Relatos de J

ImanolJ

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Hola, chavales! Me animo a publicar un hilo de relatos, propios. En realidad sería “republicar”, son cuentos escritos de joven, ay…, y publicados ya en una conocida página de relatos.
Lamentablemente, ya sabéis lo que tiene la juventud: arranque de caballo, parada de burro, así que han quedado inconclusos… pero nunca se sabe cuando vuelven las musas! Eso sí, podréis descubrir fácilmente mis filias.
Espero que los disfrutéis, y mejor aún con una mano 😉😉



EPISODIO I. MOJADOS EN LA JUNGLA

La expedición avanzaba lentamente dentro de las profundidades de la selva africana. Salvando el calor, los feroces animales y varias tribus de nativos desconocidas por el hombre, el profesor Winslow, su sobrina Jane y su prometido, Walter, intentaban encontrar la ignota margaritus filisious, la única margarita de dos colores a la vez, que según los estudios del profesor Winslow, eminente biólogo, se encontraba allí, en lo más intrincado de África.

La comitiva, además de por los anteriores citados, se componía de dos porteadores africanos, y el guía, Kamuf, el único nativo que había estudiado en Londres y al mismo tiempo conocía los caminos y los peligros a evitar de la selva. Llevaban ya varias semanas intentando encontrar la preciada flor, y, mientras, el profesor Winslow se había dedicado a recoger muestras de otros especímenes florales que encontraba a su paso, aunque, desgraciadamente, todos estaban ya catalogados. Se consolaba pensando que, al menos, ampliaría su colección privada; colección que deseaba, en un futuro, legar a la universidad de Oxford.

Las jornadas de trabajo eran duras: sólo Kamuf, el guía, un negro fuerte y vivaracho, colaboraba con el profesor en la recogida de especímenes: Jane y Walter pasaban el día haciéndose carantoñas y planeando su futura boda, que tendría lugar a su vuelta a Inglaterra. De vez en cuando, Walter, aficionado a la fotografía, aprovechaba para instalar su cámara con trípode y captar imágenes de África, de la vegetación, de los animales...Los dos porteadores, por su parte, sin entender prácticamente inglés, se llimitaban a, una vez descargadas las tiendas, maletas, etc..., a tumbarse en cualquier vereda y descansar, durmiendo la mayor parte del tiempo. Cuando el sol comenzaba a declinar, los hombres del grupo preparaban las tiendas para dormir, buscando una llanura dentro del paraje selvático. Se preparaban tres tiendas, la del profesor Winslow, otra en la que descansaban Jane y Walter, y otra, algo más amplia, donde se recogían de la noche Kamuf y los dos porteadores. Las tres tiendas formaban un triángulo, en el centro del cual, se encendía una pequeña hoguera, que aguantaría hasta la mañana siguiente, resguardándoles, dentro de lo posible, de la amenaza de animales salvajes.

Aquella noche habían encontrado un paraje especialmente atractivo: después de un día especialmente caluroso, se habían topado con una llanura fresca, a causa de las corrientes de viento, desde donde, además, se oía el correr lejano de un río. Comían pescado, en torno a la hoguera, mientras se dejaban acariciar por la agradable brisa.

- Es el río Makutu-, explicó Kamuf.-Se abre paso por la cordillera, y lo que estamos escuchando son los pequeños saltos que forma medio kilómetro más adelante.

- Es muy bonito...- comentó Jane.

- Sí que lo es, sí que lo es- comentó el profesor, asintiendo con al cabeza,- creo que pasaremos una muy buena noche aquí...

- ¡Uf, eso espero! Con este calor, ha sido un día agotador...- se quejó Walter.-Pero seguro que esta noche dormimos como lirones-, dijo, mientras guiñaba un ojo a su prometida.

El profesor vió ese guiño, y, aunque Walter le gustaba como futuro marido de su sobrina, sentía cierta inquietud al haber autorizado que compartiesen tienda de campaña: después de todo, aún no estaban casados, y el profesor, a pesar de sus 50 años (excepcionalmente bien llevados en comparación con sus compañeros de generación, gracias al trabajo activo al aire libre), sabía que un hombre de 28 como Walter, durmiendo con su prometida, solos, desde hacía dos semanas, sólo podía tener una cosa en mente: acostarse con ella. No había visto ni oído nada sospechoso en estos quince días, salvo los típicos arrumacos de enamorados, pero la sospecha seguía ahí. Sólo le quedaba confiar en su sobrina Jane, en su firmeza de caracter.

- Señores, creo que me retiro. Buenas noches, Jane, profesor, Walter...-anunció Kamuf, poniéndose en pie.

- Buenas noches, Kamuf, amigo,-contestó el profesor.

- Buenas noches, nosotros también nos retiramos- dijeron a la vez Jane y Walter.

El profesor se quedó solo, fumando en su pipa, mientras los demás se retiraban: Jane y Walter cogidos de la mano, y Kamuf, el guía, a su tienda compartida con los porteadores, que dormían hacía ya un rato. Después de un par de pipadas, la apagó y se metió también en su tienda. A pesar de esa brisa que recorría el paraje, el ambiente seguía siendo caluroso, al menos dentro de la tienda, que impedía el paso del aire. El profesor se quitó la camisa y las botas, y se tumbó sobre su forro de dormir sólo con sus pantalones. Estaba inquieto, el calor le impedía dormir. Alcanzó su pipa, y de nuevo la encendió, fumando lánguidamente, tumbado. De pronto, escuchó la risa de su sobrina, desde la tienda de al lado. Oyó también reír a Walter. La verdad es que eran una hermosa pareja: Jane, 24 años, morena, delgada, pero con curvas suficientes como para atraer a un hombre, y con un rostro de ojos negros, despierto. Walter, por su parte, era un muchacho noble y franco, atlético, jugador de futbol en la universidad. El profesor volvió a oír unas risas alegres y sofocadas; mientras fumaba imaginó lo que debía estar pasando en la tienda: alguna caricia furtiva, carantoñas, algún beso apasionado...Quizás alguna caricia más atrevida: Walter habría puesto su mano en los muslos de Jane, y la habría subido, acariciándola, hacia chochito... Tal vez Jane, una chica resuelta, hubiese acariciado también alguna vez, furtivamente, la bragueta de Walter: una bragueta dura y latente, conteniéndose de mostrar su potencia hasta la noche de bodas... Uf, el profesor notó que, dejándose llevar por esos pensamientos, su bragueta sí que se había puesto dura. Abrió los ojos entrecerrados y se observó el palpitante bulto que formaba en la entrepierna. "Joder... me he puesto como un burro", pensó, divertido, mientras no podía evitar, con la mano libre que le dejaba la actividad de fumar, acariciarse el paquete hinchado que formaba su polla tiesa. El profesor estaba soltero, y, después de dos semanas de ni siquiera autosatisfacerse, el cipote le reclamaba atención urgente. "Mmm...mejor será salir fuera" continuó, mientras se incorporaba,"me da no sé qué cascármela con mi familia a unos metros". Se levantó, y, con sigilo, salió de la tienda. Avanzó unos metros, sin dejar de masajearse el paquete aún encerrado en el pantalón. Cuando consideró que se había alejado lo suficiente, se sentó apoyándose debajo de un árbol. Con presteza, se desabrochó los pantalones, y, ahora sí, la polla, durísima y libre de obstáculos, saltó como un ariete, venosa, palpitante. "Uhh...me voy a pegar una buena paja..." se animaba el profesor, que con sólo cogerse la polla con la mano, empezó a soltar líquido preseminal en abundancia, que resbalaba por el tronco, y le mojaba la mano y las pelotas. Se las acarició, y comprobó que estaban duras y cargadas de leche. Mientras esto hacía, de pronto, oyó un ruido, como el chasquido de una rama, a poca distancia. Se paró de golpe, asustado, y prestó atención: un nuevo chasquido, y, de pronto, un ruído como de un chorro de agua que corría. Lentamente se incorporó, rodeó el tronco del árbol con sigilo, y vió al causante del ruído: dos árboles más allá, a la luz de la luna llena, Kamuf estaba meando. De pie, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. "Joder...qué susto", se dijo el profesor Winslow, mientras se guardaba la polla en los pantalones, "aunque me ha cortado el rollo, el cabrón". Se quedó mirando cómo Kamuf seguía meando. Desde su posición, el profesor sólo veía medio de perfil a Kamuf; la forma de su espalda, fuerte y ancha; el trasero, embutido en los pequeños pantalones caqui, y el chorro que soltaba meando. "¡Qué forma de mear, caray!" se asombró el profesor, ya que Kamuf no paraba y lanzaba un chorro potente y largo. Cuando pareció que acababa, Kamuf medio se volvió; entonces, el profesor vió algo que sí le dejo asombrado: el negro aún tenía la polla en la mano, y se la agitaba para limpiarla de las últimas gotas de pis. Pero era una polla de tal calibre, que al agitarla, Kamuf se puso perdidos los pantalones de gotitas de pis. "¡Guau! ¡Qué cacho polla!!" se maravilló el profesor. El otro, mientras, acabó con los últimos meneos, parecía que agitaba una porra, y se la guardó en los pantalones. Levantó la vista, y de pronto se encontró con el profesor, que le miraba extasiado.

-¡Oh! profesor, buenas noches....- reaccionó el guía, algo avergonzado.

- Hola, mi buen amigo Kamuf,-contestó el profesor, divertido ante el azoramiento del negro.

- Yo... siento haberle despertado, profesor. Pero no me podía contener las ganas de mear, lo siento- se excusó Kamuf.

- ¡Tranquilo, tranquilo, hombre...! No estaba dormido, sólo paseaba por aquí-, se acercó el profesor, cogiendo por los hombros al avergonzado guía, amistosamente.- Aunque, ¡ja, ja...! Deberías tener más cuidado con las salpicaduras, Kamuf, te has puesto perdido, ja, ja, ja...

Kamuf se miró el pantalón, y vió que efectivamente estaba salpicado de gotitas de pis; siempre le pasaba lo mismo, no sabía cómo agitarse bien la polla debido a su tamaño, sin salpicar. Avergonzado, miró de reojo el paquete de su compañero, el profesor.

- Profesor, profesor... no debería meterse conmigo; no es usted el más indicado, je, je...-dijo, de pronto, audazmente.

-¿Qué...? ¿Cómo que...?-replicó el profesor Winslow, bajando la vista a su bragueta, y descubriendo con horror que, efectivamente, no era el más indicado. Al guardarse antes la polla precipitadamente, se había puesto perdido de líquido preseminal: mientras que la bragueta de Kamuf se veía salpicada de unas gotas, la del profesor estaba empapada, mojada.

- ¡Ja, ja, ja, profesor! Parece que no soy el único en mojarme la bragueta- rió Kamuf, mientras le daba una palmada al profesor en la espalda y se agarraba el paquete, cómplice.

- Bueno...pues no, pues no, tienes razón, muchaho...-respondió azorado el profesor, agarrándose también el paquete, imitando a su amigo. Pero el profesor estaba muy sensible, y, al volver a agarrarse el paquete, entre el calentón y lo empapada que estaba la bragueta, y el notar en su mano de nuevo sus pelotas duras, notó que su polla volvía a empinarse.

-Caray, jefe,- dijo ahora Kamuf, bastante más resuelto,- me parece que usted no meaba, sino que hacía otra cosa, ja, ja, ja...

-Yo...yo...sí, no sé....-balbuceaba el profesor, sin poder disimular el tremendo bulto que formaban ahora los pantalones.

-¡Uf, jefe...! ¿Sabe?, está haciendo que yo también me ponga cachondo, coño- y, efectivamente, la bragueta de Kamuf parecía a punto de estallar. -¿sabe que le digo?, que somos dos tíos aquí en medio de la selva, calientes, y que no pasa nada porque nos hagamos una paja a dúo, ¿no?- continuó el negro, desabrochándose los pantalones.

- ¿Usted cree...? Uf...yo...no sé, no sé...- replicaba el profesor, nervioso pero a la vez increíblemente cachondo.

- ¡Venga, profesor, no se corte, que estamos entre hombres...!- y, diciendo esto, Kamuf se bajó los pantalones de golpe, dejando que saltase, libre y enorme, un rabazo negro, venoso, descapullado, que golpeaba la barriga de Kamuf de lo tieso que lo tenía.-¡Uf! ¡Uf! ¡Cómo se me ha puesto el rabo! ¡Necesito una buena corrida, coño!

- Bueno...vale, vale, voy, voy...-se decidió el profesor, quitándose también los pantalones, que cayeron en sus tobillos. Sin dudarlo, se agarró la polla, dura, dura, dura y chorreante de nuevo de líquidos, y empezó a meneársela...

-¡Joder, profesor!, como le chorrea, ¿eh?-rió Kamuf, mientras se meneaba el rabo a dos manos, tal era la longitud.

-¡Uf, sí, si....! A tí no, pero menuda tranca tienes, ¿no?- contestó el profesor, ahora sí cascándose la polla a buen ritmo.

-¡Ja, ja, ja...! Mmm.... uf, sí...tengo un buen garrote, ¿eh? Un garrote neegrooooo...ohh....jodeeeeer....

-¡Joder! ¡JODER! ¡Sí que tienes buen cipote, sí, cabrón....! ¡Déjame verlo de cerca, de cerca...!-bramó el profesor. No sabía por qué, pero la visión de aquél negro, de pies enfrente suyo, meneándose frenéticamente el pedazo de rabo que gastaba, le ponía a cien. Se acercó, sin dejar de pelársela, hasta el negro, hasta quedarse a unos centímetros de él.

-¡Ja, ja...! Nunca ha visto un rabo así, ¿eh, profesor...?-gemía Kamuf, venga a meneársela.- ¡Uf, más cerca, profe, más cerca!

-¡Sí...sí...!-se acercó el otro. Se acercó tanto que juntó su meneada con la meneada del otro.-¡Uf...! ¿Así, así de cerca, semental...?-dijo, ya perdida toda vergüenza.

-¡Oh!¡Oh...! ¡Coño...me está mojando de precum, joder....!

-¡Ah...ah...déjame, suéltate la polla, déjame cogerla un momento, es enorme....! ¡Uf! ¡Enooooorme....!

- ¡Ah!¡Ah...! No, profesor....¡No! estoy a punto...si me la toca, no respondo, joder! ¡Jooooderrrr!-bramó Kamuf, cascándosela a toda velocidad, y ahora sí, también, lanzando precum en su barriga con cada golpe que le daba el capullo. El profesor, cachondo perdido, en vez de meneársela, se la sacudía, haciendo que las babas de líqiudo preseminal, cada vez más intensas, se estrellasen en las manos, el cipotón, y los huevos negros de Kamuf, poniéndole perdido. Esto aún aceleraba más la meneada del negro, que al sentir todos sus genitales empapados de líquido caliente, se ponía aún más burro.

-¡AH!..¡Oh....! ¡Kamuf!¡KAMUF! ¡Me voy a correr!¡Me voy a cooorrerrrrrrrr, cooooñoooooo!

- ¡Sí! ¡SI! ¡Suelte leche, profesor! ¡Uff! ¡Suelte lecheeeeeeeeeee!

- ¡Espera!¡espera, que te voy a tocar al menos las pelotas, cabróooooon!-y, diciendo esto, el profesor Winslow agarró las dos pelotas del negro, durísimas, apretándolas.

-¡OOOHHHHH!¡JODER!¡JOOOOODEEEEEEERRRRRR! ¡ME CORROOOO VIVOOOOOOO!- aulló Kamuf al sentir la mano del profesor en sus hinchadísimos huevos. De pronto, con una última meneada, de la punta del capullo de aquella pollaza negra, empezó a manar leche.-¡AHHHHH!...¡JODER, SI....ME ESTOY CORRIENDOOOOOOO! ¡OHHH......!-bramaba Kamuf, ahora ya meneándose el rabo con lentitud y sin parar de babear leche, sin prisa pero sin pausa, que resbalaba por todo el rabazo hasta las pelotas.

-¡Joder, amigo...! ¡Que forma de correrse....!- gemía el profesor, agarrando los chorreantes cojones del negro, y volviendo a agarrarse bien la polla para por fin soltar la lechada que llevaba tiempo acumulada en los huevos.- ¡Yo también!¡Yo tambiéeeeeenn...!¡Ahí vaaaaaaaaa!!!!-y, gimiendo como un cerdo, el profesor lanzó dos, tres cañonazos de leche que se estamparon en los huevos y los muslos del negro. Ambos machos, debilitados por tan fuertes corridas, de pie, se medio apoyaban uno en el otro, ayudándose de sus brazos y sus hombros. Con los tembleques del orgasmo, y gracias a la longitud del rabo del negro, ambas pollas se chocaban, pringándose de semen de las recientes lechadas.

-Uf....qué bien, coño....- suspiró el profesor, apoyándose en el hombro de Kamuf.

-Ay.....qué bien ha estado....joder.....-contestó el guía.

-Ay, Kamuf, Kamuf.....mejor será volver a las tiendas y dormir...- dijo el profesor, algo avergonzado, pero contento.

-Tiene razón, profesor...Mañana será un día duro; nos dirigimos a la Tierra Del Hombre Mono, según las leyendas de los indígenas...

-Bueno....¿Más duro que el rabo que calzas....?-bromeó el profesor, guiñando un ojo a Kamuf.

-Ja, ja, profesor.... No se ría, que se me empina...

FIN EPISODIO I​
 
Hola, chavales! Domingo, nuevo capítulo, espero que lo disfrutéis 😉😉

EPISODIO II. CERCA DEL RÍO, LÍO

El profesor Winslow fue el primero en levantarse; aunque había dormido como un tronco después de lo sucedido con Kamuf, se sentía inquieto. Salió de la tienda, estirándose y bostezando, y contemplando la jungla, apenas acariciada por los primeros rayos del sol, y aún fresca del rocío de la mañana. Esta visión tranquilizó su espíritu. "No ha sido nada, después de todo", se dijo. "Como bien dijo Kamuf, fuimos dos hombres excitados que se alivian de la soledad". El profesor Winslow había cumplido con honores su servicio militar, como alférez, y conocía bien los secretos de los cuarteles: esas largas horas de compañerismo con otros muchachos, jóvenes, impetuosos, conducían a ese tipo de comportamiento. Es cierto que el profesor Winslow ya no era un niño a sus 50 años, pero se excusó pensando que, al fin y al cabo, esas dos semanas largas en la selva habían sido una vuelta al ejército. Resolvió que, aún así, lo de la otra noche no se volvería a repetir. Mésandose el poblado bigote, apagó las pocas brasas que aún restaban en la hoguera, encendida muchas horas antes; fue como apagar su hoguera interior: se sintió tranquilo, y en paz. Sin embargo, le costó trabajo apagar el pequeño fuego rojo que aún quemaba...

-¡Buenos día, tíito!

El profesor salió de su ensimismamiento: -¡Hola, Jane, buenos días!-, respondió, alegre. Los componentes de la expedición africana iban despertando. Como siempre, Jane era de los más madrugadores, mientras que Walter parecía necesitar al menos cinco minutos más de sueño. Los porteadores también salieron, dos chicos que no pasarían de los 20 ó 21 años, y comenzaron a preparar las mamparas, de tela y madera, que utilizaban como aseo improvisado; utilizaban agua de manantiales cercanos (se procuraba acampar siempre cerca de uno), y la transportaban en grandes tinajas hasta el mismo. Como caballerosa deferencia, Jane siempre era la primera en utilizarlo, y así lo hizo esa mañana. Mientras, entre los porteadores y el profesor, improvisaron un pequeño almuerzo, compuesto de provisiones y de frutas que recogían durante el día anterior.

-Buenos días, señores. Profesor...- saludó atentamente Kamuf, el guía, saliendo de la tienda mientras terminaba de abotonarse la camisa caqui de explorador.

-Buenos días, compañero Kamuf- contestó educadamente el profesor. Sin poderlo evitar, sus ojos se desviaron a la entrepierna del negro; temió ver por un momento una gorda porra marcándose en la bragueta de los pantalones, pero no; como siempre, los cortos pantalones marrones tenían una caída normal desde la cintura a las rodillas. El profesor Winslow no pudo refrenar su lujuria, que se preguntó cómo era posible disimular semejante aparato, aún en estado de reposo; pero rápidamente rechazó esos pensamientos: "debería preguntar a Kamuf dónde compra esos pantalones con tan buen corte; deben ser de las mejores tiendas de Londres". De nuevo, se sintió tranquilo. Kamuf, ya con la camisa perfectamente abotonada, vigiló, como cada mañana, la hoguera:



-Es raro-, se extrañó, -no ha llovido. Sin embargo, la hoguera parece apagada...

-Sí, me he ocupado yo esta mañana. Me levanté temprano, y, bueno...apagué las brasas- explicó el profesor.

-Hum... - Kamuf, utilizando una pequeña rama seca, removió las cenizas de la hoguera, y aparecieron dos pequeñas luces rojas, muy tenues, pero aún vivas.- Hum... hay que vigilar cuando se apagan las brasas, profesor.- Y, mirándole a los ojos, continuó:- hay fuegos más ardientes de lo que parecen...

-¿Ar-ardientes...?- tartamudeó el profesor, aguantando la mirada profunda del guía.

-Si, profesor... Ardientes como torrentes de lava- replicó el otro, sonriendo con expresión de chulo, y sin dejar de mirar al apurado profesor Winslow que, a pesar de la determinación que había tomado poco antes, notó que el pantalón le comenzaba a apretar. Muy ligeramente, pero a apretar...

- ¡Buenos días, señores!

¡Uf...! El saludo de Walter, fuerte y recio, encaminándose al aseo, fue el chorro que apagó todo fuego. "Chorro... ¡de agua, de agua..!" se obligó a pensar el profesor, a pesar de todo.

-¡Buenos días, muchacho!- saludó, reponiéndose totalmente, -¡Vamos! Apresurémosnos, tenemos un largo día por delante.

Jane, después de su aseo, estaba en su tienda, vistiéndose, preparándose para el desayuno y el largo día de marcha a pie; mientras, Walter se aseó, los porteadores prepararon la carga, desmontando su tienda y la del profesor, y este y Kamuf discutieron la ruta del día: la idea de Kamuf era bordear el río, sin atravesarlo. Sin embargo, el profesor no estaba de acuerdo.

-Pero, profesor, no podemos traspasar el río-, protestaba Kamuf.

-No entiendo por qué; según los datos de situación, hay varios puentes...Quizás no en muy buen estado, lo admito, pero creo que podremos traspasarlos sin peligro...

-No, no, no... No es cuestión de los puentes profesor, no es eso, no es eso...

-¡Por la reina madre, Kamuf, no te entiendo...! ¿Por qué esa cerrazón, entonces...?

-Profesor, las cosas son más complicadas de lo que parecen.- respondió, con cierto misterio según creyó interpretar el profesor.

-Kamuf, creo que no nos estás contando toda la verdad- apuntó Walter, que se había acercado a los dos hombres. -Eres el mejor guía africano que se pueda contratar en Londres; conoces el motivo de la expedición, y tanto Winslow como yo creemos que eres la persona idónea para guiarnos por estos ignotos parajes, y encontrar la flor del profesor.

-Sí... lo sé, lo sé, señor Walter- musitó Kamuf.

- Kamuf,- intercedió el profesor, -sé claro, te lo rogamos.

