Verónica y Gerardo

JaimeSec

Miembro
Desde
28 Oct 2023
Mensajes
12
Reputación
76
Conocí esta historia, primero a través de Verónica. Ella y yo tenemos la misma edad, somos amigos desde la infancia y seguimos mantenido esa amistad, casi como si fuéramos hermanos.

Aunque tuvimos nuestros momentos de debilidad al comienzo de la universidad, y en aquella época nos enrollamos varias noches, al final decidimos que lo mejor era mantener la amistad y no seguir por ese camino.

Hoy, prácticamente no hay ningún aspecto de nuestras vidas que no conozcamos y, aunque ambos estamos casados y con hijos desde hace muchos años, son frecuentes nuestras charlas de café o por teléfono contándonos nuestro día a día.

Y volví a saber de esta historia, cuando ya se estaba acabando, casi por casualidad, a través del otro protagonista: Gerardo.

Gerardo había entrado a trabajar en el mismo departamento que yo. Aunque había una cierta diferencia de edad, enseguida congeniamos.

Cuando me contó la empresa de la que venía, la misma en la que trabajaba mi amiga Verónica, no caí en que este Gerardo era el mismo Gerardo del que tanto me había hablado ella.

Hasta que, unas semanas después, hablando de su anterior trabajo, puso como ejemplo a una compañera con la que había trabajado mucho. No dijo su nombre, pero al mencionar su departamento y él llamarse Gerardo... yo uní todos los puntos...

La verdad es que todo coincidía: su edad, su apariencia física, hasta la forma de ser que me había descrito Verónica.

Puesto que yo conocía todas sus andanzas con aquella compañera de trabajo, la situación me resultó tan divertida que aquel día, mientras tomábamos café, no pude por menos que proponer una foto de grupo.

Foto que, cuando volvimos a la oficina, mandé a Verónica: "A cuántos reconoces en la foto?"

Verónica me respondió a los pocos minutos: "jaja, es verdad, me dijo dónde se iba, pero no le hice caso".

Con esa respuesta, casi despectiva hacia Gerardo, y lo que ya conocía de la personalidad de Gerardo, me hizo plantearme que la historia que me había contado Verónica debía tener otro punto de vista... diferente.

La oportunidad para conocer esta historia desde el punto de vista de Gerardo la encontré un par de meses después, en uno de esos seminarios de "comienzo de curso" que nuestra empresa organizaba todos los años en un hotel y que duraba una semana.

No hizo falta que yo preguntara nada. El mismo lunes por la noche, mientras tomábamos unas cervezas en el bar del hotel, Gerardo sacó el tema de las infidelidades en el trabajo (él también estaba casado) y me comenzó a contar su "última aventura".

Lógicamente yo no le dije que, no solo conocía a la otra protagonista, si no que ya me sabía esa historia, y dejé que me la contara.

Y, la verdad es que coincidían las fechas, las situaciones,... pero había diferencias de matiz.

Así que voy a intentar contar esta historia de forma secuencial, alternando ambos relatos, el de Verónica y el de Gerardo.

He intentado ajustar ambas historias en el tiempo. Aunque ni yo tengo tanta memoria con lo que me fue contando Verónica durante dos años y medio, ni creo que Gerardo acertara siempre con los tiempos, al menos los hechos y los hitos fundamentales encajan en ambas versiones. Si algo falta una de las versiones, es porque el otro protagonista no menciona nada sobre eso que sí cuenta el otro.
 
Capítulo 1: Verónica

Conocí a Gerardo en una reunión a los pocos días de incorporarme a la nueva empresa. Él no era de mi departamento, pero estábamos debajo del mismo director por lo que su departamento y el mio tenían mucha relación y, en esta ocasión, él nos iba a presentar unas nuevas normas recién publicadas en el BOE.

