No le reconocí que me había dejado marcada. Él quería expiar sus culpas y yo le daba la absolución. Porque además me acababa de hacer un gran favor. Su presencia y sus palabras me habían abierto los ojos con César. Varios días después mientras acariciaba el pecho de mi pareja tras hacer el amor abrí mi corazón.
-Llevo días dándole vueltas a una cosa…
-Dime, querida.
-Estaba pensando en nosotros.
-¿Y a qué conclusión has llegado?
-Me gusta compartir la vida contigo. Me apoyas y haces que me sienta bien. Me gusta salir de trabajar y hablar contigo, los viajes que hacemos…
-¿Tiene algo que ver con tu exnovio?
La pregunta me resultó suspicaz pero no me planteé que hubiera algún tipo de celos en una persona tan segura como César, así que fui sincera.
-La verdad es que sí. Verlo me ha hecho analizar mi vida y darme cuenta de que me gusta.
Entonces César se levantó de la cama sin decir nada y abrió un cajón del vestidor sacando una pequeña cajita. Se vino a mi lado de la cama y se sentó mientras yo me incorporaba para apoyar mi espalda en la cabecera.
-Querida, llevaba tiempo queriendo proponerte algo pero no me atrevía, pero creo que ha llegado el momento…
Me enseñó lo que llevaba en la mano. Una pequeña cajita que abrió mostrándome un sencillo anillo con tres pequeños diamantes. El corazón se me aceleró cuando César continuó hablando.
-…Después de una vida algo dispersa, contigo he descubierto que me gusta justo eso, estar contigo. Que tenemos muchas cosas en común y que no me conformo con vivir el presente sino que deseo un futuro contigo…
Sí. Era lo que sospechaba. No me lo esperaba pero ¿Qué le iba a contestar? Hasta hace pocos días no me planteaba nuestra relación más allá de nuestra convivencia y el sexo. Y ahora yo misma veía que estaba enamorada de aquel hombre que me estaba declarando su amor en ese momento.
-…Claudia, ¿te quieres casar conmigo?
No titubeé.
-Sí…sí, César…te quiero…
Nos fundimos en un beso mientras los dos llorábamos como tontos emocionados. Después me reconoció el temor a que yo hubiera descartado la idea por descabellada. Y yo admití que no había pensado en formalizar nuestra relación pero que quería vivir con él, seguir juntos indefinidamente…y ¿formar familia?
César y yo nos casamos un viernes de mayo en el juzgado civil acompañados por unos pocos amigos y familiares. Su familia se había negado a acudir a una boda civil y mi familia era corta. Mis padres, mis hermanos, mi tía…Sí vinieron algunos amigos como los García y por supuesto Lourdes y Víctor.
Con los apenas 50 invitados y por la brevedad del acto de matrimonio civil, en un hotel cercano a los juzgados habíamos preparado una segunda ceremonia previa a la celebración con la lectura de nuestros votos matrimoniales y el acompañamiento de algunas canciones de nuestro gusto. Después almorzamos en el jardín del hotel y empezamos un baile que se prolongó hasta la madrugada.
Agotados nos fuimos a dormir y no consumamos nuestro matrimonio hasta la mañana siguiente. Aprovechando mi permiso de dos semanas nos fuimos de luna de miel en un viaje con doble significado, pues visitamos Argentina, Brasil y Paraguay disfrutando de maravillas naturales como el glaciar Perito Moreno o las cataratas de Iguazú, pero también los proyectos que financiaban las ONGs para las que César buscaba fondos en las favelas de Sao Paulo o poblados guaraníes.
Sin haberlo hablado un tiempo después empezamos a tener sexo sin protección alguna y ocurrió algo previsible. Ya no temía en mi carrera por un embarazo pues ya había roto unos cuantos techos de cristal y podía permitirme preocuparme de mí misma y crear una familia. Y todo gracias a haber conocido a César y a haber expulsado los fantasmas que Luis había dejado. En el fondo incluso tenía que agradecerle mi felicidad, pues nuestro reencuentro me había abierto los ojos analizando mi vida ya no como una persona solitaria sino como la mejor acompañada del mundo.
FIN