Kamuf se alejó unos pasos, oteando la jungla en dirección al río Makutu... Parecía intentar captar los sonidos de la selva; no los sonidos de la mañana: el arrullo del río, las aves, los feroces animales quizás aún dormitando, sino algo más allá... Suspiró, y volvió sobre sus pasos a reunirse con los dos caballeros ingleses:



-Está bien,- comenzó -les explicaré mis reticencias a cruzar el río. Como ustedes saben, mi trabajo de guía no está basado sólo en mis estudios en sus universidades occidentales de Historia y Geografía; no, soy africano, y me he criado en esta tierra, igual que esos muchachos-, dijo, señalando a los porteadores, que junto a Jane, acababan de preparar los bártulos para dejar la llanura. - Conozco casi cada palmo de esta tierra roja y amarilla-, prosiguió -pero no toda. No toda. El río Makutu serpentea allá por toda la jungla meridional, hasta formar un recodo, una especie de isla de unos cuantos kilómetros. Pocos han estado en esas tierras, y desde pequeño conozco, como el resto de mis hermanos, leyendas acerca de esos parajes...



La atención de Walter y el profesor Winslow se hallaba absorta en las palabras del guía. Este continuó:

-Hemos pasado, durante estas semanas, cerca de poblados nativos; poblados amistosos, de indígenas que se dedican a la caza para sobrevivir, y que puede que tengan su dios particular, y sus propias normas sociales, pero que en ningún caso son agresivos. Pero, caballeros, no puedo garantizarles eso traspasado el río. Es muy posible que nos encontremos con poblaciones, con asentamientos indígenas no tan pacíficos ni amistosos, sino amenazantes, practicantes de oscuros ritos enterrados en el tiempo...

-Hum...entiendo su preocupación, Kamuf,- intervino Walter, -pero estamos preparados para ello. Contamos con rifles de carga, y con usted; confiamos en su criterio en el posible momento de tener que negociar con esas tribus de las que habla.

-Y se lo agradezco, señor Walter-, reconoció Kamuf, estrechando la mano de tan noble muchacho.

-Continúa, continúa, amigo Kamuf, te lo ruego-, terció el profesor.

-Sí- se repuso este, emocionado por la muestra de amistad del joven.-Bien, hay algo más; una historia que se cuenta desde hace unos años, la leyenda de la Tierra Del Hombre Mono.

-¿La Tierra Del Hombre Mono?- preguntó, fascinado, Walter.

-Sí... Yo la conocí hace unos diez o quince años, ya en Londres. Esas tribus de las que les he hablado, las más feroces y amenazantes de África, son las únicas que se han atrevido a cruzar esa línea que marca el río. Ese territorio es conocido como la Tierra Del Hombre Mono. Se cuenta que, en la oscuridad de la jungla, se oculta un ser, un ser entre humano y animal, con la inteligencia del hombre y el poder de un gorila: el Hombre Mono, dueño de ese territorio y rey de los monos; cuentan que su aullido, amenazador, es una señal de advertencia, de defensa de su territorio; cuentan que domina a los animales feroces, y ninguna tribu se enfrenta a él.

-Pero...pero Kamuf-, intervino el profesor,- un hombre que ha pasado por Oxford, como tú, no creerá en esas paparruchadas...

-Profesor, ni creo ni dejo de creer: en la jungla sólo debo confiar en mis sentidos.

-Bueno...Winslow, tú decides; pero cuenta conmigo -se ofreció Walter.

-Yo...no sé, no sé-, vaciló el profesor. -Me preocupa mi sobrina, es cierto: no es una cuestión banal para una señorita y...

-Tío, estamos en 1938-, cortó valientemente Jane, que se había acercado al grupo y había escuchado fascinada la historia de la Tierra Del Hombre Mono,-y no soy una damisela del siglo diecinueve; conozco la pasión por tu trabajo, y la comparto. Yo digo ¡adelante!

-¡Jane!-exclamó el profesor, emocionado por la valentía de su sobrina.

-Ja, ja, ja... Muy bien, Kamuf-, río Walter, orgulloso de su prometida. -¡Pongámonos en marcha!

-De acuerdo, de acuerdo...-admitió Kamuf, honrando con una inclinación de sus fuertes hombros la valentía de esos nobles ingleses. -Les guiaré lo mejor que mi modesto valor me permita.

Y así, el grupo expedicionario emprendió la marcha hacía los márgenes del río Makutu.

.......................................................



Caía la noche, y los sonidos de la selva parecían hacerse más amenazantes, cuando el grupo llegó a las orillas del mítico río. Sin embargo, se hallaban lejos de cualquiera de los maltrechos puentes que lo cruzaban, así que acamparon cerca de la orilla, y decidieron que a la mañana siguiente localizarían alguno de esos pasos. Como la noche anterior, el grupo cenó, aprovechando esta vez el estar al lado del río, pescando, y asando unos suculentos peces. Siendo noche cerrada, Walter y Jane se retiraron a su tienda, al igual que los porteadores. Sólo el profesor Winslow y Kamuf, el guía, se quedaron frente a la hoguera; el primero, fumando su pipa mientras pensaba, acariciando su bigote. El fuerte negro, semirecostado en la tierra, contemplaba las estrellas, fulgurantes y cercanas.

-¿Nervioso, Kamuf?-preguntó el profesor.

-Mmm...sí, profesor, sí...-, reconoció el fuerte negro.

-¡Vamos, amigo, vamos! un hombre hecho y derecho de 33 años como tú no debería creer en esas leyendas sin sentido...

-Lo sé, lo sé, profesor, pero... En Oxford pude comprobar que no provenían sólo de una parte de África, sino de varios poblados muy alejados geográficamente, y que sin embargo, coincidían en nombrar estas tierras: las tierras que mañana pisará, quizás por primera vez, el hombre blanco. Sólo eso ya me inquieta, es un terreno desconocido también para mí, profesor Winslow.

-Bueno, bueno, Kamuf...en este viaje, me parece que hay muchas cosas que son la primera vez para un hombre blanco, je, je...-, comentó, sagaz y divertido, el profesor. Intentaba relajar a Kamuf; que no pensase en los posibles peligros en los que se encontrarían a partir de mañana.

-Ja, ja, ja....profesor, veo que es usted un hombre osado. Un auténtico macho, sí señor-. El efecto de la palabra "macho" en boca de Kamuf hizo que al profesor se le erizará todo el vello del cuerpo; sin poderlo evitar, recordó la noche anterior. No, no podía permitir pensar en ello, ni mucho menos que volviese a ocurrir algo semejante. ¡Era un lord inglés, por el amor de la reina madre! Sin embargo, la noche, la luz de las estrellas, las palabras de Kamuf, sus piernas, fuertes y musculosas, estiradas al lado de donde él se encontraba sentado, hacían que su bragueta fuese cambiando de forma hasta parecer una tienda de campaña.

-Profesor-, anunció el guía, poniéndose en pie,-me retiro a la tienda... Necesito descargar... tensión, mañana será un día duro.

-Oh...-contestó el profesor. Y audazmente, prosiguió: -Quizás sea más fácil descargar fuera de la tienda. La tensión, quiero decir.

-Psé... es posible-, replicó el otro, guiñando un ojo al profesor, -pero dentro de la tienda tampoco se está mal...

-Sí, pero no estás solo, duermes con los porteadores-, objetó el profesor, algo perdido; ¿hablaban de lo mismo, o no?

-Exacto, profesor: con los portadores.

Y, lanzando la misma sonrisa de chulo que había utilizado por la mañana, se despidió con un gesto del profesor, y se encaminó unos pasos hacia su tienda, donde ya dormían los dos porteadores. El profesor se quedó mirándole, la fuerte espalda, y de nuevo el trasero, musculoso y levantado, apretado contra los pantalones caquis.

No sabía qué pensar. Después de unas caladas más de tabaco, apagó la pipa, y se retiró también a la tienda: pensaba dormir toda la noche como un lirón y quitarse de la cabeza ideas extrañas... Pero, unas dos horas después de apoyar la cabeza en el saco de dormir, era obvio que no lo conseguiría: se debatía entre la excitación de la aventura de mañana, de esas tierras ignotas, y la excitación de su miembro, duro como un mástil, tan duro que le era imposible ponerse boca abajo, a no ser que su intención fuese taladrar el saco de dormir. De nuevo, salió de la tienda, y pensó en refrescarse en el río. Atravesó el pequeño campamento, y al pasar al lado de la tienda de Kamuf, le pareció ver un leve resplandor. Se volvió a la tienda de su sobrina, y vió que estaba totalmente oscura. De nuevo miró la tienda de los porteadores y Kamuf, y vió que dentro había luz; tenue, quizás una linterna con algo encima. Se extrañó, y se acercó hasta tocar la tela rugosa de la tienda. Ahora, la luz era más clara, y se oían unos ruídos... "Parecen chupeteos...", pensó, pero desestimó la idea, creyendo que se debía a su lujuria exacerbada en los últimos días. Cuando iba a retirarse oyó unos quejidos; le pareció reconocer la voz de Kamuf. "¡Dios mío!¡es posible que una serpiente se haya metido en la tienda!¡Quizás estén en peligro!". Con cuidado, bordeó la tienda, hasta llegar a la parte de la entrada; sabía que las serpientes eran peligrosas si se movía con gestos bruscos, así que con lentitud levantó la lona que cubría la entrada de la tienda, mientras que en la otra mano llevaba una piedra que había recogido, para atacar la cabeza del animal. En un breve espacio de tiempo, había levantado la lona, mientras los quejidos (¿gemidos?) de Kamuf habían aumentado. Sus ojos se acostumbraron a la tenue luz de la tienda, y entonces...

-¡¡¡Profesor!!!-exclamó Kamuf, sorprendido.

-¡Oh...!¡Yo... lo siento, lo siento...! -contestó el profesor Winslow, pasmado.

Kamuf no estaba siendo atacado por ninguna serpiente, más bien estaba jugando con la suya. Recostado y desnudo, estaba en el fondo de la tienda, luciendo una erección más que generosa. Aunque, a decir verdad, el profesor no podía apreciarla del todo, porque los dos muchachos, que se habían quedado parados, medio tapaban con sus caras el pollón, aunque quedaba claro lo que estaban haciendo: especialmente por el hilo de saliva que unía la boca de Ahmed, un chiquillo de 19 años, con la puntita del cipotón del guía. El otro mozalbete, Tarek, de 21 años, se limpiaba la saliva que le mojaba la barbilla.

-Profesor, profesor...-continuó Kamuf, acariciando las cabezas de ambos jóvenes, con la intención de que no abandonasen el pedazo de mamada que le estaban brindando,- siento la situación, pero... bueno, ya sabe usted que en la selva se está muy solo, ¿verdad?.

-Yo... vaya, Kamuf-, se recompuso el profesor, -parece que me voy a llevar unas cuantas sorpresas en este viaje.

-Oh, no, profesor, ninguna sorpresa; lo que Ahmed y Tarek me están haciendo no es tan sorprendente,- aclaró el negrazo. -La gente aquí es más libre que en su mundo occidental, profesor. Estamos en la jungla, y para ellos, yo soy más que un guía, soy como un padre. Esto es una forma de demostrarme su aprecio.

"Sí, sí...Aprecio, pero menudo tarugo que se están comiendo los chavales", se dijo el profesor. En efecto, los dos jóvenes recorrían con sus lenguas toda la pollaza negra, latiente y venosa. Cada uno por un lado, recorrían el tronco y se encontraban en la punta del cipote, lamiendo con fruicción el redondo capullo morado, o, mientras uno intentaba tragársela entera, el otro mozo lamía con delicadeza las pelotas de caballo que colgaban entre las piernas del macho negro. El profesor, viendo el ir y venir de las lenguas, de las bocas, sobre aquél cipotón, se puso, de nuevo, como una moto.

-Yo...-empezó, -no sé si atreverme a pedirte pasar, Kamuf.

-¡Claro, profesor, claro...! Hay confianza después de lo de anoche, ¿no?, -rió el negro, con la voz algo más ronca, porque los chavales realmente se esmeraban comiéndole el rabo. -No creo que a usted le hagan nada, es cierto, pero... al menos podrá ver el espectáculo, ja ja...

-Bien, bien...pues, con tu permiso, Kamuf. Hola, chicos-, saludó el profesor, entrando del todo en la tienda. Los porteadores, siempre tan amables, no le hicieron mucho caso ocupados como estaban con la tranca negra. El profesor se sentó como pudo, enfrente de la escenita, y, sin vergüenza, se bajó los pantalones y se agarró la polla, durísima y con el capullo brillante soltando ya pequeñas dosis de precum que resbalaban por todo el rabo. Su intención era menársela bien mientras miraba el numerito.

Los chicos continuaban con su labor mamadora, mientras se pajeaban también sus pollas jóvenes, inigualables a la del guía.

-¡Buf...! Qué mamada...¡qué mamada...!-comentaba, cachondo, el profesor.

-¡Ja, ja, ja....! ¡Oh...! La verdad...uf...es que sí...-gemía Kamuf, disfrutando de las lenguas de los dos muchachos.- A estos dos..¡oh...! les gusta el salchichón negro, ¡sí señor...!¡Uffff....!

-¡Oh....! No me extraña, amigo, no me extraña....¡menudo rabazo, menudo rabazo!

-Menudo, no, profesor...Ja, ja...menudo no, bien grande y ¡ahhhh....! bien duro...¡Tomad, chavales, tomad polla!- y, diciendo esto, Kamuf se agarraba el cipote y azotaba los morros de los chicos, que lanzaban lamidas al aire intentando encontrarse con el golpe de la polla negra.

-¡Oh...!¡Oh...coño, Kamuuuuuf....!-gemía el profesor, cascándosela rápidamente.

-¡Uhhhh....! Profesor...a esa velocidad...ahhh....se va a correr bien prontooooOOOOOH!!!- Tarek había agarrado la verga negra, y haciendo un esfuerzo, se la había tragado enterita; casi la notaba en el esófago, pero no dejaba de pelársela, excitadísimo.-¡OHHH!¡OHHH!¡Cabrooooón!¡Te la has tragado enteraaaaAA!¡Jooodeerrrr!

-¡Es increíble!¡es increíble!- se sorprendía el profesor.

Tarek no aguantó mucho más de unos minutos con la verga dentro; se la sacó, dejándola pringada de saliva, toda mojada, brillante y palpitante. Ahmed, todo ese tiempo, se había dedicado a lamer lo cojones del macho negro, sintiendo su calor, su peso. Todo eso, ambos chicos, sin parar de darle a sus respectivos manubrios.

-¡Ufff...! ¡Cómo te la ha dejado, Kamuf! ¡La tienes chorreando, cabrón...!-exclamó el profesor, cachondísimo.

-¡Sí!¡Sí!¡Y a puntito de lanzar semen!¡Uff....!

-¡Oh....! Kamuf, no puedo más...¡no puedo aguantar más desde anoche, cabrón!-dijo el profesor, acercándose al semental negro, y sin dejar de pelarse el rabo.-He de agarrarla...¡Por la reina madre, que he de agarrar bien ese nabooo!

-¡Noooo!¡Profesor, cuidado!-advirtió el negro.-¡Estoy a puntito!¡Joooder, me arde la punta del capullo!¡Oh!¡Oh!

-¡Síiii...! ¡La punta y todo el rabo te voy a menear, machote!-amenazó el profesor. Y, medio en cuclillas, entre los dos jovenes, que habían concentrado el trabajo en las pelotas del negro, consiguió por fin, desde la noche anterior, agarrar el cipote que le quitaba el sueño.

-¡OOOHHH!¡Cooooñooooo!-bramó Kamuf al sentir la mano del profesor en su pollón.

-¡Uffff!¡No puedo rodearlo con la manoooo!¡Qué polla, qué pollaaaaa...!-alucinaba el profesor, intentando pajear la bestial tranca. Los dos porteadores, tumabods y lamiendo los cojones del negro, se toparon en las narices con la chorreante verga del profesor. Y, si bien no tenían intención de mamarle la polla a un blanco, no pudieron resistir la tentación de lanzar un buen par de lengüetazos a un instrumento del que no paraba de babear precum.

-¡OHHH!¡OHHH!-aulló el profesor al sentir los lengüetazos, -¡Joder!¡JODER!¡QUE ME LA ESTÁN COMIENDOOOO!-pero, todo esto, sin soltar la verga del negro, pasando la mano arriba y abajo, frenéticamente.

-¡UUUHHHH!¡Cómo la meneaaaaa, profesoooooorr!!¡Ay!¡AY QUE ME CORRO!¡AY QUE ME CORRRRRROO!!!!-empezó a aullar también el negro, que de lo cachondo que estaba con el pajote que le regalaba el profesor, daba golpes con el culo para que la meneada fuese aún más frenética.

-¡Si estos...¡OH!¡OH!..no paran..¡AAAAHHHH!..yo sí que me corrooooo!!!¡Perooo yaaaaaAAAHHHH!!!-y, al sentir de nuevo un fuerte lengüetazo de Tarek en la rajita del capullo, el profesor no pudo más:-¡UAAAAHH!¡OOOOH!-gritó, mientras lanzaba leche, con el nabo descontrolado.

-¡MMMM!!!!. -¡Aughhhhh!-. los dos muchachos se disputaban las andanadas del profesor, y, cuando este acabó, cachondos perdidos, se pusieron en pie, con las pollas tiesísimas y pajeándose a todo tren sobre los dos hombres.

-¡Ohhhhh.....Kamuf, ¿qué hacen...? Ohhhh....- preguntó el profesor, meneando aún la polla del negro, mientras la miraba atentamente.

-¡QUE QUÉ HACEN!¿QUE QUÉ HACEEEEENNN?-bramó Kamuf, agarrándose él mismo los durísimos huevos, -¡LO QUE VOY HA HACER¡AH!¡AH! YO AHORA MISMOOOOOOOO, CABROOOOOOONNNN!

Y, de golpe, los dos porteadores, casi a la vez, empezaron a correrse entre gemidos.

-¡Hala!¡Halaaaaaa...! Dios, se nos están corriendo encima, Kamuf....¡Ohhhh...!-, se quejaba, pero más cachondo que enfadado, el profesor. Los chicos, eyaculando, dirigían los chorros breves pero potentes a la cara del profesor, que para protegerse miraba hacia abajo, encontrándose a un centímetro el garrote de Kamuf.

-¡POR ENCIMA Y POR DEBAJOOOOOOO...!-advirtió Kamuf, que ya no podía más.-¡ACÉRQUESE AHORA, PROFESOR, SI TIENE COJONES!!¡OOHHHHHHHHH!!!

Y, de golpe, del rabo negro empezó a manar leche de aquella forma tranquila, pero sin pausa.

-¡Uff.....joder, Kamuf....tienes los huevos llenos, ¡llenos!- se sorprendía el profesor. No le importaba que los dos chicos se le hubiesen corrido en la cara.

-¡OOOHHH!-seguía el negro, -¡¿llenos?! ¡Y tanto! ¡Y TANTOOO!¡Mire, mire, profesooooorrr!-y, cachondo como un burro, no se lo pensó, y agarrando la cabeza del profesor por el cogote, la empujó hacia abajo.-¡MIRE QUE LLENOOOOSSS!¡LLENOS DE LECHEEEEEE...!

-¡Mmmpfff!¡Ughhhh!-pudo gemir el profesor, que no había tenido más remedio que tragarse hasta la mitad el rabo en erupción. Notaba la boca llena de carne, y cómo seguía manando, como de una fuente, el espeso semen del negrazo.

-¡Ja, ja, ja! ¡A usted también le gusta el salchichón negro, ¿eh, profesor...?-empezaba a relajarse Kamuf, cuya fuente de leche iba menguando.

-¡Uff......joder, joder.....esto es increíble.....!-el profesor se incorporó, limpiándose la cara manchada del semen de los dos jóvenes, y sintiendo en su boca el sabor de la gorda polla que le había penetrado mientras soltaba una buena lechada. Ese cipote maravilloso empezaba a menguar, hasta aposentarse entre las pelotas, ahora vacías, de Kamuf.

-¡Ohhh....profesor!¡Chicos....-comentó Kamuf, dirigiéndose también a los dos mozalbetes que, una vez orgasmados, se habían retirado un poco para contemplar bien a los dos machos,- ha sido maravilloso, maravilloso....

-Uff....Kamuf, Kamuf... nunca hubiese pensado que haría una cosa así, nunca...-replicó el profesor, sentándose de nuevo, cansado.

-Ja, ja, ja....Usted no se preocupe, profesor, y disfrute de lo que tengo entre las piernas; esta tranca es toda suya, cuando usted quiera.

Las palabras del machote negro le excitaron, pero también irritaban al profesor. "¡Qué cabrón! Sabe que tiene un buen rabo...". Y contestó:

-Bueno, bueno, amigo Kamuf... tampoco es para tanto; queda aún mucho, mucho por explorar.



FIN EPISODIO II​
 
Hola, chavales! Domingo, nuevo capítulo, espero que lo disfrutéis 😉😉

EPISODIO II. CERCA DEL RÍO, LÍO

El profesor Winslow fue el primero en levantarse; aunque había dormido como un tronco después de lo sucedido con Kamuf, se sentía inquieto. Salió de la tienda, estirándose y bostezando, y contemplando la jungla, apenas acariciada por los primeros rayos del sol, y aún fresca del rocío de la mañana. Esta visión tranquilizó su espíritu. "No ha sido nada, después de todo", se dijo. "Como bien dijo Kamuf, fuimos dos hombres excitados que se alivian de la soledad". El profesor Winslow había cumplido con honores su servicio militar, como alférez, y conocía bien los secretos de los cuarteles: esas largas horas de compañerismo con otros muchachos, jóvenes, impetuosos, conducían a ese tipo de comportamiento. Es cierto que el profesor Winslow ya no era un niño a sus 50 años, pero se excusó pensando que, al fin y al cabo, esas dos semanas largas en la selva habían sido una vuelta al ejército. Resolvió que, aún así, lo de la otra noche no se volvería a repetir. Mésandose el poblado bigote, apagó las pocas brasas que aún restaban en la hoguera, encendida muchas horas antes; fue como apagar su hoguera interior: se sintió tranquilo, y en paz. Sin embargo, le costó trabajo apagar el pequeño fuego rojo que aún quemaba...

-¡Buenos día, tíito!

El profesor salió de su ensimismamiento: -¡Hola, Jane, buenos días!-, respondió, alegre. Los componentes de la expedición africana iban despertando. Como siempre, Jane era de los más madrugadores, mientras que Walter parecía necesitar al menos cinco minutos más de sueño. Los porteadores también salieron, dos chicos que no pasarían de los 20 ó 21 años, y comenzaron a preparar las mamparas, de tela y madera, que utilizaban como aseo improvisado; utilizaban agua de manantiales cercanos (se procuraba acampar siempre cerca de uno), y la transportaban en grandes tinajas hasta el mismo. Como caballerosa deferencia, Jane siempre era la primera en utilizarlo, y así lo hizo esa mañana. Mientras, entre los porteadores y el profesor, improvisaron un pequeño almuerzo, compuesto de provisiones y de frutas que recogían durante el día anterior.

-Buenos días, señores. Profesor...- saludó atentamente Kamuf, el guía, saliendo de la tienda mientras terminaba de abotonarse la camisa caqui de explorador.

-Buenos días, compañero Kamuf- contestó educadamente el profesor. Sin poderlo evitar, sus ojos se desviaron a la entrepierna del negro; temió ver por un momento una gorda porra marcándose en la bragueta de los pantalones, pero no; como siempre, los cortos pantalones marrones tenían una caída normal desde la cintura a las rodillas. El profesor Winslow no pudo refrenar su lujuria, que se preguntó cómo era posible disimular semejante aparato, aún en estado de reposo; pero rápidamente rechazó esos pensamientos: "debería preguntar a Kamuf dónde compra esos pantalones con tan buen corte; deben ser de las mejores tiendas de Londres". De nuevo, se sintió tranquilo. Kamuf, ya con la camisa perfectamente abotonada, vigiló, como cada mañana, la hoguera:



-Es raro-, se extrañó, -no ha llovido. Sin embargo, la hoguera parece apagada...