No se exactamente qué me llamó la atención de él. Supongo que la seguridad en si mismo cuando le bombardeábamos a preguntas y le cuestionábamos si a nosotros nos afectaba o no algún aspecto de la nueva norma o la inteligencia que demostraba cuando nos respondía y nos dejaba sin argumentos a todos. Porque feo, era muy feo y, encima, tendría unos 10 años más que yo.

Yo era (y soy) una chica de cuarenta y tantos años, muy romántica, felizmente casada, con hijos y a la que le encantan los guapos de las series y, más, si son deportistas y están cachas. Y Gerardo ni era guapo, ni estaba cachas, ni tenía pinta de gustarle algún deporte. Para mi, estaba demasiado delgado, pero con tripa. Vamos, todo lo contrario a mis gustos, pero me fijé en él.

Él no se debió fijar en mi. Es verdad que aquella reunión fue un viernes y yo iba vestida de "casual friday" con unos simples vaqueros y una camisa y que yo tampoco hice muchas preguntas porque acababa de llegar a la empresa, pero a la semana siguiente me lo crucé por el pasillo y fui yo la que le tuvo que saludar. Por su respuesta, no se acordaba de mi.

Tengo que reconocer que me hizo un poco de daño y me sorprendí de mi reacción. Es verdad que estoy felizmente casada y que quiero mucho a mi marido, pero después de 20 años, a veces me siento incomprendida por él o siento que lo que me cuenta ya no me interesa tanto como antes. Por no hablar de que todo el peso de cuidar a nuestros hijos adolescentes, recae en mi. Él, a su gym y a sus amigotes.

En el fondo es como si en ese momento yo tuviera un motivo, que no quería reconocer, para tratar de conocer a alguien con el que charlar de cualquier cosa y que Gerardo me pareciera una persona muy interesante en ese sentido... aunque él parecía que no pensaba lo mismo.

Yo soy una persona muy abierta, no me cuesta nada conocer gente, conectar con desconocidos,... Tengo muchos amigos, alguno desde hace muchos años y que conoce toda mi vida,... Una hermana encantadora, cómplice y guardiana de todos mis secretos,...

Pero, ahora, nada de eso me terminaba de satisfacer. Quería conectar con alguien que, sin conocer nada de mi, me hiciera sentir comprendida.
 
Capítulo 1: Gerardo

Gerardo inicia su relato como un año y medio después de la reunión en la que Verónica lo conoce y, solo de pasada, menciona alguna reunión con ella o haberse encontrado alguna vez por el pasillo.

Creo que podemos asumir que, en ese momento, Verónica es transparente para Gerardo.
 
Capítulo 2: Verónica

Gerardo, en ese momento me lo parecía, tenía todas las cualidades para convertirse en mi amigo, mi confidente, o solo mi hermano mayor, yo tampoco tenía claro qué quería con él, salvo que no lo veía como amante. Pero él parecía que ni siquiera se había fijado en mi.

Las relaciones con su departamento las llevaba otra persona, así que yo tampoco tenía ninguna razón para hablar con él, salvo que nos volviéramos a cruzar en el pasillo o que coincidiéramos tomando café...

Y nada de eso pasó. Más bien, llegó la pandemia. Nos fuimos todos a trabajar a casa y no volví a tener contacto con él hasta casi un año después.

Cuando todavía estábamos teletrabajando, el compañero que trataba habitualmente con él se cambió de empresa y a mi me encargaron de las relaciones con su departamento.

La verdad es que fue él el primero en contactar conmigo por Teams ("hola, ahora tengo que hablar contigo, no?") y la verdad es que yo fui un poco cortante al responder: "no está decidido, ya te avisaremos".

Lo cierto es que en ese momento yo ya tenía un poco olvidado a Gerardo, aunque seguía con la misma necesidad de que alguien me entendiera. Y ni mi marido, ni mis amigos, ni siquiera mi hermana, lo hacían.

Al final se decidió que yo era la persona de contacto con su departamento y comenzamos a hablar, de trabajo, por Teams. Digamos que, de media, dos o tres horas, una o dos veces por semana.

