Alojada en casa

xhinin

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25 Jun 2023
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Mi vida puede resumirse en pocas líneas: me enamoré joven, de una mujer maravillosa, con la que descubrí lo que era realmente el amor, poco después (cerca de los veinte años) nos casamos y trajimos al mundo dos hijos tan maravillosos como su madre. Por desgracia, siendo ellos adolescentes, una enfermedad pudo con ella, dedicando yo el resto del tiempo a ser padre y madre a jornada continua, viendo como todo lo que su madre y yo les habíamos inculcado de pequeños iba dando su fruto: Federico terminó sus estudios de enfermería y marchó a trabajar a Inglaterra, y Maca, que era la viva imagen de su madre, también me dejó para estudiar una carrera que sólo se impartía en una universidad alejada de casa.
Andaría yo a finales de los cuarenta cuando comencé a disfrutar de una soledad que nunca hubiera deseado, pero que, en realidad, no era tan mala como muchos pintan: dedicaba mi tiempo a las aficiones que más me gustaban como la lectura o el deporte, salía y entraba en casa cuando me daba la gana, sin dar explicaciones a nadie, incluso me hice con un círculo de amigos, y sobre todo, amigas, con los que salir y que me embarcaban en días románticos con algunas mujeres que, por desgracia, no tenían mucho interés para mi realmente, teniendo que explicarles que las veía más como amigas que como otra cosa. Lo bueno de todo es que la mayoría de ellas intentaba repetir la situación, por si después cambiaba de idea, pero ninguna lo lograba.
Como podéis imaginar, durante unos años mi vida sexual se limitó a admirar a alguna que otra mujer que veía por la calle, a algún magreo que otro, y a bastantes poluciones nocturnas que, seguramente vosotros no habréis experimentado muchas veces. He de reconocer que la sensación de calor en mis partes que me desvelaba en medio de un agradable sueño para que mi pene erecto evacuara todo el semen retenido durante el último mes, sin que yo pudiera controlar el haber manchando todo lo que tenía cerca (cuerpo, sábanas, pijamas,…), dejaba una sensación de descanso que no me permitía levantarme inmediatamente para limpiarlo todo, y que me hacía sentir bastante “machote”, la verdad. Imaginaos mi sonrisa y bienestar al amanecer cada vez que me pasaba algo así…
Una de esas mañanas, justo cuando estaba a punto de meterme en la ducha, recibí la llamada de un viejo amigo: habíamos pasado la adolescencia como buenos amigos, pero un trabajo de su padre en otra ciudad hizo que nos distanciáramos, aunque seguimos manteniendo el contacto con los años. Después de repasar un poco los últimos acontecimientos vividos por uno y otro, me comentó que quería pedirme un favor. Al parecer su sobrina tenía una entrevista de trabajo en mi ciudad y no había encontrado hotel donde alojarse, así que me pedía permiso para que le diera mi teléfono a ver qué podía hacer yo. Lógicamente, le propuse que se quedara en mi casa el tiempo que necesitara y, pocos días después, recibí la llamada de la chica agradecida por el ofrecimiento y dándome los detalles exactos de su llegada a la ciudad.
Fui a recogerla a la estación de tren teniendo en mi memoria la imagen de una chiquilla bastante activa, pecosa, con aparato y gafas. Estaba esperando que bajara aquella niña del tren cuando una joven se plantó frente a mí. Me había reconocido al instante y yo, la verdad, no daba crédito a que esa mujer explicita y “ajustada”, aunque no poco elegante, fuera ella, Silvia, la sobrina de mi amigo. He de reconocer que siempre me sentí atraído por mujeres algo más jóvenes que yo, pero hacía muchísimo tiempo que una no me hacía sentir tanto morbo. Ella debió notar algo:
