El morbo de lo incorrecto

A. Seneka

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He decidido publicar el primero de mis relatos aquí con un seudónimo diferente al que solía utilizar en otra página. Es una historia breve, contada de manera rápida y dinámica sobre los días previos de la boda de la protagonista, relatada en primera persona. En este relato he metido un poco de todo (filial, maduro, dominación e infidelidad a raudales). No os asustéis hasta pasados cinco minutos.​


La boda (semen de toro).

No sé por qué he salido desnuda a la terraza. En cualquier momento alguien de mi familia podría levantarse y descubrirme. Quizás ha sido porque he madrugado con ganas de sentir la vulnerabilidad de mi cuerpo.
Recibo el frescor de la mañana recostada en la tumbona. El sol comienza a dar tímidas muestras de su fuerza pero, mientras tanto, mi piel se eriza a causa del frío que aún permanece a ras de suelo. Mis pezones son los primeros en avisar.
Mi padre aparece sin ser consciente de mi presencia. Camina descalzo hasta el borde de la terraza regalándome una visual perfecta de su espalda trabajada. Lleva un cigarro en la mano y, al igual que yo, también está completamente desnudo. Quizás le pase lo mismo que a mí.
Es enorme, musculoso, el más alto del cuerpo de bomberos que capitanea desde hace una vida. Se sobresalta al verme, tal y como descubro en sus ojos, pero no es por nuestra desnudez, sino por ese cigarro que juró que jamás volvería a besar. Se lamenta, pero no se esconde y le da una calada.
Ninguno decimos nada. Nos observamos en silencio, midiéndonos. Se apoya hacia atrás, en la barandilla. Su pene cuelga laxo sobre sus testículos. Es grande, muy grande, me sorprende.
Se está preguntando qué hago así en su terraza, obscenamente exhibida, sin el pudor que caracteriza a mi familia. Yo estoy pensando lo mismo. Baja la mirada hasta mi sexo y da una nueva calada con los ojos del que está acostumbrado a protegerlos del humo.
No cubro mi desnudez, más aún, abro ligeramente las piernas para indicarle que no me amedrenta. Me enorgullezco de mi felonía. Vestigios de una hija rebelde.
Camina hacia mí y se planta a mis pies. Otra calada y una mirada que no se aparta de mi sexo. No es descaro ni reproche, sino curiosidad.
Le devuelvo el gesto y mantengo el pulso, mirando su polla con interés. Es grande, es gorda y lo más curioso, es bonita. Lo mío sí es descaro. Cae flácida sobre sus huevos. Desde aquí parecen más gordos, de toro.
Da otra calada. Está pensando en cómo justificar ese cigarro y los que han venido antes que él. Ese vicio que nunca dejó, oculto tras un engaño que nunca se fue. Antes de que diga una palabra, me incorporo quedando sentada a un palmo de su polla.
La posición aparenta invitarlo a algo. Él duda, estático, observando sin comprender del todo.
Sin saber por qué, tomo su polla y me la meto en la boca. Quizás porque es la más grande que he visto nunca o, a lo mejor, porque me siento atraída por su cuerpo, el cuerpo de un toro.
Se la chupo hasta ponérsela bien dura. En ningún momento hace amago de apartarse, pero tampoco reacciona. Con la templanza del veterano capitán forjado en otro tipo de incendios, da una nueva calada que retiene en sus pulmones durante más tiempo del necesario. Lo suelta con lentitud cuando yo lo suelto a él, haciendo que las volutas asciendan aleatorias formando extrañas figuras por encima de su cabeza.
Me recuesto y mi cuerpo reacciona solo. Mis pezones yerguen al cielo y mi coño brilla más que antes de incorporarme. Abro las piernas en una invitación a algo que ni yo misma sé lo que es.
Mi padre me mira y mira su cigarro. Todavía queda más de medio pitillo y no quiere desperdiciar lo poco que le queda de su oscuro placer. Lo mueve entre sus dedos unos segundos antes de arrodillarse entre mis piernas. Una última calada antes de depositarlo con cuidado junto a mí. Enseguida se volverán a ver.
Exhalo el aire cuando noto acomodar la punta de su polla en la entrada de mi coño. Entra suavemente y, con leves envites, consigue alojarla entera, hasta que sus huevos dan contra mi ano. Después, comienza a follarme.
El polvo es rápido y tenso, tanto como el miedo a que nos pille mi madre. Tengo que pegar mi boca a su cuello para amortiguar los gemidos que no puedo contener. Cuando mi padre empieza a correrse, me come la boca ahogando sus mugidos. Eyacula abundantemente. En varias ocasiones separa su cuerpo para mirar su polla entrando y saliendo de mí. Me gusta ver ese pedazo de miembro penetrarme.
Al acabar, recupera su cigarro. Ya solo queda una colilla inservible de su pecado y me lo muestra con un pequeño gesto de complicidad. Conminándome a mantener su secreto.
—Me encanta tu polla —susurro antes de que salga de mí—. Deberías hacer una copia de seguridad.
Se oye ruido dentro de la casa. Mi madre se ha levantado por fin y mi padre desaparece dentro dispuesto a deshacerse de la prueba de su delito. Ahora entiendo esa predilección por los chicles de menta. Yo entro algo después, cuando oigo el agua de la ducha correr.
— . —​

Después de desayunar vuelvo a casa de mi novio. En realidad la casa es de los dos, pero él fue quien la compró y yo aún no vivo a tiempo completo. Echamos un polvo antológico. Estaba realmente cachonda y deseaba tener su semen dentro de mi coño, con el de mi padre.
—Estás guapísima con esas bragas —me dice.
—Son de mi madre.
Le veo excitarse al momento. He querido decir que me las compró ella, pero él entiende lo que no es.
—Joder, Eva, eso… me pone.
Le sigo el rollo.
—Lo sé —digo en su oído—, por eso las he cogido mientras se duchaba.
Para mi sorpresa, no quiere volver a follarme con ellas. En su lugar me las pide y las coge con la ilusión de un niño el día de reyes. Sonrío cuando las huele delante de mí. Decido seguir jugando.
—¿Sabes? Ella no deja de preguntar por ti cada vez que me ve. —No es del todo mentira pero, de nuevo, llega a la conclusión equivocada.
—No me jodas, quieres decir que…
—Que todos tenemos debilidades y fantasías ocultas, y las de mi madre se ven a la legua.
Nos quedamos abrazados, besuqueándonos. La conversación solo gira en torno a ella. A mí, por alguna razón, me da placer. Quizás sea por verlo tan salido.
— . —​

