Fantasías sexuales de las españolas 2º parte (sección infidelidad)

Se han despedido sin más, casi solo con la mirada, pero no han necesitado decirse mucho: ambos saben que se volverán a ver. Los chicos la interrogan cuando vuelven. Primero Jero y luego Juanjo. A estas alturas los celos están de más, todos han tenido aventuras fuera del trío, a veces juntos y a veces por separado. Pero son buenos alumnos del ambiente liberal de la comuna hippie que saben separar el cariño del sexo. Ella les manifiesta una vez más que quiere ser madre y que va a tener un hijo. Y que desea hacerlo con Sven, ahora ya está segura. En su sueño todo resulta fácil: ellos la apoyan y entienden que ese verano María va a verse mucho con el extranjero.

Así sucede. El tipo no se encuentra a gusto del todo con los chicos por lo cual la visita cuando está sola. Varios días a la semana, ella pasa la noche también con él en su casa. En alguna ocasión incluso hacen un pequeño viaje juntos. Todas las veces que se ven tienen sexo. María vive en un estado de permanente excitación y sensibilidad, es como si continuamente estuviera ovulando y el cuerpo le pidiera sexo a todas horas. Suele venir cansada, a veces incluso magullada por la batalla, y las relaciones con sus amigos se reducen al mínimo. Cuando se enrollan casi siempre la cosa acaba en caricias y sexo oral. Pero nadie se queja. El tercer mes tiene una falta. La regla no llega y ella nota un cambio. No sabe si es hormonal o de qué tipo, pero sospecha que ha quedado preñada. No deja de ver a Sven, continúa teniendo sexo con él hasta que el hombre tiene que volver a su país. Cuando lo despide se cumplen ya dos meses sin que le venga el periodo. María no ha querido hacerse ninguna prueba. No la necesita: sabe que está embarazada.

Vuelve a la rutina con sus dos amigos, aunque el primer mes y con la tripa creciendo decide tomárselo con tranquilidad y apenas tienen sexo. Encuentra en sus dos chicos la familia que había imaginado. No la decepcionan. Tampoco echa demasiado de menos a Sven, el sexo con él estaba bien y era muy intenso, pero ahora está en otra fase y toda la atención es para la vida que crece poco a poco en su interior. Se siente feliz en el pequeño apartamento cuidando de sus dos chicos grandes y esperando a su chico pequeño. Jero y Juanjo la colman de atenciones.

A partir del cuarto mes de embarazo se estabiliza, desaparecen los vómitos y mareos, su cuerpo parece haberse regulado y de repente le vuelven las ganas. Su cuerpo ha cambiado, pero todavía no está tan avanzada la gestación para que suponga molestia a la hora de tener sexo y reclama a los chicos con más frecuencia. De repente hay días y momentos en que siente un súbito deseo de follar y les pide que la monten uno detrás de otro, a veces en medio de la tarde o cuando están viendo la tele por la noche, o incluso a la hora del almuerzo con la comida puesta encima de la mesa. Los toma de la mano y los lleva al dormitorio para que la satisfagan. En esas ocasiones llega a dejarlos a los dos exhaustos, tanta es su calentura. Su tripa cada vez más grande, no resta morbo a los encuentros, sino que los hace aún más excitantes para los tres. Siempre tiene mucho sueño y por las noches se acurruca entre ellos y duerme de un tirón plácidamente. Cuando amanece, cada chico está en un extremo, casi al filo de la cama y ella se ha hecho con todo el centro para sí misma.

Es la etapa más feliz de su sueño. Se percibe a sí misma soñando y casi se puede oír ronronear como una gata. Todo va bien y todo es genial. Se emociona cuando se imagina teniendo a su hija, porque al final es una niña de pelo rubio y ojos claros. La acuna entre sus brazos, la transporta a la espalda o delante envuelta en una tela que cuelga al estilo de las madres africanas. Así la puede llevar a todas partes con ella. En el campamento todos están encantados con la llegada de un bebé y en casa los chicos ejercen de padres y también de maridos, cuidando de las dos. María se plantea viajar a su ciudad para presentársela a sus padres. Los chicos no quieren volver. Temen las habladurías y que los juzguen, así que prefieren quedarse en Cádiz donde son libres de hacer lo que les dé la gana. María piensa en que en poco tiempo volverá Sven y entonces le pedirá que la lleve. Desea presentarle su hija también a Natalia. Hace mucho que no habla con ella, pero le ha escrito para contarle que todo ha ido bien.

María no tiene más tiempo de elucubrar. Tiene la boca seca, el cuello rígido por la mala postura durmiendo en la colchoneta y la vejiga a punto de estallar. Se acaba de despertar y está desorientada, no acaba de ubicarse hasta que se da cuenta que aquella es su tienda de campaña, la que comparte con Jero y que es la mañana de su segundo día en Cádiz. No puede creerse que todo lo anterior haya sido un sueño, ha sido algo tan vívido que aún conserva cada recuerdo, cada sensación en la cabeza. Podría describir con todo detalle la cara de su hija o como estaba decorado el apartamento donde vivían, el sabor de la boca de Sven, el calor que el deseo le provocaba cuando follaba embarazada y hasta los lunares nuevos que el sol pintaba en su piel después de meses en Cádiz.

Lentamente se incorpora, bebe agua y luego se despereza. Sale con cuidado de la tienda para no despertar a Jero y se acerca hasta la orilla. El sol está ya muy alto, se ve que han dormido hasta tarde. Ella se remoja los pies. Aprovechando la marea baja puede caminar por la arena entre las rocas que quedan al descubierto. Se agacha y se echa un poco de agua en la cara. A pesar de la sal agradece el frescor que consigue espabilarla. Luego pone en cuclillas y orina. Cuando se incorpora, mira hacia el mar. Todavía la asaltan recuerdos de lo soñado. A la luz del día algunas de las cosas le parecen increíbles. O más que increíbles poco probables. Mientras dormía todo parecía fácil, nada extrañaba, todo se desarrollaba de una forma natural.

