El plan fue un verdadero desastre. Ridículo, absurdo, sin sentido, y yo me encabezoné en llevarlo a cabo. Le di el coñazo a Silvia hasta la extenuación durante varios meses, y es que me puse tan pesado que no le quedó más remedio que aceptar mi alocada proposición. No sé en qué momento pensé que era buena idea montárnoslo en el cine delante del viejo mirón para restregarle los encantos de Silvia y que supiera que jamás iba a volver a ponerle una mano encima a mi mujer.
Y nada salió como había fantaseado.
El viejo se volvió a follar a Silvia y en una escena surrealista se la llevó a los baños de los cines e hizo con ella lo que le dio la gana. Y no solo eso. También dejó que el segurata del centro comercial participara y azotara el culo de mi mujer con su porra y que después se hiciera una paja y eyaculara sobre su enrojecida piel.
Contemplé atónito la escena, sumiso, excitado y después el viejo se folló a Silvia en uno de los reservados hasta correrse dentro de ella. Cuando terminó con mi mujer la dejó allí, de pie contra la pared, con las braguitas bajadas, las tetas fuera y su corrida llenando las tripas de mi querida esposa.
Me dio tanto morbo verlo que no me pude resistir y terminé follándomela en los mismos baños después de que ese cerdo lo hiciera. No me importó que él se acabara de derramar en su coño, incluso eso hizo que todavía me pusiera más caliente y embestí a Silvia sujetándola por la cintura.
Pensamos que lo que pasó la primera vez había sido un error, fruto de la calentura que teníamos cuando el viejo llegó y se sentó a nuestro lado, pillándonos desprevenidos, pero en esta segunda ocasión ya no teníamos ninguna excusa. Yo había dejado que ese pueblerino me abofeteara, que me humillara, y que después se follara a mi mujer delante de mis narices.
¡No podía haberme comportado de manera más patética!
Lejos de avergonzarme, todo eso me había excitado. Y Silvia me había visto con la polla dura mientras el viejo la destrozaba desde atrás. Regresamos del centro comercial a casa en silencio, ninguno de los dos dijo ni una palabra en el coche, yo sentía unos nervios y un cosquilleo en el estómago que me tenía eufórico y confundido, sin entender lo que había pasado en el cine.
¡Ver cómo se follaban a mi mujer había sido una sensación indescriptible!
En casa volvimos a hacerlo, Silvia seguía caliente, con el corazón acelerado, las mejillas encendidas, los pechos duros y sensibles, y echamos un polvo salvaje, agresivo, sacando nuestros instintos más primarios. Y al terminar mi mujer se quedó bocarriba en la cama, desnuda, con la respiración agitada y me preguntó.
―¿Te gustaría volver al cine otro día?
No supe ni qué contestar, pero tuve que ponerme encima de ella otra vez y se la volví a meter hasta los huevos. Y no la saqué hasta que me corrí. No podíamos parar de follar, terminábamos y no se nos pasaba el calentón.
Así hasta que dos horas más tarde Silvia salió de la cama y se pegó una ducha mientras yo le esperé sin dejar de pensar en lo que nos había dicho el viejo antes de despedirse. El muy cerdo se había ofrecido para emputecer a mi mujer. Y lo que era peor.
Silvia parecía dispuesta, o no me hubiera preguntado lo de volver al cine.
Al día siguiente no mencionamos lo que había pasado y jamás volvimos a hablar del asunto, al igual que la primera vez. Además, mi mujer estuvo varias semanas haciéndose analíticas y visitando al ginecólogo para asegurarse de que aquel tipo no le había contagiado ninguna enfermedad.
Había sido una jodida temeridad dejar que ese viejo se la metiera a pelo, pero ese cabrón hacía con mi mujer lo que le daba la gana, como si anulara su voluntad. Por suerte, todos los resultados salieron bien y en un par de meses nos olvidamos de ese incidente volviendo a la rutina diaria.
Es muy difícil seguir con tu vida cuando has vivido una situación así. Aunque no lo comentes en casa con tu mujer, se te viene a la cabeza constantemente, es inevitable, y a nosotros no nos había pasado una, sino dos veces. No puedo decir que fuera algo de lo que me arrepintiera, porque había descubierto todo un mundo lleno de posibilidades, y fueron dos hechos puntuales que disfruté mucho, pero si pudiera dar marcha atrás, sin duda alguna, no lo repetiría, y preferiría que se hubiera quedado tan solo en una fantasía.
