Te reto

¡Te reto! - Capítulo 06 - El punto de inflexión

Después de la sesión de masaje con Tyler algunas cosas cambiaron. Por aquel entonces los retos se habían convertido en más que un excitante juego, eran casi una adicción. Conforme iban pasando los días el mono iba en aumento y ambos buscábamos situaciones comprometidas, falsos accidentes. Silvia vestía más provocativa que nunca y ya no le importaba lo que pensaran las vecinas, incluso había dado algún espectáculo privado en el ascensor a alguno de sus maridos, plantándoles los pechos justo bajo su mirada, mostrándoles un canalillo por el que se llegaba a ver el ombligo y disfrutando viendo cómo casi se les salían los ojos de las órbitas. Yo temía por los pobres hombres, porque la mayoría eran de sesenta para arriba y me preocupaba que no les diera un infarto y se nos quedaran allí mismo, pero a la vez me excitaba sobremanera la nueva y desinhibida faceta de Silvia.

Pero también empecé a notar otros cambios que afectaron a nuestra relación sexual. De pronto me dió la sensación de que yo ya no me bastaba para satisfacerla, de que no era suficiente. Cuando hacíamos el amor me reclamaba que la penetrara con fuerza, hasta el fondo, sin parar. Saltaba sobre mí y me cabalgaba sin compasión, sin importarle que me estuviera haciendo polvo la polla. Incorporamos posturas que yo no había visto en ninguna peli porno y que me obligaban a sudar la gota gorda haciendo ejercicios de equilibrio. Si me corría dentro me gritaba que no parase de follarla. Si me corría en su vientre o entre sus pechos extendía mi leche por su piel y enseguida se volvía a meter mi polla en la boca para volver a ponerla dura. Me exigía que la poseyera brutalmente por todos los agujeros disponibles una, dos, tres… tantas veces como fuera necesario hasta que yo ya no podía más y caía rendido. Más de una vez, mientras intentaba recuperar el pulso y el oxígeno, oía como Silvia se masturbaba hasta provocarse ese último orgasmo que yo no había podido darle.

Un día cuando volví del curro noté a Silvia especialmente extraña y callada. Rehuía mi mirada y me respondía con monosílabos. Después de cenar nos sentamos en el sofá y Silvia puso la TV en una cadena que daban uno de esos programas de zapping. Pasamos unos minutos en silencio hasta que me aventuré a preguntarle qué le pasaba, si todo iba bien en el curro. Me miró sin enfocar, volvió a mirar la tele y entonces se puso a llorar. Durante los siguientes minutos Silvia estuvo llorando sin consuelo y balbuceando cosas sin sentido mientras yo intentaba calmarla. Poco a poco empecé a entender algo de lo que decía, primero palabras sueltas: gimnasio, ansia,... Cuando por fin se calmó lo suficiente como para que su respiración se normalizara y su voz fuera menos entrecortada, me cogió de las manos y me pidió perdón. Después empezó a explicármelo todo, palabra a palabra, línea a línea, mientras con sus ojos vidriosos buscaba una reacción en los míos.

Esa mañana se había despertado vacía, necesitada de algo intangible, difícil de definir. Cuando yo me marché a trabajar ella se había quedado en el sofá con una taza de café con leche en las manos que se había enfriado sin siquiera haberle dado un sorbo. Se sentía ansiosa y tenía frío. Decidió llamar al trabajo con una excusa cualquiera para poder quedarse en casa, no tenía ganas de salir a la calle. Pero a media mañana cambió de idea. No sabía cuál había sido el motivo pero de pronto se encontró vestida de deporte yendo hacia el gimnasio. Una vez allí pasó por el vestidor a dejar la bolsa y quitarse la sudadera antes de dirigirse a la sala de máquinas. No tenía objetivo, no era nada consciente, pero se encontró en medio de la sala buscando a alguien entre los pocos usuarios del gimnasio a esa hora. Algunos le devolvieron la mirada sin ahorrarse también echarle un buen vistazo a su cuerpo. Pero ella pasó de todos.

Un poco decepcionada por no saber qué hacía allí se dirigió a las bicicletas estáticas con la intención de quemar un poco de la frustración que sentía. Estuvo veinte minutos corriendo hasta que un moscardón se puso en la bicicleta de al lado y empezó a darle conversación a la vez que no perdía ocasión de echarle un ojo al rebote de sus pechos. Pensó en darle un pequeño espectáculo pero no tenía ganas y optó por pasar de él y cambiar de máquina. Pasó por el contractor de pectorales y después la máquina de remo. En cada una de ellas tuvo visitas de usuarios del gimnasio que se acercaban a hablar con ella. Siempre era la misma cantinela: que si necesitaba ayuda, consejos para mejorar su técnica, piropos más o menos trabajados,... al final lo que todos querían era saber qué posibilidades tenían y cuando descubrían que ninguna la dejaban tranquila, satisfechos de haber por lo menos podido echarle un vistazo, fantaseando con su culo o lo poco que su top de deporte ocultaba a la vista.

Llevaba apenas cinco minutos en la máquina de abductores cuando otro tío se le acercó y la saludó. Ya estaba cansada, de los pesados del gimnasio pero también físicamente. Sudaba por todas partes y para más INRI el trabajo con los abductores la estaba poniendo caliente. Se giró hacia él con la intención de soltarle un moco pero entonces se paró en seco al reconocer a Tyler.

En ese momento de su narración el corazón me dió un vuelco y Silvia se calló mirándome fijamente. Hasta ese momento había seguido la explicación de Silvia como quien escucha al otro explicarle cómo había sido su día en el curro. Pero la aparición de Tyler en la historia lo cambiaba todo. Era evidente que era a él a quien Silvia, consciente o inconscientemente había ido a buscar al gimnasio. A partir de ese punto la historia se me hizo más difícil de digerir.

Silvia sí se había dejado aconsejar por Tyler sobre cómo mejorar el esfuerzo de sus abductores. Sus manos en sus muslos, mostrándole donde se concentraba el trabajo muscular, poco habían ayudado a calmar la creciente comezón que sentía en su entrepierna. La proximidad de Tyler era a la vez natural y terriblemente excitante. Al fin y al cabo no hacía mucho que este había recorrido prácticamente todo su cuerpo con esas manos grandes y fuertes. Pero era ese “prácticamente” el origen de su agitación. Cambiaron posiciones y él se sentó en la máquina de abductores. Silvia se encontró admirando de nuevo el musculado cuerpo del masajista, sus imponentes brazos, el ancho cuello y esos pectorales aumentados. Él le estaba explicando cómo mantener la tensión en los muslos durante todo el ejercicio. Pero ella poco entendía de lo que le decía. Allí a lado, a apenas unos centímetros de donde se supone que debería estar mirando, un indiscutible bulto dejaba constancia de que él tampoco era insensible a la presencia de ella. Se sintió azorada al constatar que Tyler no llevaba nada debajo de las mallas negras que vestía. El perfil de sus huevos y de su polla dura eran perfectamente distinguibles.

La cabeza le empezó a dar vueltas, se mareó, estuvo a punto de caer. Pero Tyler la cogió a tiempo. De pronto se encontró con la cara apoyada contra su ancho pecho, cogida de su brazo para no caerse, notando la contundencia de los músculos de él contra su cuerpo. Y se dejó hacer. Tyler la llevó a la enfermería pero a esas horas no había nadie de turno. Le dijo que esperase un momento que iba a buscar al encargado para pedirle la llave del botiquín pero ella le pidió que no la dejara sola. Y así fue como pasó.

Entre sollozos Silvia me explicó que ella le había besado primero. Que después él la había abrazado y que jamás se había sentido tan completamente protegida. Entonces se abandonó. Tan solo recuerda fragmentos de la siguiente hora. Primero Tyler desnudandola, acariciándola, manipulando sus pechos y después su sexo. La cabeza de Tyler entre sus piernas, su lengua jugando con su clítoris y la tremenda sensación de libertad con el primer orgasmo. Después su polla dura brincando libre del elástico de las mallas. La recuerda pequeña comparada por el portentoso marco de su cuerpo pero la notó dura y caliente cuando la penetró. El ruido de la camilla con sus embestidas y como al final él la cogió en volandas y empezó a elevarla y dejarla caer sobre su polla con absoluta facilidad. Le rodeó el torso con brazos y piernas, abriendo de par en par su coño mientras él la cogía de los glúteos e introducía un par de dedos en su ano provocando el segundo orgasmo.

