5
De vicios y familia.
La mujer hace un gesto dando dos veces con el dedo índice encorvado sobre la barra. Un crack, crack de la uña retumbando sobre la madera noble que atrae inmediatamente la atención del camarero, pendiente de cualquier detalle. En aquel lugar no trabaja cualquiera, solo profesionales con mucho oficio y la necesaria inteligencia emocional para anticiparse a los deseos de los clientes.
- ¿Le sirvo otro Margarita, señora?
Y sin embargo acaba de cometer un error. La mujer lo mira con ojos penetrantes solo un par de segundos antes de asentir, ha conseguido sacarla de su apatía, pero no en el modo que ella quisiera. Lo de señora sobraba. Que no es que le moleste, en su casa le gusta que el servicio la llame así y también cuando va de compras, o a la selecta peluquería donde hoy le han hecho un cardado con una buena dosis de laca que le da volumen a su pelo y lo hace parecer más recio y abundante de lo que realmente es. Pero allí no. Cuando está en ese local lo de señora suena a viejo, a apagado e incluso un poco sórdido. No pagan una cuota de casi ochocientos euros al mes para estar en un ambiente como podría ser el de cualquier club liberal de barrio. Allí las bebidas son de primeras marcas, los camareros van correctamente uniformados, las instalaciones están impolutas y el sitio está decorado con gusto, un poco barroco y recargado quizá, al estilo de un palacio versallesco, pero con gusto. Las normas también son mucho más estrictas: no se permiten los malos modos, ni la gente desnuda por las instalaciones comunes y por mucho dinero o muy poderoso que sea un hombre, no puede acceder allí solo ni tampoco en compañía de chicas contratadas, lo cual hace que la proporción entre hombres y mujeres siempre se mantenga equilibrada.
Recuerda con horror la visita que hizo con su marido a un local muy popular en Madrid. Y eso que se lo habían recomendado como uno de los mejores. Se sintieron extraños entre gente que no pegaba ni en educación ni en cultura con ellos, con unas formas y maneras que dejaban mucho que desear. Un sitio que a pesar del olor a desinfectante y del aspecto limpio de las sábanas y camas, no resistía su escáner para el polvo y los ácaros. Y lo peor de todo era que permitían el paso a hombres solos. En teoría no a la zona de parejas, pero si la noche estaba floja, acababan dejándolos entrar previo abono de un suplemento. Aquello se llenó de moscones, de gente que no guardaba las formas, todo muy animal y bruto, lo cual, si bien a su marido parecía divertirle, a ella le provocó rechazo.
- Vámonos de aquí - le dijo enfadada cuando apenas llevaban tres cuartos de hora y ya habían rechazado al menos una decena de intentos de acercamiento - A mí me llevas a un local con clase o no vuelvo a salir para jugar a esto.
Y así fue como acabaron por fin encontrando el lugar para sacudir las telarañas de su vida de alcoba. El Círculo Cultural de Miraflores se lo recomendó a su marido un cliente que también tenía gustos parecidos y la verdad es que acertaron: un local exclusivo donde solo entran socios, limpio, discreto y con camareros jóvenes y atentos, excepto este idiota.
La mujer es delgada, con un cuerpo sin flacideces gracias al pádel, al cardio y al yoga. Las tetas se le mantienen bien altas porque para eso son operadas. También se retocó un poco la nariz y los ojos. Su cuerpo alto y su andar estiloso todavía conservan trazas de modelo a pesar de sus cuarenta y tantos años largos. Claro, hasta que aquel camarero impertinente la vuelve a colocar en su sitio con un “señora” que se le clava en las tripas y que en ningún otro sitio le hubiera molestado, pero allí sí. Toma su copa y no se molesta en darle las gracias. Le hace un gesto a su marido que aburrido, apura su whisky. Esa noche hay poca gente y entre los que hay, nadie apetecible para hacer algo especial, porque para un polvo normal ya tienen ellos su cama y no necesitan acudir al círculo.
- Mira quién ha venido - murmura ella entre sorbo y sorbo de su Margarita.
Su marido levanta la vista y la fija en una mujer algo más bajita que su esposa, delgada, aunque con un buen culo. Lleva un traje chaqueta un poco por encima de los muslos, pelo recogido en un moño bien trabajado. Elegante y sobria, camina sin fijar su vista en nadie en particular y se sienta en una mesita del rincón. A pesar de los cómodos sofás, elige una silla entre rococó y art deco sobre la que cruza las piernas y hace un gesto a uno de los camareros que asiente. Es una habitual y no necesita decirle lo que quiere beber. Un vaso donde dos hielos lanzan destellos cobrizos vuela hacia su mesa y hasta el tercer trago, no levanta la cabeza y echa un vistazo al salón. Es entonces cuando sus miradas se encuentran
- ¿Te apetece? - pregunta la mujer.
