Relatos en la Hoguera

Entre Penumbras
La tarde promete, quieres que todo salga bien y lo demuestras con el tiempo que ya llevas en el baño.​
Yo vuelvo a mirar el reloj una vez más pensando que aún tenemos tiempo y no hay de que preocuparse.

El vapor de agua sale a través de la puerta del baño, situado en la entrada de una acogedora habitación de hotel. Uno de tus caprichos en nuestro viaje a Puerto de la Cruz.​
En su interior puedo imaginarte desnuda, apoyada en el poyete frente al espejo y con un sinfín de productos de maquillaje esparcidos por doquier. Hoy quieres estar sexy, quieres ser la fuente de atención de todas las miradas, y a mí eso me encanta.

“Una miradita no me hará daño” pienso mientras me levanto, y con extremo cuidado me asomo al quicio de la puerta. Y ahí estás tal y como me imaginaba, completamente desnuda, reclinada frente a un enorme espejo y exponiendo tus maravillosos senos al reflejo silencioso que los admira. Con el pintalabios aún en las manos veo un surco en la comisura de tus labios dibujando un atisbo de sonrisa, señal de que ya eres consciente de que estoy allí, y de que mi experiencia en el arte del espionaje ha sido totalmente infructuoso.

- Aún no estoy lista, espera en la cama. - Tus palabras son someras, pero denotan que lo que me espera va a gustarme.

Una vez más me tumbo en la cama algo decepcionado por no poder tener mi aperitivo en el baño, pero son sus normas, y hay que cumplirlas. Con impaciencia compruebo una vez más que todo esté en orden, cortinas y persianas bajadas, velas, y bebida en la nevera. Mis dedos se desplazan por la pantalla del móvil creando una lista rápida de canciones que concuerden con un ambiente romántico, y sin darme cuenta, al alzar la mirada, te encuentro a los pies de la cama cubierta únicamente por una toalla blanca que deja apreciar tu silueta.

El surco se ha vuelto ahora una picara sonrisa y tus ojos felinos se centran en mi.

Sin mediar palabra la toalla cae al suelo y te lanzas cual pantera. Tus manos me sujetan, ahora prisionero de la mujer que amo, sin ejercer resistencia. Tus labios me tientan, se acercan al lóbulo de mi oreja, siento el calor del aire exhalado, y me susurras.

- Pase lo que pase, no te muevas, y déjate llevar – Tus palabras me pillan de improviso, no me he dado cuenta de que en tus manos sostienes un antifaz, y pronto todo se vuelve oscuridad.

Tus dedos descienden por mi pecho, muy lentamente, juguetean ansiosos al llegar a mi abdomen, y agarran con fuerza el enorme falo que ya has provocado en mi con tus juegos. Escucho un suave golpe en la puerta, alguien llama. Escucho una ligera risa antes de sentir la humedad de tus labios en mi glande, depositando un pequeño beso de cortesía antes de alejarte para responder a la puerta.

Escucho pasos junto a la cama, el abrir de la nevera, y como se descorcha una botella. Escucho el liquido verterse en una copa, dos copas. Y siento que alguien regresa a la cama. Noto unos dedos recorrer una vez más mi cuerpo, y a lo lejos al otro lado del muro a media altura, alguien más iniciando sus propios juegos. Los dedos se posan en mis labios forzándome a abrir la boca, a saborear en mi paladar un ligero aroma afrutado. Los dedos se intercambian por unos carnosos labios, y estos comienzan a jugar una vez más allí donde mi mujer los había dejado. Vuelven a agarrar mi pene, comienzan a moverse arriba y abajo, incitándome, mientras mi oído intenta con desesperación identificar que ocurre en la habitación, identificar si esas manos son tuyas o de otra persona, y si los labios que ahora muerdo y me muerden con tanta pasión son tuyos o beso a una completa desconocida.

