Nuestro primer intercambio

Hola, mi nombre es Judit, aunque no es mi nombre real, porque de momento quiero mantener la privacidad al máximo. Estoy felizmente casada con Pedro, que tampoco es su nombre real.

Hace un tiempo que venimos hablando en casa que estaría bien probar a compartir experiencias con otra pareja. Todo un poco difuso, pero tanto mi marido como yo sabemos de lo que estamos hablando, queremos tener sexo con más gente, juntos.

Mi marido mide 1,70 aproximadamente. Es delgado, pero con cierto desarrollo muscular. No está fuertísimo, pero ya me entendéis. Moreno, ojos oscuros, nada sobresaliente, pero es guapo y está bien dotado. No es un monstruo, pero sus 17-18 centímetros están muy bien acompañados de un grosor proporcionado, tirando a grande. A mí me gusta recalcarle, además, que sus testículos son perfectos. Están en su sitio, grandes y pesados. Me encantan.

Yo soy castaña de ojos color miel, un poco oscuros. Me encanta mi pelo, que crece abundante con ondulaciones naturales hasta bajar entre los hombros y media espalda. Mido 1,60, soy delgada, puede que algo más de la cuenta, no tengo cadera pero sí puedo agradecer tener un culo que, según Pedro, es un culazo que marca lo que tiene que marcar. Diferentes son mis pechos, más bien pequeños, acompañando al resto del cuerpo, con unos pezones pronunciados y con areolas pequeñas. Él dice que soy muy guapa, pero yo lo dejaría más bien en algo normal.

El caso es que nos íbamos a pasar un fin de semana a un hotel spa en Andorra y decidimos buscar a algún contacto por allí para iniciarnos juntos en conocer más gente en algún lugar que no sea donde residimos. Escribí a bastante gente.

Durante días no hubo respuesta. Lo cierto es que pensaba que sería más fácil.

Llegó el día de irnos y seguíamos igual, así que nos lo planteamos como una escapada más. Cogimos el coche e iniciamos la ruta.

Llegamos el viernes por la tarde. Hacía algo de frío.

El hotel era precioso. Entramos, nos registramos, fuimos a la habitación y a cenar al restaurante del hotel. La comida nos sorprendió muy gratamente. Había poca gente. Una pareja a lo lejos y un grupo de cuatro personas detrás de mí.

Cenamos, hicimos la reserva del spa en recepción para el sábado por la tarde y nos fuimos a la habitación.

La habitación era amplia, con un sillón, una mesa redonda, un escritorio y un espejo en el pasillo. Lo cierto es que pensé que ese espejo daría más juego frente a la cama, pero estaba pensado para mirarse al vestirse, no al desvestirse.

Además, tenía un precioso balcón, con algunas plantas que daba a un río y a la carretera que bajaba hacia otros pueblos.

Me fui a la ducha para asearme. Pedro se quedó embobado con la televisión. Cuando salí del baño se levantó como un tiro para pasar él a la ducha. Solamente llevaba los bóxer, y por lo abultado que estaba parecía que sabía que íbamos a hacer el amor. No estaba duro, pero sí se notaba que la sangre estaba haciéndolo crecer.

Le besé tiernamente mientras pegaba mi cuerpo al suyo y nuestras lenguas jugaron una con la otra. Baje por su pecho y su abdomen, besándolo todo a mi paso y dejando un ligero rastro húmedo. Ya de rodillas bajé el bóxer para encontrarme con su pene semi erecto.

Puse mis manos en su culo, cerré los ojos e inhalé el olor embriagador de sus genitales. El olor a sexo me vuelve loca. Levanté la mirada, le agarré los testículos y estiré la piel hacia abajo para que su pene, que ya apuntaba al cielo, bajara hacia mí. Estaba ya medio descapullado. Puse mi lengua bajo el glande y lo envolví con mi boca. Apenas cerré la piel se retiró, liberándolo totalmente. Un par de movimientos de vaivén bastaron para arrancarle un delicioso gemido.

Con sus manos en mi cabeza apretó ligeramente, intentando ganar algún centímetro dentro de mi boca, pero lo cierto es que no me da para más. Cerré los ojos al tocar fondo.