Ahora ya no podía hacer nada. Tendría que aceptarlo y vivir con ello. Yo me lo había buscado y no lo impedí cuando pude hacerlo, así que era absurdo lamentarse.
Solo me quedaba pasar página y seguir adelante.
Pero seis meses más tarde volvimos a encontrarnos con el viejo mirón. Fue un día que pasamos con los amigos en el centro comercial, después de comer dejamos a los niños en el parque de bolas y las cuatro parejas de casados entramos en una cafetería para hacer la sobremesa. Entonces lo vi.
Me sorprendí porque no esperaba encontrármelo allí, estaba degustando un café con una morena delgadita bastante atractiva que tendría sobre 40 años. No podía ser su pareja porque no pegaban nada y él parecía muy tranquilo y educado, nada que ver con el hijo de puta que azotaba las nalgas de mi mujer en el reservado de los baños la última vez que nos vimos.
Ocupamos una mesa de la cafetería y Silvia se puso de espaldas al viejo, por lo que no lo pudo ver, pero yo estaba frente a ella y él enseguida nos reconoció. Se me quedó mirando unos segundos y luego volvió a la conversación con la morena que lo acompañaba.
Era una situación muy extraña, tomando café con nuestros amigos, que ni por lo más remoto podrían imaginarse que el señor que estaba detrás de nosotros se había follado a Silvia. Intenté actuar con normalidad, pero era muy complicado seguir con la conversación sabiendo que el viejo estaba pendiente constantemente de nosotros.
Me puse hasta un poco nervioso, no era una situación agradable compartir espacio con nuestros amigos y ese tío, pero según fue pasando el tiempo me fue inevitable recordar lo que había sucedido y hasta me resultaba morboso escuchar a Silvia, hablando con su sobriedad habitual, y justo por detrás de su hombro visualizar al mirón, que seguía atento a lo que hacíamos.
Podíamos haber terminado el café, nos habríamos marchado de allí y quizás hasta dentro de otros seis meses no hubiéramos vuelto a coincidir con él, pero yo no quería marcharme así, y sin saber muy bien por qué, me levanté para ir al baño.
Estaba convencidísimo de que él me iba a seguir y en vez de entrar en un reservado me quedé en un urinario de pared. Apenas me la acababa de sacar cuando sentí que alguien se ponía a mi lado. No tuve ni que mirar, solo con el ruido de la cremallera de sus pantalones al bajar ya supe que era él.
Ese sonido me transportó a la primera vez que se sacó la polla delante de nosotros y casi de manera inconsciente se me puso dura.
―Cuanto tiempo ―fue lo primero que me dijo―. Veo que la rubia sigue igual de buenorra...
Miré hacia él y no supe ni qué contestar. El muy cabrón se sujetaba su enorme verga, que aunque no estaba dura la tenía medio hinchada y soltó un potente chorro de pis que se estrelló contra el urinario. Con una sonrisa burlona se desahogó, soltando una meada abundante que parecía no tener fin, mientras yo con el pito erecto eché unas gotitas y con mucho esfuerzo.
―Pensé que volveríamos a vernos, lo pasamos bien la última vez, ¿no? ―insistió el viejo, sacudiéndosela de manera exagerada.
―Perdona, tengo que irme...
―¿No pensasteis en mi oferta?, que por cierto sigue en pie..., los dos sabemos lo que necesita la rubia, y también que tú no se lo puedes dar ―me dijo con unas palmaditas en la espalda sin haberse lavado las manos después de guardársela en los pantalones.
Avergonzado me giré y fui hasta el grifo, pero él vino detrás de mí. Con toda la naturalidad del mundo se echó un poco de jabón y cruzamos la mirada a través del espejo. Justo en ese momento entró en el baño uno de mis amigos.
―Ey, Santi ―me saludó al pasar a mi lado antes de meterse en un privado.