Los labios se separan, mi aliento ahora desesperado quiere más, pide más. Noto como la figura desconocida se posiciona sobre mi, noto como agarra mi polla, y el calor húmedo al situarla con un grácil movimiento, arriba y abajo, acariciando con mi miembro unos labios aún más tentadores entre sus piernas. Se me escapa un gemido al notar como mi glande comienza una ambiciosa exploración en terreno desconocido.
La habitación se queda en silencio por un segundo. Siento como la cama se mueve a mi lado, sinónimo de que aquellos que hasta ahora aguardaban en el espacio compartido se han unido al juego. Siento el impulso de extender mi mano, de palpar, buscándote a oscuras, entre figuras desconocidas, y una mano femenina se aferra a la mía a mi lado.
Los juegos continúan, siento como los músculos vaginales de esa desconocida se contraen al verme entrelazar con fuerza esa mano femenina y sus movimientos se hacen aún más violentos, obligándome a centrarme en los placeres que solo ella me produce.
La mano me aprieta con fuerza, sus músculos se tensan, y un gemido que no logro identificar vuela en el ambiente enmascarados por una canción de Fonsi. Puedo notar el vaivén de las embestidas ya iniciadas por ese otro hombre reflejadas en el movimiento incesante de esa mano desconocida y por un momento me viene a la cabeza que puedas ser tú y quien me monta cual podenco es otra mujer. Que otro hombre te está follando, y sin darme cuenta mi polla se endurece aún más.

Con una sensación amarga, pero extremadamente erótica, mis pensamientos se desvanecen al volver a ver la luz. Ante mi, vislumbro el contoneo sensual de tus preciosos pechos al son de los movimientos de cintura. Tus manos bloquean mis movimientos, obligándome a mirarte, presa de tus deseos, y de la intención de conocer a nuestros acompañantes únicamente y según tus designios, cómo y cuando tu decidas. Mi corazón que por un segundo había perdido el ritmo, vuelve a latir, y palpitar con más fuerza que nunca. Tus mejillas sonrojadas me indican que has alcanzado ya un estado de furor digno de afrodita. Tu boca entreabierta deja escapar el resquicio de una lengua que acaricia suavemente tu dentadura, y unos labios color fuego que desata todas mis pasiones. Tus ojos brillan con malevolencia, y tras un último gemido liberas tu atadura, y diriges mi mirada hacia la pareja y la chica cuya mano aún sin darme cuenta sigo apretando con firmeza.

Ella también yace boca arriba, completamente desnuda, con un antifaz rosa muy parecido al mío. El hombre sigue embistiendo con firmeza, sin inmutarse ante nuestras miradas indiscretas. De echo parece que el morbo de la situación parece incluso darle fuerzas para golpear con más fuerza, y el sonido sordo se acentúa con cada incursión al llegar a lo más profundo. La chica intenta aplacar sus gemidos mordiendo con firmeza sus labios pero cualquier intento es fútil, su embriagador sonido se mezcla con el sonido masculino con cada envite.

Sin apartar mi mirada de ella noto los movimientos de mi mujer separándose de mi. Sus brazos envuelven por un momento el cuello del hombre, dejando reposar sus enormes tetas sobre su espalda, susurrándole cosas al oído. Él sonríe, penetrando una última vez a la chica, y sin mediar más palabra se aparta.
Al liberar su unión la cara de la mujer se desconcierta, entra en pánico, pero al igual que yo tiene prohibido moverse. Permanece inmóvil, con las piernas abiertas y exponiendo su sexo aún palpitante por la erótica de la situación. Pequeñas gotas perladas se escurren por una vagina ahora abierta, goteante por la excitación, y escurriéndose entre sus cachas para acabar en las sabanas.
Mi mujer en silencio, acaricia sus muslos, se sitúa cual estratega entre ellos, y su boca se precipita rápidamente a saborear ese flujo con ansia. Su lengua la roza, la acaricia, busca con deseo ese punto que desata tantas pasiones llamado clítoris. Y lo encuentra, vaya si lo encuentra. Las uñas de ella se clavan en mis carnes presa de esta nueva sensación, identificando que el objetivo ha sido hallado con atino, y yo trato de acompasarla, decirle que no está sola y que no debe temer.
El chico, ahora liberado, ha decidido tantear el terreno con sus manos. Veo como se deslizan entre las nalgas de mi mujer, veo como se hunden, y escucho el suspiro entrecortado entre las piernas de la mujer que me sujeta con fuerza. El juego está lejos de terminar. Mi mujer continúa saboreando ese exótico manjar. Noto como una nueva erección emerge dentro de mi, y veo como la de mi contraparte también está en su máximo esplendor. La mujer arquea la espalda, aprieta las sabanas, abre la boca en busca de un oxígeno que no termina de inundar sus pulmones, su corazón bombea sangre a cada uno de los puntos erógenos que puede recordar, sus pezones se endurecen, el capilar de sus mejillas pasa a dibujarse en un rojo intenso, y mi mujer para.