Así siguieron follando un buen rato. Él manipulándola a su antojo y ella dejándose hacer, abrumada por la potencia de su cuerpo. Hasta que finalmente, después de un par de orgasmos más de Silvia, Tyler se corrió en su interior, empalandola mientras la sostenía en el aire cogida por la cintura. Notó como su esperma le quemaba por dentro a la vez que sentía un nuevo orgasmo crecer en su interior. Después cayó rendida en la camilla.

No recuerda exactamente qué pasó a continuación pero de alguna forma llegó hasta las duchas del vestuario de mujeres y allí empezó a recuperarse. Mientras dejaba que el agua caliente templase su dolorido cuerpo comenzó a tomar conciencia de lo que había pasado. La sensación de vacío de la mañana había desaparecido. Se sentía completamente follada. Colmada de sexo. Pero en su lugar surgió un desasosiego aún mayor. Una sensación de culpabilidad que no había hecho sino crecer a lo largo del día. Hasta hacerse insoportable.

Cuando yo le pregunté se había derrumbado y supo que la única salida era confesarlo todo. Ahora me miraba buscando mi comprensión, mi perdón. Cada relación es diferente y quizá no todo el mundo lo entienda pero yo tenía la certeza de que Silvia me amaba y la única respuesta que me salía del corazón era abrazarla y besarla, tranquilizándola entre mis brazos, mientras Silvia rompía a llorar de nuevo.

Esa noche en la cama soñé que Tyler follaba a Silvia despiadadamente. Su cuerpo era una poderosa máquina de follar. Todos sus músculos piezas de un complicado engranaje orientado a penetrar más rápido y más profundamente el sexo de mi novia. Silvia estaba en un continuo orgasmo, con las manos agarrando con fuerza la camilla y la cabeza tirada para atrás. De su coño parecía salir humo. Después Tyler sacó la polla de dentro justo cuando ésta empezaba a escupir semen como si de lava de un volcán se tratase. El blanco y viscoso elemento volaba sobre el cuerpo de Silvia y caía por todas partes. Tiras blancas de esperma cubrían su cuello, sus pechos y su vientre. Empezaron a formarse pequeños charcos en las hendiduras de su cuello y en su ombligo.

Y me desperté. Silvia dormía sobre mi pecho, que subía y bajaba por la excitación. Noté la erección en mis pantalones e introduje la mano por debajo del elástico para encontrarme con lo que sospechaba: un viscoso líquido manchando el pantalón, resbalando por mi polla aún dolorosamente rígida y enredándose en mi vello púbico. Fue eso y no la infidelidad de Silvia lo que marcó un punto de inflexión en nuestra relación.

Fin del capítulo 6
 
¡Te reto! - Capítulo 06 - El punto de inflexión

Después de la sesión de masaje con Tyler algunas cosas cambiaron. Por aquel entonces los retos se habían convertido en más que un excitante juego, eran casi una adicción. Conforme iban pasando los días el mono iba en aumento y ambos buscábamos situaciones comprometidas, falsos accidentes. Silvia vestía más provocativa que nunca y ya no le importaba lo que pensaran las vecinas, incluso había dado algún espectáculo privado en el ascensor a alguno de sus maridos, plantándoles los pechos justo bajo su mirada, mostrándoles un canalillo por el que se llegaba a ver el ombligo y disfrutando viendo cómo casi se les salían los ojos de las órbitas. Yo temía por los pobres hombres, porque la mayoría eran de sesenta para arriba y me preocupaba que no les diera un infarto y se nos quedaran allí mismo, pero a la vez me excitaba sobremanera la nueva y desinhibida faceta de Silvia.

Pero también empecé a notar otros cambios que afectaron a nuestra relación sexual. De pronto me dió la sensación de que yo ya no me bastaba para satisfacerla, de que no era suficiente. Cuando hacíamos el amor me reclamaba que la penetrara con fuerza, hasta el fondo, sin parar. Saltaba sobre mí y me cabalgaba sin compasión, sin importarle que me estuviera haciendo polvo la polla. Incorporamos posturas que yo no había visto en ninguna peli porno y que me obligaban a sudar la gota gorda haciendo ejercicios de equilibrio. Si me corría dentro me gritaba que no parase de follarla. Si me corría en su vientre o entre sus pechos extendía mi leche por su piel y enseguida se volvía a meter mi polla en la boca para volver a ponerla dura. Me exigía que la poseyera brutalmente por todos los agujeros disponibles una, dos, tres… tantas veces como fuera necesario hasta que yo ya no podía más y caía rendido. Más de una vez, mientras intentaba recuperar el pulso y el oxígeno, oía como Silvia se masturbaba hasta provocarse ese último orgasmo que yo no había podido darle.

Un día cuando volví del curro noté a Silvia especialmente extraña y callada. Rehuía mi mirada y me respondía con monosílabos. Después de cenar nos sentamos en el sofá y Silvia puso la TV en una cadena que daban uno de esos programas de zapping. Pasamos unos minutos en silencio hasta que me aventuré a preguntarle qué le pasaba, si todo iba bien en el curro. Me miró sin enfocar, volvió a mirar la tele y entonces se puso a llorar. Durante los siguientes minutos Silvia estuvo llorando sin consuelo y balbuceando cosas sin sentido mientras yo intentaba calmarla. Poco a poco empecé a entender algo de lo que decía, primero palabras sueltas: gimnasio, ansia,... Cuando por fin se calmó lo suficiente como para que su respiración se normalizara y su voz fuera menos entrecortada, me cogió de las manos y me pidió perdón. Después empezó a explicármelo todo, palabra a palabra, línea a línea, mientras con sus ojos vidriosos buscaba una reacción en los míos.

Esa mañana se había despertado vacía, necesitada de algo intangible, difícil de definir. Cuando yo me marché a trabajar ella se había quedado en el sofá con una taza de café con leche en las manos que se había enfriado sin siquiera haberle dado un sorbo. Se sentía ansiosa y tenía frío. Decidió llamar al trabajo con una excusa cualquiera para poder quedarse en casa, no tenía ganas de salir a la calle. Pero a media mañana cambió de idea. No sabía cuál había sido el motivo pero de pronto se encontró vestida de deporte yendo hacia el gimnasio. Una vez allí pasó por el vestidor a dejar la bolsa y quitarse la sudadera antes de dirigirse a la sala de máquinas. No tenía objetivo, no era nada consciente, pero se encontró en medio de la sala buscando a alguien entre los pocos usuarios del gimnasio a esa hora. Algunos le devolvieron la mirada sin ahorrarse también echarle un buen vistazo a su cuerpo. Pero ella pasó de todos.

Un poco decepcionada por no saber qué hacía allí se dirigió a las bicicletas estáticas con la intención de quemar un poco de la frustración que sentía. Estuvo veinte minutos corriendo hasta que un moscardón se puso en la bicicleta de al lado y empezó a darle conversación a la vez que no perdía ocasión de echarle un ojo al rebote de sus pechos. Pensó en darle un pequeño espectáculo pero no tenía ganas y optó por pasar de él y cambiar de máquina. Pasó por el contractor de pectorales y después la máquina de remo. En cada una de ellas tuvo visitas de usuarios del gimnasio que se acercaban a hablar con ella. Siempre era la misma cantinela: que si necesitaba ayuda, consejos para mejorar su técnica, piropos más o menos trabajados,... al final lo que todos querían era saber qué posibilidades tenían y cuando descubrían que ninguna la dejaban tranquila, satisfechos de haber por lo menos podido echarle un vistazo, fantaseando con su culo o lo poco que su top de deporte ocultaba a la vista.

Llevaba apenas cinco minutos en la máquina de abductores cuando otro tío se le acercó y la saludó. Ya estaba cansada, de los pesados del gimnasio pero también físicamente. Sudaba por todas partes y para más INRI el trabajo con los abductores la estaba poniendo caliente. Se giró hacia él con la intención de soltarle un moco pero entonces se paró en seco al reconocer a Tyler.

En ese momento de su narración el corazón me dió un vuelco y Silvia se calló mirándome fijamente. Hasta ese momento había seguido la explicación de Silvia como quien escucha al otro explicarle cómo había sido su día en el curro. Pero la aparición de Tyler en la historia lo cambiaba todo. Era evidente que era a él a quien Silvia, consciente o inconscientemente había ido a buscar al gimnasio. A partir de ese punto la historia se me hizo más difícil de digerir.

