Silvy
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CAPÍTULO 1 - El principio
La habitación guardaba un silencio sepulcral, solo interrumpido por el sonido de la cama chocando ligeramente contra la pared como resultado de los leves e inofensivos movimientos que realizaba Nacho al penetrar la vagina de su mujer, Lucía.
Él tenía los ojos cerrados, tratando de generar imágenes excitantes en su cabeza que le ayudaran a sacar aquel ímpetu sexual que llevaba años desaparecido.
Ella miraba al techo y repasaba en su cabeza todo lo que tenía que gestionar en el trabajo a la mañana siguiente.
El día que Lucía decidió meterse en el departamento de recursos humanos de la pequeña empresa de su hermana lo había hecho para tener un puesto de trabajo en el que no tuviera que hacer gran cosa, que no era ni de lejos lo que finalmente encontró ahí.
Cuando Nacho finalmente detuvo sus movimientos, Lucía se sintió aliviada:
—¿Ya? —preguntó esperanzada.
—Sí —mintió Nacho.
Aquella noche habían vuelto a casa después de una cena romántica, celebrando su séptimo aniversario de boda, y aquello era el polvo que Nacho le había prometido durante la cena, cuando se acercó al oído de Lucía y susurró:
—Esta noche te voy a reventar...
Ambos notaban desde hacía tiempo que había un problema sexual en su relación, pero fue aquella noche cuando en las cabezas de ambos sonó una voz de alarma que les avisaba de que la situación se había vuelto crítica y que aquel apático e insípido polvo era el resultado de una relación en decadencia.
Cuando apagaron las luces de la habitación y cada uno tomó su lado de la cama, silenciosamente, fingiendo estar dormidos, cada uno comenzó a darle vueltas a la situación.
Nacho se sentía muy agobiado. A sus 39 años pensaba a diario en el pánico que le daba llegar a los cuarenta y sentir que oficialmente ya no era un hombre joven. La falta de deseo sexual hacia su mujer no hacía más que recordarle que había perdido esa fuerza y vitalidad que poseía en su día.
Lucía, por su parte, tenía 45 y sentía que quizás se le había pasado el arroz y ya no era una mujer deseable por nadie, ni si quiera por su marido. Sin embargo, ella sí que sentía fuertes deseos sexuales y tenía la necesidad implacable de satisfacerlos. Por su mente circulaban varios dilemas. ¿Debería replantearse el divorcio? ¿Sería buena idea darle bola a Toni, el salido del curro?
Cuando la idea de engañar a Nacho no fue descartada de inmediato, Lucía sintió algo de miedo y decidió dormirse y dejar de pensar en ello.
La habitación guardaba un silencio sepulcral, solo interrumpido por el sonido de la cama chocando ligeramente contra la pared como resultado de los leves e inofensivos movimientos que realizaba Nacho al penetrar la vagina de su mujer, Lucía.
Él tenía los ojos cerrados, tratando de generar imágenes excitantes en su cabeza que le ayudaran a sacar aquel ímpetu sexual que llevaba años desaparecido.
Ella miraba al techo y repasaba en su cabeza todo lo que tenía que gestionar en el trabajo a la mañana siguiente.
El día que Lucía decidió meterse en el departamento de recursos humanos de la pequeña empresa de su hermana lo había hecho para tener un puesto de trabajo en el que no tuviera que hacer gran cosa, que no era ni de lejos lo que finalmente encontró ahí.
Cuando Nacho finalmente detuvo sus movimientos, Lucía se sintió aliviada:
—¿Ya? —preguntó esperanzada.
—Sí —mintió Nacho.
Aquella noche habían vuelto a casa después de una cena romántica, celebrando su séptimo aniversario de boda, y aquello era el polvo que Nacho le había prometido durante la cena, cuando se acercó al oído de Lucía y susurró:
—Esta noche te voy a reventar...
Ambos notaban desde hacía tiempo que había un problema sexual en su relación, pero fue aquella noche cuando en las cabezas de ambos sonó una voz de alarma que les avisaba de que la situación se había vuelto crítica y que aquel apático e insípido polvo era el resultado de una relación en decadencia.
Cuando apagaron las luces de la habitación y cada uno tomó su lado de la cama, silenciosamente, fingiendo estar dormidos, cada uno comenzó a darle vueltas a la situación.
Nacho se sentía muy agobiado. A sus 39 años pensaba a diario en el pánico que le daba llegar a los cuarenta y sentir que oficialmente ya no era un hombre joven. La falta de deseo sexual hacia su mujer no hacía más que recordarle que había perdido esa fuerza y vitalidad que poseía en su día.
Lucía, por su parte, tenía 45 y sentía que quizás se le había pasado el arroz y ya no era una mujer deseable por nadie, ni si quiera por su marido. Sin embargo, ella sí que sentía fuertes deseos sexuales y tenía la necesidad implacable de satisfacerlos. Por su mente circulaban varios dilemas. ¿Debería replantearse el divorcio? ¿Sería buena idea darle bola a Toni, el salido del curro?
Cuando la idea de engañar a Nacho no fue descartada de inmediato, Lucía sintió algo de miedo y decidió dormirse y dejar de pensar en ello.