Pedro alivió la presión y yo empecé a levantarme. Me besó y yo ronroneé como una gata mientras le cogía el pene y le masturbaba lentamente.

"No tardes", le dije.

Se fue a la ducha y yo me senté en el sillón. Me pregunté cuántas parejas habrían hecho el amor en ese mismo sillón sobre el que me sentaba y mi ya mojada entrepierna empezó a lubricar sobreabundantemente, hasta el punto de manchar la tela mientras paseaba mi dedo corazón por mi sexo, esparciendo mis flujos, y me pellizcaba un pezón con la otra mano.

"Vaya, vaya... ¿me he perdido algo?"

Pedro hablaba mientras se acercaba. Ya no estaba erecto, pero sabía que no tardaría. Me puse en pie y le dije "ven".

Abrí la puerta del balcón y salí. Ya era de noche, las luces del hotel iluminaban la terraza que había abajo y un trozo de la carretera. Se oía el murmullo de algunas personas que estaban tomando algo fuera, pero no las veía desde ahí.

Apoyé mis manos en la barandilla de madera y me arqueé, exponiéndome.

No hicieron falta instrucciones. Pedro se arrodilló detrás de mí y me soltó un sonoro azote en la nalga derecha que me cogió totalmente por sorpresa.

"¡¡¡Aaahhhhh!!!"

Me hizo soltar un gemido más alto de lo que hubiera querido. Estaba convencida de que alguien me habría escuchado y un calor invadió mi cuerpo. La sangre se me agolpaba en las sienes y cuando me intenté dar la vuelta Pedro, de rodillas todavía, me agarró fuertemente la cadera y me posicionó otra vez contra la barandilla. Abrió mis nalgas y pasó su lengua de abajo arriba por mi ano con una presión nada desdeñable.

"¡¡¡Uuuhhhh!!!"

Me giró en un instante y apoyé la espalda en la barandilla. Todavía no me había bajado la sangre de la cabeza y a pesar de la baja temperatura estaba fuertemente acalorada. Subió mi pierna izquierda por encima de su hombro y empezó a devorar mi entrepierna.

"Joder... sí... sigue, sigue..." - Intentaba no alzar demasiado la voz.

Se levantó antes de que me corriera. Yo le miraba a los ojos, desencajada, hasta que bajé la mirada a su pene. Estaba durísimo, tan estirado y ancho que parecía que iba a explotar en cualquier momento.

Se abalanzó sobre mí, puso una mano en mi nalga y me levantó un poco. Le rodeé con ambas piernas y apoyé mis manos detrás, en la barandilla, como pude.

La penetración fue instantánea, profunda e inesperada. Tuve un orgasmo increíble que me obligó a soltar la barandilla y agarrarle fuertemente.

"Oh joder cariño, sí, síii, ahhh"

Mi vulva palpitaba y se agarraba cada centímetro de su miembro.

Pasados unos segundos pude abrir los ojos y le miré fijamente.

Consciente de la situación, susurré:

"Qué cabrón, ni te has puesto el condón. Cómo me pones..."

Aunque estamos casados, yo no uso métodos anticonceptivos hormonales. Pocas veces nos regalamos sexo sin protección, por motivos evidentes, y porque además es uno de mis grandes fetiches: sexo sin protección con riesgo de embarazo.

"Pero te ha gustado, ¿verdad?" - dijo él.

Le dí una palmada en el culo para que me bajara. La retirada de su pene fue extremadamente placentera.

Me arrodillé con el paisaje como testigo y empecé a limpiarle todos mis flujos de su señor pollón. No me m*****é en disimular el ruido que hacía al meter, sacar y chupar. Tampoco disimulé que me encanta el sabor de mi propio sexo en su pene.

Dediqué un buen tiempo a hacerle la mejor mamada que pude hasta que me dijo que se iba a correr.

Me saqué el pene de la boca.

"Y te vas a correr enseguida".

Limpié el pene tan bien como pude del abundante líquido preseminal y me puse en pie.

"Dame un par de empujones más, anda, que me tienes loca".

Sin pensarlo mucho apoyé en la barandilla con los brazos. Me cogió por la cintura y esta vez me penetró lentamente, maximizando el roce.

