Memorias de una solitaria (capítulos iniciales)

No sé qué contaría ese tío pero pillé fama de estrecha. Tampoco me preocupaba. No suspiraba por ningún tío y había algunos que mejor tenerlos lejos de mí. Así que yo salía con mis amigas pero ya no era tan adulada como en los meses anteriores.

Sin embargo, por aquella época empezó a frecuentar el parque un tío de unos 22 años del que todo el mundo hablaba. Todos lo llamaban por su apodo, el Negro, pues era bastante moreno de piel aunque no fuese de esa raza. No era un tío verdaderamente guapo, pero era el jefe de la banda que en ese momento controlaba el menudeo en el barrio y por eso era temido y respetado.

Físicamente no era muy alto, más bajito que yo. Pero hacía ejercicio y tenía los brazos muy marcados y un vientre plano en el que se adivinaban unas abdominales marcadas bajo las camisetas de tirantas que solía llevar cuando empezaba a hacer calor. Se rapaba la cabeza aunque no tenía problemas de pérdida de cabello, se comentaba en el barrio que para dejar visible una cicatriz que tenía entre la sien y el occipital, resultado de una pelea con otra banda. Junto con su tez oscura y sus ojos hundidos tenía una mirada penetrante que no ensombrecía su rostro gracias a su sonrisa casi permanente mostrando una perfecta dentadura.

No era difícil cruzárselo. Solía estar a la salida del instituto en su moto o en su coche de alta gama observando, quizá esperando a algún cliente. Pero también era fácil verlo por el parque los fines de semana repartiendo mercancía.

Un viernes por la noche mientras sus amigos vendían hachís a unos chicos que estaban en la misma zona del parque que nosotras el Negro se acercó a hablar conmigo. Me sorprendió su amabilidad y que aparentemente no estaba tirándome la caña. Hablamos de mis estudios siendo él el que preguntaba y yo la que respondía cortada casi sin atreverme a mirarlo directamente a los ojos. Y digo aparentemente porque yo no sabía que el jefe de los traficantes del barrio le había echado el ojo a la morena delgada que solía ir sin sujetador por sus tetas pequeñas y tenía fama de estrecha.

A partir de entonces cuando me veía a la salida del instituto o por el parque siempre me saludaba con una sonrisa. Mis amigas me envidiaban pues según ellas le gustaba al tío con más pasta del barrio. Yo ante ellas negaba la mayor pero no podía evitar sentirme halagada porque alguien que podía llevarse a cualquier chica, habida cuenta de la actitud de mis amigas, me eligiera a mí.

Si mi madre se enterara de que andaba en tratos con semejante individuo le da un chungo, pero evidentemente yo no dije en casa ni “mu” más allá que el haber estado con mis amigas.

Así pasaron varias semanas en que los saludos y las charlas se repitieron hasta un viernes por la noche. La amiga con la que solía volver a casa por ser vecina se había ido a pelar la pava con el tío que le gustaba, aunque éste le echaba poca cuenta, así que regresé sola a casa aburrida de esperarla.

Por el camino sentí que me seguían. Había habido varias chicas que habían sufrido ataques de un violador y había cierto miedo. Por eso aceleré el paso sin mirar atrás siquiera. Pero sentía los pasos acercarse y estaba empezando a asustarme de verdad. Recordé al tío del parque presionándome el hombro para agacharme y me asusté.

Entonces, cuando más apurada me veía de golpe apareció el Negro con su coche en una esquina parándose para saludarme. Me acerqué hasta él y al mirar atrás ya no había nadie. Me había salvado. Se ofreció a acercarme en su coche a casa pero cortada rehusé. Gentilmente aparcó el vehículo y me acompañó andando y así dándome seguridad y lo que me pareció buena compañía.

Al llegar al portal le confesé que había sido mi ángel de la guarda y con una violencia marcada en su rostro con dureza me respondió jurando que si alguien me hacía daño lo rajaría. Lejos de asustarme me sentí protegida por él y se lo agradecí despidiéndome con un beso en la mejilla. No sabía donde me estaba metiendo.
 
Aquel suceso se tornó en amistad. Me buscaba a la salida del instituto y se ofrecía a acompañarme dejando a alguno de sus amigos encargados del “negocio” y siempre que nos veíamos en el parque me regalaba su sonrisa y palabras bonitas. En la mente de una adolescente que no se veía a sí misma bonita tener esa relación con el tío más deseado del barrio era algo mágico. Me hacía sentirme como una princesa.