- ¿Tú crees que querrá jugar hoy?
- Claro, si no ¿porque crees que está aquí?
La pareja hace volar hacia ella una sonrisa un poco impostada, como aquellos que se preparan para hacer un negocio o una transacción comercial. Paloma los ve y no se inmuta lo más mínimo. Contesta levantando la copa de bourbon en un mudo brindis. Es su forma de decirles que sí, que le apetece, pero que todavía no está lista. No hasta la segunda copa por lo menos. Su rutina siempre es la misma: intentar beber lo suficiente para anestesiarse un poco y luego tener sexo. Ya ha renunciado a los ligues esporádicos, a probar fortuna a través de aplicaciones informáticas o a pelo en la barra de algún bar. Prefiere ir a lo seguro.
La pareja se le acerca. Ya se conocen y saben cuál es el protocolo. Entablan una charla informal hablando de banalidades, ese tipo de charla que la gente de clase alta domina perfectamente: dejar pasar el tiempo hablando mucho y sin decir nada, siendo corteses, ocultando tras sus deferencias lo que no es más que clasismo puro y duro. Paloma lo sabe, van de exclusivos, de educados, de saberlo todo, de autosuficientes, cuando en realidad esa meritocracia que venden es totalmente impostada. Se creen mejores por tener dinero, pero el dinero les ha venido regalado vía herencia. Si son empresarios es porque sus padres les han montado la empresa o la han heredado. Si tienen éxito es porque se pueden permitir el lujo de fracasar una y otra vez hasta que aciertan, no tienen problemas de embargos ni de hipotecas, entre los de su clase siempre se apoyan, todos hacen negocios con todos y se pueden pagar los mejores asesores.
Paloma da el perfil: arquitecta, trabajando en una profesión liberal, ganando mucho dinero, construyendo sus propios diseños, el traje le viene a medida para relacionarse con este tipo de gente que la acepta entusiasmada como a una de los suyos. No meten a cualquiera en su cama, eso es lo que vienen a decir, aunque luego en la cama den rienda suelta a perversiones que harían palidecer a cualquier choni poligonera. En el fondo Paloma siente repulsa, no es con la gente que se relacionaría habitualmente, pero no está allí para hacer amigos, está para obtener placer, para desconectar su cerebro de la realidad diaria, para darse un chute de endorfinas que le permita relajar la tensión y quedase tranquila por unos días. Y para eso se encuentra en el sitio ideal, un lugar donde (aunque las pasiones sean bajas) el decorado es bonito, donde nadie tiene que disimular lo que quiere y lo que pretende, donde como en un supermercado, llegas, eliges y consumes.
Paloma pone buena cara a lo que le dicen, sigue la conversación mostrándose amable, llevándoles la corriente, refugiándose en tópicos y en frases evidentes para no crear malestar. Con el segundo bourbon ya se está cloroformizando. Con el tercero está lista y es ella misma la que les propone pasar a una habitación. No es un simple somier con sábanas bajeras como en los clubs normales lo que se encuentran, en una habitación de paredes lisas, con láminas fotocopiadas de dudoso gusto. Es una cama completa, extra grande, con un pequeño aseo, albornoces y toallas limpias. La puerta no tiene pestillo, está prohibido encerrarse, pero las normas también son claras: nadie puede acceder a una de las habitaciones si no es invitado por las personas que están dentro. Hay todo un código que indica si las parejas desean intimidad, ser solo vistas, si desean interactuar con otras parejas, si desean un chico o una chica. Todo va en función de si dejas la puerta abierta o no, de cómo colocas la cinta de distintos colores en el pomo y sobre todo del intercambio verbal. Hay que pedir permiso para entrar y, ante la duda, aclarar si quienes están en la habitación te admiten en el juego o no. Nadie puede forzar, insistir o molestar. Si en algún momento la cosa se tuerce o no transcurre tal y como alguien esperaba, puede abandonar la habitación libremente o pedir a los que han entrado después que la dejen. Está prohibido enfadarse o montar espectáculos. Luego, hay otras salas más amplias donde van las parejas que buscan un intercambio total, que no les importa tanto con quién están sino el hecho de participar en nuevas experiencias colectivas. Paloma ya ha probado también a jugar a eso, pero no le resulta del todo satisfactorio, de modo que prefiere jugar a dos o a tres bandas como mucho. Sus fetiches son muy concretos y no funcionan bien con demasiada gente alrededor. Y hoy es de los días que necesita descargar adrenalina.