Descubrí a un Gerardo serio, profesional, bromista a veces, pero cercano y leal siempre. El problema era que no encontraba el momento de desviar nuestras conversaciones profesionales a lo que a mi me interesaba de él, contarle mis problemas, que él me diera su punto de vista y con el que poder desahogarme.

Hasta que, meses después, y tras una larga sesión por Teams llena de tensiones profesionales que resolvimos satisfactoriamente, me atreví a contarle que quería irme de la empresa, que no me sentía reconocida profesionalmente, que mi pasión era el deporte, que estaba haciendo el curso de entrenador, y que era a lo que me quería dedicar cuando lo acabara.

Su respuesta fue mucho mejor de lo que yo me hubiera podido esperar. No solo me entendió, si no que también me dio ánimos para que persiguiera lo que me hiciera feliz y me preguntó por cómo lo estaba entendiendo mi familia.

Aquel Gerardo serio, de voz grave, profesional, tímido, resultaba que era humano. Que con solo unas pocas frases, había entendido cómo me sentía, había entendido mi situación profesional, mi situación familiar,... y ¡me animaba!

Aquella tarde, estuve en una nube. Había encontrado a alguien con quien hablar de mi misma, que se pusiera en mi lugar y que me entendiera.

O eso pensaba yo en aquel momento.
 
Capítulo 2: Gerardo

Cuando Guillermo me dijo que se iba de la empresa, me quedé en shock. No solo porque me llevaba fenomenal con él, sobre todo porque era una gozada trabajar con él.

Me dijo que sería Verónica la que se iba a encargar de su trabajo a partir de entonces y, la verdad, tampoco me hizo mucha gracia.

No la conocía más que de vista, de alguna reunión en la que habíamos coincidido o de cruzarnos por el pasillo,... Una tía de unos cuarenta y muchos, sin ningún atractivo especial y con pinta de ser un poco seca en el trato personal.

Lo lógico hubiera sido que ella se presentara, pero como pasaban los días y se nos acumulaba el trabajo, tuve que ser yo el que la contactara por Teams para ver cuándo le venía bien que nos reuniéramos.

Su respuesta, al cabo de dos horas: "no está decidido que sea yo la que trabaje contigo, ya te avisaremos".

Más borde no podía ser su respuesta en un ambiente de trabajo en el que había una buena relación entre todos y porque yo ya sabía, su jefe lo había mencionado en una reunión, que ya estaba decidido que fuera Verónica mi nuevo contacto en su departamento.

Me imaginé que era ella la que se resistía a trabajar conmigo y, la verdad, me alegré. Yo también prefería trabajar con otro compañero suyo con el que tenía más relación.

Al cabo de una semana, el trabajo acumulado ya era una montaña y le pregunté a su jefe con quién podía empezar a resolverlo. "Con Verónica, no te ha llamado? Pero si hace casi un mes que se lo dije! No puedo con ella!", me respondió.

Vamos, que estaba claro que la tal Verónica pasaba de mi y de hacer su trabajo. Volví a escribirle por Teams, y me contestó que si yo estaba por la oficina, nos podíamos reunir en una sala para que yo le contara todo lo que estaba pendiente.

La respuesta me descolocó. En aquella época, con restricciones por el covid, la mayoría teletrabajabamos todos los días y, reunirse en una sala, la empresa solo lo permitía si no era posible tener la reunión por Teams.

Pero, sobre todo, ¿a qué venía ahora proponerme una reunión cara a cara (bueno, con mascarilla), después de haberme ignorado durante casi un mes?

Digamos que no estábamos empezando con buen pie.

Si personal o físicamente no me decía nada, profesionalmente era bastante floja. Nada que ver con mi excompi y amigo Guillermo. Verónica, con mucha frecuencia, "se cansaba", proponía continuar las reuniones en otro momento en vez de terminarlas o se ponía a hablar de temas personales que, ni venían a cuento, ni me interesaban lo más mínimo.