No quiere que sea ella, sino yo quien termine el trabajo. Aún en un silencio sepulcral, roto solo por la respiración agitada de la chica apunto del orgasmo, separa su mano de la mía, tira de mi para situarme, y es ella la que agarrando mi miembro lo sitúa en la entrada hacia ese jardín secreto.

No lo dudo, quiero disfrutar del momento, mi pene lentamente va deslizándose hacia su interior, sintiendo como lo envuelve un calor nuevo con una humedad muy distinta a la que ya conozco.
Mi cuerpo se acerca al de la chica enmascarada, nuestros torsos se unen, y noto la punzada de unos pezones erectos arañándome. Noto sus contracciones al sentir esta nueva penetración. Mi mujer me abraza, tal y como hizo con el desconocido momentos antes, pero noto también su movimiento a mi espalda, el impacto seco al encontrar el confortable colchón que conforman tus nalgas. Sin duda no soy el único jugando, pero me da igual, ahora nada importa, empezamos esto juntos, y lo vamos a terminar también juntos. Noto que estoy apunto de explotar, noto el aliento cálido de mi mujer, con su cara posada tras mis hombros, y un último susurro.

- Déjate llevar.

Mi pene está apunto de explotar al oír esas palabras, me llama a ser más duro, a bombear con más fuerza. Sujeto las piernas de la mujer, elevándola, dejándome unos centímetros más para alcanzar lo más profundo de su ser, y entre gemidos, con ella ahora sujetando mis brazos, me dejo llevar.



Es curioso pensar que, ahora con los cuatro liberados de ataduras, sentados desnudos en la penumbra de una habitación iluminada únicamente por velas y una copa en las manos, hemos forjado una amistad grabada a fuego por una pasión entre desconocidos.​
 
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A un Lado de la Carretera
El camino se hace largo, demasiado largo. Mi corazón palpita quizás por la emoción, quizás por el sin número de veces que he imaginado esta escena en mi cabeza. Una escena que ahora va a abandonar ese mundo de ilusiones para hacerse realidad. Una vez más miro el reloj en el salpicadero de mi coche comprobando que aún tenemos tiempo. La luna ya comienza a dar sus primeras pinceladas en el horizonte costero, reflejada en las turbulentas aguas del estrecho. Algún que otro carguero flota entre olas oscuras esperando el momento oportuno para atracar en el puerto y poder así descargar su preciada mercancía, sus parpadeantes luces son su único testigo.
Frente a mí, una larga autovía, iluminada aquí y allí por alguna que otra farola entre las muchas con su luz ya fundida. Te miro, has pasado prácticamente todo el camino en silencio mirando a través de la ventanilla. También estás nerviosa, veo como una vez más tratas de esconder tu cuerpo envuelto en una larga gabardina beige, quizás por el frío, quizás por una ligera vergüenza, encogida, pero incluso así te es imposible esconder el rubor de tus mejillas. Tú también has pensado en esto, tú también deseas convertir mi sueño en realidad.

La carretera se hace larga, se pueden contar los vehículos que nos hemos cruzado con las manos, casi todos camiones en transito desde un muelle de carga abarrotado de contenedores con destino a los muchos almacenes de la provincia, e incluso del país, que aprovechan la calma de la noche para transitar y abastecer las necesidades de un mundo caprichoso.