-Sí, me he ocupado yo esta mañana. Me levanté temprano, y, bueno...apagué las brasas- explicó el profesor.

-Hum... - Kamuf, utilizando una pequeña rama seca, removió las cenizas de la hoguera, y aparecieron dos pequeñas luces rojas, muy tenues, pero aún vivas.- Hum... hay que vigilar cuando se apagan las brasas, profesor.- Y, mirándole a los ojos, continuó:- hay fuegos más ardientes de lo que parecen...

-¿Ar-ardientes...?- tartamudeó el profesor, aguantando la mirada profunda del guía.

-Si, profesor... Ardientes como torrentes de lava- replicó el otro, sonriendo con expresión de chulo, y sin dejar de mirar al apurado profesor Winslow que, a pesar de la determinación que había tomado poco antes, notó que el pantalón le comenzaba a apretar. Muy ligeramente, pero a apretar...

- ¡Buenos días, señores!

¡Uf...! El saludo de Walter, fuerte y recio, encaminándose al aseo, fue el chorro que apagó todo fuego. "Chorro... ¡de agua, de agua..!" se obligó a pensar el profesor, a pesar de todo.

-¡Buenos días, muchacho!- saludó, reponiéndose totalmente, -¡Vamos! Apresurémosnos, tenemos un largo día por delante.

Jane, después de su aseo, estaba en su tienda, vistiéndose, preparándose para el desayuno y el largo día de marcha a pie; mientras, Walter se aseó, los porteadores prepararon la carga, desmontando su tienda y la del profesor, y este y Kamuf discutieron la ruta del día: la idea de Kamuf era bordear el río, sin atravesarlo. Sin embargo, el profesor no estaba de acuerdo.

-Pero, profesor, no podemos traspasar el río-, protestaba Kamuf.

-No entiendo por qué; según los datos de situación, hay varios puentes...Quizás no en muy buen estado, lo admito, pero creo que podremos traspasarlos sin peligro...

-No, no, no... No es cuestión de los puentes profesor, no es eso, no es eso...

-¡Por la reina madre, Kamuf, no te entiendo...! ¿Por qué esa cerrazón, entonces...?

-Profesor, las cosas son más complicadas de lo que parecen.- respondió, con cierto misterio según creyó interpretar el profesor.

-Kamuf, creo que no nos estás contando toda la verdad- apuntó Walter, que se había acercado a los dos hombres. -Eres el mejor guía africano que se pueda contratar en Londres; conoces el motivo de la expedición, y tanto Winslow como yo creemos que eres la persona idónea para guiarnos por estos ignotos parajes, y encontrar la flor del profesor.

-Sí... lo sé, lo sé, señor Walter- musitó Kamuf.

- Kamuf,- intercedió el profesor, -sé claro, te lo rogamos.

Kamuf se alejó unos pasos, oteando la jungla en dirección al río Makutu... Parecía intentar captar los sonidos de la selva; no los sonidos de la mañana: el arrullo del río, las aves, los feroces animales quizás aún dormitando, sino algo más allá... Suspiró, y volvió sobre sus pasos a reunirse con los dos caballeros ingleses:



-Está bien,- comenzó -les explicaré mis reticencias a cruzar el río. Como ustedes saben, mi trabajo de guía no está basado sólo en mis estudios en sus universidades occidentales de Historia y Geografía; no, soy africano, y me he criado en esta tierra, igual que esos muchachos-, dijo, señalando a los porteadores, que junto a Jane, acababan de preparar los bártulos para dejar la llanura. - Conozco casi cada palmo de esta tierra roja y amarilla-, prosiguió -pero no toda. No toda. El río Makutu serpentea allá por toda la jungla meridional, hasta formar un recodo, una especie de isla de unos cuantos kilómetros. Pocos han estado en esas tierras, y desde pequeño conozco, como el resto de mis hermanos, leyendas acerca de esos parajes...



La atención de Walter y el profesor Winslow se hallaba absorta en las palabras del guía. Este continuó:

-Hemos pasado, durante estas semanas, cerca de poblados nativos; poblados amistosos, de indígenas que se dedican a la caza para sobrevivir, y que puede que tengan su dios particular, y sus propias normas sociales, pero que en ningún caso son agresivos. Pero, caballeros, no puedo garantizarles eso traspasado el río. Es muy posible que nos encontremos con poblaciones, con asentamientos indígenas no tan pacíficos ni amistosos, sino amenazantes, practicantes de oscuros ritos enterrados en el tiempo...

-Hum...entiendo su preocupación, Kamuf,- intervino Walter, -pero estamos preparados para ello. Contamos con rifles de carga, y con usted; confiamos en su criterio en el posible momento de tener que negociar con esas tribus de las que habla.

-Y se lo agradezco, señor Walter-, reconoció Kamuf, estrechando la mano de tan noble muchacho.

-Continúa, continúa, amigo Kamuf, te lo ruego-, terció el profesor.

-Sí- se repuso este, emocionado por la muestra de amistad del joven.-Bien, hay algo más; una historia que se cuenta desde hace unos años, la leyenda de la Tierra Del Hombre Mono.

-¿La Tierra Del Hombre Mono?- preguntó, fascinado, Walter.

-Sí... Yo la conocí hace unos diez o quince años, ya en Londres. Esas tribus de las que les he hablado, las más feroces y amenazantes de África, son las únicas que se han atrevido a cruzar esa línea que marca el río. Ese territorio es conocido como la Tierra Del Hombre Mono. Se cuenta que, en la oscuridad de la jungla, se oculta un ser, un ser entre humano y animal, con la inteligencia del hombre y el poder de un gorila: el Hombre Mono, dueño de ese territorio y rey de los monos; cuentan que su aullido, amenazador, es una señal de advertencia, de defensa de su territorio; cuentan que domina a los animales feroces, y ninguna tribu se enfrenta a él.

-Pero...pero Kamuf-, intervino el profesor,- un hombre que ha pasado por Oxford, como tú, no creerá en esas paparruchadas...

-Profesor, ni creo ni dejo de creer: en la jungla sólo debo confiar en mis sentidos.

-Bueno...Winslow, tú decides; pero cuenta conmigo -se ofreció Walter.

-Yo...no sé, no sé-, vaciló el profesor. -Me preocupa mi sobrina, es cierto: no es una cuestión banal para una señorita y...

-Tío, estamos en 1938-, cortó valientemente Jane, que se había acercado al grupo y había escuchado fascinada la historia de la Tierra Del Hombre Mono,-y no soy una damisela del siglo diecinueve; conozco la pasión por tu trabajo, y la comparto. Yo digo ¡adelante!

-¡Jane!-exclamó el profesor, emocionado por la valentía de su sobrina.

-Ja, ja, ja... Muy bien, Kamuf-, río Walter, orgulloso de su prometida. -¡Pongámonos en marcha!

-De acuerdo, de acuerdo...-admitió Kamuf, honrando con una inclinación de sus fuertes hombros la valentía de esos nobles ingleses. -Les guiaré lo mejor que mi modesto valor me permita.

Y así, el grupo expedicionario emprendió la marcha hacía los márgenes del río Makutu.

.......................................................



Caía la noche, y los sonidos de la selva parecían hacerse más amenazantes, cuando el grupo llegó a las orillas del mítico río. Sin embargo, se hallaban lejos de cualquiera de los maltrechos puentes que lo cruzaban, así que acamparon cerca de la orilla, y decidieron que a la mañana siguiente localizarían alguno de esos pasos. Como la noche anterior, el grupo cenó, aprovechando esta vez el estar al lado del río, pescando, y asando unos suculentos peces. Siendo noche cerrada, Walter y Jane se retiraron a su tienda, al igual que los porteadores. Sólo el profesor Winslow y Kamuf, el guía, se quedaron frente a la hoguera; el primero, fumando su pipa mientras pensaba, acariciando su bigote. El fuerte negro, semirecostado en la tierra, contemplaba las estrellas, fulgurantes y cercanas.

-¿Nervioso, Kamuf?-preguntó el profesor.

-Mmm...sí, profesor, sí...-, reconoció el fuerte negro.

-¡Vamos, amigo, vamos! un hombre hecho y derecho de 33 años como tú no debería creer en esas leyendas sin sentido...

-Lo sé, lo sé, profesor, pero... En Oxford pude comprobar que no provenían sólo de una parte de África, sino de varios poblados muy alejados geográficamente, y que sin embargo, coincidían en nombrar estas tierras: las tierras que mañana pisará, quizás por primera vez, el hombre blanco. Sólo eso ya me inquieta, es un terreno desconocido también para mí, profesor Winslow.

-Bueno, bueno, Kamuf...en este viaje, me parece que hay muchas cosas que son la primera vez para un hombre blanco, je, je...-, comentó, sagaz y divertido, el profesor. Intentaba relajar a Kamuf; que no pensase en los posibles peligros en los que se encontrarían a partir de mañana.

-Ja, ja, ja....profesor, veo que es usted un hombre osado. Un auténtico macho, sí señor-. El efecto de la palabra "macho" en boca de Kamuf hizo que al profesor se le erizará todo el vello del cuerpo; sin poderlo evitar, recordó la noche anterior. No, no podía permitir pensar en ello, ni mucho menos que volviese a ocurrir algo semejante. ¡Era un lord inglés, por el amor de la reina madre! Sin embargo, la noche, la luz de las estrellas, las palabras de Kamuf, sus piernas, fuertes y musculosas, estiradas al lado de donde él se encontraba sentado, hacían que su bragueta fuese cambiando de forma hasta parecer una tienda de campaña.

-Profesor-, anunció el guía, poniéndose en pie,-me retiro a la tienda... Necesito descargar... tensión, mañana será un día duro.

-Oh...-contestó el profesor. Y audazmente, prosiguió: -Quizás sea más fácil descargar fuera de la tienda. La tensión, quiero decir.

-Psé... es posible-, replicó el otro, guiñando un ojo al profesor, -pero dentro de la tienda tampoco se está mal...

-Sí, pero no estás solo, duermes con los porteadores-, objetó el profesor, algo perdido; ¿hablaban de lo mismo, o no?

-Exacto, profesor: con los portadores.

Y, lanzando la misma sonrisa de chulo que había utilizado por la mañana, se despidió con un gesto del profesor, y se encaminó unos pasos hacia su tienda, donde ya dormían los dos porteadores. El profesor se quedó mirándole, la fuerte espalda, y de nuevo el trasero, musculoso y levantado, apretado contra los pantalones caquis.

No sabía qué pensar. Después de unas caladas más de tabaco, apagó la pipa, y se retiró también a la tienda: pensaba dormir toda la noche como un lirón y quitarse de la cabeza ideas extrañas... Pero, unas dos horas después de apoyar la cabeza en el saco de dormir, era obvio que no lo conseguiría: se debatía entre la excitación de la aventura de mañana, de esas tierras ignotas, y la excitación de su miembro, duro como un mástil, tan duro que le era imposible ponerse boca abajo, a no ser que su intención fuese taladrar el saco de dormir. De nuevo, salió de la tienda, y pensó en refrescarse en el río. Atravesó el pequeño campamento, y al pasar al lado de la tienda de Kamuf, le pareció ver un leve resplandor. Se volvió a la tienda de su sobrina, y vió que estaba totalmente oscura. De nuevo miró la tienda de los porteadores y Kamuf, y vió que dentro había luz; tenue, quizás una linterna con algo encima. Se extrañó, y se acercó hasta tocar la tela rugosa de la tienda. Ahora, la luz era más clara, y se oían unos ruídos... "Parecen chupeteos...", pensó, pero desestimó la idea, creyendo que se debía a su lujuria exacerbada en los últimos días. Cuando iba a retirarse oyó unos quejidos; le pareció reconocer la voz de Kamuf. "¡Dios mío!¡es posible que una serpiente se haya metido en la tienda!¡Quizás estén en peligro!". Con cuidado, bordeó la tienda, hasta llegar a la parte de la entrada; sabía que las serpientes eran peligrosas si se movía con gestos bruscos, así que con lentitud levantó la lona que cubría la entrada de la tienda, mientras que en la otra mano llevaba una piedra que había recogido, para atacar la cabeza del animal. En un breve espacio de tiempo, había levantado la lona, mientras los quejidos (¿gemidos?) de Kamuf habían aumentado. Sus ojos se acostumbraron a la tenue luz de la tienda, y entonces...

-¡¡¡Profesor!!!-exclamó Kamuf, sorprendido.

-¡Oh...!¡Yo... lo siento, lo siento...! -contestó el profesor Winslow, pasmado.

Kamuf no estaba siendo atacado por ninguna serpiente, más bien estaba jugando con la suya. Recostado y desnudo, estaba en el fondo de la tienda, luciendo una erección más que generosa. Aunque, a decir verdad, el profesor no podía apreciarla del todo, porque los dos muchachos, que se habían quedado parados, medio tapaban con sus caras el pollón, aunque quedaba claro lo que estaban haciendo: especialmente por el hilo de saliva que unía la boca de Ahmed, un chiquillo de 19 años, con la puntita del cipotón del guía. El otro mozalbete, Tarek, de 21 años, se limpiaba la saliva que le mojaba la barbilla.

-Profesor, profesor...-continuó Kamuf, acariciando las cabezas de ambos jóvenes, con la intención de que no abandonasen el pedazo de mamada que le estaban brindando,- siento la situación, pero... bueno, ya sabe usted que en la selva se está muy solo, ¿verdad?.

-Yo... vaya, Kamuf-, se recompuso el profesor, -parece que me voy a llevar unas cuantas sorpresas en este viaje.

-Oh, no, profesor, ninguna sorpresa; lo que Ahmed y Tarek me están haciendo no es tan sorprendente,- aclaró el negrazo. -La gente aquí es más libre que en su mundo occidental, profesor. Estamos en la jungla, y para ellos, yo soy más que un guía, soy como un padre. Esto es una forma de demostrarme su aprecio.

"Sí, sí...Aprecio, pero menudo tarugo que se están comiendo los chavales", se dijo el profesor. En efecto, los dos jóvenes recorrían con sus lenguas toda la pollaza negra, latiente y venosa. Cada uno por un lado, recorrían el tronco y se encontraban en la punta del cipote, lamiendo con fruicción el redondo capullo morado, o, mientras uno intentaba tragársela entera, el otro mozo lamía con delicadeza las pelotas de caballo que colgaban entre las piernas del macho negro. El profesor, viendo el ir y venir de las lenguas, de las bocas, sobre aquél cipotón, se puso, de nuevo, como una moto.

-Yo...-empezó, -no sé si atreverme a pedirte pasar, Kamuf.

-¡Claro, profesor, claro...! Hay confianza después de lo de anoche, ¿no?, -rió el negro, con la voz algo más ronca, porque los chavales realmente se esmeraban comiéndole el rabo. -No creo que a usted le hagan nada, es cierto, pero... al menos podrá ver el espectáculo, ja ja...

-Bien, bien...pues, con tu permiso, Kamuf. Hola, chicos-, saludó el profesor, entrando del todo en la tienda. Los porteadores, siempre tan amables, no le hicieron mucho caso ocupados como estaban con la tranca negra. El profesor se sentó como pudo, enfrente de la escenita, y, sin vergüenza, se bajó los pantalones y se agarró la polla, durísima y con el capullo brillante soltando ya pequeñas dosis de precum que resbalaban por todo el rabo. Su intención era menársela bien mientras miraba el numerito.

Los chicos continuaban con su labor mamadora, mientras se pajeaban también sus pollas jóvenes, inigualables a la del guía.

-¡Buf...! Qué mamada...¡qué mamada...!-comentaba, cachondo, el profesor.

-¡Ja, ja, ja....! ¡Oh...! La verdad...uf...es que sí...-gemía Kamuf, disfrutando de las lenguas de los dos muchachos.- A estos dos..¡oh...! les gusta el salchichón negro, ¡sí señor...!¡Uffff....!

-¡Oh....! No me extraña, amigo, no me extraña....¡menudo rabazo, menudo rabazo!

-Menudo, no, profesor...Ja, ja...menudo no, bien grande y ¡ahhhh....! bien duro...¡Tomad, chavales, tomad polla!- y, diciendo esto, Kamuf se agarraba el cipote y azotaba los morros de los chicos, que lanzaban lamidas al aire intentando encontrarse con el golpe de la polla negra.

-¡Oh...!¡Oh...coño, Kamuuuuuf....!-gemía el profesor, cascándosela rápidamente.

-¡Uhhhh....! Profesor...a esa velocidad...ahhh....se va a correr bien prontooooOOOOOH!!!- Tarek había agarrado la verga negra, y haciendo un esfuerzo, se la había tragado enterita; casi la notaba en el esófago, pero no dejaba de pelársela, excitadísimo.-¡OHHH!¡OHHH!¡Cabrooooón!¡Te la has tragado enteraaaaAA!¡Jooodeerrrr!

-¡Es increíble!¡es increíble!- se sorprendía el profesor.

Tarek no aguantó mucho más de unos minutos con la verga dentro; se la sacó, dejándola pringada de saliva, toda mojada, brillante y palpitante. Ahmed, todo ese tiempo, se había dedicado a lamer lo cojones del macho negro, sintiendo su calor, su peso. Todo eso, ambos chicos, sin parar de darle a sus respectivos manubrios.

-¡Ufff...! ¡Cómo te la ha dejado, Kamuf! ¡La tienes chorreando, cabrón...!-exclamó el profesor, cachondísimo.

-¡Sí!¡Sí!¡Y a puntito de lanzar semen!¡Uff....!

-¡Oh....! Kamuf, no puedo más...¡no puedo aguantar más desde anoche, cabrón!-dijo el profesor, acercándose al semental negro, y sin dejar de pelarse el rabo.-He de agarrarla...¡Por la reina madre, que he de agarrar bien ese nabooo!

-¡Noooo!¡Profesor, cuidado!-advirtió el negro.-¡Estoy a puntito!¡Joooder, me arde la punta del capullo!¡Oh!¡Oh!

-¡Síiii...! ¡La punta y todo el rabo te voy a menear, machote!-amenazó el profesor. Y, medio en cuclillas, entre los dos jovenes, que habían concentrado el trabajo en las pelotas del negro, consiguió por fin, desde la noche anterior, agarrar el cipote que le quitaba el sueño.

-¡OOOHHH!¡Cooooñooooo!-bramó Kamuf al sentir la mano del profesor en su pollón.

-¡Uffff!¡No puedo rodearlo con la manoooo!¡Qué polla, qué pollaaaaa...!-alucinaba el profesor, intentando pajear la bestial tranca. Los dos porteadores, tumabods y lamiendo los cojones del negro, se toparon en las narices con la chorreante verga del profesor. Y, si bien no tenían intención de mamarle la polla a un blanco, no pudieron resistir la tentación de lanzar un buen par de lengüetazos a un instrumento del que no paraba de babear precum.

-¡OHHH!¡OHHH!-aulló el profesor al sentir los lengüetazos, -¡Joder!¡JODER!¡QUE ME LA ESTÁN COMIENDOOOO!-pero, todo esto, sin soltar la verga del negro, pasando la mano arriba y abajo, frenéticamente.

-¡UUUHHHH!¡Cómo la meneaaaaa, profesoooooorr!!¡Ay!¡AY QUE ME CORRO!¡AY QUE ME CORRRRRROO!!!!-empezó a aullar también el negro, que de lo cachondo que estaba con el pajote que le regalaba el profesor, daba golpes con el culo para que la meneada fuese aún más frenética.

-¡Si estos...¡OH!¡OH!..no paran..¡AAAAHHHH!..yo sí que me corrooooo!!!¡Perooo yaaaaaAAAHHHH!!!-y, al sentir de nuevo un fuerte lengüetazo de Tarek en la rajita del capullo, el profesor no pudo más:-¡UAAAAHH!¡OOOOH!-gritó, mientras lanzaba leche, con el nabo descontrolado.

-¡MMMM!!!!. -¡Aughhhhh!-. los dos muchachos se disputaban las andanadas del profesor, y, cuando este acabó, cachondos perdidos, se pusieron en pie, con las pollas tiesísimas y pajeándose a todo tren sobre los dos hombres.

-¡Ohhhhh.....Kamuf, ¿qué hacen...? Ohhhh....- preguntó el profesor, meneando aún la polla del negro, mientras la miraba atentamente.

-¡QUE QUÉ HACEN!¿QUE QUÉ HACEEEEENNN?-bramó Kamuf, agarrándose él mismo los durísimos huevos, -¡LO QUE VOY HA HACER¡AH!¡AH! YO AHORA MISMOOOOOOOO, CABROOOOOOONNNN!

Y, de golpe, los dos porteadores, casi a la vez, empezaron a correrse entre gemidos.

-¡Hala!¡Halaaaaaa...! Dios, se nos están corriendo encima, Kamuf....¡Ohhhh...!-, se quejaba, pero más cachondo que enfadado, el profesor. Los chicos, eyaculando, dirigían los chorros breves pero potentes a la cara del profesor, que para protegerse miraba hacia abajo, encontrándose a un centímetro el garrote de Kamuf.

-¡POR ENCIMA Y POR DEBAJOOOOOOO...!-advirtió Kamuf, que ya no podía más.-¡ACÉRQUESE AHORA, PROFESOR, SI TIENE COJONES!!¡OOHHHHHHHHH!!!

Y, de golpe, del rabo negro empezó a manar leche de aquella forma tranquila, pero sin pausa.

-¡Uff.....joder, Kamuf....tienes los huevos llenos, ¡llenos!- se sorprendía el profesor. No le importaba que los dos chicos se le hubiesen corrido en la cara.

-¡OOOHHH!-seguía el negro, -¡¿llenos?! ¡Y tanto! ¡Y TANTOOO!¡Mire, mire, profesooooorrr!-y, cachondo como un burro, no se lo pensó, y agarrando la cabeza del profesor por el cogote, la empujó hacia abajo.-¡MIRE QUE LLENOOOOSSS!¡LLENOS DE LECHEEEEEE...!

-¡Mmmpfff!¡Ughhhh!-pudo gemir el profesor, que no había tenido más remedio que tragarse hasta la mitad el rabo en erupción. Notaba la boca llena de carne, y cómo seguía manando, como de una fuente, el espeso semen del negrazo.

-¡Ja, ja, ja! ¡A usted también le gusta el salchichón negro, ¿eh, profesor...?-empezaba a relajarse Kamuf, cuya fuente de leche iba menguando.

-¡Uff......joder, joder.....esto es increíble.....!-el profesor se incorporó, limpiándose la cara manchada del semen de los dos jóvenes, y sintiendo en su boca el sabor de la gorda polla que le había penetrado mientras soltaba una buena lechada. Ese cipote maravilloso empezaba a menguar, hasta aposentarse entre las pelotas, ahora vacías, de Kamuf.

-¡Ohhh....profesor!¡Chicos....-comentó Kamuf, dirigiéndose también a los dos mozalbetes que, una vez orgasmados, se habían retirado un poco para contemplar bien a los dos machos,- ha sido maravilloso, maravilloso....

-Uff....Kamuf, Kamuf... nunca hubiese pensado que haría una cosa así, nunca...-replicó el profesor, sentándose de nuevo, cansado.

-Ja, ja, ja....Usted no se preocupe, profesor, y disfrute de lo que tengo entre las piernas; esta tranca es toda suya, cuando usted quiera.

Las palabras del machote negro le excitaron, pero también irritaban al profesor. "¡Qué cabrón! Sabe que tiene un buen rabo...". Y contestó:

-Bueno, bueno, amigo Kamuf... tampoco es para tanto; queda aún mucho, mucho por explorar.