Bueno, tampoco eran temas muy personales: sus hijos y su colegio, su marido y su trabajo o su gym, las cenas con sus amigos,... Vamos, lo que hubieran sido unos temas normales en una charla de café, pero que estaban totalmente fuera de lugar cuando tratábamos de entregar a tiempo una presentación y nos faltaba la mitad de la información para poderla completar.

Y así continuamos durante varios meses. Yo noté que, más allá de nuestras reuniones programadas, ella me escribía por Teams con cualquier excusa de trabajo... para acabar contándome algo de su vida o de su situación en el trabajo.

Al principio de forma sutil hasta que debió sentirse con más confianza para llamarme directamente y, aunque comenzaba con cualquier excusa de trabajo, las conversaciones siempre terminaban en largas charlas sobre su vida...

Reconozco que comencé a sentir curiosidad por ella. Parecía una tía muy simpática, abierta, agradable, con mucha vida social y una conversación amena. Profesionalmente no podía con ella, pero personalmente me empezaba a resultar "divertida".
 
Capítulo 3: Verónica

Los siguiente meses transcurrieron parecido. Siempre encontrábamos una excusa para charlar, más allá de nuestras periódicas y obligatorias reuniones de trabajo. O él o yo, cada pocos días, siempre iniciábamos una conversación por Teams,... con cualquier excusa...

Yo, a veces, le comentaba algo de mi curso de entrenadora o de lo harta que estaba de mi trabajo y de mi jefe, y él me respondía siempre comprendiendo lo que yo buscaba.

Él, a veces, me comentaba algo de su fin de semana o de su vida personal. Yo lo ignoraba, porque solo buscaba que me reafirmara (o no, porque siempre ha sido muy crítico y directo conmigo) en mis deseos y, de verdad, no me interesaba él ni su vida personal. Sí, soy bastante egoista.

Hasta que nos volvimos a encontrar en la oficina.

Lo vi en el garaje, él me miró, pero no se fijó en mi. No se si porque llevábamos mascarilla y no me reconoció, o porque su timidez le impidió decirme algo, pero ese día decidí que tenía que dar un paso más o iba a perder a mi compi confidente.

No fue ese día. A la semana siguiente, volví a coincidir con él en el pasillo. De nuevo, no me debió reconocer con la mascarilla o era muy tonto o muy gilipollas y, de nuevo, tuve que ser yo la que le dijera "eres Gerardo, no?" para que se parara y charláramos un rato.

Aquel día tampoco dio para nada. Unas palabras amables y nada más. Gerardo me desconcertaba: era muy cercano por Teams, pero seco frío cuando nos veíamos en la oficina.

En fin, que era como jugar al gato y al ratón. Por Teams, él era el gato que intentaba cazarme y yo el ratón que lo esquivaba; pero en persona, yo sentía que tenía que perseguirlo y no conseguía darle caza.

Mi vida seguía igual, un marido al que quería, pero no me entendía (y, a veces, me criticaba duramente) y un compi y "posible amigo" que unas veces lo veía cercano y otras lejano y frío conmigo.

Ah, sobre sexo, pues el "normal" tras 20 años de matrimonio,... poco o nada... Pero no me planteaba tener un amante, y Gerardo hubiera sido la última persona en la que pensara para ello. O sea, nada. Pero algo de Gerardo me atraía hasta casi obsesionarme, sentirme mal, si durante unos días solo hablábamos de trabajo o, peor todavía, no me llamaba.

Así que, el siguiente paso, también lo tuve que dar yo. Un día le propuse quedar a tomar café, fuera de la oficina, la semana siguiente... y me lo aceptó de inmediato...

Bueno, no salió como yo pensaba. Aquella mañana comenzó a llover a cántaros y acabamos charlando en el garaje.

Pero me gustó mucho, me di cuenta que su interés por mi era genuino y el ego se me subió por las nubes. A las pocas horas, le mandé un mensaje: "La semana que viene nos vemos otra vez".
 