-¿Sorprendido?
-La verdad es que sí, pero gratamente. Esperaba a una mujer delgada, llena de pecas, con gafas y aparato, no algo como… tú.
-Agradezco el ¿cumplido? –dijo mostrando cierta duda, y sin apartar en ningún momento la mirada, ni dejar de sonreír con picardía-, pero creo que la que ha salido ganando de los dos soy yo: estás mucho mejor de lo que te recordaba y mi recuerdo era ya bastante bueno.
Los dos besos de rigor fueron acompañados con un fuerte abrazo por su parte, después del cual cogí la maleta que llevaba en la mano. Ella me rodeó por la cintura, para comenzar a andar conmigo fuera de la estación con su cabeza apoyada en mi hombro.
-Llévame a tomar algo, tenemos que “reconocernos”, ¿no crees?
Pasamos la noche en un bar cerca de casa. Yo me sentía halagado por estar con una mujer como ella, y ella, conocedora de ello, se sentía cada vez más en su salsa. Hablamos de todo lo habido y por haber, por supuesto, comenzando por su entrevista, mientras yo desplegaba mis antiguas armas dialécticas de seducción, realmente emocionado, cautivado por ella y por unos pechos turgentes en los que descubrí las pecas de antaño, manchando su blanca piel. Esa misma noche, delante de ella, llamé a mi jefe y le pedí unos días libres para acompañarla, aludiendo tener un asunto importante entre manos. No pensaba perder la oportunidad de volver a sentirme en el mercado de la seducción, sobre todo viendo que ella respondía a cada una de las tretas que yo utilizaba. Poco duró aquella velada, ya que ella, cansada por el viaje, me pidió que la llevara a casa.
Al día siguiente fui el primero en despertar, así que, para no molestar, decidí salir a correr, como estaba haciendo últimamente siguiendo las recomendaciones de mi médico. Cuando volví a casa, como podréis imaginar, decidí darme una ducha, mientras Silvia dormía aún. No pude evitar mirar a su cama antes de entrar en el baño, observando su rostro angelical, llenando de más esperanzas mi ilusión.
Dejé la ropa sudada en el suelo del baño, acostumbrado a estar solo y recogerla cuando me diera la gana, y me duché, volví a ponerme algo de ropa deportiva, para estar cómodo en casa hasta que ella se levantara. Ya que no tenía la entrevista hasta la tarde.
Bajé a mi despacho, para adelantar ciertos documentos pendientes que había dejado para la semana siguiente, con la idea de no molestarla. De repente oí algo de ruido arriba y recordé la ropa tirada en el suelo, así que subí para recogerla, pero llegaba tarde: en el baño, empezando a desnudarse y dispuesta a darse una buena ducha encontré a Silvia. No tuve que terminar de subir las escaleras, pues ella, seguramente sin darse cuenta, había dejado la puerta entreabierta y sin llegar a subir a la planta de arriba se veía todo lo que pasaba en el baño.
Ni siquiera intenté echarme hacia atrás, siempre me había fascinado el cuerpo femenino, mucho más el de ella que me había embrujado en la noche anterior. Me acordé de esos “inocentes” espionajes que hacíamos de adolescentes y sentí la misma excitación. De hecho, noté cómo mi pene empezaba a despertarse, pero intenté no acariciarlo: no me hubiera gustado nada que Silvia lo viera.
Al quitar su pijama observé que llevaba un conjunto de ropa interior negra con algo de transparencias que la hacían estar muy atractiva, insinuando más que enseñando, algo que siempre me había excitado muchísimo. Llegado ese punto, intenté que mis piernas comenzaran a bajar las escaleras para volver a esconderme en el despacho, animado por una moral caballerosa que siempre me había guiado, pero las pobres, con toda la sangre en la cabeza de mi pene, no respondían.
 