―Bueno, campeón, no te molestó más, que ya he visto que hoy tenéis compañía ―apuntilló el viejo―. Dile a la rubia de mi parte que está estupenda, ¡ufff, esos vaqueros tan ajustados le quedan de muerte!..., y el sábado que viene estaría muy bien si os pasáis por el cine..., lo voy a dejar en tus manos, seguro que se te ocurre algo para convencer a tu mujercita, yo os espero sobre las diez por la zona de las taquillas, no me falles, ¿eh? ―y se acomodó el paquete.
Mi amigo salió del baño y se puso a mi lado mientras el viejo terminaba de secarse las manos. Se despidió de mí con un “hasta luego” y los dos le contestamos, como si fuera un desconocido, por simple educación.
Volví a la mesa con la cara desencajada y Silvia enseguida notó que algo pasaba. Se me quedó mirando, preguntándome con la cabeza en un gesto imperceptible del que ninguno se percató y yo negué para tranquilizarla. Cinco minutos más tarde el mirón pasó por delante de nosotros con la chica morena y Silvia le siguió hasta la puerta, preguntándose quién era aquel tío que le sonaba tanto.
No lo reconoció de primeras, porque lo vio de espaldas, pero en cuanto procesó quién era el que acababa de salir de la cafetería me miró con los ojos abiertos como platos y esta vez afirmé, levantando las dos cejas. No hizo falta decirnos nada más.
Y ya en casa, estuve con las niñas en su cuarto hasta asegurarme que se quedaban dormidas. Después entré en el baño de nuestro dormitorio y Silvia se estaba desmaquillando frente al espejo todavía en vaqueros y en la parte de arriba con tan solo un sujetador negro.
―Se han quedado fritas las niñas, no me extraña, han estado toda la tarde jugando sin parar... ―y me puse detrás de ella pasando las manos hacia delante para sobar sus pechos.
―Santi, estate quieto.
―¿No te apetece hoy?, es sábado, las niñas están muy dormidas..., no sé, podíamos aprovechar.
―Pues no, no me apetece, estoy cansada.
―Venga, Silvia, ya llevamos más de una semana sin...
―A ti ya veo que sí. No tendrá nada que ver que hayamos visto a ya sabes quién esta tarde, ¿verdad?
―No, claro que no.
―Cuando has vuelto del baño se te había cambiado la cara, ¿me vas a contar lo que ha pasado?
―Estaba sentado detrás de ti, y cuando he ido a mear me ha seguido...
―¿Has hablado con él? ―me preguntó sin dejar de desmaquillarse.
―Sí.
―¡Lo sabía!, ¿y no me lo ibas a contar?
―Lo estoy haciendo ahora, acabamos de llegar a casa.
―¿Qué te ha dicho? ―dijo dándose media vuelta y quedándose frente a mí con los brazos cruzados.
―Bueno, apenas han sido unos segundos, yo tampoco le he hecho mucho caso.
―¡Santi!, que nos conocemos, ¿qué te ha dicho?
―Que pensaba que íbamos a aceptar su oferta...
Silvia frunció el ceño, sin entender a qué se refería.
―Sí, ya sabes, cuando..., bueno, la última vez que nos vimos..., te propuso algo ―susurré avergonzado―, y también me ha dicho que estás muy buena y que esos pantalones te quedaban de muerte...
―¿Te ha soltado eso?, así de primeras.
―Sí.
―¿Y tú qué le has contestado?
―Nada, comprenderás que para mí también ha sido violento, no es que me apeteciera mucho escucharle mientras intentaba mear...
―¡Menudo imbécil!
―Y bueno, esto no te lo iba a decir, pero... antes de irse me ha pedido que te convenciera para ir el sábado que viene al cine, a las diez.
―¡Anda, qué bien!, habéis quedado como dos coleguitas, ¿y qué peli vamos a ver?
―No, Silvia, yo no he quedado con nadie, ni le he contestado, he pasado de él...
―Ah, menos mal.
―Pero no te enfades, ¡no he hecho nada!, me lo he encontrado de casualidad y él ha venido a hablar conmigo, solo eso...
Y ella se giró, reanudando su tarea frente al espejo. Parecía cabreada y no lo entendía, quería hacerme quedar a mí como el malo de esta situación. Es verdad que lo que ocurrió la segunda vez fue por un absurdo plan mío, al que Silvia se negó desde el principio, pero después se dejó follar por él, y eso no estaba previsto, ni yo se lo había pedido. Me acerqué a ella y besé su hombro, volviendo a acariciar sus pechos por encima del sujetador.
