos en su cara, buscando cada microexpresión: el rubor en las mejillas, el brillo en los ojos, la forma en que su boca se entreabría un instante antes de cerrarse. Itziar apretó los muslos más fuerte, cruzando las piernas con tanta fuerza que la silla crujió, y se llevó la mano a la boca, fingiendo un bostezo para tapar un jadeo que se le escapó. El vibrador pulsaba ahora en un ritmo rápido, como un latido, y el placer crecía, un calor que le subía por el vientre, haciendo que su coño se contrajera alrededor del juguete.

—Ricardo, por favor —murmuró, con la voz rota, inclinándose hacia adelante, como si quisiera acercarse al café, pero en realidad intentando esconder el temblor de sus hombros. Él sonrió, deslizando el dedo por la pantalla, y el vibrador cambió a un patrón de olas, subiendo y bajando, llevándola al borde y luego retrocediendo, una tortura que la hacía sudar bajo el jersey. Itziar cerró los ojos un segundo, respirando hondo, intentando contar hasta diez, pero el placer era demasiado, y su cuerpo la traicionaba. Abrió los ojos, mirando a Ricardo, con una mezcla de odio y súplica, y él subió la intensidad al máximo, sin piedad.

—Vamos, princesita, córrete para mí —susurró, con la voz baja, asegurándose de que solo ella lo oyera. Itziar sintió el orgasmo acercarse, un tsunami que no podía parar, y se agarró a la mesa. Intentó disimular, cogiendo el café con una mano temblorosa, llevándoselo a los labios, pero el líquido se derramó un poco, salpicando la mesa. Su cuerpo se tensó, los muslos apretados, el coño palpitando alrededor del vibrador, y el orgasmo la golpeó, un calor que le explotó en el vientre, subiéndole por el pecho, haciéndola jadear. Cubrió el sonido con una tos fingida, fuerte, que hizo que el tío del periódico levantara la vista un segundo antes de volver a su lectura.

Itziar se inclinó hacia adelante, con la frente casi tocando la mesa, respirando entrecortada, con el pelo castaño cayéndole sobre la cara, escondiendo el rubor que le quemaba las mejillas. Sus piernas temblaban bajo la mesa, y el vibrador seguía zumbando, sacándole espasmos pequeños que la hacían morderse el labio para no gemir. Miró a Ricardo, con los ojos vidriosos, y siseó: —Apaga eso, joder, ya está.

Ricardo se rió, pulsando un botón en la app para bajar la intensidad hasta detenerlo, dejando solo un leve cosquilleo que la mantenía sensible. —Joder, qué espectáculo —dijo, con una satisfacción que era puro veneno, recostándose en la silla como si acabara de ganar una partida—. Nadie se ha dado cuenta, tranquila. Eres una actriz de Oscar.

Itziar respiró hondo, enderezándose, con el cuerpo todavía temblando, y se ajustó el jersey, sintiendo la humedad en las bragas, que lo mismo hasta habría mojado los pantalones, menos mal que llevaba un abrigo largo. El vibrador todavía dentro, una presencia que la hacía consciente de cada movimiento. —Eres un hijo de puta —dijo, con la voz baja, pero no había rabia, solo esa complicidad que se había colado entre ellos. Cogió una servilleta, limpiando el café derramado, y lo miró, con una sonrisa torcida que era puro desafío—. De esto te acuerdas, cerdo.

Ricardo alzó la cerveza, con un guiño. —¿Te ha gustado,eh? —dijo, guardando el móvil—. Te escribo luego para concretar lo nuestro. Disfruta del juguetito. Es mi regalo de Navidad.

Ella le sacó el dedo, pero no dijo nada más. Se quedó un momento en la cafetería, con el café frío y el cuerpo sensible, intentando recomponerse, con el vibrador todavía dentro y el recuerdo del orgasmo quemándole la piel. Joder, Ricardo era un cerdo, pero sabía cómo jugar. Y ella, aunque no lo admitiera, también.


Esa noche, Itziar estaba en su cuarto, con el móvil para escribir a Ricardo.

Itziar (21:03): Oye, capullo, dónde lo hacemos? Tu casa o qué? Quiero esos 300 pavos, así que no me falles.

Ricardo (21:05): Joder, princesa, qué directa. En mi casa no puede ser, Laura y el crío están siempre. Qué tal en la tuya? En tu cama, para que tenga más morbo. 😈

Itziar (21:07): Eres un puto enfermo, lo sabías? Vale, en mi casa, pero mis padres no pueden enterarse. Y en mi cama, joder, qué obsesión tienes. 😒 Prepárate, que te voy a dejar seco por esos 300.

