5
Al día siguiente me levanté temprano, sobre las nueve, Mónica estaba en la cocina desayunando sola y me preguntó si quería algo.
―Voy a salir a correr, gracias... me gusta entrenar en ayunas... ¿te acabas de levantar?
―No, llevo ya un par de horas estudiando, voy a desayunar y luego voy a hacer un poco de ejercicio en el jardín...
―Estupendo, bueno, Mónica, luego nos vemos...
―Hasta luego...
Salí a correr una hora por los alrededores y cuando terminé entré en la facultad de empresariales. Al día siguiente empezaba ya las clases y estaba un poco nervioso. Repasé los listados, para asegurarme a qué aula tenía que ir y luego me acerqué hasta allí para saber dónde estaba exactamente. Desayuné algo en la cafetería, que ya tenía algo de ambiente y luego me volví al chalet.
Mónica estaba estudiando de nuevo en la mesa del salón y me subí a la habitación después de un simple saludo para que no perdiera la concentración. Tampoco tenía mucho que hacer hasta la hora de la comida, así que me pegué una pequeña ducha antes de bajarme a la piscina, tampoco era plan de meterse en el agua hecho un cerdo.
Estuve chapoteando un rato, porque tampoco es que se pudiera nadar mucho y luego me quedé tranquilo, disfrutando del silencio y lo relajante del agua. Con los ojos cerrados me fue inevitable pensar en mis anfitriones, era un matrimonio peculiar, Mónica era un ordenador con patas y a Fernando se le veía muy buena persona y con un carácter muy distinto al de su mujer.
Me pregunté cómo serían en la cama, me era muy difícil visualizarlos teniendo sexo, no pegaban nada, aunque se llevaban muy bien, tampoco es que llevara mucho tiempo en la casa, pero no me los imaginaba discutiendo y además, cada uno tenía delimitada perfectamente sus tareas en la casa, lo que ayudaba la convivencia. Supuse que tenía que haber sido muy duro para ellos haber metido a un desconocido en su casa, y que estaban pasando por problemas económicos, Fernando no tenía trabajo y Mónica se estaba preparando una oposición, a pesar de ello, se notaba que les gustaba las cosas buenas, comida, ropa de marca, y que tenían buen gusto en general. El chalet estaba impecablemente decorado, no le faltaba detalle, la cocina moderna, los muebles de jardín, sofás de calidad, electrodomésticos buenos, la piscina, la bodega que se habían hecho... rezumaba pasta y clase por todos lados.
Y yo no hacía más que pensar en Mónica, lo que más me gustaba evidentemente era su fantástico trasero, pero me ponía todo en general, su pelo, la sonrisa, la elegancia que tenía, sus piernas. Era una señora MUJER en mayúsculas y yo un pobre desgraciado que fantaseaba con... no sé con qué fantaseaba, sinceramente, veía a Mónica tan inalcanzable que incluso me costaba fantasear que tenía algo con ella. Cuando me pajeaba solo lo hacía mirando sus fotos y disfrutando de su cuerpo, nada más.
Precisamente, pensando en su culo se me empezó a poner dura bajo el agua y me desabroché el nudo del bañador para comenzar a masturbarme, estaba de espaldas a la puerta y aunque entrara alguien no se me vería lo que estaba haciendo, estaba tan cachondo que incluso me bajé un poco el bañador para sacarme la polla, por un momento llegué a fantasear con que Mónica entraba y me pillaba así lo que me hizo ponerme más caliente todavía. Me hubiera gustado bajarme el bañador del todo, incluso quitármelo en esa piscina en la que Mónica se había bañado tantas veces, pero no quería arriesgarme a que me pillaran. No sé qué iban a pensar de mí si el segundo día me descubrieran en pelotas y empalmado en su lujosa piscinita.
Continué tocándome con la polla fuera, era una sensación muy agradable, no tenía ninguna preocupación, ni se escuchaba ningún ruido. Solo estaba yo con mi paja. No me quise correr en el agua y veinte minutos más tarde salí de la piscina con una buena empalmada bajo el bañador.
Subí por la escalera después de secarme un poco y me metí en la habitación para vestirme. Bajé a la cocina y Mónica estaba preparando la comida.
―¿Te puedo ayudar?, huele de maravilla...
―Pues sí, mira, estaba preparando unas albóndigas, mira coge así la carne picada y me las vas haciendo, de este tamaño más o menos...
―Tienen una pinta estupenda...