Cuando me hubo penetrado completamente se retiró igual de despacio, pero no del todo. Dejó la punta dentro.

"¿Estás lista?"

"Vamos" - dije sin girarme, mirando hacia el cielo.

Qué embestida me metió... No entiendo cómo es posible tal empujón, pero juro que fue sensacional. Grité y poco me importó ya.

"Otra vez, dame otra vez". Le reclamaba más de lo mismo.

Una segunda embestida sobrevino.

"Ohhhh Dios mío síiii... Sólo una más, cariño"

Y vino la tercera.

Totalmente satisfecha empecé a incorporarme, pero no me dejó. Rápidamente empezó una serie de entradas y salidas furiosas. Me corrí nuevamente al son de su pubis golpeando mis nalgas, notando deliciosamente sus testículos rebotar en mi clítoris. No duraría más de medio minuto el frenesí cuando dijo que se iba a correr.

Me di la vuelta y, nuevamente de rodillas, agarré su pene que, quizás por mi percepción totalmente desajustada, parecía más grande de lo habitual.

Podría decir que le masturbé, pero realmente quise continuar sus embestidas con mi mano. Fue duro, y rápido. Lo tenía agarrado fuertemente y mi mano se deslizaba desde la base hasta el glande sin aflojar la presión.

"¡Me corro!" - Es todo lo que alcanzó a seguir. Si efectivamente había alguien abajo, no tenía dudas de que le habrían escuchado.

El semen salió disparado en potentes ráfagas, pero yo no paré mi movimiento. Empezó a gemir, pero casi sin voz, mientras seguía martirizando su bendita polla.

En pocos segundos se tuvo que apoyar en la barandilla y empezaron a flojearle las piernas.

Unos segundos más tarde me detuve.

"Joder casi me matas..." - me dijo Pedro.

Me levanté sabiendo que lo había disfrutado muchísimo.

"Si te digo un par de empujones, son un par de empujones. Que me vas a preñar, joder..."

No estaba enfadada, ni mucho menos. Le di la espalda y mientras caminaba hacia la cama me iba tocando el clítoris.

"Cierra porfa, que hace frío".

Me tumbé en la cama, abrí las piernas y seguí masajeando el clítoris mientras Pedro entraba, cerraba y venía hacia mí.

"Dame uno más antes de ir a dormir, cariño."

No hubo negativa, nunca la hay. Solamente complicidad.

Apagó la luz y se dedicó a comerme lentamente hasta que quedé satisfecha.

"Buenas noches, mi amor"

"Buenas noches".

Nos despertamos algo tarde, lo justo y necesario para llegar al desayuno del hotel antes de que terminara la hora.

Entraba mucha luz por la puerta que daba al balcón. Empecé a desperezarme contorsionándome por la cama, arrimándome a Pedro y su notable erección, a la que muchas mañanas me tenía acostumbrada.

Le besé el pecho.

Con voz somnolienta le di los buenos días. Respondió de igual forma, estirándose exageradamente en la cama.

"Y buenos días a ti también" - dije cogiéndole el miembro por encima del pijama.

"¿Qué hora es?" preguntó

"Hora de correr si queremos desayunar... vamos."

Nos vestimos rápido y salimos de la habitación. Fuera estaban ya los carritos de la limpieza y las camareras repasando algunas habitaciones. Dejamos puesto el cartel en "no m*****ar" para que no limpiaran nuestra habitación. No era necesario, y no nos importaba si no hacían la cama.

El desayuno estaba bien, un buffet libre, con una calidad bastante alta.

Nos sentamos a la mesa con los platos llenos, zumo y café.

"¿Crees que alguno de estos nos escucharía anoche?" - me reí nada más plantear la pregunta.

Pedro miró por el comedor.

"Pues si había alguien abajo... seguramente, pero de todas formas tampoco sabrían a quién estaban escuchando."

"Pues es verdad." - Dije examinando a las diferentes mesas. "Ahora me da morbo pensar que nos pudieron escuchar."