De repente se agachó, enseñándome todo el trasero, tapado aún por sus bragas. Ya no recordaba la ropa que ella acababa de descubrir en el suelo. Aquello me avergonzó bastante, pues daba la sensación de ser un hombre poco cuidadoso, o al menos, tan cochino y desordenado como nos ponen en todas las generalizaciones. Lo que hizo con mi camiseta tampoco entraba dentro de lo predecible, ya que, a pesar de estar sudada, empezó a olerla mientras acariciaba los cascos de su sujetador. Ahora iba a ser imposible que me diera la vuelta y volviera al despacho, iba a ser imposible que dejara de acariciar mi paquete, cada vez más inflado, por encima de la ropa.
Empezó a meter la mano por debajo del sujetador, buscando sus pezones, sin tardar en liberarlos bajando los cascos del sujetador. Estaban coloraditos, redonditos y, al parecer, lo suficientemente prietos como para poder jugar con ellos a placer.
Se acariciaba con mi camiseta los pezones, y yo, acariciaba los míos con mis manos, por encima de la camiseta, intentando no seguir frotando mi paquete, pues sentía que, de un momento a otro, podría correrme sin control al igual que lo hacía en tantas y tantas noches.
En un momento ella se terminó de quitar el sujetador, la verdad es que no me di ni cuenta de cómo. Qué excitante ver aquellos pechos en libertad, subidos y bajados por su mano, excitados con mi sudor. Mi camiseta lamía cada uno de los poros de su piel, como a mí me hubiera gustado hacer con la lengua. Y poco a poco iba bajando, cada vez más, cada vez más, hasta llegar al valle que se encontraba entre sus piernas.
Creí adivinar la abertura que se estaba produciendo en él a través de la débil tela negra. Hacía tiempo que no la tenía tan dura, parecía la verga de un adolescente que descubre, por primera vez, el cuerpo desnudo de su objeto de deseo, del objeto de todas sus fantasías.
De repente paró, su respiración era intensa, lo que hacía pensar que estaba más excitada. Se agachó de nuevo, dejando por un instante sus pechos colgando. Recogió del suelo mis calzoncillos, que lógicamente también estaban sudados, y los acercó a su cara, justo por el lugar en que se pone el paquete, inspirando el aroma que habían dejado mis genitales. Creí en aquel momento que reventaría los calzoncillos que llevaba puestos, así que no tuve otra que sacármela, sin liberarla aún del pantalón de deporte, que daba algo más de sí, intentando evitar que me pillara en una situación, cuando menos, poco honrosa.
Ella empezó a bajarlos, a acariciarse con ellos el pecho, la barriga, los muslos, hasta introducirlos bajo sus bragas. Apretaba sus manos contra ellos, como si fueran su propio paquete, mientras mis manos acariciaban mi glande. Debía estar abierta y húmeda, se notaba en su cara.
Bajó sus bragas lentamente, con una mano, mientras la otra sostenía mi ropa interior en su entrepierna. Al dejar las bragas en el suelo comprobé asombrado que mis calzoncillos habían penetrado su vagina. Tuve que apretar la punta de mi pene para no correrme con aquella visión, que me hacía imaginar que era mi propio pene el que estaba allí. Los sacó despacio, sometida totalmente a la voluntad de su sexo, para meterlos dos o tres veces más. Imagino que todos sus flujos quedaron pegados en ellos, puede que por eso abriera el grifo del lavabo y humedeciera su mano aliviando con ella lentamente el calor que la situación le estaba viviendo, refrescando su cara, su cuello, sus pechos, su barriga y por último su rajita. Seguramente querría haberlo dejado en ese mismo momento, pero, al sentir su mano de nuevo en sus labios pensó en seguir con aquello, sentándose en el retrete y empezando a meterse los dedos, uno tras otro.
Sus labios brillaban, con un color sonrosado que excitaba más aún mi periscopio. No pude aguantar más y metí mi mano bajo el pantalón, buscando mi pene endurecido. Mis pelotas estaban demasiado apretadas, pegadas a mi cuerpo. Me molestó incluso pasar la mano por ellas. Qué cachondo estaba, qué húmedo, cuánto sudor regaba, de nuevo, todo mi cuerpo, mientras me la meneaba como un mono.
Me hubiera encantado oír sus gemidos, pero fue cauta, imaginé que procuraba no llamar la atención del pobre padre de familia que estaría abajo, haciendo algo muy distinto de lo que su naturaleza le estaba obligando a hacer en realidad.
Paré al minuto y rodeé mi glande con mi mano, palpitaba como nunca antes lo había sentido, no pude siquiera mover mi mano, pensé que con un solo roce me marearía de placer, cayendo escaleras abajo si mis piernas no me respondían. Necesité sacarla del pantalón lo antes posible, pensando que con algo de aire se calmaría, pero no fue así.
Su cuerpo botaba, ella se excitaba cada vez más y yo con su excitación también. Acaricié mi barriga, mis pezones, mis huevos duros como piedras, señal inequívoca de que estaba a punto de terminar. Cómo me hubiera gustado que su lengua acariciara mi piel, que sus manos acariciaran mi pecho, adornado por unas pocas canas que había descubierto días atrás.
Cómo movía la pelvis, qué delicada su mano al entrar en aquel paraíso rosado, al acariciar su clítoris mientras se retorcía de placer.
 