La cena en familia es extraña. Miro a mi novio, excitada al sentir el semen de mi padre todavía entre mis muslos. Lo que más me pone es saber que ni él ni mi madre intuyen nada. Esta noche tenemos la cena de cortesía que se ofrece a los novios antes del banquete. Mis suegros también están.
Al ser nosotros los protagonistas de la boda, ocupamos la presidencia de la mesa. A mi lado, mi padre y mi suegro. A mi novio lo flanquean mi madre y la suya. Se comporta como el hijo bueno y yerno perfecto. De repente, me resulta excitantemente morboso poder tener el semen de su padre en mi coño, junto con el de ellos dos.
Roberto, mi futuro suegro, es un hombre normal, muy normal, en absoluto deseable o encantador. Se está pasando toda la noche soltando comentarios que deberían ser graciosos, al menos para mí, pero que no pasan de ser patéticos intentos por hacerse el interesante. Mi padre, a mi lado, guarda la compostura como si lo de esta mañana nunca hubiera pasado. No me mira raro, no dice nada que no sea necesario y no pierde su imagen de cabeza de familia ausente. Me encanta que sea así.
Mi suegro no sabe callar. Termino por apoyar el codo en la mesa y poso la barbilla sobre la palma de mi mano, mirándolo fijamente. Humedezco mis labios tomando mi tiempo.
—Eres realmente encantador, Rober. Me alegra mucho formar parte de tu familia, en serio.
Lo digo con la mayor de las segundas intenciones y él, como no puede ser de otro modo, lo capta de esa manera. Realmente cree que me está embelesando. Es curioso cómo un perdedor como él, puede llegar a pensar que es un hombre irresistible con una simple frase amable.
Con hombres de ese tipo, una mujer solo debe mantenerse callada para acabar follada en menos de lo que tarda en encenderse un portátil. Hombres activos a los que hay que frenar continuamente. De los que te tocan la mano y, si no la retiras, piensan que lo siguiente es tocar tu rodilla. Y, si tampoco hay freno, la mano irá al muslo y enseguida bajo la falda. Sin importar que en unos días me vaya a convertir en la mujer de su propio hijo.
Sin embargo, le dejo avanzar sin barreras. Solo la presencia de mi padre, frente a él, le coarta para no ir demasiado lejos.
Frente a mí, mi novio, me hace pequeños gestos privados indicándome que su noche con mi madre está siendo muy productiva. El infeliz está confundiendo su amabilidad y, por qué no decirlo, su debilidad por el yerno ideal, con un velado interés más allá de la relación suegra-yerno. Está pensando que ambos tontean cuando, en realidad, ella solo se lo pasa bien con su conversación y sus chistes. Loli, su madre, es la tonta que no se entera.
Acaba la cena y salimos a por los coches. Estamos todos menos mi suegro.
—Perdonad, tengo que ir al baño.
Al llegar a los aseos lo veo en el de caballeros. Sin hacer ruido me cuelo dentro y me quedo mirándolo, con la espalda en la pared y la vista fija en la zona donde tiene sus manos. Tarda en darse cuenta de lo que pretendo pero al final, se gira con la bragueta abierta y me la enseña. Tal y como pensaba es normal tirando a escasa, pero se muestra orgulloso. Sentir mi mirada en su polla hace que se le levante. La menea para terminar de ponerla dura y, el deseo de su semen dentro de mí, mezclado con el de su hijo y mi padre, me hace soltar un jadeo.
Empujo la puerta del primer cubículo y me subo la falda, de espaldas a él. Cuando ve mis bragas a medio muslo se queda en shock y duda.
—No se si será el alcohol o esa cara de vicioso que me vuelve loca, pero estoy cachonda y necesito follar. Sé que mañana me voy a arrepentir así que, no dejes que me lo piense dos veces.
Da igual que sea la novia casadera de su hijo. Mis curvas, mi culo y los labios de mi coño le hacen perder el conocimiento. Tal vez hasta piensa que vamos a formar algo parecido a una pareja a distancia. Una especie de amor platónico.
Tal como pensaba, no dura más de 50 segundos. Eso sí, se corre abundantemente. Al girarme, lo freno cuando quiere besarme. —No—. Se queda turbado. El muy idiota piensa que hemos conectado.
—Eso solo se lo permito a mi novio —aclaro.
Lo acepta como un gesto de honestidad que me honra. Se pone firme, correspondiendo con la misma lealtad. Casi le veo chocar sus talones y afirmar con un golpe seco de cabeza. Una actitud, por mi parte, que va a respetar como buen caballero.
Decido seguir el rollo y le pongo una mano en el pecho.
—Tú eres muy especial en mi nueva etapa como parte de tu familia. Y éste es el sello que quiero guardar de ti —digo con una mano en el vientre donde alojo su semen.
Se le hincha el pecho. Dicen que la diferencia entre un caballo y un hombre es que éstos no se cagan en los desfiles. Él está a punto de hacerlo.
El momento es tan emotivo que casi me hace vomitar. Sin embargo, sigo clavando la estocada más hondo.
—No sé por qué pero… me pone imaginar que llevo unas bragas de tu mujer. Me excita tener algo de la zorra con la que te acuestas cada noche. Cada vez que pienso en ti follando con ella me entran calores.
Le brillan los ojos. Por una parte está emocionado de mis celos; por otra, le acongoja la imagen que tengo de él. Sé que hace años que ellos dos no chingan. Aparece en su cara el rubor de la verdad escondida detrás de una mueca que trata de ser la imagen de un gentleman empotrador.
—Dame media hora y…
—Qué dices, idiota, ni se te ocurra tratar de que se las quite. ¿Eres bobo? —Intenta excusarse, pero no le doy tregua—. Vamos a dejar esto como lo que es. No lo estropees.
Ya no me interesa seguir hablando con él y lo despacho enseguida.
—Sal tú primero, por si acaso.
—Todavía no he meado.
—Ni lo vas a hacer. Estamos tardando mucho y se van a mosquear.
Obedece, como ya sabía que haría. Pobre patético perdedor que baila al son de la primera que le menea la polla.
Al volver con los demás veo a mi novio riendo con mi madre. La pobre no sabe la de pajas que su yerno se hace con ella, ni las que se hará. Mi padre, chaqueta en mano, espera taciturno, como es habitual en él. Loli, en su mundo, se apoya del brazo de su marido.
Roberto disimula como un mal actor de cine de espías, carraspeando y hablando de chorradas que no vienen a cuento, dejando patente lo mindundi que puede llegar a ser; nada comparable a mi padre que observa silencioso mientras desenvuelve un chicle y se lo lleva a la boca. Apenas intercambia alguna mirada conmigo. Ambos tenemos claro lo que ha significado el polvo de esta mañana y hasta dónde llega.
Mi novio y su padre, pletóricos de energía, intentan convencer al resto para ir a bailar. Los dos van a lo que van, pero a mí no me apetece tener que aguantar a mi suegro por mucho que me ponga ver a mi amor mover la colita por mi madre.
Sé fehacientemente que para tipos como Roberto, el polvo no ha acabado en el baño. En lo sucesivo intentará convencer a su mujer para que nos inviten a su casa o se hará en encontradizo para quedar conmigo.
Si no fuera porque su semen me pone los pezones como piedras, empezaría a lamentar lo que acabo de hacer en el aseo.
—En serio, no me apetece —digo—. Id vosotros si queréis.
—Es que si no vienes tú… —protesta mi novio.
Lo hace por compromiso. Está encantado de que le deje vía libre con mi madre, aprovechando para meter fichas e intentar conectar, buscando algo más que el beneplácito de una suegra con su yerno.
Su padre también se opone y sus motivos son los mismos, pero conmigo.
Mi padre se ofrece a llevarme con él a casa. Todavía tengo mi habitación allí y mañana puede venir mi novio a buscarme. No es de los que les gusta bailar y da licencia a mi madre para continuar sin él.
—No, en serio.
Veladamente queda implícita la proposición de otro polvo en la tranquilidad de mi dormitorio (o el suyo). Nada empalagoso; sudor, gritos y semen en un polvazo rápido sin carantoñas ni mierdas de esas, pero capta mi rechazo con la flema que le caracteriza. Así que asiente con una caída de ojos y no insiste. Roberto tiene tanto que aprender de él.
El pobre no deja de dar brinquitos y hacer pases como si supiera bailar. Incordiando a su mujer que no comprende su insistencia por seguir la fiesta. La pobre Loli.
Al final, cada uno a su casa. Nos despedimos allí mismo las tres parejas. Cuando Roberto se acerca a besarme me dan ganas de susurrarle en el oído algo del tipo:
Quiero que sepas que, si me caso con Mario, es solo para estar cerca de ti. Nunca olvidaré lo que ha pasado en el baño y solo espero haberme quedado embarazada para tener algo realmente nuestro”.
Pero justo cuando voy a empezar a decirlo, mi suegra se pega a mí y me abraza.
—Ay, chiquilla, vas a ser la novia más guapa del mundo.
Me achucha, me da dos besos y me acuna, felicísima por mí y por su hijo al que adora.
—Gracias, Loli, y también voy a ser la nuera más afortunada del mundo. Me alegro de haber compartido este día con los padres de mi novio. Nunca se me va a olvidar.
Le cojo de las manos y me quedo mirándola fijamente para dar más fuerza a mis palabras. De reojo, me fijo en su marido que lo ha entendido a su manera y sonríe ladino. Idiota.
La abrazo para que solo ella oiga lo que voy a susurrar en su oído.
—Tienes un hijo fantástico. Y lo digo en todos los sentidos, que no veas la potencia que tiene cuando estamos a solas. Ya me entiendes.
Loli se separa con una sonrisa picarona, complacida por la confidencia y por saber que su hijo alegra mis noches como el incapaz de su marido nunca ha sabido hacer con las suyas.
Ya en nuestra casa, el polvo con Mario es apoteósico. Me folla sin dejar de oler las bragas de esta mañana. Yo le sigo la perversión y dejo que me hable de todas sus fantasías con mi madre. Esta noche me hago pasar por ella, pero le obligo a que me folle desde atrás, igual que su padre en el aseo. Me da morbo y, de nuevo, la mezcla de sémenes en mi coño me excita.
—¿Sabes? —digo al acabar el polvo— cuando te he visto entre mi madre y la tuya te he imaginado con ellas…
Veo levantar una ceja entre divertido e intrigado.
—¿Qué dices? ¿Con las dos? ¿Mi madre también?
—Qué quieres, me da morbo. También yo tengo mis fantasías.
No discute. En su lugar sonríe y me sigue la corriente. A él también le gustan mis rarezas. Volvemos a besarnos y le cuento que me pone imaginarlo lamiendo los pezones de ambas, con una teta en cada mano. Al final, hacemos un trato imaginario en el cual, si yo me lo hago con mi madre, él se lo hace con la suya. Nos reímos a brazo partido. Qué raritos somos.
— · —​

Roberto ha aparecido a la puerta de mi trabajo, como temía. Viste con vaqueros ajustados y zapatillas deportivas, como si se creyera un chaval. No se da cuenta de que es un viejo de sesenta y tantos apestando a perfume que tira para atrás. Esos anuncios de hombres están haciendo mucho daño a caducos como él.
Está apoyado en su coche, como si fuera el protagonista de una peli.
—¿Qué coño haces en mi trabajo, eres imbécil?
Le dejo descolocado. La resaca no ha servido para que despierte a la realidad, todavía cree que entre los dos hubo algo especial.
—Solo he venido a traerte un pequeño regalo. —Intenta disimular como si fuera algo banal, pero los dos sabemos que no lo es—. No lo abras delante de Mario, ¿vale?
—Eres idiota, de verdad. —Me llevo tres dedos al puente de la nariz—. Mira, ayer se me fue la pinza mucho. No sabes la vergüenza que he pasado esta mañana y todavía no sé cómo se lo voy a explicar a Mario.
Le cambia la cara, ha perdido el color.
—¿Contar?
—Me voy a casar con él ¿Recuerdas? No voy a empezar nuestro matrimonio con una mentira. Y nada menos que después de ponerle los cuernos con su propio padre. ¿Tú no se lo has dicho a Loli?
Boquea. Se le acaba de caer el mundo encima. Si alguno se entera de lo suyo conmigo puede darse por acabado. El mayor de los bochornos y la más cruel de sus tragedias. Reprimo una sonrisa, pero es la única forma que se me ocurre para tenerlo atado en corto. El muy estúpido no sabe mantener las formas, como mi padre. Él sí que sabe manejar las situaciones comprometidas. Un buen polvo en el momento justo en la situación idónea. Pocas palabras y todo perfectamente entendido.
—No digas eso, mujer. ¿Sabes las consecuencias que traería?
Asiento, pero no hago concesiones. No voy a dejar que este panoli me agobie. Que es solo un polvo, joder. Al final, hago como que me convence… por el momento.
Se empeña en que me quede el regalo pese a mi renuencia y lo abro en el coche. Es una caja perfectamente empaquetada con un papel muy elegante.
Dentro hay unas bragas y otra cajita más pequeña. Sonrío, sé que son las que llevaba Loli ayer. Lo que habrá tenido que hacer para conseguirlas sin que su mujer se dé cuenta. En la cajita hay un anillo que me deja con la boca abierta. No, decididamente no es un “pequeño regalo”, es un anillo de compromiso de la hostia, y es el más bonito que he visto en toda mi vida. Me lo pongo y me emociono. Casi me da pena haber sido tan brusca con él.
Arrugo la frente, sé que no me lo puedo quedar y me da pena porque es realmente precioso. Conduzco hasta mi casa con él puesto y tardo en salir del coche hasta que me lo quito. Vuelvo a meter todo en la caja y la envuelvo tal y como estaba, excepto al anillo, que lo escondo en la guantera.
Encuentro a Mario leyendo en el salón.
—Toma, esto es para ti.
Le doy el paquete que acaba de regalarme su padre.
—¿Qué es? —pregunta.
—No sé, ábrelo —contesto juguetona.
Se le ilumina la cara al ver las bragas que hay dentro.
—No me jodas que son de tu madre —dice oliéndolas.
Sonrió picarona ahondando en su error.
—Uff, Eva, esto me pone a cien.
—¿Quieres follarme con ellas?
—Prefiero guardarlas para mis pajas.
Me sorprende que no me pida que me las ponga, pero acepto complacida.
—Menéatela delante de mí, nene. Venga, déjame ver cómo te pajeas oliendo las bragas. —En mi cabeza formo la frase “de tu madre”.
Obedece contento de pajearse frente a mí con lo que cree que es de mi madre y, durante el tiempo que dura, me llama por su nombre y me insulta cosas que me ponen a cien. Yo no me puedo contener y termino pajeándome delante de él. En mi mente le veo follándose a su propia madre. Si ella supiera… si ambos supieran…
—Las pienso llevar conmigo el día de nuestra boda. Qué morbo comer al lado de tu madre con ellas en mi poder.
Le abrazo y nos besamos. Los dos estamos calientes aunque por distintos motivos. Me mira con detenimiento, admirándome, como si no me conociera.
—Te quiero. —Lo dice de veras—. Todavía no me creo que compartas la fantasía conmigo. Cualquier otra estaría enfadadísima.
—Cualquier otra no tiene las perversiones que tenemos nosotros. No puedo enfadarme contigo por que desees a mi madre cuando a mí misma me da morbo fantasear con la tuya… contigo —remato.
—¿En serio te pone que folle con ella?
Asiento con la cabeza haciendo recorridos largos de arriba a abajo.
—Sería capaz de hacer cualquier cosa por veros juntos. Incesto madre-hijo, uffff.
Sé que en su cabeza se están formando las innumerables fantasías a las que siempre me negué. Como aquella vez que quería que me vistiera de puta e hiciera la calle; negociando con clientes a los que descartaría, previa negociación infructuosa, mientras él vigila desde la distancia.
—Uff —dice por fin; y yo sonrío por dentro. Por primera vez está sopesando la idea en serio. El morbo tannn fuerte.
En otra ocasión planteó que me dejara follar por un negro. A Mario le da morbo la infidelidad consentida. Verme abierta de piernas mientras un desconocido me da de lo lindo con su enorme polla. Me lo propuso en forma de broma, y yo me negué de la misma manera.
— · —​