―Y mejor saben, hoy voy a hacer unos guisantes salteados con jamón y huevo y unas albóndigas...
―Pues es un menú fenomenal, por cierto, ¿Fernando no está?
―No, ha salido a comprar el pan y a darse una vuelta, no creo que tarde mucho en volver...
Seguí ayudando a Mónica a hacer la comida y sobre las dos menos cuarto ya estaba todo listo, puse la mesa en el jardín y a las dos en punto ya estábamos comiendo. Era increíble la organización de Mónica y lo bien que cocinaba. Aquella mujer lo hacía todo bien, y con esas curvas, lo bien que se movía haciendo fitness y la elasticidad que tenía, en la cama debía ser poco menos que una puta diosa.
Sabía que unas semanas más tarde cuando empezara a llegar el frío ya no íbamos a poder disfrutar de esas comidas ni cenas en el jardín, pero ahora me encantaba estar allí, además, comer con ellos iba afianzando mi relación con el matrimonio y también se notaba que ellos estaban a gusto conmigo. Después de comer les ayudé a recoger la mesa y cuando terminamos estuvimos charlando un rato en el jardín.
―Así que ya empiezas mañana la universidad... estarás nervioso ―me dijo Fernando.
―Pues sí, estoy nerviosillo, a ver qué tal... al principio se me hará duro, no conozco a nadie... bueno... poco a poco...
―Eso es al principio, luego te harás tu grupo de amigos y vas a disfrutar mucho, ya lo verás... ―me dijo Mónica.
―Sí, supongo.
―Por supuesto, puedes traer a quién quieras a casa, faltaría más ―me dijo Fernando.
―Vale, muchas gracias... está bien saberlo.
―Cuando tengas tu grupito de amigos ya nos pedirás hacer alguna fiesta en la bodega de abajo, no hace falta que nos pidas permiso, con que nos avises vale ―volvió a insistir él.
―Bueno, deja al chico, no ha empezado las clases y ya le estás hablando de fiestas y amigos ―le replicó Mónica.
―Es para que lo sepa, en un par de meses tendrá nuevos amigos y saldrá de fiesta con ellos, todos hemos tenido 18 años y sabemos lo que es ir a la universidad...
Mónica miró el reloj y se despidió de nosotros.
―Voy a echarme un poco la siesta, bueno, Adrián, hoy va a hacer muy bueno también, ¿te animas luego a la clase de yoga en el jardín?
―Ehhh... sí, sí, claro... ya te dije que sí...
―Pues a las siete nos vemos...
―Sí, a las siete, ya lo sabía...
―Bueno, chicos, me subo...
―Yo también me voy a acostar, me he pegado un baño en la piscina y ahora estoy, plofff...
―Te deja relajado el agua, ¿eh? ―me preguntó Mónica mientras subía con ella por la escalera.
―Uffff, ni que lo digas, me encanta la piscina... ¿Fernando y tú la usáis mucho?
―No, él no, casi no se mete, yo me baño todos los días después de cenar... me viene muy bien para desconectar y dormir... ―me dijo Mónica apoyada bajo el marco de la puerta de su habitación.
Se me quedó mirando fijamente y me hubiera gustado seguir hablando con ella, pero no me salían las palabras y me despedí con un simple “hasta luego” subiendo hasta mi cuarto. A pesar de lo relajado que estaba todavía no se me había pasado el calentón de la piscina y me costó dormir. Al final no quise estirar mucho la siesta porque estaba nervioso y solo me eché una hora para descansar mejor por la noche.
Estuve preparando todo lo que iba a llevar a la universidad al día siguiente y eligiendo la ropa antes de bajar a las siete en punto. Me puse un pantalón corto y una camiseta técnica de deporte y Mónica ya me estaba esperando en el jardín. Había extendido dos esterillas en el césped y tenía música relajante puesta en el altavoz. Fernando estaba resguardado en la sombra tomándose una cerveza con limón y mirando hacia nosotros.
―¿No te animas? ―le pregunté.
―Quita, quita, si hago eso me rompo todos los huesos...
―Empezamos... ―me dijo Mónica sentada en la típica postura de flor de loto.
Los primeros minutos me sentí ridículo haciendo yoga con esa mujer que apenas conocía de nada en el jardín de su casa, pero Mónica tenía una voz muy agradable y me fue guiando de maravilla durante la práctica, incluso se levantó un par de veces para intentar corregirme la postura y terminamos la clase con unos estiramientos.