Se colocan en torno de la cama como si tuvieran ya estudiada la coreografía. Ella también conoce los gustos de la pareja y sabe que no habrá problemas en el reparto de papeles. Se quita el vestido quedándose en tacones y bragas. Un liguero y unas medias ajustadas de rejilla son los únicos complementos. No lleva sujetador y sus pechos se muestran naturales y alzados. La mujer hace lo mismo, la única diferencia es que conserva el sujetador. Tiene un busto más voluminoso. Paloma, que ya la ha visto desnuda antes, piensa que en su juventud tuvo que lucir espectacular. Con ese tipazo y sin las arrugas que te va dejando la vida debía volver locos a los hombres. Los que tienen pasta eligen bien. Aunque en este caso no saldría decir cuál de los dos es el que puede presumir más de trofeo. Paloma es buena observadora y se da cuenta de que años de buena vida han dado lustro y un buen barniz a la mujer, pero no consiguen ocultar del todo ese anhelo de exclusividad, ese mirar por encima del hombro, ese resentimiento contra todos lo que no sean de tu clase, que a los hijos les sale de forma natural, pero en el caso de esta mujer le aparece desde el resentimiento. Ella no tiene pedigrí pijo, de niña bien, aunque como pasa muchas veces, es peor la recién llegada que quiere destacar que los que pertenecen desde siempre a esa clase exclusiva. Está claro que no fue la unión de dos iguales, simplemente fue una transacción donde ambos tenían algo que ofrecer. Sí, es posible que el trofeo haya sido mutuo concluye y decide centrarse en lo que ha venido a hacer, que ya está bien de darle a la cabeza. Ahora toca activar la piel, las entrañas, las terminaciones nerviosas, necesita un subidón, un pelotazo de placer que le permita volver a casa, darse una buena ducha y meterse en la cama relajada.
No han elegido esa habitación al azar: es la habitación donde se practican algunos juegos más duros de lo normal. En un armarito se encuentra todo un arsenal compuesto por cadenas, porras y fustas.
- ¡Desnúdale! - ordena paloma.
Y la mujer obedece. Desnudo ya no parece tan importante el hombre, ni tan seguro de sí mismo. Quizás sea ese sentimiento de estar desvalido es lo que lo atrae. el sentir por unos momentos que pierde el control, que está merced de otro. El perder su seguridad, el saber que el suelo sobre el que pisa se tambalea, que su dinero, su posición y su apellido no valen aquí. Quizás esa sea la sensación que busca, lo que lo excita, a todos nos gusta lo inaudito, lo extraño, lo inhabitual.
Le sujetan una correa al cuello y la correa es enganchada una cadena.
- ¡A cuatro patas! ¡Pasea al perro! - ordena Paloma mientras cierra la puerta. No desean público. Sin espectadores pueden ir más lejos en sus juegos.
El hombre es obligado a caminar en círculo. La mujer tira de él sin contemplaciones, obligándolo a moverse más ligero.
-Maldito animal ¡Camina, joder! ¡No me obligues a darte una paliza!
Cada vez que pasa junto a la cama Paloma le da un fustazo en las nalgas o en la espalda. Con cada golpe, la verga va adquiriendo dureza y pasa de colgar entre sus piernas a estar totalmente en erección y paralela a su vientre. No está mal de tamaño, igual que el tipo, tampoco desmerece físicamente. Aún en esa postura tan humillante y forzada, muestra que a pesar de su edad tiene un cuerpo cuidado y relativamente musculoso. Pero eso ya lo sabe ella porque no es la primera vez que forman un trío. También sabe que le gusta ser humillado y tiene una vena masoquista que es necesario alimentar, pero que al final hay premio porque el tipo es buen amante y por supuesto entregado a sus órdenes. Aguanta bastante y se deja manejar.
- Lo tienes muy mal educado, vaya mierda de perro - indica mientras se levanta y lo toma por el pelo obligándolo a levantar la cabeza - vamos a tener que castigarlo - concluye mientras le mete la mano entre las nalgas y desde atrás le agarra los huevos apretándoselos con fuerza.
El hombre no protesta, se limita a emitir un quejido, dolorido, pero a la vez se estremece de placer. Paloma vuelve a apretarle los genitales y una gota de líquido transparente sale de la punta de su polla.