El día antes de la boda voy a casa de mis padres. Me vestiré allí, así que llevo lo necesario para salir preparada. Antes, paso por casa de mis suegros.
Roberto me recibe en la puerta con una sonrisa. Me hace pasar y noto cómo me repasa el culo cuando me adelanto.
—Loli viene ahora —me dice.
Saco un sobrecito pequeño y se lo entrego antes de que ella aparezca.
—No puedo aceptar esto, Rober. —Utilizo el apodo con la clara intención de buscar la cercanía.
Es el anillo que me regaló. Él no lo coge y se empeña en que lo tenga, cerrando mi mano sobre él. Es carísimo, se ha gastado una fortuna sin ninguna contraprestación. Aun así, imbuido en su papel de amante bohemio, se empeña en que me lo quede como muestra de algo que no me interesa lo más mínimo. Al final, acepto complacida. Tenía ilusión por quedármelo y me fastidiaba que me hubiera dejado devolvérselo. La verdad es que luce divino en mi dedo.
Al día siguiente, después de llegar de la peluquería, donde también me maquillan, me coloco el vestido con ayuda de mi madre. Ella está emocionadísima, más que yo. Me mira cuando estoy delante del espejo y se contiene las lágrimas. Cuando me deja sola, entra mi padre y se queda mirando. Tiene las manos en los bolsillos y me repasa de arriba a abajo.
—Hija, eres realmente preciosa. Sin duda vas a ser la más bonita de la boda.
Lo dice sin segundas intenciones, con la emoción contenida de un padre orgulloso. Nos quedamos mirando y me sobrevienen los recuerdos de nuestro polvo. Él corresponde con una pequeña sonrisa cómplice, pero no hace mayor amago y eso me gusta, que sepa guardar las formas y quedarse en el lugar exacto.
—¿Te molestaría si te pidiera que me des tus bragas?
Lo dice en tono neutro, como el que pregunta la hora. Es una petición educada, pero franca.
—Claro que no —asiento complacida.
No hace falta que me explique nada. Él se conforma con sus fantasías y con algo tan pueril como la prenda que cubre mi coño para realizarlas. Fetiche dorado de los tíos. Meto las manos bajo mi vestido y las saco con dificultad por los pies. Los zapatos de tacón hacen que se me traben y mi padre me ayuda a sujetarme. Cuando las recoge de mis propias manos, evita olerlas, lo cual agradezco. Aunque sé que lo hará en la intimidad de sus pajas. Las pliega con esmero y se las guarda en el bolsillo poniendo todo el cuidado que representan.
Le sonrío y él me devuelve el gesto con un encogimiento de hombros. «Es mi fantasía», viene a decir.
—Yo te pediría que me regalaras tu polla —bromeo—, pero no puedo dejar que mamá se quede sin ella.
Me devuelve la sonrisa cómplice. Lo veo cavilar y me guiña un ojo.
Me deja sola con la esbelta imagen de mi reflejo en el espejo. Me giro a uno y otro lado. Sí, soy una chica preciosa, por eso los tíos se vuelven tan locos por mí. Los minutos pasan y mi madre no termina de volver, raro. Subo al piso de arriba, en silencio.
Los gemidos solo se oyen cuando pego la oreja a la puerta de la habitación de mis padres. Están follando. La abro con sigilo y veo el culo musculado y poderoso de mi padre subiendo y bajando entre las piernas de mi madre. Ella ahoga sus gritos como hice yo, clavando su cara en el cuello de su marido.
Él muge de placer, intentando amortiguar su vozarrón. Lo que más me llama la atención es la enorme polla que penetra una y otra vez el coño de mi madre y los huevos que golpean contra su ano. Desde aquí parecen gordísimos. Me muerdo el labio inferior al imaginarme en la misma posición unos días atrás, tal y como está fantaseando él. Mario no la tiene tan grande ni mete esos arreones que tambalean a mi madre como una marioneta adelante y atrás. Por no hablar de don “50 segundos” Roberto, ese pobre infeliz.
Llegamos a la boda en el coche de mi padre. Él conduce y mi madre va a su lado con una sonrisa floja en la cara. Me hace sonreír a mí también.
Al bajar, susurro en su oído.
—Tienes varios mechones fuera de lugar y tu vestido está arrugado.
Le castigo con una mirada picarona y ella se ruboriza adivinando mis intenciones.
—Ay, calla, boba.
—Venga, mamá, que no somos niñas. Papá y tú… —vuelvo a susurrar— os ha dado un calentón, ¿o qué?
Se endereza, pero no se atreve a responder. Le doy con la cadera a la vez que la atraigo hacia mí. La tengo cogida por el brazo. Mi padre viene caminando por el otro lado y no nos oye. Al final, me mira y no aguanta la risa. Ambas compartimos la confidencia como adolescentes. Ya está todo dicho entre nosotras.
—Me lo tienes que contar —le digo antes de entrar, flanqueado por ambos. Mi madre asiente como una niña traviesa que posee un secreto que le quema.
Me encantará tener esa charla con ella.
Mi madre se adelanta y me quedo del brazo de mi padre. Le atraigo hacia mí. En comparación conmigo es enorme, un toro; el más corpulento de todo su departamento. Ahora mismo me gustaría volver a tener su semen en mi coño. Aprieto su mano y le miro a los ojos. Él me devuelve la mirada de orgullo y es cuando veo el pañuelo de su solapa. Sonrío al descubrir que son mis bragas y él me hace un guiño. Entrelazo mis dedos con los suyos.
En el altar me espera Mario con su madre. La pobre está a punto de llorar de la emoción. Se sujeta en su hijo que la sostiene del brazo. Mi novio me guiña un ojo al llegar hasta él y me pregunto por qué. Nos conocemos muy bien para saber que me quiere decir algo. Lo veo enseguida. El pañuelo de su solapa, al igual que mi padre, ha utilizado unas bragas. Dan el pego para cualquiera que no sepa lo que yo sé. Le devuelvo el guiño y la sonrisa. El pobre no sabe que en realidad son las de su madre y me excita.
—¿Y ese anillo? —me pregunta en un susurro.
—Me lo regaló mi abuela. Me lo quité al morir ella porque me la recordaba mucho. Ahora que me uno a ti, he decidido ponérmelo de nuevo. Quiero que me recuerde lo que gano al casarme contigo.
Le veo emocionarse. Ya se lo pagaré con mamadas. Aunque su padre haya sido más espléndido conmigo en un arrebato, que él durante todo el noviazgo.
Al acabar la ceremonia, todo son bendiciones, incluido Roberto que se acerca con una sonrisa emocionada al verme con su anillo en mi dedo. Sé que para un enamorado errante como él, es decir, un pánfilo, esto supone una especie de matrimonio etéreo-platónico en diferido.
Me acerco a su oído.
—Siento mucho haber sido tan borde contigo el día que viniste a mi trabajo. Estaba muy nerviosa.
Él se apresura a quitar hierro, haciendo que todo quede olvidado.
—Quiero que sepas que llevo las bragas que me diste de tu mujer —le digo para complacerle.
Se aparta de mí. Me tiene cogida de cada mano y me observa con ojos de gatito de arriba a abajo. La emoción le embarga tanto que en ese momento no es capaz de decir una palabra.
—Eres… preciosa —dice por fin—. Simulo sentirme complacida como si nunca me lo hubiera dicho nadie.
En el banquete me levanto para ir al baño y le pido a mi madre que me acompañe. La atosigo nada más salir del comedor.
—Mamá, tú has follao —le digo a bocajarro.
—Shhh, ay, calla, nena. —Se carcajea por lo bajo y se pone colorada.
No le doy tregua y entramos a los aseos conmigo tirando del brazo.
—Ay, pues… tu padre, chica. Que lleva unos días de un fervor…
Reímos juntas. Ya sé yo de dónde viene ese fervor, pero me hago la tonta y le obligo a que se explaye. Bien sabe ella que nada llega porque sí. No dejo de insistir hasta que suelte prenda.
—Yo creo que hay alguna chica nueva por su trabajo y… claro.
—Se desahoga contigo.
Mi madre lo corrobora encogiendo los hombros.
—Mira, a mí mientras que lo que tenga que dar me lo dé a mí…
—¿Y qué tal es? En la cama, digo. Follando. —Me gusta ser soez con ella, provocarla.
—Ay, nena, pero qué vergüenza. Que es tu padre.
—Venga, mamá, que somos mayorcitas y estas cosas nos interesan a todas, cuenta.
Duda y se pone colorada, pero es un secreto que le quema en la boca.
—Pues fenomenal. Tu padre está muy bien… por ahí abajo.
—Que la tiene grande, vamos —le chincho— ¿Cuánto?
Ella se ríe y se tapa la boca. Yo insisto y separo los dedos índices una distancia algo por debajo de lo que tuve dentro de mí. Ella, tal y como yo deseaba, me corrige y coloca los suyos delante de los míos, pero varios centímetros por encima. Volvemos a estallar en carcajadas.
—Mario… —digo mostrando una separación mucho menor (solo utilizo una mano).
Ella abre los ojos y se lamenta por mí, pero de nuevo, con una sonrisa picarona, forma el diámetro de la polla de mi padre.
—Joder, mamá. Ya solo hace falta que me digas que papá te folla durante horas.
—Horas, no, pero está dale que te pego un buen rato. Pero que mucho, mucho.
—¿Cuánto mucho?
—Puessss —duda—, dos o tres muchos.
—Dos o tres polvos seguidos. Qué cabrón. No tendrás una foto.
Se pone seria y se aparta algo de mí.
—Ay, nena, cómo voy a tener una foto de la polla de tu padre, por Dios.
Levanto una ceja, escéptica. —Venga, mamá, no te hagas la tonta. Que todas hemos recibido fotopollas de nuestras parejas. Y de las que no lo son, también.
Se pone colorada. La he pillado y se da cuenta. Yo sonrío.
—Seguro que tienes por ahí alguna de papa con la polla dura. Venga, enseña.