Silvia sí se había dejado aconsejar por Tyler sobre cómo mejorar el esfuerzo de sus abductores. Sus manos en sus muslos, mostrándole donde se concentraba el trabajo muscular, poco habían ayudado a calmar la creciente comezón que sentía en su entrepierna. La proximidad de Tyler era a la vez natural y terriblemente excitante. Al fin y al cabo no hacía mucho que este había recorrido prácticamente todo su cuerpo con esas manos grandes y fuertes. Pero era ese “prácticamente” el origen de su agitación. Cambiaron posiciones y él se sentó en la máquina de abductores. Silvia se encontró admirando de nuevo el musculado cuerpo del masajista, sus imponentes brazos, el ancho cuello y esos pectorales aumentados. Él le estaba explicando cómo mantener la tensión en los muslos durante todo el ejercicio. Pero ella poco entendía de lo que le decía. Allí a lado, a apenas unos centímetros de donde se supone que debería estar mirando, un indiscutible bulto dejaba constancia de que él tampoco era insensible a la presencia de ella. Se sintió azorada al constatar que Tyler no llevaba nada debajo de las mallas negras que vestía. El perfil de sus huevos y de su polla dura eran perfectamente distinguibles.

La cabeza le empezó a dar vueltas, se mareó, estuvo a punto de caer. Pero Tyler la cogió a tiempo. De pronto se encontró con la cara apoyada contra su ancho pecho, cogida de su brazo para no caerse, notando la contundencia de los músculos de él contra su cuerpo. Y se dejó hacer. Tyler la llevó a la enfermería pero a esas horas no había nadie de turno. Le dijo que esperase un momento que iba a buscar al encargado para pedirle la llave del botiquín pero ella le pidió que no la dejara sola. Y así fue como pasó.

Entre sollozos Silvia me explicó que ella le había besado primero. Que después él la había abrazado y que jamás se había sentido tan completamente protegida. Entonces se abandonó. Tan solo recuerda fragmentos de la siguiente hora. Primero Tyler desnudandola, acariciándola, manipulando sus pechos y después su sexo. La cabeza de Tyler entre sus piernas, su lengua jugando con su clítoris y la tremenda sensación de libertad con el primer orgasmo. Después su polla dura brincando libre del elástico de las mallas. La recuerda pequeña comparada por el portentoso marco de su cuerpo pero la notó dura y caliente cuando la penetró. El ruido de la camilla con sus embestidas y como al final él la cogió en volandas y empezó a elevarla y dejarla caer sobre su polla con absoluta facilidad. Le rodeó el torso con brazos y piernas, abriendo de par en par su coño mientras él la cogía de los glúteos e introducía un par de dedos en su ano provocando el segundo orgasmo.

Así siguieron follando un buen rato. Él manipulándola a su antojo y ella dejándose hacer, abrumada por la potencia de su cuerpo. Hasta que finalmente, después de un par de orgasmos más de Silvia, Tyler se corrió en su interior, empalandola mientras la sostenía en el aire cogida por la cintura. Notó como su esperma le quemaba por dentro a la vez que sentía un nuevo orgasmo crecer en su interior. Después cayó rendida en la camilla.

No recuerda exactamente qué pasó a continuación pero de alguna forma llegó hasta las duchas del vestuario de mujeres y allí empezó a recuperarse. Mientras dejaba que el agua caliente templase su dolorido cuerpo comenzó a tomar conciencia de lo que había pasado. La sensación de vacío de la mañana había desaparecido. Se sentía completamente follada. Colmada de sexo. Pero en su lugar surgió un desasosiego aún mayor. Una sensación de culpabilidad que no había hecho sino crecer a lo largo del día. Hasta hacerse insoportable.

Cuando yo le pregunté se había derrumbado y supo que la única salida era confesarlo todo. Ahora me miraba buscando mi comprensión, mi perdón. Cada relación es diferente y quizá no todo el mundo lo entienda pero yo tenía la certeza de que Silvia me amaba y la única respuesta que me salía del corazón era abrazarla y besarla, tranquilizándola entre mis brazos, mientras Silvia rompía a llorar de nuevo.

Esa noche en la cama soñé que Tyler follaba a Silvia despiadadamente. Su cuerpo era una poderosa máquina de follar. Todos sus músculos piezas de un complicado engranaje orientado a penetrar más rápido y más profundamente el sexo de mi novia. Silvia estaba en un continuo orgasmo, con las manos agarrando con fuerza la camilla y la cabeza tirada para atrás. De su coño parecía salir humo. Después Tyler sacó la polla de dentro justo cuando ésta empezaba a escupir semen como si de lava de un volcán se tratase. El blanco y viscoso elemento volaba sobre el cuerpo de Silvia y caía por todas partes. Tiras blancas de esperma cubrían su cuello, sus pechos y su vientre. Empezaron a formarse pequeños charcos en las hendiduras de su cuello y en su ombligo.

Y me desperté. Silvia dormía sobre mi pecho, que subía y bajaba por la excitación. Noté la erección en mis pantalones e introduje la mano por debajo del elástico para encontrarme con lo que sospechaba: un viscoso líquido manchando el pantalón, resbalando por mi polla aún dolorosamente rígida y enredándose en mi vello púbico. Fue eso y no la infidelidad de Silvia lo que marcó un punto de inflexión en nuestra relación.

Fin del capítulo 6
No he podido aguantar la mañana.. y los he encontrado en T. R. 🙈🤪🤪🤪❤️🤟
Gracias!
 
¡Te reto! - Capítulo 07 - La fiesta

Me costó mucho comprender que no me produjese rabia el hecho de que Silvia me hubiese puesto los cuernos, más bien al contrario. Como muchos en mi situación, supongo, me imaginaba a todas horas a Silvia fornicando con Tyler en la enfermería del gimnasio, y cada vez que lo hacía un tremenda trempera me llenaba los pantalones. Tuve el mismo sueño húmedo durante varias noches seguidas e incluso después de que Silvia y yo volviéramos a hacer el amor me despertaba por las noches con la entrepierna pringosa después de imaginarme a Tyler follando a mi novia por todos los orificios y corriéndose copiosamente de decenas de formas diferentes.

Pero más me costó explicárselo a Silvia.

Las palabras concretas me es imposible reproducirlas porque fue un discurso sin sentido. Pero sí recuerdo cómo fue cambiando la cara de Silvia conforme yo iba deshilando mis sensaciones. Primero la vi sentir un alivio profundo al saber que la continuaba amando y que este “incidente” no cambiaría eso. Después puso cara de estupor cuando le dije que su historia me había puesto. Le expliqué lo de mis sueños húmedos y su cara cambió por momentos a una sorpresa divertida para volver enseguida a la estupefacción por lo que le estaba explicando. Porque no supe decírselo de otra forma. Me ponía verla provocando a otros tíos, mostrando su cuerpo y poniéndoles calientes. El episodio en el metro con el pobre chaval había sido lo más excitante que había visto nunca y solo le echaba una cosa en cara con el tema del masajista: que yo no hubiera estado presente.

Silvia estaba descolocada. Se levantó e hizo un par de amagos de salir del comedor. Curiosamente ahora era yo el que deseaba sentirme reintegrado en la relación, yo quién deseaba ser aceptado no por lo que hubiera hecho sino por lo que había dicho, por cómo me sentía. Silvia me miraba con una cierta incredulidad. Me preguntó varias veces si lo que había dicho iba en serio. Le dije que sí, que me ponía caliente imaginarmela follando con Tyler. Me miró con los ojos abiertos, aún intentando calibrar el grado de verdad en mis palabras y entonces… - ¡Te reto! - me pilló en fuera de juego. - ¿Cómo? - le pregunté extrañado. Me miró fijamente y me dijo: - hoy en la fiesta vamos a probar hasta qué punto dices la verdad, hasta donde eres capaz de aguantar… - La fiesta. Esa noche habíamos quedado para celebrar el cumpleaños de un amigo en la torre que sus padres tenían en un pueblo de la costa. Quizá no fuera el mejor día para fiestas pero el reto de Silvia no podía quedar descubierto.