Ricardo (21:09): Seco, dice. Zorra, te voy a follar tan duro que vas a suplicar más. Tengo unas ganas de metértela que no me aguanto. Ese coño tuyo me tiene loco desde que lo vi. 😏

Itziar (21:11): Cállate, guarro, que te embalas. 😆 Mira, este sábado no puede ser, me tiene que bajar la regla. Tiene que ser otro día. Elige uno y no me hagas esperar, que quiero mis gafas Gucci ya.

Ricardo (21:13): ¿La regla? Joder, me la suda. Te follaría hasta con la regla, putita. Ese coño tiene que estar igual de rico, rojo o no. 😈 Venga, dime que sí y lo hacemos el sábado, que estoy que me subo por las paredes.

Itziar (21:15): Eres un guarro degenerado, Ricardo, en serio. 🤮 Ni de coña, con la regla no, que es un puto desastre. Espera al viernes que viene, a las 7. Mis padres se van al pueblo y la casa está libre. Pero te lo digo ya: sin condón, vale, pero te corres fuera, ¿entendido?

Ricardo (21:17): Joder, qué mandona. Vale, el viernes a las 7, en tu cama. Y tranquila que me correré fuera. No quiero ser otra vez papá. ¿dónde quieres que me corra? En esas tetas ricas, en el la rajita del culete, en la cara? 😏 Dime, que me estoy poniendo malo solo de pensarlo.

Itziar (21:20): Madre mía, eres un cerdo nivel experto. 😆 Me da igual donde, pero fuera del coño, que no quiero líos. En la cara, en las tetas, en el culo, donde te dé la gana, pero ni una gota dentro, ¿vale? Y ponte colonia, que la última vez olías a tabaco.

Ricardo (21:22): Ja ja, qué pija eres, cabrona. Tranquila, me echaré la colonia buena, la que te pone cachonda. 😏 Y vale, me correré en… tu cara, que me va a flipar verte con mi leche. Prepárate, zorra, que el viernes te voy a abrir ese coño como nunca. Vas a gemir tan alto que despertarás al vecino.

Itziar (21:24): Vete a la mierda, capullo. 😜 Vas a flipar tú cuando me folles. Pero te lo repito: fuera, Ricardo, o te corto los huevos. Nos vemos el viernes, no llegues tarde, que odio esperar. 😘

Ricardo (21:26): Joder, qué carácter. Vale, el viernes a las 7, puntual como un reloj. Ponte algo sexy, que quiero babear antes de follarte. Y depiladita que te quiero bien limpia. 😈 Nos vemos, zorra.

Itziar (21:28): Eres lo peor, en serio. 😆 Nos vemos, cerdo. Y dúchate, que no quiero oler a gimnasio. 😝

El viernes estaba a la vuelta de la esquina, y con él, la promesa de los trescientos euros, las gafas Gucci, y un nuevo límite que Itziar estaba a punto de cruzar. Pero por ahora, se quedó en su cuarto, con el vibrador guardado en la mesilla y el recuerdo del orgasmo en la cafetería todavía fresco. Ricardo era un cerdo, pero joder, sabía cómo jugar. Y ella, aunque no lo admitiera, también.


Continuará…
Impresionante, esperando con ansia la siguiente entrega
 
La historia es real o inventada ?
Es totalmente ficción. Aunque para los personajes me baso en personas que conozco, ya sean amigos, vecinos, compañeros, familiares incluso. Aunque cambiando los nombres y lugares lógicamente.
Por ejemplo, aquí Ricardo es un compañero de trabajo y Itziar es la hija de unos vecinos
 
Capítulo 9


La Navidad seguía envolviendo la ciudad en un frenesí de luces, villancicos y postureo. El frío de diciembre cortaba como un cuchillo, mezclándose con el olor a castañas asadas, perfume caro y el humo de las chimeneas que salía de los edificios. Estaba más decidida que nunca a conseguir su nuevo capricho: unas gafas de sol Gucci que costaban 350 euros, un lujo que Maite, su madre, no estaba dispuesta a financiar con su eterno “gánatelo tú”. Pero Itziar ya había aprendido cómo ganárselo, y Ricardo, con sus billetes arrugados y su mirada de cerdo, era la clave. La cita estaba fijada para el viernes, después de que su regla la obligara a posponer el sábado, y la anticipación le había dejado un nudo en el estómago toda la semana, mezclado con ese cosquilleo que no podía ignorar.