―¿Qué tal tu primera clase de yoga?... la he hecho sencillita para que la pudieras seguir... creo que no se te da nada mal...
―Pues me ha encantado ―dije flexionando la rodilla todo lo que podía.
Mónica llevaba unas mallas grises hasta los tobillos, una camiseta de tirantes y una cinta recogiendo su pelo. Debido al sol se había acalorado y cuando dobló la pierna tumbándose en el césped me quedé mirando su muslo y cómo se le marcaba el culazo con esas mallas.
―¿Mañana repites? ―me preguntó.
―Sí, ¿por qué no?
―Bueno, yo ya estoy lista ―dijo Mónica poniéndose de pie―. Estira bien que mañana vas a tener alguna agujeta, aunque tú eres joven... y recuperáis rápido...
Con disimulo le seguí la trayectoria tumbado en el suelo, ella se acercó a su marido y se inclinó para darle un suave pico en los labios mientras él le daba una cachetada cariñosa en su culo. ¡¡Menudo pandero tenía la cabrona!! Yo le hubiera soltado un buen azote.
¡Ese culo no se merecía otra cosa!
―Voy a preparar la cena, chicos...
―Ahora voy a ayudarte ―le dije yo.
Me levanté en dirección a la cocina, Fernando seguía sentado en el mismo sitio que cuando había llegado.
―Me he cansado solo de veros... ―me dijo.
―Tampoco ha sido para tanto, jajajaja... a mí me ha gustado... todo, bueno, voy a echarle una mano a Mónica...
Cuando salí del jardín me di cuenta de lo que acababa de decir, esperaba que Fernando no se tomara mi comentario con doble sentido, que no lo tenía, aunque él no tenía pinta de enfadarse por ese tipo de cosas, a decir verdad, no tenía pinta de enfadarse por nada, jamás había conocido a un hombre así de tranquilo. No se alteraba por nada.
Su mujer ya estaba como un terremoto en la cocina preparando una crema de verduras con la thermomix y un pescado a la plancha.
―¿Puedo ayudarte?
―No hace falta, ya casi está listo, toma si quieres, vete poniendo la mesa fuera...
―Hecho...
Cenamos en el jardín y un poco antes de las nueve Mónica se levantó recogiendo los platos, yo hice lo mismo y coincidimos en la cocina.
―Deja esto, Mónica, que ya friego yo...
―De eso nada, esto le toca a Fernando, que no ha hecho nada... ni se te ocurra tocar un plato... ¡¡Fer!! ―dijo gritando a su marido―. Ya sabes lo que tienes que hacer... anda, haz algo... ahhh, Adrián, muchas gracias de todas formas...
Y se subió por las escaleras sin decir nada. Al final ayudé a Fernando a fregar los platos y dejar la cocina recogida y luego estuvimos en el salón viendo la tele. Ni me di cuenta cuando apareció Mónica con una toalla envolviendo su cuerpo y otra en el pelo.
―Ahh, perdona ―dijo extrañada al verme―. No sabía que estabas aquí ―y se subió a la habitación sin decir nada más.
Aquello me excitó terriblemente, la imaginé desnuda bajo la toalla, aunque posiblemente llevara un bañador puesto, pero mis hormonas estaban a mil en ese momento y sin querer volví a empalmarme bajo el pantalón. Me resultaba extraño estar viendo la tele con la polla dura y a la vez hablar con su marido como si no ocurriera nada.
Y todavía fue peor cuando Mónica regresó al salón, se había secado el pelo, aunque lo tenía un pelín húmedo, llevaba un pijama de entretiempo bastante fino, y se le notaban las braguitas, pero lo peor era en la parte de arriba, que bajo la camiseta de manga larga se apreciaba bastante bien que no llevaba sujetador, supongo que sería una costumbre de ella que después de ducharse y antes de dormir ya no se lo ponía, y posiblemente no se esperara que yo siguiera en el salón, pero a mí me calentó mucho.
Llevaba un libro de la mano y se sentó junto a su marido.
―¿Qué estáis viendo?
―La verdad que nada... ―dijo Fernando.
Mónica se puso a leer y yo me quedé observándola con disimulo mientras veía la tele. Me gustaba cómo se le dibujaba el contorno de sus tetas bajo la camiseta, no parecían excesivamente grandes, pero los pezones oscuros luchaban por atravesar la tela. Tuve que acomodarme la polla bajo el pantalón un par de veces y al final ocurrió lo inevitable. Fernando me pilló mirando a su mujer.