- Estás deseando montar a una de estas dos perras ¿verdad? Pero esto no es tan fácil, tienes que ganártelo, cabrón ¡Quítate las bragas! - le ordena a la mujer que obedece sin dudarlo, con un punto de vicio en la mirada.
Paloma puede imaginarla en sus inicios en el mundo liberal, cuando ya aburridos de fornicar de todas las maneras posibles él le propuso acudir a uno de estos locales. Siempre son ellos los que toman la iniciativa y siempre son ellas las que fruncen el ceño pensando que no es buena idea, pero luego transigen. Este, seguro que es el caso, como si lo viera por un agujerito. Las pocas palabras intercambiadas las veces que han estado juntos, le permiten reconstruir lo que seguramente habrá sido el camino recorrido por estos dos en el mundo liberal.
- La idea de iniciarnos fue suya - confesó ella entre copa y copa como si tal cosa ya no importara.
Paloma está segura que la mujer al principio debió resistirse, no quería abrir su coto privado, aunque posiblemente ambos por separado se habían puesto ya los cuernos. Cuando te cansas es mejor así, sin malos rollos, sin que nadie se entere y sin que el uno sospeche del otro. No mezclemos la casa con lo que sucede fuera y todo irá bien. Pero cuando un marido se atreve a proponerte eso es que pasan dos cosas: la primera es que ya se está empezando a aburrir y la segunda es que de alguna forma todavía te guarda la lealtad suficiente como para proponerte jugar juntos. Si hubiera decidido ponerte los cuernos de forma permanente o echarse una amante, hace ya mucho que lo estaría haciendo sin pedirte permiso. A la mujer debió parecerle mejor entrar en el juego que cerrar la puerta y que el marido saltara por la ventana a otras aventuras. Al fin y al cabo, la pareja que disfruta junta no se es infiel. Y tras varios intentos infructuosos acabaron en este círculo liberal donde ya han podido dar rienda suelta a sus perversiones. Al principio más él que ella, pero luego también la señora parece haberle cogido el gusto. Ya puestos ¿Por qué no pasárselo bien? ¿Por qué no invertir los papeles y dejar de ser la esposa sumisa, bien hablada, la mujer florero que queda bien en todas las conversaciones, en todas las reuniones y en todas las fotos familiares, a la que no le falta de nada pero a la que tampoco se le pide nunca voz ni voto? Aquí manda ella y eso le gusta. La pone bastante porque sabe que tiene vía libre para hacer lo que quiera con su marido y también con otros. Así que ahora ha perdido la vergüenza, si es que alguna vez la tuvo. O más bien lo correcto sería decir que ha adquirido confianza y sabe que, en ese lugar y en ese momento, están permitida cosas que en cualquier otro sitio o situación serían impensables.
Se quita las bragas con un movimiento lento, sensual. Llamar bragas a esa pieza carísima de lencería que lleva puesta es casi un crimen. Se adaptan como una segunda piel, son elegantes a la vez que sensuales, marcando la forma de su cintura, adaptándose al bulto de su pubis, señalando los labios de su sexo, tan finas y delicadas que se podría adivinar cada arruga de su himen. Por detrás se pierden entre sus cachetes. La mujer todavía mantiene buena parte de su hermosura, pero una ayuda tampoco está mal, piensa Paloma mientras la ve por fin despegarlas de su intimidad y dejarlas caer sobre la cama.
- Ábrete de piernas y ponte en el borde.
Ella obedece ofreciendo impúdicamente su vulva mientras se mantiene semi incorporada, apoyándose en sus codos para no perder detalle de lo que sucede.
- Perro, huélele el coño.
El otro se hace un poco el remolón. Conoce lo que viene después. Paloma sabe que es algo que no suele practicarle a su mujer en la intimidad, por eso ha elegido esta forma de humillarlo. El hombre vacila, lo hace a propósito porque quiere provocarla y ella responde con un fustazo que se le marca en una de las nalgas y le alcanza los testículos por detrás. Ahora sí se acerca y olisquea entre las piernas de su pareja.
- Lame. Como si fueras un San Bernardo bebiendo agua. Que se oiga. Ponle ganas o te meto mi tacón por el culo.
El otro se estremece de placer y comienza a usar la lengua. Al principio a tontas y locas, como ella le ha ordenado, llenándola de saliva y pasando la lengua por su perineo, por sus muslos y por fin, por su coñito. La mujer se remueve satisfecha. Es un extra al que no está acostumbrada y todo aquello la pone mucho. El tipo no está muy habituado y no concentra sus lamidas donde debe, sino que las va repartiendo con una frecuencia desigual, así que la mujer lo agarra del pelo, le da una torta en la cara y la hunde entre sus muslos, guiándola con la mano hasta que la lengua da en el sitio correcto.