Bufff magnífico como deseo leer más, gran descubrimiento, te felicito
 
Última edición:
Ya no pude más y volví a meter mi mano agarrando mi pene en el pantalón, no tuve que hacer mucho antes de correrme y manchar todo el interior de los pantalones. Sentí mi leche caliente recorrer mi pierna derecha, que era el lado en el que había colocado mi verga. Fue entonces cuando aparecieron los remordimientos y la única idea que tenía en la cabeza era la de bajar lo antes posible para cambiarme y limpiar las pruebas de mi delito.
Eché hacia abajo mi pierna derecha, con el roce del pantalón sobre mi pene, aún erecto, sólo logré otra corrida más, con la que tuve que poner una mano en la barandilla y otra en la boca evitando un gemido gigantesco, retorciéndome de placer ante aquella excitación que ya no esperaba.
El resto de la bajada la hice con bastante cuidado y lentitud, aún excitado, intentando que no se volviera a repetir lo del primer paso del descenso, hasta llegar al baño de abajo. Cerré la puerta y entré en la ducha. Mi polla seguía dura, levantada, casi tocando mi ombligo, pues no podía dejar de pensar en su raja húmeda, en sus manos, en su pecho…
No me había dado tiempo a llevar ropa limpia al baño, así que salí de la ducha desnudo, erecto, hacía mi habitación, sin ponerme siquiera una toalla. Me perfumé, me puse un nuevo pantalón y, sin terminar de vestirme, con la idea de moverme lo más rápido posible, volví al baño para peinarme. Quise recoger, al menos, los pantalones y los slips para esconderlos lo antes posible, pero ya no estaban allí. Al levantar mi mirada hacia el espejo encontré su reflejo con mi ropa en sus manos.
-¿Te gustó?
Los colores subieron a mi cara, y mi polla, que aún estaba morcillona, volvió a levantarse sin que pudiera hacer nada por disimularlo aunque estuviera bajo el pantalón.
-La próxima vez sé el caballero que intuí que eras anoche y ayúdame.
Ella me agarró fuertemente del brazo para darme la vuelta, y cuando estuve frente a frente, acariciando lentamente mi torso desnudo, llegó a la cintura de mis pantalones que bajó para posteriormente, sin vacilar, agarrar mi verga y metérsela en la boca.
Al sentir de nuevo la humedad de una boca en mi polla no pude más que dejarme llevar, apoyando mis manos en el lavabo, perdiendo mi vista en su pecho mientras ofrecía, como si ella fuera una diosa, mi sexo y todo mi cuerpo para lo que ella dispusiera. Cuánto placer recibió mi glande al ser rodeado por su lengua una y otra vez, cuántas veces sentí su respiración en mi pubis, cuántas caricias recibieron mis genitales en tan poco tiempo. No tuvo que esperar demasiado a recibir mi leche, que tragó completa.
-Sabes muy bien.
Tras aquellas palabras mis brazos, que aún apoyados en el lavabo me mantenían en pie, ya temblorosos por el esfuerzo, hicieron que me dejara caer en el suelo y, lentamente, totalmente sudado, así lo hice mientras ella, de pie me miraba con las piernas abiertas, mostrando todo su sexo abierto y húmedo. Sus flujos, que caían por sus muslos, le conferían un aspecto mucho más sensual del que mi imaginación calenturienta hubiera imaginado en cualquier mujer.
Me devolvió los pantalones con toda la lefa y empezó a subir las escaleras.
-La ropa de arriba me la quedo yo, esa límpiala si quieres. Ahora arréglate y llévame a dar una vuelta. Ya sabes lo que me tendrás si te portas bien.
Yo la escuché sentado en el suelo del baño, intentando encontrar todas las fuerzas que había perdido con aquel episodio, para poder cumplir como ella quisiera durante todo el día. Creo que se lo merecía, ¿no?
 