Se hizo el silencio mientras empezábamos a desayunar. Lo rompió Pedro para preguntarme:

"Si tuvieras que elegir... los de qué mesa querrías que nos hubiera escuchado?"

Miré las mesas que tenía a la vista y me di la vuelta con poco disimulo para ver las que tenía a la espalda.

"Pues no se... no sabría decirte. ¿Y tú?"

Pedro se hizo el interesante por unos segundos.

"Aquellos" - dijo señalando a la única mesa en la que había una familia con hijos. Casi me atraganto. Pedro siempre me hace reír, es una de las cosas que más me gustan.

Dejamos el tema y seguimos desayunando. Habíamos reservado hora en el spa del hotel para la tarde, así que teníamos lo que quedaba de mañana libre.

Terminamos el desayuno y nos fuimos a dar una vuelta. El hotel estaba un tanto aislado. Había algún otro hotel y alguna casita a un lado y al otro de la carretera, y nos metimos por los caminos de la zona para movernos un poco en medio de la montaña.

Nos cruzamos a un hombre que corría por la montaña y a una chica joven, de unos 22-25 años que paseaba a su perro. Rubia, camiseta ajustada y unas mallas rosas que marcaban una bonita figura.

"Ehhh, que te la comes con la mirada" - le dije y le solté un codazo.

"Es muy guapa, mírala bien".

Nos dimos la vuelta porque ya había pasado de largo, ya estaba a unos cuantos metros, pero se apreciaba una cintura delgada pero que hacia curva con la cadera y un trasero bien puesto, más prominente que el mío. La verdad es que era deseable. Soy bisexual, Pedro lo sabe, y puedo decir sin riesgo a equivocarme que le encanta la idea, aunque hace mucho tiempo que no estoy con nadie que no sea mi marido.

Me giré hacia Pedro y le planté un beso.

"Vamos anda".

Seguimos caminando y después de un buen rato acabamos de nuevo en el hotel. Lo habíamos rodeado y veníamos por el lado opuesto al que nos fuimos.

Nos sentamos en las mesas de la terraza que había debajo del balcón de nuestra habitación y miramos para arriba. Después nos miramos el uno al otro y no hizo falta decirnos nada. Seguro, segurísimo, que si había alguien nos había escuchado y según como hasta visto.

La idea me excitó mucho y empecé a lubricar. En esos momentos se acercaba el camarero y le pedimos un par de cafés con leche.

Pasamos el resto del mediodía allí hablando de trivialidades mientras algunos huéspedes entraban y salían hasta la hora de comer. El restaurante estaba algo más lleno que el día anterior. Era sábado y había llegado algo más de gente.

Despues de comer nos fuimos a la habitación. Necesitábamos una ducha y dormir una buena siesta antes de ir al spa, y así lo hicimos.

Llegada la hora nos levantamos y Pedro se puso un bañador-short y yo me puse un bikini negro. Me miré al espejo, encantada de cómo me sienta este bikini, y a pesar de estar contenta con mi cuerpo, siempre me pasa por la cabeza cómo sería tener algo más de pecho. Pedro se asomó al baño mientras me miraba y me dio una sonora palmada en el culo, sabedor de lo que estaba pensando, pues muchas veces lo había compartido con él.

"Estás perfecta, vamos, que llegamos tarde".

Me giré y examiné a Pedro. Me encanta verle en bañador porque se le marca todo por debajo. Si alguno se lo pregunta, sí, las mujeres miramos, y mucho, el bulto.

Llegamos al spa, nos atendió la recepcionista y nos informó de que teníamos un pase de una hora. Al entrar comprobamos que era un spa reducido, pero completo. Un jacuzzi grande al fondo, sauna finlandesa y turca, ducha de contraste y asientos para relajarse.

Había dos parejas en el jacuzzi y otra en los asientos de relajación.

Nos metimos en el jacuzzi, saludando y siendo saludados. Todo el mundo era muy educado y hablaban sin levantar la voz. Nos fuimos a un par de sitios que tenían chorros al nivel de pantorrillas y lumbares, era muy agradable. Después de unos minutos cambiamos a otro lugar, el chorro salía desde el asiento. A los pocos segundos de estar ahí la pregunta evidente pasó por mi cabeza. Evidentemente me moví disimuladamente para ser estimulada por el chorro. Tengo que decir que era una gozada, pero cada poco me tenía que mover para apartarme porque daba realmente fuerte.

