Mi mujer y yo. Su confesión

Un detalle que puede llegar a ser determinante cuando los juegos puedan no ser juegos, es que ambos han actuado muy diferente cuando han presenciado un riesgo real de ver al otro en brazos de un tercero, con juego de rol y todo, Vega participó activamente en la defensa de su hombre, nunca habría permitido un avance mayor de Rebeca, al menos ahora ha marcado su posición, no así Nico, que no desaprovecha oportunidades para tentar los límites de su mujer.
Esto deja muy claro el papel que cada uno jugaría si deciden probar una relación más abierta. :cool:
Totalmente de acuerdo
 
Nico


El silencio del taxi se vuelve más denso. Cada palabra de “Diana” parece dejar una estela en el aire. Miro la línea de su cuello, el perfil que el reflejo de las luces dibuja en el cristal. Parece inmóvil, pero sé que no lo está.


—Boca son 100 y completo son 300€ .


Sonrío, sin saber si es por nervios o por pura fascinación. No reconozco a la mujer que tengo al lado, y al mismo tiempo, nunca me ha resultado tan familiar.


—¿qué incluye el completo?—pregunto.


—Boca y coño, me podrás follar como más te guste


Su tono es un equilibrio perfecto entre dulzura y amenaza. Me gusta demasiado.


El motor vibra bajo los pies y el sonido de la ciudad entra por la ventanilla entreabierta. El aire trae el olor de la noche y algo más que no puedo nombrar. La miro. Está serena, mirando hacia delante, pero el leve movimiento de su respiración la delata.


—¿me dejarás que te dé por el culo?—


—eso es un extra y te costará más caro..


Me inclino un poco, lo justo para que mis palabras le lleguen al oído:


—Me gustan jugar duro.


Ella gira la cabeza despacio, con esa media sonrisa que solo aparece cuando está a punto de ganar.


—Perfecto —susurra—. Imaginaba que era tu debilidad, lo llevo preparando toda la noche...


Su frase se queda flotando entre nosotros, suave y peligrosa, como una cuerda que tensa el aire.


No digo nada. No hace falta. Afuera, las luces de la ciudad siguen deslizándose sobre el cristal, pero el mundo se ha reducido al interior de este coche y a la promesa que acaba de pronunciar.


El taxi se detiene frente al hotel. Las luces de la marquesina reflejan destellos dorados sobre el coche y el cristal empañado. “Diana” baja primero, segura, sin mirar atrás.


—vaya hembra… ¿me podrías pasar su teléfono?


Sonrío, le paso el billete.


—Es mi mujer —digo, cerrando la puerta.


El tipo balbucea algo que no oigo.


La puerta giratoria nos envuelve un instante en su movimiento lento, como si el mundo quedara fuera.


El vestíbulo huele a madera pulida y a perfume caro. Hay un silencio tibio, de madrugada. Ella se detiene ante el mostrador y dice su nombre completo y el mio. El recepcionista apenas nos mira; teclea, asiente, entrega la tarjeta.


Mientras firma, la observo. Sus dedos se mueven despacio, casi con ceremonia. El látex aún brilla bajo la luz, pero hay algo nuevo en su mirada: una calma peligrosa, expectante.


El ascensor llega con un sonido suave. Entramos sin hablar. Las puertas se cierran y el espacio se encoge. Su reflejo en el espejo del fondo me mira de frente. Las luces del panel iluminan su perfil, la curva de su boca, la respiración que intenta controlar.


El silencio del ascensor tiene algo eléctrico. No la toco, pero la distancia entre nosotros se ha reducido a un gesto. Ella se apoya contra la pared, cruza las piernas con lentitud y me sostiene la mirada. No sonríe, no necesita hacerlo. Todo lo dice la forma en que respira.


Cuando el ascensor se detiene, el sonido del timbre parece una interrupción demasiado real. Salimos al pasillo. La moqueta amortigua los pasos. Solo se oye el leve roce de la llave en la cerradura.


Abre la puerta y, durante un segundo, antes de encender la luz, solo existe la penumbra y la respiración compartida.


Vega


La puerta se cierra con un clic suave. Durante un instante, el silencio es absoluto. La habitación huele a sábanas limpias y a un perfume ajeno, como si otras historias se hubieran quedado suspendidas aquí.


Camino unos pasos y dejo el bolso sobre la butaca. No me giro, pero sé que Nico me observa. Puedo sentir su mirada en la nuca, en la espalda, en el aire que nos separa.


Me detengo junto a la ventana. Las cortinas están entreabiertas; la ciudad se adivina al otro lado, borrosa y húmeda. Me gusta esa sensación de estar arriba, aislada, con el ruido lejos. Todo parece más lento.


Respiro hondo. El látex aún conserva el calor de mi piel. Me siento ligera y tensa al mismo tiempo. En mi cabeza el juego sigue, aunque no sé quién lleva ahora el control.


—Bonito sitio —dice él detrás de mí, su voz grave, sin acercarse.


—Lo justo —respondo, mirando el reflejo de nuestras siluetas en el cristal—. No hace falta más.


Se queda callado. Sé que me está estudiando, esperando el siguiente movimiento. Me gusta alargar la espera, sentir cómo la tensión se sostiene sola, sin esfuerzo.