De modo que cuando una noche en el parque se ofreció a llevarme en su coche a casa ante la mirada incrédula y envidiosa de mis amigas acepté encantada sintiéndome importante y a la vez algo asustada ante lo que imaginaba que podría pasar. Cuando se detuvo donde le indiqué lejos de la vista del balcón de mi casa o nuestras vecinas y fui a despedirme su mano firme me retuvo cogiéndome de la mano y sin preguntarme me besó en los labios.

Es difícil explicar lo que sentí en ese momento. Pero si estaba realmente pendiente aparte de las moscas en el estómago que sentí habría percibido mis pezones clavarse en la tela del top que llevaba. Aquel beso sólo en los labios del que yo consideraba un tío de verdad que se vestía por los pies me dejó entregada.

Pero la sonrisa que me regaló después me volvió loca y me puso tan nerviosa que no era capaz de decir nada coherente transformando su gesto en una risa indulgente.

Me bajé del coche cortadísima y sujetándome la falda como si sentada no hubiese dejado mis muslos libres dentro del coche. Me faltaba aire para respirar de la emoción y cuando me giré para despedirme con la mano me lanzó un beso que casi me hace dar un gritito. Estaba verdaderamente colada por el Negro.

También estaba colada por Luis. Pero las circunstancias eran otras. Por desgracia y debido a los acontecimientos posteriores yo aprendí mucho y cambié. Ya no era la niña colada por el matón del barrio. Además tras el beso de Carnaval, y aunque aparentemente todo siguió con nuestra extraña normalidad noté a Luis cambiado.

Poco después de aquello estuvo en su ciudad y al regreso lo noté taciturno y distante. En las cenas se evadía de las conversaciones y se encerraba en su cuarto. Algo le pasaba. Pensé que estaba liado con la tal María esa que no soportaba, pero entonces no habría tenido ese semblante preocupado. Que no me explicara un motivo convincente me tuvo en ascuas hasta que empezó a comportarse de nuevo como antes.

No sé por qué tiendo a enlazar toda mi vida previa a Luis con mi vida con Luis. Pero no puedo evitarlo. Unos recuerdos me llevan a otros porque las sensaciones me llevan unas con otras. Yo creía que tenía a Luis colgado de mí, muerto por mis huesos pero, como yo no le paraba bola, me daba cuenta de que acabaría pasando de mí. Era el riesgo que corría por miedo a entorpecer mis estudios.

Con el Negro yo en realidad estaba entregada. No me terminaba de creer que se hubiera fijado en mí y que me hubiera besado. ¿Qué me veía? Era más alta que él, patilarga y canija, con poco culo y caderas y un pecho tan pequeño que usaba el sujetador de adorno cuando lo llevaba. Pero él se había fijado en mí. Me tenía en una nube y las mariposas en el estómago me duraron días hasta que empecé a creerme la situación.

Por supuesto, era mi secreto. Como lo había sido Iván. Pero qué distintos. El Negro era un hombre hecho y derecho. Dulce conmigo pero autoritario y violento con los demás. En mi imaginación adolescente lo veía posando con el torso desnudo como en las fotos de las revistas juveniles con sus músculos marcados sonriéndome. Yo sola me ruborizaba pensándolo.

Pero a la vez tenía miedo. Esperaría que yo actuara como una mujer y sólo era una niña. Con Iván había terminado desencantada del sexo que practicábamos, y con el tío aquel del parque me asusté bastante. ¿Qué iba a hacer con el Negro? Desde luego no pensaba defraudarlo aunque no supiera cómo.
 
Con Luis cometí justo el error contrario. A pesar de que me tenía encandilada yo misma lo veía incapaz de formalizar una relación. A la única que temía era a la rubia esa de su clase. Pero, sin embargo, el chasco me lo llevé de otra forma.

Una tarde matando el tiempo en mi dormitorio le fui a instalar una aplicación en el móvil para que se programara las horas de estudio y sin querer entré en la galería de fotos. La primera foto que salió era de una niña muy mona en sujetador sonriendo a la cámara y estaba hecha con el propio móvil.

Luis quiso disimular con que era antigua pero le demostré que no. Supuse que era un rollete y no le di demasiada importancia, más bien le regalé los oídos con los típicos adjetivos para engordar su masculinidad. Estaba claro que Luis atraía a las chicas. Joder, me tenía pillada a mí que no andaba buscando, pues imagínate.

Pero yo misma le quité importancia a la foto. Habíamos recuperado gran parte de nuestra confianza y pasábamos mucho tiempo juntos. Era normal que el chaval echara sus canitas al aire. Yo no tenía derecho a molestarme si no le paraba bola.