No sé cuánto tiempo estuve allí tendido, desnudo, tratando de que el poco aire que entraba en el baño me bajara la calentura, sin dejar de dar vueltas a la cabeza: ¿cómo un tío cincuentón, canoso y barrigón había llegado a tener una experiencia como aquella?

Aún estaba en el suelo cuando ella, desde la puerta, totalmente vestida de nuevo, se despidió para salir a la empresa donde haría las pruebas de acceso. Por lo que me había comentado el día anterior, pese a que las superara, no era seguro que le dieran el trabajo y, si lo hacían, no trabajaría ni en su ciudad ni en la mía, pues la enviaría a otra donde tenían centralizados algunos aspectos.

Marchaba ya cuando, dándose la vuelta, tomó unas cuantas fotos con su móvil de la escena que yo protagonizaba y, tras comprobar que no estaban desenfocadas, mordiéndose los labios, exclamó que aquello le haría las esperas más llevaderas.

Me incorporé ligeramente con la intención de pedir que no las compartiera (visto su comportamiento, no me hubiera extrañado), pero ni mi cabeza ni mi voz aún estaban al cien por cien. Además, la idea de que, deleitándose conmigo, pudiera ser observado por ojos ajenos me excitaba ligeramente, incluso en el caso de que pudiera ser reconocido por alguien.

Cuando recuperé aliento y fuerzas me duché. Debo reconocer que traté en varias ocasiones comprobar si mi miembro era capaz de recuperar firmeza, sin llegar a lograrlo, haciendo que el mismo roce con el glande se convirtiera, incluso, en una sensación algo molesta, solo experimentada en las primeras sesiones maratonianas de sexo que había tenido siendo muy joven.

Mi huésped volvió de su entrevista sin que yo hubiera llegado a vestirme aún, pues el cansancio hizo que me quedara sentado en el salón, desnudo, y de esa forma me pilló cuando tocó el timbre para entrar a casa.

Pesé a que pasó por mi cabeza buscar algo rápido para taparme ligeramente, y confirmando a través de la mirilla que era ella, abrí la puerta en pelotas, intentando ocultarme tras la hoja de la puerta por si acaso, pero sin cubrir el ya viejuno esplendor de mi cuerpo que había podido observar anteriormente.

Ella, tras cerrar la puerta tras de si, me miró de arriba abajo y con aire pícaro acarició ligeramente mi torso, cogiéndome con delicadeza de la mano y llevándome a su cuarto.

Me sentó al borde de la cama que había utilizado para descansar y, frente a mí, se soltó el pelo que había recogido en un moño aquella mañana, y se quitó la chaqueta, la blusa, y el sujetador, sencillo y bonito, pero sin ningún tipo de interés sensual, para volver a ponerse la blusa sin sostener sus hermosas domingas. Después levantó ligeramente su falda, y se quitó las bragas, que hacían juego con el sujetador que anteriormente había visto, para sacar un tanga de encaje blanco que se puso bajo su falda de nuevo sin dejar que yo viera prácticamente nada, pero consiguiendo que mi picha reaccionara ligeramente.

Tomando mi mano de nuevo me llevó a mi cuarto, en el que escogió mi vestuario para el resto del día: una camisa de color claro, unos vaqueros y, tras indicarle yo dónde estaba la ropa interior, unos slips blancos y finos que apenas utilizaba.