—Calla, anda, calla. Que no, o sea, que no. Y encima de tu padre. Anda que…
Se ruboriza porque siente vergüenza de que le haya pillado. Ella siempre tan casta y tan piadosa, se le ha visto el plumero.
—Bah, qué tontería. Una polla solo es una polla. Mira, te enseño la de Mario.
Se escandaliza y se tapa la cara cuando saco el móvil, pero no puede evitar echar un vistazo cuando se lo planto delante. Curiosidad femenina, qué le vamos a hacer.
Abre la boca y se sorprende. La polla de Mario no es como la de mi padre ni de lejos.
—Vaya, pobrecito —me consuela—. Con lo guapo que es.
—Y lo mucho que le quiero —apostillo—. Me tiene loquita.
—Ay, sí. Y es tan bueno. No se me ocurre mejor novio para ti. Vais a ser muy felices.
—Aunque no será por su polla. —Reímos como dos vecinas cotillas.
Antes de salir del baño la retengo del brazo.
—Espera, acabo de recordar que necesito algo.
Ella me mira inquisitiva.
—Necesito tus bragas —le digo.
Abre la boca incrédula y me explico antes de que pueda negarse.
—Es una historia un poco larga, pero —me llevo tres dedos al puente de la nariz, como si me costara decir lo que tengo en mente, arrepentida— le prometí a un amigo que, el día de mi boda, le regalaría mis bragas. —La miro de reojo, ella me observa atenta— No pienses cosas raras, solo es parte de una promesa, sin mayores consecuencias. El caso es que no puedo aparecer delante de Mario sin ellas esta noche. Necesito que me dejes las tuyas.
—Ay, nena, pero…
—Porfa mamá, eres la única a la que puedo pedírselas. —Pongo ojos de gatito herido y ella se derrite por su hija única.
Se las quita delante de mí y le ayudo a sacárselas. Sonrío cuando las veo de cerca. Son las que llevaba esta mañana cuando mi padre se la montó como una perra en su habitación. Llevan impreso el penetrante olor que rezuma su semen.
—¿Y qué quieres? —se excusa con la cara roja como un tomate.
Yo la abrazo y la beso con fuerza.
—Me encanta —le digo, y lo hago de veras—. Cuando folláis es que todo va bien entre vosotros, que os queréis, que mi mundo sigue intacto y nada se tambalea. Soy muy feliz sabiendo que papá y tú todavía os amáis así.
Levanto sus bragas delante de nuestras caras y las beso.
—¿Hay algo más bonito que tener la prueba del amor de las personas que más quiero?
En realidad es puro morbo el que siento, pero a mi madre le emocionan mis palabras y me besa.
—Ay, mi niña, qué buena eres.
Me acaricia el pelo y me pasa la mano por la mejilla.
—Pues sí, tienes razón, póntelas, en ellas está lo más bonito de tu padre y de mí.
Me cuesta no soltar un gemido de placer lascivo. Sus bragas guardan la lefa de mi padre y la humedad su coño. Me las pongo delante de ella en un momento morboso para mi y emotivo para ella. ¿Hay algo más bonito que se pueda compartir entre una madre y una hija?
Volvemos al banquete, alegres y risueñas como dos colegialas unidas en sentimental simbiosis. Mi novio viene a recibirnos y besa a mi madre en cada mejilla. Ella y yo intercambiamos una mirada y nos sonreímos. Pobrecito Mario.
—Papá —digo. Y le beso en cada mejilla como Mario a ella.
Mi madre arruga el ceño entre la turbación y el juego que nos traemos ambas.
—Esto es para ti —dice mi padre cuando nos quedamos a solas.
Es un paquete alargado envuelto en papel de regalo. Lo abro como suelo hacer, sin romper el envoltorio. Descubro lo que hay dentro y le miro complacida. Él me devuelve la mirada feliz, pero también aliviado al ver mi semblante risueño.
Lo que estoy sosteniendo en mi mano es un molde de su polla, de su enorme y erecta polla. Lo guardo en su estuche y le abrazo. No hay más palabras ni más gestos. No hacen falta.
—Se me ocurrió hacerlo el día de la terraza —dice refiriéndose a nuestro polvo—. Iba a ser un regalo para tu madre, pero después de lo que me has pedido esta mañana…
En el banquete, Roberto sigue en su papel de amante secreto que cree que sabe guardar su posición, poniendo poses de película de espías y gestos fingidos que se ven a la legua. Para tenerlo calladito le lanzo breves miradas cargadas de intención y que crea que correspondo. En ocasiones, al mirarnos, toco su anillo como seña secreta y él se hincha como un palomo, orgulloso.
—Acompáñame —le pido en un susurro.
Salgo al aseo y veo por el rabillo del ojo que él lo hace después. En el de caballeros no hay nadie así que me cuelo dentro y me meto en uno de los compartimentos. Me saco las bragas antes de que llegue y le hago señas para que se meta conmigo.
—Toma —le digo—. Las he tenido toda la mañana antes de cambiarlas por las que me diste de tu mujer. Quiero que las tengas tú.
Veo su cara, emocionado. Adivino que es el mejor regalo que le podía hacer.
—Esto significa mucho para mí —dice. Cierro los ojos evitando una arcada.
Se las lleva a la cara y las huele.
—Dios, huelen a tí en esencia pura. Es… —vuelve a oler— el placer divino.
Se pone firme.
—Las guardaré para siempre, ¿me oyes?
Asiento intentando parecer emocionada y le cojo de las manos.
—Es lo más lejos que podemos ir. Lo que pasó aquella noche debe quedar allí guardado. Un secreto exclusivamente nuestro. Lo entiendes, ¿verdad?
Se vuelve a poner firme como si la duda le ofendiera.
—Por supuesto, ambos nos debemos a Loli y a Mario. No podemos hacerles daño, no se lo merecen.
—Exacto —digo emocionada, como si sus sabias palabras hubiesen adivinado mis impenetrables pensamientos.
Después, le quito el pañuelo del bolsillo de la solapa y coloco mis bragas bien dobladas para que den el pego.
—No sabes el placer que me da que las lleves hoy así. A la vista, pero invisibles a todos.
Y es estrictamente cierto. Se emociona de nuevo (todavía más) y se le hincha el pecho. Me muerdo los labios para no reír. De vuelta al comedor, hay un momento en el que coincidimos los seis. Mario, yo y nuestros padres. Mamá y yo no llevamos bragas. Ambas, junto con las de Loli, están en las solapas de los chicos. Vuelo a sentir calor entre las piernas. Necesito follar con Mario, ya.
La celebración se alarga más de lo necesario, como suele suceder y, en todo ese tiempo, he bailado con todos. La sensación del aire entre mis muslos libres bajo el vestido es indescriptible, sobre todo cuando me hacen girar como una peonza y mi vestido coge algo de vuelo.
Por fin vamos a la habitación, está en el mismo hotel donde hemos hecho la celebración. Al entrar al cuarto, me levanto el vestido mostrando mi coño a Mario.
—He ido todo el día sin bragas, como te gusta.
Le veo resoplar. Me encanta tenerlo encendido. Me desnudo, pero mantengo los zapatos, medias, liguero y corpiño que muestra hasta el nacimiento de mis pezones. Mi nuevo marido me coloca el tocado del pelo quedando un pequeño velo sobre mi peinado.
Dejo el regalo de mi padre sobre la cama. He vuelto a envolverlo como estaba y conmino a que lo abra. Cuando lo hace, su cara de extrañeza me hace sonreír.
—Lo he comprado por internet. Quiero que lo estrenemos hoy, el día de nuestra boda.
—¿No es demasiado grande? —sonríe.
Niego con la cabeza empezando a reír.
El polvo ha estado a la altura de una noche como la de hoy. Al acabar, nos caemos sudados el uno junto al otro. Él sujeta el dildo con una mano, divertido por lo bien que nos ha funcionado. Le he hecho follarme con él mientras me daba por el culo con la suya.
—Espera —digo haciéndome con el móvil.
Nos hacemos un selfie con la polla de mi padre en medio de nosotros dos. Todavía brilla de la humedad de mi coño y de la saliva de él. Lo que más me calentaba era cuando se la hacía chupar para lubricarla. Me lo imaginaba arrodillado frente a mi padre, chupando su gran falo erecto como un esclavo sumiso; el peaje por follarse a su hija única.
Sin que me vea, le envío la foto a mi padre. Sé que le hará ilusión, y será mi madre quien disfrutará las consecuencias. Después, continuamos besuqueándonos antes de caer dormidos, abrazada a él desde atrás. Le quiero tanto.
Más tarde, oigo el sonido de un mensaje. Enciendo la pantalla y veo una foto que me ha enviado mi madre. Parpadeo para enfocar bien. Mi padre, completamente empalmado, aparece en ella. Al final ha sucumbido a enviarme una fotopolla de su marido, orgullosa. Pulso reenviar y selecciono el contacto de mi padre.
«Me lo acaba de enviar tu mujer. Ya sé lo que te ha puesto así. Que lo disfrutéis», escribo.
—¿Qué haces? —pregunta Mario.
—Wasapeo con mi madre.
—Pregúntale si lleva bragas —bromea.
Me giro y le doy un pico.
—¿Y la tuya, llevaba bragas hoy?
Sonríe.
—Eso no lo sé.
—Me puso muy caliente verte bailando con ella. Os imaginaba desnudos, con sus tetorras contra tu pecho.
—¿Cuánto de caliente? —dice sobándome una teta.
—Tanto que, si follaras con ella, haría cualquier cosa que me pidieras.
Aquel trato que hicimos en bromas la otra noche, vuelve a resurgir. Y él sabe que lo estoy diciendo de veras. Por segunda vez, desde que surgió la idea, veo que lo está pensando en serio.
—¿Follarías? —insisto—, con tu madre, digo. ¿Lo harías?
—Uff, nena —se pasa la mano por la barbilla—, solo por verte de puta hablando con viejos salidos…
Deja la frase en el aire y yo tomo nota.
Ya se me ocurrirá algo.​
 