FIN EPISODIO II​
Capitulazo
 
Chavales, domingo! Toca nuevo capítulo; como siempre, espero que lo disfrutéis bien, bien 🤣 Gracias!

EPISODIO III LA DUCHA DE WALTER

-¡Vamos, Winslow, es tu turno!-avisó, divertido, Walter.

Antes del mediodía, habían llegado a uno de los puentes que cruzaban el río Makutu. Tal como esperaban, el puente elegido no estaba en muy buen estado; a unos ocho o nueve metros sobre el nivel del agua, mostraba unas viejas tablas, que parecían a punto de desvencijarse, y unas cuerdas que hacían la función (escasa) de pasamanos. Pero lo peor era el tramo final, a unos metros de la orilla contraria; faltaban algunos maderos, y los pasamanos se veían totalmente deshilachados y extremadamente frágiles como para siquiera deslizar la mano por ellos. Walter, Kamuf y los dos porteadores, se habían aventurado a ser los primeros en cruzar el puente, y ya se encontraban en la otra orilla; el guía había disimulado un escalofrío al poner el pie en tierra. Escalofrío que no habían disimulado los jóvenes Tarek y Ahmed, que se notaban inquietos y nerviosos: era obvio que conocían tan bien como el guía las leyendas que se contaban acerca de aquel terrirotio. Luego, entre ellos dos y el guía negro, habían instalado una serie de cuerdas entre los últimos maderos del puente y la tierra firme, para ayudar al paso del profesor Winslow y Jane, que esperaban en la otra orilla. Walter, el joven futbolista inglés, sin ningún miedo, había vuelto a cruzar el maltrecho paso: quería acompañar a Jane y al profesor hasta la orilla. De hecho, Jane ya estaba también ahora en la especie de isla que formaba el río: caminando con cuidado hasta la parte más destrozada del puente junto a su prometido, este la había llevado en brazos hasta la orilla, sana y salva; después, había vuelto por el profesor, y ahora los dos hombres estaban a punto de traspasar la zona más insegura, aunque reforzada con algunas cuerdas.

-Eh...bueno, vamos allá...-dudaba el profesor, que, a pesar de su buena forma física, no se veía muy seguro.

-Vamos, profesor, no te preocupes, que te echo una mano-, , y, diciendo esto, Walter se colocó al lado del profesor, sujetándole por la cintura. Ambos hombres comenzaron a avanzar por el pequeño tramo de apenas cinco o seis metros.

"Bueno..." se dijo el profesor, "parece que esto no va a ser tan complicado. Walter ha tenido una buena idea en armar esas cuerdas para sujetarnos". Mientras, los dos caballeros avanzaban. El profesor Winslow sentía el abrazo, caluroso y protector, del muchacho. "Jane ha escogido muy bien a su prometido; Walter es un mozo excelente, excelente", pensaba. A pesar del peligro, se sentía seguro agarrado por el brazo fuerte y musculoso del chaval. Sentía también el calor del cuerpo juvenil pegado al suyo, sus caderas rozándose a cada paso; su espalda recorrida por el ancho antebrazo del mozo; su mano, recia, en la cintura.

-Cuidado ahora, Winslow -, avisó Walter. -Esta zona se estrecha un poco.

-Bien, bien... -respondió el profesor.

Seguían caminando, y Walter se arrimó más al profesor, que ahora sentía el cuerpo fibroso y fuerte del chico apretado al suyo. Los pasos, acompasados, hacían que las piernas, desnudas de medio muslo hasta los tobillos, se rozasen.

-¿Qué tal va, Winslow?-, preguntó Walter, animoso.

-Bi-bien, bien, Walter...-tartamudeó el profesor.

-¡Ja, ja...!¡Ánimo, Winslow, que ya casi estamos!-intentó levantar el ánimo al profesor. Pero lo que le estaba levantando era otra cosa. "Joder....esto no es normal, no es normal...", se preocupaba el profesor: el cuerpo de aquel macho joven, fuerte y resuelto, le estaba provocando sudores. Se giró levemente, y observó, apenas a unos centímetros, el cuello musculado de Walter y su mandíbula rotunda. Mirando hacia abajo, contemplaba la tirantez de la tela de los pantalones sobre los anchos muslos del joven, cubiertos de una suave hierba de vello dorado..."Uf... esos muslos no caben en las perneras, son demasiado fuertes...son los muslos de un potro, de un potro...". El profesor Winslow era incapaz de apartar esos pensamientos de su mente; andaba torpemente, en parte por la dificultad del camino, y en parte porque, de nuevo, su entrepierna empezaba a reaccionar. Levantó la vista del camino, en su afán de despejarse, y con lo que se encontró fue aún peor: Kamuf, unos metros más allá, en la orilla, echaba una mirada entre cínica y lujuriosa...¡a Walter! "¡No puede ser!", se escandalizó Winslow, "no pienso permitir que ese pedazo de animal mire de esa forma a mi futuro sobrino, por muy amigo que le considere. ¡Hasta ahí podíamos llegar!". Pero eso no fue lo peor: Kamuf, en un disimulado y rápido gesto que no observaron los demás, se llevó la mano a la bragueta, tocándose el paquete."¡Por la sagrada Inglaterra!", farfulló mentalmente el profesor, "¡esto es intolerable! El muy cabrón...¡se está acomadando el paquete!¡Se le está empinando mirando a Walter...!". El profesor estaba rojo de ira, de vergüenza y, muy a su pesar, de excitación, que disimulaba caminando como encogido, con el objeto de no escandalizar al grupo, al menos a su sobrina y al muchacho, con el pepino que lucía en los pantalones.

-Eh...Winslow, ¿estás bien...?-, se preocupó Walter.

-¿Cómo...?¡Ah!, sí, sí, muchacho, no te preocupes... Ya casi estamos, ¿verdad?

-Pues sí. Ahora, Winslow, deberías pasar solo este pequeño tramo, no es lo suficientemente ancho para dos personas; no te preocupes, es seguro. Confía en mí-, y, diciendo estó, se paró, abandonando al profesor.

-Bien...¡Allá voy! -, exclamó este, dándose ánimos. Concentrándose en el paso del puente, olvidó esas ideas viciosas sobre Walter, y en unos pasos, se encontró en la orilla con el resto de compañeros.

-¡Ja, ja, ja! -rió alegremente Jane, corriendo junto a su tío, -¡muy bien tíito!

-¡Je...! Parece que ya está...- se alegró él, abrazando cariñosamente a su sobrina.

-¡Señor Walter! -, avisó Kamuf, -¿quiere que le ayude?

-¡Gracias, Kamuf!¡Tranquilo, no hace falta, voy para allá!

El joven, confiando en su fuerza, se dispuso a saltar el pequeño trecho peligroso que acababa de sortear el profesor.

-Tío, ¿es seguro? ¿No será peligroso saltar?

-Tranquila, Jane -, le acarició la melena, negra y ondulada, familiarmente. -Walter está en buena forma, es un deportista.

Contemplaron cómo el joven tomaba impulso, y, en dos zancadas, dió un salto que rebasó justamente el puente, y fue a aterrizar en la fina arena de la orilla del río.

-¡AUGH!

-¡WALTER! ¡WALTER! -, gritó Jane.

-¡Oh, Dios mío! -, musitó el profesor, corriendo hacia el mozo.

-¡Tarek! ¡Ahmed!-, corrió también el guía, haciendo un gesto a los dos porteadores para que le acompañaran.

Y es que Walter, al caer de pies en tierra, se había caído de golpe agarrándose un tobillo, y estaba ahora encogido, quejándose. El profesor ya había llegado a su lado, y también el guía y los dos chavales, que le ayudaron a sentarse en el suelo.

-¡Ayyy....! ¡Qué dolor....! ¡Mi tobillo....! -, se lastimaba Walter.

-Tranquilo, tranquilo, muchacho -, decía el profesor Wisnlow, inspeccionando el tobillo del joven.

-¡Walter...! ¡Walter, mi amor...! - Jane se hallaba de cuclillas al lado de su prometido, rodeándole con sus brazos. El joven reposaba su cabeza rubia en el pecho de ella, aguantando el dolor.

-¿Cómo está, profesor? -, se interesó Kamuf, preocupado.

-Bueno... Esto se está inflamando, pero no parece un esguince -. Apretó ligeramente el tobillo del muchacho, comprobando que se trataba de una torcedura.

-Es-estoy bien, Winslow....uf...en serio, estoy bien -, se quejaba el joven.

-Kamuf, necesito el botiquín -, ordenó el profesor.

-Enseguida -, respondió él, corriendo hacia las maletas.

El profesor, ya con el botiquín, masajeó el tobillo del muchacho con un relajante muscular londinense, una especie de pasta fría. Luego, lo vendó, y administró a Walter medio sedante para calmar el dolor del joven.

-¿Mejor, Walter? -, preguntó al joven.

-Sí, sí Winslow, gracias por tu ayuda.

-¿Crees que podrás caminar...?

-Lo intento, pero... -, advirtió el joven, poniéndose en pie con ayuda de los porteadores. Intentó apoyar el pie accidentado en el suelo, pero fue hacerlo y ver las estrellas.

-¡Auh! ¡Lo siento, profesor, lo siento, pero no creo que pueda dar un paso...! ¡Maldita sea! -se quejó Walter.

-Tranquilo, tranquilo hijo -, terció el profesor.

Kamuf se acercó discretamente al profesor, mientras Walter era atendido cariñosamente por Jane, que con un paño empapado en agua, le lavaba el sudor de la frante:

-Profesor, ¿qué haremos...?

-Bueno, amigo Kamuf... Supongo que tendremos que pasar aquí el día; mañana se encontrará bien, pero es obvio que ahora no puede dar un paso.

-Hum...profesor Winslow -, continuó Kamuf, con aire preocupado, -no podemos quedarnos aquí; estamos demasiado cerca del río, y es peligroso: fuertes lluvias podrían hacer crecer la corriente; eso sin nombrar a los cocodrilos, que demuestran más actividad al atardecer...



Aunque el sol lucía ahora justo encima de ellos, el profesor sabía que el atardecer llegaba rápidamente en África. Kamuf tenía razón, había que hacer algo. El profesor se dirigió al grupo:

-Jane, Walter. Caballeros. tenemos un problema; no podemos quedarnos aquí hasta la noche, es peligroso.

-Pero, tío, Walter no puede caminar, pobrecito -, terció, amorosa, Jane.

-Winslow, no te preocupes por mí. Caminaré si es necesario: no permitiré que se corra peligro a causa mía -, pronunció valientemente el joven, apoyándose en el tronco de un árbol, mientras mantenía el pie herido levantado del suelo.

-¡Querido Walter! -, replicó el profesor, emocionado por las agallas del muchacho -, ¡no puedo condenarte a semejante tortura, mi querido amigo!

-Señores, sólo veo una alternativa: ayudar al señor Walter a caminar a la pata coja, agarrándole y siendo una muleta para él -, dijo Kamuf. -Tarek y Ahmed pueden apoyarle por los hombros, y entre usted y yo, profesor, llevar la carga.

-¡Es una excelente idea, Kamuf! ¡Es usted un sol! -, exclamó Jane.

El profesor se mesó el bigote... Recordó lo que había pasado sólo unas horas antes, en la tienda de los porteadores y el guía, y no le parecía decente que unas manos que habían estado masturbándose, y corriéndose en el mismo bigote que se acariciaba ahora, fueran las que sujetasen al prometido de su sobrina.

-No...no lo veo claro: Kamuf, tú y yo acabaríamos agotados. Seguramente tú también, Jane, porque tu valentía haría que nos ayudases. Además, el guía no puede ir pendiente de las maletas o los paquetes que lleva encima, sino del camino...

-Quizás tenga razón, profesor -, estuvo de acuerdo Kamuf.

-Kamuf -, intervino Jane, -¿y por qué no le llevas tú? Walter es fuerte, podrá sujetarse con un pie, sólo sería ir abrazado a él, y podrías guiarnos por el camino. Es cierto que mi tío y yo nos tendremos que hacer cargo de los rifles, pero me veo capaz. ¿Qué dices, tío?

-Bueno...yo...-, balbuceó apenas el profesor Winslow.

-¡Voto por la idea, Kamuf! -, dijo Walter, más animado viendo que no sería una carga para la expedición: su honestidad le hacía sentirse culpable de estar retrasando los planes del tío de Jane.

-Bien. Estoy de acuerdo, Jane. Es usted una señorita muy despierta, si me lo permite -, dijo el negro guía, inclinándose ante la dama.

-¡Pues no hay más que hablar! Kamuf, ¿me echa esa mano? -, dijo Walter, separándose del árbol en unos saltos breves y acercándose a Kamuf.

-Está bien, está bien -, dijo, vencido, el profesor. Tampoco acababa de ver claro que el tío que había estado eyaculando en su boca, fuera lo bastante limpio para llevar casi acuestas a ese extraordinario joven. Pero, dando su brazo a torcer, dió las instrucciones: -¡En marcha, señores!

La expedición reanudó la marcha: Kamuf sujetando por la cintura a Walter, mientras este le pasaba un brazo por los hombros; detrás Jane y el profesor, y finalmente Tarek y Ahmed: seis valientes que penetraban en la Tierra Del Hombre Mono, más allá del torrencial Makutu.

...............................................................

La jungla era la más agreste que habían visto en esas dos semanas de expedición. Costaba trabajo abrirse camino entre el follaje, y, muchas veces, el profesor Winslow y Jane se veían obligados a caminar delante del guía, abriendo el camino cortando ramas y hojas, mientras este último ayudaba a Walter a avanzar. Después de cuatro horas de camino, parecían hallarse en un paraje más tranquilo. Caminaban en la formación original, y Kamuf oteaba, atento, el horizonte, intentando captar cualquier peligro que saliese a su encuentro. El calor, sofocante, hacía mella en los expedicionarios, que sudaban y se refrescaban con las cantimploras.

-¿Hay suerte, tío? -, preguntaba Jane al profesor.

-No...no por el momento, pero-, contestaba, esperanzado,- estamos en la zona perfecta para hallar la margaritus filisious: la humedad, el calor, la altura a la que estamos sobre el nivel del mar... Creo que estamos en el buen camino, mi querida niña.

-Ojalá sea así, tío-, contestó ella, cogiéndole de la mano.

Efectivamente, el profesor contemplaba la flora de la selva; de vez en cuando, ordenaba pequeños paros para recoger muestras de flores, y eso confortaba su ánimo, algo alterado en esos días.

Así, iban pasando los minutos, formando horas, y el grupo continuaba caminando. El profesor tenía delante,a un metro escaso, a esos dos hombres excepcionales: Walter y Kamuf. Walter, un muchacho íntegro, valiente, honesto y capaz. Y Kamuf, un guía intrépido y protector, servicial y responsable. "Y esos cuerpos...esos cuerpazos...", pensó, de golpe."Pero, ¡no, maldita sea!", se juró, "no debo dejarme llevar por esta desconocida lascivia... Pero, ¡uf...! qué tíos...¡qué par de tiarros...!". El profesor no podía dejar de mirar a los dos hombres, que avanzaban abrazándose: estaba fascinado con el roze de las piernas negras y musculosas de Kamuf contra los muslos, rubios y velludos, de Walter; con el brazote negro que recorría la cintura del muchacho, mientras que este pasaba su recio brazo alrededor del cuello del negro... Podía ver cómo los sobacos de los dos hombres, bajo la tela de las camisas, se apretaban, y sudaban, mezclándose ambos olores de macho...; el roce apretado también de las caderas, y, sobretodo...el par de culos que tenían los dos tíos: duro, fuerte y pequeño Walter, ancho, musculoso y respingón el del negro; ambos traseros, a cada paso, amenazando con romper la tela de los pantalones debido a las masas de músculos que ponían en movimiento al andar. "¡Uf....! ¡Qué traseros...qué traseros...!¡Qué par de buenos culos!", se excitaba el profesor, "esos dos machos, frotándose... frotándose uno contra el otro..uf....".

-Tío, ¿estás bien...?-, preguntó Jane, que notaba a su tío sudando en exceso y caminando nervioso.

-¿Eh...?-, el profesor estaba en otro mundo, -sí....Sí, claro, querida, claro.



Continuaron caminando; el calor arreciaba, y no sólo en la atmósfera: el profesor Winslow, con las manos en los bolsillos, hacía esfuerzos titánicos para aguantarse el rabo endurecido cabeza abajo, y que no acabase reventando la tela de los pantalones. Pero, a base de forzarse el rabo hacia abajo, y de frotarlo con el muslo con cada paso, la sensación era de estar haciéndose una feliz paja. La contención del profesor era sobrehumana; estaba aterrorizado de, como era costumbre, comenzar a chorrear líquido preseminal pernera abajo del pantalón. Pero, uf...sus huevos lo estaban pidiendo a gritos. Ensimismado en esos pensamientos, y mirando al suelo para intentar apagar la cachondez, no se dió cuenta de que Kamuf y Walter se habían parado, y se dió de bruces con la espalda del negro.

-¡Oh!¡perdón, perdón...!-, se separó el profesor, más rojo que nunca de vergüenza: era imposible que el negrazo no hubiese sentido en el trasero el golpe del empalme que llevaba en la bragueta. Además, el contacto, a pesar de los pantalones, de su miembro con aquel culazo duro, le habían hecho ver las estrellas, y sufría físicamente la contención del empuje de sus pelotas por chorrear y chorrear precum.

-Ja, ja...No pasa nada, profesor. Estaba usted distraído...-, se giró Kamuf junto a Walter, sonriendo a Winslow con cinismo; sin duda, había notado el pollazo que le había propinado involuntariamente el profesor.

-Todos estamos cansados, amigo Kamuf-, terció Jane. -¿Cree que es posible pasar la noche por aquí cerca?

-Sí...-, contestó Kamuf, pero sin dejar de mirar al profesor, -creo que un poco más adelante el camino se amplia. Será un buen terreno para acampar y descansar del fuerte calor, ¿verdad, profesor?

-Sí-, dijo este, malhumorado,-para descansar del fuerte calor, sí-. Sin embargo, el malhumor hizo su efecto, y la presión de la polla se aflojó.

-Pues, en marcha-, se giró el negro, con otra sonrisa.

Una hora después, y cuando empezaba a atardecer en la jungla, llegaron efectivamente a una parte donde el sendero que habían escogido se ampliaba en una especie de pequeña llanura. Como siempre, los jóvenes porteadores prepararon el campamento; Jane se ocupó ahora de Walter, ayudándole en el efímero aseo a refrescarse, mientras Kamuf y el profesor preparaban la cena.

Sentados en torno a la hoguera, el grupo cenaba, en silencio y cansado. Acabaron pronto, y cuando el profesor encendía su pipa, dijo:

-Bueno, ha sido un día duro, y...

-Y con muchas cosas duras-, le interrumpió Kamuf, que estaba sentado, en el suelo, a su lado.

-¿"Muchas cosas duras"?-, repitió, desconcertada, Jane, que acogía en su regazo la cabeza de cabello dorado de Walter, que descansaba estirado. El profesor miró a Kamuf, y vió en sus ojos esa chispa de chulería que tenía el negro; le pareció además una impertinencia imperdonable hablar así con Walter y su sobrina delante.

-Sí-, continuó el guía. -La caída de Walter; la larga marcha a través de esta agreste selva...

-Tienes razón, amigo Kamuf-, concedió el profesor, más que nada por evitar que ese macho insolente continuase hablando: -sobrina, creo que es momento de dormir y recuperar fuerzas para mañana.

-Winslow tiene razón, cariño-, intervino Walter, tratando de incorporarse sobre sus codos, -es hora de retirarse.

-Espera, Walter-, avisó Winslow. -Te masajearé el tobillo con el antiinflamatorio y te cambiaré el vendaje; descansarás mejor y mañana estarás totalmente recuperado.

-Tío, eres un solete. Señores, me voy a dormir; airearé la tienda, querido Walter, mientras mi tío te atiende-, dijo, cariñosa, Jane.

-Caballeros, yo también me retiro a descansar, junto con Tarek y Ahmed,-anunció Kamuf, levantándose.

-Sobrina, que descanses. Buenas noches, Kamuf-, contestó el profesor. "Sí, sí...a descansar. Menudo cabrón", pensó.

-Buenas noches, amigo Kamuf: te agradezco infinitamente tu ayuda en el camino. Buenas noches, cariño, hasta ahora-, se despidió Walter.

Por fin, el profesor y Walter quedaron solos en la oscuridad de la noche, junto a la hoguera. Winslow se acercó al muchacho, que seguía recostado en el suelo, panza arriba, sobre sus codos. El profesor se sentó delante suyo, y desató el vendaje del tobillo; efectivamente, la hinchazón tenía mejor pinta, y eso tranquilizó al profesor. Con agua, lavó el pie y el tobillo, y se aplicó pasta antiinflamatoria en las manos, arrodillándose delante de las piernas estiradas del muchacho.

-Walter, lo mejor será que coloques el pie en mi regazo para poder aplicarte bien la pasta.

-Sí, Winslow-, obedeció el joven, agradecido.

El chico se adelantó hacia el profesor, doblando la pierna herida, y puso el pie en el regazo de Winslow, de forma que la otra pierna quedaba extendida al lado del profesor. Este empezó a aplicar la pasta, con un profundo msaje en el tobillo y el pie de Walter.

-Mmmm...qué bien, profesor...-, suspiraba el chaval, aliviado de la presión del vendaje.

-Sí....¿ves?, va entrando...muy bien...-, decía el profesor, masajeando con firmeza; pasaba sus dedos por todo el pie del joven, hasta el fuerte tobillo. Al hacer este movimiento, la punta de sus dedos rozaban el vello rubio de las piernas, más espeso en las pantorrillas... Sin darse cuenta, abstraído, el profesor, poco a poco, subía más las manos, sintiendo la poderosa pierna velluda bajo las palmas. No hubiese pasado nada, si el profesor no hubiese levantado ligeramente la vista: "¡coño...!¡pero qué guapo es el condenado!", pensó. El joven seguía recostado en sus codos: sus brazos fuertes se marcaban bajo la camisa arremangada, que también destacaba un pecho fibrado y un vientre plano y terso. Ahora tenía la cabeza rubia echada hacia atrás, y resaltaba su cuello de toro. "Está macizo...está macizo el tío...". El profesor no podía parar de pensar eso... De las perneras del pantalón surgían unas piernas fuerte, recias, de macho fuerte... El profesor masajeaba con pasión la pierna del muchacho, ahora hasta la rodilla. "Mmmm....qué gusto...qué gusto tocar esto tan duro...", se decía.

-Ohhh....-gemía Walter, disfrutando del masaje que le hacía el profesor.

-Bueno, Walter...esto ya está, sólo falta la venda-, anunció Winslow, sobreponiéndose como un buen lord inglés a tanta calentura.

-De acuerdo, Winslow.

El profesor cogió vendas de algodón, y se aplicó a la tarea profesionalmente, aejando ideas raras de su cabeza. Mientras estaba en ello, notó que la otra pierna del chico, estirada, se movía nerviosamente.

-Walter, ¿qué te pasa?-, preguntó. Pensó que quizás al chico le estaba dando un calambre.

-Nada, nada, Winslow. Continúa, por favor-, contestó este, poniéndose colorado.

-¿Cómo que nada...?, estás moviendo la pierna como si te hubiese dado un calambre, hombre...

-Que no, que no es eso,-replicó, aún más rojo,-no te preocupes y venda, Winslow.

-En nombre de Dios, muchacho, ¿puedes decirme qué pasa?

-Es que...-, vaciló el muchacho, sin mirar al profesor,-es que...nada, coño, que me estoy meando. Acaba, Winslow, que necesito cambiar el agua al canario, jeje..