Sin embargo, tras volver un par de veces a su ciudad donde había ido para las fiestas estaba raro y finalmente se sinceró conmigo. La niña de las fotos era su novia. ¡Será granuja! Luis, el pardillo que ni se atrevía a mirarme a la cara cuando me conoció resulta que tenía una novia en su ciudad a la vez que me estaba tirando los trastos. Bueno, a mí, a la rubia…

Aquello en realidad me tranquilizó en parte. No me habría gustado enrollarme con él y encontrarme el pastel a posteriori. Pero mi firmeza había evitado todo. Pero también era cierto que estaba libre. Qué tonta. Cuando tenía que estar enfadada por haberme tenido engañada tanto tiempo mi deseo por él me hacía alegrarme.

Sin embargo no fui capaz de darme cuenta de por qué Luis ahora me lo contaba todo. Joder, yo era su amiga. La de los buenos consejos. La que te escucha. Con la que te confiesas. Visto desde fuera se le había dado la vuelta a la tortilla. En vez de ser Luis el que me perseguía frente a mi desdén, ahora yo tenía que hacer de tripas corazón y comportarme como una buena amiga siempre dispuesta a escuchar y aconsejar. Estábamos más cerca que nunca y a la vez más lejos de lo que yo realmente sentía.

Y más lejos aún. A las pocas semanas empecé a agobiarme por los exámenes de junio. Luis iba sobrado y estudiaba a menor ritmo que yo, que admito que podía llegar a ponerme insoportable. Eso provocó que saliera por su cuenta y se liara con una chavala de su clase. Pero ahora a la vista de todos. Sin engaños. Luis tenía novia. Y yo ya no entraba en sus planes para nada más que una bonita amistad.

En realidad había conseguido lo que quería: evitar una relación. ¿Realmente es lo que quería? Ya no me quedaba otra y así se lo hice saber a Lourdes que previendo mi pena no fue capaz de reprocharme que había jugado con fuego y me había quemado, o mejor dicho, consumido mis posibilidades con el niño que realmente me gustaba. Pero con mi experiencia era capaz de hacer tripas corazón y tirar para adelante, porque aunque sabía que los besos y abrazos se los llevaba otra, yo seguía viéndolo todos los días en la residencia.
 
Con el Negro todo había sido muy diferente. Con la cabeza llena de pájaros me deje arrastrar a una relación que mi madre temía más que la de Adrián. Todo el barrio sabía a qué se dedicaba el Negro, cómo conseguía el dinero para tener un piso y mantenerse el coche de alta gama negro con tapicería blanca de cuero, en el que empezó a recogerme del instituto todos los días para llevarme a casa. Aparentemente todo era muy casto pues apena me daba un beso al despedirse de mí o me daba un cachete en la nalga al salir del coche.

Mi madre ya sospechaba algo y la bronca no se hizo esperar. Decía que iba a acabar con ella entre mis líos y rebeldías, y yo más rebelde me volvía. Tanto que al viernes siguiente me planté en el piso del Negro. Qué poca cabeza tenía entonces.

Todo el mundo sabía donde vivía aunque no exactamente su piso. En el bloque comprobé cuál era el único buzón sin nombre y allí me dirigí subiendo las escaleras. Yo tan miedosa para otras cosas me metí en un bloque de la peor zona del barrio sin estar del todo segura de si realmente allí estaría mi novio de 22 años.

Efectivamente llamé y tras observar por la mirilla de la puerta alguien me abrió reconociendo a uno de sus “amigos”. Extrañado me preguntó qué quería y resuelta respondí que iba buscando a mi novio. Fua una situación bastante incómoda pues tras franquearme una pesada puerta de metal me hizo pasar a un salón en el que 3 tíos sin camiseta, pues ya hacía calor aquel mes de junio, me observaban sin reparos de arriba abajo haciéndome sentir desnuda pese a llevar una faldita corta y una camiseta ajustada, eso sí sin sujetador. Me sentí tan incómoda que crucé los brazos tapándome el pecho.

El tío que me había abierto la puerta salió al rato. El Negro estaba ocupado pero me dijo que esperara. Me ofreció asiento y allí esperé mientras los cuatro me observaban descaradamente y me hacían preguntas, algunas bastante impertinentes. Mientras yo pensaba que el Negro sabría ponerlos en su sitio.

Al fin salió acompañado de un tío con pinta de extranjero. Se despidió de él y cambiando su semblante áspero por su cálida sonrisa me recibió amablemente plantándome un pico en los labios. “Soy su novia, capullos” pensé mientras me tomaba de la mano para que lo acompañara dentro.

