Trío de ases

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Trío de ases



Hacía años que no se veían. Habían sido compañeros de universidad, y habían pasado por mucho juntos. Fue una época maravillosa de sus vidas. Ese tiempo en el que solo tienes que preocuparte de estudiar y pasártelo bien. No pensar en facturas, ni obligaciones familiares. Solo había dinero para tomar una o dos copas por la noche. Porque salir, había que salir. Y ellos se conocieron así: en la cafetería de la facultad y en los bares. Y así su amistad se cimentó para siempre.

Alberto era el componente masculino del grupo. Tenía bastante éxito con la chicas, y era el más aplicado de los tres con los estudios. Era moreno, con un cuerpo bastante atlético, ojos oscuros y sonrisa sempiterna. Podían hablar con él de cualquier cosa, y a veces se olvidaban que era un hombre. No paraba de hacer bromas, aunque muchas veces pareciera serio. Se había mantenido bastante bien a pesar del transcurso de los años. Solo el pelo canoso cerca de las sienes y algunas arrugas cerca de los ojos. Pero eso no lo hacía sino un poco más interesante. Sus fuertes hombros y brazos seguían igual.

Andrea era la soñadora del grupo. Morena. Ojos grandes y oscuros. Boca con labios sugerentes y dientes grandes y blancos. Los ojos y los labios luchaban por atraer la atención de los demás. Era imposible abstraerse de ellos. Era de mediana altura. Su forma de caminar tenía personalidad. Pero uno de sus puntos fuertes era su inocencia, que la hacía irresistible. Pero, por otra parte, siempre guardaba cierto control de sus sentimientos. Nunca se abría completamente.

Rocío era el alma libre. Alta, delgada, con formas femeninas, pelo corto, boca grande, un diminuto piercing en la nariz y muchos en una oreja. Tenía una personalidad atrayente, y gustaba por igual a chicos y chicas. Sus grandes ojos oscuros sabían lo que querían, o al menos esa era la imagen que proyectaba: seguridad en sí misma. Era la que guiaba al resto en momentos de indecisión.

Haberse visto después de tanto tiempo les llenó de alegría a los tres. Se sintieron jóvenes, y olvidaron sus preocupaciones y rutinas aquel maravilloso día. Parecía una vuelta al pasado, y que el tiempo se hubiera detenido para los tres por igual. El encuentro fue inesperado. Andrea y Alberto se encontraron por las calles de su ciudad. Se fundieron en un fuerte abrazo. Los dos habían venido a visitar a sus padres. Entonces hablaron de Rocío. Andrea tenía su teléfono, y había escuchado que había vuelto de Londres. La llamaron y, ¡voilà!, quedaron para almorzar. Todo salía fácil, como en los viejos tiempos. No había impedimentos ni excusas. Querían verse. Tenían tanto que contarse...

De un bar de tapas fueron a otro, y a otro, y a otro. Después un café. Después una copa. Les anocheció. Llevaban tanto alcohol que necesitaban comer algo. Y se fueron a un restaurante del paseo marítimo. Las risas no paraban. Las anécdotas se amontonaban, y a duras penas escuchaban al otro. Parecían tener prisa por recuperar el tiempo perdido. Todas sus preocupaciones volaron esa noche. Hablaron muy poco de sus familias y trabajos. Rocío seguía sin pareja fija. Era profesora interina e iba de un pueblo a otro. Y le encantaba. Se sentía como una zíngara de la educación. Y allá donde iba contagiaba sus ganas de vivir. Alberto ocupaba un buen puesto como director de una pequeña empresa. Y tenía el interés de esa persona con poder que no alardeaba de él. Andrea estaba casada, con dos hijos, y su belleza se había multiplicado. Era de esas mujeres que las demás odiaban porque era más guapa a medida que pasaban los años. Una belleza serena.

A medida que pasaban las horas se dieron cuenta de lo afortunados que habían sido de conocerse. Y de lo bien que habían aprovechado su juventud. Y los tres sintieron esa tremenda felicidad de estar juntos, despreocupados y con esa tremenda sensación interior de tranquilidad dentro del mar agitado que supone el día a día. Después de cenar caminaron por la playa, los tres agarrados, casi a trompicones. Las risas no paraban. Y decidieron tomar una última copa en un bareto de su juventud que al parecer seguía abierto. Cuando cruzaron la puerta, fue como un paso a otra dimensión. La misma decoración. El mismo camarero. Y las mismas ganas de pasárselo bien que hacía veinte años. Andrea dijo entonces que iba al baño. Y Rocío la acompañó. Alberto aprovechó entonces para ver sus mensajes en el móvil.

Entraron las dos en el baño y cerraron la puerta.

-Tía, menos mal. Me estaba meando. Pero no quería perderme nada. Vaya noche. Qué panzada de reír. Qué feliz estoy de haberos encontrado hoy -Dijo Andrea.

-Ya te digo. Hemos tenido mucha suerte. Y encima los tres. Me ha encantado que pudiéramos todos. Y seguís igual. -dijo Rocío.