La señal del área de descanso brilla reflejada ante los faros, ya estamos cerca. Por un momento pienso en parar todo esto y regresar, que todo esto es una locura, pero noto el calor de tu mano en mi pierna. Puedo ver el brillo crepitante de un anillo que aún abraza tu dedo anular, una señal silenciosa inequívoca que me indica que a pesar de todo tu corazón aún me pertenece.
Una dantesca gasolinera surge tras la siguiente curva iluminando parcialmente una igualmente enorme área de descanso. Un emplazamiento frecuentado por camioneros que necesitan de un descanso en su larga travesía. Un lugar en el que dejar descansar su poderosa maquinaria y la valiosa mercancía que transportan.

Hoy no parece estar muy concurrido, solo un par de camiones aquí y allá aparcados en batería, formando como militares en una larga línea delimitada por surcos blancos en una explanada alquitranada que aún conserva el calor del sol sureño.

Reduzco la velocidad, paseando entre gigantes durmientes, tratando de localizar a nuestro contacto. Casi todos los camiones yacen en silencio, con amplias cortinas cubriendo el parabrisas para aprovechar así todo lo posible el tiempo de oscuridad, casi todos, excepto uno.
Entre ellos, uno permanece con sus cortinas abiertas. Con luces apagadas sí, pero el ascua de un cigarrillo encendido delata que alguien aún espera, sentado impaciente, observando, y deseándote.


El coche se para frente ala cabina del camión a unos 30 metros, distancia suficiente para mostrar cierta cortesía y dejarnos pensar con detenimiento una última vez. El vaho de tu respiración empaña el cristal presa dela excitación.

- Es todo lo que necesitaba saber. - le susurro.
- ¿Qué? - Por un momento pareces desconcertada - ¿A qué te refieres?
- Solo quería saber que estabas dispuesta a cumplir mi sueño. - digo con calma - Si no quieres continuar podemos dar la vuelta.

Por un largo minuto todo queda en silencio, nuestros ojos se cruzan nerviosos, bajas la cabeza, y respondes...

-No, ya estamos aquí... - tu mirada vuelve a cruzarse con la mía, esta vez envuelta en el fuego que inunda tu interior. Admiro tu belleza en silencio, cubierta por esa gabardina beige de la cual ni siquiera a mi me me has dejado ver lo que esconde, y tras otro largo mutis, asiento.

La puerta del coche se abre. Desciendes lentamente, casi de forma felina, tratando demostrar todos tus encantos en el arte de la seducción. Te detienes frente al coche lanzándome una última mirada, con un gesto me indicas que encienda las luces y cual película porno de serie B abres tu gabardina exponiendo tu cuerpo ante mí. Tu piel solo la cubre un conjunto de lencería blanca, un conjunto de sujetador de encaje con motivos florales, un corsé bajo pecho también blanco, regalo que te compré hace poco y que tampoco habías estrenado hasta hoy. Un tanga también de encaje semitransparente, y seguido de unas kilométricas medias también del color de los ángeles. Al observarte ahí de pie, en mitad de la nada, declarándote oficialmente una exhibicionista nata, me excita y dispara en mi todos los instintos básicos.
Apago las luces, señal de que yo ya estoy listo, vuelves a taparte y lentamente te giras hacia nuestro invitado indiscreto. Posando con cuidado tus tacones de aguja te vas acercando lentamente, con cada paso, al camión. La luz rojiza se enciende tras una nueva calada y me doy cuenta de que sigue presente y a presenciado también la escena previa desde su propio punto de vista. Mi corazón se detiene con cada paso que das, y me susurro... bum, te quiero, bum, te adoro, bum, eres la fuente de todos mis deseos por perturbados que sean.
Esos 30 metros se hacen eternos para mi pero ya los has recorrido en un suspiro y la puerta no tarda en abrirse. Una silueta oscura desciende sonriente. Tu también le sonríes, y te contoneas para que pueda apreciarte. El hombre desliza una mano tras tu cintura, y tu me lanzas una mirada cargada de dudas. Vuelvo a asentir a oscuras, suplicándote que me entiendas. Tus manos se mueven temblorosas hasta el nudo de la gabardina y tras un rápido tirón consigues deshacerlo. Las solapas de la gabardina se despliegan mostrando su apetecible interior. El desconocido aprovecha la abertura para deslizar sus manos sobre tus hombros desnudos, y con otro igualmente rápido movimiento termina de abrirla para que pueda caer al suelo cual regalo de cumpleaños. No te mueves, dejas que él te admire girando a tu alrededor, posa sus grandes manos en tu trasero, y con un gesto casi imperceptible te indica que subas al interior de la cabina.