¿Y por qué no? se pregunta ¿por qué las cosas de la vida real no pueden ser así de naturales? ¿por qué no podemos aceptar nuestros deseos, vivir como queremos sin juzgar ni ser juzgados?

- ¿Qué haces?

María se vuelve y encuentra a su amiga Natalia que también con cara de sueño ha ido a buscarla.

- Nada, aquí espabilándome ¿Y tú?

- Me he levantado a mear y te he visto venir hacia el agua.

- ¡Joder, parece que estamos sincronizadas!

A las dos les da la risa.

- Tía, no te vas a creer lo que he soñado...

- Prueba a ver…



--------------------------------------------------------------- FIN ------------------------------------------------------------
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El próximo relato está basado en hechos reales. Como siempre, eso sí, las circunstancias y la misma trama adaptados a la historia que quiero desarrollar.

Al final del relato os comentaré de donde viene el tema.

Un saludo y buen finde.
 

Diana



Diana ve chapotear a su hija en la orilla, jugando con una amiguita que acaba de hacer. Ha heredado su desparpajo y falta de vergüenza. Eso la alegra porque así aprende a relacionarse y también adquiere las lecciones necesarias que más adelante le serán muy útiles para desenvolverse en la vida. La timidez nunca le ha parecido buena compañera de viaje.

Mira hacia el chiringuito y ve a su marido que deshace el camino, parándose a recuperar una chancla que se le ha quedado atrás. Camina con cierta torpeza, no se aclara muy bien andando por la arena, seguramente porque se ha bebido al menos media docena de cervezas. Es torpe en la playa, la odia y solo está cómodo en el bar, donde tiene alcohol a mano y un suelo estable de madera bajo los pies, todo lo contrario de ella misma, que disfruta del sol, la brisa y la sal marina.

- ¡Marina! – Grita haciendo señas con la mano – vente para aquí.

Su hija se hace la remolona, pero ella la convence para que se traiga a la nueva amiga a hacer un castillo de arena bajo la sombrilla. Desea dar un paseo sola y no quiere a la niña cerca del agua, no se fía de Álvaro y menos después de haberse puesto tibio de cerveza.

- ¿Dónde vas?

- A dar una vuelta por la orilla, me apetece andar. Estate pendiente de Marina.

Diana se envuelve en un pareo para disimular un poco sus redondeces. Ha vuelto a coger peso en esta semana de vacaciones y el movimiento delata el exceso de grasa en su vientre y cintura. La eterna pelea contra el hambre y la ansiedad que solo puede ganar con tiempo para ir regularmente al gimnasio y voluntad para hacer dieta, cosas que el trabajo y el cuidado de Marina le ponen muy difícil. Cubre su cabeza con una pamela de paja y camina recta hacia la orilla. Allí da un merecido baño de agua fría a sus pies que arden tras pisar la arena, mientras su vista busca unas rocas desfiguradas en la lejanía por la calima. Sabe que tras ellas se abre una pequeña cala donde la gente hace nudismo, rodeada por un pinar que conecta con la orilla a través de unas dunas de arena blanca. Zona de cancaneo y cruising si debe hacerle caso al camarero que les sirve los cocteles en el hotel.

- Conviene evitar el sitio a última hora de la tarde y por la noche, de día con la afluencia de visitantes a la playa y la cercanía del hotel no suele haber problema - le advirtió.

- ¿Pero qué tipo de gente va allí?

- Suele haber mucho gay, pero también van parejas buscando tríos o intercambios.

Un buen gay esbelto y desnudo no sería mal recuerdo que llevarse, piensa animada Diana, que encamina allí sus pasos. Siente curiosidad no exenta de un buen pellizco de morbo. Desde que el camarero les comentó aquello, fantasea con cuerpos haciendo el amor sobre la arena y bajo el sol, escondidos entre las dunas. Es su más recurrente e intensa fantasía: unas manos recorriéndola de arriba abajo, de los pies a la cabeza, deteniéndose en sus grandes pechos, pellizcándole los pezones, acariciando sus caderas, su vientre, separándole las piernas, penetrando en su sexo. El rumor del mar, el calor pegajoso haciéndola sudar, el contacto con un cuerpo duro y macizo de hombre, una verga rozando su piel cuando no aplastándose directamente contra ella. Olor a sal y a genitales, con los nervios a flor de piel por la morbosa inquietud de que alguien pueda aparecer y sorprenderla. Sexo de emboscada, como cuando era adolescente con su primer novio en el pueblo y, a la excitación de aquellas primeras caricias, había que sumar la turbación y la tensión por si alguien los sorprendía en el parque o en la viña a la salida de la carretera. Ha cumplido algunas de sus fantasías, pero esa la tiene aún pendiente y por lo que parece va a tardar en cumplirla, porque su marido es enemigo de hacerlo en la playa. De hecho, la odia.

- Yo paso de llenarme el culo de tierra - le responde cada vez que ella le propone algo.

Ahora, viajando con la niña y no teniendo con quien dejarla, es todavía más difícil tratar de convencerlo. Se ha acostumbrado al sexo cómodo y fácil en la cama y no hay quien lo saque de ahí. Sexo cómodo, pero (precisamente por eso) rutinario. No, cuando ella se masturba y recurre a esas imágenes y sensaciones aún no vividas, le pone otro protagonista a sus ensueños eróticos. Sabe bien con quién le gustaría revolcarse en la arena: Hugo, su amante durante mucho tiempo y amigo de su marido desde la adolescencia, por este orden de prioridades.