- Así, ahí, ahí es donde tienes que lamer perro y ahora más rápido, no te pares.
El otro continúa a la vez que ella empieza a gemir. Un fustazo en el culo lo interrumpe.
- ¡No te pares! - le grita Paloma mientras le pasa el cuero por entre los muslos.
Él continúa, haciendo que su mujer se retuerza de placer. En aquel momento y en aquel sitio es consciente de que ella manda y puede hacer lo que le dé la gana. La advenediza, la que gracias a su buen físico obtuvo un puesto muy por encima de su categoría, aquella a la que siempre trataron con cierto desapego y con aires de superioridad en su familia política, aquella a quien no engañaban las falsas sonrisas ni la amabilidad impostada, obtiene por fin su venganza, aunque sea en privado, aunque sea con solo una espectadora. Puede permitirse ser ella la que tome el mando, la que haga lo que le dé la gana y eso le provoca un placer equiparable al orgasmo. Sabe que no tendrá consecuencias, que en aquel momento y en aquel sitio su marido no solo se lo permite, sino que disfruta con esta transgresión, que encuentra un placer masoquista inmenso que no podría permitirse mostrar en ningún otro ámbito de su vida, que ese escarnio es también es su válvula de disfrute. Y Paloma es su cómplice. Una de tantas porque siempre eligen a mujeres. Pero Paloma es buena, muy buena, aunque se vende cara porque no siempre aparece por allí y no siempre es posible coincidir con ella.
- Métele los dedos gilipollas ¿no ves como la tienes? hazla a disfrutar ¿o es que eres tan inútil que solo sabes dar lengüetazos al aire? – le espeta mientras le tira del pelo y le fuerza a separar la cara, toda llena de flujo pegajoso para mirarla.
El obedece. Introduce dos dedos de golpe que se hunden sin dificultad en la vagina húmeda de su esposa, separando los labios que forman una larga raja desde el perineo hasta el clítoris.
- Con cuidado imbécil.
Él ralentiza el gesto y ahora lo hace más lentamente, sacando y metiendo dos dedos y presionando con el índice hacia arriba a la vez que continúa lamiendo. Ahora sí, poco a poco la mujer se tensa, se curva arqueando la espalda, cierra los ojos, se pasa la lengua por los labios humedeciéndolos y la deja fuera como si estuviera mamando o succionando algo. Su pecho sube y baja agitándose, su vientre se contrae en espasmos de gusto. Los jadeos se aceleran y pronto se pone tensa, estira los pies atrapando al hombre entre sus muslos y emite un gemido ronco y profundo. Al final, un grito liberador anuncia que se corre. Ahora abre los ojos mucho, la saliva le corre por la comisura de la boca y se queda como sorprendida, mirando al infinito. El orgasmo la ha dejado desorientada, ha sido muy intenso.
Su esposo mantiene la posición a cuatro patas, sin moverse del sitio, esperando órdenes. Paloma decide que es buen momento para desahogarse. Reconoce ese punto en el que está excitada y dispuesta para el placer. Ni demasiado pronto ni demasiado tarde, justo cuando su libido se ha puesto a trabajar y alcanza su nivel máximo.
- Súbete a la cama, perro.
El otro obedece. Con la fusta lo obliga a darse la vuelta y a ponerse boca arriba.
- Ponle un condón - le ordena a la mujer que obedece de forma mecánica. Aún está un poco aturdida y ella ya ha obtenido su placer, por lo cual actúa un poco indolentemente.
- Venga, que los demás también queremos disfrutar - le apremia Paloma.
