La fecha parecía de broma: 28 de diciembre. ¿Quién iba a ser la inocente? Más que como la receptora de una broma de mal gusto hice de tripas corazón porque me moría de ganas por estar con Luis. Saber que me ponía los cuernos no había cambiado mi deseo pero sí había aumentado mi miedo. Sorprendentemente no contaba con dejarlo, temía ser víctima de la fecha y como aquellos niños inocentes que tuvieron la mala suerte de nacer a la vez que Jesús, tenía miedo a morir abandonada por el que sentía en ese momento como mi primer y único amor que se me escapaba de las manos por haberme alejado de él.
Hablando con él en Navidad me costó que no se me notara el disgusto que tenía por la venganza de Vanessa. Él parecía normal y deseoso de recibirme. Yo también lo estaba. Pero mis recelos eran grandes. Intentaba pensar que sólo jugaba con aquella chica y que no estuviera realmente enamorándose de otra persona. Y encima yo había colaborado no tratándolo como se merecía en Italia. Quizá era mi castigo. ¿Estaría pensando en dejarme? ¿Me iba a hacer ir para eso? No tenía sentido.
Habría preferido vivir en la ignorancia. Sin la llamada de Vanessa habría ido feliz. Además la noche anterior mirándome en el espejo me vi fea. Había adelgazado pues con el ambiente tenso con Gianni y Tita en el piso había perdido el apetito. Veía mis caderas y mis costillas demasiado marcadas y mis pechos como dos pequeños conos que asomaban sobre ellas. Además mi palidez era exagerada incluso para mí.
Mientras me rasuraba el pubis me sentí fea y seguramente inferior físicamente a la chica que le comía la polla a Luis en un parque, como yo había hecho en verano…¿Por qué me sentía culpable? Yo sólo estaba intentando labrarme un futuro. Había hecho lo que tenía que hacer. Sabía que Luis era débil. Pero ahora era yo la que temblaba como un flan en un autobús en dirección a Sevilla entre el mar de olivos de la Campiña.
Cuando el autobús aparcó en la estación de Prado de San Sebastián me alarmé. No lo veía. Pero al salir por la puerta del autobús ya lo vi apoyado en su muleta ligeramente apartado de la gente que esperaba seguramente para no ser pisado. No pude reprimir entonces la alegría del reencuentro y sonreí lanzándome a por el comiéndomelo a besos mientras me abrazaba.
-¿Quieres un café?- me preguntó tras nuestras muestras de cariño.
Relajada por su actitud al recibirme le dije la verdad:
-Tengo más prisa por hacerte el amor.
Me sonrió complacido e hizo el además de cargar con mi mochila.
-¿Cómo vas a cargar tú con las mochilas y la muleta? Anda trae bobo…
Respondí liberada del peso de mis miedos. Me daba igual que se follara a quien quisiera si me quería a mí. Esa era mi condición cuando me fui y Vanessa sólo me había alarmado. Pero era mi Luis es que me recogía. Mi gordo, el de siempre.
El hotel estaba bastante cerca de la estación pero Luis no podía andar demasiado rápido así que tardamos un rato en llegar. Yo pensaba que iríamos a un hostal cutre de los que rodean las estaciones pero me sorprendí entrando en un hotel de tres estrellas en una céntrica avenida. Y más cuando al subir a la habitación Luis abrió las cortinas de un gran ventanal y entró la luz de una mañana limpia de invierno y tras ella pude ver una maravillosa vista del centro de la ciudad con el Alcázar en primer plano y la catedral dibujándose entre el apretado casería del barrio de Santa Cruz.
Yo no necesitaba esos lujos, pero el gesto de Luis había sido muy bonito y además su esfuerzo denotaba interés. El que yo no había tenido con él en Bolonia. Solté las mochilas en el suelo y me lancé a desnudarlo. Costó sacar su pantalón con la férula en el tobillo pero entre los dos lo conseguimos. Sin prolegómenos y sin pudor. Los dos desnudos frente a frente observando nuestros cuerpos.