La puerta se cierra tras vosotros, y se a ciencia cierta que ya no hay vuelta atrás. A oscuras consigo deslizarme fuera de mi vehículo, quedo de pie a mitad de camino tratando de ver algo a través de un cristal negro como la noche. Me decido a recorrer esos últimos 20 pasos, a recoger la gabardina que ha quedado perdida en el suelo, y sin darme cuenta me encuentro buscando algo en sus bolsillos. Casi como por instinto mi mano se cierra aprisionando un pequeño objeto. Bum, te quiero, bum, te deseo, la mano se abre y de su interior surge un diminuto brillante, el mismo que hace menos de una hora observaba en la mano de mi esposa, y por un momento pierdo el aliento.


La puerta está cerrada, pero la ventanilla está entreabierta quizás para tratar de amortiguar un poco el calor de la noche. Escucho unas risas, risas que en segundos se vuelven suspiros, y escucho el gemido grave de un hombre. Soy consciente de las habilidades de mi esposa y probablemente ahora estará de rodillas, sujetando con sus manos la polla de este desconocido, acercando sus delicados labios para jugar un lascivo juego del que yo he sido privado. Cierro los ojos para imaginarla y noto como me endurezco, soy incapaz de controlar mi erección. Por segundos no se si mi mente me juega malas pasadas pero ahora sí está claro, es tan claro como el agua, y puedo identificar ese sonido recordando la multitud de veces en las que yo he sido el privilegiado dueño de tus caricias. Tu boca está disfrutando de su gran polla.

Nuevamente susurros, y el sonido ruidoso de alguien apartando objetos. La ropa golpea hecha un ovillo contra el cristal del parabrisas, unos segundos de silencio, y un gemido. Esta vez tuyo. Bum, te deseo, mis manos se precipitan bajo el pantalón tratando de envolver la erección que contengo. Bum, te adoro. Un nuevo gemido, está vez seguido de un golpe seco, un golpe que también reconozco. Ya estás sintiéndolo, sintiendo el sexo de otro hombre, sintiendo como atraviesa tus entrañas. Bum, ya no puedo más. Otro gemido, puedo ver una mano dibujada en un cristal auxiliar en un lateral de la cabina, una mano que ahora marca la ausencia del anillo que aprieto con fuerza.

Los gemidos se aceleran, la mano se separa del cristal e imagino que ahora lo estás abrazando, que sujetas sus caderas para evitar que se separe de ti. Bum, quiero que seas mía otra vez. A tus gemidos se unen los suyos, y puedo oír tu respiración entrecortada sincronizada con la mía. Bum, gracias amor mío. Escucho un grito de placer, acompañado por el gorgoteo de un hombre que acaba de alcanzar el paraíso...

La luz interior se enciende y me hace despertar de mi perverso sueño. Tardo tan solo unos segundos en darme cuenta de donde me encuentro, de que no debería de estar allí. Mis instintos me gritan correr hacia el coche. En mi huida puedo escuchar risas y palabras alegres dentro dela cabina. Ahora no puedo pararme a escuchar ni a entender qué se dice. Ahora el tiempo se precipita, corre más de lo que logro entender, y en un suspiro consigo salvar la distancia hasta la seguridad de mi corsa.