El piso a pesar de estar en una zona bastante mala estaba bastante ordenado y cuidado. Parecía recién reformado. No era muy grande por lo que a través de un pasillito me llevó al que supuse que era su dormitorio, una habitación donde sólo había una enorme cama en medio con una mesilla de noche y un televisor de pantalla plana enorme con una consola de videojuegos. Me recordó a Adrián pero en realidad no tenían nada que ver.

Me invitó a sentarme en la cama. Yo estaba nerviosa. Él, con su talante habitual conmigo, me preguntó qué hacía allí. Respondí que quería saber dónde vivía. Con cara divertida indagó en quien me había dicho donde vivía y le dije que todo el mundo sabía en qué zona pero que yo había adivinado su piso. Miró el reloj y me dijo que aunque tenía que salir podíamos quedarnos un rato allí.

-Estás en tu casa- me dijo mientras se quitaba la camiseta de tirantas.

Empecé a ponerme tensa a la vez que no podía evitar observar su torso desnudo de forma disimulada. Pese a ser un tío de poca estatura el Negro tenía una musculatura bastante marcada con brazos y hombros fuertes, pectorales redondeados y las abdominales muy marcadas en una cintura fina pese a sus anchas espaldas. Resultó que tenía un gimnasio en otra habitación de la casa donde se machacaba con máquinas y pesas.

-¿Te molesta que me ponga cómodo?- me preguntó y negué con la cabeza.

No pude evitar fijarme en una cicatriz que tenía en el costado. Al darse cuenta me explicó que era un recuerdo de una pelea antigua y que tenía el cuerpo lleno de marcas de lo que él llamaba su lucha. Avergonzada no me atrevía a preguntar qué lucha era esa pero él me enseño otra cicatriz en su espalda por debajo del enorme tatuaje de un dragón escupiendo fuego que le ocupaba media espalda. Y sin esperármelo se giró de nuevo de frente y se desabrochó el pantalón bajándolo a medio muslo para enseñarme una cicatriz precisamente en el muslo aunque yo sólo veía completamente cortada sus boxers blancos de marca muy ajustados.

Con naturalidad mientras me contaba la causa de la cicatriz se colocó el paquete y se subió de nuevo los pantalones sentándose a mi lado sin abrochárselos de nuevo.

-Estás muy callada- me dijo con su sonrisa encantadora- ¿no estás a gusto aquí?

Negué de nuevo con la cabeza mientras me pasaba el brazo por los hombros a la vez que me decía:

-Quiero que te sientas como en tu casa. Mi casa es tu casa.

Volvía a tener mariposas en el estómago y notaba como se me aceleraba el latido cardiaco cuando empezó a besarme, primero dulcemente para después abrir mis labios con su lengua buscando con intensidad la mía mientras su mano se apoderaba de mi muslo. Yo me limitaba a dejarme llevar. Me tenía hipnotizada y me sentía en la gloria rodeado por su fuerte brazo. Ni siquiera me importaba que su barba me arañara al frotarse nuestras caras.

-¿Estás a gusto?- me preguntó, a lo que respondí con un leve “sí”- ¿No estás incómoda conmigo?

Negué con las mejillas ardiéndome.

-Dicen que te cortas con los hombres…-comentó.

No supe que decir y volví a negar como una niña pequeña interrogada cuando ha hecho algo que estaba mal. Entonces con sus manos agarró la parte baja de mi camiseta tirando de ella hacia arriba para desnudarme. Fui incapaz de poner oposición dejando que el Negro viera mis pechos desnudos mientras decía:

-Realmente eres la niña más bonita del barrio…-mientras me tomaba de la barbilla de nuevo para besarme.
 
Después de todo lo vivido que Luis tuviera novia casi me vino bien. O al menos eso pensé. Así me centraría en los estudios. Llevaba tanto tiempo sin tener pareja y disimulando mis sentimientos que hacerlo una vez más delante de mis amigos, y especialmente de Luis, me resultaba fácil. Sólo Lourdes dudaba de mis palabras cuando le decía que me alegraba por él.

Lo mismo me ocurrió tras verlo después de tanto tiempo en la fiesta de la primavera agarrado de su novia. Del shock inicial pasé al disimulo absoluto. También es cierto que nadie de mis acompañantes sabía nada de mi historia con Luis ni mucho menos de su existencia como antiguo novio en Granada.