No puede evitar recordar su cuerpo fibroso, su piel morena, sus músculos tensos por el deseo cuando la follaba, la pérdida de conocimiento y de control cada vez que el apetito encontraba la oportunidad. Con él, el sexo nunca era rutinario, siempre estuvo plagado de muchas primeras veces, de giros, de nuevas experiencias, era follar a otro nivel y no solo físicamente hablando, una apuesta segura para cumplir una fantasía aún no abordada. Con Hugo, seguro que aquello no acabaría en decepción. El polvo en la arena sería todo un éxito aunque el coño se le llenara de tierra hasta los mismos ovarios.

Todavía le quedan diez minutos largos de andar hasta las rocas así que deja bajar vagar su imaginación. Su mente la redirige hacia el primer polvo que echaron juntos y se relame de placer (como tantas otras veces) al recordar. Fue justo después de que Hugo finalizara el servicio militar El muy cabrón ¡qué guapo estaba! Ahí fue donde se decidió por fin. Todavía recuerda el primer permiso en el que volvió mucho más delgado y bronceado. Dos meses de instrucción y disciplina militar le devolvieron a un joven mucho más maduro, más musculado y más airoso, con ese traje de la Marina que le sentaba tan bien como a Richard Gere en oficial y caballero. Si antes le gustaba, ahora más. Recuerda las fotos que se hicieron en plan de coña con los amigos y como él se atrevió a levantarla, emulando la película a pesar de su peso. Todo risas y bromas, pero ella se mojó los segundos que estuvo en sus brazos. Se le puso el coñito como un bebedero de patos, que decían en su pueblo. Y cuando tuvo la oportunidad de verlo en bañador en la piscina, un día después, más aún. Ahí tomó la decisión: tarde o temprano ese chaval iba a pasar por su cama. Se pegó toda la mili con la fotografía metida en el cajón de la mesita de noche y de vez en cuando, la sacaba para dedicarle una paja tapando con la mano a su novio. Cuando Hugo acabó el servicio militar, apenas le dejó unos días de margen antes de emprender su labor de acoso y derribo para conseguir sus propósitos. Hasta que le preparó la encerrona definitiva, aquella tarde en su piso.

Diana apenas presta ya atención al paisaje y a la gente cada vez más escasa con la que se cruza por la playa, a medida que se aleja de la zona más populosa. Su celebro recibe una dosis fuerte de endorfinas que ella degusta con delectación mientras recuerda aquel día y se concentra solo en el frescor que siente en sus pies, mojados por el agua fría, y como los pezones se le están poniendo duros mientras rememora lo que sucedió aquella tarde.
 
Ya me está cayendo muy mal Diana.
O sea que está tipa le es infiel al marido y mucho me temo que lo va a seguir siendo.
 
Y mucho me temo que no va a haber consecuencias.
No sé si me da más asco Diana o Higo, el supuesto amigo del marido que es tan golfo para tener sexo con lo más sagrado que hay, la pareja de tu amigo.
Por una vez me encantaría que el marido se entere y la mandé a paseo, no como en el anterior que la muy golfa se fue de rositas.
 
No estaría mal que alguna vez fuera al revés y fuera el marido el que se folle a otras.
O mejor todavía, que en este mismo relato el marido tenga varias amantes. A ver cómo le sienta a esta mala esposa y peor mujer.
 
Mi lado perverso y malvado ya ha maquinado un buen karma para el golfo de Hugo.
Ya a que es militar, que en una de las misiones le quedé dañado el pene y se quede Nenuco.
Sería maravilloso.
 
Bueno, pues aunque no lo sea, ojalá le pase lo que he dicho y que se jodan los dos.
La mujer por zorra y el por amigo golfo y sinvergüenza.
Los amigos comparten, además Hugo le hace un favor, si el no quiere hacer cosas nuevas con ella Hugo lo hace por el para que no tenga que molestarse el, solo le quita el trabajo que no quiere hacer, si el lo hiciera ella no necesitaría a Hugo. Ella es una victima del abandono de su marido.

Sospecho que Hugo es tan buen amigo que hasta le dio una hija para que el no tuviera que esforzarse.
 
Hugo está sentado en el coche con el aire acondicionado a tope. Espera que salga su hijo del campamento urbano de verano. Al principio no quería ir, pero tras un par de días de adaptación parece que aquello ha acabado por gustarle. Vendrá con hambre y tras comer seguro que se echa un rato la siesta, otra costumbre que en invierno ya había perdido y afortunadamente ha recuperado. Eso le permitirá cargar pilas a su mujer y a él mismo. Quizá incluso ella esté de humor y puedan hacer el amor, piensa ilusionado. Tiene ganas acumuladas, el verano hace subir la libido, pero ser padres primerizos no ayuda a mantener el deseo en todo lo alto.

Si Hugo supiera que hay otra persona que en ese momento se acaba de acordar de él, en una playa a 400 kilómetros de distancia, seguramente se reiría por la casualidad. Pero seguro que también sentiría un estremecimiento mezcla de morbo e incomodidad. No lo sabe pero ahora mismo está conectado con Diana por sus recuerdos. Ambos piensan en el otro sin saberlo. No puede evitarlo, últimamente recrea cada vez más ese sentimiento mezcla de pasión y culpa que le asaltaba cuando era el amante de Diana. No puede evitar recordar su primera vez, con él sentado también en pleno verano en la furgoneta del trabajo, dándole vueltas a la cabeza mientras ella espera.

Vuela de nuevo a ese momento y se ve a sí mismo tomarse un tiempo. Al volante de la furgoneta, juguetea con la llave de contacto. Está aparcado justo al lado del piso que Álvaro y su novia Diana están arreglando para casarse.

En teoría, Diana lo ha llamado para que le cambie un enchufe quemado de la cocina, pero él sabe que hay más (mucho más) en esa petición aparentemente inocua. No tiene sentido hacerlo venir solo para esa tontería cuando ya tienen previsto cambiar parte de la instalación eléctrica y, además, podía haber ido en cualquier otro momento. Sin embargo, ella le ha pedido que sea esta tarde. La tarde en que la chica libra y su novio hace turno en el bar donde trabaja de camarero.