De un bote me puse de pie intentando ocultar la erección.
―Yo os dejo, que mañana tengo que madrugar...
―Buenas noches.
―Qué descanses... ―dijo Mónica sin dejar de leer el libro.
Llegué a la habitación y una vez que tenía todo preparado para el día siguiente me tumbé en la cama con el ordenador. Abrí la carpeta donde tenía las cinco fotos de Mónica y muy despacio me la estuve meneando casi media hora. No tenía ninguna prisa en correrme y con el calentón que llevaba acumulado se me había puesto súper dura. Ya casi no me la podía ni tocar y me la acariciaba suave con dos dedos sin dejar de pasar las fotos una y otra vez. Estuve tentado de enviarle una solicitud de amistad a su ********, pero todavía no tenía la suficiente confianza para hacerlo.
No podía dejar de pensar en ella, en su olor, en el vestido corto blanco con rayas azules, en su pelo húmedo, en sus potentes muslos, en sus tetas desnudas y libres bajo el pijama y sobre todo en su perfecto culo llenando las mallas deportivas. Aquel pandero era de los que te quedabas con ganas de azotar con fuerza cuando pasabas a su lado, incluso me llegué a asustar imaginando que cualquier día se me iba a escapar la mano irremediablemente.
Ya solo me pajeaba con un dedo, la polla me palpitaba con las venas a punto de reventar y cuando me acaricié el prepucio toda mi corrida salió disparada saltando por encima de mi cabeza. Tuve que sujetármela apuntando hacia el ordenador dónde ahora Mónica ocupaba toda la pantalla, entonces tres lefazos fueron a parar a su cara, cubriéndola el rostro. Le di al botón del espacio para que la foto se detuviera y me quedé unos segundos mirando el estropicio.
Había empapado el ordenador y me encantaba cómo me había corrido sobre la imagen de Mónica. No sé lo que me iba a durar el portátil si seguía haciendo eso, pero me gustó tanto la sensación que sabía que lo iba a repetir muchas más veces.
Cuando limpié todo me quedé un poco más relajado, aunque me costó dormir. Al día siguiente comenzaba la universidad.
6
A las siete y diez sonó el despertador y sin pensármelo salí de la cama y me pegué una ducha. Me vestí, cogí el móvil, la cartera y bajé a la cocina. Al pasar por el salón vi una luz y Mónica ya estaba estudiando.
―Buenos días ―me dijo, susurrando en bajito.
―Buenos días, ¡qué madrugadora!
―Sí, llevo un ratito ya, que te vaya bien en tu primer día...
―Muchas gracias, Mónica.
Desayuné en la cocina y quince minutos antes de que empezara la clase salí de casa. Fui muy tranquilo, ya que la facultad estaba cerca y cuando entré casi no había nadie por los pasillos. Me fui hasta mi aula y ya había unos diez estudiantes.
Me quedé mirando dónde ponerme. Puede parecer una tontería, pero es muy curioso como una decisión así cambia tu vida. Depende del lugar en el que te pongas te vas a juntar con unos o con otros y seguramente eso te marque en el futuro, pareja, amigos, incluso trabajo. En aquel momento, con 18 años yo no pensaba esas cosas, pero ahora, con perspectiva es evidente que así fue mi caso.
El aula estaba formada por mesas alargadas con sillas de madera de estas que se bajan cuando te sientas. En cada fila había cinco asientos y yo puse en la parte de atrás en el lado derecho. Poco a poco se fue llenando el aula, al principio lo típico, no conocía nadie y la gente prefería ponerse en los extremos, aunque los que iban llegando más tarde no les quedaba más remedio que ir ocupando las zonas centrales.
En el otro extremo de mi fila se sentó una rubia alta y desgarbada, luego otros dos chicos y a mi lado se sentó un terremoto que no se paraba quieto.
―Hola, ¿qué tal?, me llamo Sergio... ―dijo estrechándome la mano.
―Hola, Adrián, encantado.
Me resultó curioso que solo se me presentara a mí y no al que tenía a su izquierda. Sinceramente, han pasado tantos años que no recuerdo bien de qué asignatura era esa primera clase, pero lo que si me acuerdo bien es de la chica que tenía delante de mí.
Paula Santos Izquierdo.