El camión vuelve a abrir sus puertas, y el hombre que me ha hecho cornudo te tiende una mano para ayudarte a descender con cuidado. Depositas un beso en su mejilla, el te tienta los pechos una última vez, y sin mediar palabra te despides girándote hacia mi. Tu camino de vuelta es aún más lento que el de ida. Puedo ver que has dejado olvidados como botín sujetador y tanga, solo conservas las medias y el corsé, y tu miedo a exhibirte ha desaparecido por completo. Una sonrisa ilumina tu cara a la luz de una luna que ya luce alta en el horizonte.


El camino de vuelta está siendo igualmente silencioso, ninguno de los dos nos atrevemos a decir nada. Aunque es patente la erección que aún perdura en el tiempo, retenida por las idas y venidas de mis recuerdos, no quiero ser yo el primero en hablar. La carretera se vuelve cada vez más oscura ahora siguiendo una red secundaria de la cual alguien ha debido olvidar iluminar.

- Para. - Tu voz rompe el silencio con una orden clara y directa.

Extiendes tu mano, con la palma abierta, pidiéndome algo que no logro entender y por un momento recuerdo el anillo que apretaba con fuerza mientras otro hombre te penetraba y rompía las barreras que te hacían mi mujer.
En silencio saco la joya de mi bolsillo y con la delicadeza de un amante vuelvo a colocarlo en tu dedo anular.

- Ahora solo falta una cosa. - Me miras con ansias, tu ojos vuelven a reflejar el fuego que mostrabas horas antes de que todo esto hubiese pasado. Sales del coche en silencio, y te alejas campo a través nuevamente haciendo gala de tus movimientos felinos.


A oscuras, consigo encontrarte apoyada en una roca, reclinada, mirando a la luna. Me miras con una sonrisa picara.

- ¿No quieres volver a reclamar lo que es solo tuyo? - Un destello ilumina tu cara. Momento de desconcierto que aprovechas para girarte exponiendo tu trasero, y tu sexo. Diciéndome sin palabras que una vez que el anillo ha vuelto a tu mano vuelves a ser únicamente mía... pero que aún falta un último ritual escrito a fuego desde tiempos inmemorables.
Tengo que recuperar lo que es mío.

Mi lado más primario se desata, tiro de la correa de mi pantalón y sujeto tus manos con él. Te fuerzo a recostarte en la fría piedra para exponer aún más tus encantos. Agarró tus nalgas, y en un solo movimiento, tirando de tu coleta mi polla te atraviesa. Un grito de placer rompe el silencio de la noche, el destello de ojos salvajes brilla en la lejanía, probablemente animales de granja ahora despiertos por nuestra incursión. Ahora me guía un impulso grabado en nuestro córtex desde la prehistoria, el afán de concebir, de ser el elegido por la hembra. Mi polla, dura como jamás ha estado, entra cual pistón una y otra vez. Arqueas tu cuerpo, tus tetas se rebotan danzando en el aire con cada golpe. Tu culo se eleva, tus músculos se contraen tratando de aprisionarla dentro de ti y noto como se desliza empapada en tus jugos. Tiemblas, tiemblas de placer, gritas, noto un liquido cálido envolviendo tus piernas, goteando sobre mi, y yo grito contigo, ahora soy yo el que explota en tu interior. Ahora soy yo el que ha depositado mi semilla cual cavernícola en ti. Eres mía.
Siempre serás mía.
 
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Ya está aquí, y yo soy su Cena
Me descubro una vez más mirando hacia el reloj colgado en la pared. El día se me está haciendo eterno, inmensamente largo, y parece que toda la sala ha entrado en una paradoja temporal en la que Chronos se niega a seguir adelante. Por un segundo creo ver las manecillas retroceder en vez de avanzar en un intento de engaño similar al que ya usaron tiempo atrás con Bart Simpson en ese último día de escuela prevacacional.
- “¿Es que incluso en eso va a acertar Groening?” - Pienso tratando de concentrarme una vez más en mi trabajo.