Sabe que si ella se queda al margen la cosa decae, el triángulo para que funcione debe permanecer con todos sus miembros activos. La esposa le enfunda un preservativo y Paloma se quita las bragas poniéndoselas en la cara al tipo. Toma gel lubricante y lo esparce por sus labios exteriores e interiores. Ya no se moja como una jovencita y el roce con el preservativo le puede provocar más tarde escozor y sequedad, de modo que con el resto sobrante le embadurna bien la verga y luego se monta a horcajadas, flotando la punta contra la entrada de su vagina. Se la mete poco a poco hasta que hace tope. Tiene un tamaño medio, ni muy pequeña ni tampoco muy grande. Todavía no se ha acostado con un hombre que supere a Stefano en tamaño. Desecha el pensamiento con cierto enfado. No quiere ni pensar en él vaya a ser que se le agüe la fiesta, pero tiene que reconocer que a pesar de todo era un excelente amante el muy cabrón. De hecho, no puede evitar compararlo con los hombres con los que se va acostando. Rápidamente aparta el recuerdo y vuelve a concentrarse en la realidad, evitando aquel tema que la pone de mala leche. Se folla a aquel tipo como si se estuviera follando un consolador atado a un trozo de carne, solo buscando el estímulo físico, ignorando la conexión personal. Para ella solo es un juguete sexual dentro de la fantasía que está realizando allí. Empieza a tocarse, presiona su clítoris con ambos dedos, luego los separa y los vuelve a juntar pellizcándolo. Está poniéndose caliente, muy caliente. El tipo también resopla y ella le coge la cara con la mano apretándole las mejillas.
- Ni se te ocurra correrte cabrón, no te lo permito ¿lo entiendes?
Él intenta contestar, pero la presión sobre su cara hace que sólo emita un gorgoteo ininteligible.
- ¡Que te calles gilipollas! eres solo un perro y tu única misión es obedecer a tus dueñas.
Acto seguido coge la braga que estaba sobre su cara y se la mete en la boca casi provocándole asfixia.
- A ver si así, con el pico cerrado, no te oigo ladrar - dice mientras continúa follándoselo.
La mujer mira complacida, cediéndole ahora el protagonismo y la propiedad sobre su esposo. Ha obtenido su goce que se ve prolongado más allá del orgasmo al ver como siguen humillando a su marido. Paloma aprieta con más fuerza los dedos sobre su clítoris, iniciando un movimiento circular rápido e intenso que la lleva al orgasmo. Se corre mientras se aprieta uno de los pechos con la mano y con la otra mantiene la presión entre sus piernas. Su cintura se mueve delante y atrás y sus muslos se tensan hasta que por fin termina. Cuando acaba, todavía se mantiene unos momentos sobre él y finalmente se saca la verga de sus entrañas y se tumba en el lado libre de la cama.
- Quita el preservativo a este imbécil y dime que no se ha corrido. Como no me haya obedecido se va a ir con marcas a su casa - afirma mientras mueve la vara en el aire.
La mujer le muestra el condón vacío. Al parecer se ha portado bien. Paloma le saca las bragas de la boca y le pasa la fusta por la mejilla, en tanto que el otro recupera la respiración con dificultad, tosiendo varias veces.
- ¿Quieres descargar? Si quieres correrte tendrás que hacerlo como el perro que eres.
Él asiente con la cabeza sin atreverse siquiera a hablar. Este juego ya lo han repetido en otras ocasiones, de manera que basta una seña a su esposa para que sepa lo que tiene que hacer. Ella se coloca a cuatro con los brazos apoyados en la cama, en una posición cómoda, mientras que Paloma tira de la cadena atada al collar del cuello y lo hace que ande como un perro por el suelo, dando un par de vueltas.
- Móntala - le ordena.
Él se sitúa detrás y penetra a su mujer con cierta brusquedad. Le puede el ansia: le ha costado la misma vida contenerse antes con Paloma. Mueve el pene buscando la entrada a la vagina porque en el primer empujón la ha sacado demasiado y ahora está fuera. Consigue volver a meterla y la empuja con fuerza, sin consideración, exactamente igual que haría un perro. Ella levanta un poco la grupa, separando las rodillas y abriendo un poco las nalgas para que resulte más fácil. Continúa follándosela durante unos minutos, apenas tres o cuatro no más, hasta que encuentra una inclinación que le permite dar golpe de cintura más fuertes y también coger el ritmo adecuado haciendo inevitable su orgasmo. Se corre resoplando, agarrado a la cintura de su esposa, forzándola a pegar el culo contra su pubis para que reciba toda la descarga lo más dentro posible. Jadea como un auténtico animal en celo mientras eyacula varias veces en su interior. Paloma acompaña cada espasmo con un latigazo en el culo que lo haga hace enardecer. La mezcla de castigo y placer lo deja satisfecho y rendido, inclinado hacia adelante sobre su mujer, empotrándola entre él y la cama. Y así permanece un rato hasta que por fin recupera el control. Cuando se retira ella cierra los muslos entre los cuales se ve un buen chorro de semen que ha salido de su coño.
- Huélele el culo perro.
Él parece no entender la orden, todavía está un poco obnubilado. Paloma agita la fusta delante de su cara.
- Mete la nariz y la lengua entre sus nalgas, te he dicho.