Agachándose frente a mí me ayudó a vestirme, colocándose de rodillas en un principio, quedando su mirada a la altura de mis atributos algo excitados: puso primero los calcetines y los zapatos que había elegido; el slip fue lo siguiente en colocar, acariciando suavemente el paquete que se formó al terminar de colocarlos; pantalón y, ya de pie, tras acariciar de nuevo mis pectorales, la camisa.

-Mi tren no sale hasta media tarde: tenemos tiempo para comer por ahí y disfrutar un poco más de nosotros mismos.

Comprobando que, bien por la compañía, bien por las expectativas o por el descanso que había tomado esa mañana, mis piernas parecían volver a responder, decidí llevarla a visitar algunos lugares bastante típicos de la ciudad y a comer, de una forma ligera, tal como ella me había pedido, en un local que me gustaba bastante, donde poder hablar tranquilamente.

Fue entonces cuando, tras pedir, cuando caímos que no teníamos los teléfonos del otro y, en un momento, nos los pasamos.

No perdió el tiempo en facilitarme, a través de whatsapp, unas fotos de su sexo que, sinceramente, consiguieron ruborizarme de forma que no tuve tiempo de recrearme en ellas, al descubrir de qué se trataban realmente, pues traté de bloquear la pantalla con el fin de que ninguna persona que pudiera estar a nuestro alrededor, pudiera observarlas.

Aquella cara pícara al observar mi reacción dió pie a la conversación:

-¿No te han gustado? Han sido mi regalo tras haberme permitido que te lleve conmigo en mi teléfono.

-Prácticamente no las he visto -respondí aún algo azorado-. ¿Has estado observando las fotos mientras esperabas?

-Sólo un momentito en que he ido al baño, tras confirmar que tardarían unos minutos en llamarme -la contestación hizo que mi corazón dejara de palpitar de forma tan acelerada-.

-Solo te pido que no las compartas con nadie ni las publiques -tomó su tiempo para contestar-.

-No creo que debas preocuparte por que las vean, son naturales, bonitas y atractivas, pero entiendo el pudor que pueden hacer sentir, así que, por eso no te preocupes. Además, no suelo hacerlo.

Ahí quedó nuestra última conversación referida al sexo, tomando unas cuantas tapas ligeras, pues ella no quería viajar con el estómago excesivamente lleno. Hablamos, no obstante, de muchas otras cosas, y me puso al día de varios asuntos relacionados con su tío.

Fue poco antes de pedir el postre, cuando ella marchó al baño, esperando yo que volviera. Pese a que las conversaciones, en general, no estaban relacionadas con nosotros, debo reconocer que mi entrepierna se sentía bastante animada, aprovechando aquel rato en tratar de relajarme, aún sabiendo que aquello no la haría sentirse incómoda.

Sentí sus manos en mis hombros al regresar y, con delicadeza, pasó sus dedos por mi boca. Mi olfato me confirmó que se había estado tocando en el baño, mi pene se puso morcillón, haciéndome desear dejarlo libre de nuevo:

-El postre lo tomamos en casa: hay tiempo aún de hacer realidad mis deseos de adolescente.
 
Última edición:
Os puedo asegurar que tardé muy poco en pagar la cuenta y, sin prisa, pero sin pausa, sin que mi excitación bajara, mucho más sintiendo que la de ella tampoco lo hacía, salimos a casa, que no estaba muy lejos de allí.

Fue cerrar la puerta de la casa y que ella, sin preámbulos, bajara mi pantalón y comenzara a acariciarme el paquete, abriendo la blusa para mostrar sus preciosos senos, sin dejarme más opción que la de apoyar mi espalda contra la puerta.

Se agachó para comenzar a besar y lamer mi entrepierna bajo la tela del slip que ella misma me había elegido. Con el ansia de que me la volviera a chupar comencé a bajar la pequeña prenda consiguiendo el efecto contrario: ella se levantó y se apartó de mi, sin dejar más opción que el que me terminara desnudando frente a ella para observar cómo se daba la vuelta en dirección a mi habitación.