Llegamos a casa de Juan pasadas las nueve. Aparcar no fue ningún problema. La casa quedaba ligeramente apartada del centro del pueblo y había aparcamientos de sobra. El sol ya se había puesto y recorrimos los pocos metros hasta la puerta de la casa iluminados por una farola de la calle. En el trayecto había intentado adivinar cuáles eran sus planes pero ella se había limitado a explicar que tan solo era comprobar si lo que le había explicado era verdad. Cuando insistí en saber con quien pensaba liarse, me soltó muy seria que la víctima la escogía ella. De nuevo noté esa mezcla de excitación y desasosiego en mi interior. Por como iba vestida Silvia parecía ir muy en serio. Llevaba un ajustado vestido azul cobalto de fiesta y unos zapatos negros con un ligero tacón. El vestido era de manga larga, pero aun así conseguía dibujar un amplio escote que mostraba un canalillo que paraba el corazón, la tela se ajustaba a su vientre y sus caderas, dibujaba perfectamente la redondez de su culo y la cubría hasta la mitad de sus muslos. Pero lo que más me ponía del vestidito es que se ajustaba tanto a su piel que la falta de pliegues o marcas permitía adivinar que Silvia no llevaba ni sostenes ni bragas debajo.

A pesar de lo tranquila que estaba la calle, la casa por dentro era un bullicio. A parte de Juan, el homenajeado, estaban Pedro, Ricardo y Andrea acompañados de sus parejas y Núria y Miguel sin acompañante. Los siete éramos antiguos compañeros de trabajo y a menudo quedábamos para salir o celebrar lo que fuera. En total éramos 11 personas muy bien avenidas. La mayoría.

Se supone que tengo que hablar de Miguel porque es protagonista de esta historia. Miguel había formado parte del grupo desde el principio, pero a mí y a alguno más nos caía bastante gordo. Era el típico pavo que cree saber de todo, que se mete en todas las conversaciones y se cree el centro de la fiesta. El lote se completa con una exagerada autoestima que le hace ir de guaperas y perdonavidas. Había tenido alguna pareja a lo largo de los últimos años pero nunca le duraban mucho porque “se cansaba pronto de ellas”. Físicamente se cuidaba mucho, corría, iba al gimnasio. Decía que las tías se le tiraban encima en las discotecas pero yo no lo había visto nunca. Lo que sí podía corroborar es que estaba bien dotado. En la intimidad fardaba de polla describiendo las caras que habían puesto algunos de sus ligues al verla por primera vez y quizá fuera verdad por lo que me había fijado en el vestuario después de alguna pachanga futbolera.

Una vez con Silvia había comentado lo ortopédico que era cambiarse y ducharse en los minúsculos vestuarios de los campos de fútbol con siete tíos más. En medio de las risas de la conversación yo había añadido que si además tenías que ir esquivando los pollazos de Miguel, que iba de aquí a allá echando pestes del árbitro, la cosa se ponía fea. A Silvia le había interesado ese último punto y me hizo explicarle qué era eso de los “pollazos”. Yo le describí con pelos y señales cómo era la polla de Miguel. Incluso flácida le colgaba pesada y penduleaba desvergonzada a derecha e izquierda golpeando sonoramente sus muslos, con el capullo asomando descarado mientras el mío, frío y compungido, apenas asomaba entre pliegues y pliegues de piel. Además el tío no paraba de tocarse como si quisiera dejar claro quién la tenía más grande. Visto en perspectiva quizá aquella conversación con Silvia no fue buena idea.

La cena transcurrió muy agradable entre risas y cachondeo. La cerveza y el vino iban pasando e hicimos numerosos brindis en honor de Juan. Con el pastel y las velas llegaron los regalos. Después alguien puso música y abrimos las puertas a la terraza para que entrara el aire. Algunos nos levantamos de la mesa para que Juan nos mostrara su colección de Whiskies. Después él y Pedro se pusieron a jugar al Super Mario Bros en la consola. Yo nunca fui bueno en juegos de ordenador pero me quedé a animar junto con Ricardo e Aitor, la pareja de Andrea. Pasado un rato busqué a Silvia con la mirada. En el sofá Núria hablaba animadamente con Andrea. En la mesa las parejas de Pedro y Ricardo se contaban secretitos. Me costó un poco contar a los presentes antes de darme cuenta que faltaban Silvia y Miguel. Una gota de sudor frío cayó por mi espalda.

“Yo escojo la víctima”, me había dicho. Por un momento tuve la sensación de que esto había sido un grave error. No era lo mismo provocar a completos desconocidos, aunque fueran vecinos de escalera, que a amigos. Pero que además fuera Miguel el objetivo rozaba la humillación. Me puse nervioso y fui a mirar si les veía en el jardín. Fuera estaba oscuro, la luz del porche apenas iluminaba los primeros cinco metros, después el jardín caía en suave pendiente hasta la calle unos veinte metros más allá, donde las luces del ayuntamiento volvían a iluminar la valla de seguridad. Entre medio había árboles y arbustos. Si quisieran esconderse podían estar en cualquier sitio.

Intenté calmarme y volví al lado de la TV donde Juan le estaba dando una paliza a Pedro pero ya no tenía ganas de seguir las bromas del resto. Un par de minutos más tarde vi a Silvia bajar del piso de arriba seguida de Miguel. Silvia parecía excitada, con las mejillas sonrosadas y los labios hinchados. La mano de Miguel cogiéndola por la cintura mientras bajaban me dejó helado. Se separaron y él fue hacia el lavabo mientras Silvia vino hacia mí. Me acerqué a ella con cara de pregunta pero no me dejó hablar: - Escóndete tras los arbustos de la cuneta, al final del jardín. En cinco minutos. - Intenté articular un “pero” pero me tapó la boca con un beso húmedo y profundo mientras apretaba su cuerpo contra el mío. Después se fue a buscar una copa y me dejó tieso y con el corazón galopando.

Me costó un par de minutos tener la energía suficiente para salir de allí. Mientras bajaba por el jardín me preguntaba hasta qué punto estaba dispuesta a llegar. Ella sabía que Miguel me caía gordo y estaba seguro que ese había sido un argumento para escogerlo como “víctima”. Era una prueba. Estaba poniendo a prueba mis celos. Y mis celos estaban allí. Aún así me escondí detrás de uno de los arbustos que quedaban a oscuras. Justo delante de mí había un pequeño terraplén que quedaba oculto desde la casa pero que estaba ligeramente iluminado por las luces de la calle.

Silvia y Miguel no tardaron en aparecer. Él estaba medio contento y no perdió el tiempo en preliminares. Agarró a Silvia por el culo y empezó a besuquearla en el cuello antes de comerle la boca con vicio. Mi primera reacción fue de furia y estuve a punto de saltar sobre él pero justo cuando iba a salir de mi escondite vi que Silvia tenía la mano metida en los pantalones de Miguel y la movía arriba y abajo ostensiblemente. Eso volvió a tumbar la balanza de mis emociones. La trempera de Miguel debía empezar a resultarle molesta y dejó un momento el culo de Silvia para poder desabotonarse los pantalones, que cayeron sobre la hierba, y bajarse los calzoncillos. Recuerdo que me sorprendió descubrir que no estaba exactamente dura, sino que estaba más bien morcillona y flexible como una manguera. Debían ser más de 20 centímetros de carne que Silvia masajeaba con energía, desplazando su mano por el tronco y rodeándola ligeramente con los dedos, haciendo que ésta culebreara por su antebrazo. Miguel tampoco estaba perdiendo el tiempo y ya había levantado el vestido por encima de la cadera, revelando el sexo desnudo de Silvia.

No pude evitar el latigazo en la rabadilla y mi polla dura casi al momento. Silvia seguía trabajando la polla de Miguel que no acababa de ponerse dura pero que ya parecía buscar el camino hacia el sexo de mi novia. Casi por azar la polla de Miguel empezó a llamar a la puerta del coño de Silvia y los labios de su vulva se abrieron rodeando y engullendo el glande mientras con las manos ella continuaba masturbando el tronco en toda su longitud. Sin esfuerzo la polla de Miguel penetró en mi novia, primero un tercio, después la mitad, mientras él no dejaba de manosear el culo de Silvia. Y por fin Silvia levantó una pierna de una forma imposible para permitir un mejor ángulo al pene de Miguel que pasó su brazo por debajo de la rodilla de Silvia y con un par de empujones hundió completamente su miembro en el sexo de mi novia.

Llegados a ese punto yo estaba tan caliente que si no fuera por el miedo a ser descubierto me hubiera sacado la polla allí mismo y me hubiera masturbado a muerte pero aguanté acurrucado, viendo como Miguel clavaba hasta el fondo su larga morcilla en Silvia con cada embestida mientras ambos se comían a besos, sus respiraciones entrecortadas. Por suerte la sesión de sexo no duró demasiado y en apenas dos minutos de toma y daca oí como él rugía y hundía su polla hasta que sus huevos se aplastaron contra el culo de Silvia, escupiendo su semilla en las profundidades de su vientre. La corrida duró un minuto largo durante el cual los dos se mantuvieron tensos en equilibrio precario, Miguel con las piernas abiertas para mejorar su estabilidad y Silvia con un solo pie en el suelo, el otro colgando sobre el brazo de él y cogida con fuerza a su culo, como intentando mantener su pene lo más dentro posible.