Hugo sospecha porqué y eso lo hace titubear, mientras la mano nerviosa juega con la llave, dudando si volver a introducirla y arrancar o bajarse del vehículo y subir. Es ahí donde tiene que tomar la decisión porque si entra al piso y se encuentra con lo que espera, es posible que ya no sea capaz de decidir nada.

Se toma unos minutos en los que pasa revista a todo lo sucedido en los dos últimos años. Álvaro era un poco la alegría de la pandilla. Siempre dispuesto irse de marcha, a invitar a copas y a recogerse el último. Un chico básico, no muy listo, de los que vivían al día y de los que se dopaban con alcohol desde el mismo momento en que descubrió que la euforia que éste le provocaba, le permitía olvidar todas las cosas malas, todas sus limitaciones y todo lo que la vida le exigía. Dejó pronto los estudios y se colocó de camarero. Trabajaba casi siempre en la noche, un ambiente del que no desconectaba porque cuando no estaba sirviendo copas estaba tomándolas, a veces las dos cosas a la vez. Era bueno en lo suyo, un trabajo no muy complicado que le permitía obtener dinero para sus gastos, que básicamente consistían en comprarse ropa y en invitar a todo aquel que se quisiera tomar algo con él. Tres años después de empezar en el mundo laboral seguía viviendo con sus padres, bebiendo como un cosaco cuando salía y sin un euro ahorrado en el banco.

Todo eso cambió cuando conoció a Diana (Hugo todavía recuerda el día que se la presentó), una chica rubia con los ojos verdes, bajita, más bien regordeta y con unas tetas de escándalo. No le llamó la atención físicamente, exceptuando ese par de melones con los que inmediatamente empezaron a bromear los amigos de la pandilla, Álvaro el primero. Sí que le impresionó lo extrovertida que era y también su alegría.

Ella tampoco era ninguna lumbrera, pero sí lo suficientemente lista como para darse cuenta (una vez pasada la euforia inicial), del derrotero que llevaba su novio y lo que le esperaba a su lado si no conseguía encauzarlo. Su chico era incapaz de ahorrar, de pensar más allá del próximo fin de semana y con poca capacidad para distinguir la delgada línea que separaba ser el alma de la fiesta, de convertirse en el tipo que pierde los papeles y acaba haciendo el ganso y metiéndose en problemas. Enseguida supo que tenía que atarlo en corto y eso era imposible si se seguía juntando con la pandilla. Era un bebedor social, bebía para desinhibirse y ser aceptado sobre todo. Pero Álvaro era toda una institución entre sus amigos y la mayoría no vieron bien que su novia intentara separarlo o cortarle su forma de ser, básicamente porque era el que siempre acababa invitando y una fuente de diversión segura. Solo Hugo mantenía una postura un tanto distinta, siendo capaz de ver un poco más allá y de preocuparse seriamente por Álvaro. Sabía que era feliz así pero también reconocía que ese camino lo llevaba a un mal sitio, de modo que entendió a Diana, que encontró en él al único aliado entre los amigos de su novio. Conectaron rápidamente, tanto que acabaron con Diana sincerándose y él entendiendo perfectamente que, como posible futura mujer de Álvaro, quisiese algo bueno y no solo atarse a un chico noble pero inestable. El problema es que Álvaro no se dejaba trabar. Estaba demasiado a gusto siendo como era y no estaba dispuesto a que su novia le cortara el protagonismo, creyéndose el centro de atención de la pandilla, ni el placer que le producía beber hasta perder el control.

Al final, Diana, se impuso con buenas artes y alguna que otra bronca cuando era necesario. No consiguió alejarlo del todo de la bebida, pero sí estabilizar su desastre de vida. Álvaro no era un chico de pensamientos muy profundos ni con el que se pudiera hablar muy en serio, pero ese déficit de conversación seria lo cubría Hugo, con quien Diana había conectado muy bien y en quien encontró finalmente un apoyo para tratar de gobernar a su novio.

Hugo era consciente de que la chica no era la más inteligente de la pandilla, pero sí muy avispada y tenía esa astucia de la gente de pueblo para ventear en el aire los problemas que se acercaban. Tanto como para saber que en Hugo tenía un aliado y no un competidor, como pasaba con el resto de la banda. Los otros (bajo una apariencia de amistad), lo único que hacían era garantizarse un colega que, además de ser el bufón de la corte y procurarle unos buenos ratos de risa, también era espléndido en sus invitaciones. Por el contrario, Hugo era capaz de pensar más allá y preocuparse por su amigo. Entendía que el derrotero que llevaba Álvaro lo llevaba a una situación complicada, con una cada vez mayor dependencia del alcohol y un descontrol absoluto en su vida que se traduciría más adelante en una existencia muy cogida con pinzas, si no en un desastre absoluto. El chico entendía que Diana no quisiera formar parte de ese desastre y en el fondo miraba con aprecio que se hubiera rebelado, así como sus esfuerzos por apartar a Álvaro de aquel camino y de garantizarse una relación con futuro.

Fue ahí donde surgió la química entre ambos con estos ingredientes: la admiración de Hugo hacia ella y el reconocimiento de él como el único posible aliado dentro del círculo de amistades de su novio. A partir de esa base se construyó una relación que el chico no sabía cómo calificar: una mezcla de interés mutuo, morbo y una cierta tensión sexual que fue creciendo. No hubo amor, al menos por su parte los sentimientos no pasaban más allá de cierta dosis de cariño, pero con dieciocho años las hormonas juegan un papel muy importante y él no se podía quitar de la cabeza aquella chica que le hacía más de un guiño figurado y también real, que aunque no parecía ser su tipo ni lo atraía como compañera, lo excitaba poderosamente aunque solo fuera porque, que una chavala te mande señales, siempre pone a un chico. Lo demás es pura fantasía que se monta uno en la cabeza, simplemente para adornar y justificar el deseo primario de satisfacer tus impulsos.