-Vale, vale-, contestó aliviado el profesor.-Hum...tenemos un problema, de todas formas; el vendaje está listo, pero deberías permanecer unos quince minutos quieto para que el medicamento haga su efecto, muchacho.

-¿Qué?¿Quince minutos?,-exclamó el chaval. -Uf, Winslow... llevo aguantando un rato; no me veo yo quince minutos más sin mear...ay, ay, ay...- se quejó, llevándose una mano a la bragueta.

-Bueno...¡de acuerdo, de acuerdo!,-resolvió el profesor. -Mea ahora, tumbado.

-Pero, pero...me voy a poner perdido, Winslow... No sé si es buena idea..¡ay!, qué ganas de orinar, coño...

-Tranquilo, muchacho. Mira-, continuó el profesor, vaciando una vasija con agua en la tierra, -tú meas y yo ya controlo con la vasija que no salpique nada. Luego la lavamos, y listos.

-¿No será eso un poco guarro, Winslow? Además, tú tendrías que aguantar la vasija, y, no sé...me da vergüenza...

-No te preocupes, hombre; es un caso de urgencia-, le sonrió el profesor, dándole ánimos.

-Bien, bien...de acuerdo, entonces; lo siento, amigo Winslow, es que no puedo más-, volvió a disculparse avergonzado el joven, pero bajándose la cremallera rápidamente.

-¡Tonterías, tonterías! Venga, que te ayudo-, se decidió Winslow. Se colocó en cuclillas enmedio de las piernas abiertas del joven, con la jarra en la mano. Walter, metiendo su mano a través de la bragueta abierta, se sacó el rabo y, sin poder contenerse, empezó a lanzar un fortísimo chorro de pis hacia delante, que se estrelló en la cara del profesor, salpicando toda la camisa.

-¡Coño, coño, Walter!¡Cuidado, joder!-se quejó el profesor, -¡que me estás meando a mí, ostias!

-¡Ooohhh....lo siento, Winslow....ohhh, qué ganas tenía...!-, gemía Walter, abandonado al placer de la meada. El profesor, como pudo, colocó la jarra en la punta de la polla, y fue recogiendo el líquido color oro, que no paraba de surgir de la polla del joven como de una manguera.

-¡Uf!¡Menuda meada, Walter...!¡Te estás quedando a gusto...!-y, mientras decía esto, aguantaba la jarra, que se llenaba rápidamente del meado del mozo. Sin poderlo remediar, ver ese cuerpo de toro meando con esa potencia hizo que al profesor el cipote se le pusiese firme como un garrote.

-¡Oh!...¡No cabe en la jarra, no cabe!-, se maravilló el profesor.

-¡Pues esto no...ohh...no para, Winslow!¡Esto es como la meada de un caballo, ja, ja...!-rió el muchacho, gozando.

La jarra estaba a punto de llenarse de pis, lo que podría provocar que le cayese encima al propio Walter, así que Winslow, con un paquetón que reventaba, la puso a un lado, y agarró la polla para, al menos, dirigir los chorros de forma que no le regasen de nuevo la cara.

-¡Ay!¡Coño, qué potencia, esto es indirigible, joder...!¡Walter, menuda meada de animal, tío!-se quejó, cachondísimo, el tío. Inconscientemente, dirigió el abundante chorro a su paquete. ¡Sólo le faltaba eso!

-¡Oh!¡OHHH!¡Qué cabróooon, Walter!¡Me estás regando de meada, cabronceteeEEEEHHH!¡OOOOOHHHHH!.

Este último gemido se había provocado porque, al sentir el chorro caliente golpeando en su bragueta y empapándola en pocos segundos, por fin el profesor había empezado a chorrear precum a lo bestia; la polla pegaba latidos encerrada en el pantalón, y en cada latido dejaba ir un buen chorrete de baba de líquido preseminal, que atravesaba la tela y se quedaba colgando.

-¡Ohhh.....!-, seguía el muchacho, ajeno a lo que estaba pasando en la bragueta de su tío.-Lo siento, Winslow...pero necesitaba meaarrrrr...uffff.....

-¡Tú mea, hijo mío....ohhhh...mea tranquilo, cerdoooo.......!-, decía el profesor, incontrolado. Y, sin poder aguantarse, soltó la verga del muchacho para sacarse la suya y correrse, correrse bien de una vez después del día que había pasado. Pero, al soltarla, no contó con el chorro incontrolado de meada, que le fue a parar de nuevo a todo el careto.

-¡OOOH!!¡JOOOOOOODEERR!-bramó, como un toro, -¡Me ahogas, cabrón!¡Me ahogas con tu meada!!!¡¡¡CON TU MEADA DE MACHOOOOO!!

No le dió tiempo ni a sacársela; fue sentir semejante ducha de orina en la cara y poner su mano en la bragueta, que el profesor empezó a correrse con unos buenos disparos de leche.

-¡AH!¡AHHHH!¡¡QUE ME MEOOO TAMBIÉN, WALTER!-bramaba, con el cipote lanzando leche a través de los pantalones, que resbalaba por la tela en una cuerda de espeso semen, -¡ME MEO DE LECHE, JODEEERRRR!!! ¡DE LECHEEE!!!

-¡Uhmmmm....!¡Ya acabo, ya...Winslow, disculpe...oh.....!-volvía en sí el joven, después de estar extasiado soltando semejante meada.

Rápidamente, el profesor se recompuso; utilizó la jarra llena de la cachonda meada del mozo para lanzársela por encima de los pantalones, disimulando los restos de la lechada que se había pegado a la salud de Walter.

-Yo...-, comenzó Walter, avergonzado y guardándose el miembro en los pantalones, -lo siento, Winslow. Siempre meo así, debí avisarte. ¡Dios mío, te he puesto perdido, qué vergüenza...!

-Tranquilo, muchacho...uf, tranquilo, ahora me aseo, no te preocupes-, dijo el profesor, -¿crees que podrás llegar solo a la tienda, muchacho? No me gustaría que Jane me viese en este estado...

-Por supuesto, por supuesto, Winslow-, aseguró el joven, levantándose a la pata coja,-por supuesto que puedo. Y muchas gracias, de verdad.

-Nada, nada... Descansa, muchacho, descansa. Buenas noches.

-Buenas noches, querido Winslow-, se despidió Walter.

El profesor se quedó solo. Recogió su pipa, y la encendió. "Dio mío...¿qué estoy haciendo?", se dijo, avergonzado de lo que había pasado, "¿cómo es posible que me haya puesto así con Walter, mi futuro sobrino?¿Cómo es posible que me haya excitado, que, bueno...que me haya corrido con él delante? Esto está llegando demasiado lejos, demasiado lejos....", se lamentaba, aunque aún sentía en su cara el calor de la meada de Walter, y eso le ponía casi tan cachondo como minutos antes. "Se acabó", decidió con determinación, "a partir de mañana, se acabaron estas tonterías con Kamuf, con los porteadores o con mi sobrino. Soy un caballero inglés, y por mis antepasados, que esto no volverá a pasar. ¡Ja!, ni el legendario Hombre Mono de estas tierras me hará cambiar de parecer"; pero, antes de dormirse, no pudo evitar pensar qué miembros de hombre y qué miembros de gorila tendría ese ser inexistente...

FIN EPISODIO III​
 
Chavales, nuevo domingo, nuevo episodio! Espero, como siempre, que lo disfrutéis!

EPISODIO IV LAS LANZAS DE LOS CELIÓN

Sintió una mano cálida acariciándole el muslo... Dormía con un pequeño pantaloncito de lino, blanco; panza abajo sobre el saco. La mano se deslizaba por su muslo brevemente, pero con intensidad... Se movió, en ese espacio entre sueño y despertar, tirando de su cuerpo hacia abajo, para que esa caricia llegase a sus nalgas...
-Profesor...-, oyó. Una voz susurrante y grave, de hombre... El nabo se disparó contra el saco, quedando aprisionado entre este y su pequeña barriga. -Profesor Winslow...-, escuchó de nuevo, ahora sí, con la mano masculina más cerca de su culito...¿De quién era esa voz...? Y la luz...la luz ya no era la de la noche; con los ojos cerrados, el profesor Winslow percibía la claridad...la mano... la voz grave...el nabo empalmado...
-Profesor, por favor, despierte...-, ahora ya no había duda. Se deslizaba rápidamente de ese espacio fronterizo entre la realidad y el sueño. Abrió los ojos poco a poco.
-¿Kamuf...? ¿Qué...qué haces aquí...? ¿Qué pasa...?-, dijo, aturdido, el profesor.
-Señor... perdone, señor, pero debía despertarle; tenemos problemas-, informó el guía. -Es mejor que salgamos de la tienda.

El profesor se vistió rápidamente, mientras preguntaba qué pasaba.
-Bueno-, aclaró Kamuf,-parece que no estamos solos en la jungla; tenemos visita, señor.
-¿Visita?
-Es mejor que salgamos; el señor Walter y la señorita Jane ya están fuera...
-De acuerdo, de acuerdo-, aceptó, preocupado, el profesor Winslow.

Salieron de la pequeña tienda. "Por la reina madre", se asustó el profesor, "parece que Kamuf tenía razón. No estamos solos...". Walter y Jane, abrazados, saludaron al profesor con una inclinación de cabeza; estaban delante de su tienda. Walter estaba recuperado de la torcedura de tobillo; los porteadores, parecían completamente paralizados, y ahora, delante de la tienda del profesor, estaban igual de quietos él y Kamuf. Y, justo detrás de los restos de la hoguera de la noche anterior, también muy quietos, ocho hombres les observaban. Eran indígenas, altos y negros, y sin una sola prenda de ropa de corte occidental. "Desde luego, no son de un poblado abierto al mundo; es posible que sea la segunda o tercera vez que ven a hombres blancos...", se dijo el profesor. Efectivamente, los ocho hombres, jóvenes, alrededor de los 20 años, portaban taparrabos, y algunos de ellos, además, una especie de peto que les cubría el pecho. Lo que sí llevaban todos eran lanzas, y dos de ellos, sendos escudos, tintados con vivos colores. No les apuntaban con las lanzas; las sujetaban apoyándolas en tierra; no parecían amistosos: su mirada era de superioridad.

-¿Qué podemos hacer?-, preguntó, susurrando, el profesor a Kamuf. -¿Crees que serías capaz de entenderte con ellos...?
-Hum...Conozco algunos dialectos, prácticamente desaparecidos actualmente; intentaré utilizar el kualek; puede funcionar, estamos en la zona sur del continente.
-Bien, amigo...Por favor, sea prudente-, y, diciendo esto, guiñó un ojo a Walter, indicándole que Kamuf iba a intentar un acercamiento.

Kamuf se acercó, caminando tranquilo, hasta la hoguera. Uno de los hombres del grupo, de los que llevaban el peto, también se acercó: ahora, uno estaba frente al otro, separados por el pequeño círculo de brasas.
-xxx xx xxxx xxx xxxxx xx (Hola; somos ingleses, y formamos una expedición pacífica).
-¿xxxx xxx xxxxxxxx? (¿Hacia el cementerio de elefantes?)-, interrogó el indígena, que parecía el cabecilla.
-xxx xxxx xx x xxxxxxx xxx (No, no; buscamos una especie floral determinada)-, dijo Kamuf, y el indígena relajó el gesto ceñudo. También Kamuf se sintió tranquilo; sin duda, a esos indígenas les preocupaba el cementerio de elefantes. Kamuf sabía que existía, también algo mítico, y le alegraba comprobar que aún, en el siglo XX, había tribus que se ocupaban de salvaguardarlo.

El profesor, Walter y Jane, y los porteadores, que pese a ser indígenas no conocían los dialectos africanos, esperaban, inquietos, sin entender una palabra.
-xxxx x xxxxxx xx xxxxxxxx xxxxx xx xx (Marchad en paz, pues. El pueblo Celión os presenta sus respetos y os desea suerte).
-xxx xx xxxxxxxxx xx (¿Celión? ¿Sois la tribu Celión...?)-, se sorprendió el guía.
-xx xx (Así es).
"¡Es increíble!", se asombro el buen guía, "increíble....". Y no pudo evitar soltar una risotada, que fue acompañada por el cabezilla indígena; esto tranquilizó a la expedición: Walter y el profesor se miraron inquisitivamente, aunque aliviados. Incluso Jane lucía una tímida sonrisa observando al grupo de negros, que habían adoptado una posición más amistosa.
-xx xxxxx xxx xxxx xxxxx (¡Nos encantaría conocer vuestro poblado...! ¿Sería posible acompañaros y, pasar allí la noche?)-, preguntó Kamuf, entusiasmado.
-xx xxxxxxxxxxxx xx x xxxx xx x x xxxxx (Por supuesto, nuevo amigo, por supuesto; pero no sé si, siendo occidentales, debería informaros sobre nuestras costumbres...)-, reparó el cabezilla.
-xxx xx x x xxxxxx xxx xx x (Tranquilo, amigo, tranquilo; ya les informaré yo. Pero te aseguro que no pondrán reparos, ja, ja...)-, contestó Kamuf.
-xx xxx xxxxxx xx x (Especialmente, confío en que no los ponga el ejemplar del bigote)-, señaló el indígena en dirección al profesor, que esperaba paciente.
-xx xxxxxxxxxxxxxxx xxx xxx x x (¿Ese...?¡Menos que ninguno, compañero!¡Menos que ninguno!)-, y soltó otra carcajada.
-xxx xx xxxxxxx (De acuerdo; vengan con nosotros; será un honor compartir la noche con ustedes)-, finalizó el cabecilla, volviendo con el resto; formaron dos filas de cuatro hombres, siendo los cabezas de las filas los dos del peto, y esperaron a que Kamuf hablase con su grupo, para guiarles a su poblado.

Kamuf volvió con el profesor, y corriendo se acercaron también Walter y Jane.
-¡Bueno, Kamuf!-, exclamó la joven,-¡estás hecho un experto en la jungla, incluso en estos parajes!¡Felicidades!
-¡Ja, ja...! Gracias, señorita Jane-, contestó el negro, agradecido.
-Bueno...¡estoy con el corazón en un puño!-, se quejó el profesor. -Dinos, amigo Kamuf, ¿qué ha pasado...?
-Nada malo, profesor, al contrario, ¡al contrario!-, empezo Kamuf, contento.-Es la tribu Celión, y es casi un milagro que nos la hayamos encontrado...Caray, nunca les hubiese situado en este punto del país, sino mucho más al norte... En fin, es igual. El caso es que, en mis años en Oxford, cualquiera de mis compañeros hubiese dado su fortuna por conocerles: los Celión, profesor, Walter, y, especialmente...Jane-, indicó, con aire misterioso el guía, -son un objetivo para los antropólogos, arqueólogos, etc... ¡y nosotros vamos a poder vivir sus costumbres!
-¿Especialmente yo...?-, preguntó, fascinada, Jane.
-¿Especialmente mi sobrina, Kamuf?-, inquirió el profesor.
-Sigue, Kamuf, sigue...te lo rogamos-, intercedió Walter.
-Claro, claro...disculpen, es que esto me hace revivir mis sueños en la universidad; estoy muy emocionado... Pero voy al grano: especialmente por usted, Jane, porque esos antropólogos, arqueólogos, y hasta filósofos y sociólogos han estado buscando esta tribu, desde la selva africana hasta América, en el Amazonas, sin éxito... Y es que, según los estudios de los que disponemos, es la única tribu que considera, sin aprendizaje social (como ocurre en el mundo occidental), a la mujer, no sólo como un par del hombre, sino como algo superior, tanto emocional como intelectualmente. ¡Y nosotros vamos a tener la oportunidad de comprobarlo, caballeros!
-¡Ja, ja, ja, Kamuf!-, rió Jane, -¡sí que son buenas noticias!
-Lo que faltaba para que la niña se me suba a las barbas...-, rezongó, bromeando, Walter, recibiendo una palmada de su prometida en el hombro.
-Sí que es curioso... -admitió el profesor.
-El caso es que les he pedido pasar la noche en su poblado, y han aceptado encantados. ¿Qué les parece?
-¡Fantástico, fantástico!-, canturreó Jane, entusiasmada con la idea; Walter no tuvo más remedio que admitir, divertido, que ella mandaba, y que adelante.
-Muy bien...¡Al menos, descansaremos tranquilamente esta noche!-se alegró el profesor. -Vamos, Kamuf, vamos con ellos.
-De acuerdo, ¡adelante!-, exclamó el guía, contento. Decidieron que los porteadores no vendrían, sino que se quedarían allí, preparando el campamento para el día siguiente.

El grupo se puso en marcha, siguiendo a los ocho miembros de Celión hacia el poblado.
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"El ejemplar del bigote... el ejemplar del bigote..."; Kamuf daba vueltas a esas palabras, mientras avanzaba por el camino, con los de Celión delante y el profesor a su lado; le miró fugazmente: era un hombre atractivo. Alto, con una incipiente barriguita, pero aún fuerte y cachas. Y guapo, con su bigote poblado y salpicado de algunas hebras grises... Hubiese querido explicar al profesor...bueno, más de lo que había explicado al grupo, pero no sabía cómo: a fin de cuentas, el profesor Winslow era un lord inglés, algo estirado y, a pesar de estar en 1938, victoriano y reprimido. Kamuf le había tomado afecto en esta aventura, y reconocía que...bueno, que esa manguera que bombeaba líquido preseminal a litros, le ponía como a un burro. Sabía que su amigo, el profesor, iba a disfrutar, a disfrutar como un cerdo, de la noche en Celión, pero, en fin... renunció a avisarle: tenía miedo de que se asustase, el hipocritillo...
Y es que, lo que había contado Kamuf, sólo era un resumen simplista de la estructura social de la tribu: era cierto que los celinienses consideraban a la mujer por encima de ellos, debido a la maternidad: se habían percatado que sólo la mujer podía, realmente, engendrar hijos, y que bastaba con administrarle su semilla. Y esta era la diferencia fundamental de la tribu con el resto: no realizaban el acto sexual con la mujer, sino que le introducían su semilla de forma manual. Así, las mujeres eran cuidadas y respetadas excepcionalmente en la tribu: al desaparecer el sexo heterosexual, no se producían relaciones de violencia, posesión, etc... Percibían a la mujer como una herramienta divina para aumentar la tribu. Además, no existíendo sexo heterosexual en la tribu...sí existía... hum, del otro. Y a paladas... No era cierto que otros investigadores no hubiesen llegado a contactar con los Celión, no: lo que pasaba es que los pocos que lo hicieron... ¡habían salido corriendo, por miedo de acabar con el culo más ardiente que una estufa! "Uf....", se dijo el negro, excitado, "va a ser una noche larga...larga y dura, je, je...".

Llegaron al poblado indígena cuando el sol se ponía. Los cuatro ingleses se quedaron atónitos: en una explanada, rodeada de vegetación y manantiales de agua, unas diez o doce casa se abrían en círculo: construcciones de piedra con techos de paja, adornadas con múltiples flores. Unos niños corrían, jugando, vigilados por dos bellas mujeres, ataviadas con una especie de túnica, anudada al cuello, con la espalda a la vista y larga hasta la rodilla; los hombres llevaban taparrabos, que se anudaban en las caderas, tapando el paquete y el trasero. Algunos trabajaban, y otros preparaban pequeñas hogueras para asar lo que sería la cena. Las mujeres sólo se ocupaban de los niños, y parecían dirigir a los hombres. El ambiente, con el frescor del atardecer, las flores en las casas y las risas de los niños, era un bálsamo para los corazones de los expedicionarios.
-xxx xx xxxxxx xxxx xx (Vamos, os presentaremos a la jefa del poblado)-, habló el cabecilla con Kamuf.
-Vamos, amigos,- se dirigió este al grupo, -nos van a presentar al jefe del poblado. Una mujer, obviamente.

Les acompañaron hasta una de las construcciones; dentro, una mujer, de extremada belleza, hablaba con dos hombres, ataviados también con petos. "Los petos son una forma de graduación, de poder", se dió cuenta el profesor. Cuando la mujer advirtió su presencia, se levantó, y haciendo una elegante reverencia, habló, dirigiéndose a Kamuf:
-xx xxxxxx xx xx x xx xxxxxx xxxxx xxxxxxxxx (Sed bienvenidos y disfrutad de nuestra hospitalidad, amigos occidentales).

Kamuf tradujo esto al grupo; todos se sonrieron, y, con una reverencia, saludaron a la dama.

Dos horas más tarde, todo el grupo cenaba, junto a una de las hogueras, en compañía de la jefa de la tribu, el cabecilla, y algunos indígenas más. Jane había aceptado una de las túnicas de las mujeres, y la llevaba puesta, con el pelo recogido. Walter y el profesor también habían sido agasajados con taparrabos hechos a mano, pero no habían tenido el valor de ponérselos, y seguían con sus camisas y pantalones. "Este no se corta de nada, desde luego...", pensó, criticando, el profesor mirando a Kamuf, que sí había aceptado el ofrecimiento; "joder...es indecente que se ponga este minúsculo taparrabos delante de mi familia", se decía, contemplando a Kamuf, sentado, y tensando al máximo la tela vegetal del taparrabos debido al tamaño de sus genitales. Incluso, el profesor había pillado alguna mirada de Walter y de Jane, "de Jane, mi sobrinita, ¡por el amor de Dios!", al paquetón del negro guía. Con el pantalón inglés, podía disimular, pero con aquello...el cabrón parecía satisfecho de mostrar que estaba bien armado.
A pesar de todo, estaba contento, cenando pescado asado y dejándose acariciar por el perfume de flores que traía la brisa.
-xx x x xxxxxxx xxx (Es tiempo de que las mujeres se retiren, amigos)-, avisó la jefa del poblado a Kamuf, -xx xx xxxxxxx xx xxxxxxx (que disfruten de la noche, caballeros).
-xxx x xxxxx xx x (Lo haremos, lo haremos; sólo una cosa),- aclaró el guía, -x xx xxxxx xx xxxx xxx xxxxxxx (no creo que el joven inglés quiera participar...de sus costumbres; lo mejor sería que acompañase a la joven a dormir).
-x x xxxx xxx xx x xxxxxxxxxx (De acuerdo; una costumbre extraña en nuestro poblado, pero como ustedes deseen)-, y, levantándose, cogió a Jane de la mano.
-Señorita Jane, las mujeres se retiran, y es costumbre que los hombres se queden despiertos, vigilando el poblado, hasta algo más tarde.
-¡Oh...! De acuerdo, no quiero desairarles. Buenas noches, tío, Kamuf; Walter, luego nos vemos.
-Eh...-, terció Kamuf, -he conseguido licencia para el señor Walter: les he explicado que está accidentado, lo del pie, y que le convendría descansar...
-Muy buena idea, Kamuf, muy buena idea-, aprobó el profesor.
-Pero...desearía quedarme con vosotros, Winslow-, se quejó el joven.
-Es mejor que acompañes a Jane, Walter, y descanses. Agradecemos tu compañerismo, pero estaremos bien. Buenas noches,- se despidió el profesor.

Las mujeres de la tribu, más Walter y Jane, se recogieron en dos de las casas, junto con los niños. Sólo los hombres estaban fuera, recogiendo los restos de la cena, hablando y riendo.
-Bueno, Kamuf-, preguntó el profesor, -¿en qué consiste lo de la vigilancia...?
-Ahora lo verá, profesor. Ahora lo verá...