El día llegó con una casa vacía, una bendición que esperaba. Maite y Juan se habían ido al pueblo de los abuelos con su hermano pequeño, una escapada navideña que le dejaba el terreno libre. Itziar había usado la excusa de siempre para quedarse: “Voy a quedar con Lucía, que queremos irnos de cena las chicas, no me voy al pueblo”. Maite, ocupada con las maletas, apenas había prestado atención, y Juan solo gruñó un “pórtate bien”. Álvaro, en cambio, había sido más pesado, mandándole mensajes toda la mañana: “Oye, amor, ¿te apetece vernos esta tarde? Podemos ir al cine o tomar algo”. Itziar le dio largas, con respuestas vagas como “Estoy liada, ya te digo luego”. No sentía culpa, ni remordimientos. Álvaro era perfecto, un buen chaval pero las gafas Gucci eran más importantes, y su coño iba a pagarlas. Joder, era así de simple.

Ricardo le escribió a mediodía, con su estilo directo: “Oye, nena, esta tarde a las 7 en tu casa. Ponte sexy, quiero un espectáculo. Nada de vaqueros, algo que me la ponga dura nada más verte”. Itziar puso los ojos en blanco, pero el mensaje le dio un subidón. “Cállate, guarro. Estaré lista, para que babees”, respondió, añadiendo un emoji de una peineta para mantener el pique. Él contestó con un “Zorra, te voy a follar hasta que pidas más”, y ella dejó el móvil en la mesilla, con una sonrisa que no podía controlar.

Se pasó la tarde preparándose, como si fuera una cita en cualquier otro sitio y no en su propia casa. Se duchó, dejando que el agua caliente le relajara los nervios, y se depiló con cuidado, aunque el láser ya había hecho casi todo el trabajo. Se maquilló frente al espejo, con una base ligera que dejaba brillar su piel, eyeliner que hacía sus ojos verdes más afilados, y un gloss rosa que hacía sus labios parecer más carnosos. Eligió un vestido blanco ajustado, con un escote que marcaba las tetas y la falda del vestido que apenas le cubría los muslos, sin sujetador para que los pezones se insinuaran bajo la tela, y un tanga negro que sabía que no duraría mucho. Se puso tacones altos, se soltó el pelo castaño con mechas rubias en ondas, se puso unos pendientes de aro grande fino y dorado y se echó un chorro de perfume caro, con notas de frutales y vainilla que llenaron el cuarto. Se miró en el espejo de cuerpo entero, girándose para comprobar cómo el vestido le marcaba el culo, y murmuró: “Joder, Itziar, estás para comerte”. Y sabía que Ricardo estaría de acuerdo.



A las siete en punto, el timbre sonó. Itziar, con el corazón latiéndole en la garganta, abrió la puerta. Ricardo estaba ahí, imponente bajo la luz del rellano, con una cazadora de cuero, una camiseta gris que se le pegaba al pecho, y unos vaqueros que marcaban su paquete. Olía a colonia fresca y suave, a tabaco y a algo más, algo que era puro él, un olor que la ponía muy cerda. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo, deteniéndose en el escote, en los pezones marcados en la tela, en las piernas, en el culo, y sonrió, con ese brillo cabrón que siempre la descolocaba.

—Joder cariño, te has pasado —dijo, entrando y cerrando la puerta con un golpe seco—. Esto va a ser mejor de lo que esperaba.

—Cállate, anda. Pasa no sea que nos vea algún vecino —replicó ella, pero su voz tenía un toque juguetón, y lo llevó al salón, con las luces del árbol de Navidad parpadeando en un rincón. El aire olía a ambientador de frutos rojos, a suavizante de las cortinas, y a la tensión que crecía entre ellos—. ¿Quieres una cerveza o algo? No tenemos toda la noche.

Ricardo se rió, quitándose la cazadora y tirándola en el sofá. —No, reina, quiero ir directo al grano —dijo, acercándose, con las manos en las caderas de ella, apretándola contra él. Su cuerpo era cálido, duro, y el bulto en sus vaqueros ya se notaba—. Vamos a tu cuarto. Quiero follarme a mi sobrina en tu camita, como prometimos.