-No sé si es que ya no tenemos la vista igual, pero yo os veo igual de guapos. Tú te conservas igual, puñetera. -Dijo Andrea.

-Alberto está más buenorro que nunca, eso es verdad. Y tú estás igual de sexy. ¡Vaya trío sensual que hacemos! -Dijo Rocío riéndose. Las dos estallaron en carcajadas.

Entonces Andrea se levantó del inodoro y como el baño era tan estrecho, sus caras quedaron a centímetros. Hubo un momento de silencio, y Rocío dijo:

-Todavía me acuerdo del pico que nos dimos a la salida de la fiesta de la facultad de medicina.

A lo que respondió Andrea:

-Yo también me acuerdo.

Entonces Rocío la miró a los ojos, y la vio entregada. Le cogió suavemente la cabeza por detrás con una mano y la atrajo para sí. Sus labios contactaron suavemente, y los corazones se aceleraron automáticamente. Roce lento. Y una lengua. Y la otra. Contacto suave de las puntas. Y una nueva cabalgada del corazón. La cabeza de Rocío se giró lateralmente, y Andrea se dejaba hacer. Ojos cerrados. Entonces empezaron a explorarse. Con la lengua, buscando lugares secretos, y encontrándolos. Con las manos, descubriendo que en aquel momento todo el cuerpo de la otra era zona erógena. Y con los pechos, que al rozarse enviaban una señal inequívoca al bajo vientre. Entonces el beso se convirtió en salvaje. Y las comisuras de sus labios ensalivadas. Y sus pupilas dilatadas. Y ese olor a sexo que flotaba en el ambiente tan maravilloso. Entonces una mano de Andrea buscó entre la entrepierna de Rocío, debajo de su falda. Y cuando iba a separar sus bragas, un golpe en la puerto sonó como un trueno. Se miraron y estallaron en una carcajada.

Regresaron a la mesa. Alberto estaba con el móvil. Cuando las miró, comprendió que algo especial había pasado.

-Bueno, creo que es hora de irse. Yo me tomaría otra copa, pero estoy tiesa. Eso sí, estáis invitados a casa. Estáis tan borrachos que no debéis conducir. Andrea, puedes dormir conmigo. Alberto, ni que decir tiene que también te vienes.

Alberto miró el brillo de los ojos de Rocío y Andrea y contestó:

-Por supuesto.

Fueron andando a la casa, que quedaba cerca, aunque no iban en línea recta, precisamente. Eran casi las cuatro de la mañana y seguían riéndose como a las cuatro de la tarde. Entraron en la casa y Rocío fue a la cocina a servir otra copa. Andrea la acompañó. Alberto se quedó en el sofá, esperando. Mientras una cortaba una naranja, la otra preparaba el ron y las copas. Rocío entonces acercó a la boca de Andrea una rodaja de naranja, y ella la chupó, echándola después dentro de la copa de Rocío. Ésta la miró con ojos de fuego. Ahora no habría nadie que tocara la puerta. Cortó otra rodaja de naranja y se la metió en la boca, masticándola suavemente, y acercó su cara a la de Andrea. Entonces la pulpa de naranja cambió de boca, y sus lenguas luchaban por el más mínimo trozo. Minetras tanto, Alberto había ido a la cocina en busca de un cenicero. Y se quedó mirando apoyado en la puerta.

Las manos de Andrea ya estaban debajo de la falda de Rocío. Ésta, a su vez, acariciaba la vulva de Andrea encima del pantalón. Sus cabezas iban de un lado a otro en un movimiento acompasado. Andrea metió un dedo debajo de las bragas de Rocío y ésta dio un pequeño respingo. Después lo sacó, se apartó de Rocío, y se lo introdujo en la boca despacio, chupándolo con fruición. Se lo pasó después por los labios sonrosados. Y buscó de nuevo ese lugar cálido y seguro. Rocío tenía los ojos entrecerrados, pero por el rabillo del ojo vio a Alberto. Y lo miró con la boca entreabierta, como ofreciéndole algo. Alberto estaba a la expectativa. Entonces metió las manos debajo de la camiseta de Andrea y empezó a tocarle las tetas, mirando fijamente a Alberto. Andrea abrió los ojos y se sobresaltó al verle ahí, tan cerca, observándolas. Pero no se asustó. Al contrario. Sonrió de forma pícara y le mandó un beso. Entonces Rocío dijo:

-Es hora de ir a la cama. Vamos a tomar el postre.

Se dirigió a la habitación y los dos la siguieron. Una vez allí, encendió una lámpara de la mesita de noche con una luz muy tenue. De espaldas a ellos, se quitó la blusa por encima de la cabeza y se le vio el sostén negro por detrás. Siguiendo de espaldas, se quitó lentamente los pantalones, y se vio su hermoso culo con solo unas bragas negras, y se dio la vuelta, diciendo:

-Vamos, ¿qué esperáis? -Les espetó con una urgencia inesperada.