El cabecilla se levantó, colocándose detrás del profesor, que permanecía sentado. Se agachó y, poniendo sus manos en los hombros del hombre, le acarició, dándole un agradable masaje en el cuello.
-xx xx xxxxxx xx xxxxxx (Uf...menudo tío. Estoy deseando meterle mano)-, dijo el cabecilla.
-Dice que le está preparando para la vigilancia, quitándole las tensiones-, tradujo Kamuf.
-¡Oh...! Bien, bien... Lo cierto es que es muy agradable...- aprobó el profesor, dejándose llevar por la sensación de aquellas manos masculinas acariciándole la nuca.
-xx xxx xxxxxxx xx xxxxxxxx (Mmm.... joder....nos lo vamos a follar por todos los sitios, mmmm...)
Estas palabras estaban excitando a Kamuf. Tanto, que la mitad del cipote se le estaba saliendo por un lado del taparrabos. El profesor, con los ojos cerrados, no había reparado en eso, ni tampoco en que tres indígenas más se habían acercado al grupo.
-Mmmm....qué bien; va a ser una vigilancia muy...¡Coño!¿Qué es esto?,-había abierto los ojos: enfrente de él, los tres negros se acariciaban el paquete por encima de los abultados taparrabos, mirándole con caras de machos calientes: -¡Kamuf! ¡¿Qué está pasando aquí!?, -pero era tarde; Kamuf ya tenía todo el rabote fuera. Permanecía sentado, y la potente polla le golpeaba el estómago. -¡¡Kamuf!!
-¡Oh....! profesor, lo siento...debí avisarle...Relájese, relájese....-, contestó este, mientras se sacaba también los huevos del taparrabos, apartando la tela.
El cabecilla, que seguía acariciando al profesor, se acercó más, deslizando sus manos por el pecho de este, hasta llegar a la entrepierna; el profesor sintió las manos manipulando la bragueta, y el aliento del negro en su cuello y sus orejas.
-¡Uhh.....!¡Qué hace, indígena desvergonzado...!¡Qué hace....!
Pero el negro no paraba; consiguió desabrochar el pantalón, y bajárselo hasta la mitad de los muslos. Inmediatamente, le agarró la picha, que comenzaba a ponerse morcillona.
-¡Ohhh....me la está cogiendo el muy cerdooo....!-gemía el profesor; de pronto, se encontró delante de sus narices los bultos enormes de los tres negros, que habían ido avanzando hasta él; parecían que iban a reventar, con enormes pepinos marcándose a través de la fina tela; uno de ellos tenía una enorme mancha húmeda dónde se apreciaba el capullo.
-¡Uf!¡Este...es como usted, profesor...ja, ja, ja....!¡Ya está..ah...babeando...!-, rió Kamuf, señalándole.
-¡Ohhhh...!-gemía el profesor; ahora, el cabecilla le lamía el cuello y la mandíbula, mientras, poco a poco, le acariciaba el garrote, ya totalmente crecido, -¡ohhh...es demasiado, Kamuf, demasiado...ufff......!
Los tres negros volvieron a acariciarse los rabos por encima, y el de la mancha soltó de golpe un chorrito transparente, que quedó colgando del taparrabos.
-¡Guauuuuu!-, exclamó el profesor, -¡no me puedo contener, no puedooooo....!-, y, aprovechando que tenía las manos libres, le agarró el paquete, y a otro con la otra mano, masajeándolos con fuerza. -¡Qué duras!¡ Qué pollas más duras, Kamuf!
-¡No me diga....ohhh...no..me diga...!-gemía el negro, meneándose el rabo. El tercer negro, se dirigió a Kamuf. -¡Esooo...vente, vente para aquí, semental....!
El indígena no se hizo de rogar; de un manotazo,se arrancó el taparrabos: la polla, negra y dura, saltó contra la cara de Kamuf.
-xxx x x x x xxxxxxxx xxx x x (¡A chupar, mamón!¡A chupar!)
No le hizo falta más órden: Kamuf la agarró al vuelo con la boca, metiéndose lo que podía, brindándole una buena mamada; el indígena pegaba golpes de culo, para que el rabo entrase más hondo.
-¡Uuuooohhhhh!¡Kamuf...qué..te...han...metidoooo....!-gemía el profesor, pero sin soltar los dos paquetes. El negro que tenía detrás, le levantó de golpe, agarrándole de las axilas. -¡Ohh... qué haces...qué haces, cabróoonnnn...!-decía el profesor, extasiado. El cabecilla le giró, y, abrazándole, le propinó un apasionado beso, metiéndole la lengua hasta la garganta: sus pollas chocaron una contra otra.
-¡MMMMMMM!!! ¡OOhhhh...joder, qué fuerte!¡Qué fuerteeee, maricónnnnn!-gimió Winslow, cuando pudo coger aire; el indígena cogió su polla y la del profesor a la vez, pajeándolas con fuerza, -¡UAAAAHHHHH!¡Siento tu polla...latiendo...OOHHHH...contra.... la.... míaaAAAAHHH!!-bramó, empezando a soltar sus torrenciales andanadas de precum. Los dos negros, a los que ahora el profesor daba la espalda, se arrodillaron detrás suyo: uno se dedicó a lamerle las hinchadas pelotas, con fuertes lengüetazos. El otro, se entretuvo con el prieto culito del profesor, acariciándole el agujerito con los dedazos.
-¡UUUAAAAHHHH!!-gemía de gusto el profesor, sientiendo en sus cojones la lengua del muchacho. Y, de golpe, aulló: -¡¡¡¡¡¡COOOOOÑOOOOOOOOOOOO!!!!¡¡¡¡MII CULOOOOOOO!!!!!¡¡¡QUÉ HA-HACÉIS........!!!!!- y es que, el otro negro, se había ensalivado bien dos de sus dedos, y había empezado a tantear el ojete caliente del profesor, metiéndoselos hasta dónde podía. Era la primera vez que al buen profesor le tocaban el trasero, y la sensación era increíble.
El negro, dándose cuenta, en vez de dos dedos, se ensalivó cuatro y se los intentó meter.
-xx xx xxxxx xxx xxxxxx xxxx xxxxxx (¡¡Disfruta, machote!¡Qué cuando te meta el rabo, no lo cuentas!)
-¡OOOOOUGHHHHHH!!!!¡¡¡QUÉ GUSTOOOOOOOOOHHHHHH!!!-aullaba el profesor; el cabecilla continuaba agarrándole y agarrando a la vez las dos pollas; estaba demasiado cachondo desde por la mañana, y sólo falto que el otro negro, que se había cansado de chupetear los huevos del profesor, le lanzase una chupada a los suyos.
-xxxx xx xxxxxxxxxxx xxxx (¡OOOHHH!! ¡¡Me va ha hacer correrrrrr!!!)-, gimió, temblando y apretando aún más las dos trancas. El indígena agachado, al oír esto de su compañero, decidió regalarle una buena corrida, y se metió (lo que pudo) los cojones del negro en la boca. Esto fue demasiado:
-xx x xxxxxxxxxxx xxxx xxxxxxxxxxx (¡HALAAAA!!!¡¡ME CORROOOO!!¡ME CORRROOOOOO!!-y, gritando en la oreja del profesor, empezó a chorrear leche encima de la polla de Winslow, que latía deseando hacer lo mismo.
-¡OH!¡OH! ¡TE ESTAS CORRIENDO, NEGRAZOOOO!!¡¡TE CORRES ENCIMA DE MI POLLA, OHHHHHHH!!-gimió el profesor, que puso su mano sobre la mano del negro que cogía las dos pollas, agitándolas. -¡UUUFFFFF!!!¡¡¡¡MENUDA LECHAAAADAAAA!!!- el profesor sintió que sus cojones se contraían, que subían para arriba. Que se iba a correr bien, vaya. Esto hizo que relajase aún más el culito, que seguía siendo follado por los dedos del otro negro, que de golpe entraron casi hasta la falange.
-¡UUUUUOOOOOOOOOOOOOOOOOOHHHHHHHHHH!!!!!!!-aulló el profesor al sentir esa penetración, -¡AHÍ...VAAAA.....MI.....LECHEEEEEEEEEEEEE!!!- gritó, disparando semen como si fuese un surtidor
-¡ESPERE!¡ESPERE PROFESOR, QUIERO SENTIRLAAAAA!-era Kamuf, que dejaba de mamar la polla del negro para arrarstrarse rápidamente entre las piernas del profesor, sin dejar de pelársela como un mono. Se encontró con el otro negro, que debajo de los dos hombres, pajeándose a lo bestia, recibía en su cara, en su boca, las corridas de los dos tíos.-¡Esto es demasiado...demasiado, ooooohhhhh!-gimió Kamuf, cachondísimo: necesitaba chupar polla; no se lo pensó, y, agachándose,se metió en la boca el cipote del negro. Fue rozarla, y el pobre negro, bañado de leche, empezó a disparar en la boca del guía.
-¡UOOOOOOOOHHHHH!-seguía el profesor, -¡MI CULITOOOO, MI CULITOOOOO, ME ARRRRDEEEEEEE!-, y es que el otro negro se había incorporado, había agarrado al profesor por los hombros, y ahora le daba pequeños golpes con la punta del capullo en el orificio caliente del macho maduro.- ¡OOOHHHHH!!!¡¡¡JOOODERRRR....SIENTO EL RABO GOLPEÁNDOME EL CULOOOOOO!!!- aullaba el profesor, que, a pesar de la reciente corrida, seguía cachondo como un burro.
-¡MMMMM!!!-, se incorporó Kamuf, después de tragarse la ración de leche del otro negro, que se tumbó, cansado, entre todos, -¡me parece que le quieren dar por el culo, profesor!!!¡¡¡Se lo van a follar, SE LO VAN A FOLLARRR!!!, -esta idea excitaba sobremanera al guía, que se pajeaba con grandes manotazos el cipotón.
-¡¡¡¡NOOOOOOO!!!!- se quejaba Winslow, pero caliente en el fondo, -¡¡¡SI ME FOLLA ALGUIENNN....QUIERO QUE SEA TU POLLZAZAAAAAA!!!¡¡¡TU POLLAZAAAA, KAMUUUFFFF...!!-se desveló el profesor, con el rabo de nuevo tieso y lanzando precum a lo bestia; el negro que descansaba debajo, se estaba poniendo perdido. El otro, que abrazaba frente a frente a Winslow, seguía aguantándose de pie, sujetándose en los hombros del profesor, sudando.
-¡SI ME HAN DE ROMPER..OHH...EL CULO, QUE SEAS...AHHHH...TUUU, CABROOONNNN-, seguía el profesor, dirigiéndose a Kamuf, mientras el otro negro, aún aguantando, seguía dando golpes, cada vez más bestias, con su ariete en el ojete del otro.
-¡¿¿YOOOOO??!!!- se sorprendió Kamuf, poniéndose ya al rojo vivo, -¡QUIERE MI POLLAAA, PROFESORRRR...!!!!¡¡LO SABIA, LO SABIA....!!¡¡¡QUIERE ESTE PEDAZO...OHHHH DE CIPOTEEEEEHHHH!!!! NEGROOOOOOOOO!!!!!!- e, imaginándose dando por el culo a ese macho bigotudo, y recibiendo él ahora parte de la ducha de líquido preseminal que estaba ofrciendo el profesor, no pudo aguantar más: -¡UOOOOOO!!!!!!¡¡¡¡SE LA VOY A METERRRRR!!!¡¡SE LA VOY A METERRRR...¡¡AAAAHHH!!! HASTA QUE LE SALGA POLLAAAAHHH...POR...LA....BOCAAAA!!!-y, fuera de control, la polla empezó a eyacular como si bombease lentamente una fuente de blanco esperma. Kamuf no paraba de agitársela, porque estaba muy salido, y de buscar con su boca los chorreones de precum que iba lanzando el profesor, pero si había de romperle el culo, no sería ese día: los huevos negros se estaban vaciando por completo.
De golpe, el negro que estaba detrás del profesor dándole pollazos con la puntita en el culo, paró. El cabezilla se apartó con un salto del grupo; el que descansaba debajo, chorreando líquidos de todos, se levantó, ágil como un animal selvático. El profesor, atontado de tanto placer, y con la polla tiesa babeante, se puso blanco. Y Kamuf, que aún la tenía en la mano, pensó: "¡¡mierda!! Tenemos un problema...".
-¡¡¡Profesor!!!¡¡¡Kamuf!!!-, se alarmó, vestido con la camisa caqui y los pequeños pantalones de hilo que usaban para dormir, más uno de los rifles en las manos, Walter.
-¡Oh, Dios!¡Walter....!-gimió el profesor, subiéndose los pantalones a toda prisa.
-¡¡Winslow!!! ¿Qué te han hecho, quién ha sido?? ¡Dios, te han violado, estos degenerados te han violado!¡He escuchado los gritos desde la cabaña!!!-, gritó, enfurecido, apuntando con el rifle a los indígenas.
-xxx xxx xxxxxxxx xxx (¿Violar? ¡Eso es una grave ofensa a nuestro pueblo!¡Coged las lanzas!)-, oyó Kamuf que decía el cabecilla, airado y belicoso.
-¡¡Profesor!!¡¡Señor Walter!!¡No hay tiempo para explicaciones!!¡¡Es mejor salir de aquí corriendo!! -, avisó Kamuf.
Los indígenas eran buenos folladores, pero aún mejores guerreros; en pocos minutos, cuando el grupo inglés había empezado a correr, avisando a Jane y saliendo a todo trapo, estaban más cerca de ellos de lo que pensaban. Kamuf lamentaba, mientras corría veloz, que esto hubiese acabado así: el profesor no había tenido tiempo de explicar nada, pero sabía que tampoco lo haría. Walter cerraba el grupo corriendo, con el rifle en la mano. Mirando hacia atrás, tropezó, y cayó de bruces en la tierra roja.
-¡¡Walter!!¡¡WALTER!!-, gritó Jane, que coría sin entender muy bien qué había pasado.
-¡MUCHACHO, MUCHACHO!-, paró el profesor, alarmado.
-¡No se preocupen por mí!!¡¡Jane, corre, vete, vete!!!,- ordenó el mozo, valiente. El grupo de celinienses había llegado a su altura, con las lanzas en ristre. Walter estaba tendido en el suelo, a punto de disparar; el profesor, Kamuf y Jane, paralizados de miedo, a unos metros. Y los de Celión, delante de Walter, dispuestos a usar sus lanzas...
-¡¡EEEEEEEEEEOOAEEEEEEEEEE!!
El aullidó traspasó la selva; un sonido fuerte, grave, que parecía provenir del cielo. Las copas de varios árboles se agitaron, a unos metros. "¿Qué pasa...?", se preguntó nervioso el profesor; observó cómo los celinienses se habían quedado petrificados, y retrocedían. Y de nuevo:
-¡¡EEEEEEEEEEOOAEEEEEEEEEE!! -, pero esta vez más profundo, y más cerca. Y, de pronto, como un rayo, algó voló por encima del grupo de ingleses; algo que parecía columpiarse a gran velocidad a través de las lianas que colgaban de los árboles...¿Era un animal...?
-¡¡WALTER!!!!!¡¡¡¡¡¡WALTEEEEEEEEEER!!!- aulló Jane; aquello que se lanzaba de liana en liana, de un salto, había pasado por encima del joven y, agarrándole por los brazos, se lo había llevado; todo en un abrir y cerrar de ojos. Los de Celión habían retrocedido corriendo, asustados, y ahora, sólo Kamuf, el profesor y Jane se encontraban en mitad de la selva, asustados, perplejos y aterrorizados: Walter, el mozo de los fuertes muslos dorados, había desaparecido...

FIN EPISODIO IV​
 
Morbo a tope imaginando esa orgía con la tribu y en ascuas pensando qué hará el nuevo personaje.
 
Buenos días chavales! Ya os decía que estos relatos los escribí de joven, y que quedaron inconclusos… pero ánimo a cualquiera de vosotros a continuarlo 😉 Es domingo, así que toca relato también de esa época, nueva serie, espero que lo disfrutéis!

LAS AVENTURAS DE TINÍN. I Leche Condensada

Hola; mi nombre es Constantino, pero todo el mundo me conoce como Tinín. El típico mote cariñoso que a uno le ponen sus padre de pequeñín, y con el que se queda toda la vida. Tengo 45 años, casado y con dos hijos, dos chavales de 18 y 22 años. ¿Mi matrimonio? Bueno, pues lo típico: la pasión inical desaparecida, y una relación más bien basada en la complicidad y el cariño mutuo. Soy administrativo de una sucursal de uno más de los bancos de este país.

La verdad... yo qué sé si soy bi, hetero...no importa demasiado. Sin embargo, sí sé que soy fetichista. Lo he sido desde que tengo uso de razón. Y, bueno... no soy fetichista de zapatos de tacón, o braguitas de encaje, o pies.... No. Soy fetichista en relación a los calzoncillos. Unos slips de algodón, de mercadillo, de los que me compra mi mujer... me ponen burro sólo verlos, recién comprados. Me gusta sentir la polla y los huevos en la tela, marcar paquete. pero, y esto es lo bueno...todo esto se multiplica por mil si es otro tío el que lleva ese tipo de calzoncillos. No he tenido nunca una relación gay, digamos, "seria", pero, claro, poniéndome como una moto con este tema, anécdotas si ha habido. Y muchas.

De adolescente, ya tenía más que claro este tema, y en muchas de mis pajas usaba las imágenes de mis compañeros de instituto cambiándose en gimnasia, en la piscina... Más de una vez, había fantaseado con la idea de pillar unos de esos gayumbos: tocarlos, palparlos...olerlos...fiuuuuu.... pero nunca hice nada, en aquellos años. Je, que poco sabía entonces que la oportunidad se me iba a presentar en mi propia casa.

Vivía con mis padres. No éramos más de familia, soy hijo único. Mi madre era una madre más: preocupada por la casa, por atender a su hijo y a su marido. Una buena mujer. Al igual que mi padre: había trabajado siempre en la construcción, con lo que estaba, a pesar de parecer algo fondón ya en aquellos años, fortachón. Algo de barriguita, pero unos brazos fuertes, y unas piernas también gruesas y fuertes, debido al fútbol-sala que practicaba con regularidad. En fin, éramos una familia común.



Un domingo me encontré solo en casa; mis padres habían ido a visitar a unos familiares, y tenía todo el día para mí. No sé si fue el comienzo del verano, o casualidad, pero ese día, ya solo en casa, me levanté cachondo perdido. No tenía planes especiales; desayuné, bajé a dar una vuelta por el barrio... A mediodía, comiendo en casa la comida que mi madre había dejado preparada, seguía caliente como una moto. En el comedor, con la tele puesta, y yo en camiseta y con los calzoncillos formando una buena tienda de campaña. Recogí los platos, fregué, y me fui para la habitación, dispuesto a cascarme un buen pajote. En aquellos tiempos no había internet, pero sí revistas guarras como el LIB, por ejemplo. Y yo (no me preguntéis cómo las había conseguido, ya sabéis cómo son los institutos y las hormonas a esas edades) guardaba un par en el fondo de un armario. Estaban echas polvo, pobres, de corridas que me había pegado y había salpicado las páginas, o directamente las había mojado de leche. En algunos casos, no se podían ni abrir... En fin, ahí me tenéis, a las cuatro de la tarde, dándole al rabo, súpercachondo sabiéndome solito en casa. Eso me ponía más cachondo, y me levanté de la cama, sin dejar de pelármela, y dí una vuelta por casa. El estar cascándomela en la cocina, o en el cuarto de mis padres, ¡guauuuu! me ponía como a un toro. Pasé por la galería, donde estaba la lavadora, etc... Y el cesto de la ropa sucia. Y, de pronto, me quedé petrificado: la última prenda que habíamos echado al cesto eran unos calzoncillos. Y no eran míos.

No lo pude evitar, la polla me pegó un bote. Ahí seguía, de pies, agarrándome el rabo, quieto, contemplando unos calzoncillos de mi padre en el cesto. Usados. ¡Joooder....! La situación me acabó de calentar. Y, ya sabemos lo que pasa con la calentura: perdí los papeles. Sin cortarme ni pensar en las implicaciones de lo que estaba haciendo, agarré los slips. Talla media, azules, de algodón. No parecían especialmente sucios. Los desplegué bien....Uf, la parte delantera estaba totalmente dada de sí."Ostias", pensé, "parece que hayan estado soportando un peso de cojones". Ja, ja... y exactamente eso era lo que habían estado aguantando. Me los puse: con mi rabo duro, ¡aún me venían grandes, en la zona donde reposan las pelotas y la polla! Joder... mi padre debía tener unas medidas de caballo... Me los quité, rápidamente, porque si no me iba a correr ya. Los acerqué a la cara, por esa misma parte de la huevera...¡qué olor! A macho... a cojonazos, a polla, a meado... Me volví loco, los apreté contra la nariz para sentir bien ese aroma a tío. No paraba de cascármela, ahora sí, a toda velocidad, gimiendo como un cerdo, con los gayumbos de mi padre en la cara. En un último olfateo profundo, no pude más: me corrí, berreando, como una fuente... Cuando me recuperé, aún tenía los calzoncillos en la cara. Los volví a dejar en la cesta, y me fuí, cansado, turbado, a hacer la siesta.

Ese verano fue la leche, literalmente. En cuanto podía, repetía la operación, si no estaban mis padres o dormían. Me volvía loco el olor de los gayumbos de mi padre, y esa sensación de estar más holgados de lo normal... Cuando, en pleno agosto, mi madre tuvo que irse unos días a cuidar a un familiar con una pierna rota, la cosa se desmadró. Por respeto a mi madre, Paco, mi padre, en casa iba con camiseta y unos pantalones cortos hasta las rodillas, holgados. Pero ahora nos quedábamos los dos hombres de la familia.

- Tinín, hijo-, recuerdo que me dijo ese primer día,- aprovecho que no estará tu madre estos días, y no me visto para estar por casa, que el calor está apretando este año...

-De acuerdo, papá, ningún problema- contesté yo, nervioso perdido, creo que siendo consciente de lo que para mí iba a ser aquello. Y lo fue.

La situación era esta: cinco de la tarde, mi padre y yo medio viendo la tele, medio haciendo la siesta. En el sofá, y él en calzoncillos (yo no podía, por miedo a que una trempera me delatase, así que seguía llevando pantalones más largos). Joooooder....no podía apartar la vista de su paquete. Ahora entendía lo de la deformación de los gayumbos que había ido pillando:¡menudo paquete que marcaba el tío! Con dos manos, no abarcabas todo el bulto... La verdad, no atinaba a discernir si era un pedazo de pollón, o un pedazo de huevos, o las dos cosas. El caso es que me pasaba el día malo. Cuando salía del lavabo, de mear, se veía una mancha en la tela, que crecía un poco más, en la parte dónde reposaba la puntita del capullo...¡Dios, me volvía loco! ¡Esos gayumbos que estaba empapando, eran los que probablemente yo iba a pillar esa misma noche!



Una de esas noches, estando yo cachondo, esperé a que mi padre se retirase a dormir, para pillar unos. Calculé en el comedor una media hora, a que el hombre cogiera el sueño, para pasar por la galería. Dicho y hecho; hacia allí iba yo cuando, al pasar al lado de la puerta del cuarto de mis padres, escuché unos gemidos. Paré un momento, escuchando, y ahora los oía con claridad, mi padre gemía como si le faltase el aire. Igual fui ingenuo, pero entré de golpe, pensando que le pasaba algo (la verdad, me asusté; mi padre pasaba de los 45, hacía unos años que llevaba una vida sedentaria, y nunca se sabe). Así que, sin llamar ni nada, abrí la puerta de golpe.

-¡Pa-pá...!¡Ostias, p-p-perdona...!-exclamé.

-¡Hijo mío!¡no, tranquilo, tranquilo...!-exclamó mi padre, intentando tranquilizarme. Mientras se tapaba como podía con el gayumbo.