Itziar sintió un calor subiéndole por el pecho, pero mantuvo la compostura, con una sonrisa torcida. —Eres un tío muy cochino por querer follarse a su sobrinita—dijo, pero lo llevó por el pasillo, cogido de la mano, con los tacones resonando en el suelo de madera, y moviendo el culo con maestría, hasta su cuarto. La cama estaba hecha, con sábanas blancas y un edredón gris que olía a lavanda. El cuarto estaba en penumbra, con la lámpara de la mesilla encendida, proyectando sombras suaves en las paredes, y el espejo de cuerpo entero reflejándolos como si fueran actores de una película porno.

Ricardo no perdió el tiempo. La empujó contra la cama, con las sábanas crujiendo bajo su peso, y se subió encima, comiéndole la boca con una intensidad que le robó el aire. Sus labios eran duros, y su lengua se metió en su boca, explorándola, mientras sus manos subían por el vestido, levantándolo hasta dejar el tanga a la vista. Itziar respondió, mordiéndole el labio, con las uñas clavándose en su nuca, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo. Él gruñó, bajando la boca a su cuello, chupando la piel y aspirando su aroma de hembra hasta dejar un rastro húmedo, y luego tiró del vestido hacia abajo, dejando las tetas al aire.

Ricardo gruñó contra su piel, con las manos bajando por sus caderas, arrugando el vestido hasta dejarlo como un cinturón de tela negra. Sus dedos, ásperos por el trabajo y el tiempo, se clavaron en su piel, marcándola sin llegar a doler. La besó de nuevo con hambre, con deseo, con lascivia, mordiéndole el labio inferior hasta que ella jadeó, un sonido que resonó en el cuarto, y luego bajó la boca a su cuello, chupando la piel blanca, dejando un rastro húmedo que brillaba bajo la luz. Itziar arqueó la espalda, y se le erizó la piel y los pezones, con las uñas clavándose en su espalda, sintiendo el roce de su barba, áspera y cálida, contra su clavícula. Él olía a hombre, a deseo, a todo lo que ella sabía que no debía querer pero que la encendía como nada más.

—Joder, zorrita, estás para comerte —murmuró Ricardo, con la voz ronca junto a su oído, mientras sus manos subían al pecho, cogiendo las tetas con una mezcla de rudeza y adoración. Eran firmes, redondas, con los pezones rosados endurecidos por el aire fresco y la excitación. Las areolas hinchadas eran su perdición, un manjar que estaba dispuesto a devorar. Las apretó, sintiendo su peso, y bajó la boca, chupando el pezón derecho con una intensidad que hizo que Itziar jadeara. Su lengua trazó círculos, lenta, saboreando la piel suave de la areola, mientras su barba le raspaba el pecho, enviando pinchazos de placer que le bajaban hasta el coño. Ella gimió, con los dedos enredándose en su pelo, tirando un poco, y él respondió mordiendo el pezón, suave pero firme, hasta que ella soltó un grito pequeño, mezcla de dolor y éxtasis.

—Ricardo, joderrrr, así tío así, cómeme los pezones, muérdeme, hazme daño cabrón —susurró, con los ojos entrecerrados, el cuerpo temblando bajo su boca. Él sonrió contra su piel, chupando más fuerte, dejando un chupetón rojo al lado del pezón, una marca brillante que parecía gritar posesión. Pasó al otro pezón, lamiéndolo con la misma hambre, mordiéndolo hasta que ella arqueó la espalda, gimiendo más alto, con las sábanas arrugándose bajo sus manos. Las tetas le brillaban por la saliva, sensibles, y el chupetón era como un tatuaje temporal que ella sabía que tendría que esconder.

—Ahora tú, putita —dijo Ricardo, apartándose para ponerse de pie al borde de la cama, con la respiración pesada. Se desabrochó los vaqueros, bajándolos junto con los bóxers, y sacó la polla, gruesa, venosa, con la punta brillando por el líquido preseminal. Era pesada, caliente, y palpitaba bajo la luz tenue, con un olor limpio pero masculino que llenó el aire. ¿Cómo pudo meterle ese trozo de carne en su culo? Itziar se sentó, con el vestido todavía arrugado en la cintura y los zapatos de tacón aún puestos, y lo miró, con los ojos verdes brillando de desafío, como siempre, marcando que ella también tenía el control.