Alberto y Andrea obedecieron rápidamente, algo atropellados. Se quedaron en ropa interior. Entonces Rocío se acercó a Alberto, tocándole suavemente los pectorales.

Andrea dijo:

-¡Eh, es de las dos!

Y se acercó y lo besó en la boca. Alberto la atrajo por la cintura y le hizo notar que estaba preparado para lo que iba a venir. Entonces Rocío se puso detrás de Andrea y le quitó el sujetador. Dos pequeñas tetas con hermosos y enhiestos pezones se vieron liberadas. Alberto las cogió con las manos y las acarició. Andrea empezó a respirar más rápidamente. Entonces Rocío la cogió de la mano, miró a Alberto y le dijo: "Tú, ahora, en el sillón", mostrándole dónde debía estar. Su orden no admitía réplica. Alberto aceptó y se retiró. Se quitó el slip y observó la escena sentado, mirándolas ardientemente.

Rocío tendió a Andrea. Se quitó toda la ropa interior y le bajó las bragas a su amiga. Entonces se puso sobre ella a cuatro patas. Para Alberto la visión no podía ser más excitante. Rocío agachó la cabeza y besó a Andrea, que se dejaba hacer, completamente entregada. Su cabeza le daba vueltas por la embriaguez del alcohol, pero a eso se le sumaba la embriaguez sexual, mucho más potente. Andrea bajó hacia los pechos y chupó un pezón mientras pellizcaba el otro con una mano. Después cambió. El pezón mojado en saliva era un transmisor de placer incontenible cuando lo retorcía. Andrea empezó a gemir, y Alberto a masturbarse. Rocío siguió bajando hasta que llegó al coño depilado de Andrea. Solo una fina línea de vello púbico parecía señalar dónde se encontraba el clítoris, para que no hubiera duda. Y allí fue directamente la lengua de Rocío. Primero lamió lateralmente, y después de arriba a abajo, estimulándolo. Andrea gemía más rápido, y no pudo evitar un gritito cuando sintió el dedo en su interior. Y, de repente, Rocío sintió por detrás como una lengua la lamía, con pasión. Alberto no podía esperar más sentado. Se dedicó a investigar cada centímetro de su culo, sin dejar de estimular nada. Y ahora la que gemía era Rocío, que paró con Andrea. Ésta levantó la cabeza, y vio la tremenda cara de placer de su amiga, con los ojos cerrados y la boca abierta. Esa visión la puso todavía más que el cunnilingus. Entonces Rocío se dio la vuelta y en la misma posición comenzó a chuparle la polla a Alberto, que cerró los ojos. Pero bajó su culo y le puso el coño a disposición de Andrea, que entendió el mensaje. Comenzó a chupar los labios exteriores y después le introdujo la lengua. El coño estaba muy húmedo, y no le costó nada introducir primero un dedo y después dos. A Rocío le costaba trabajo chupar la polla e intentar respirar al mismo tiempo, del placer que estaba recibiendo. Entonces Alberto tomó las riendas y cogió la cabeza de Rocío, besándola. Y la giró, haciendo que se inclinara hacia delante, con su coño encima de la cara de Andrea. Y metió su polla empalmada en el coño lubricado de Andrea, comenzando poco a poco. Ahora la que no podía respirar y gemir era Andrea. Todo eran gemidos y velados gritos. Todo eran fluidos. Todo era placer. Entonces las dos se pusieron de rodillas y comenzaron a besarse, tocándose las tetas. Andrea comenzó a masturbar con una mano a Alberto, a escasos centímetros de ellas. Entonces él quiso participar en el beso. Y sus lenguas se entremezclaron, sin saber en un momento determinado cuál pertenecía a quién. Las dos se miraron y decidieron terminar con Alberto para seguir ellas solas. Le chuparon la polla entre las dos, turnándose. Eso no lo había imaginado Alberto ni en sus mejores sueños húmedos. Entonces Rocío le susurró al oido: "Córrete en mis tetas" Y no le hizo falta ni un segundo más. Su semen salió violentamente disparado hacia sus pechos, y cayó rendido hacia atrás. Entonces Andrea chupó el semen del cuerpo de su amante esa noche, sin dejar ni una gota, mirándola fijamente. Después cruzaron sus piernas, rozando sus coños húmedos en perfecta coordinación, hasta que el grito de una aceleró el orgasmo de la otra. Entonces se abrazaron y se dieron un dulce beso en la boca, y los tres cayeron dormidos en un profundo sueño.

Andrea y Rocío se despertaron con los primeros rayos de sol que se dejaban entrever por la persiana mal cerrada. Olía a café. Entonces apareció Alberto con una bandeja con el desayuno preparado y una enorme sonrisa. Seguía completamente desnudo, como ellas. Todos comprendieron que esa noche no iba a hacer sino unirlos más. Desde entonces siempre buscarían algún momento al año para pasar un par de días juntos los tres. Y siempre darían gracias por haberse conocido.
 
Hola, buenas noches.

Reencuentros así deberían darse toooodos los meses, jajajaja.

Saludos y gracias.

Hotam
 
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