Lo leí en la oTRa y aunque no comenté aquí si lo voy a hacer.
A mí no me pareció nada bien que se burle de su futuro Marido con su Madre por no tenerla muy grande, porque luego ella dice que tienen buenas sesiones de sexo, lo cual me parece un poco contradictorio.
Luego está que le ha sido infiel con su propio Padre y el propio Padre de Ella, lo cual es respetable, pero no me pareció bien.
 
Qué morbazo de relato. :babeando1:

La manera en que Eva va manejando cada hilo, como si de una obra de teatro se tratara, cada personaje obedece a los deseos y sugerencias de su directora.
Ansioso es poco para definir como me siento a la espera de leer las continuación de sucesos con Eva y su familia.:banana1:
 
Lo leí en la oTRa y aunque no comenté aquí si lo voy a hacer.
A mí no me pareció nada bien que se burle de su futuro Marido con su Madre por no tenerla muy grande, porque luego ella dice que tienen buenas sesiones de sexo, lo cual me parece un poco contradictorio.
Luego está que le ha sido infiel con su propio Padre y el propio Padre de Ella, lo cual es respetable, pero no me pareció bien.

Carlos, de respetable nada.:sneaky:

Eva con la manipulación de deseos y fantasías en su entorno, haciendo su papel de hija, nuera, novia y luego esposa nos ha regalado mucho, mucho morbo.

Y para que funcionen sus lujuriosas maniobras, y todos esos deseos y fantasías sean realidad, tiene que existir una total ausencia de respeto entre todos.;):devilish:
 
Lo leí en la oTRa y aunque no comenté aquí si lo voy a hacer.
A mí no me pareció nada bien que se burle de su futuro Marido con su Madre por no tenerla muy grande, porque luego ella dice que tienen buenas sesiones de sexo, lo cual me parece un poco contradictorio.
Luego está que le ha sido infiel con su propio Padre y el propio Padre de Ella, lo cual es respetable, pero no me pareció bien.
Muchas gracias por comentar, no hay mejor elogio.
He querido hacer ver que Mario no la tiene grande y, sin embargo, es muy bueno en la cama.
Quizás, viéndolo ahora, el momento de complicidad con su madre, está de más.
En cualquier caso, he intentado dejar patente que ama a su marido tanto como él a ella.
 
Muchas gracias por comentar, no hay mejor elogio.
He querido hacer ver que Mario no la tiene grande y, sin embargo, es muy bueno en la cama.
Quizás, viéndolo ahora, el momento de complicidad con su madre, está de más.
En cualquier caso, he intentado dejar patente que ama a su marido tanto como él a ella.
Gran cosa que el autor nos comente las motivaciones de sus personajes. (y)
 
Carlos, de respetable nada.:sneaky:

Eva con la manipulación de deseos y fantasías en su entorno, haciendo su papel de hija, nuera, novia y luego esposa nos ha regalado mucho, mucho morbo.

Y para que funcionen sus lujuriosas maniobras, y todos esos deseos y fantasías sean realidad, tiene que existir una total ausencia de respeto entre todos.;):devilish:
Bueno, tampoco pretendía que faltara el respeto a diestro y siniestro. Más bien eran... "mentirijillas" para disfrute inocuo.
Todo el mundo es feliz, dentro de su ignorancia.
Sí, vale, poner los cuernos es la mayor de las faltas de respeto, pero, para ella, es algo... mínimo.
Ten en cuenta que a su novio le permite la fantasía con su madre y participa con él de ella.
 
Bueno, tampoco pretendía que faltara el respeto a diestro y siniestro. Más bien eran... "mentirijillas" para disfrute inocuo.
Todo el mundo es feliz, dentro de su ignorancia.
Sí, vale, poner los cuernos es la mayor de las faltas de respeto, pero, para ella, es algo... mínimo.
Ten en cuenta que a su novio le permite la fantasía con su madre y participa con él de ella.

A. Seneka, por favor no te reprimas en nada, dale a Eva todas las armas que necesite para llevar a cabo su juego. :banana1:
 
Excelente relato no te deja descansar de uno a otro y con cómplices como la madre y por poner algo de humor, el vendedor de bragas del barrio tiene un buen negocio jeje es pura broma, me ha gustado de verdad, habrá desenlace con madres y padres?
 
Excelente relato no te deja descansar de uno a otro y con cómplices como la madre y por poner algo de humor, el vendedor de bragas del barrio tiene un buen negocio jeje es pura broma, me ha gustado de verdad, habrá desenlace con madres y padres?
Gracias Dracursor.
Uno de mis miedos era que fuera demasiado rápido y que pareciera demasiado concentrado.
Hay segunda parte, pero tengo que madurarlo para que no quede muy deslavado.
 
Espero que en la segunda parte no haga nada de lo que pueda arrepentirse.
Ella dice que ama a su novio, así que mejor que no se la juegue, aunque creo que el novio va a terminar teniendo sexo con la Madre y a lo mejor está ya no se ríe tanto de que no la tenga grande.
 
Espero que en la segunda parte no haga nada de lo que pueda arrepentirse.
Ella dice que ama a su novio, así que mejor que no se la juegue, aunque creo que el novio va a terminar teniendo sexo con la Madre y a lo mejor está ya no se ríe tanto de que no la tenga grande.
Me encanta, increíble relato como lo cuentas todo, no he podido parar de leerlo, lo tiene todo morbo sexo.
 
Espero que en la segunda parte no haga nada de lo que pueda arrepentirse.
Ella dice que ama a su novio, así que mejor que no se la juegue, aunque creo que el novio va a terminar teniendo sexo con la Madre y a lo mejor está ya no se ríe tanto de que no la tenga grande.
jeje, pero... ahí está lo bueno, ¿no?
La trasgresión, la ruptura con lo conformista, lo políticamente incorrecto. De ahí el título: el morbo de todo lo que no es correcto.
Mi problema es seguir encontrando decisiones que rompan con la lógica y las normas preestablecidas.
Un saludo.
 
jeje, pero... ahí está lo bueno, ¿no?
La trasgresión, la ruptura con lo conformista, lo políticamente incorrecto. De ahí el título: el morbo de todo lo que no es correcto.
Mi problema es seguir encontrando decisiones que rompan con la lógica y las normas preestablecidas.
Un saludo.
Mientras termine la cosa bien y el lo sepa y este de acuerdo vale.
Yo es que soy muy de finales felices.
 
Continúo el relato con un segundo capítulo. A ver si gusta como el primero.
Gracias de antemano por leerme.
 
Capítulo II

Mis fantasías tuyas​




La conversación con Loli es amena. Desde la boda somos como dos nuevas mejores amigas que llevan toda la vida sin encontrarse. Yo lo he propiciado, dejando que encuentre en mí a alguien que se preocupa por ella de verdad y le interesa lo que cuenta. También ayuda que no tenga amigas.

No tardamos ni medio café en pasar a los cotilleos como un par de adolescentes descaradas. La emoción suelta la lengua y terminamos hablando de sexo. Los protagonistas: su marido y el mío, su hijo.

No dejo de alabar las dotes de Mario sin cometer el error de caer en la vulgaridad. Ella se alegra por mí pero, sobre todo, por él. Sé que temía que fuera tan mal amante como su padre y llevara su matrimonio a la monotonía. Pronto comienza a desahogarse por lo que tiene en casa.

Mis logros con Mario contrastan con sus fracasos con Roberto. Además de triste y pequeña, su marido no tiene imaginación. Ella tampoco, pero lamenta no haber podido descubrir esa etapa juntos.

Veo brillar sus ojos cuando le cuento las nuestras. No todas son verdad, pero disparo con lo que quiere oír. La erótica fantasía de lo inalcanzable. Ella no lo sabe, pero estoy plantando las semillas de lo que vengo a buscar.

Antes de despedirnos le doy consejos con la oscura esperanza de que no funcionen. Tengo pensada otra cosa para mi propio disfrute.


— · —


Tardamos en llegar, pero por fin acomodamos las toallas en la arena. Me siento en la de Loli antes de que lo haga su marido y dejo que los chicos se entretengan juntos. Ese día la playa está a rebosar.