En realidad (piensa ahora en el vehículo) es todo muy sencillo y a la vez muy complejo. Él no está enamorado de la chica ni la desea de otra forma que no sea sexualmente. Sabe que si sube la tiene ganada, pero también sabe que no es correcto lo que está haciendo y que además le puede crear problemas. La solución es muy simple, arrancar el coche e irse, pero a la vez es muy complicada porque sabe que eso no conseguirá que se la quite de la cabeza, ni tampoco que esté constantemente dándole vueltas a lo que podía haber pasado en aquel piso si hubiera subido. Lo sabe porque ya ha pasado antes por esto. Recuerda aquella noche que habían bebido demasiado, incluso Diana (normalmente abstemia) se había dado el lujo de tomarse un par de combinados que se le habían subido a la cabeza. Como siempre, Álvaro, se había pasado tres pueblos y ahí estaba en el coche, en el asiento de atrás tumbado, haciendo esfuerzos por no vomitar y luego roncando como un bendito. Conducía ella, un pequeño utilitario que le había dejado su hermana y tras acostar a su amigo, Diana se empeñó en dejarlo en su casa. Hugo agradeció el detalle y todavía se quedaron charlando un rato en el portal, con el coche aparcado en doble fila. El coqueteo subió muchos grados con ambos bastantes tocados por la bebida, cuando esta estalla en las venas y libera los instintos de sus ataduras.

- Míralo - dijo ella señalando en dirección al barrio de su novio - su casa está vacía, los padres y la hermana están de vacaciones y ahí lo tengo borracho. Y yo a dormir sola.

- Vaya lástima. Ojalá tuviera yo una chica como tú y un lugar donde estar. Entonces no habría borrachera que me impidiera... – Ahí se cortó Hugo, consciente de que se acababa de meter en terreno resbaladizo. Ella lo animó:

- Que te impidiera ¿Qué? venga, dilo.

Pero Hugo dio marcha atrás, mejor no andar ese camino decidió en un último input de lucidez.

- Mira, yo esta noche ya casi me conformaba con un besito y a la cama.

Entonces ella se aupó lo suficiente para darle un beso, pasándole la mano por el cuello. Un roce trémulo, aparentemente sin ir más allá, sin una clara intención, solo labio contra labio, juntándose y luego despegándose con la suavidad de un post it.

- ¿Ves? te lo has ganado, ya te puedes acostar.

Fue entonces cuando Hugo repitió y ella no se echó atrás ni rehuyó el contacto. Esta vez fue un beso más profundo, sacando la lengua a pasear, recorriendo los labios, entrelazándose y penetrando en la boca. Diana la recibió sin ningún tipo de rechazo, pero con una agitación que contagió al muchacho. A la lengua siguieron los dedos, incapaces de contenerse, que trataron de abarcar la cintura y desde ahí subir hasta los pechos de Diana. Esta se abrió la camisa, en una clara invitación a profundizar. Hugo recuerda esos momentos confusos, sin ser capaz de establecer una línea temporal de cómo sucedieron las cosas, hasta que se vio con la cara enterrada entre las grandes mamas de su amiga y ella le cogió la mano y la hizo desaparecer entre sus muslos. Una tibia humedad lo hizo reaccionar. Supo que si sus dedos apartaban la braguita y entraban en la fuente que manaba flujo, ya no habría posibilidad de parar.

- Tengo que irme - cortó azorado como si fuera él la damisela confundida que teme por su virginidad mientras se despegaba de su cuerpo voluptuoso.

Diana le lanzó una única suplica con la mirada. “Mira cómo me dejas” parecía decir asomada a la ventanilla del coche.

Algunos días después llegó la propuesta. Hugo no se la esperaba: una propuesta clara, rotunda, descarnada, desprovista de ningún tipo de remordimiento.

- Si quieres dejo a Álvaro y me voy contigo.

Ahí fue la segunda vez que dijo no, pero tampoco sirvió para quitársela de la cabeza. La falta de otras chicas y de una novia verdadera tampoco ayudó a despejar de su mente esas fantasías obsesivas y morbosas, en las que él accedía por fin y se dejaba llevar teniendo sexo con Diana de mil maneras diferentes. Su negativa tampoco supuso que Diana tomara la iniciativa de cortar ese jueguecito que se traían. Siguieron como si no hubiera pasado nada, con sus confianzas y sus indirectas, con sus confesiones y haciendo uno del otro su almohada de lloros, eso sí, sin volver a besarse. La crisis parecía superada, pero fue un espejismo. Aunque la superficie parecía calmada el fuego seguía ardiendo en el interior.
 
Hugo fue llamado a filas y el servicio militar puso distancia entre ambos, pero solo física, porque en sus mentes se seguían cocinando fantasías que aderezaban tanto las solitarias masturbaciones cuarteleras del chico, como las ocasionales caricias que ella se dedicaba llevada por el morboso recuerdo de Hugo cuando su novio la tenía ya hasta el gorro. Todo este rio de sentimientos prohibidos resultó más que evidente aquel día que volvió de permiso y con el traje de gala la tomó en brazos haciendo una broma. Pudo notar como ella se estremecía de pies a cabeza, transmitiéndole un desasosiego que ya no pudo quitarse de encima y que la volvió a situar de nuevo entre sus sueños preferentes. Tantos meses de separación labrándose nuevos horizontes para volver de un plumazo al inicio, al sentir sus muslos trémulos entre los brazos.