Cuando por fin Miguel dejó caer la pierna de Silvia y sacó la polla de su sexo, un chorretón de esperma empezó a caer por el interior de los muslos de mi novia. Aún se apretujó una vez más contra Silvia mientras le metía de nuevo la lengua en la boca, restregando su polla contra los muslos de ella ya cubiertos de un pringue viscoso. Después se volvió a subir los calzoncillos y los pantalones y se guardó la polla mientras le decía a Silvia que fuera tirando ella primero, que él se esperaba un par de minutos para no provocar sospechas. Vi como Silvia cogía una hoja del suelo y se limpiaba mínimamente antes de bajarse la falda y alejarse hacia la casa no sin antes echar un vistazo hacia donde sabía que yo estaba.

Yo también tuve que esperar agazapado entre los arbustos mientras Miguel se tocaba la entrepierna colocándose el paquete. Después encendió un pitillo y a la luz del mechero pude comprobar que sonreía maliciosamente.

Cuando volví al salón Silvia me estaba esperando con el bolso en la mano. Nos despedimos de todos, incluso de Miguel que aún tenía esa sonrisa en los labios mientras me daba la mano, y salimos de la casa. Subimos al coche en silencio y arranqué. La calle estaba pobremente iluminada y unos cien metros más adelante giré a la derecha por un pequeño callejón al que daban los jardines de unos adosados. Paré y salí. Rodeé el coche por delante y abrí la puerta del copiloto. Silvia me miraba sorprendida. Le tendí la mano para que saliera y cuando estuvo fuera la empujé contra el lateral intentando controlar la fuerza. Lanzó una débil queja que callé con un beso antes de darle la vuelta, subirle el vestido y clavarle la polla. Su vagina aún lubricada por el semen de Miguel rodeó mi polla exprimiéndola desde el primer envite. Sabía que no podría aguantar demasiado pero ella tampoco. Nos corrimos casi a la vez jadeando sonoramente, mientras los faros del coche iluminaban la calle desierta.

Fin del capítulo 7
 
¡Te reto! - Capítulo 07 - La fiesta

Me costó mucho comprender que no me produjese rabia el hecho de que Silvia me hubiese puesto los cuernos, más bien al contrario. Como muchos en mi situación, supongo, me imaginaba a todas horas a Silvia fornicando con Tyler en la enfermería del gimnasio, y cada vez que lo hacía un tremenda trempera me llenaba los pantalones. Tuve el mismo sueño húmedo durante varias noches seguidas e incluso después de que Silvia y yo volviéramos a hacer el amor me despertaba por las noches con la entrepierna pringosa después de imaginarme a Tyler follando a mi novia por todos los orificios y corriéndose copiosamente de decenas de formas diferentes.

Pero más me costó explicárselo a Silvia.

Las palabras concretas me es imposible reproducirlas porque fue un discurso sin sentido. Pero sí recuerdo cómo fue cambiando la cara de Silvia conforme yo iba deshilando mis sensaciones. Primero la vi sentir un alivio profundo al saber que la continuaba amando y que este “incidente” no cambiaría eso. Después puso cara de estupor cuando le dije que su historia me había puesto. Le expliqué lo de mis sueños húmedos y su cara cambió por momentos a una sorpresa divertida para volver enseguida a la estupefacción por lo que le estaba explicando. Porque no supe decírselo de otra forma. Me ponía verla provocando a otros tíos, mostrando su cuerpo y poniéndoles calientes. El episodio en el metro con el pobre chaval había sido lo más excitante que había visto nunca y solo le echaba una cosa en cara con el tema del masajista: que yo no hubiera estado presente.

Silvia estaba descolocada. Se levantó e hizo un par de amagos de salir del comedor. Curiosamente ahora era yo el que deseaba sentirme reintegrado en la relación, yo quién deseaba ser aceptado no por lo que hubiera hecho sino por lo que había dicho, por cómo me sentía. Silvia me miraba con una cierta incredulidad. Me preguntó varias veces si lo que había dicho iba en serio. Le dije que sí, que me ponía caliente imaginarmela follando con Tyler. Me miró con los ojos abiertos, aún intentando calibrar el grado de verdad en mis palabras y entonces… - ¡Te reto! - me pilló en fuera de juego. - ¿Cómo? - le pregunté extrañado. Me miró fijamente y me dijo: - hoy en la fiesta vamos a probar hasta qué punto dices la verdad, hasta donde eres capaz de aguantar… - La fiesta. Esa noche habíamos quedado para celebrar el cumpleaños de un amigo en la torre que sus padres tenían en un pueblo de la costa. Quizá no fuera el mejor día para fiestas pero el reto de Silvia no podía quedar descubierto.

Llegamos a casa de Juan pasadas las nueve. Aparcar no fue ningún problema. La casa quedaba ligeramente apartada del centro del pueblo y había aparcamientos de sobra. El sol ya se había puesto y recorrimos los pocos metros hasta la puerta de la casa iluminados por una farola de la calle. En el trayecto había intentado adivinar cuáles eran sus planes pero ella se había limitado a explicar que tan solo era comprobar si lo que le había explicado era verdad. Cuando insistí en saber con quien pensaba liarse, me soltó muy seria que la víctima la escogía ella. De nuevo noté esa mezcla de excitación y desasosiego en mi interior. Por como iba vestida Silvia parecía ir muy en serio. Llevaba un ajustado vestido azul cobalto de fiesta y unos zapatos negros con un ligero tacón. El vestido era de manga larga, pero aun así conseguía dibujar un amplio escote que mostraba un canalillo que paraba el corazón, la tela se ajustaba a su vientre y sus caderas, dibujaba perfectamente la redondez de su culo y la cubría hasta la mitad de sus muslos. Pero lo que más me ponía del vestidito es que se ajustaba tanto a su piel que la falta de pliegues o marcas permitía adivinar que Silvia no llevaba ni sostenes ni bragas debajo.

A pesar de lo tranquila que estaba la calle, la casa por dentro era un bullicio. A parte de Juan, el homenajeado, estaban Pedro, Ricardo y Andrea acompañados de sus parejas y Núria y Miguel sin acompañante. Los siete éramos antiguos compañeros de trabajo y a menudo quedábamos para salir o celebrar lo que fuera. En total éramos 11 personas muy bien avenidas. La mayoría.

Se supone que tengo que hablar de Miguel porque es protagonista de esta historia. Miguel había formado parte del grupo desde el principio, pero a mí y a alguno más nos caía bastante gordo. Era el típico pavo que cree saber de todo, que se mete en todas las conversaciones y se cree el centro de la fiesta. El lote se completa con una exagerada autoestima que le hace ir de guaperas y perdonavidas. Había tenido alguna pareja a lo largo de los últimos años pero nunca le duraban mucho porque “se cansaba pronto de ellas”. Físicamente se cuidaba mucho, corría, iba al gimnasio. Decía que las tías se le tiraban encima en las discotecas pero yo no lo había visto nunca. Lo que sí podía corroborar es que estaba bien dotado. En la intimidad fardaba de polla describiendo las caras que habían puesto algunos de sus ligues al verla por primera vez y quizá fuera verdad por lo que me había fijado en el vestuario después de alguna pachanga futbolera.

Una vez con Silvia había comentado lo ortopédico que era cambiarse y ducharse en los minúsculos vestuarios de los campos de fútbol con siete tíos más. En medio de las risas de la conversación yo había añadido que si además tenías que ir esquivando los pollazos de Miguel, que iba de aquí a allá echando pestes del árbitro, la cosa se ponía fea. A Silvia le había interesado ese último punto y me hizo explicarle qué era eso de los “pollazos”. Yo le describí con pelos y señales cómo era la polla de Miguel. Incluso flácida le colgaba pesada y penduleaba desvergonzada a derecha e izquierda golpeando sonoramente sus muslos, con el capullo asomando descarado mientras el mío, frío y compungido, apenas asomaba entre pliegues y pliegues de piel. Además el tío no paraba de tocarse como si quisiera dejar claro quién la tenía más grande. Visto en perspectiva quizá aquella conversación con Silvia no fue buena idea.