A ella le gusta mi compañía. Lleva toda una vida junto a su marido, es decir, sola; por eso disfruta con su nuevo rol de confidente. Le encanta escucharme… y que la escuche.

Paseamos por la orilla, a solas las dos, bajo las miradas de todos los que se cruzan. La miran a ella, me desnudan a mí. Loli también se da cuenta y se irrita, escandalizada.

—Qué cerdos. Podrían ser menos descarados —se lamenta.

—¡Qué dices, loca, me encanta!

Le explico que disfruto con su atención, incluidos los más viejos. Es una inocua muestra de su admiración y deseo. Ellos gozan de la vista, Mario de mi cuerpo, y yo con su morbo. Todo el mundo gana y, a la vez, ellos pierden. Deseos frustrados de un anhelo imposible.

—A todas nos gusta gustar —insisto—, peor sería no ser nadie.

Le cuesta darme la razón lo que tardamos en llegar al final de la playa. Ya de vuelta, sonríe cuando es ella quien recibe la primera mirada por debajo de la barbilla. Es de un crío, pero todo vale cuando del ego se trata. Recompone orgullosa sus tetorras dentro del bikini, alzándolas. La primera semilla hacia el lado oscuro, mi lado.

—Pierden —dice recordando mis palabras— porque saben que nunca podrán tener eso que no deseaban hasta ahora. Lamentos por un cuerpo que nunca podrán poseer.

Sonrío y entrelazo mis dedos con los suyos. Después, nos reímos de todos los hombres del mundo, cómplices, amigas.

—Me encanta estar contigo —dice—. Me haces reír y que vea todo de manera diferente.

Contaba con ello.

Mario me mira con curiosidad al vernos llegar. Yo le devuelvo un guiño y sonríe. Sabe que tramo algo malo y le encanta.

—¿Te importa que me quite esto? —pregunto inocente cuando los chicos van al agua.

—Claro, mujer —asiente intentando mostrar indiferencia por mi pecho desnudo.

Está turbada, pero no quiere que vea lo recatada y antigua que es. Los transeúntes no me quitan ojo y ella se ruboriza e intenta tapar con su bikini lo que el mío no deja a la imaginación.

—¿Te puedo pedir que lo hagas conmigo? Es que así, sola, me da un poco de palo.

La veo palidecer.

—Uff, chica, yo…

Le aterroriza que le vean las tetas, pero sé que tampoco quiere parecer una mojigata delante de su adorable nueva mejor amiga. No quiere decepcionarme y lo aprovecho.

—Porfa, Loli, hazlo por mí.

Se derrite cuando le cojo del brazo. Soy su buena nuera, y la luz que encandila los ojos de su hijo. Le cuesta negármelo.

La prenda cae junto a la mía y sus blancas tetorras lucen al sol. Son tan grandes, como creía, pero más firmes de lo que aparentan bajo la tela. Dos imanes que no tardan en acaparar las miradas que se apartan de las mías. Ella no lo sabe, pero no está nada mal y le doy con el codo.

—No querías destaparte y me vas a terminar acomplejando.

Se pone colorada pero, en el fondo, se hincha como un pavo. La vergüenza hace hueco a la autoestima que pensaba que no tenía.

—Pobres perdedores —susurra en referencia a los que giran su cabeza al pasar.

Nos carcajeamos con la boca abierta. La risa nos hace más cómplices y a ella más valiente.

El que no sonríe es su marido al que se le cae la mandíbula cuando nos ve al volver. Mario, a su lado, mueve la cabeza como si no lo pudiese creer y hace esfuerzos por no sonreír de oreja a oreja. Qué mala soy y cuánto me quiere.

Lo peor de todo es que mi suegro no se despega de mi lado. Menudo repaso me está dando. Lleva empalmado toda la mañana. Solo le falta frotarse contra mi pierna. Hoy Loli va a disfrutar de una buena noche de sexo.

—Dame crema, Roberto, ya que estás.

Casi se mea encima al oírme. Estoy apoyada en los codos haciendo que mis tetas resalten hacia adelante. Mis pezones son como dos dianas que a punto están de sacarle un ojo. Justo cuando se acerca con el bote, me doy la vuelta y le ofrezco mi espalda. Idiota, se creía que le iba a dejar sobarme las peras.

No obstante, él se sienta en mi culo y me masajea hasta el cuello. Al menos, eso sí lo hace bien. Me dormiría con sus manos si no fuera por ese falo que tengo alojado entre las nalgas. Loli y yo estamos frente a frente, con la cara pegada en la toalla. Le guiño un ojo, pero ella no me entiende. Mañana se lo explico.


— · —


—Es la primera vez que le veo las tetas a mi madre —dice Mario, de vuelta en el coche.

No sabe cómo lo he hecho, pero le gusta que sea tan retorcida.

—Y además en público —añade antes de reír. Me admira más de lo que me quiere.

No tardo en llevarlo a la habitación nada más llegar a casa, es nuestro cuarto de juegos. Esta noche yo soy Loli, pero es él quien interpreta para mí. Me dice que me quiere, que se hace pajas conmigo y todas esas cosas sucias que sabe que quiero oír de un hijo hacia su madre.

—Espera —le digo—, quiero guardar este momento para mis pajas.

Pongo el móvil a grabar y continúa la función. Mi marido sobreinterpreta el mejor polvo de incesto de la historia. Lo hacemos hasta por el culo y, cuando me duermo, ya metida la noche, todavía le oigo susurrar que me quiere preñar.

Me encanta que me llame por su nombre.


— · —


Loli me llama, como cada mañana, y nos tiramos al teléfono una hora. Está alegre, extasiada y… tiene tantas cosas que contar. Consecuencias de una vida anodina. Yo soy el flotador que la sacó de su isla.

No deja de darme las gracias por obligarla a ser tan descarada. Lo de ayer fue atrevido y sucio. Por fin en su vida pasan cosas.

A la tarde viene a visitarme y le tiro de la lengua nada más sentarnos, para que suelte lo que le está quemando la boca. Sé muy bien lo que hay detrás de esa alegría juvenil.

—Tú has follao —acuso.

Baja la mirada, ruborizada, pero se alegra de que lo haya notado. No ha sido un polvo normal y deseaba cantarlo a los cuatro vientos.

—Roberto, hija, que ayer estaba de un caluroso…

Es toda una novedad que follen; llevan toda una vida sin hacerlo. Pero lo de esta noche ha ido más allá, por eso está así de contenta. Seguramente hasta se habrá corrido por una vez.

—¿A qué jugasteis?

Se hace la tonta. No creía que lo iba a descubrir, pero ella es muy transparente y Roberto demasiado simple como para no adivinarlo.

—Venga —le chincho—, que si no llega a ser por el bikini hasta me la clava por el culo de lo dura que la tenía. ¿Hablasteis de mí mientras te chingaba?

Se pone colorada y, por primera vez desde que la conozco, la veo preocupada de verdad. Le cojo de las manos y me acerco a ella.

—Loli, no tienes que avergonzarte por fantasear con terceras personas, aunque sean de la familia.

Ella boquea, no he podido ser más certera. Sonrío y le guiño un ojo intentando rebajar su miedo a ofenderme. Funciona y relaja su gesto.

—¿No te molesta?

Niego casi con una carcajada.

—Me encanta.

Ella no entiende y yo me explico, haciendo comprender que, para mí, es un placer que me tengan en cuenta, que es como participar en algo muy íntimo de alguien a quien aprecio. Ella se abre en canal y se desahoga conmigo, con su nueva muy mejor amiga.

Me confiesa lo que ya sé y a lo que nadie se atreve en voz alta. Su relación bajo las sábanas está muerta. Ayer, sin embargo y gracias a mi impudor, su marido… le hizo sonreír.

No fue un polvo, sino varios; y de más de dos minutos, para variar. Yo estuve en todos. En un momento u otro Roberto pronunciaba mi nombre y mi toples volvía la habitación. Loli lo consintió complaciente, agradecida por la parte que le tocaba. Yo ponía mis tetas, ella recibía en su coño.

Se avergüenza continuamente, pidiéndome perdón cada tres frases, asida de una mano que no me suelta. Yo la escucho con una sonrisa amable y un ardor que enciende mis mejillas.

—Te lo he dicho, Loli —la consuelo—. Adoro a Roberto, y me encanta que pierda los papeles por mi culpa en un momento así. ¿Crees que los demás no hacemos locuras peores en la intimidad de nuestra cama?

Agacha la cabeza a sabiendas de que ninguna es tan sucia como la suya, ¡con su propia nuera! Finjo apiadarme y correspondo a su confidencia con otra mía. Me pongo seria y le hago prometer que lo que voy a contar no saldrá de aquí jamás pero, sobre todo, que nunca, pase lo que pase, llegará a oídos de su hijo.

Me mira preocupada cuando saco el móvil y aguanta estoica toda la reproducción. Su boca abierta y sus ojos como platos muestran su estado de ánimo al borde del infarto. Mario grita su nombre entre insultos y deseos de follarla. En la pantalla, él me sodomiza mientras lo jaleo a que me preñe. A mí, a su mami.

—Su fantasía es la mía —explico—. Le amo más que a mi vida y mataría por hacerlo feliz porque con ello, la feliz soy yo.

Asiente despacio, aceptando como solo una madre es capaz de hacer por aquello que más quiere. Viendo en mí hacia su hijo el mismo amor que ella profesa por él. Sus ojos brillan y me acaricia la mejilla.

—Eres tan buena.

Qué poco importan las rarezas de un hijo a ojos de una madre. Y, si fantasear con su propia progenitora es lo que lo hace feliz, no será ella quien se atreva a juzgarlo.

—Se te han empañado los ojos —advierto.

—De felicidad —me dice.

Y es cierto. Se emociona porque el matrimonio de su hijo funcione tan bien. Dos que somos uno y uno que vive por los dos.

—Solo es un fetiche de un hijo hacia su madre —digo con la mirada baja—. Un secreto de cama que únicamente comparte conmigo y que yo consiento por él.

—Lo sé —me dice, y me besa la mano.