Fue desnudándose mientras yo la seguía, mientras observaba su cuerpo desnudo, mientras lo deseaba, consiguiendo que mi verga se pusiera más dura cada vez, obligándome a meneármela de nuevo como un adolescente, hasta llegar a la cama, tendiéndose boca arriba, abriendo las piernas ligeramente para comenzar a tocarse, dejando claro cuál era su deseo.

Me acerqué despacio, colocando mi cara entre sus piernas, comenzando a besar y lamer su sexo limpio, depilado y sonrosado, mientras ella jadeaba quedamente. Mi picha dura se apretaba contra el colchón, mientras mi cuerpo, sin intención de dejar de adorar el suyo, trataba de colocarse de la mejor manera.

No tardó en estar preparada para la penetración y, tras colocarme de rodillas entre sus piernas y ponerme un condón que ella me dio en ese momento y que, sinceramente, no sé de dónde sacó, coloqué la cabeza de mi pene en su raja, colocado sobre ella sin dejar que mi cuerpo la aplastara y sin poder dejar de mirarla a los ojos.

Un ligero asentimiento de su cabeza me hizo saber que podía comenzar con el coito y, despacio, con delicadeza, introduje mi picha comprobando que se abría para mi, mientras ella cerraba los ojos placenteramente. Verla tendida, con los brazos sobre la almohada, rendida para mi placer y el suyo propio, me hizo desearla más si eso era posible.

Una vez ocupado todo el pene en su interior, comencé a penetrarla, cada vez más rápido, aunque sin brusquedad, deseando realmente que llegara al climax que, como objeto que se había convertido de mi deseo, merecía.

Sus manos acariciaban mi espalda y mis glúteos, mientras su cadera se ajustaba cada vez mejor a mi movimiento, logrando una sincronización perfecta en mis empujes, sin que mi excitación bajara, logrando que mi cuerpo aguantara.

En un gesto rápido, casi sin aviso, me dio la vuelta y, colocándome boca arriba, sin que diera tiempo a que le sacara mi miembro, comenzó a cabalgar sobre mí, mostrando sus pezones excitados que subían y bajaban bañados de sudor. Mis manos podían haberse dirigido hacía ellos, para su propio deleite, pero, tras unos minutos de descanso sobre el colchón, haciéndole ver que me rendía ante sus encantos, buscaron en su entrepierna su clítoris que, pese a las metidas, en aquella postura no era capaz de excitar.

Sinceramente, no sé cómo logré llegar a él, no sé cómo comencé a acariciarlo mientras ella aceleraba sus movimientos, ni entiendo como la hice llegar a varios orgasmos sin que se cansara antes de que mi picha se corriera.

No habíamos calculado el tiempo, perdidos en los brazos de la excitación, pero pudimos quedarnos tendidos, con una sonrisa en los labios (en mi caso, casi ridícula), antes de ser conscientes de que aquello había terminado y nuestros caminos se debían separar ya.

Tras dirigirse ella a la ducha, decidí levantarme, quitándome el condón y comprobando que, pese a las corridas de los días anteriores, había vuelto a soltar bastante semen.

Nos aseamos con rapidez, cada uno en un baño, para volver a vestirnos y recoger sus cosas antes de salir con el tiempo muy ajustado a la estación y despedirnos.

No he vuelto a verla, no he vuelto a disfrutar del sexo con una chica de su edad, ni siquiera he conseguido volver a disfrutar así del sexo, pese a que, a partir de aquellos días me haya desinhibido aún más, pero seguimos en contacto, de una forma casi pornográfica desde entonces.

De hecho, justo antes de terminar de contar su historia, le he enviado una foto de mi pene empalmado: no creo que tarde mucho en recibir su respuesta.
 
Entiendo que hemos llegado al fin de este magnífico relato, te felicito y deseo tener prontas noticias tuyas en forma de nuevo relato..
 
Efectivamente, es el fin de este relato: habrá más, pero tendrán que madurarse poco a poco.

Por aquí tenéis otros que, mientras, podéis ir leyendo.

Gracias por vuestros comentarios y reportes.
 

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