Ama y Señora

xhinin

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25 Jun 2023
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La reunión estaba prevista a media mañana. Yo tenía todo el informe preparado y tenía claras las líneas de acción, después de haberme reunido con mis superiores, y, lógicamente, mis compañeras de equipo estaban informadas de ello.

Me extrañó que no me pasaran información concreta de la persona con la que tendría que encontrarme, pero, últimamente, era algo cada vez más habitual. Lo que no era tan habitual es que la reunión fuera presencial, ya que, desde la pandemia, el trabajo entre empresas de diferentes localidades era más frecuente online.

Me avisaron de que estaban ya en la sala de reuniones poco después de la hora prevista. Debió notarse algo cuando entre, incluso creo que llegué a echarme ligeramente atrás, porque mi propia compañera me pregunto si pasaba algo. Lógicamente, contesté que no y, tras las presentaciones ocupé mi lugar.

La reunión fue como la seda: parecía que ambas partes sabíamos a donde teníamos que llegar y estábamos de acuerdo con lo que la otra parte pedía y esperaba, por lo que terminamos antes de la hora prevista. Aquello dio lugar a una pequeña charla, distendida, de despedida.

Mara, la mujer que representaba a la otra empresa, comentó que se quedaría allí el fin de semana, pues tenía algo pendiente que solucionar. Yo, entendiendo su comentario, bajé la cabeza. Mientras, sus compañeras saldrían a su ciudad inmediatamente, con la intención de no tener mucho tráfico en su vuelta, así que las despedimos.

¿Puedes indicarme donde está el baño? -me preguntó Mara mientras salían sus compañeras-.

Mi respuesta no pudo ser otra que una afirmación y, señalándole la dirección, la seguí hasta el aseo. El baño de la oficina era amplio, con cabinas, pues compartíamos hombres y mujeres (cosa que, realmente, poco me gustaba). Intenté esperarla fuera, pero me cogió el cinturón y me introdujo dentro, hasta meterme en uno de los compartimentos.

Cerró el compartimiento y, a continuación, subió ligeramente la falda y bajó sus bragas, comenzando a mear sin dejar que su cuerpo se acercara a la taza del váter.

-Mucho tiempo sin vernos -dijo susurrando mientras orinaba-.

-Sí, mi ama, años.

Contesté intentando no mirar aquel coño que, tiempo atrás, había follado como un loco, totalmente enamorado de aquella chica (ahora mujer) que era la razón de que me hubiera trasladado de ciudad al convertir nuestra inocente relación en una historia con un futuro poco deseable.

Durante la reunión los sentimientos, encontrados, se habían apoderado de mí: la chica morena, bajita, de pechos pequeños pero turgentes, se había convertido en una mujer madura, con pelo cano y algo más gruesa de lo que la recordaba, haciendo que sus pechos parecieran algo más grandes, quizá habiendo sido madre.

-Límpiame -volvió a susurrar-.

Dirigí mi mano hacia el papel higiénico, pero ella, dejando claras sus intenciones, me la cogió y la llevó directamente a su entrepierna, haciendo que mis dedos secaran su vulva, rozando sus labios, incluso introduciéndose ligeramente al apretar mi mano contra su vulva mullida y depilada.

Retiré la mano en cuanto noté que ella intentaba algo más y, entonces, fue ella la que, subiéndose las bragas y vistiéndose, dio la siguiente indicación.

-Ahora mea tu.

Ella se apartó a un lateral y yo, poniéndome frente a la taza, desabroché el cinturón de mi pantalón, abrí la cintura y, bajándolo ligeramente junto al slip que llevaba puesto, saqué mi polla morcillona para empezar a mear.

Pese a la situación, su mirada no se apartó de la mía, mostrando de forma pícara que me tenía dominado de nuevo.

Cuando el chorro de orina terminó, fue cuando, de rodillas, se acercó a mi polla para lamer la cabeza y limpiarla, antes incluso de que me diera tiempo a coger el papel higiénico con el que habitualmente me la secaba antes de devolverla al calzoncillo.