La cena transcurrió muy agradable entre risas y cachondeo. La cerveza y el vino iban pasando e hicimos numerosos brindis en honor de Juan. Con el pastel y las velas llegaron los regalos. Después alguien puso música y abrimos las puertas a la terraza para que entrara el aire. Algunos nos levantamos de la mesa para que Juan nos mostrara su colección de Whiskies. Después él y Pedro se pusieron a jugar al Super Mario Bros en la consola. Yo nunca fui bueno en juegos de ordenador pero me quedé a animar junto con Ricardo e Aitor, la pareja de Andrea. Pasado un rato busqué a Silvia con la mirada. En el sofá Núria hablaba animadamente con Andrea. En la mesa las parejas de Pedro y Ricardo se contaban secretitos. Me costó un poco contar a los presentes antes de darme cuenta que faltaban Silvia y Miguel. Una gota de sudor frío cayó por mi espalda.

“Yo escojo la víctima”, me había dicho. Por un momento tuve la sensación de que esto había sido un grave error. No era lo mismo provocar a completos desconocidos, aunque fueran vecinos de escalera, que a amigos. Pero que además fuera Miguel el objetivo rozaba la humillación. Me puse nervioso y fui a mirar si les veía en el jardín. Fuera estaba oscuro, la luz del porche apenas iluminaba los primeros cinco metros, después el jardín caía en suave pendiente hasta la calle unos veinte metros más allá, donde las luces del ayuntamiento volvían a iluminar la valla de seguridad. Entre medio había árboles y arbustos. Si quisieran esconderse podían estar en cualquier sitio.

Intenté calmarme y volví al lado de la TV donde Juan le estaba dando una paliza a Pedro pero ya no tenía ganas de seguir las bromas del resto. Un par de minutos más tarde vi a Silvia bajar del piso de arriba seguida de Miguel. Silvia parecía excitada, con las mejillas sonrosadas y los labios hinchados. La mano de Miguel cogiéndola por la cintura mientras bajaban me dejó helado. Se separaron y él fue hacia el lavabo mientras Silvia vino hacia mí. Me acerqué a ella con cara de pregunta pero no me dejó hablar: - Escóndete tras los arbustos de la cuneta, al final del jardín. En cinco minutos. - Intenté articular un “pero” pero me tapó la boca con un beso húmedo y profundo mientras apretaba su cuerpo contra el mío. Después se fue a buscar una copa y me dejó tieso y con el corazón galopando.

Me costó un par de minutos tener la energía suficiente para salir de allí. Mientras bajaba por el jardín me preguntaba hasta qué punto estaba dispuesta a llegar. Ella sabía que Miguel me caía gordo y estaba seguro que ese había sido un argumento para escogerlo como “víctima”. Era una prueba. Estaba poniendo a prueba mis celos. Y mis celos estaban allí. Aún así me escondí detrás de uno de los arbustos que quedaban a oscuras. Justo delante de mí había un pequeño terraplén que quedaba oculto desde la casa pero que estaba ligeramente iluminado por las luces de la calle.

Silvia y Miguel no tardaron en aparecer. Él estaba medio contento y no perdió el tiempo en preliminares. Agarró a Silvia por el culo y empezó a besuquearla en el cuello antes de comerle la boca con vicio. Mi primera reacción fue de furia y estuve a punto de saltar sobre él pero justo cuando iba a salir de mi escondite vi que Silvia tenía la mano metida en los pantalones de Miguel y la movía arriba y abajo ostensiblemente. Eso volvió a tumbar la balanza de mis emociones. La trempera de Miguel debía empezar a resultarle molesta y dejó un momento el culo de Silvia para poder desabotonarse los pantalones, que cayeron sobre la hierba, y bajarse los calzoncillos. Recuerdo que me sorprendió descubrir que no estaba exactamente dura, sino que estaba más bien morcillona y flexible como una manguera. Debían ser más de 20 centímetros de carne que Silvia masajeaba con energía, desplazando su mano por el tronco y rodeándola ligeramente con los dedos, haciendo que ésta culebreara por su antebrazo. Miguel tampoco estaba perdiendo el tiempo y ya había levantado el vestido por encima de la cadera, revelando el sexo desnudo de Silvia.

No pude evitar el latigazo en la rabadilla y mi polla dura casi al momento. Silvia seguía trabajando la polla de Miguel que no acababa de ponerse dura pero que ya parecía buscar el camino hacia el sexo de mi novia. Casi por azar la polla de Miguel empezó a llamar a la puerta del coño de Silvia y los labios de su vulva se abrieron rodeando y engullendo el glande mientras con las manos ella continuaba masturbando el tronco en toda su longitud. Sin esfuerzo la polla de Miguel penetró en mi novia, primero un tercio, después la mitad, mientras él no dejaba de manosear el culo de Silvia. Y por fin Silvia levantó una pierna de una forma imposible para permitir un mejor ángulo al pene de Miguel que pasó su brazo por debajo de la rodilla de Silvia y con un par de empujones hundió completamente su miembro en el sexo de mi novia.

Llegados a ese punto yo estaba tan caliente que si no fuera por el miedo a ser descubierto me hubiera sacado la polla allí mismo y me hubiera masturbado a muerte pero aguanté acurrucado, viendo como Miguel clavaba hasta el fondo su larga morcilla en Silvia con cada embestida mientras ambos se comían a besos, sus respiraciones entrecortadas. Por suerte la sesión de sexo no duró demasiado y en apenas dos minutos de toma y daca oí como él rugía y hundía su polla hasta que sus huevos se aplastaron contra el culo de Silvia, escupiendo su semilla en las profundidades de su vientre. La corrida duró un minuto largo durante el cual los dos se mantuvieron tensos en equilibrio precario, Miguel con las piernas abiertas para mejorar su estabilidad y Silvia con un solo pie en el suelo, el otro colgando sobre el brazo de él y cogida con fuerza a su culo, como intentando mantener su pene lo más dentro posible.

Cuando por fin Miguel dejó caer la pierna de Silvia y sacó la polla de su sexo, un chorretón de esperma empezó a caer por el interior de los muslos de mi novia. Aún se apretujó una vez más contra Silvia mientras le metía de nuevo la lengua en la boca, restregando su polla contra los muslos de ella ya cubiertos de un pringue viscoso. Después se volvió a subir los calzoncillos y los pantalones y se guardó la polla mientras le decía a Silvia que fuera tirando ella primero, que él se esperaba un par de minutos para no provocar sospechas. Vi como Silvia cogía una hoja del suelo y se limpiaba mínimamente antes de bajarse la falda y alejarse hacia la casa no sin antes echar un vistazo hacia donde sabía que yo estaba.

Yo también tuve que esperar agazapado entre los arbustos mientras Miguel se tocaba la entrepierna colocándose el paquete. Después encendió un pitillo y a la luz del mechero pude comprobar que sonreía maliciosamente.

Cuando volví al salón Silvia me estaba esperando con el bolso en la mano. Nos despedimos de todos, incluso de Miguel que aún tenía esa sonrisa en los labios mientras me daba la mano, y salimos de la casa. Subimos al coche en silencio y arranqué. La calle estaba pobremente iluminada y unos cien metros más adelante giré a la derecha por un pequeño callejón al que daban los jardines de unos adosados. Paré y salí. Rodeé el coche por delante y abrí la puerta del copiloto. Silvia me miraba sorprendida. Le tendí la mano para que saliera y cuando estuvo fuera la empujé contra el lateral intentando controlar la fuerza. Lanzó una débil queja que callé con un beso antes de darle la vuelta, subirle el vestido y clavarle la polla. Su vagina aún lubricada por el semen de Miguel rodeó mi polla exprimiéndola desde el primer envite. Sabía que no podría aguantar demasiado pero ella tampoco. Nos corrimos casi a la vez jadeando sonoramente, mientras los faros del coche iluminaban la calle desierta.

Fin del capítulo 7
La reacción de ella probandote con un amigo que te cae mal es muy vengativa. Aunque por lo que leo,eso a ti te da igual,o mejor dicho,te pone mucho más.
A mi me gusta ver que mi mujer disfrute con otros o con otras (es bisexual también), pero si lo hace con alguien que me cae mal y que ella sabe que es así, lejos de excitarme haría estallar un conflicto entre nosotros.
 