Finalizada la Mili llegó la segunda propuesta. Mucho más difícil de rechazar porque no implicaba un compromiso, ni romper amistades, ni señalarse necesariamente. Al poco de volver de la Armada retomaron el contacto que se había propuesto rechazar y la tensión entre ambos se podía cortar con tijera. Unos días atrás, él acudió al trabajo de Diana a hacer una chapuza de electricidad. Ella le pidió que lo esperara y al finalizar tomaron un refresco juntos. Lo que solo iba a ser una copa de agradecimiento se prolongó durante dos horas en las que hablaron como los novios que no eran. Él, de su frustración al no encontrar a ninguna chica, y ella, de la suya con un novio que avanzaba en la dirección adecuada pero que no acababa de arribar a puerto. Desesperadamente rebelde, a veces como un niño pequeño que no acepta que le lleven la contraria, incapaz de comprender que debía completar el giro en su vida y que aún hacía del alcohol un refugio, con menos frecuencia eso sí, pero inevitable por tener la tentación tan cerca en su trabajo. Ese día, ella le confesó que tenía la sospecha que su novio se había ido de putas en alguna ocasión y que había tenido algún rollo, seguramente con alguna clienta del pub, de esas que le importa todo un carajo y que a última hora de la noche y con tropecientas copas en el cuerpo, se suben al primer autobús que pasa en dirección al sexo. Hugo no quiso ponerle mal cuerpo, pero podía confirmar esos extremos dado que Álvaro, cuando bebía de más no disimulaba con sus amigos, sino que, por el contrario, parecía ansioso por contar sus aventuras, como un niño travieso que se rebelaba ante la autoridad. Por la cara que puso Diana ante su silencio entendió que no iba en absoluto descaminada y no necesitaba la confirmación verbal. Su venganza llegó en forma de propuesta.

- Cuando quieras estoy dispuesta, me gustaría mucho.

- ¿El qué?

- Ya sabes a qué me refiero - dijo mirándolo con sus ojos verdes que ahora brillaban descarados.

- Sin condiciones – aclaró - No lo voy a dejar, al menos de momento. Le voy a dar una oportunidad pero estoy harta de ser yo siempre la buena, a mí también me apetece divertirme ¿sabes? y te tengo ganas desde hace mucho tiempo. No te preocupes, no te voy a exigir nada. Ya sé que no quieres una relación conmigo. No te pido compromiso y tampoco te agobies, que si acabo dejando a Álvaro no será culpa tuya.

Esa conversación fue hace apenas tres días y Hugo apenas ha podido dormir desde entonces dándole vueltas al asunto. Sabe que no debe subir, que el favor que le pide su amiga en realidad es una excusa, una trampa bien planeada y que debe poner en marcha el coche y largarse, porque va a hacer algo que no está bien. Pero si no sube sabe lo que le espera: más comedura de tarro y más noches de insomnio. Finalmente, se decide: en un arrebato abre la puerta del vehículo y resuelve no pensar, simplemente se dirige hacia el portal y sube al tercero por las escaleras tratando de mantener la mente en blanco.

Cuando Diana le abre la puerta y le agradece que haya ido, le bastan apenas unos segundos para darse cuenta de que aquello es efectivamente lo que parecía. La chica lleva puesto una especie de camisón corto que queda muy arriba de sus muslos. Lo cubre con un delantal pequeño que apenas le tapa nada, se ha peinado y se ha dado brillo a los labios, no está maquillada pero se ha puesto una línea de ojos que destaca sus pupilas verdes.

- Mientras tú lo arreglas yo termino de limpiar los azulejos.

Un avisado Hugo trata de concentrarse en arreglar el enchufe, cosa que apenas le lleva diez minutos. Para cuando acaba, ella le ha abierto una cerveza bien fría y se agacha a dar con la bayeta en los azulejos de abajo, dejando que su camisón suba lentamente y ofreciendo una vista completa de sus muslos. Cuando sabe que ha captado la atención de Hugo, se agacha todavía más y ahora son las bragas negras las que aparecen, ajustadas, metiéndose entre sus cachetes y marcando sus labios mayores. Todo un espectáculo de carne y deseo para Hugo que mira hipnotizado. Bebe casi sin darse cuenta, trasegando el líquido dorado mecánicamente, sin saborearlo, solo con la vista puesta en aquellos muslos voluptuosos e infinitos, observando como los cachetes se mueven despacio con cada contoneo, mientras la seda de las bragas se pega a ellos intentando contenerlos como una segunda piel.

Ella no mira hacia atrás, no lo necesita, es consciente de que Hugo tiene los ojos clavados en su cuerpo. Pero él no se decide, sigue inmóvil solo mirándola, mientras un gran bulto se forma en su pantalón. La erección es tremenda. Diana se incorpora y acorta distancias. Utiliza un taburete para llegar a los azulejos más altos, los que están al lado del chico.

- Ten cuidado no te vayas a caer, eso no parece muy estable.

- Sujétame tú, es un momento y enseguida acabo.

Sin que apenas intervenga su voluntad, las manos de Hugo se sitúan en las caderas de Diana. A pesar de sus dedos fríos por sostener la cerveza, ella nota que le corre un súbito ardor por todo el cuerpo. Se estremece y por un momento pierde el equilibrio sin llegar a caer. Él la abraza más fuertemente pegando su pecho contra su culo. Los dedos suben un poco más y ya casi rozan sus senos. La electricidad pasa de una piel a otra. Durante unos momentos interminables parece que se ha suspendido el tiempo hasta que ella se da la vuelta poniendo de nuevo el mundo en movimiento. El vientre se pega ahora al estómago de Hugo, las grandes tetas erguidas con el sujetador más fino que ella tenía en su ajuar de lencería, entran en contacto con el pecho del chaval. Sus manos se cierran alrededor de sus glúteos y se dan ese atracón de carne que tantas veces ha soñado y deseado. Las nalgas tiemblan cuando las aferra y una nueva corriente eléctrica les provoca un cosquilleo a ambos. Ya no hay marcha atrás, la decisión queda sellada con un beso que ella le propone acercando su boca. Las lenguas juegan, el abrazo se estrecha, los cuerpos se frotan, los sentidos a flor de piel y la razón nublada. Una vez tomada la decisión es el chico quien desbarata el apretón y la arrastra hasta el dormitorio. Ella ofrece cierta resistencia, divertida, viéndolo así y sabiendo que ya lo tiene entre sus brazos. Pero la sonrisa se le borra cuando la tumba en la cama y casi con desesperación empieza a arrancarle la ropa.