Y es que, lo que mi padre estaba haciendo, como ya supondréis, era cascárse la polla con todo el gusto del mundo. ¡Jooder...lo primero que ví fue a él, sentado en el borde de la cama, de cara a la puerta, pelándose un rabazo descomunal! Le había pillado, con la luz encendida, los gayumbos por las rodillas... ¡y pelándosela a dos manos! Bueno... sí que era el rabazo, sí, lo que hacía bulto. ¡El rabazo y los cojones!¡Dios.... fue un segundo, pero ví cómo rebotaban un par de pelotas en la base del rabo que parecían dos manzanas!

Seguía clavado en la puerta, y mi padre, que se había subido los slips, hablaba:

-¡Tinín! ¡Perdona, hijo...! Verás, tu madre lleva fuera varios días, y uno es un hombre...y...bueno, seguro que tú como hombre me entiendes...-balbuceaba, rojo como un tomate.

-Sí...sí...-musitaba yo. No oía nada: sólo veía que mi padre intentaba meter todo en el gayumbo, y no podía: huevos, polla...Si de normal ya le debería costar, ahora era imposible. Por fin había metido el rabo, a presión, pero mitad de los cojones le colgaban en la cama...¡Uf, se veían llenitos de leche! Y el rabo formaba tal tienda de campaña, que parecía que iba a desgarrar el slip.

-Papá...-empecé, -no te preocupes... de verdad, te entiendo....

-¡Gracias!¡Gracias hijo! ¡Cómo has crecido, qué maduro se te ve...!-contestaba, el pobre hombre, aún con el rabo duro. No podía apatar la vista del bultazo en la tela: además, la polla estaba babeando, porque se estaba formando una mancha donde apretaba la punta de la pollaza...¡Uf! No sé cómo, pero fuí rápido:

-Papá...sólo una cosa...

-Dime, dime hijo.

-Eh... ten cuidado con la eyaculación, de no...ejem, manchar nada.... Yo, para no correr riesgos, acabo en los gayumbos...

-Va-vale...-tartamudeó mi padre, avergonzado.- Gracias, Tinín; realmente, te has hecho un hombre...

-Nada, papá, no te preocupes... Me voy, tú tranquilo.

Me fuí. ¡Había picado! No me fuí muy lejos, y me quedé en el pasillo, escuchando cómo gemía el tío... Uf, lástima no verlo, pero es que aquello ya era demasiado... En unos minutos, empezó a gemir con más intensidad, como un animal, hasta que pegó un berrido sordo. "Se ha corrido...¡se ha corrido!" pensé. Yo no podía más, tenía la polla a reventar desde que le había visto cascándosela. Se calmó; fui corriendo a mi habitación, y esperé a que todo estuviese en silencio. Bastaron unos minutos. Con cautela, alcancé la galería. ¡Y allí estaban, echos un ovillo! ¡Los gayumbos corridos de mi padre! Los agarré, con fuerza.¡Guaaaaauuuuu...! ¡Escurrían leche, literalmente! la mano se me pringó entera, y caía un hilo más grueso que delgado, hacia el suelo.¡Y el calor....! Me desenfundé la polla, y le metí caña. Me iba a correr ya. No pude más, como siempre, me los acerqué a la cara....¡Coño, cómo olían ya a centímetros.....! Estaba embarrados de lefa, embarrados de verdad. Parte de leche me resbalaba por la mano hacia el antebrazo... ¡Cómo se había corrido! Y yo, venga a pajearme, a lo bestia.... Nunca había estado más salido, ni lo estuve después. Y, en vez de seguir tocándolos y acercarlos poco a poco, no pude más, y me los pegué en toda la cara de un solo golpe, cómo si me diese yo mismo una hostia. ¡Ahhhh!¡Jooodeeeeerrrr!! Nada más sentir el impacto de la huevera empapada en toda la carita, empecé a lanzar trallazos de leche. ¡No hacía flata ni que me la menease! Me sentía un guarro de verdad, con toda la cara mojada, retorciéndome los gayumbos por ella, exprimiendo semen... En el delirio de la corrida, saqué la lengua, lamiendo aquella tela de algodón embarrada en esperma de mi padre, del polludo de mi padre...Uf.....

Me temblaban las piernas... Como pude, sin hacer ruidos, volví a mi habitación. Debía dormir, estaba reventado. "Tinín, Tinín", pensé, "no te queda leche por ver, chaval". Y, aún con la polla levantándose, dormí, rendido.​
 
Buenos días chavales! Ya os decía que estos relatos los escribí de joven, y que quedaron inconclusos… pero ánimo a cualquiera de vosotros a continuarlo 😉 Es domingo, así que toca relato también de esa época, nueva serie, espero que lo disfrutéis!

LAS AVENTURAS DE TINÍN. I Leche Condensada

Hola; mi nombre es Constantino, pero todo el mundo me conoce como Tinín. El típico mote cariñoso que a uno le ponen sus padre de pequeñín, y con el que se queda toda la vida. Tengo 45 años, casado y con dos hijos, dos chavales de 18 y 22 años. ¿Mi matrimonio? Bueno, pues lo típico: la pasión inical desaparecida, y una relación más bien basada en la complicidad y el cariño mutuo. Soy administrativo de una sucursal de uno más de los bancos de este país.

La verdad... yo qué sé si soy bi, hetero...no importa demasiado. Sin embargo, sí sé que soy fetichista. Lo he sido desde que tengo uso de razón. Y, bueno... no soy fetichista de zapatos de tacón, o braguitas de encaje, o pies.... No. Soy fetichista en relación a los calzoncillos. Unos slips de algodón, de mercadillo, de los que me compra mi mujer... me ponen burro sólo verlos, recién comprados. Me gusta sentir la polla y los huevos en la tela, marcar paquete. pero, y esto es lo bueno...todo esto se multiplica por mil si es otro tío el que lleva ese tipo de calzoncillos. No he tenido nunca una relación gay, digamos, "seria", pero, claro, poniéndome como una moto con este tema, anécdotas si ha habido. Y muchas.

De adolescente, ya tenía más que claro este tema, y en muchas de mis pajas usaba las imágenes de mis compañeros de instituto cambiándose en gimnasia, en la piscina... Más de una vez, había fantaseado con la idea de pillar unos de esos gayumbos: tocarlos, palparlos...olerlos...fiuuuuu.... pero nunca hice nada, en aquellos años. Je, que poco sabía entonces que la oportunidad se me iba a presentar en mi propia casa.

Vivía con mis padres. No éramos más de familia, soy hijo único. Mi madre era una madre más: preocupada por la casa, por atender a su hijo y a su marido. Una buena mujer. Al igual que mi padre: había trabajado siempre en la construcción, con lo que estaba, a pesar de parecer algo fondón ya en aquellos años, fortachón. Algo de barriguita, pero unos brazos fuertes, y unas piernas también gruesas y fuertes, debido al fútbol-sala que practicaba con regularidad. En fin, éramos una familia común.



Un domingo me encontré solo en casa; mis padres habían ido a visitar a unos familiares, y tenía todo el día para mí. No sé si fue el comienzo del verano, o casualidad, pero ese día, ya solo en casa, me levanté cachondo perdido. No tenía planes especiales; desayuné, bajé a dar una vuelta por el barrio... A mediodía, comiendo en casa la comida que mi madre había dejado preparada, seguía caliente como una moto. En el comedor, con la tele puesta, y yo en camiseta y con los calzoncillos formando una buena tienda de campaña. Recogí los platos, fregué, y me fui para la habitación, dispuesto a cascarme un buen pajote. En aquellos tiempos no había internet, pero sí revistas guarras como el LIB, por ejemplo. Y yo (no me preguntéis cómo las había conseguido, ya sabéis cómo son los institutos y las hormonas a esas edades) guardaba un par en el fondo de un armario. Estaban echas polvo, pobres, de corridas que me había pegado y había salpicado las páginas, o directamente las había mojado de leche. En algunos casos, no se podían ni abrir... En fin, ahí me tenéis, a las cuatro de la tarde, dándole al rabo, súpercachondo sabiéndome solito en casa. Eso me ponía más cachondo, y me levanté de la cama, sin dejar de pelármela, y dí una vuelta por casa. El estar cascándomela en la cocina, o en el cuarto de mis padres, ¡guauuuu! me ponía como a un toro. Pasé por la galería, donde estaba la lavadora, etc... Y el cesto de la ropa sucia. Y, de pronto, me quedé petrificado: la última prenda que habíamos echado al cesto eran unos calzoncillos. Y no eran míos.

No lo pude evitar, la polla me pegó un bote. Ahí seguía, de pies, agarrándome el rabo, quieto, contemplando unos calzoncillos de mi padre en el cesto. Usados. ¡Joooder....! La situación me acabó de calentar. Y, ya sabemos lo que pasa con la calentura: perdí los papeles. Sin cortarme ni pensar en las implicaciones de lo que estaba haciendo, agarré los slips. Talla media, azules, de algodón. No parecían especialmente sucios. Los desplegué bien....Uf, la parte delantera estaba totalmente dada de sí."Ostias", pensé, "parece que hayan estado soportando un peso de cojones". Ja, ja... y exactamente eso era lo que habían estado aguantando. Me los puse: con mi rabo duro, ¡aún me venían grandes, en la zona donde reposan las pelotas y la polla! Joder... mi padre debía tener unas medidas de caballo... Me los quité, rápidamente, porque si no me iba a correr ya. Los acerqué a la cara, por esa misma parte de la huevera...¡qué olor! A macho... a cojonazos, a polla, a meado... Me volví loco, los apreté contra la nariz para sentir bien ese aroma a tío. No paraba de cascármela, ahora sí, a toda velocidad, gimiendo como un cerdo, con los gayumbos de mi padre en la cara. En un último olfateo profundo, no pude más: me corrí, berreando, como una fuente... Cuando me recuperé, aún tenía los calzoncillos en la cara. Los volví a dejar en la cesta, y me fuí, cansado, turbado, a hacer la siesta.

Ese verano fue la leche, literalmente. En cuanto podía, repetía la operación, si no estaban mis padres o dormían. Me volvía loco el olor de los gayumbos de mi padre, y esa sensación de estar más holgados de lo normal... Cuando, en pleno agosto, mi madre tuvo que irse unos días a cuidar a un familiar con una pierna rota, la cosa se desmadró. Por respeto a mi madre, Paco, mi padre, en casa iba con camiseta y unos pantalones cortos hasta las rodillas, holgados. Pero ahora nos quedábamos los dos hombres de la familia.

- Tinín, hijo-, recuerdo que me dijo ese primer día,- aprovecho que no estará tu madre estos días, y no me visto para estar por casa, que el calor está apretando este año...

-De acuerdo, papá, ningún problema- contesté yo, nervioso perdido, creo que siendo consciente de lo que para mí iba a ser aquello. Y lo fue.

La situación era esta: cinco de la tarde, mi padre y yo medio viendo la tele, medio haciendo la siesta. En el sofá, y él en calzoncillos (yo no podía, por miedo a que una trempera me delatase, así que seguía llevando pantalones más largos). Joooooder....no podía apartar la vista de su paquete. Ahora entendía lo de la deformación de los gayumbos que había ido pillando:¡menudo paquete que marcaba el tío! Con dos manos, no abarcabas todo el bulto... La verdad, no atinaba a discernir si era un pedazo de pollón, o un pedazo de huevos, o las dos cosas. El caso es que me pasaba el día malo. Cuando salía del lavabo, de mear, se veía una mancha en la tela, que crecía un poco más, en la parte dónde reposaba la puntita del capullo...¡Dios, me volvía loco! ¡Esos gayumbos que estaba empapando, eran los que probablemente yo iba a pillar esa misma noche!



Una de esas noches, estando yo cachondo, esperé a que mi padre se retirase a dormir, para pillar unos. Calculé en el comedor una media hora, a que el hombre cogiera el sueño, para pasar por la galería. Dicho y hecho; hacia allí iba yo cuando, al pasar al lado de la puerta del cuarto de mis padres, escuché unos gemidos. Paré un momento, escuchando, y ahora los oía con claridad, mi padre gemía como si le faltase el aire. Igual fui ingenuo, pero entré de golpe, pensando que le pasaba algo (la verdad, me asusté; mi padre pasaba de los 45, hacía unos años que llevaba una vida sedentaria, y nunca se sabe). Así que, sin llamar ni nada, abrí la puerta de golpe.

-¡Pa-pá...!¡Ostias, p-p-perdona...!-exclamé.

-¡Hijo mío!¡no, tranquilo, tranquilo...!-exclamó mi padre, intentando tranquilizarme. Mientras se tapaba como podía con el gayumbo.

Y es que, lo que mi padre estaba haciendo, como ya supondréis, era cascárse la polla con todo el gusto del mundo. ¡Jooder...lo primero que ví fue a él, sentado en el borde de la cama, de cara a la puerta, pelándose un rabazo descomunal! Le había pillado, con la luz encendida, los gayumbos por las rodillas... ¡y pelándosela a dos manos! Bueno... sí que era el rabazo, sí, lo que hacía bulto. ¡El rabazo y los cojones!¡Dios.... fue un segundo, pero ví cómo rebotaban un par de pelotas en la base del rabo que parecían dos manzanas!

Seguía clavado en la puerta, y mi padre, que se había subido los slips, hablaba:

-¡Tinín! ¡Perdona, hijo...! Verás, tu madre lleva fuera varios días, y uno es un hombre...y...bueno, seguro que tú como hombre me entiendes...-balbuceaba, rojo como un tomate.

-Sí...sí...-musitaba yo. No oía nada: sólo veía que mi padre intentaba meter todo en el gayumbo, y no podía: huevos, polla...Si de normal ya le debería costar, ahora era imposible. Por fin había metido el rabo, a presión, pero mitad de los cojones le colgaban en la cama...¡Uf, se veían llenitos de leche! Y el rabo formaba tal tienda de campaña, que parecía que iba a desgarrar el slip.

-Papá...-empecé, -no te preocupes... de verdad, te entiendo....

-¡Gracias!¡Gracias hijo! ¡Cómo has crecido, qué maduro se te ve...!-contestaba, el pobre hombre, aún con el rabo duro. No podía apatar la vista del bultazo en la tela: además, la polla estaba babeando, porque se estaba formando una mancha donde apretaba la punta de la pollaza...¡Uf! No sé cómo, pero fuí rápido:

-Papá...sólo una cosa...

-Dime, dime hijo.

-Eh... ten cuidado con la eyaculación, de no...ejem, manchar nada.... Yo, para no correr riesgos, acabo en los gayumbos...

-Va-vale...-tartamudeó mi padre, avergonzado.- Gracias, Tinín; realmente, te has hecho un hombre...

-Nada, papá, no te preocupes... Me voy, tú tranquilo.

Me fuí. ¡Había picado! No me fuí muy lejos, y me quedé en el pasillo, escuchando cómo gemía el tío... Uf, lástima no verlo, pero es que aquello ya era demasiado... En unos minutos, empezó a gemir con más intensidad, como un animal, hasta que pegó un berrido sordo. "Se ha corrido...¡se ha corrido!" pensé. Yo no podía más, tenía la polla a reventar desde que le había visto cascándosela. Se calmó; fui corriendo a mi habitación, y esperé a que todo estuviese en silencio. Bastaron unos minutos. Con cautela, alcancé la galería. ¡Y allí estaban, echos un ovillo! ¡Los gayumbos corridos de mi padre! Los agarré, con fuerza.¡Guaaaaauuuuu...! ¡Escurrían leche, literalmente! la mano se me pringó entera, y caía un hilo más grueso que delgado, hacia el suelo.¡Y el calor....! Me desenfundé la polla, y le metí caña. Me iba a correr ya. No pude más, como siempre, me los acerqué a la cara....¡Coño, cómo olían ya a centímetros.....! Estaba embarrados de lefa, embarrados de verdad. Parte de leche me resbalaba por la mano hacia el antebrazo... ¡Cómo se había corrido! Y yo, venga a pajearme, a lo bestia.... Nunca había estado más salido, ni lo estuve después. Y, en vez de seguir tocándolos y acercarlos poco a poco, no pude más, y me los pegué en toda la cara de un solo golpe, cómo si me diese yo mismo una hostia. ¡Ahhhh!¡Jooodeeeeerrrr!! Nada más sentir el impacto de la huevera empapada en toda la carita, empecé a lanzar trallazos de leche. ¡No hacía flata ni que me la menease! Me sentía un guarro de verdad, con toda la cara mojada, retorciéndome los gayumbos por ella, exprimiendo semen... En el delirio de la corrida, saqué la lengua, lamiendo aquella tela de algodón embarrada en esperma de mi padre, del polludo de mi padre...Uf.....

Me temblaban las piernas... Como pude, sin hacer ruidos, volví a mi habitación. Debía dormir, estaba reventado. "Tinín, Tinín", pensé, "no te queda leche por ver, chaval". Y, aún con la polla levantándose, dormí, rendido.​
Veo que no soy el único al que le pone la ropa interior usada.
 
Chavales! Segunda parte del relato padre-hijo… y gayumbos 🤣

LAS AVENTURAS DE TINÍN II. De Tal Palo, Tal Astilla

Normalmente, en esos días en que estábamos solos, yo me ocupaba de las tareas de casa: hacer las camas, limpiar, poner lavadoras... Y, al día siguiente, decidí guardarme aquellos gayumbos. Ya estaban secos, pero el olor continuaba siendo muy fuerte, así que pensé en conservarlos para futuras pajas.



Pasaban los días; mi madre continuaba en el pueblo, y tendría que estar por allí al menos un par de semanas más. Yo seguía, cuándo podía, pillando calzoncillos de mi padre, aunque no conseguía ninguno corrido como el que guardaba; supongo que tenía cuidado y usaba kleenex. No importaba, aún tenía el recuerdo de aquella imagen pajeándose, y guardaba en mi habitación los slips originales.

Era verano, y, siendo adolescente, la verdad es que me pasaba el día en la calle; playa, colegas.... Un fin de semana, decidimos marchar fuera, a un pueblo de la costa. Fue una buena salida: playa, risas, algo de alcohol, algo de porros... Estábamos en un apartahotel, y compartía habitación con Sebas y Antonio, dos buenos amigos. Ni que decir tiene que me calentaba el verles en calzoncillos por la habitación, al acostarse o levantarse, y que pensé en la idea de pillar unos calzoncillos de alguno de los dos, pero no me atreví. Y eso que el burro de Sebas sólo se había traído una muda, aparte del bañador, y el domingo, el slip debía cantar de la hostia... Antonio y yo nos metíamos con él, llamanándole guarro, pero...uf, yo sí que le hubiese metido otra cosa...

El domingo por la noche, volvimos a Madrid; tenía ganas de llegar a casa para pajearme bien, después de ese fin de semana sin hacer nada. Era de noche cuando llegué. Mi padre, como siempre en calzoncillos, estaba cenando, mientras veía la tele.

- ¡Papá, buenas!- saludé, contento.

- Hola. Hola, hijo.-me extrañó que estuviese tan serio.

- Bueno... Voy a hacerme un bocata, y me retiro. ¡Estoy reventado!

- Eh... Muy bien, hijo.

Me escamaba esa seriedad, y el no preguntar cómo había ido; me hice un bocata, y me senté en la mesa, con mi padre. Los dos comíamos en silencio, y la expresión de él era de preocupación.

- Papá...- empecé.- ¿te pasa algo?

- No... Hijo, es que... no sé cómo decirlo- titubeaba él.

- ¿Le ha pasado algo a máma?- interrogué, preocupado.

- No, no, Tinín, tranquilo... No es nada de eso.

- Bueno... ¿entonces? Coño, estás muy serio, ni me has preguntado cómo ha ido el finde...

- Tinín, verás... El sábado por la mañana, recogiendo la casa, y las habitaciones, encontré una cosa que no me gustó nada...

¡Mierda! De golpe, me puse rojo. ¡Qué idiota! ¡Qué poca cabeza la mía! Había hecho la maleta el viernes, tarde, a toda prisa, y había dejado el cuarto sin recoger. Seguramente mi padre, viendo el follón de ropa por la cama, el sábado habría hecho limpieza. Y, idiota de mí, guardaba aquellos gayumbos suyos en el cuarto, en una silla tapados por una camisa. Joder, joder, joder.... indudablemente, los tenía que haber visto. No sabía qué decir ni a donde mirar, y permanecía con la cabeza agachada, mirando la mesa.

- Ya sabes a lo que me refiero, ¿no?- siguió mi padre.

- S-sí - musité. -Papá, yo... no sé qu-qué de-de-decir... Por favor, no pienses que...- estaba al borde del llanto, en serio.

- Tinín, hijo- mi padre apoyó su mano en mi antebrazo, tranquilizándome. - Es que... no sé, tampoco sé qué pensar...¿Qué hacías con unos slips míos usados en tu cuarto?

- Papá...No sé; los cogí...y no sé...-seguía presionando dulcemente mi antebrazo, pero yo sentía que los ojos se me estaban llenando de lágrimas, y que seguía rojo como un tomate.

- Hijo... Tranquilo, tranquilo. Eh....te...te gu-gustan las chicas, ¿no?

Pobre hombre; de verdad, también él estaba pasando un mal trago.

- ¡Papá, claro que sí! ¡No soy maricón! -repliqué, con las lágrimas ya rodando por mis mejillas.

- ¡Hijo mío, no llores! ¡Tranquilo, no pasa nada, sea como sea!

- ¡Pero es que no lo soy! No sé por qué los cogí, papá... Lo siento mucho...

- Tinín... Yo te quiero mucho, soy tu padre, no importa, y te voy a seguir queriendo seas gay o no...

- ¡Que no lo soy! ¡Papá, te lo juro!

- Está bien, está bien... Tranquilízate, hijo...

Seguimos sentados en la mesa; a pesar de estar medio llorando, me había tranquilizado un poco. Mi padre me había soltado el antebrazo, y comía con lentitud. Yo suplicaba que olvidásemos todo, y sólo tenía ganas de irme a mi habitación y estar solo. Cuando estaba a punto de levantarme, mi padre volvió a hablar.

- Hijo, siento mucho que te hayas puesto así. Mejor será olvidar todo esto-. "Ojalá", pensé yo. -Es sólo que... bueno, me ha sorprendido encontrarme esos slips en tu cuarto; además, son los de la...ejem, la otra noche, así que debían estar empapados de leche.

De golpe, pasé de estar rojo a estar blanco. Las palabras en boca de mi padre "empapados de leche" me habían hecho pasar toda la vergüenza, para quedarme helado.

- Eh... sí, s-son esos, papá...- musité. No sabía ni lo que decía.

- Ya, ya...-continuó él. - Debían apestar a semen, ¿no?

¡Ostiaaaaas! El rumbo que estaban tomando las cosas, no me gustaba nada. Todo era como irreal...salvo los latidos que notaba en mi bragueta cada vez que mi padre usaba una palabra como "leche" o "semen".

-Lo digo-continuó,- porque te hice caso, y acabé en los calzoncillos. Y como suelo correrme en abundancia...

¡Yo estaba alucinando!

- ¿Te has...ejem... los has..eh...olido? ¿Los cogiste por eso...? - habló mi padre, con voz ronca. ¿Era posible? Ostias, sonaba a que se estaba calentando con el temita...

- Yo... Bueno, los cogí... y...- balbuceaba yo.

- ¿Y...? ¿Qu-qué hacías con e-e-ellos...?- uf.... mi padre casi jadeaba.

- Bueno... Me...glups, me gusta...o-olerlos, papá....

Ya está; no había más salida, había confesado.

-¿Olerlos...? -repitió mi padre, en un jadeo.

- Yo.... bueno, sí... me...me pone caliente.... - y en ese momento, sí que estaba caliente. Llevaba una camiseta y unos tejanos, y la bragueta me iba a reventar...