Capítulo 3: Gerardo

Algo no encajaba. Ella me contaba sus planes para el fin de semana, pero no me preguntaba por los míos. Yo le preguntaba los lunes qué tal el fin de semana, pero ella nunca se interesaba por mi fin de semana. Ella me contaba sus problemas en el trabajo, pero cuando yo le contaba los míos, se notaba que no le importaban.

Vamos que, al final, eran unos monólogos suyos. Aunque parecía encantada con ello, porque cada semana me llamaba un mínimo de dos veces, solo para hablar de si misma...

Hasta que un día, ya habíamos vuelto a la oficina algunos días a la semana, me propuso tomar café el martes siguiente cuando ambos íbamos a coincidir en la oficina.

Bien, nada raro, más bien lo normal teniendo en cuenta que llevábamos muchos meses trabajando juntos sin habernos visto en persona.

Lo raro fue que cuando íbamos a tomar café me dijo que no le apetecía y que saliéramos a charlar fuera de la oficina. Ese día estaba lloviendo, ninguno de los dos teníamos paraguas, y su sugerencia fue... que bajáramos al garaje...

Pensé que aquello era una encerrona, podíamos haber charlado en su sitio, en el mio, en el pasillo,... no hacía falta bajar al garaje cuando, además, todavía hacía frío.

Pero fue una charla como cualquier otra. De pie en la entrada del garaje, saludando a los compañeros que pasaban, hablando de lo mismo que hablábamos por Teams.

De hecho, me sorprendió que en algún momento se ponía a la defensiva cruzando los brazos cuando yo le preguntaba por algún detalle de lo que me estaba contando. O sea, pensé, que no solo no te interesa mi vida, si no que también pones límites a lo que me quieres contar.

Entonces, ¿qué te interesa de mi?, ¿solo que te escuche?

Lo que también descubrí ese día es que tenía un tipazo, delgada, un culo ni grande ni pequeño, unas tetas muy proporcionadas a su cuerpo,... No me pareció muy guapa, pero con la mascarilla puesta tampoco podía sacar ninguna conclusión.

Y también me di cuenta que era una pija con dinero. Ropa cara que le quedaba perfecta, un Omega en la muñeca, unos pendientes con una perla, un bolso de Loewe,...

A mi la conversación de ese día no me pareció nada del otro mundo, fue hasta sosa, me habían divertido más cualquiera de las que habíamos tenido por Teams, así que supuse que no había ningún feeling por ninguna parte, más allá de ser dos compis que se llevan bien y charlan de vez en cuando.

La sorpresa fue cuando la mañana siguiente me llama y directamente me dice: "el martes que viene tenemos que volver a vernos y tomar café, eh!"
 
Capítulo 4: Verónica

Las siguientes semanas, fue él el que proponía volver a quedar a "tomar café" (en aquella época teletrabajabamos los dos y solo coincidíamos en la oficina los martes).

Yo me hice la dura. En teoría, coincidíamos todos los martes, pero yo distanciaba los encuentros con cualquier excusa, aunque estuviera deseando verlo y hablar con él. La verdad, era la única persona que me escuchaba y me entendía.

A pesar de mis desplantes, durante esa época charlamos mucho, quedamos muchos martes a tomar café, a comer,... siempre los dos solos.

Y, claro, los temas de conversación se fueron haciendo cada vez más y más personales. A mi seguía sin interesarme su vida, pero ya escuchaba con interés cuando me hablaba de su familia, de sus amigos, de lo que hacía los fines de semana,... Incluso llegué a preguntarle, con verdadera curiosidad, por aspectos concretos de su vida.

Gerardo era muy hábil respondiendo. Siempre lo hacía, nunca cambiaba de tema ni se iba por las ramas, pero más de una vez me di cuenta, cuando después pensaba en sus respuestas, que realmente no había contestado a mi pregunta. Se me quedaba cara de boba, pero eso hacía que cada vez me estuviera quedando más prendada de su forma de ser.