Lo suyo es peor. Me confiesa que con Roberto ella nunca se corre, ni de novios. Sexo convencional, resultado habitual.

—Pero ayer… —rebato levantando una ceja.

—Me dio gustito —reconoce—. Otras veces es peor.

Pobre mujer que se conforma con tan poco. Apenas unos jadeos antes de que Roberto caiga rendido tras la cópula. La frustración de un placer que nunca ha podido culminar a gritos. Me pide volver a ver el video (solo la parte final) y se emociona al oír el volumen de mi garganta y el aguante de su hijo en mi interior. Llenos, felices, completos el uno con el otro.

Yo disfruto exhibiéndonos ante ella de nuevo, desnudos, lúbricos… sucios. Me muerdo el labio inferior fantaseando con que ella fuera la del vídeo. Si Mario supiera.


— · —


—Me va a desheredar —dice cuando se lo cuento.

Me está follando por el culo mientras huele las bragas de mi madre. Esta vez sí son suyas, las he cogido mientras se duchaba.

—Imposible —respondo al acabar de correrme—, te quiere más que a su propia vida.

Se desploma junto a mí y me abraza. Yo me pliego contra su cuerpo sudoroso. Respiramos todo el aire de la habitación intentando recuperar el aliento.

—Estás loca —murmura.

—Y por eso me quieres tanto.


— · —


Los tacones me hacen difícil caminar. Un cliente se para frente a mí, señalándome con el dedo. Por encima del corpìño asoman las areolas de mis pezones que no lo dejan indiferente.

—¿Cuánto? —pregunta.

No se lo digo. Mario quiere que antes flirtee con él. Por el pinganillo chiva las frases que yo repito. Le enseño mi cuerpo lo justo para conseguir que se le ponga dura. Ese es el final del juego y al momento, lo despacho rápido.

Para los más babosos tenemos otro juego, a ver cuánto son capaces de ofrecer.

Un coche para junto a mí y me apoyo en su ventanilla. Reconozco al conductor en cuanto se quita las gafas.

Es el presidente de la empresa para la que trabajo. Más de 2.000 empleados por todo el país. Nunca hubiera imaginado que fuera otro putero de corbata de seda y comida vegana. Me mira complacido cuando ve mi escote. Correspondo con el mismo gesto y señalo su anillo de casado.

—Después tendrás que ir a confesarte.

—Vengo de misa —me explica.

—Muy bien, pero lo haces al revés. El perdón viene detrás del pecado.

—Invierto en perdones antes de venir. Tengo para varios jueves.

Me hace sonreír, tiene tablas, por algo es el presidente.

—¿Y tú? —dice señalando el mío.

—La crisis —le explico—. Y mi marido y mis hijos, que tienen la mala costumbre de comer todos los días.

—¿Y él sabe que estás…?

—Claro —contesto segura de mí misma—, es mi chulo. Para que no me pase nada con los puteros en coche de lujo, son los más peligrosos —explico con sorna.

Aparto mi melena sintética para que vea el pinganillo y señalo el coche desde donde Mario nos mira. Él traga saliva, empiezo a ser yo quien mueve los hilos.

Flirteo marcando distancias cada vez más cortas hasta que me pide subir al coche. Antes hago que me la enseñe. Es grande, es gorda y, lo más importante, la tiene dura.

Esa es la señal para darle suela. Sin embargo me resisto y alargo la conversación. Me apetece, quizás por su voz grave o por ese porte de gentleman que solo poseen unos pocos. Me recuerda a alguien, no sé.

Le pregunto cosas de su mujer y de sus hijas. Es interesante lo morbosa que resulta la aburrida vida de algunos. Mario se alarma cuando ocupo el asiento del copiloto.

—Dime tu nombre.

—Prefiero no decirlo.

—Yo me llamo Arturo.

—No, Arturo se llama mi padre, tú te llamas Gustavo.

Se queda helado y, por un momento, sopesa la idea de echarme el coche. Debe pensar que me envía su mujer.

—Aunque no lo creas, trabajo para ti —le digo.

Y no me cree… hasta que le canto los nombres de los jefes de zona. Se pasa la mano por la barbilla sopesando, evaluándome.

—Te lo he dicho, la crisis. Tenemos deudas —explico.

—¿Y dónde…?

—Lejos, varios niveles por debajo de ti. Tampoco dependo de ningún departamento de los que controla tu hijo. No soy jefa de nada, ni me han hecho responsable de algo. No soy nadie, por eso estoy aquí.

Se ríe sincero y me mira como no lo ha hecho hasta ahora. Le gusto, lo sé, y me pongo alerta.

—Dime tu nombre —insiste.

—No te lo voy a decir, ni mi cargo, ni dónde trabajo. No quiero que me busques entre tus empleadas. Ya estoy casada una vez.

Asiente y mete la primera marcha.

Mario se desgañita por el pinganillo. El juego ha dejado de tener gracia y se asusta.


— · —


Coloco el bolso buscando el ángulo perfecto. Dentro está camuflado mi móvil en modo videollamada. Mario, al otro lado, debe estar cardiaco. Hace rato que no oigo sus órdenes, desde que me lo he sacado del oído.

Me siento en la cama esperando que entre Gustavo. No es un hotel cualquiera en una zona de extrarradio. Salón, despacho, dos baños y una habitación de princesa de una dictadura.

Me encuentra sin la peluca y en ropa interior. Se apoya en el marco y me admira. Al natural estoy mejor. Contaba con ello.

Se sienta cerca, pero distante, e inicia el cortejo a la manera de un caballero. No ha venido a follar, eso lo hace cualquier perdedor y él, quiere ganarme. Sabe lo que valgo.

Me resisto todo lo que puedo pero, al final, río sincera. Me está ganando y mi trinchera es cada vez más reducida. Mis hijos ya no existen y ya no tengo deudas. Él también ha perdido lo suyo, ahora su familia tiene cara.

—Tus hijas son muy guapas —le digo devolviéndole el móvil—, sobre todo la mayor.

Tiene los ojos de su padre y las tetas de su madre. Mira la pantalla orgulloso antes de apagarla.

—Me odia —confiesa después de un trago a su copa—, igual que mi mujer.

—Será porque te quiere, dentro del matrimonio nada es porque sí.

—Me necesita, como yo a ella.

Se sienta junto a mí y me pasa el pelo por detrás de la oreja. Espera que le bese, y yo que el primer paso lo dé él. Es su guerra, no la mía, pero no la quiero perder. Me habla al oído y su aliento me acaricia tan suavemente que me eriza los pelos de la nuca. Entonces se separa y, después de un sorbo, sonríe de medio lado, ha descubierto que jugamos a lo mismo. Yo también sonrío, me estoy haciendo de rogar, pero si me sigue mirando así, no va a necesitar rezar mucho más.

Por fin se lanza. Va sobre seguro, pero sus labios no tocan los míos. Me giro en el último momento, haciendo que se choque contra mi mejilla. Yo beso la suya y contraataco con su mismo juego: comisura, cuello, lóbulo… gemido.

Vuelve a intentar besarme y, de nuevo, no encuentra lo que busca.

—Los besos son solo para mi marido —susurro en su oído.

Le enseño el anillo, los dos, el de mi suegro también. Brilla más que el de casada, demasiado quizás, y levanta una ceja.

—¿Y chupar, puedes? —pregunta descarado.

—¿Como una niñita buena? Claro, de eso sé un montón. Mi padre era putero, de los que busca en casa lo que no encuentra fuera. Hice horas extras antes de empezar a cotizar.

Sonríe, no me cree, pero le gusta oírme.

—Dime tu nombre.

Le quito la copa que todavía sostiene en su mano y la apuro hasta el fondo. No le amo, pero le miro con deseo, quizás porque me recuerda a alguien o puede que solo por mirarme como lo hace.

—Me llamo Lucía —contesto con guasa.

—No, Lucía se llama mi hija. —Intenta besarme. Yo me aparto y me sujeta de la barbilla. Me mira, y suspira—. Esta noche tú te llamas Marta.

Y así, me hago pasar por su mujer. No llevo sus bragas, pero tampoco le hacen falta. Solo necesito detestarlo para meterme en mi papel. Me insulta, me azota y cae rendido cuando confiesa que me quiere.

Tumbados en la cama, suelta uno de los tirantes de mi sujetador. Sigo con la prenda puesta, no le ha hecho falta verme las tetas. Arqueo la espalda para ayudarlo a soltar el cierre y, cuando saltan libres, las atrapa en su boca. Primero una, luego otra y, después, me besa en la boca.

… y yo le dejo.

Volvemos a follar. Esta vez despacio, sin prisa por conseguir lo que va a llegar. Es bueno, muy bueno. Sabe moverse pese a la edad, o quizás gracias a ella. Torero de mil plazas, la clava con maestría y me sabe capear como un primer espada. Gimo, grito y acabo mordiendo la almohada trabada a él.

Grabada ha quedado la escena que yo quería. Un regalo para mi amor que no le he querido contar. La polla del maduro metiéndose en mi coño como un percutor mientras sus huevos golpeaban mi ano en un misionero con mis piernas bien abiertas.

Recuperado el aliento, dejo que me acaricie como una gatita mansa mientras manoseo su polla y sus huevos.

Huevos de toro.

Me visto bajo su mirada libertina excepto las bragas, que se las queda. Está apoyado en un codo. Le gusto, y empiezo a temerle.

—Tú no eres puta —dice caminando hacia mí.

Levanto una ceja, intrigada.

—Las putas follan por dinero —acusa—. Tú te vas sin cobrar.

—Ya me has dado lo mío. Por hoy tengo suficiente.

Me ofrece un fajo que rechazo y veo nublar la sombra en su cara. Me quita el bolso justo cuando me hago con él. De dentro saca mi móvil y lo observa. Ocupando la pantalla, está Mario. Se asusta, pero no se esconde y mantiene el mismo gesto que él.

—Dile a tu mujer que quiero pagarle.

—Tú lo has dicho —contesta Mario con aplomo—, no es una puta.

—Pero tú sí un cornudo. Pon el precio de su coño.

No lo piensa mucho.

—Su precio soy yo.