No se deleitó en su limpieza y, tras hacerlo, poco antes de abrir la puerta del excusado, y tras hacer que me vistiera, me introdujo algo en el bolsillo a lo que, sinceramente, no hice mucho caso, pues entendía que serían las indicaciones para el encuentro en que pagaría mi osadía por haberme trasladado de ciudad con la intención de alejarme de ella.

Salí del habitáculo tras ella, limpiando mis manos con agua y jabón, para descubrir, al volver a salir, que ya se marchaba. Fue entonces el momento de dar el aviso en casa.
 
La reunión estaba prevista a media mañana. Yo tenía todo el informe preparado y tenía claras las líneas de acción, después de haberme reunido con mis superiores, y, lógicamente, mis compañeras de equipo estaban informadas de ello.

Me extrañó que no me pasaran información concreta de la persona con la que tendría que encontrarme, pero, últimamente, era algo cada vez más habitual. Lo que no era tan habitual es que la reunión fuera presencial, ya que, desde la pandemia, el trabajo entre empresas de diferentes localidades era más frecuente online.

Me avisaron de que estaban ya en la sala de reuniones poco después de la hora prevista. Debió notarse algo cuando entre, incluso creo que llegué a echarme ligeramente atrás, porque mi propia compañera me pregunto si pasaba algo. Lógicamente, contesté que no y, tras las presentaciones ocupé mi lugar.

La reunión fue como la seda: parecía que ambas partes sabíamos a donde teníamos que llegar y estábamos de acuerdo con lo que la otra parte pedía y esperaba, por lo que terminamos antes de la hora prevista. Aquello dio lugar a una pequeña charla, distendida, de despedida.

Mara, la mujer que representaba a la otra empresa, comentó que se quedaría allí el fin de semana, pues tenía algo pendiente que solucionar. Yo, entendiendo su comentario, bajé la cabeza. Mientras, sus compañeras saldrían a su ciudad inmediatamente, con la intención de no tener mucho tráfico en su vuelta, así que las despedimos.

¿Puedes indicarme donde está el baño? -me preguntó Mara mientras salían sus compañeras-.

Mi respuesta no pudo ser otra que una afirmación y, señalándole la dirección, la seguí hasta el aseo. El baño de la oficina era amplio, con cabinas, pues compartíamos hombres y mujeres (cosa que, realmente, poco me gustaba). Intenté esperarla fuera, pero me cogió el cinturón y me introdujo dentro, hasta meterme en uno de los compartimentos.

Cerró el compartimiento y, a continuación, subió ligeramente la falda y bajó sus bragas, comenzando a mear sin dejar que su cuerpo se acercara a la taza del váter.

-Mucho tiempo sin vernos -dijo susurrando mientras orinaba-.

-Sí, mi ama, años.

Contesté intentando no mirar aquel coño que, tiempo atrás, había follado como un loco, totalmente enamorado de aquella chica (ahora mujer) que era la razón de que me hubiera trasladado de ciudad al convertir nuestra inocente relación en una historia con un futuro poco deseable.

Durante la reunión los sentimientos, encontrados, se habían apoderado de mí: la chica morena, bajita, de pechos pequeños pero turgentes, se había convertido en una mujer madura, con pelo cano y algo más gruesa de lo que la recordaba, haciendo que sus pechos parecieran algo más grandes, quizá habiendo sido madre.

-Límpiame -volvió a susurrar-.

Dirigí mi mano hacia el papel higiénico, pero ella, dejando claras sus intenciones, me la cogió y la llevó directamente a su entrepierna, haciendo que mis dedos secaran su vulva, rozando sus labios, incluso introduciéndose ligeramente al apretar mi mano contra su vulva mullida y depilada.

Retiré la mano en cuanto noté que ella intentaba algo más y, entonces, fue ella la que, subiéndose las bragas y vistiéndose, dio la siguiente indicación.

-Ahora mea tu.

Ella se apartó a un lateral y yo, poniéndome frente a la taza, desabroché el cinturón de mi pantalón, abrí la cintura y, bajándolo ligeramente junto al slip que llevaba puesto, saqué mi polla morcillona para empezar a mear.