En aquel momento no conocía nada de ella, solo que físicamente era una muñequita y tenía la sonrisa más bonita que había visto en mi vida. Pelo rubio, cara aniñada con pequitas por la zona de la nariz, media melena rizada, ojos azules, unos dientes perfectos, muy poquito pecho y un culo redondo y respingón que lucía de maravilla con unos pantalones vaqueros. Vestía muy clásica, quizás demasiado, con unos zapatitos de charol de niña buena y un jersey de color rosa.
Me fue difícil concentrarme en la clase, empezaba bien de cojones, con aquella chiquilla delante de mí el día se me iba a hacer más ameno, lo que no sabía es si me iba a enterar de algo.
Cuando terminó la clase nos levantamos y salimos fuera. Estuve hablando un rato con Sergio, aunque tampoco nos dio tiempo a mucho, en apenas cinco minutos ya venía el profesor de la siguiente asignatura.
Aquel primer día solo me relacioné con él, incluso fuimos a almorzar juntos a la cafetería.
―Se te van a caer los ojos encima de la rubia ―me soltó de repente―. ¿O te crees que no me he dado cuenta de cómo la miras?, jajajaja...
―Sí, bueno...
―Reconozco que tienes buen gusto, por cierto, mira, ahí está con las otras tres que se ponen con ella, mmmmm, no está nada mal, buen culo, muy guapa, quizás un poco clásica para mi gusto, demasiado quizás... y tú, ¿tienes novia, Adrián?
―En el pueblo tengo algo, aunque hemos medio cortado antes de venir ―le contesté yo.
―Entonces no tienes...
―Es algo más complicado que eso...
―Nada, lo mejor es estar soltero, mira la de tías que hay aquí, ya verás que añito vamos a pasar... y por cierto, ¿dónde vives?
―Pues en una casa cerca de aquí, me ha alquilado una habitación un matrimonio, así que bien...
―¡Anda, qué curioso!
Justo en ese momento pasó la chica rubia que se sentaba en nuestra misma fila, era alta, muy delgada, tenía un piercing en el labio y un enorme tatuaje en el hombro y por todo el brazo izquierdo que llamaba mucho la atención, aparte de varios tatuajes más muy pequeñitos por todo el cuerpo. El vaquero ajustado casi no le hacía culo, pero a pesar de lo flacucha que estaba lucía dos impresionantes tetas que botaban peligrosamente en su camiseta blanca de tirantes a cada paso que daba. Nos miró con sus penetrantes ojos verdes de gata que hizo que Sergio y yo nos quedáramos paralizados. Casi ni reaccionamos cuando pasó a nuestro lado.
―Hola... ―dijo en bajito, con una voz tímida.
Y después se fue, Sergio y yo nos miramos y comenzamos a reírnos.
―¡Hostia!, ¿y esta tía?
―Joder, no sé, creo que se sienta en nuestra fila, a la izquierda... ―dije yo.
―¿De qué va?, ¿de gótica?
―Jajajaja, no, no va de nada, solo lleva tatuajes y un piercing, ya está...
―¿Has visto qué tetas tiene?
―¡Como para no verlas!... bueno anda, vamos a clase que al final hacemos tarde...
Un par de horas más y terminamos el primer día. El jueves cuando salimos fuera entre clase y clase ya nos juntamos los cuatro chicos de la fila, Pablo e Iván se llamaban los otros dos. Mientras hablábamos, la rubia del tatuaje se quedaba a nuestro lado y se reía mucho con las ocurrencias de Sergio que era un poco el que llevaba la voz cantante. El viernes, después de la tercera clase, quedamos para ir a almorzar a la cafetería, entonces me acerqué a ella.
―Hola, ¿qué tal?, me llamo Adrián.
―Hola, yo soy Elvira...
―Encantado ―dije dándole dos besos.
Inmediatamente se presentó Sergio también y después Pablo e Iván.
―Vamos a la cafetería, ¿te vienes? ―pregunté a Elvira.
―Sí, claro...
Y fue la primera vez que nos juntamos los cinco. Al final de la primera semana ya había formado mi grupo de amigos. Sergio era un poco el cabecilla, la voz cantante, estaba claro que le gustaba ser el líder y estaba encantado en su papel. Pablo era más brutote, un chico de pueblo, como yo, era grande y fuerte y se le veía que era muy buena gente, Iván, era el más tímido y apenas hablaba, pero estaba muy atento a todo lo que decíamos y por último estaba Elvira, muy callada y reservada, y siempre con una sonrisa en la boca escuchando las chorradas que soltábamos.