El otro obedece y lame desde atrás a su mujer.
- Mejor túmbate, este inútil no tiene la lengua lo suficientemente larga…
La esposa se levanta y se echa en la cama abriéndose bien de piernas.
- Perro, lámele todo el coño hasta dejárselo bien limpio. No quiero ver una gota de flujo ni de tu semen manchando su piel.
Nuevamente el hombre cumple la orden, aplicándose con esmero y usando su lengua cuál bayeta para dejar todo lo limpia que puede a su mujer. Esta se queja de cosquillas, tiene ganas de hacer pipí y muy sensibles sus partes íntimas.
- Tengo que ir al servicio - indica mientras que el hombre alarga el brazo hacia un mueble auxiliar donde hay agua y bebidas. Está sediento, pero Paloma le da un nuevo latigazo en la mano.
- ¡Ahí no! tu bebe donde beben los perros.
Lo manda al pequeño aseo que hay en la habitación, que cuenta con un lavabo y un bidé además de una pequeña ducha. Le abre el agua al bidet y le dice que beba ahí, que los perros tienen que beber en su recipiente. El marido obedece. Entre tanto, Paloma detiene con la mano a la mujer que se va a sentar sobre el inodoro.
- Espera.
Cuando el otro ha terminado de beber le da una patada en el culo y una nueva orden.
- ¡A la ducha, perro malo y sucio! Túmbate con las patas para arriba.
Entonces invita a la mujer a ponerse sobre él con las piernas separadas.
- Méate encima de este despojo - le sugiere al oído.
Ella se concentra. Al principio parece que le cuesta, no había previsto esa parte del juego, pero tiene muchas ganas, así que por fin cuando el chorro rompe sale incontenible, un buen chorro de orín que impacta sobre el pecho y la cara de su esposo. El otro soporta aquella lluvia dorada. En ese momento parece molestarle, pero pronto comprende que es un elemento más de morbo, algo que hasta entonces no habían probado y que cuando recuerde el encuentro, hará que se ponga muy caliente y que desee volver a repetirlo. De manera que soporta toda la meada sobre su cuerpo, hasta la última gota.
- Este es tu premio por haberte portado bien. La próxima vez que nos veamos quizás me anime yo también a mearme en tu cara.
A partir de ahí consideran que el encuentro ha terminado. Hoy no pueden entretenerse mucho más al ser un día entre semana, quizás en un festivo o en otra ocasión pudieran prolongar más el encuentro que parece que, al menos al matrimonio, le ha sabido a poco. No hay charla informal, ni descanso en la cama mientras toman un aperitivo. Se apresuran a asearse y al terminar de vestirse, cada uno recupera sus roles habituales.
Salen de nuevo a la zona común y allí en la barra, se toman la última copa antes de despedirse. A Paloma se le ha hecho tarde.
- Nos gustaría verte fuera de aquí otra vez- le comenta el marido antes de separarse - ¿Por qué no vienes otro día a nuestra casa de campo?
- Para fiestas de ese tipo prefiero venir aquí.
- Las nuestras son aún más exclusivas. Creo que la última vez te lo pasaste bien.
Paloma duda un momento. Finalmente decide dejar la puerta abierta.
- Llamadme para la próxima que hagáis y ya me lo pensaré.
Se despiden amigablemente, como un trío de amigos que solo hubiera estado compartiendo unos vinos y un rato de charla. Paloma pide un taxi para ir a casa. Pega la cabeza al cristal frio, le agrada sentir el frescor en contraste con el bochorno de la calefacción. Ve su reflejo en el cristal, donde pavesas luminosas recorren la imagen distorsionada de su cara. Las luces la marean un poco así que cierra los ojos y se permite pensar sobre lo sucedido. Con esta pareja siempre ha tenido el mismo rol, el de domina, dirigiendo la función. La mujer también ha ejercido de dominatrix, pero con un rango inferior al de ella y el marido siempre como sumiso. El caso es que a ella le van los dos papeles, aunque al principio le llamaba más la atención ser sometida. Cuando pasó lo de Stefano se veía solo en ese papel que era con el que más disfrutaba, pero después y movida seguramente por la repulsa que le provocaba todo lo sucedido, empezó a explorar también su parte sádica. Y descubrió que le gustaba. Ahora alterna los roles según con quien le toque jugar. Esto amplía al doble sus posibilidades de disfrutar y ella lo aprovecha.
- Más despacio - le pide al taxista que aprovecha el poco tráfico nocturno para circular como si fuera Fernando Alonso intentando obtener la pole posición de un Gran Premio de Fórmula 1.