Luis estaba cambiado. El mentón más marcado. El pecho ancho y los hombros más fuertes. Estaba recién afeitado y su pubis rasurado y suave como pude comprobar después. Fue un instante pues de inmediato nos tumbamos en la cama colmando el deseo de pegar nuestros cuerpos, especialmente nuestros labios. Los nubarrones de mi mente se esfumaban.
Pero la prisa se ralentizó al tenernos. Yo besé su cuello, sus hombros, pecho y barriga y él me imitó evitando mis pechos. Incluso cuando se acercaba peligrosamente a mi pubis lo evité. Todavía no. Era el momento de redescubrirnos que para follar había tiempo. No sentía la necesidad del orgasmo que me llevó otras veces a buscar su penetración inmediata. No tenía prisa. Ahora sólo quería su cuerpo Su piel. Su respiración. Besar y morder sus pezoncillos hasta sacarle una sonrisa mimosa de sus preciosos labios. No quería romper el momento iniciando un sexo frenético y aunque él parecía impacientarse por momentos aceptaba mi juego y regresaba a mi barriga o mi cuello hasta que atrapó mis pezones.
No sé qué sentirá un hombre cuando chupa una teta. Supongo que será un morbo y un deseo similar al que las mujeres experimentamos al hacerlo con una polla. Pero las sensaciones tan placenteras que a mí me generaban los labios de Luis apoderándose de mis pezones mientras su lengua los rozaba era indescriptible. Y él los disfrutaba entre gemiditos roncos. No necesitaba ofrecerle mis pechos pues él los tomaba, amasaba y mamaba con pasión mientras ahora sí me hacía sentir la mujer más deseada del mundo.
Aunque yo ya había rozado su pecho me lancé de nuevo a por sus pezoncillos. Me gustaba su pecho fuerte. Ya me gustaba mi canijo de antes pero es que mi novio con tanto ejercicio se estaba poniendo buenorro.
Su tercer intento de llegar hasta mi pubis con su boca y sentir su respiración cerca me hicieron ser consciente de lo empapada que estaba y me dispuse a recibirlo:
-Ya tengo ganas de sentirte dentro.
Me senté sobre él y sin miramientos agarré su polla durísima, que llevaba un rato evitando, y la dirigí a mi raja. Me quemaba al entrar de puro deseo. Me empalé en él perdiendo el control de mi respiración quedándome sin aire hasta que conseguí de nuevo tragar el oxígeno suficiente para no morir de placer. Me abracé a él que me recibió feliz. Se me escapó una lágrima de emoción y no lo oculté:
-Luis, me pasaría así toda la vida. Pegada a ti. Sintiéndote en lo más hondo de mi ser.
Relajado se dejó caer hacia atrás quedando tumbado y apoyando mis manos en su pecho comencé a cabalgarlo suavemente. Me perdía en sus ojos mientras sus manos recorrían mi cuerpo. Quería sentirlo más y más. Pero quiso cambiar de postura y lo detuve:
-Te he dicho que te iba a hacer el amor yo…
Desistió dejándose hacer mientras yo marcaba un ritmo cada vez más alto en la penetración intentando que su polla recorriera todo mi coño y a la vez se clavara muy profunda. Ahora sí. Ya venía mi clímax. La primera contracción fue leve. En la segunda clavé mis uñas en su pechos y en la tercera ya no pude moverme más sintiendo el latigazo de placer. Cerré los ojos aunque aún veía los suyos mirándome mientras hacíamos el amor hasta que sentí que Luis levantaba su torso abrazándome mientras mi orgasmo se prolongaba. Cuando los espasmos de mi entrepierna empezaron a cesar fui capaz de decir:
-Mmmmm, Luis. Te necesitaba…
Me abrazó más fuerte mientras yo escondía mi cabeza en su pecho besándolo hasta que pensé que él no había terminado. Ma bajé de él y me tumbé a su lado agarrando su polla empapada por mi placer y empecé a masturbarlo hasta que entre estertores y gemidos agudos se vació sobre mi mano, su abdomen y su pubis.
Satisfecha fui al baño a por papel para limpiarlo y después me tumbé con la cabeza en su hombro abrazándolo. El sol atravesaba la ventana calentando nuestras pieles ya satisfechas de amor. Ya habían hablado los cuerpos, tocaba que hablar el corazón.