Desde el principio establecí una complicidad especial con Elvira, se notaba cuando nos mirábamos que estábamos pensando en lo mismo. No tardé en descubrir que bajo esa fachada con su piercing en el labio y sus múltiples tatuajes se encontraba una chica agradable, educada y muy inteligente. Me gustaba cómo vestía, solía llevar camisetas de tirantes y buenos escotes, a veces llevaba faldas cortas con botas militares, otras veces pantalones anchos y habitualmente llevaba el pelo recogido en una coleta.
Al salir de clase, me fui rápido para casa, Mónica ya tenía la comida preparada y cuando terminé les dije a ella y Fernando que me iba a pasar el fin de semana al pueblo. Apenas llevaba una semana fuera y no sentía la necesidad de ir al pueblo, pero había quedado con los colegas de allí y no les podía fallar. Aunque casi mejor que no hubiera ido, el viernes salimos de fiesta y me pillé una buena borrachera y el sábado parecido, solo que encima me encontré a mi ex, Lara, en el bar al que solíamos ir. Se me acercó y estuvimos hablando un rato, no tenía que haberle hecho caso, porque había pasado tantas veces que ya sabía cómo íbamos a terminar. Al final me dejé llevar y Lara me arrastró de la mano hasta los baños dónde follamos en los reservados en un polvo desastroso.
Así que acabé el fin de semana hecho unos zorros, cansado, con resaca, habiéndome enrollado de nuevo con mi ex y con la sensación de que había perdido el tiempo. En el autobús de vuelta me dije a mismo que tenía que pasar página de una vez y me prometí que no iba a volver al pueblo hasta las fiestas de Navidad.
Ahora tenía que centrarme en la universidad y en mis nuevos amigos. Y efectivamente, eso hice.
7
Noviembre 2011
El despertador sonó a las 6:55, como todos los días. A la siete en punto ya estaba estudiando en el salón y lo hacía durante dos horas. Luego desayunaba, hacía un poco de ejercicio y a las diez se ponía estudiar de nuevo una hora y media. Cuando terminaba preparaba la comida y recogía un poco la casa. Comía a las dos en punto y a las tres se echaba una pequeña siesta de media hora. Por la tarde estudiaba otras dos horas y antes de preparar la cena hacía unos ejercicios de yoga. Sobre las nueve le gustaba darse un bañito en la piscina, luego una ducha relajante, bajaba con su marido al salón a ver un poco la tele o a leer y a las once ya estaba de nuevo en la cama hasta el día siguiente.
Esta era la rutina diaria de Mónica y así un día tras otro. Estaba totalmente concentrada en la oposición y no se salía de su objetivo. Había pasado dos años muy malos, se le había juntado todo, la crisis económica y la imposibilidad de tener hijos, lo que le había derivado en un cuadro de ansiedad generalizada y posteriormente en depresión.
Pero Mónica siempre había sido una mujer fuerte, vital, trabajadora y muy organizada y no se iba a dejar vencer tan fácilmente por la puta ansiedad. Estuvo visitando varios psicólogos, estudió mucho acerca del tema y se puso manos a la obra. Una vez que aceptó su situación sabía que la mejor manera de salir de ese pozo era fijarse un objetivo, hacer ejercicio, unas rutinas diarias y comer lo más saludable posible.
Enseguida retomó el deporte, lo tenía algo abandonado y le costó un poco, Mónica era una mujer de curvas pronunciadas, pero a raíz de la depresión había adelgazado bastante. No tardó en engordar unos kilos, recuperar su peso ideal y ponerse en forma, de hecho, nunca había estado tan guapa y ahora su cuerpo estaba firme y tonificado e incluso la piel le brillaba de manera distinta.
Los sábados y los domingos se levantaba a la misma hora, pero cambiaba un poco la rutina, el sábado después de estudiar hacía limpieza general y aprovechaban la tarde para salir a dar una vuelta con Fernando y los domingos se lo tomaba de descanso en los estudios de la oposición y si hacía bueno les gustaba hacer alguna excursión por la naturaleza.
Además, parecía que empezaban a salir del pozo, a mediados de semana llegó Fernando con muy buenas noticias, había conseguido trabajo como oficial de obra, solo había un pequeño inconveniente. El trabajo era en Madrid e iba a tener que estar fuera de casa de lunes a viernes por lo menos nueve meses, pero le pagaban muy bien y además le cubrían los gastos de alojamiento, así que era una oferta que no podían rechazar.