Pocos minutos después Pedro sugirió ir a la sauna finlandesa y acepté. La sauna tenía un cristal que daba directamente al jacuzzi.

Desde dentro vimos como una de las parejas del jacuzzi se iba y quedaba solamente la otra. Pasaron los minutos y ambos se movieron y se colocaron donde estábamos nosotros antes de salir. El calor empezaba a agobiarme un poco, así que volvimos al jacuzzi.

Al entrar volvimos a saludar y nos pusimos cerca de la pareja. Eran algo mayores que nosotros, rondarían los 45 años. Él me había mirado un par de veces con disimulo. Se notaba que se cuidaba. Por lo poco que había visto, tenía los abdominales en su sitio. Ella también estaba en forma y tenía un pecho que, sin ser lo que diríamos grande, era abundante. El bañador que llevaba la mujer revelaba unos pezones durísimos, fruto sin duda de estar jugando a lo mismo que yo con el chorro.

Susurré a Pedro que se fijara disimuladamente, y aunque lo vio, no creyó la motivación que yo le imputaba.

La miré a los ojos divertida y sonrió.

Tras unos segundos que me parecieron eternos, me acerqué con una confianza salida de la nada y le hablé en voz bajita.

"Da gustito, ¿eh?"

Me miró y solamente dijo "bufff..."

Hablamos unos minutos, me dijo su nombre, Ana, y me presentó a su marido, Luis. Entre tanto Pedro se acercó y nos presentamos también.

El temporizador de los chorros se acabó y antes de encenderlos Ana me miró picarona y me preguntó si quería probar yo. No objeté, evidentemente, y mientras Luis se estiraba para pulsar los botones que los activaban yo ya tomaba asiento. Pedro me miraba expectante, y yo le miraba como diciendo "¿ves? te lo dije".

Los chorros empezaron a salir y un delicioso "mmmm..." se me escapó mientras cerraba los ojos y levantaba la cabeza. Pedro estaba a mi izquierda, Ana a mi derecha y Luis junto a Ana.

Es difícil describir la excitación de estar siendo estimulada en público, aunque de forma totalmente discreta. Pedro entendió la situación y se juntó con Luis sin perder detalle. Alcancé a escuchar que Pedro le decía: "Cómo se lo están pasando...", quizá para tantear. Luis respondió con un rotundo "Ya te digo". En este momento me quedó claro que estábamos todos en sintonía.

Ana puso su mano en mi abdomen, bajo el agua, y me daba suaves caricias. Estaba claramente tanteándome. Los nervios me comían y la miré a los ojos. Por detrás suyo una de las parejas abandonaba el spa. Ana se giró hacia la puerta, comprobando que estaba todo tranquilo y volvió hacia mí.

Me besó tiernamente hasta tres veces.

"Uau..." - acerté a decir.

Miré a Pedro, mi amante eterno, buscando su aprobación. Respondió con un acusado "UAU".

Nos reímos los cuatro y Ana volvió a besarme de forma prolongada, esta vez deslizando su mano desde el abdomen a mi entrepierna. La situación era gloriosa, estaba que echaba humo.

¿Vamos a la sauna de vapor? - dijo Luis. Ana aceptó y nosotros les seguimos. De camino a ella vimos como la pareja que estaba al fondo pasaba hacia el jacuzzi.

Luis y Pedro tenían una evidente erección. No se si la pareja que nos cruzamos la vería, pero no me extrañaría. Luis se quitó el bañador con toda naturalidad, Ana se puso a su lado y empezó una lenta masturbación.

Por lo poco que se veía por el vapor, el pene de Luis era algo más pequeño que el de Pedro.

"No seas tímido" - dijo Luis a Pedro. Captando la indirecta mi marido se bajó el bañador hasta dejar libre su pene.

"Nada mal" - dijo Luis. Comprobé cómo Ana se lo comía con la mirada. Me miró y preguntó: "¿Puedo?". Asentí con la cabeza. Se acercó a Pedro y sin mediar palabra lo cogió palpando desde el glande hasta los testículos.