Aprieta las mandíbulas, cavilante. Mete el móvil en el bolso y me lo devuelve. Me llama cuando cruzo la puerta.

—Dime tu nombre.

Lo pienso, dudo. —Eva —digo al fin—. Subdirectora segunda de compras, en Gran Vía. Tu hijo es mi jefe de zona.

Levanta una ceja.

—No, no me ha follado —aclaro—. No le dejaría, es imbécil.

Evita soltar una carcajada aunque su rostro apenas se endulza.

—Hubiese podido encontrarte.

—Y yo a tu mujer.

Sonríe y mueve el mentón. Le gusto.

…y él a mí también.


— · —


—¿Estás enfadado conmigo?

—Mucho, pero se me pasará antes de llegar a casa.

—Quería regalarte…

—Lo sé.

—¿Entonces?

—Le gustas, me da miedo.

Los dos sabemos que el segundo polvo no había sido necesario. Ahora me arrepiento de no haber sido más puta y menos zorra. Follamos en el coche. Quiero tenerlo dentro antes de que se le pase y lo hace con furia. A mi lado, la grabación de mi follada en el momento justo que Gustavo me la clava como un poseso.

—Noto su semen —me dice.

—Y yo el tuyo. Me gusta.

—¿Y si te deja preñada?

No tengo respuesta, me dejé llevar, igual que con su padre.

El coche bambolea con cada arremetida. No es el único, hay más parejas junto al nuestro. Una chica sale a mear y dudo que tenga los años mínimos para estar en aquel aparcamiento. Tras ella, su novio la observa. Me dan ganas de llamarlo, me gustaría saber su edad.

—Los suficientes, puta —me dice la chica subiéndose las bragas.

Ni me inmuto, simplemente abro la puerta para que su novio me vea entera. No le dejo entrar, pero sonrío cuando le caen los pantalones al suelo y me la enseña. La tiene dura y se la menea mientras ella le grita. Me carcajeo. «Te da la espalda; a mí, su polla».

Saco el dedo por la ventanilla cuando Mario arranca y leo en los labios de esa boba la mitad de los insultos que luego recibirá su chico. Al menos, el infeliz se ha corrido dos veces.


— · —


Esta vez ha sido más fácil conseguir que hagamos toples juntas. Me admira tanto que acepta de buen grado todo lo que le pido. Caminamos por la orilla con la sonrisilla de la turbación impresa en la cara y me mira azorada cada vez que un conocido se cruza. Su corazón bombea y sus mejillas se inflaman, le encanta.

Al volver, nos encontramos con los chicos con los pies en el agua, esperándonos. Salto sobre Mario cargando su espalda y, de improviso, sale corriendo hacia las olas. Mis gritos por el agua que salpica mi piel caliente le hacen reír… y a mí con él.

Loli nos mira con envidia. Le encantaría poder hacerlo también… cien años antes. Ella y su marido se acercan hasta que el agua les cubre la cintura. Salto sobre Roberto intentando tirarlo, amarrada a su cuello mientras forcejeo para que pierda el equilibrio. En realidad es un regalo para el polvo de esta noche con Loli.

Ella chilla de miedo cuando me acerco, le toca su turno, pero enseguida se ríe, también quiere jugar. La tomo de las manos y la obligo a saltar contra las olas. Sus tetorras suben y bajan al compás del mar. Sus pezones están demasiado duros para ser del frío, Roberto mira los míos bailar.

Llega otra ola y, sin avisar, arranco su bikini sacándolo por los pies y huyo con él aguas adentro. La he dejado completamente desnuda y se asusta. A su marido, en cambio, se le pone dura, lo noto, lo veo. Jugamos a lanzar la prenda, pero Mario se apiada de su madre y se la entrega en cuanto le llega.

—Éste no es mi bikini —exclama contrariada.

Tres pares de ojos se vuelven a mí, ya con los pies en la arena. En efecto, yo llevo puesto el suyo, lo cambié dentro del agua. No hago concesiones, tendrá que ponerse el mío y, aviso, es de los muy sexys.

Caminamos los cuatro hacia las toallas. Aunque cogida de mi brazo, Loli me quiere matar, se le mete por el culo y deja mucho al aire. Ya se lo dije, era sexy.

Su marido, con la polla a reventar, camina por detrás con la vista fija bajo la cintura de cada una. Mario, junto a mí, aguanta la risa sorprendido por mi maldad. Cada día me quiere más.

Pese al apuro, Loli no se quita mi bikini durante el resto de la tarde. Normal, es mío y todo lo que viene de mí le gusta. Además, empieza a disfrutar sintiéndose vulnerable, paseando por el margen exterior de su zona de confort.

Le guiño un ojo al despedirnos y ella me sonríe. Las dos sabemos que esta noche van a follar conmigo de nuevo. Siento calor porque, en esta ocasión, he preparado el terreno para que disfrute tanto como su marido o más, tiene el consolador que le di.

Le dije la verdad sobre su origen, pero que se lo robé a mi madre. Esta noche, en su cama, Roberto me follará a mí, pero a ella se lo hará a mi padre. Un secreto nuestro, de nosotras dos, y me ha prometido que se lo va a hacer lubricar con saliva.

Mario llega al dormitorio muy tarde. Ha estado adelantando trabajo y no tiene ganas de fiesta. Se desviste en su lado de la cama cuando, por fin, llega la foto que estaba esperando.

El mismo selfie que le envié a mi padre la noche de mi boda, solo que, en esta ocasión, son Loli y Roberto los que aparecen posando con su consolador. No me resisto a reenviársela a su legítimo dueño. «Se la he prestado a tu consuegra, y te aviso, sabe de qué polla sale el molde».

Apago el móvil y me echo sobre Mario. Si quiere dormir, lo va a tener que sudar.


— · —


—Ay, Eva, cariño, no lo veo.

—Venga, Loli, confía en mí. Si sabes que te gusta todo lo que hago.

—Pero, una nudista… no sé yo…

Estamos en La Salvaje, y la he convencido para ir las dos solas. Consigo sacarla del coche a cambio de mil promesas que no voy a cumplir, y ya está totalmente colorada cuando extendemos las toallas.

—Y ahora, esto fuera.

Ella tarda en imitarme y, cuando lo hace, no se mueve de su toalla, tostándose bocabajo hasta que le arde la piel. Lo máximo que hace es dar un rápido paseo hasta el agua para refrescarse y volver.

En el coche, ya de retorno, no para de reír y me promete que un día, ya si eso, volveremos a repetir. Sé que no va a volver aunque le haya gustado más de lo que cree.

Pasamos por mi casa a ducharnos antes de llevarla a la suya y, cuando se mete en el baño, le quito las prendas de recambio que había dejado sobre la balda.

—¿Y mi ropa? —dice asomando la cabeza al salir.

—Si no lo haces con gente, lo harás conmigo a solas. —Yo también estoy sin nada.

Se tapa la cara y partimos a reír. Me dice que estoy loca, pero se deja llevar de la mano a la terraza donde he dejado las toallas. Nos tumbamos, alegres, risueñas. El sol baña nuestros cuerpos al completo. Hay vecinos, pero son pocos y están lejos. Hacen las veces de bañistas indiscretos, es menos anónimo, pero más morboso y ella termina por disfrutarlo conmigo. Sabía que le iba a gustar y me besa la mejilla.

—¿Por qué eres tan buena conmigo?

—No lo soy —le digo, y lo hago sincera.

Miro el reloj de mi muñeca, es la tercera vez, se acerca la hora.

—¿Te importa traer la crema? —le pido—. La he dejado junto a la entrada.

Acude solícita a por ella y se encuentra la sorpresa.

Mario la observa desde la puerta. Ha llegado a casa en pantalón de deporte y camiseta. La mira de arriba abajo sin despegar los ojos de su piel. Su oscuro coño es quien recibe la mayor parte de su atención.

Yo entro cuando ella ya se tapa con las manos y los tres nos quedamos mirando. Los ojos de Mario vuelven a descender hasta las manos de su madre. Ella duda hasta que, por fin, las aparta a cada lado, permitiendo que su hijo se recree con ella.

Mario me mira y hago un guiño que su madre no ve. Lo que va a pasar ya lo hemos hablado. Se acerca a su madre con la sorpresa en la cara del hijo al que le dejan mirar.

—Eva te lo ha contado, ¿no? —interpreta su papel.

—No pasa nada, cariño. Está todo bien —me defiende.

Loli, sobreexpuesta, aguarda estoica y gira su cara hacia mí. Asiento, me sonríe y yo sonrío a los dos. Están el uno frente al otro en silencio, con la conciencia turbada, pero teniendo todo claro.

—Si te pido que me dejes mamarte una teta, ¿te enfadarás?

Niega con la cabeza y le regala una sonrisa. Mario me mira y solo él y yo sabemos lo que piensa. Coge aire y lo expulsa, nervioso por lo que va a hacer. Y lo hace porque me lo debe. A mí, con su madre.

No le niega sus tetas, tampoco sus muslos cuando las caricias bajan a ellos. Su madre no siente placer, pero sí satisfacción. Me mira y me sonríe, contenta por participar de nuestro bonito sueño. Mario hace su juego (que es el mío) y consigue llevarla de la mano hasta nuestra cama. Follan, Mario arriba clavando su polla y yo detrás acariciando sus huevos.

Loli no se corre, pero respira acalorada. Normal, cuando se trata de Mario. Es un buen amante y sabe cómo jugar aunque ella sea su madre. Que aprenda su padre. Además, con los ojos cerrados, ella deja de verlo. Quizás en su cabeza esté mi padre con su gran polla. Ya hablaremos de ese consolador cuando tengamos tiempo.

Cuando Mario se corre en su madre, yo casi lo hago con él. Al acabar, nos quedamos sobre la cama. Él y yo a cada lado de ella.

—Gracias Loli —le digo al oído—, eres tan buena.

Su sien toca la mía. Está más agradecida que yo. Su hijo ha cumplido su gran fantasía y al hacerlo feliz, la feliz es ella.

Más tarde, cuando nos quedamos solos, me echo sobre él.

—Y ahora fóllame a mí —gimo en su oído—, pero como a una perra.

Me pongo las bragas de mi madre. Esta noche, yo seré ella.
 
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