También estaba lo del tema de su inquilino, Adrián, en septiembre no estaban muy convencidos de meter a nadie en casa, pero un mes más tarde estaban muy contentos con él. Era un chico serio y responsable, dentro de lo cabe, al fin y al cabo, no dejaba de tener 18 años, pero al menos tenía su baño bastante limpio y colaboraba en las tareas del hogar. Apenas se dejaba notar por casa y el matrimonio había conectado muy bien con él.
El jueves rompió un poco su rutina y a media mañana quedó con su mejor amiga, Sandra, era de las pocas que conservaba, la crisis se lo había llevado todo, hasta las amistades se habían esfumado cuando desapareció el dinero de su cuenta. Sandra y su marido, José, habían tenido que hacer lo mismo que ellos, y tenían una habitación de su adosado alquilado a una estudiante universitaria desde hacía dos años, de ahí habían sacado la idea Fernando y ella para hacer lo mismo.
―Bueno, ¿y qué tal te va la vida?, que llevábamos casi dos meses sin vernos ―le preguntó Sandra.
―Pues ya sabes, como siempre, con la oposición y poquito más te puedo contar... casi no salimos de casa...
―Ya, pues como nosotros... por cierto, me alegro mucho de lo de Fernando, es genial que haya encontrado trabajo.
―Sí, ha sido un alivio importante...
―¿Y cuándo empieza?
―Pues ya, la semana que viene se va a Madrid el lunes, en principio regresa los viernes por la tarde, pero puede que también tenga que trabajar algún sábado por la mañana.
―Vaya, es una putada, os vais a ver menos, pero tenía que aceptarlo, solo va a ser unos meses...
―Sí, eso habíamos pensado...
―Además, no te quedas sola en casa, estás con el chico.
―Sí, eso decía Fer, se va un poco más tranquilo a Madrid sabiendo que no me voy a quedar sola en el chalet...
―¿Y qué tal estás tú?, no sé, te veo cada vez más estupenda, ¡estás muy en forma, cabrona!, menudos brazos, tienes el vientre firme y ¡¡vaya culo se te ha puesto!!, te veo más guapa, como si estuvieras enamorada, jajaja... hasta te brillan los ojos...
―Estoy pasando una temporada muy buena... y sí, físicamente me encuentro bastante bien...
―¿Y el chico se porta bien?
―Pues muy bien...
―¿Y está bueno?
―Sandra, ¡por Dios!, ¡vaya preguntas!, si es un niño, tiene 18 años...
―Sí, un niño, ya, ya, ahora a esas edades follan cómo animales...
―Uy, yo ya no sé lo que es eso...
―¿Seguís sin...?
―Sí...
―Voy a tener que pasarte esto, no puedo dejar de leerlo ―dijo Sandra sacando un libro del bolso.
―¿Tú también estás con eso de las 50 sombras... ?
―Sí, mmmmm, está genial... me lo he leído una vez y me lo estoy releyendo de nuevo... si quieres cuando termine te lo paso...
―Ah, bueno, así lo echo un vistazo, ya me ha entrado curiosidad por ver qué tal está el libro... está todo el mundo hablando de él...
―Entonces, que me cambias de tema ¿está bueno o no el chico?
―No lo sé... pues normal... ―respondió Mónica.
―Ojos tienes, sabrás si es guapo por lo menos, tú has sido más lista que yo, nosotros metimos a una chica, no es que sea un bellezón, pero no veas como se le van los ojos a mi marido a ese culo joven y tierno...
―Jajajaja...
―¿Es guapo o no?, ¡venga, contesta!
―Sí, pesada, es guapete el chico, ¿contenta?, pero no me fijo en eso, es un crio...
―Hija, lo que te ha costado decirlo, ¡¡mmmmm!!, ¡qué suerte tienes! ―dijo Sandra mordiéndose los labios―. Yo no sé si podría resistirme teniendo a un universitario tan jovencito en mi casa, jajaja...
―Jajajaja, ¡qué tonta!
―Bueno, Mónica, me ha alegrado mucho verte así, jo, te veo fenomenal, tenemos que quedar más a menudo.
―Sí, veniros a cenar cuando queráis a casa, cualquier sábado... lo hablas con José y me dices, ¿vale?
―Hecho... ―le dijo su amiga mientras se daban un abrazo de despedida.
El sábado, ya de madrugada escucharon un ruido y se despertaron de repente. Fernando se sentó en la cama y encendió la luz.
―Nada, tranquila, es Adrián...
―Ahhhh, vale, ¡vaya susto! ―exclamó Mónica.