Luis ya se estaba vistiendo nuevamente propuso ir a su habitación.

La salida de la sauna fue cuanto menos divertida. Luis y Pedro se apresuraron hacia el colgador de los albornoces para ponérselos rápidamente y disimular tamañas erecciones.

Subimos en el ascensor, Luis magreaba a Ana, nosotros estábamos allí plantados, totalmente alucinados por lo rocambolesco de la situación.

Llegamos a su habitación, Ana cogía unas copas mientras Pedro sacaba y abría una botella de cava de la nevera. Nos tomamos una copa cada uno, de forma bastante apresurada, y Ana se desnudó para gusto de todos. Puedo decir sin miedo a equivocarme que tenía un tipazo espectacular. Luis fue el siguiente y Ana empezó a hacerle una felación con mucho esmero, dándonos la espalda.

Mirábamos embobados. Un par de minutos después reaccionamos, cuando Ana se levantó para dirigirse a Pedro, y mientras me cogía a mí de la mano. "¿Me la prestas?" Casi parecía que lo daba por hecho. Miré a Pedro, sin saber que decir, y levantó las manos como diciendo... "¡A mí no me mires!".

Me dejé llevar hacia Luis. Ana y yo nos arrodillamos delante de él y ella me acarició la cabeza, me apartó un poco el pelo y dijo "venga, todo para adentro".

Me metí una buena medida de su miembro en la boca, lo que pude. Aún siendo más pequeño que Pedro, no cabía entero. Avancé y retrocedí unas cuantas veces, Luis gemía con satisfacción y miraba a Ana. Por lo que hablé con Pedro más tarde, él estaba en ese momento masturbándose mientras contemplaba la escena.

Ana me arrebató el pene de Luis y me dijo "mira, así".

Que espectáculo. Engulló el pene entero en un solo movimiento, sacando la lengua por debajo. Sin duda aquí había mucha práctica. Cuando lo sacó estaba cubierto de saliva. Se giró para dirigirse a Pedro, que ya estaba desnudo: "ven aquí, ponte a su lado".

Se puso al lado de Luis, ya estaba desnudo y totalmente erecto. Sentí un orgullo tremendo al ver la diferencia de tamaño. No era exagerada, pero sí notable. Esta vez Ana no pidió permiso. Deslizó la lengua por el tronco de Pedro, de abajo hacia arriba, e introdujo el glande en su boca mirándole a los ojos. Pedro me miró. El hombre al que amo. Le lancé un beso, el puso sus manos sobre la cabeza de Ana, sin dejar de mirarme empezó a empujar hasta que su pene entró totalmente en su boca. Sobrepasado por la excitación gimió alto cuando recibió algo que yo nunca había podido darle.

Ambas nos dedicamos durante unos breves momentos a chupar y lamer hasta que nuevamente Ana tomó la iniciativa. Besó profundamente a Pedro y, arrastrándolo hasta la cama de la mano como oveja al matadero, se puso de rodillas encima.

Luis me levantó hábilmente y con una firme mano en mi culo me guiaba al lado de Ana. Las dos listas para recibir, fuimos penetradas por el marido de la otra.

La situación era tremendamente excitante, estaba borracha de lujuria, escuchando los gemidos de los cuatro y el golpear contra nuestras nalgas, cuando me vino como un relámpago un pensamiento y grité "¡¡¡hostia, para, para!!!"

"¡Hostias!" gritó Pedro también, cuando se dio cuenta.

Ana y Luis estaban ojipláticos.

"¡Que no tomo píldora, tiene que ser con condón!"

"Joder, que susto. Ven aquí, que yo te limpio" - dijo Ana.

Me sentó al borde de la cama, abrió mis piernas y empezó a lamerme con gran maestría. Muy destacable el grado de penetración con la lengua. Jugueteó dejando caer abundante saliva por toda mi vagina que resbalaba hasta caer al suelo. Cuando consideró que había terminado, sin dejar que me moviera, se puso encima de mí en posición de 69.