Hasta que un día salió el tema de las infidelidades. En realidad, lo saqué yo mientras le contaba una historia de una amiga mía.

Gerardo aprovechó el momento, parecía que lo hubiera estado esperando toda su vida, para preguntarme por mi relación con mi marido, por cómo nos habíamos conocido, qué consideraba yo una infidelidad, cómo me sentiría si descubría que mi marido tenía una aventura,...

Con suavidad, como era él, como si la conversación fuera sobre cualquier banalidad,... hacía que yo respondiera a todas y cada una de sus preguntas (¡y con sinceridad!), sin darme cuenta que cada vez me acorralaba más,...

Me vi en un callejón sin salida y, repentinamente, cambié de tema. Gerardo no volvió a insistir y me siguió en la nueva conversación.

Cuando volvíamos a la oficina, ya me había tranquilizado y, como siempre, me sentía como en una nube caminando a su lado y charlando de cualquier cosa.

Pero tenía miedo que el corte que le había pegado a su "interrogatorio" sobre infidelidades tuviera como consecuencia que entendiera que no quería ser infiel con él y empezara a alejarse de mi.

Así que hice otra de mis maldades. Siempre caminábamos bastante cerca el uno del otro, así que rozar el dorso de mi mano contra la suya, como por casualidad, no fue nada difícil. Sin embargo, él la apartó. Sin un gesto en la cara, sin decir nada, pero retiró su mano. Me sentí un poco frustrada, ¿ha sido casualidad o me está rechazando?.

Lo volví a intentar otra vez más y, esta vez, no hubo duda. Retiró su mano y se la metió en el bolsillo del pantalón. Eso ya no era casualidad. Aunque tampoco hizo ningún gesto, ni dijo nada, estaba claro que no quería seguir por ahí.

Cuando me senté en mi sitio, no podía dejar de pensar en lo que había pasado: el buen rato que había pasado tomando café con él, cómo me había llevado a contestarle a preguntas que ni yo misma me había hecho antes, cómo había rechazado, por dos veces, que le rozara la mano,...

¿Había estado yo malinterpretando todos los signos que me mandaba Gerardo?, ¿Estaba jugando conmigo?, ¿Solo pretende ser un amigo?.

No podía creérmelo, nunca me había pasado esto con nadie. Estaba acostumbrada a conseguir todo lo que quería de los hombres, sin mojarme, sin comprometerme a nada, solo embaucándolos con una buena conversación y muchas miguitas de pan, que no les llevaban más que hasta donde yo quería que llegaran...

Que Gerardo quisiera ser solo un compañero con el que tenía mucha confianza era, en el fondo, lo único que quería de él, pero ese rechazo a rozar mi mano me había herido.

Esa noche, como de costumbre, mi marido se fue a la cama nada más terminar de cenar. Como de costumbre, ni un "recojo yo la mesa, cariño", ni un beso de buenas noches,... "Me voy a leer a la cama", como de costumbre.

Yo me quedé, como siempre, tumbada en el sofá, ya con el pijama, tapada con una mantita y viendo alguna de las series románticas que me encantaban.

Pero no estaba haciendo caso a la serie. Estaba pensando en Gerardo, estaba pensando en su rechazo a que yo rozara su mano.

Tenía que encontrar la forma de engancharlo y comencé a pensar en proponerle tomar una cerveza después de trabajar, dar un paseo por el parque que teníamos enfrente de la oficina,...

Mientras pensaba en la mejor estrategia, me fui imaginando lo que podría pasar después. Estaba segura de que superaría su timidez y se atrevería a robarme un beso o, si no lo hacía, que esta vez yo le cogería la mano y le abrazaría.

Hasta me imaginé lo que seguiría: volveríamos de la mano a la oficina, bajaríamos al garaje, a esa hora no quedaría ningún coche, nos besaríamos con pasión, nos empezaríamos a meter mano hasta quedar desnudos, nos masturbaríamos despacito y acabaríamos haciendo el amor.

