Parodia del relato morbo cornudo (humor)

albaceteño

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8 Jul 2025
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Me llamo Manolo y soy de Calamocha, y os voy a contar una historia real que me ocurrió a mi y a mi caliente esposa, Carmen. Por motivos de seguridad cambiaré los nombres.

Yo, James, y mi esposa, Atena, habiamos terminado de cenar en nuestro ático de Londres, ella salió de su habitación vestida con una minifalda negra y una blusa blanca que transparentaba sus grandes pezones, me encantaban esos pezones, eran grandes y oscuros, eran pezones como bellotas, como dos búhos acurrucados, como dos enormes girasoles. Me insinuó que se los había depilado. Su falda era más corta que la vida laboral de nuestro hijo.

Me dijo que queria salir de fiesta, estaba radiante y espectacular, a sus sesenta y siete años la menopausia le había sentado genial, viviamos una segunda adolescencia sexual.

Llegamos a la discoteca y la gente nos miraba, supongo que no todos los días veían a una mujer así. Me sentí orgulloso.

De repente, un hombre joven, alto, fuerte, con cierto parecido a Conan el bárbaro se acercó a mi esposa.

—Hola princesita, soy De la Fiore, Dominic De La Fiore, pero mis amigos me llaman Dominador, porque domino hembras.

Mi mujer intento arquear su espalda y sonrió tonteando descaradamente.

—Aunque las mujeres me llaman Cuaresma, porque tengo las pelotas como huevos de pascua.

Me molestó su actitud, pero casualmente, precisamente, intensamente, de repente y nada forzado recordé que había fantaseado con esto. El Cuaresma me miró con desprecio.

—Tienes cara de cornudo y maricón, voy a follarme a tu mujer como a una perra.

—¿Como sabes que es mi mujer?

—Mira a tu alrededor, sois los únicos mayores de treinta en este lugar.

Me empujó y me dió una colleja que me dejó la nuca escaldada. Mi mujer se rió.

—Aparta macho beta, deja que el alfa se ocupé de esta furcia —dijo el Dominador.

—Oh si, hazme tú puta —dijo mi mujer.

—Paga los cubatas —dijo el camarero.

Me sentí humillado y excitado al mismo tiempo, como cuando me tocó el monaguillo de mi pueblo.

Agarró a mi mujer de la cintura y le metió mano por debajo de la falda, le arrancó la blusa y le comió sus berzas delante de todos.

—¡Oh si! Cuaresma, follarme como una perra.

El macho se sacó su rabo de cuarenta centímetros, mi esposa sacó su vaginesil del bolso, la puso a cuatro patas y se la clavó de un golpe. Ella gemia como solo gemía con los demás.

— ¡Ah ah ah ah ah ah ah ah ah ah! Soy muy puta, mi marido es un cornudo, y un imbécil mediocre, y un retrasado.

—Tampoco te pases —dije yo.

—Reconocelo, Manolo, eres medio subnormal, llevas años intentando freír un huevo sin que se te queme.

Varios hombres se acercaron a mí mujer y empezaron a follarsela todos por el culo, brutalmente. El DJ del local puso la canción de la conga, el de seguridad tuvo que organizar la fila. Yo estaba casi tan excitado como cuando Goku llegó a Namek, todos tenían un rabo enorme en ese lugar.

Una camarera me bajó los pantalones y dejó a la vista mi enorme y gigantesca erección, mi mástil de proa, mi buque insignia, mi ariete muescado por miles de batallas conmigo mismo, mi rocín flaco y galgo corredor de siete centímetros. Mi mujer pedía más.

—Azotadme fuerte, muy fuerte, como me azotó mi padre cuando dejé la puerta del corral abierta y se escaparon tres ovejas.

El Dominador acerco a su cara su trabuco, su Javelin anti ruso, su zepelín rompe kiwis, y eyaculó chorros y chorros de leche, salía como las telarañas de Spiderman hacia la cara de mi mujer. No podía creerlo, era mucho líquido, me acerqué para ver semejante epopeya, me puse mis gafas de cerca y comprobé lo inaudito. El Cuaresma tenía tres testículos. Por eso era tan semental, después se la volvió a meter.

—Voy a preñar a esta furcia, voy a igualar a Julio Iglesias.

La gente aplaudió, yo no podía aguantar más y mi guindilla expulsó tímidamente un par de gotas de esperma.

—Limpiame la pija, cornudo traga sables.

Que remedio, ya no había vuelta atrás, hice mi trabajo como sumiso obediente. Mi mujer se incorporó, era como Cleopatra, bañada en leche de cien soldados. Salimos del local y vimos al Dominador abandonar el lugar en un exclusivo Lamborghini Veneno. Nosotros subimos a nuestro Dacia Sandero y volvimos a casa en silencio.

Al llegar la puerta estaba rota, entre asustado, el Dominador estaba dentro con una sonrisa de malicia y malvada maldad. Le pregunté como había entrado y me dijo que rompiendo la puerta a cabezazos. Una hazaña tan viril excitó de nuevo a mí esposa.

—Voy a dominar a toda la familia. ¿Quién es esa de la foto?

—Es mi tía abuela Herminia —dije yo.

—¿Y donde está esa puta?

—En el cementerio.

—Ya la engancharé.

El Dominador se dirigió a la habitación de nuestro hijo Enzo, dijo que lo iba a someter también.

—¡El niño no! —dije asustado.

—Está escuchando bad gyal.

—¿Y qué?

—Lo baila con una minifalda, es la canción que dice: la cadena le brilló en lo oscuro.

—En ese caso, dale, dale como si quisieras colgar un cuadro en un tabique de hormigón.

Cuaresma entró en su habitación, tiro al suelo los gublins de nuestro hijo de ciento seis kilos y lo agarró con fuerza. Enzo grito de forma aguda.

—Así no, así no, no es como lo soñé.

—Te voy a meter esos muñequitos funko por el culo —amenazó nuestro huésped.

—¡Los de edición limitada no! — suplicó nuestro hijo de cuarenta años.

Mientras Dominic enculaba a mí hijo, le amenazaba.

—Te voy a dar tanto que vas a empezar a cotizar, hasta vas a comer verduras.

Nadie se creyó eso. Cuando acabó con Enzo me dijo que era mi turno. Al principio fue doloroso, pero luego toqué el cielo, como el ave que aprende a volar, como una abeja joven en su primera primavera, como el sol que amanece renovado después de una fría y oscura noche tormentosa. Cuando el Dominador terminó me quedé medio dormido.

No estaba tan satisfecho desde el funeral de mi cuñada. Aunque deb
o reconocer que nunca volví a mirar a mí familia de la misma forma, es lo que tiene el glaucoma.

Al cabo de nueve meses nació un niño de seis kilos y medio, con la misma cara que el Dominador, sus primeras palabras fueron: cornudo cabrón.
 

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