Se inclinó, cogiendo la polla con una mano, pajeándola despacio, muy despacio, sintiendo la piel suave y caliente deslizarse bajo sus dedos. Era cálida, dura, y cada movimiento hacía que Ricardo gruñera bajito, un sonido que resonaba en el silencio del cuarto. Ella se acercó, dándole besitos en la punta, suave, dejando que sus labios, todavía pegajosos por el gloss, rozaran el capullo. El sabor era salado, con un toque amargo que la hizo lamer, trazando círculos lentos con la lengua, lo hacía muy muy despacio, saboreándolo mientras lo miraba a los ojos con esa carita de niña mala que tanto calentaba a Ricardo, un gesto desafiante, como diciendo que, aunque estuviera sentada en el borde de la cama, ella mandaba. Chupó, metiéndosela poco a poco, hasta que la sintió en la garganta, con la saliva corriéndole por la barbilla y goteando en las sábanas. Su mano seguía pajeando la base, resbaladiza, mientras la lengua trabajaba la parte inferior, chupando con ritmo, y la otra mano acariciaba sus huevos dejando que el sonido húmedo llenara el espacio. Después para hacerle disfrutar o sufrir más, acarició con la lengua como si fuera una piruleta su amoratado capullo, mientras lo miraba de nuevo fijamente a los ojos con cara de niña mala. —¿te gusta como te la chupa tu sobrinita, tío?

—Joder, qué boca tienes zorrita, me estás matando de gusto cabrona—gruñó Ricardo, con una mano en su pelo, enredando los dedos, no para empujarla, sino para sentirla, para anclarse a algo mientras ella lo llevaba al límite. Itziar aceleró, chupando más fuerte, metiéndosela hasta que las lágrimas le picaron en los ojos, con la garganta apretada y hasta que le dio la tos, la saliva cayendo en gotas gruesas. Él gemía, con los muslos tensos, y ella lo miró, con los ojos brillando, sabiendo que lo tenía justo donde quería.

Pero Ricardo no estaba dispuesto a ceder tan rápido. La apartó, con un gruñido, y la tumbó en la cama, quitándole el tanga de un tirón, dejando el vestido como una cinta negra alrededor de su cintura. —Abre las piernas, putita—dijo, con la voz rota, y ella obedeció, con el coño húmedo y rosado brillando bajo la luz de la lámpara. Él se arrodilló entre sus piernas, llevándola al borde de la cama y con las manos en sus muslos, abriéndolos más, y bajó la boca, lamiendo el ojete primero, ese culo que lo obsesionaba desde aquella tarde en que se lo folló en el sofá. Su lengua era cálida, insistente, trazando círculos alrededor del anillo rugoso y rosado, metiéndose un poco, haciéndola jadear y arquear la espalda. El olor era limpio, con un toque de jabón y su propio aroma, y él gruñó, chupando con hambre, como si quisiera marcar cada centímetro. Era tal su excitación que le dio un pequeño mordisco en una nalga cerca del ojete.

—Tío, joderrrrrr, me haces cosquillas. ¿Te gusta mi ojete, eh cerdo? Venga comételo, chúpame el ojete guarro, disfruta de mi culito cabrón—gimió Itziar, con las manos en las sábanas, arrugándolas hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Ricardo fuera de sí al oírla hablarle así devoraba su ojete, lo lamía y lo besaba con ansia, después subió, lamiendo el coño, con la lengua abriendo los labios, chupando el clítoris con una presión que la hizo gritar. Lamía en círculos, lento al principio, luego más rápido, metiendo un dedo dentro, curvándolo para tocar ese punto que la volvía loca. El dedo entraba fácil, resbaladizo por su humedad, y ella gemía, con las caderas moviéndose contra su mano. Ricardo lo sacó, llevándoselo a la boca, chupándolo con un gruñido, saboreando el gusto dulce y salado de su coño, con los ojos fijos en los de ella, que lo miraba con la respiración entrecortada.

—Sabes a gloria, putita —dijo, volviendo a meter el dedo, ahora con dos, abriéndola más, mientras su lengua seguía en el clítoris, chupando con un ritmo que la llevaba al borde. Itziar se retorcía, con los gemidos subiendo de tono, hasta que el orgasmo duro e intenso la golpeó, un calor que le explotó en el vientre, haciéndola gritar de placer, con el cuerpo temblando. Su coño palpitaba alrededor de sus dedos, empapándolos, y él siguió lamiendo, suave, sacándole hasta el último espasmo, con la barbilla brillando por sus jugos.