Con tanta imaginación, lo que realmente me estaba pasando es que me estaba mojando. No pude resistirme a tocarme mientras me deleitaba una y otra vez en cada detalle de lo que estaba imaginando y acabé corriéndome con uno de los mejores orgasmos que había tenido desde hacía mucho tiempo.

A la mañana siguiente reflexioné sobre lo que me había pasado.
 
Capítulo 4: Gerardo

No entendí que, después de lo que para mi fue una conversación casi aburrida, ella me propusiera volver a tomar café "y vernos", el "vernos" lo remarcó, la semana siguiente.

Pero, con el tipazo que le había descubierto, no iba a ser yo el que le dijera que no... Al menos, me alegraba la vista un rato,...

No me gustaba profesionalmente, pero tenía una conversación agradable y un muy buen tipo, así que, mira, si yo le interesaba por algo, me había propuesto descubrir hasta dónde estaba dispuesta a llegar por mantener conversaciones conmigo.

Desde ese día, fui yo el que también iniciaba las conversaciones por Teams, con alguna excusa o con un simple "qué tal?"

Pero ella parecía haber empezado a jugar. Normalmente, me contestaba al poco tiempo y charlábamos un rato, pero también era frecuente que no me contestara hasta varias horas después, hasta el día siguiente o, incluso, que ni me contestara.

Bueno, pensaba, pues se le habrá pasado la fiebre o yo interpreté algo que no era.

Lo cierto es que, cuando hablábamos, cada vez entrabamos más en temas personales, cada vez hablábamos más tiempo y, los martes cuando coincidíamos en la oficina, no solo quedábamos a tomar café, si no también a comer.

Un día tomando café, sin venir muy a cuento, me contó la aventura que había tenido una amiga suya con su jefe. Era la primera vez que ella sacaba ese tema. De hecho, alguna vez intenté yo hablar de rollos entre compañeros de trabajo y, directamente, me había cambiado de tema sin contestar.

Me dio tal lujo de detalles sobre esa relación, cómo se habían conocido, cómo se habían besado la primera vez, cuándo y cómo se veían, qué excusas ponían a sus parejas, cómo había terminado la aventura,... que tuve la sensación de que esa "amiga" era, en realidad, ella misma.

No desaproveché la oportunidad y, sin preguntarle directamente, intenté averiguar si era ella misma la protagonista de esa aventura y, tanto si lo era como si no, si le gustaría protagonizar una aventurilla...

No me defraudó, no había duda, la protagonista de aquella aventura con su jefe era ella misma. Era imposible que conociera tantos detalles.

Incluso algún encuentro lo situó en el mismo lugar donde, unas semanas antes, me había contado que había tenido que quedarse todo un fin de semana porque, volviendo de un viaje de trabajo, cerraron por nieve la mitad de aeropuertos de toda Europa.

¡Bendita memoria la mía y bendita desmemoria la suya! En su primera versión, volvía de viaje de trabajo, no viajaba su jefe y fue un coñazo pasar todo el fin de semana sola, sin su marido y sus hijos, hasta que el lunes pudo volver a casa. En la nueva versión, el encuentro fue planeado con alguna excusa a su marido para salir el sábado de casa, pasar todo el fin de semana con su amante y comenzar el trabajo el lunes,...

En fin que, salvo pequeños detalles, no había duda de que me acababa de contar parte de su vida,... sin decirme que ella era la protagonista...

Más complicado fue tratar de averiguar si le apetecería tener otra aventura... conmigo.

A la segunda o tercera pregunta en esa dirección, debió descubrir mis intenciones y, bruscamente, cambió de tema.

No le di mayor importancia, ya sabía que había sido infiel a su marido y ya dispararía por ahí en otra ocasión.

En ese momento, la relación con mi mujer era buena. Siempre lo ha sido, y tampoco iba buscando una aventura,... pero no iba a decir que no si me la encontraba... y menos con una tía que me gustaba por su forma de ser y físicamente.