Tenía una vagina preciosa. A diferencia del mío, su clítoris estaba totalmente expuesto y era prominente. Lo situó en mi boca y lo lamí y sorbí entre mis labios con gran gusto. Hacía años que no tenía sexo con una mujer y un nuevo embate de calor me poseyó, haciéndome lubricar más, si cabe.

Como la experta que ya se notaba que era, encajó sus antebrazos en la parte posterior de mis rodillas, levantando ligeramente mi cadera. En esos momentos Pedro la penetraba, justo delante de mis ojos, mientras yo me deleitaba con aquel clitoris y gemía de placer.

Sin duda Ana y Luis tenían una dilatada experiencia, y seguro que había tenido a hombres más grandes que Pedro, pero doy fe de que sus gemidos eran de genuino placer.

"¿Cómo llevas el anal?" - Era Ana la que preguntaba mientras sostenía mi cadera subida tirando hacia atrás con sus codos.

"Le encanta" - Era Pedro el que respondía.

La abundante saliva y mis propios flujos resbalaban por mi ano, y entendí el grado de planificación de aquél "yo te limpio" tan abundante en saliva.

Me dejé llevar. Estoy convencida de que en el intervalo Luis había aplicado abundante lubricante en su pene. Siendo algo más pequeño que Pedro y tan abundantemente lubricado entró francamente bien. Con el típico "atras - alante" para que lubricara bien por dentro, pero como la seda.

Sólo faltaba Ana, que bajó su cabeza a mi clítoris mientras Luis me hacía el culo y Pedro la llenaba completamente.

El tiempo se detuvo. No puedo hablar por los demás, pero yo sentí plenitud, un estado alterado de conciencia. El tiempo empezó a pasar muy despacio en mi cabeza. Los latidos se notaban muy fuerte.

No se cuánto tiempo pasó, serían unos minutos pero parecieron muchos, los fuertes embates de Luis me sacaron del ensimismamiento, que aprovechaba una lubricación total para dar rienda suelta a sus empellones.

Pedro nos hizo saber que se iba a correr. Redobló, si cabe, sus esfuerzos por empalar a Ana. No en velocidad, sino en fuerza. Sus testículos rozaban mi nariz y golpeaban fuertemente aquella vulva abierta.

"¡Llénala!" - Exclamó Luis. Ana asintió con una serie de gemidos al ritmo del golpeo testicular que terminaron por precipitar la eyaculación de Pedro, que hizo una última penetración potentísima y se quedó inmóvil, exclamando con cada convulsión que su grueso miembro daba.

Superada por la situación un enorme orgasmo me sobrevino, forzando el pene de Luis a un contacto más estrecho todavía, consiguiendo también que se corriera dentro de mí.

Estando quietos, intentando normalizar la situación, Pedro empezó a retirarse muy lentamente de Ana, que temblaba con el roce al salir.

El semen de Pedro empezó a salir, Ana contraía sus músculos, favoreciendo la expulsión, y gentilmente lo fui recogiendo con mi lengua, saboreando aquella deliciosa mezcla de esperma y flujo.

Luis se retiró y Pedro aprovechó la ocasión, aún semi erecto, de situarse frente a Ana para experimentar una vez más aquella profunda felación.

Pasamos así unos minutos, mientras Luis miraba desde el sillón de la habitación.

Cuando todos nos dimos por satisfechos nos fuimos separando.

Luis y Pedro chocaron las manos, como amigos que se conocen de toda la vida.

Ana y yo nos besábamos, como amantes de largo tiempo.

"¿Quién tiene hambre, que dentro de nada es la hora de la cena?" - dijo Luis.

Esa noche fuimos cuatro a la mesa.
Muy buen relato, tremendamente detallado.

Me puedo imaginar tu cara y grado de excitación al ver a "Ana" tragándose entera la polla de tu chico.

Sentir como te entraba a ti a los ojos de los demás.. ese juego previo a saber que vais a terminar todos follando.

Esa admiración por ver como la polla de tu chico empala a otra..

Lo bien que habrán disfurtado ambos tu cuerpo, tu culo y liarte con ella..

Ese tremendísimo morbo que tienes porque te entre la polla a pelo, particularmente, me fascina😳

Definitivamente, para no olvidar.😉
 
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