Si al principio era emocionante, ahora estamos en un punto muy excitante y con visos de mejora. El hecho de que Miguel no sea de su agrado y haya sido el candidato elegido por Silvia, supone un toque de humillación. Humillación que parece no molestar, más bien es un punto de excitación por lo que apuntas en el relato. Esto puede suponer un pequeño giro en los acontecimientos venideros. Veremos cómo se desarrolla la trama. Promete. Saudiños
 
¡Te reto! - Capítulo 08 - La resaca

Abrí los ojos y me descubrí solo en la cama. La cabeza me latía dolorosamente y no conseguía recordar cómo habíamos llegado a casa. Supuse que en coche. Me costó unos minutos sentarme en la cama pero al levantarme el mundo daba vueltas. Solo el frío contacto del suelo en las plantas los pies consiguió reducir el mareo lo suficiente como para poder llegar al lavabo. Necesitaba urgentemente vaciar la vejiga. Mientras el chorro de orina golpeaba la cerámica del water me fijé en que tenía la polla cubierta de una caspa blanca, sin duda los restos resecos del flujo vaginal de Silvia pero también del semen de Miguel. La cabeza me seguía dando vueltas.

Encontré a Silvia tirada en el sofá. La luz del día me hacía daño en los ojos pero conseguí llegar y sentarme a sus pies. Silvia miraba la TV sin demasiado interés. Vestía una camiseta blanca mía que le quedaba varias tallas grande pero desde mi posición podía ver claramente su sexo desnudo. Intenté descubrir algún indicio de la noche anterior en forma de rojez en su vulva o quizá alguna mancha reseca en sus muslos pero todo parecía perfectamente limpio. Cuando levanté la vista me encontré con los ojos de Silvia.

- ¿Te lo pasaste bien anoche? ¿Te gustó el espectáculo?

- No estuvo mal - la cabeza me dolía horrores - un poco grosero… y rápido.

- Oh vaya… quizá deberíamos repetirlo con más calma y en algún sitio más cómodo…

Me miraba con un poco de sorna.

- ¿A ti te gustó?

Levantó la vista un momento y tardó en contestar.

- Sí, bastante. Tiene… un buen instrumento.

Sentí una punzada en la espalda. Recordé la mano de Silvia masturbando la polla de Miguel.

- ¿Qué estuvisteis haciendo en el piso de arriba antes de salir al jardín?

- Saqué el tema de las pachangas de fútbol que hacéis. Quiso enseñarme una foto del equipo que Juan tiene en su despacho. Estáis todos muy divertidos en pantalones cortos.

- No sabía que te interesaban tanto esas “pachangas”.

- En realidad no demasiado. Tenía más interés en preguntarle sobre si era cierto lo que me habías explicado de su polla.

Sabía que no había sido una buena idea explicarle ese tema a Silvia.

- Ah... y… ¿qué hiciste?

- Pues se lo pregunté.

- ¿Y él que te dijo?

- Pues me dijo si quería podía comprobarlo por mi misma. Le dije que sí y se la sacó…

Tragué saliva… el cabrón de Miguel no había desaprovechado la oportunidad.

- ¿Y?

- Efectivamente la tiene larga y le crecía por momentos. Entonces quise comprobar lo de los “pollazos” que me habías explicado, se la cogí por la base y la sacudí a izquierda y derecha un par de veces. Realmente la tiene… como diría… consistente. Me llamó la atención que, aunque seguía creciendo en longitud y anchura no se le ponía tiesa, más bien parecía una serpiente: firme, densa y flexible.

- ¿Y… ya está? ¿Le masturbaste un poco?

- Bueno, me picó la curiosidad y supongo que estaba un poco excitada… nunca había tenido en las manos una polla tan grande… - la miré interrogante - en fin, que me acerqué un poco para verla mejor y después me acerqué un poco más. Su movimiento era casi hipnótico. No era mi intención inicial pero… acabé metiéndomela en la boca.

A esas alturas tenía la boca seca y no pude articular palabra. Silvia entendió que debía continuar su explicación.

- Quizá eran veinte centímetros de polla, ancha como una lata de RedBull. Empecé poco a poco, salivando todo lo que pude el tronco para hacer que fuera más fácil, pero enseguida empecé a notar su glande golpeando mi campanilla y apenas llevaba la mitad de lo que asomaba de su bragueta. Noté un conato de arcada y estuve a punto de dejarlo pero Miguel me aguantaba la cabeza ligeramente, lo suficiente para evitar que sacara su polla de mi boca. No es algo que me guste especialmente pero tener ese trozo de carne en la boca me estaba poniendo muy cachonda y seguí comiéndomela. Poco a poco se fue haciendo más fácil y noté como él movía la pelvis, empujando su polla en mi boca, follándome la boca. Entonces, sin previo aviso, empezó a correrse…

- ¿Y... qué... qué hiciste?

- Pues me lo tragué… no tenía muchas alternativas… estaba tan metida en mi boca que no noté el sabor, pero si noté el calor de su esperma bajando por mi esófago. Me pareció que se corría abundantemente pero supongo que es difícil de saber solo por las sensaciones de su polla pulsando en mi boca o su semen bajando hacia mi estómago. Aunque después en el jardín volvió a correrse e hizo un buen estropicio, ¿verdad?

Yo seguía mudo. Mi cerebro repasaba la escena en color y con todo lujo de detalles. Silvia se incorporó, quizá preocupada por mi cara lívida y mi mirada perdida.

- ¡Ostia! ¡O sea que es verdad! - exclamó de repente - Te pone que me folle otro tío.

La miré sin acabar de comprender y vi que ella a su vez miraba mi entrepierna. La tienda de campaña en mis calzoncillos no dejaba lugar a dudas. Silvia estiró la mano y apartó el elástico para liberar la presión.

- Bueno, no es tan grande como la de Miguel… - sonrió - pero está dura como una piedra.

Acabó de quitarme los calzoncillos y se arrodilló frente a mí, a los pies del sofá. Entonces con una mano guió mi polla hacia su boca mientras con la otra me cogía las pelotas. El calor y la suavidad de su boca en mi pene fue como un viento fresco que me revitalizó y borró todo rastro de dolor de cabeza. Todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo parecían pasar por el tallo de mi miembro. La cabeza de Silvia se balanceaba poco a poco engullendo completamente mi polla con cada asalto. Pensé que no había podido hacer lo mismo con la de Miguel pero por contra él seguramente tampoco se sintió tan completamente comido como yo.

No le costó demasiado ponerme en ebullición. Cuando noté mi esperma hirviendo en mis pelotas la avisé de que estaba a punto de correrme pero en vez de retirarse alzó los ojos y nuestras miradas se encontraron. Y empecé a descargar mi semilla en su boca que ella tragó sin perder contacto visual. Después de lo que me pareció un eternidad hice un fundido a negro y me dejé caer exhausto en el sofá.


Fin del capítulo 8
 
¡Te reto! - Capítulo 09 - Desde el curro

Después de la fiesta en casa de Juan, Silvia y yo encontramos una nueva “normalidad”. La vida continuó, los amigos, las quedadas, el cine, los domingos tirados en el sofá… A nivel profesional todo iba más o menos igual. La única y significativa diferencia era en ese “pequeño” complemento a nuestra vida sexual.

Silvia continuó provocando a todo hijo de vecino con sus modelitos y sus falsos despistes. No creo que quedara ningún hombre en el edificio que no hubiese tenido la oportunidad de admirar sus pechos con total libertad a través de sus espléndidos escotes. Tampoco por la calle pasaba desapercibida. Un sábado, cerca ya de navidad, salimos de compras y Silvia se puso sus tejanos gastados y un suéter blanco de punto de cuello alto que yo no le había visto. Al principio me sorprendió verla tan tapada pero enseguida comprobé que no llevaba nada bajo el suéter y que el punto era tan ancho que no costaba ver el perfil de sus aureolas morenas y la protuberancia más oscura de sus pezones. El frescor de la calle, por suerte aún no demasiado exagerado, hizo que sus pezones se pusieran rápidamente duros y erguidos, encontrando su camino entre los agujeros de la tela. El movimiento de sus pechos libres bajo la lana al caminar atrajo las miradas de todos cuantos nos cruzamos que no dudo que se hicieron una imagen muy real de los senos de Silvia.

Al volver a casa, en el ascensor, el vecino del quinto no le sacaba ojo al busto de Silvia. Tiempo atrás quizá se hubiera cortado un poco pero no era la primera ni la segunda vez que Silvia se “exhibía” en el ascensor y ella nunca se había mostrado molesta por sus miradas, más bien al contrario, por lo que el hombre no perdía el tiempo en miradas sutiles y se centraba en grabar esa imagen de los pechos de Silvia para una más que probable paja posterior. Pero Silvia ya estaba en el siguiente nivel y rompió el tenso silencio del ascensor con una pregunta que nos pilló a los dos por sorpresa.