―Olvídate de él, vale, perdona, no debería haber dejado que hablara así de ti.
―Pues no... y estate quieto, te he dicho que no me apetece ―me pidió resistiéndose con menos firmeza.
―Aunque bueno, no le faltaba razón en lo que ha dicho ―quise bromear con Silvia―, ¡esos vaqueros te hacen un culazo increíble! ―murmuré acariciándole el trasero y después soltando una pequeña cachetada.
―Santi ―susurró inclinando el cuello para que posara mis labios allí.
Se le escapó un gemidito imperceptible y Silvia trató de liberarse de mis manos, que seguían palpando sus tetas y el culo sin descanso. Había sido hablar del viejo mirón tres minutos y los dos ya estábamos muy cachondos. Podía verlo en la cara de mi mujer, en su boca entreabierta, en cómo se dejaba sobar y me lo confirmó cuando sacó las caderas hacia atrás, para sentir mi paquete contra su cuerpo.
―Santi, aaaah, te he dicho que no...
De un tirón le saqué las tetazas por encima del sujetador, se lo podía haber quitado, pero hacerlo de esa manera me parecía más vulgar y me apetecía que Silvia se viera así frente al espejo. Ella estiró su brazo, me agarró la polla por encima del pantalón y me pegó un par de sacudidas. Cuando me la fue a sacar yo se lo impedí, reteniendo su brazo.
―No, hazlo cómo me gusta, ya sabes, por encima...
Y Silvia comenzó a pajearme, rodando mi polla en la palma de su mano, apretándola y soltándola, haciendo que bailara y llevándome al séptimo cielo.
Me apoyé en su espalda y sin dejar de acariciarle las tetas mordisqueé su oreja, gimoteando, entonces le susurré en bajito.
―¡Quería emputecerte..., eso fue lo que nos dijo la última vez que...!, aaaah, aaaah, joderrrrr... ¡hacía mucho tiempo que no me hacías una paja así!
―¿Qué has dicho? ―preguntó Silvia sin dejar de masturbarme.
―Que quería hacerte eso, ¿lo recuerdas?
―Santi..., aaaaah, aaaaah.
―¿Lo recuerdas?
―Sí...
―Quería que fueras su puta, mmmmmm, hoy estaba con una morenita muy guapa, no tendría más de cuarenta años, ¿tú crees que también se la follará?
―Joder, Santi, y yo qué sé...
―Seguro que sí, cuando se ha puesto a mi lado en el baño no he podido evitar fijarme en su polla, la tenía hinchada, enorme, ¡ufffff, lo tenías muy cachondo a ese cabrón solo con verte!
―Aaaaah, cállate...
―Aaaah, Silvia, Silvia ―gimoteé apoyando las manos en el lavabo y dejando que mi mujer incrementara la velocidad de su paja.
Apoyó la cabeza en mi hombro y sacó la lengua para rozarme los labios con ella.
―Mmmmm, ¡qué dura la tienes!, ¿vas a correrte en los pantalones?
―Joder, Silvia, ufffff, no puedo más...
―¡Hazlo, no me importa!
―Mmmmm, mmmmmm...
―Vamos, sííííí, sííííí, ya lo tienes..., échatelo todo encima...
Y comencé a tener los espasmos típicos mientras me vaciaba, empapándome los calzones, al ritmo al que Silvia me frotaba la polla por encima de los vaqueros.
―¡Aaaaah, aaaaah, diosssss, aaaaaah, qué bueno!
Me encantaba ver la cara que ponía Silvia mientras yo llegaba al orgasmo, sonreía satisfecha y se mordía los labios, señal de que ella también estaba muy cachonda. En cuanto terminé ella se guardó las tetas en el sujetador y volvió a coger los discos de algodón para terminar de quitarse el maquillaje de la cara.
―¡Lo siento, Silvia!, es que sabes que eso me gusta mucho...
―No importa... ¿ya te has quedado a gusto?
―Sí, claro, pero también me gustaría que tú también disfrutaras...
―Da igual, te dije antes que no me apetecía.
―Sí, pero...
―Entonces... ―me soltó de repente sin tan siquiera mirarme―. ¿A qué hora dices que has quedado con ese tío el sábado que viene?, porque quieres ir, ¿verdad?