Ahora la boca se tuerce en un gesto de deseo, la mirada se vuelve turbia y ella se deshace de todo lo que estorba mientras Hugo tira su ropa al suelo. Diana puede observar una verga morena, oscura, que se ha hinchado de sangre y está totalmente recta. Le hace gracia y se pregunta cómo es posible que la tenga tan negra. Su novio tiene la piel de la picha muy clara, lógicamente porque nunca le da el sol ahí, pero ese pensamiento extraño y divertido se transmuta rápidamente en una excitación brutal al pensar que se la va a meter, que dentro de poco la va a tener dentro de ella golpeando contra el fondo de su vagina. Es más gruesa y larga, no en vano el muchacho le saca más de dos palmos de alto a su novio.

Hugo gatea hacia ella por la cama mientras Diana se abre de muslos y le deja ver su sexo completamente rubio, en el que los labios al despegarse muestran un brillo húmedo. Sus pechos empitonados se levantan y se bajan al ritmo de una respiración entrecortada. El mensaje es brutalmente explícito, la chica se ofrece sin reparos ni condiciones. Hugo apenas siente el roce en sus antebrazos y rodillas de la sábana, es como si flotara hacia ella. La mira hipnotizado intentando abarcar todas sus redondeces, sus muslos voluptuosos, su coñito hinchado, sus tetas que tiemblan de deseo.

La verga está totalmente rígida, en paralelo a su vientre, cabeceando a un lado y a otro mientras se acerca, lo cual hace que la sonrisa de Diana se transforme en una mueca preñada de lujuria. Permanece así, inmóvil, esperándolo. De repente toda su iniciativa se congela. Ya no es la vampiresa provocadora que lleva tanto tiempo atizando el deseo de Hugo, la que controla el juego llevándolo hasta el punto de ruptura, viendo como el chico se frena y se vuelve atrás antes de que la cosa vaya más. Han pasado la frontera y por fin va a suceder lo que tanto desea. Curiosamente, ahora no sabe muy bien cómo actuar. Solo quiere que él no se detenga, que se eche encima, que la abrace, que la bese y que la penetre. Y luego que sea lo que tenga que ser…

Pero Hugo se detiene. Con la barbilla roza su empeine y los labios recorren la cara interna de sus muslos mientras ella tiembla. Un beso se deposita sobre su pubis. Luego otro y otro más que van dejando un reguero de chupetones hasta que llega a su vulva. El chico la atrapa entre sus labios y la lengua camina por la raja, para terminar en los pliegues que ocultan su nódulo con un lengüetazo que provoca que ella levante el culo y suelte el primer gemido de la noche. Se deleita saboreándolos y en su visión tan cercana. Los separa con los dedos abriendo varias capas de piel sonrosada hasta descubrir su protuberancia rechoncha y temblorosa. No ha visto muchos clítoris tan de cerca, a lo sumo un par de ellos, el resto de experiencias fueron breves y apresuradas, en la oscuridad o con ropa de por medio, pero este le llama poderosamente la atención porque tras separar sus labios mayores y presionar un poco con los dedos, asoma como un garbanzo bajo un techo de carne que lo protege y oculta, como una perla en su concha. Se le ocurre que es que coñito más perfecto que ha contemplado nunca, incluidos los de las pelis porno en VHS que ha visto con sus amigos.

Después de mucho resistirse Hugo cae en la trampa de Diana y lo hace tomando la iniciativa. Juega con ventaja porque Álvaro es muy bocazas y cuando bebe aún más. Todos en la pandilla saben (porque lo ha contado un montón de veces) que a pesar de que ella se lo ha pedido nunca le ha hecho sexo oral. Lo intentó una vez y no le gustaba porque aquello olía (según refirió). En cambio, no tiene ningún empacho en confirmar que le pide a Diana que se la chupe y consigue que de vez en cuando ella lo haga, como si una polla no oliera después de mear diez litros de cerveza. Ella le ha dado a entender en alguna conversación subida de tono, cuando estaban solos, que aún no ha conseguido que le coman el coño como Dios manda. Así que empieza por ahí, porque él sí que tiene experiencia bajándose al pilón y le viene bien retardar un poquito la inevitable penetración. Está tan caliente que teme correrse nada más metérsela.

Poco a poco aumenta los chupeteos, concentrándose en el garbanzo de la chica que se alarga como un micropene con cada lamida. Álvaro tenía razón, a pesar de que la chica se ha preparado para la ocasión acicalándose a conciencia sus intimidades, su flujo huele un poco fuerte, pero eso a él no le detiene ni le molesta, al contrario, lo excita porque sabe que ella está caliente. Los gemidos aumentan y Hugo se anima a llevarse un dedo a la boca, lo chupa y con el siguiente lengüetazo lo introduce en la rajita lentamente.