—Joder, sobrinita, qué coño, que delicia. ¿Vas a querer que te folle tú tio, eh putita?—dijo Ricardo, levantándose, con una sonrisa de triunfo. Se limpió la boca con el dorso de la mano, mirándola como si fuera un trofeo. Itziar jadeaba, con el pelo pegado a la frente por el sudor, las tetas subiendo y bajando con cada respiración, el chupetón rojo brillando como una medalla. Pero no había terminado, ni de lejos. Él se tumbó boca arriba en la cama y ella se subió encima, con la polla rozándole el coño, húmedo y abierto, y la miró, con los ojos oscurecidos por el deseo. —Sin condón, ¿eh? —murmuró, recordándole el trato.

—Termina fuera, por favor —siseó ella, todavía recuperándose, pero con los ojos brillando de morbo. Itziar fue sentándose a horcajadas, con las manos en el pecho de él, sintiendo los músculos bajo la camiseta húmeda. Cogió la polla, guiándola, y se la metió despacio, centímetro a centímetro, sintiendo cómo la abría, cómo la llenaba. Gruñó, con los ojos cerrados, la cara transformada por el placer, con los labios entreabiertos y las mejillas sonrojadas. Ricardo la miraba, hipnotizado por su expresión, por la forma en que su boca formaba una mueca perfecta, por los gemidos bajos que se le escapaban mientras bajaba, hasta que la tuvo toda dentro.

—Joder que gusto, qué apretada estás —gruñó él, con las manos en sus caderas, guiándola para que se moviera. Itziar empezó a mover las caderas, lento al principio, frotando su coño contra su pubis, dejando que la polla entrara y saliera, resbaladiza por su humedad. Las tetas rebotaban, con el chupetón brillando, y él las agarró, apretándolas, pellizcando los pezones hasta que ella gimió más fuerte. El cabecero golpeaba la pared, un ritmo constante que se mezclaba con el crujir de las sábanas, los gemidos de los dos, y el olor a sexo que llenaba el cuarto, a sudor, a su perfume, a la colonia de ambos.

—Tío, joder que polla, cómo la siento. ¿Te gusta tío, te gusta follarte a tu sobrinita? ¿Te gusta mi chochito?—gimió Itziar, acelerando, con las caderas moviéndose más rápido, el coño apretándolo con cada embestida. Él gruñó, con las manos bajando al culo, apretándolo, abriéndolo, sintiendo la piel suave bajo sus dedos. La miraba, con los ojos fijos en su cara, en el placer que la transformaba, en los mechones de pelo que le caían sobre los ojos, en la forma en que sus tetas se movían con un ritmo hipnótico. Era puro éxtasis. Luego la tumbó, poniéndose encima, con las manos en sus muñecas, sujetándolas contra la cama. Se la metió de nuevo, despacio, dejando que ella sintiera cada centímetro, observando su cara, los gemidos que se le escapaban, los ojos vidriosos por el placer.

—Qué buena estás, zorra —dijo, con la voz rota, empezando a follarla con más fuerza, con las caderas chocando, el cuerpo de ella rebotando bajo el suyo. Ella levantó las piernas, cerrándolas en su espalda, y la penetró más profundo, con un ritmo que la hacía gritar, con las tetas moviéndose con las embestidas. El coño estaba empapado, resbaladizo, y cada embestida hacía un sonido húmedo que llenaba el cuarto, mezclado con sus gemidos, con el golpe del cabecero, con el zumbido del radiador. Él la miraba, con el sudor goteándole por la frente, fascinado por su cara, por el placer que la rompía, por la forma en que su cuerpo se rendía a él. —siiii tío, fóllame bien, asiiii, dame bien. —Jadeaba Itziar—. Después fue a comerle la boca y se besaban con lascivo deseo, un morreo guarro y cerdo mientras se la follaba. Ricardo estaba a punto de correrse, así que paró y se salió de ella para cortar el orgasmo y así durar más después.

—Ponte a cuatro patas, cariño —gruñó, sudoroso, saliendo de ella, con la polla brillando por su humedad. Itziar obedeció, girándose, apoyándose en los codos y las rodillas, con el culo en pompa y el coño abierto, rosado y empapado. Ricardo se puso detrás, con las manos en sus caderas, apoyó el capullo en la entrada de su chochito y se la metió despacio, observando cómo la polla entraba, cómo los labios se abrían alrededor, cómo su coño lo tragaba centímetro a centímetro. Recordó cuando le dio por el culo, como era de estrecho y como apretaba su polla, en cambio ahora su coño era como meterla en una cueva caliente y jugosa. Miró su ojete, rosado, apretado, brillando un poco por la humedad que había bajado, y gruñó, con un deseo crudo que lo golpeó como un puñetazo. La folló lento al principio, viendo cómo la polla desaparecía dentro, cómo su culo temblaba con cada embestida, cómo el ojete se contraía un poco, como si lo invitara.