―Pero creo que no ha venido solo... se oyen voces, parece que está con una chica, bueno, anda, vamos a dormir.
Mónica se dio media vuelta y Fernando la abrazó por detrás pegando el paquete a su culo. No habían pasado ni dos minutos cuando empezaron a escuchar gemidos en la habitación de Adrián. A los dos les dio la risa y pasada esa sorpresa inicial se quedaron quietos.
―No habíamos pensando en estas cosas, jajaja, menudo ligón está hecho este... ―dijo Fernando―. Pero supongo que es lo más normal... ¿no?, está en edad...
―Sí.
En el silencio de la habitación retumbaban los gemidos de la parte de arriba, y se escuchaba perfectamente cómo follaban, incluso el ruido de los cuerpos al chocar. Era un polvo rápido, fuerte y la chica gritaba de forma muy escandalosa.
―Shhhhh, calla, baja un poco la voz... ―se le entendió cuchichear a Adrián sin dejar de embestir a su compañera.
―¡¡Fóllame más fuerte!!, asííí... mmmmm... muérdeme el hombro, vamossss... ¡más fuerte, joder!, muérdeme más fuerte... ―gritó la chica.
Entonces los gemidos de arriba encendieron al matrimonio y Mónica sintió como la polla de Fernando se empezaba a poner dura.
¡No podía creérselo, había pasado tanto tiempo!
Esa fue otra de las consecuencias del periodo negativo que habían tenido, no solo Mónica había entrado en depresión, Fernando también había pasado una época muy mala y aquello resintió mucho sus relaciones sexuales, Mónica estaba inapetente total y Fernando apenas podía conseguir una erección. Con el paso del tiempo se fueron acostumbrando a vivir sin sexo y los dos estuvieron cómodos en ese papel una temporada, pero habían pasado dos años desde su último polvo y ahora Mónica estaba más viva que nunca, aunque ya no se atrevía a decirle nada a su marido.
Aquella excitación que tuvo al notar la empalmada de él contra su cuerpo le llenó de luz por dentro. Sacó el culo hacia atrás y se lo restregó suavemente, quería asegurarse bien. No había ninguna duda. Fernando la tenía bien dura.
Les daba un poco de vergüenza ponerse cachondos por culpa del chico, pero a Fernando le dio igual, tiró del pijama de Mónica hacia abajo descubriendo su culo y en la posición que estaban de cuchara metió la polla entre sus piernas.
Mónica sintió lo caliente y duro que estaba el miembro de su marido e incluso se puso nerviosa, como si fuera la primera vez, estaba ya tan húmeda que no quería esperar más. En silencio bajó la mano y colocó la polla de Fernando a la entrada de su coño y con un ligero movimiento de cadera hacía atrás él la penetró.
Los chicos seguían follando en la habitación de arriba y los gemidos que les llegaban eran súper excitantes. ¡Tenían un ritmo frenético en un polvazo muy salvaje!
Fernando agarró de la cintura a Mónica y la embistió desde atrás. ¡Por fin estaban follando de nuevo! Era una sensación rara, los dos tenían muchas ganas de sexo, pero estaban contenidos, aunque lo estaban disfrutando muchísimo. Se movían acompasadamente y la polla de Fernando entraba despacio, pero sin descanso, en el cuerpo de su mujer.
Tuvo que bajar la mano para masturbarse cuando sintió que le llegaba el orgasmo, apenas llevaban tres minutos follando, pero Mónica comenzó a correrse entre temblores de placer, después le acompañó Fernando eyaculando dentro de su mujer sin tan siquiera cambiar de postura.
Arriba seguían jodiendo sin descanso, parecía que iba para largo, y Mónica y Fernando se quedaron abrazados escuchando cómo Adrián se follaba a una chica que no sabían quién era.
―¡Dame azotes en el culo, vamos, dame! ―dijo ella.
Y de repente escucharon cómo Adrián golpeaba los glúteos de su acompañante a la vez que se la follaba. Debió soltarle no menos de cuarenta azotes, a cual más duro y media hora más tarde, después de que la desconocida se hubiera corrido dos veces, Adrián, con un gemido grave, llegó al orgasmo dando por finalizada la sesión.
―Parece que ya han terminado... por fin... ¡vaya numerito!
―Sí, eso parece... ―dijo Mónica subiéndose el pantalón de pijama.
Después se giró y le dio un beso a su marido antes de quedarse dormidos en la misma postura en la que se encontraban.