Pese a la situación, su mirada no se apartó de la mía, mostrando de forma pícara que me tenía dominado de nuevo.

Cuando el chorro de orina terminó, fue cuando, de rodillas, se acercó a mi polla para lamer la cabeza y limpiarla, antes incluso de que me diera tiempo a coger el papel higiénico con el que habitualmente me la secaba antes de devolverla al calzoncillo.

No se deleitó en su limpieza y, tras hacerlo, poco antes de abrir la puerta del excusado, y tras hacer que me vistiera, me introdujo algo en el bolsillo a lo que, sinceramente, no hice mucho caso, pues entendía que serían las indicaciones para el encuentro en que pagaría mi osadía por haberme trasladado de ciudad con la intención de alejarme de ella.

Salí del habitáculo tras ella, limpiando mis manos con agua y jabón, para descubrir, al volver a salir, que ya se marchaba. Fue entonces el momento de dar el aviso en casa.
Mmmm me encanta la dominación femenina con situaciones de lluvia dorada. Deseando saber como continúa la historia.
 
Salí del habitáculo tras ella, limpiando mis manos con agua y jabón, para descubrir, de vuelta a la sala donde habíamos celebrado la reunión, que ya se marchaba. Fue entonces el momento de dar el aviso en casa.

Fue mi mujer quien cogió el teléfono y mis palabras (“ella está aquí”) no dejaron lugar a dudas. Ya lo habíamos hablado, varias veces, pues no teníamos secretos el uno con el otro.

Ella, mi señora, también dominaba nuestra relación, pero, de una forma más liviana, sabiendo, además, que había una cuenta pendiente con mi anterior ama. Hablamos algo, pero en ningún momento se mostró nerviosa o celosa: no había desaprovechado la oportunidad de compartirme con otras mujeres dominantes.

Mientras hablamos saqué la hoja con los datos: la hora era prudente, daba tiempo a que fuera a casa y me cambiara de ropa, sabiendo lo que querría que me pusiera. No obstante, comprobé en el móvil la distancia del lugar del encuentro y el tiempo que tardaría, para no llegar tarde.

Colgamos sabiendo que, antes del encuentro, nos veríamos en casa y, no sin nervios, no sin excitación, terminé la jornada de trabajo como pude.

Volví a casa y me fui directamente a la ducha, tras saludarla. Fue ella la que me preparó lo que tenía que ponerme mientras me aseaba. Tras la ducha, desnuda, me cogió de la mano y me llevó junto a nuestra cama. Ver su cuerpo femenino moverse, sus glúteos, mientras avanzaba ligeramente delante de mí, imaginar sus pechos, bien conocidos y saber su coño totalmente depilado, me la puso morcillona.

Me secó junto a la cama, con delicadeza, oliéndome con deseo, y, tras hacerlo, me agarró la minga para echar el pellejo hacia atrás y lamer la cabeza con dulzura, para que supiera quién era su dueña en realidad, mientras la otra mano se perdía entre sus muslos.

Los slips que había elegido eran de los que habitualmente me ponía, de mercadillo, con pequeños dibujos, que hicieran que mi sexapil fuera lo más bajo posible. Tras hacerme subir ligeramente las piernas, los subió dejando la cintura en su lugar, sin olvidar colocar correctamente la polla y los huevos en su lugar. A continuación, el vaquero, el que me ponía para estar por casa, para que mis glúteos, grandes y duros, se marcaran al máximo, para que mi paquete se sintiera bien apretado: había jugado toda la vida a fútbol y tenía buenos muslos también. La camiseta, blanca, ajustada, fue lo último en colocarme, no sin lamer antes mis pezones que, ligeramente erectos, sonrosados como mis labios, rodeados ligeramente de vello, también le pertenecían.

Volvió a cogerme de la mano para acompañarme hasta el coche, desnuda como estaba, sin preocuparse de que alguien nos pudiera ver y, tras hacer que entrara en el coche, apoyada ligeramente en el cristal junto a mí, comenzó, mirando mi paquete, a masturbarse. Arranqué el coche y, dedicándole un beso, comencé mi viaje hasta encontrarme con la otra.