—Joder, qué vista —dijo, acelerando, con las manos abriendo su culo, acariciando su ojete con el dedo pulgar, apretándolo, dejando marcas rojas en la piel blanca. Itziar gemía como una gatita, con la cara hundida en las sábanas, el pelo revuelto, los gritos amortiguados pero desesperados. Él la follaba duro ahora, con las caderas chocando, el sonido de sus cuerpos resonando en el cuarto, el espejo reflejando la escena: plas, plas, plas. Itziar a cuatro patas, con las tetas balanceándose, y Ricardo detrás, con la cara tensa, los músculos marcados bajo la camiseta. El olor a sexo era abrumador, a sudor, a sus jugos, a la intensidad de sus cuerpos.

—Tío por favor no pares ahora, fóllame cabrón, dame bien —gimió ella, con la voz rota, sintiendo otro orgasmo creciendo, un calor que le subía por el vientre. Él gruñó, follándola más fuerte, y dándole un azote en el culo, con la otra mano bajando para tocarle el clítoris, frotándolo en círculos rápidos, haciéndola gritar más alto, hasta que se corrió otra vez, con el coño apretándolo, palpitando, empapándolo. Ella temblaba, con las piernas débiles, pero él no paró, follándola con embestidas profundas, sintiendo cómo su cuerpo se rendía.

—Joder, princesa me voy a correr —gruñó, con la voz tensa, saliendo de ella justo a tiempo. La giró, poniéndola de rodillas frente a él, con la polla en la mano, pajeándola rápido. Itziar abrió la boca, con los ojos fijos en los de él, y él se corrió, con un gemido grave que resonó en el cuarto. Los chorros calientes le salpicaron la cara, espesos y blancos, cayendo por un ojo, haciéndola parpadear; por la nariz; por los pómulos, resbalando hasta la barbilla; en el pelo, enredándose en los mechones castaños y rubios; y en la boca, llenándosela con un sabor salado y amargo. Ella jadeó, con la cara empapada, lamiendo lo que podía, tragando por instinto, mientras el resto goteaba en las sábanas, en su pecho, dejando un desastre brillante bajo la luz.

—Joder, niña, eres una puta diosa —dijo Ricardo, jadeando, con el pecho subiendo y bajando, el sudor goteándole por la frente. Se bajó de la cama sudoroso y extasiado y sacó un pañuelo del bolsillo de los vaqueros, tirados en el suelo, y se lo dio, con un gesto casi tierno. — Toma cielo, límpiate— Itziar se limpió la cara, frotando el ojo que le picaba, la nariz, los pómulos, y se pasó los dedos por el pelo, intentando desenredar el semen.

—Ostias cómo me has puesto ¿cómo te ha salido tanta leche? —dijo mientras se limpiaba—.

—Cariño, he estado toda la semana sin pajearme solo para regarte bien esa carita guapa que tienes, para que luego digas que no te quiero jajaja.

—Imbécil— le dijo, pero sin ningún rencor, al contrario era ya pura camaradería entre los dos.

Él se limpió la polla, todavía medio dura, y se tumbó en la cama, desnudo, con la camiseta arrugada en el suelo. Ella se quitó el vestido y los zapatos por completo, dejándolos caer, y se tumbó a su lado, desnuda, con el cuerpo sensible, el chupetón ardiendo en la teta, y el olor a sexo pegado a la piel.


Se quedaron en silencio un momento, con las respiraciones todavía pesadas, el radiador zumbando, y las luces del árbol de Navidad filtrándose por la puerta entreabierta. Itziar miró el techo, con el pelo revuelto, y rompió el silencio. —Joder, Ricardo, eres un animal —dijo, con una risa baja, girándose para mirarlo.

Él sonrió, con una mano detrás de la cabeza, el cuerpo relajado. —Y tú cariño, una zorra de campeonato —replicó, pero no había veneno, solo esa complicidad que se había colado entre ellos—. No me digas que no te ha gustado, ¿eh? Y ¿el chupetón? Vas a tener que taparlo con maquillaje para que no te lo pille tu novio.