Me vuelvo despacio. La habitación parece más pequeña con los dos dentro. Las luces del pasillo se filtran por debajo de la puerta, dibujando una línea dorada sobre la moqueta.


—¿Y ahora? —pregunta.


—Ahora pagame —respondo.


Espero saca la cartera


—para darte por el culo cuánto tengo que pagar.


—500


Doy un paso hacia él. Pero antes de que me acerque más me para con un seco:


—Quítate la máscara y desnúdate.


La orden de Nico no necesita repetirse. Suena tranquila, pero vibra en el aire como una cuerda tensa que hace que vuelva a mojarme.


Respiro hondo. Siento cómo el corazón marca un ritmo que no puedo disimular. Deslizo los dedos hasta el cierre del traje. Clic. El sonido parece enorme en el silencio.


Empiezo a soltarlo despacio. El material se despega con un shhh apenas audible, como un secreto que se abre. El aire fresco toca la piel y me eriza los pezones. La sensación es intensa, contenida.


Siento como se despega de mis pechos que quedan libres y siento la mirada de Nico sobre mis pezones excitados, me hace sentir vulnerable y eso me pone más cachonda me emociona y siento el latido de la sangre en mi clitoris y en mi ano.


Cada centímetro que avanza la tela deja atrás el calor y la ficción del disfraz.


Shhh…


En las caderas me cuesta más despegar la tela quisiera arrancarla quedarme desnuda y ofrecer mi cuerpo al completo, me siento la puta que quería ser indefensa ardiente excitada llena de lujuria que necesita apagar


El material se arruga al caer, una línea negra que se pliega en la alfombra.


Estoy completamente desnuda deseando su cuerpo, deseando que sus manos me recorran y me posean que descubra que mi culo está siendo violado por un juguete que yo misma me he introducido porque se lo que soy; una guarra, una puta que se moja solo con pensar en la polla de ese hombre que hay frente a mi.


Permanezco inmóvil un momento. Oigo el tic-tac lejano de un reloj, el motor del aire acondicionado, mi respiración.


Levanto la vista.


Nico sigue ahí, quieto, con esa calma que impone sin esfuerzo.


Su mirada me atraviesa sin tocarme. Siento algo dentro que se ajusta, como si mi cuerpo respondiera solo al peso de sus ojos.


Me quedo frente a él, sin apartar la mirada. El silencio es tan denso que podría cortarse.


Él no dice nada; no hace falta.


Lo que me produce su autoridad no es miedo, sino una extraña forma de alivio, como si perder el control fuera, por fin, un descanso.


El aire parece vibrar entre los dos.


Suspiro.


—arrodíllate.


No pienso, simplemente obedezco. La sumisión no duele: pesa, y al mismo tiempo libera. Siento el suelo bajo las rodillas y el mundo entero reducido a su voz, a su presencia, a esa espera que arde en silencio. Soy una perra en celo que quiere ser follada.


—No me mires. Baja la cabeza.


Obedezco. Inclino la cabeza y cierro los ojos. El mundo se reduce al sonido de mi respiración.


Siento el pulso en la garganta, en las sienes, en algún lugar más profundo que no sé nombrar. Todo dentro de mí parece latir al mismo ritmo. Incluso puedo sentir el hambre de mi culo tragándose el juguete que llevo puesto… está caliente, sensible, expectante.


La quietud me hace más consciente de todo: el roce del aire sobre los labios de mi sexo húmedos por la excitacion, el latido que se mezcla con el zumbido lejano del aire acondicionado, el perfume de Nico en el ambiente.


Entonces lo oigo. Zzzzip. El sonido de una cremallera que baja despacio. Tan claro que podría dibujarlo en el aire.


El ruido se apaga y queda un silencio nuevo, distinto, cargado. Después, los pasos. Lentos. Medidos. Cada uno más cercano que el anterior.


No lo veo, pero puedo sentir su presencia avanzar, llenar el espacio entre nosotros.


El suelo parece vibrar con cada paso.


Mi respiración se acorta.


Sé que está cerca. Muy cerca.


Siento un trozo de carne caliente y dura roza mis labios. Abro la boca despacio y percibo es sabor peculiar después de toda la noche, cierta amargura que me enloquece junto con su olor a sexo y excitación.


Nico me mira lo noto. No dice nada, solo observa cómo inclinó la cabeza para que pueda ver mis labios rodear su verga, el brillo que deja su humedad en mi boca, la naturalidad con la que disfruto de algo tan simple.


Levanto la vista un segundo; le veo mirarme y, vuelvo a su polla, pero apenas unos segundos y me deja sin ella siento el vacío en mi boca…


No he tenido suficiente. Lo sé y él también lo sabe.


Intento acercarme, buscar un poco más, pero se aparta justo antes. La distancia que deja entre nosotros pesa más que cualquier contacto.


Saco la lengua, como si pudiera atrapar el resto de lo que me niega, pero no llego.


Entonces me toma del brazo con suavidad y me obliga a incorporarme. Su mirada es tranquila, firme; no hay dureza, solo control.


Me besa. Siento su respiración mezclarse con la mía, el calor que sube de golpe, y cuando intento tocarlo, me detiene.


El gesto es breve, pero suficiente para que entienda que el mando no es mío.


Me quedo quieta, con la piel encendida y el corazón acelerado.


No dice nada. No hace falta.


El silencio entre los dos es el verdadero castigo, y también la promesa.
 
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