Pero todavía falta un salto temporal. Llegamos a 2020. Al verano. El confinamiento por culpa de la pandemia ha llegado a su fin y poco a poco empiezan a liberarse las restricciones. Por la calle es necesario llevar mascarilla, todavía. Estoy en la pequeña ciudad de antes. Aun no es mediodía y voy a Correos a recoger un paquete. A la salida, a pesar de ir con la cara tapada, no tardo en reconocer a Maialen. Viene hacia mí caminando, de manera distraída. La mascarilla resalta lo femenino de sus ojos. Parece un poquito más delgada pero sus pechos siguen botando a cada paso. Ella no me reconoce hasta que le saludo al llegar a mi altura. Han pasado 7 u 8 años y ahora sí, la noto algo envejecida. Me propone tomar un café y con las restricciones que hay en las cafeterías, no tengo excusa para no aceptar cuando me propone ir a su casa, que está a doscientos metros, como mucho.
Parece que le va algo mejor en la vida. El piso es pequeño pero acogedor. Bastante moderno. Siento una presencia masculina. Estamos solos, pero hay varios detalles que revelan que no vive sola. Veo una foto en el pasillo y reconozco a uno de los ganaderos con los que llegó al pueblo hace veinte años. Entiendo que no hay nada que hacer y trato de no hacerme ilusiones: me ha invitado a un café amistoso. Hablamos durante un largo rato y descubro que tiene más cultura de la que yo pensaba. Luego me cuenta que vive con Juan, que si me acuerdo de él. De una manera muy sutil explica que no son pareja. Puede que pase algo entre ellos de vez en cuando, pero son amigos. Empezamos a rememorar cosas del pueblo y, en un momento dado, ella señala burlona que de pequeño era muy tímido. Que alguna vez pensó que no me caía bien, porque cuando nos cruzábamos le esquivaba o salía disparado. Entonces, no sé muy bien por qué, le explico el motivo. Le confieso todo lo que acabo de contar, lo importante que fue en mi despertar sexual y la presencia que ha tenido en mis fantasías. Ella bromeó diciendo que sus tetas siempre levantaron pasiones. Curiosamente, empezó a desarrollarse tarde y llegó a tener complejo. En el instituto, acabó un curso siendo la más plana de su clase e inició el siguiente siendo la mejor dotada. Aunque ahora ya no eran lo que fueron, matizó. La conversación alcanzó bastante nivel de confianza y empezaba a ser excitante. Supongo que por eso dije lo que dije a continuación. Ahora, con perspectiva, no logro entender cómo llegué a decirlo. En mi cabeza, la idea de tener sexo parecía poco probable, pero me la jugué a la desesperada: le dije que siempre había fantaseado con verlas, que por mucho que dijese que ya no eran lo de antes, para mí sería como quitarme una espina. Demasiados años imaginándomelas.
Durante dos segundos pensé que la había cagado completamente. Es lo que tardó Maialen en levantarse del sofá, coger una silla y colocarla frente a mí. Muy cerca. Con algo de vergüenza, pero con decisión, se desabrochó el sujetador y se levantó una especie de blusa que llevaba puesta. Puede que su cuerpo ya no fuese el de hace 20 años, pero seguía siendo un portento. Las tetas más parecidas que me vienen a la mente son las de aquella actriz llamada Kay P. la MILF de las películas eróticas de la saga Taboo. Las observé de cerca maravillado alrededor de medio minuto y, levantando los brazos, pedí sin palabras permiso para tocarlos. Concedido.
Acerqué mis manos con mucho cuidado, casi con miedo. Agarré una teta con cada mano, comprobando su peso. Sus pezones no tardaron en reaccionar. En reposo ya era de buen tamaño, pero al estimularlos crecieron y el deseo decidió por mí. Sin previo aviso comencé a succionarlos. Maialen dio un respingo sorprendida, parece que esto no entraba dentro de sus planes. Se alejó ligeramente e intentó apartarme. Sin fuerza y sin convicción. Yo seguía a lo mío.
Ante mí estaba esa hembra curtida por las adversidades de la vida. Algo estropeada. Con rasgos toscos y voz grave. Con un cuerpo de escándalo. Evidentemente, experimentada en el sexo. No sé en qué medida ni quiero saberlo. Nos pusimos en pie y nos acariciamos. Yo creía que nos íbamos a besar, pero no. Con maestría liberó mi polla, se arrodilló y comenzó a chupármela. Sabía lo que hacía. No es la mejor mamada que me han hecho, pero tenía soltura. Verla ahí con los ojos cerrados me pareció tremendamente sexy.
Nos desnudamos y nos sentamos en el sofá. Ella encima de mí. Sin condón ni nada. Estábamos apretaditos y la penetración era muy profunda. Imagino que me vio cara de preocupado porque me dijo que no pasaba nada, que ella no podía tener hijos. Cuando tuve la sensación de que estaba cansada nos detuvimos. La tumbé en la alfombra y empecé a follármela tal y como siempre había imaginado. Ahí, abierta de piernas, con el vaivén de sus tetas y el sonido ronco de sus pequeños gemidos.
Acabamos a cuatro patas. La imagen de sus tetas apareciendo y desapareciendo por los costados mientras la empotraba fue demasiado. No tardé en correrme. No acababa de ver claro lo de hacerlo dentro, aunque me apeteciese. En el último momento la saqué y terminé llenándole la espalda de semen. Estábamos empapados en sudor y fuimos a ducharnos juntos. No quiso otro asalto pero eso no impidió que me recrease con sus tetas como un niño pequeño.
Antes de irme le pedí su número de teléfono pero se negó a dármelo. Dijo que esto no volvería a pasar. Le propuse que se quedase ella el mío, al menos. Estuve un tiempo sin saber de ella y en Navidades volvimos a quedar. y creo que ya van diez veces las que nos hemos visto ya. Bueno, pronto serán once. Se me ocurrió compartir la historia con vosotros en el foro porque me ha vuelto a llamar.