- Pero, -siguió él, - ¿te gustan las pollas, hijo?

- ¡No, no! No, papá... Pero los gayumbos, bueno... me ponen.

- O sea, que es sólo un fetiche...

- Sí; sí, supongo que es eso...

Mi padre se me quedó mirando, con una mirada rara. Y entonces, dijo:

- Hum... Lo supuse, cuando me los encontré el sábado... Y, hijo mío, la verdad es que esa idea...No sé cómo decirlo, me ha tenido todo el fin de semana excitado...

- ¿Excitado? - ¿qué coño estaba pasando?

- Cachondo, hijo, cachondísimo.... No te has fijado, ¿verdad?

- ¿Fijarme...?

- Mira...

Y se movió, tirando de la silla para atrás, apartándose de la mesa. Con todo barullo, no me había dado cuenta: ¡llevaba esos mismo gayumbos! ¡Joooder, me quedé aún más alucinado! Además, Dios mío... los huevos se salían por los lados. Yo no sé si se había puesto cahondo con la conversación, o ya lo estaba, pero tenía aquél pollón durísimo, tensando la tela.

- ¡Jooder, papá....! ¡Son los gayumbos famosos....!

-Sí, hijo, sí- contestó, acariciándose por encima, levemente. - Acércate, acércate un poco...

Lo hice; acerqué mi cara a la entrepierna de mi padre: ¡osstiaaaaasss! No estaba ni a 50 centímetros, y se me llenaron las fosas nasales de olor a lefa.

-¡ Jooder, papá....! ¡No los has lavado, pero, además...!

- ¡Sí! -me cortó él rápidamente, - los he usado todo el fin de semana, hijo mío, pensando en tí, oliéndolos...

- ¡Uf....!

- Sí... Y la verdad es que me he pajeado no sé cuántas veces... ¡con ellos puestos!

Ahora entendía ese pestazo... Entre aguantar la polla, los cojones, los restos de meadas y vete a saber tú cuántas lechadas, estaban impregnados de olor de macho guarro. Y parecía ser que mi padre lo era.

- ¡Ostia, papá! Huelen que apestan...

- Sí, hijo... Son para tí, son para tí... -decía él, acariciándose con más intensidad el rabote comprimido en los slips. -¡Uf....! Y espérate, que como siga así, los pringo una vez más....

- ¡Joder...! Se les ve hechos un ascazo, papá....

- ¡Oh...! Ja, ja, ja... están...uf, están acartonados...

- No me jodas....

- Uf.... Toca, tócalos y lo verás....- mi padre había perdido toda convicción, y se mostraba como un auténtico cerdako. Ahí, sentados, uno frente a otro: yo, con la bragueta que me reventaba, y mi padre, con las piernas bien abiertas y los huevos que se salían, pajeándose ese pedazo de tranca sobre la tela.- ¡Toca, toca, hijo...! ¡Me cago en la puta, parece que tenga la polla metida en un cartón, coño!

- ¡Espera, a ver si es verdad...!- y la verdad es que yo también había perdido toda conciencia y vergüenza: el latido de mi polla en los tejanos guiaba mis pasos. Estiré el brazo, y, con mucha lentitud, apoyé la mano en la tela, cuidando de no tocar los huevazos. ¡Coooño! ¡Ardía, estaba calentísimo y, tenía razón mi padre, tenía la textura del cartón! Continuaba acariciando la tela, sentía debajo la enorme polla palpitando, y la mano de mi padre chocaba con la mía, ahora acariciándose más rápidamente.

- ¡Guauuuu....! -gemía mi padre, - ¡así...! ¡Joder, puedes palparme el rabo, por encima de la tela, hijo!

- ¡Sí....! ¡Pero lo que me gusta, es que la vas a romper, al final...!

- ¡Ja, ja, ja....! ¡Uf...! ¡To-toca... toca la punta donde está el capullo, hijo....!¡Está dura..la tela...del puto..ah...del puto calzoncillo, ¿eh...?

- A ver.... Deja, deja sitio, papá...-paró un momento de meneársela, con los brazos a los lados. ¡Qué situación! Ahí sentado, enfrente mío, quieto, con las piernas peludas abiertas de par en par, y todo aquél paquetón, con un pollón de caballo, palpitando...los cojonazos saliéndose, imposible de ajustar en la tela... el aroma a lefa inpregnando todo. ¡Uf....! No lo dudé un instante: apoyé la palma de mi mano justo en la puntita del rabo.

- ¡Aaaaahhhhhh!- gimió mi padre.

- ¡Ostias, ostias....! -gritaba yo, salidísimo; me dolía la polla de lo dura que estaba.

- ¡JOOOOODERR!- berreó mi padre cuando empecé a frotar la puntita con la palma, - ¡los voy a reventar, hijo! ¡Para tí, voy a reventar los putos gayumbos a manguerazoooos!

Dejé de jugar con la palma, y me dediqué a frotar la punta con los dedos. Mi padre dió un golpe de caderas, hacia arriba, apretando bien la polla contra mis dedos.

- ¡Papaaaaaaaaá...! ¡Estás empezando a pringarlo de nuevooooo!

- ¡Aahhhh! ¡Joooder...sí...! ¡Para tí, cabronceteeeeee....! ¡Toma babeo....toooomaaa...!

Y así era; una enorme mancha de precum se extaba extendiendo por toda la tela. Mis dedos estaban mojados, traspasaba el gayumbo acartonado, y me pringaba.

- ¡Papá! ¡Papá...! Uf.... no aguanto más... ¡córrete, córrete en ellos y pásamelos!

- ¡Hijoooooo! ¡Estoy a puntito... a puntitooooo....!- gemía. Seguía sin tocarse, disfrutando de mis fricciones en el capullo, que parecía una fuente.No pude más; de pronto, agarré con una mano todo lo que podía de polla, a través del slip y, con la otra mano, imaginando que así se correría de una vez, le amasé bien las pelotas que reposaban sobre la silla. El efecto fue inmediato:

- ¡AAAAAHHHHHHH! ¡HIJOOOOO MÍIOOOOOOO!! ¡ME CORRO...ME CORRROOO EN LOS PUTOS CALZONCILLOS....!!

- ¡SIII....! -contestaba yo, con la cara a un palmo de semejante entrepierna.

- ¡AHIIII VAAAAAA!!!!! ¡ME LOS CARGO... COÑOOO...ME LOS CARGO A LECHADAS!

Y, de golpe, empezó a manar leche... ¡Uaaaaaa! ¡Traspasaba la tela, me estaba pringando la mano, y resbalaba por todos los sitios!! ¡Ostias, en la silla se estaba formando un charco!!

- ¡JOOODER, PAPAAAAÁ!! ¡Asíi....!

- ¡CUIDAOOOO!!! ¡QUE VIENE LO GORDOOOOOO!!! -y, efectivamente; mientras miraba enlecharse mi mano, los gayumbos, todo, un par de chorros más salieron con tal potencia que, incluso a través de la tela, volaron hasta mi cara.

- ¡JOOOODER GUARROOOOOOO!!

- ¡JAJAJAJA! -reía el tío, perdida toda compostura, -¡TOOOMA...TE ESTOY REGANDO DE LECHE, CHAVAAAAAAL!!!!



Y era cierto; tan cierto como que, al sentir el impacto en mi mejilla, no había podido más, y me había corrido como un cerdo, sin tocarme, en los tejanos.

- ¡Oh....! ¡Joooder.... qué gustazo, coño....! -resoplaba mi padre, después de los cañonazos de leche. Aún le goteaba la polla, pero era evidente que el corridón había acabado.

- ¡Papá.....! Uf... qué fuerte....

- Hijo, hijo.... Anda, anda... toma, toma.... para tí...

Y diciendo esto, se quitó los calzoncillos, entregándomelos. Chorreaban.

- Oh.... Papá...

- Hijo... qué bueno....

Nos levantamos, empapados, mi padre desnudo, con el rabo aún grande descansando sobre los huevacos.

- Bueno...- dijo, - una buena ducha, es lo que toca ahora; y a dormir.

- Oh... papá, qué heavy ha sido... no sé cómo agradecértelo...guauuuu...

- Tranquilo, hijo, tranquilo... Aún quedan días para que vuelva tu madre, y tengo leche y calzoncillos de sobra para tí. Y para los dos -dijo, guiñándome un ojo.

- ¿Có-como...?- tartamudeé... con el rabo de nuevo despertando. Joooder, mi padre era un guarro de categoría. ¡Para que luego digan de la genética!​
 
Chavales! Segunda parte del relato padre-hijo… y gayumbos 🤣

LAS AVENTURAS DE TINÍN II. De Tal Palo, Tal Astilla

Normalmente, en esos días en que estábamos solos, yo me ocupaba de las tareas de casa: hacer las camas, limpiar, poner lavadoras... Y, al día siguiente, decidí guardarme aquellos gayumbos. Ya estaban secos, pero el olor continuaba siendo muy fuerte, así que pensé en conservarlos para futuras pajas.



Pasaban los días; mi madre continuaba en el pueblo, y tendría que estar por allí al menos un par de semanas más. Yo seguía, cuándo podía, pillando calzoncillos de mi padre, aunque no conseguía ninguno corrido como el que guardaba; supongo que tenía cuidado y usaba kleenex. No importaba, aún tenía el recuerdo de aquella imagen pajeándose, y guardaba en mi habitación los slips originales.

Era verano, y, siendo adolescente, la verdad es que me pasaba el día en la calle; playa, colegas.... Un fin de semana, decidimos marchar fuera, a un pueblo de la costa. Fue una buena salida: playa, risas, algo de alcohol, algo de porros... Estábamos en un apartahotel, y compartía habitación con Sebas y Antonio, dos buenos amigos. Ni que decir tiene que me calentaba el verles en calzoncillos por la habitación, al acostarse o levantarse, y que pensé en la idea de pillar unos calzoncillos de alguno de los dos, pero no me atreví. Y eso que el burro de Sebas sólo se había traído una muda, aparte del bañador, y el domingo, el slip debía cantar de la hostia... Antonio y yo nos metíamos con él, llamanándole guarro, pero...uf, yo sí que le hubiese metido otra cosa...

El domingo por la noche, volvimos a Madrid; tenía ganas de llegar a casa para pajearme bien, después de ese fin de semana sin hacer nada. Era de noche cuando llegué. Mi padre, como siempre en calzoncillos, estaba cenando, mientras veía la tele.

- ¡Papá, buenas!- saludé, contento.

- Hola. Hola, hijo.-me extrañó que estuviese tan serio.

- Bueno... Voy a hacerme un bocata, y me retiro. ¡Estoy reventado!

- Eh... Muy bien, hijo.

Me escamaba esa seriedad, y el no preguntar cómo había ido; me hice un bocata, y me senté en la mesa, con mi padre. Los dos comíamos en silencio, y la expresión de él era de preocupación.

- Papá...- empecé.- ¿te pasa algo?

- No... Hijo, es que... no sé cómo decirlo- titubeaba él.

- ¿Le ha pasado algo a máma?- interrogué, preocupado.

- No, no, Tinín, tranquilo... No es nada de eso.

- Bueno... ¿entonces? Coño, estás muy serio, ni me has preguntado cómo ha ido el finde...

- Tinín, verás... El sábado por la mañana, recogiendo la casa, y las habitaciones, encontré una cosa que no me gustó nada...

¡Mierda! De golpe, me puse rojo. ¡Qué idiota! ¡Qué poca cabeza la mía! Había hecho la maleta el viernes, tarde, a toda prisa, y había dejado el cuarto sin recoger. Seguramente mi padre, viendo el follón de ropa por la cama, el sábado habría hecho limpieza. Y, idiota de mí, guardaba aquellos gayumbos suyos en el cuarto, en una silla tapados por una camisa. Joder, joder, joder.... indudablemente, los tenía que haber visto. No sabía qué decir ni a donde mirar, y permanecía con la cabeza agachada, mirando la mesa.

- Ya sabes a lo que me refiero, ¿no?- siguió mi padre.

- S-sí - musité. -Papá, yo... no sé qu-qué de-de-decir... Por favor, no pienses que...- estaba al borde del llanto, en serio.

- Tinín, hijo- mi padre apoyó su mano en mi antebrazo, tranquilizándome. - Es que... no sé, tampoco sé qué pensar...¿Qué hacías con unos slips míos usados en tu cuarto?

- Papá...No sé; los cogí...y no sé...-seguía presionando dulcemente mi antebrazo, pero yo sentía que los ojos se me estaban llenando de lágrimas, y que seguía rojo como un tomate.

- Hijo... Tranquilo, tranquilo. Eh....te...te gu-gustan las chicas, ¿no?

Pobre hombre; de verdad, también él estaba pasando un mal trago.

- ¡Papá, claro que sí! ¡No soy maricón! -repliqué, con las lágrimas ya rodando por mis mejillas.

- ¡Hijo mío, no llores! ¡Tranquilo, no pasa nada, sea como sea!

- ¡Pero es que no lo soy! No sé por qué los cogí, papá... Lo siento mucho...

- Tinín... Yo te quiero mucho, soy tu padre, no importa, y te voy a seguir queriendo seas gay o no...

- ¡Que no lo soy! ¡Papá, te lo juro!

- Está bien, está bien... Tranquilízate, hijo...

Seguimos sentados en la mesa; a pesar de estar medio llorando, me había tranquilizado un poco. Mi padre me había soltado el antebrazo, y comía con lentitud. Yo suplicaba que olvidásemos todo, y sólo tenía ganas de irme a mi habitación y estar solo. Cuando estaba a punto de levantarme, mi padre volvió a hablar.

- Hijo, siento mucho que te hayas puesto así. Mejor será olvidar todo esto-. "Ojalá", pensé yo. -Es sólo que... bueno, me ha sorprendido encontrarme esos slips en tu cuarto; además, son los de la...ejem, la otra noche, así que debían estar empapados de leche.

De golpe, pasé de estar rojo a estar blanco. Las palabras en boca de mi padre "empapados de leche" me habían hecho pasar toda la vergüenza, para quedarme helado.

- Eh... sí, s-son esos, papá...- musité. No sabía ni lo que decía.

- Ya, ya...-continuó él. - Debían apestar a semen, ¿no?

¡Ostiaaaaas! El rumbo que estaban tomando las cosas, no me gustaba nada. Todo era como irreal...salvo los latidos que notaba en mi bragueta cada vez que mi padre usaba una palabra como "leche" o "semen".

-Lo digo-continuó,- porque te hice caso, y acabé en los calzoncillos. Y como suelo correrme en abundancia...

¡Yo estaba alucinando!

- ¿Te has...ejem... los has..eh...olido? ¿Los cogiste por eso...? - habló mi padre, con voz ronca. ¿Era posible? Ostias, sonaba a que se estaba calentando con el temita...

- Yo... Bueno, los cogí... y...- balbuceaba yo.

- ¿Y...? ¿Qu-qué hacías con e-e-ellos...?- uf.... mi padre casi jadeaba.

- Bueno... Me...glups, me gusta...o-olerlos, papá....

Ya está; no había más salida, había confesado.

-¿Olerlos...? -repitió mi padre, en un jadeo.

- Yo.... bueno, sí... me...me pone caliente.... - y en ese momento, sí que estaba caliente. Llevaba una camiseta y unos tejanos, y la bragueta me iba a reventar...

- Pero, -siguió él, - ¿te gustan las pollas, hijo?

- ¡No, no! No, papá... Pero los gayumbos, bueno... me ponen.

- O sea, que es sólo un fetiche...

- Sí; sí, supongo que es eso...

Mi padre se me quedó mirando, con una mirada rara. Y entonces, dijo:

- Hum... Lo supuse, cuando me los encontré el sábado... Y, hijo mío, la verdad es que esa idea...No sé cómo decirlo, me ha tenido todo el fin de semana excitado...

- ¿Excitado? - ¿qué coño estaba pasando?

- Cachondo, hijo, cachondísimo.... No te has fijado, ¿verdad?

- ¿Fijarme...?

- Mira...

Y se movió, tirando de la silla para atrás, apartándose de la mesa. Con todo barullo, no me había dado cuenta: ¡llevaba esos mismo gayumbos! ¡Joooder, me quedé aún más alucinado! Además, Dios mío... los huevos se salían por los lados. Yo no sé si se había puesto cahondo con la conversación, o ya lo estaba, pero tenía aquél pollón durísimo, tensando la tela.

- ¡Jooder, papá....! ¡Son los gayumbos famosos....!

-Sí, hijo, sí- contestó, acariciándose por encima, levemente. - Acércate, acércate un poco...

Lo hice; acerqué mi cara a la entrepierna de mi padre: ¡osstiaaaaasss! No estaba ni a 50 centímetros, y se me llenaron las fosas nasales de olor a lefa.

-¡ Jooder, papá....! ¡No los has lavado, pero, además...!

- ¡Sí! -me cortó él rápidamente, - los he usado todo el fin de semana, hijo mío, pensando en tí, oliéndolos...

- ¡Uf....!

- Sí... Y la verdad es que me he pajeado no sé cuántas veces... ¡con ellos puestos!

Ahora entendía ese pestazo... Entre aguantar la polla, los cojones, los restos de meadas y vete a saber tú cuántas lechadas, estaban impregnados de olor de macho guarro. Y parecía ser que mi padre lo era.

- ¡Ostia, papá! Huelen que apestan...

- Sí, hijo... Son para tí, son para tí... -decía él, acariciándose con más intensidad el rabote comprimido en los slips. -¡Uf....! Y espérate, que como siga así, los pringo una vez más....

- ¡Joder...! Se les ve hechos un ascazo, papá....

- ¡Oh...! Ja, ja, ja... están...uf, están acartonados...

- No me jodas....

- Uf.... Toca, tócalos y lo verás....- mi padre había perdido toda convicción, y se mostraba como un auténtico cerdako. Ahí, sentados, uno frente a otro: yo, con la bragueta que me reventaba, y mi padre, con las piernas bien abiertas y los huevos que se salían, pajeándose ese pedazo de tranca sobre la tela.- ¡Toca, toca, hijo...! ¡Me cago en la puta, parece que tenga la polla metida en un cartón, coño!

- ¡Espera, a ver si es verdad...!- y la verdad es que yo también había perdido toda conciencia y vergüenza: el latido de mi polla en los tejanos guiaba mis pasos. Estiré el brazo, y, con mucha lentitud, apoyé la mano en la tela, cuidando de no tocar los huevazos. ¡Coooño! ¡Ardía, estaba calentísimo y, tenía razón mi padre, tenía la textura del cartón! Continuaba acariciando la tela, sentía debajo la enorme polla palpitando, y la mano de mi padre chocaba con la mía, ahora acariciándose más rápidamente.

- ¡Guauuuu....! -gemía mi padre, - ¡así...! ¡Joder, puedes palparme el rabo, por encima de la tela, hijo!

- ¡Sí....! ¡Pero lo que me gusta, es que la vas a romper, al final...!

- ¡Ja, ja, ja....! ¡Uf...! ¡To-toca... toca la punta donde está el capullo, hijo....!¡Está dura..la tela...del puto..ah...del puto calzoncillo, ¿eh...?

- A ver.... Deja, deja sitio, papá...-paró un momento de meneársela, con los brazos a los lados. ¡Qué situación! Ahí sentado, enfrente mío, quieto, con las piernas peludas abiertas de par en par, y todo aquél paquetón, con un pollón de caballo, palpitando...los cojonazos saliéndose, imposible de ajustar en la tela... el aroma a lefa inpregnando todo. ¡Uf....! No lo dudé un instante: apoyé la palma de mi mano justo en la puntita del rabo.

- ¡Aaaaahhhhhh!- gimió mi padre.

- ¡Ostias, ostias....! -gritaba yo, salidísimo; me dolía la polla de lo dura que estaba.

- ¡JOOOOODERR!- berreó mi padre cuando empecé a frotar la puntita con la palma, - ¡los voy a reventar, hijo! ¡Para tí, voy a reventar los putos gayumbos a manguerazoooos!

Dejé de jugar con la palma, y me dediqué a frotar la punta con los dedos. Mi padre dió un golpe de caderas, hacia arriba, apretando bien la polla contra mis dedos.

- ¡Papaaaaaaaaá...! ¡Estás empezando a pringarlo de nuevooooo!

- ¡Aahhhh! ¡Joooder...sí...! ¡Para tí, cabronceteeeeee....! ¡Toma babeo....toooomaaa...!

Y así era; una enorme mancha de precum se extaba extendiendo por toda la tela. Mis dedos estaban mojados, traspasaba el gayumbo acartonado, y me pringaba.

- ¡Papá! ¡Papá...! Uf.... no aguanto más... ¡córrete, córrete en ellos y pásamelos!

- ¡Hijoooooo! ¡Estoy a puntito... a puntitooooo....!- gemía. Seguía sin tocarse, disfrutando de mis fricciones en el capullo, que parecía una fuente.No pude más; de pronto, agarré con una mano todo lo que podía de polla, a través del slip y, con la otra mano, imaginando que así se correría de una vez, le amasé bien las pelotas que reposaban sobre la silla. El efecto fue inmediato:

- ¡AAAAAHHHHHHH! ¡HIJOOOOO MÍIOOOOOOO!! ¡ME CORRO...ME CORRROOO EN LOS PUTOS CALZONCILLOS....!!

- ¡SIII....! -contestaba yo, con la cara a un palmo de semejante entrepierna.

- ¡AHIIII VAAAAAA!!!!! ¡ME LOS CARGO... COÑOOO...ME LOS CARGO A LECHADAS!

Y, de golpe, empezó a manar leche... ¡Uaaaaaa! ¡Traspasaba la tela, me estaba pringando la mano, y resbalaba por todos los sitios!! ¡Ostias, en la silla se estaba formando un charco!!

- ¡JOOODER, PAPAAAAÁ!! ¡Asíi....!

- ¡CUIDAOOOO!!! ¡QUE VIENE LO GORDOOOOOO!!! -y, efectivamente; mientras miraba enlecharse mi mano, los gayumbos, todo, un par de chorros más salieron con tal potencia que, incluso a través de la tela, volaron hasta mi cara.

- ¡JOOOODER GUARROOOOOOO!!

- ¡JAJAJAJA! -reía el tío, perdida toda compostura, -¡TOOOMA...TE ESTOY REGANDO DE LECHE, CHAVAAAAAAL!!!!



Y era cierto; tan cierto como que, al sentir el impacto en mi mejilla, no había podido más, y me había corrido como un cerdo, sin tocarme, en los tejanos.

- ¡Oh....! ¡Joooder.... qué gustazo, coño....! -resoplaba mi padre, después de los cañonazos de leche. Aún le goteaba la polla, pero era evidente que el corridón había acabado.

- ¡Papá.....! Uf... qué fuerte....

- Hijo, hijo.... Anda, anda... toma, toma.... para tí...

Y diciendo esto, se quitó los calzoncillos, entregándomelos. Chorreaban.

- Oh.... Papá...

- Hijo... qué bueno....

Nos levantamos, empapados, mi padre desnudo, con el rabo aún grande descansando sobre los huevacos.

- Bueno...- dijo, - una buena ducha, es lo que toca ahora; y a dormir.

- Oh... papá, qué heavy ha sido... no sé cómo agradecértelo...guauuuu...

- Tranquilo, hijo, tranquilo... Aún quedan días para que vuelva tu madre, y tengo leche y calzoncillos de sobra para tí. Y para los dos -dijo, guiñándome un ojo.

- ¿Có-como...?- tartamudeé... con el rabo de nuevo despertando. Joooder, mi padre era un guarro de categoría. ¡Para que luego digan de la genética!​
Que relato con más morbo.
 
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