Iba nervioso, sin saber qué haría realmente conmigo, sin tener ni idea del tiempo que me dedicaría. Seguía la aplicación del móvil sin fijarme ni dónde estaba ni por dónde pasaba, hasta sentirme totalmente perdido, totalmente esclavo de los deseos de mi ama.

Llegué a un edificio, algo alejado de la civilización. Ella salió en cuanto vió llegar el coche. Me cogió de la mano, pero la rechacé, quizá por el recuerdo de la mano de mi mujer. No dijo nada, supe que habría un castigo, pero me limité a seguirla al interior.

La casa era una casa normal, pequeña, pero con decoración de muchos años atrás. Estaba limpia, seguramente era de uso habitual. Tras pasar el salón, poco amueblado, me dirigió a la que entendí que era una habitación de invitados.

Me quitó la camiseta, que dobló con cuidado para poner sobre la cama. Se acercó y colocó su mano sobre mi pecho, acariciando con delicadeza, bajando hasta mi barriga que, en los últimos años, al no hacer mucho deporte, había crecido ligeramente. Las yemas de sus dedos acariciaron el vello moreno, rizado, que salía desde mi ombligo hasta cubrir todo mi pubis, aún escondido bajo mi ropa.

Su mano siguió mi vello para entrar bajo los pantalones, buscar el hueco entre mi ropa interior y mi sexo y comprobar su estado. Me sentí incómodo, al ser los pantalones tan estrechos.

¿Sigues sin depilarte? - afirmé con la cabeza, sin pronunciar palabra, sabiendo que a ella no le gustaban los esclavos respondones-. Mi típico machito ibérico.

Sonrió cuando desabrochó mi pantalón, cuando lo bajó hasta mis tobillos, comprobando que el slip era también anticuado, que bajo él mi polla comenzaba a estar gorda. Para terminar de desnudarme se puso tras de mí, acariciando con su boca ligeramente la parte baja de mi espalda, para bajar los slips rápidamente, haciendo que mis pelotas y mi pene se balancearan ligeramente, aunque, seguramente, ella no lo habría notado.

Siempre me gustó tu culo -dijo antes de lamer uno de los glúteos-.

Tras lamer, tras besar, incluso morder mis glúteos me dio la vuelta. Su cara se acercó a mi sexo: el simple calor de su respiración hizo que la deseara, que quisiera que me lo lamiera, que me lo besara o mordiera, haciendo que su inactividad me matara. Se levantó, intentando poner la cara a la altura de la mía.

Tenemos visita.

Salió de la habitación y yo, conociendo mis obligaciones, me quité los deportivos y los calcetines, para poder despojarme totalmente de pantalones y ropa interior, que doblé con cuidado. Supe que tendría que esperar allí, hasta que me ordenara salir.

Me coloqué en posición de espera: manos atrás, sin tapar el culo, y cabeza agachada. Con mi mujer era más incómodo, pues le gustaba ver mis sobacos y me hacía poner las manos sobre mi cabeza. Escuché las voces desde el salón: susurraban mientras yo intentaba acallar mis nervios, tratando de adivinar lo que harían conmigo. Eran dos, solamente, y tardaron poco en llamarme para postrarme de rodillas frente a ellas.

Lo hice sin levantar apenas la cabeza, comprobando que salvo por unas botas de cuero y tacón negras y unas medias de rejilla hasta el muslo y tacones también de cuero, no llevaban más ropa. Estaban sentadas en el tresillo del salón y yo, como buen esclavo, me coloqué frente a ellas, entre las dos.

Ansiaba ver sus coños, seguramente pelados, carnosos.

-Te dije que era el hermano con la polla más corta -dijo mi ama, en cuanto pasaron unos minutos-.

Me avergonzó el comentario. Mi picha no era, precisamente, de las pequeñas, pero era verdad que mis hermanos las tenían más grandes, al igual que lo era que ella, mientras que éramos novios, se había acostado con ellos, aprovechando que, siendo yo el mayor, pero aún joven, andaban más salidos de lo normal.
 

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