Ya había tenido oportunidades anteriormente para ser infiel, pero por una razón o por otra (o no tenía ganas, o no me atraía físicamente o como persona), nunca lo había sido. Pero con Verónica era diferente. Me atraía. Físicamente y su forma de ser. Podía pasarme todo un fin de semana pensando en ella y, eso, nunca me había pasado con nadie.

Existía un riesgo, además de mi mujer: ella y yo no solo eramos compañeros de trabajo, es que necesariamente teníamos que trabajar juntos continuamente y, si esto salía mal, podía ser catastrófico.

Mientras ese día terminábamos de tomar café, se me pasaron por la cabeza multitud de ideas, de pensamientos, sobre sus verdaderas intenciones al contarme esa aventura. Tantas que ya no le estaba haciendo caso a lo que me contaba.

A pesar de su rechazo a seguir hablando de infidelidades, me sentía contento, satisfecho de cómo había transcurrido ese café.

Mientras volvíamos a la oficina pasó algo que me descolocó. Sin mucho disimulo, me rozó la mano. Es verdad que caminábamos bastante juntos y pudo ser un simple movimiento al andar, pero ella mantuvo su mano unos segundos junto a la mía y no dijo ni un simple "perdón".

No le dí mayor importancia hasta que, pocos pasos después, volvió a hacerlo. Esta vez ya no tenía ninguna duda que lo estaba haciendo a propósito, pero no encajaba con haber cortado nuestra conversación sobre infidelidades. ¿Se estaba arrepintiendo?, ¿Era casualidad?, ¿Estaba jugando conmigo?.

Yo decidí que, o todo, o nada. ¿Has rechazado una charla sobre aventuras en el trabajo para luego tratar de acariciarme, con intención o sin ella?, pensé. Así que metí mi mano en el bolsillo y me dije: "si quiere algo, que sea más clara con sus intenciones".

La verdad es que pensé que solo estaba jugando conmigo, que solo quería darme a entender que, a pesar del corte que me había pegado antes, quería seguir "conmigo".
 
Interesante historia. Ella me parece un poco desquiciada, eso podría salir muy mal.
No se si desquiciada, pero ninguno de los dos parece tener claro lo que quiere y coincido contigo en que puede acabar muy mal.

El problema aquí es que conocemos las dos versiones.

Si yo fuera Gerardo, no me hubiera planteado que Verónica quisiera algo más que una simple relación entre compañeros.
No veo que Verónica haga ningún signo claro de querer algo más y que pase de lo que le cuenta Gerardo apunta a que solo quiere usarlo para desahogarse.
En un ambiente de trabajo y estando casados los dos hay que ir con pies de plomo y aquí Gerardo parece que ya ha caído o está a punto de hacerlo en las redes de Verónica.
 
Que bien estas dos versiones de la misma historia. Descubrir a quién se le cae la careta. A mí me pasó algo parecido y me estoy sintiendo muy identificado.
 
El problema aquí es que conocemos las dos versiones.
Tienes razón. También pensé en escribir dos relatos independientes y que los más atentos se dieran cuenta que era la misma historia, pero me decidí por este formato.
Siempre tienes la posibilidad de leer solo una versión hasta el final y luego ir comparándola con la otra. 🤷‍♂️
 
A mí me pasó algo parecido y me estoy sintiendo muy identificado.
Espero que no seas Gerardo. 😉

Fuera bromas, tanto Gerardo como Verónica conocen que iba a escribir esto. Curiosamente, ambos me pusieron las mismas dos condiciones: poder leer antes su versión y... La segunda, para no hacer spoiler, la contaré más adelante.
 
hasta ahora me gusta esta formula de las dos versiones,aunque puede haber muchas matizaciones,no obstante personalmente defino claramente donde hace mas hincapié cada uno, que es ni mas ni menos que parezca que la intencion es del otro al contarselo al que escribe
a mi me està gustando sigue porfa
 
Atrás
Top Abajo