El otro levanta un poco el pie del pedal a pesar de lo cual, cuando la deja en casa se siente mareada. Ha comido poco, ha bebido mucho, le ha pegado un buen revolcón al cuerpo y ahora el vacío en el estómago, la tensión, el mareo del alcohol y las curvas del camino hacen que esté un poco inestable. Quizás no debería haber salido esa noche, pero odia cambiar sus planes, el cuerpo hacía ya bastantes días que le pedía un desquite y su mente también. Por unas horas ha conseguido dejar de darle vueltas a la visita que ha recibido esta mañana en la obra.
- ¡Mamá!
Paloma se da la vuelta para descubrir que acaba de coincidir con su hija. También vuelve tarde de donde quiera que haya estado, seguramente con ese novio nuevo que se ha echado.
- ¿Ahora llegas?
- Pues igual que tú.
Las dos entran en el ascensor. Paloma se tambalea un poco y su hija la agarra del brazo. No dice nada pero el olor a bourbon le llega, así como la mirada cansada con los ojos un tanto extraviados. Entran en casa y cierran la puerta, coincidiendo en silencio en el reducido espacio del recibidor, donde coreografían movimientos para no molestarse mientras dejan zapatos en el zapatero, abrigos en la percha y llaves y bolsos en la mesita de entrada. Los cuerpos no, pero las lenguas acaban por chocar poniendo voz a los reproches.
- ¿Dónde has estado?
- ¿Dónde has estado tú?
- ¡Basta! ¿Vas a seguir así toda la noche? soy tu madre, yo soy la primera que pregunto.
La hija la mira con aire condescendiente.
- Claro, preguntas primero para no tener que dar explicaciones.
- Yo no tengo que darte ninguna explicación.
- Pues entonces tampoco me la pidas a mí, que ya soy mayorcita.
- Bueno, eres mi hija y vives en mi casa, creo que tengo derecho a preguntar.
- He estado con Jorge.
- Lo suponía…
- Pues entonces para qué preguntas.
- Estarás tomando precauciones con ese chaval ¿no?
- Mamá, que no soy tonta.
- Eso espero, que no seas tonta y no te arruines la vida.
- Ya existe la píldora del día después así que no te preocupes - le responde provocadora.
- Mejor no llegar a eso.
- ¿Es lo que te inquieta? ¿Que me quede embarazada?
- Me inquietan muchas cosas. Estás empezando a vivir, dieciocho años no son nada. De como orientes ahora tu vida y de cómo trabajes en este momento tu futuro, dependerá lo que llegues a conseguir y también lo que acabes siendo.
- Bien, bonito consejo ¿Alguna lección más? ¿Algún error que tú hayas cometido y que yo no deba cometer? ¿Como por ejemplo que no beba?
Una nube negra pasa por los ojos de Paloma, que contesta arrastrando las palabras.
- Ha sido un día muy largo...
- Para ti todos los días lo son... ¿Cuándo has empezado a beber?
- No bebo.
- No te emborrachas y eso ya es buena señal, pero sigues bebiendo, puedo oler desde aquí el pestazo a Bourbon. Mamá, debes dejarlo completamente.
- Eso es asunto mío… y no te preocupes que lo tengo controlado.
- Consejos vendo que para mí no tengo. Si de verdad te preocupas por mí y quieres llevarme por el buen camino ¿no te parece que deberías empezar por dar ejemplo? Beber no te hace nada de bien. Ninguna de las dos queremos que vuelvas a entrar en depresión.
- ¡Basta ya! No lleves las cosas a tu terreno. Solo quiero que llegues a tu hora y que tengas cuidado en tus relaciones, supongo que no es mucho pedir teniendo en cuenta que vives en mi casa y te doy todo lo que necesitas.
- ¿Qué es esto? ¿Un contrato de alquiler?
- Llámalo como quieras pero es mi casa y son mis normas.
- Y si no las cumplo ¿me echas?
Paloma no está para discusiones en ese momento, el día no ha sido fácil y el efecto adormecedor y estimulante del sexo ha dejado paso al dolor de cabeza y el mareo que antecede la resaca.
- No me pongas a prueba - le contesta mirándola con furia.
Luego se dirige a su dormitorio dando por acabada la discusión. Su prioridad ahora es darse una buena ducha y cenar un vaso de leche con galletas antes de meterse en la cama. Hoy necesitará una pastilla para dormir.
- Hay que joderse - dice su hija lo suficientemente alto para que ella lo oiga.