Centro mi vista en la pantalla viendo si por alguna casualidad del destino hay algo más que hacer. El mapa de camas parece inusualmente tranquilo, incluso tenemos algún espacio vacío en observación. Suspiro de impotencia mirando hacia mi compañero que igual que yo aguarda sentado sobre una papelera de plástico y sigue trasteando con su móvil.
- ¿Hoy hay partido?- no recuerdo que hubiese ningún evento importante - ¿O solo es domingo?
La única respuesta de mi compañero es un ademan encogiendo sus hombros y una cara de desconcierto mientras continúa mirando la pantalla de su dispositivo.

- Sí... hoy el día va a ser muy largo... - digo mientras me reclino sobre el sillón. Curiosamente mi respuesta despierta al dios del tiempo, que parece haber esperado hasta el último segundo para reactivar el mundo que nos rodea justo antes de que alguno de los dos entrase en algún grado de locura asesina y comenzase una matanza, hoja de bisturí en mano, y sonda vesical a modo de látigo en la otra.
La pantalla de mi ordenador parpadea, señal de que hay nuevos pacientes pendientes de triaje.

No dudo ni un segundo en dar el aviso por pantalla indicando que deben acudir a mi sala para la evaluación inicial. Mi gozo cae rápidamente en un pozo cuando los nuevos pacientes resultan ser una pareja de abuelitos con recetas caducadas que no pueden esperar al siguiente día laboral.
- “Otro nivel 5 pendiente de médico.” - pienso mientras tecleo el motivo de consulta. - “Nada para nosotros.”

Mientras los dos abuelos inician su periplo andante hacia la sala de espera una nueva notificación surge en la pantalla de mi teléfono móvil dejado caer inocentemente junto al monitor del ordenador, mi mujer aparece en una diminuta burbuja de Whatsapp seguido del icono de foto, un echo inesperado que despierta mi curiosidad sobremanera.

La burbuja me tienta a pulsarla, a descubrir que esconde ese curioso icono con la forma de una cámara Reflex de las de toda la vida, y la imagen aparece, y por un segundo mi corazón se encoje. Miro desconcertado a mi alrededor comprobando que nadie más la ha visto. Por suerte para mi, mi compañero sigue obnubilado jugueteando a Candy Crush, o Meow Hop, o a saber que juego es.
Sin pensarlo dos veces le pido que me sustituya alegando que necesito ir al baño, cosa que hace a regañadientes dejando su partida a medias y me apresuro a un lugar más apartado lejos de miradas indiscretas.

Una vez más repaso la figura expuesta en mi móvil, repaso la lencería roja que no deja nada a la imaginación, las transparencias que no esconden para nada los pezones erectos, y la abertura estratégicamente situada entre las piernas... y es que ya me dijo en su momento que con ese se la podrían follar sin siquiera quitárselo y sonrisa en cara.
- ¿Y esto? - mis dedos tiemblan aún de la emoción mientras me apresuro a teclear las palabras.
En la pantalla surge rápidamente como respuesta “Hoy tenemos visita, ¿te gusta como me queda?”.

- Sí. - La respuesta es también directa, no hay dudas. Jamás las habría da igual lo que se pusiese. Miro mi reloj con desaliento, sé que mi turno no termina hasta bien entrada la noche y eso me desconcierta. - ¿Llegará para cenar?
En esta ocasión la respuesta se hace esperar, mi corazón se acelera con cada segundo que Chronos decide demorar su respuesta, y otra foto aparece en pantalla.

La foto es incluso más explicita que la anterior. Veo su cuerpo con la misma lencería de antes pegado al de otro hombre de piel morena, este completamente desnudo con su enorme polla ya erecta envuelta por las manos de mi mujer y presentándomela abiertamente. Aunque la imagen solo muestra la parte inferior de ambos cuerpos ya puedo ver como la humedad brota insaciable entre las piernas de mi mujer, indicio claro de su excitación y de que es consciente de lo que va a suceder. Puedo imaginar su sonrisa picara y el rubor en sus mejillas.

Una respuesta...
- Ya está aquí, y yo soy su cena.​
 
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