Itziar se rió, tocándose la teta, donde la marca roja brillaba. —Gilipollas, me has dejado como una quinceañera —dijo, dándole un manotazo suave en el brazo—. Menos mal que Álvaro no es de fijarse mucho. Aunque, esto ha sido… intenso, casi me partes el coño.

Ricardo alzó una ceja, mirándola con una sonrisa torcida. —¿Intenso? Venga, princesa, que te has corrido dos veces. Ha sido una puta pasada.

Ella puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar reír. —Cállate, capullo, y no me llames princesa te he dicho, que sabes que no me gusta. Ha estado bien, vale, pero no te flipes —dijo con esa cara de niña mala, apoyándose en un codo, con la piel todavía sensible rozando las sábanas—. Oye, ¿y el bebé? ¿Cómo lo llevas? Porque, joder, follar como si no hubiera un mañana y luego cambiar pañales debe ser un cambio.

Él se rió, con un sonido grave que llenó el cuarto. —Pablo es un cabroncete. No duerme, llora como si le pagaran, pero, es una pasada. Laura está todo el día con él, así que yo… bueno, ya sabes, me busco mis momentos —dijo, guiñándole un ojo—. ¿Y tú? ¿Qué tal el láser ese? Ya veo que estás como una muñeca.

Itziar sonrió, estirándose un poco, con el cuerpo todavía caliente. —Casi. Un par de sesiones más y adiós pelo para siempre. Aunque, duele como una mierda —dijo, con una risa—. Álvaro dice que no nota la diferencia, pero yo sí. Es como… no sé, sentirte más pija, más perfecta.

Ricardo la miró, con una ceja alzada. —Más perfecta, dice. Joder, Itziar, si ya eres un puto peligro —dijo, dándole un pellizco suave en el muslo—. los trescientos pavos te los dejo en la mesilla. Para tus gafas Gucci. Feliz Navidad.

—Oye, una pegunta que me ha surgido, —dijo después de unos segundos de silencio— ¿he sido yo la primera a la que se las metido por el culo, o ha habido otras antes?

—Vaya niña, que directa eres. Pues mira, ha habido otra antes que tú, una casada que era una puta de lujo. Fue un caso turbio, o raro, más bien. Te cuento, ya verás que movida fue. Resulta que me apetecía darme un capricho y contacté con una scort, y cuando la vi, resulta que era la mujer de un amigo mío que lo hacía a sus espaldas ¿Qué te parece la casualidad?. Pues bien, fui un cabrón y me aproveché de la situación. Así que le dije que si me dejaba follarle el culo no diría nada a su marido, mi amigo. Y me la follé. Luego su marido descubrió el pastel y la acabó pillando y a modo de que la perdonara, como condición le pidió volver a follar conmigo pero él debía de estar delante. Resultó ser un cornudo de esos. Una movida que flipas nena.

—Joder que movida. Ricardo, eres un cabronazo ¿sabes? y lo serás toda tu vida. No se como mi tía te aguanta, la verdad.

—Digamos más bien, que las oportunidades vienen a mi. Yo solo me aprovecho de ellas. Disfruta de tu dinero princesa.

Ella se rió, mirando los billetes arrugados junto a la lámpara. —Eres un cerdo, pero gracias —dijo, con una sonrisa que era puro triunfo—. Ahora lárgate antes de que mi tía te eche de menos, que no quiero dramas.

Ricardo se levantó, cogiendo los vaqueros y la camiseta, pero no se puso la cazadora. —Tranquila, cariño—dijo, dándole un piquito suave en los labios antes de salir—. Nos vemos en el próximo capricho.

Itziar se quedó en la cama, desnuda, con las sábanas arrugadas y el olor a sexo todavía en el aire. Tocó los billetes, sintiendo el papel bajo los dedos, y pensó en las gafas, en Álvaro, en Ricardo. Tenía solo el subidón de haber ganado, de haber cruzado otra línea y salido con el premio.


Continuará…
 
Aquí hay 2 problemas serios:
1. Que los acaben descubriendo y se lío una muy gorda al ser familia.
2. Que terminen sintiendo cosas el uno por el otro.
No descarto, por cierto, que sigan teniendo encuentros sexuales sin dinero de por medio, porque la atracción sexual entre los 2 es evidente.
 
A ver si se folla a la madre también o a las dos juntas
 

📢 Webcam con más espectadores ahora 🔥

Atrás
Top Abajo