- ¡Por Dios! - exclama Diana con la voz ronca – sí, sí, qué rico, qué rico…

Pronto ella empieza a mover la pelvis. El placer inunda sus ingles y gatea por su estómago hasta subir a su pecho y cerrarle la garganta del gusto. Los muslos chorrean y sus palabras se vuelven ininteligibles cuando intenta volver a hablar, entre jadeo y jadeo. Unos segundos más tarde, un segundo dedo entra en su vagina haciéndole un fisting que complementa con su boca desde fuera, los labios cerrados en torno al clítoris de la muchacha. Esta grita, incapaz ya de articular palabra y se corre entre espasmos, intentando cerrar los muslos y levantar el culo para sentir más los dedos y a la vez mantenerlos en su interior. Hugo tiene la barbilla y la garganta salpicadas de flujo y la mano empapada casi hasta la muñeca. Cuando la retira de la vagina, la chica todavía está estremeciéndose y temblando. Cierra las piernas y las aprieta muy fuerte una sobre otra para prolongar el placer. Tiene los ojos cerrados y la boca abierta con la punta de la lengua asomando en un gesto obsceno.

Hugo permanece de rodillas, mirándola con la verga tiesa y la mente nublada por el deseo. Espera hasta que ella se recupera. Pasan los minutos lentos hasta que Diana abre los ojos. Al principio lo mira sin ver, pero poco a poco va enfocando siendo consciente de dónde está, de lo que acaba de pasar y también de lo que espera que pase. Se incorpora y con suavidad no exenta de decisión lo empuja para que se sitúe boca arriba. Son sus labios ahora los que se cierran en torno a su falo y comienza una chupada lenta y húmeda.

Contempla a la chica de costado, sus grandes pechos rozando sus ingles y su muslo, su culazo inabarcable al alcance de la mano que invita a acariciarlo. Lo hace y preso también de su calentura, lo aprieta muy fuerte cuando nota que le llega el orgasmo. Ella entiende la señal y se detiene, se sube encima y se la introduce casi del tirón. Comienza a cabalgarlo, primero lentamente, jugando con la verga, presionándola desde dentro con sus músculos vaginales.

El muchacho le aguanta muy poco.

- Me voy a correr - avisa a él justo unos instantes antes de perder toda voluntad, pero ella no se detiene, continúa el movimiento adelante y atrás hasta que un manguerazo de semen inunda su vagina. Hugo se aferra a sus muslos y se incorpora en un gemido agónico. Está tan caliente que tiene la punta súper sensible y no soporta el cosquilleo que le provoca que ella siga estimulándosela. Diana lo entiende y se detiene dejando caer su peso sobre él y aguantando hasta que termina. Cuando acaba, el chaval solo puede musitar un “estamos locos” que ella acalla rápidamente con un beso, tras el cual introduce su lengua y se mantiene así empalada y abrazada a su amante. Es solo el primer polvo de una tarde que se prolonga durante cuatro horas más, en la que apenas paran solo para ir al servicio y beber para evitar deshidratarse. Los amantes se han hecho esperar, pero una vez roto el dique, no se puede contener el morbo ni la pasión que ponen en darse placer.

“Ojalá no hubiera sido así, ojalá hubiera sido decepcionante” piensa Hugo cuando por fin consigue que Diana le deje ir, apenas unos minutos antes de que Álvaro salga del trabajo. Pero no, ha sido sexo bueno, del mejor. Han repasado todo el catálogo de posibles posturas y han dejado el colchón para el arrastre. Tres veces se ha corrido Hugo y ha perdido la cuenta de los orgasmos que ha tenido ella: Diana es una chica que cuando está muy excitada es capaz de encadenarlos uno detrás de otro. Sabe que no va a poder conseguir quitarse esa tarde de la cabeza y mucho se teme que volverán a repetir. Se estremece pensando que ya no hay vuelta atrás, se ha convertido en un traidor a su amigo y lo peor es que sabe que volverá a hacerlo.

Hugo vuelve a la realidad. Desde hace un tiempo se acuerda mucho de Diana, quizás demasiado. Lo atribuye a la caída de la actividad sexual en casa, excusa fácil para que aquello quede en la categoría de simples recuerdos y no pase a la de fantasías sexuales. Hace muchos años estas fantasías le condujeron a hacer cosas de las que no se siente orgulloso y eso no debería volver a repetirse, piensa mientras ve a su hijo soltarse de la mano de la monitora y correr hacia él.
 
Sigo pensando lo mismo.
Hugo y Diana son malas personas y unos auténticos traidores con Álvaro.
Lo más grave es que el no sabe lo que han hecho estos 2 auténticos impresentables.
Ojalá Álvaro se entere y se quede con la custodia del hijo y deje a Diana en la calle.
No digo nada de la mujer de Álvaro porque se supone que fue anterior, pero si le es infiel como me temo que va a volver a pasar, se debe divorciar de este mal hombre y peor amigo.
 
Me parceria muy muy injusto que estos 2 se vayan de rositas y sin consecuencias porque no me gusta que ganen las malas personas como Hugo y Diana, que son tal para cual.
 
Lo que más rabia me da de esta serie de relatos que está publicando nuestro amigo Luis, es que ganan los malos y los infieles y pierden. Los buenos y los que reciben la infidelidad.
En este en concreto, no sé le cae la cara de vergüenza a Hugo de hacerle eso a su amigo?.
A mí me enseñaron que la amistad está por encima de todo y que hay líneas rojas que no se deben cruzar
Este golfo y sinvergüenza se la ha saltado
Lo que más rabia me da es que estos 2 golfos lo van a volver a hacer y el marido no se enterará. De vergüenza.
 
Y que por cierto, en cuanto al resumen de la historia en si, aquí lo que veo es un blanqueo total para intentar justificar las infidelidades de Diana con Hugo poniendo a Álvaro como poco menos que un borracho, lo cual me parece muy muy injusto.
Nada justifica lo que han hecho Hugo y Diana, pero al menos Hugo se ve que no está orgulloso de lo que ha hecho, porque lo que es Diana, a mí no me gusta absolutamente nada y no sé ve que muestre arrepentimiento.
Si no le ama, que lo hubiera dejado hace ya tiempo que seguro que el hubiera encontrado una mejor mujer.
 
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