- ¿Le gusta el jersey? - el hombre no sabía qué contestar - Verá, es que a mi novio le pone que salga así a la calle pero en realidad no hace aún frío como para llevar un jersey de cuello alto y me muero de calor. - Y dicho esto se quitó el jersey dejando los pechos al aire justo en el momento en que el ascensor paraba en nuestro rellano. Silvia accionó el pomo de la puerta del ascensor y salió. Yo la seguí dejando al pobre hombre con la boca abierta y los ojos a punto de saltar de sus cuencas.

Reconozco que el episodio con Miguel me había dejado cierto regusto pero en general disfrutaba de la desinhibida y provocativa sexualidad de Silvia. Nuestras sesiones de sexo eran tórridas e historiadas. A Silvia le ponía caliente pensar en sus pobres voyeurs imaginándose su cuerpo desnudo y matándose a pajas y a mi me ponía caliente que a ella eso le pusiera caliente.

Pero como ya he dicho, Silvia estaba un escalón por encima…

Un martes estaba yo en el curro medio dormido delante de mi ordenador… debían ser las 3 de la tarde y aún mucha gente no había vuelto de comer. Normalmente aprovechaba esos momentos para ponerme al día de algunos blogs de tecnología y programación pero ese día no había nada nuevo interesante. Así que cogí el móvil, abrí el WhatsApp y le envié una pequeña petición a Silvia: un selfie sugerente para animarme la tarde.

A los dos minutos recibo una foto de Silvia delante del espejo de lo que supuse que era el lavabo de tías de su curro. En la foto Silvia estaba inclinada hacia delante mostrándome su canalillo mientras me enviaba un beso (qué original). Un poco decepcionado le respondí que eso no era suficiente, que estaba muy aburrido y que la retaba a algo más… subido de tono. No tardó nada en enviarme una nueva foto donde se había desabotonado los tres o cuatro botones superiores de su blusa azul y me mostraba sus pechos turgentes comprimidos en unos sostenes rígidos de color azul oscuro, con pequeños ribetes de encaje.

El trabajo era uno de los pocos sitios donde Silvia intentaba mantener una imagen de chica bien, pudorosa y recogida. Trabajaba de administrativa en una de esas empresas de marketing con cierto renombre debido a algunas campañas exitosas que habían tenido en el pasado. Las oficinas estaban en el @22, el distrito tecnológico de Barcelona, y eran muy fashion. Me explicaba que había muchos tipos de publicistas, desde los que iban de artistas, bohemios y tirados, hasta los ejecutivos agresivos que se creen el ombligo del mundo. Ella no trataba directamente con ninguno pero de vez en cuando alguno se le acercaba a tiburonear por su oficina, siempre sin éxito.

En fin, la última foto de Silvia había conseguido despertarme un poco pero también había picado mi curiosidad. “Te vas acercando…” le contesté y enseguida recibí otra foto en la que se bajaba la tela del sostén mostrando el pezón seguida de otra en la que se lo lamía con la punta de la lengua. Ya completamente despierto y con la verga haciendo presión seguí echándole leña al fuego: “No está mal… ¿qué más sabes hacer?”. El silencio digital se alargó unos minutos. Pensé que alguien había entrado en el lavabo o que igual me había pasado y que no estaba dispuesta a llegar más lejos en el curro.

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¿Cómo que qué más sé hacer? Te vas a enterar, guapo. Espera… Mauro, ¿tienes un segundo? Tengo una proposición que hacerte. Ja, ja, ja,... pues sí, un poco indecente sí que es. Busquemos un lugar un poco más privado.

Aquí estaremos bien. Acércate y deja de mirarme las tetas. Venga no me hagas reír. ¿Te crees que soy ciega? Si me comes con los ojos cada vez que pasas por la oficina… No, no, si no me molesta. No te preocupes. De hecho te iba a preguntar si no te gustaría ver un poco más… No, no es una broma. Lo digo en serio. Y... no hay nada malo en que nos lo pasemos bien un rato, ¿no?.

No pongas esa cara. Mira, este es el trato. Mi novio es un pervertido y necesito unas fotos que le bajen de su nube. Unas fotos mías con otro tío. ¿Que es un poco raro? Quizá, no sé. Pero mira, por cada foto que me dejes hacer tendrás tu compensación. No te preocupes, nadie te reconocerá. Verás, las fotos que necesito son solo de tu entrepierna.

En serio. ¿Crees que te estoy tomando el pelo? ¿Qué tienes que perder? Mira, tocalas. Sin miedo que no muerden. Así, eso es. Están bien, ¿no?. Pues estás a pocos minutos de verlas mucho mejor. Tu decides. Pero rápido. Si no lo ves claro me busco otro. La oficina está llena de tíos. Genial. Estoy segura que nos los vamos a pasar bien los dos. Ven conmigo.

Entra, no hay nadie. Ven a éste. Aquí no nos molestarán. Echa el pestillo. Espera, déjame decirle algo. Eso es, ahora verá. Ponte aquí, que te dé la luz. Empezaremos por un primer plano de tu entrepierna, ¿de acuerdo? Vaya, parece que estás contento... Perfecto, mejor así. Ahí va la primera, a ver si adivina de qué va esto.

No dice ni pío. Vamos a mosquearle un poco más. Te bajo la bragueta, ¿sí? Ya me lo imaginaba. ¡Vaya! ¿siempre vas comando? Está un poco apretada, ¿no? ¿Debe doler un poco? Ahora la libero pero déjame un segundo. Ahí va la segunda. Ven aquí. Eso es. ¡Joder Mauro, no está nada mal! Sospechaba que tenías un buen instrumento. Déjame enseñarselo a mi novio. Esto le hará saltar de su silla. Veo que te la cuidas. ¿Te afeitas a menudo? ¿En serio? ¿Los huevos también? No te creía tan gigoló.

Tranquilo, recuerda que esto es una transacción comercial. ¿Que quieres algo a cambio? De acuerdo. ¿Qué te parece esto? No. Déjame. Yo la cojo, tu no te muevas, ¿vale? Quiero notarla en la boca. Le envío otra foto a mi novio. Espero que no salga descuadrada, no puedo ver la pantalla así. ¿Me la haces tú? Genial. No te cortes. Envíale unas cuantas mientras te la como.

Mmmm.. ¡está buena! Déjame ver las fotos. Perfecto. Hazme una mientras me la meto toda en la boca, le gustará. ¡Eh! ¿No te he dicho que no te muevas? Deja de follarme la boca que las fotos salen movidas. Pues intentalo. Volvamos. ¿Cómo que no aguantarás mucho más? ¿Ya te vas a correr? Pero si no llevamos ni cinco minutos, hombre. Espera, deja que me quite la blusa, no quiero que me la manches. Vale. ¿Te masturbo un poco? ¿Prefieres hacerlo tú? Vas al grano, ¿eh? Apunta a los pechos, por favor. Espera que preparo la cámara. Aaaaah… eso es. ¡Uau! Dúchame con tu semen. Mmmm. Te dije que apuntaras al pecho. A mi novio estas fotos le harán explotar. Eso es. Córrete en mis tetas. ¿Más? Déjame esa gotita a mi. Mmmm.

No ha estado mal, ¿no? ¿Valía la pena o qué? Pásame el papel. Necesitaré más. ¿Pero cuánto hacía que no te corrías? Me has puesto perdida. Tendrás que comprarme unos sostenes nuevos, estos están para el arrastre. Ayúdame un poco. ¡Eh! Sin pasarte, que te haya comido la polla no te da derecho a magrearme. ¡Joder! Están completamente mojados. No, no me los puedo quitar, todo el mundo verá que voy sin sujetador, este par no se pueden esconder fácilmente. Pues los tendré que llevar toda la tarde. ¿Te pone? Pues me alegro. Pásame la blusa.

Ahora saldré yo primera. Esperas un par de minutos que no haya ruidos y sales tú. Si quieres que quedemos alguna otra vez, ni una palabra. ¿Quién sabe? Si me buscas igual me encuentras. Hasta ahora. Un beso.



Fin del capítulo 9
 
Ufff he terminado leyendo con una elección brutal.... Silvia va a un nivel muy superior
 
Bueno, no está mal. Ha despertado el morbo de Silvia. Sabes dónde empieza, dónde está ahora, pero ni idea de hasta dónde puede llegar. Por lo que se ve, muy, muy lejos. Le queda mucho recorrido y mucha cornamenta por crecer. Saudiños
 

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