Claro que a veces me paso disimulando por lo que acabar follando con un compañero en su coche no parece la respuesta más lógica al golpe que acababa de recibir. Pero ¿quién ha dicho que los sentimientos se controlan con lógica? Si fuese así serían razón y no sentimiento.

Pero lo que si provocó aquel día es que sentí que podía romper lazos con la idea de vivir pensando en Luis. Parece una tontería, pero saber que rehacía su vida con otra persona me hacía sentir menos culpable por no haber sabido conducir nuestra relación. Aunque eso en realidad era marca de la casa pues nunca supe en realidad dirigir mis pasos en una relación y a pesar de sentirme siempre independiente y capaz de decidir mis pasos acababa colgada de un tío.

Ahora entiendo que Luis debía tener el mismo peso sobre su conciencia y por eso buscó la forma de poder disculparse conmigo. Aunque no entendí el día que vino a buscarme con la excusa del informe postoperatorio para su padre su necesidad de desahogarse, ahora reflexionando sobre mis propios pasos me doy cuenta de que en realidad yo había hecho lo mismo años antes pero no se lo había comunicado. El día que me follé a mi compañero en el coche rompí definitivamente con Luis. Y aunque mis miedos perduraron más tiempo, fui capaz de dirigir mis pasos sabiendo que él y yo éramos pasado y nuestros caminos no debían volver a encontrarse, al menos del modo en que pensábamos cuando rompimos.

Pero se supone que aprendemos de los errores y yo creía haberlo hecho hasta conocer a Luis en la residencia. Mi relación con el Negro ha sido el mayor error de mi vida. Aunque tampoco me culpo pues era una niña tonta en aquella época. Mi anonadamiento ante su personalidad me hizo cometer errores que más tarde pagaría y que me marcarían para siempre en mis relaciones con los hombres, especialmente con Luis.

El día que me vi sentada en su cama con mis tetas a su disposición me convertí en su juguete. Mi voluntad se convirtió en una extensión de la suya y mi cuerpo en su instrumento de placer. Pero yo en ese momento me sentía en el cielo, entregada al hombre más deseado del barrio.

Sus ojos recorrieron mi cuerpo sabiendo que iba a ser suyo pues yo me limitaba a esperar y dejarme hacer. Cuando su mano acarició mi teta me sorprendí gimiendo mimosa. Me habría encantado atreverme a tocar su cuerpo como él hacía con el mío, pero ni sabía ni me atrevía. Pero él lo tenía muy claro y se iba a cobrar su presa. Me hizo levantarme y bajó mi falda dejándome sólo con mis braguitas blancas. Su cara denotaba que le gustaba la mercancía.

Fue a quitármelas pero me tensé y lo notó por lo que se levantó y me abrazó diciéndome:

-Quiero que te sientas a gusto conmigo ¿vale?

De nuevo asentí. Entonces el Negro se bajó los pantalones quedando en calzoncillos. Se sobaba el paquete sin pudor sin dejar de observarme y me dijo:

-Tienes fama de estrecha pero yo creo que no es así ¿verdad?

-Sólo con quien no me gusta…

-¿Y yo te gusto?

Asentí en silencio de nuevo y el Negro me besó tomando posesión de mi boca con su lengua mientras acariciaba mi espalda y mi culo. Ahora apretaba su cuerpo contra el mío y yo me atreví a abrazarlo. Sentía la dureza de sus músculos y la tersura de su piel sin vello alguno. Entonces coló su mano en mis bragas. La invasión casi la esperaba pues ya lo había vivido antes con otros chicos pero aun así hice una pequeña contracción de mis muslos cuando su mano acarició mi vello púbico mientras me susurraba ronco al oído:

-A ver que chochito más rico tienes…mmmm, peludito, nena…

Ahí sentí su dedo presionar entre mis labios y gemí aferrándome más a su cuerpo.

-Mmmm, si estás mojadita. ¿El Negro te pone caliente?

Yo no respondí pero gemía en su cuello.

-Tú pones al Negro muy caliente…-dijo justo antes de separarse de mí para tumbarme en la cama.

Disimulando su prisa ahora sí me sacó las bragas mientras avergonzada juntaba las piernas intentando que mi chocho no quedara totalmente expuesto. Con cierto temor pregunté:

-¿Vas a metérmela?

-Claro que sí, nena.

-Por favor, ten cuidado.

Una sonrisa maliciosa cruzó su rostro en ese momento y respondió:

-Esta nena es virgen. Verás que bien te lo vas a pasar con el Negro.

Se quitó el calzoncillo aún de pie tranquilizándome en cierto sentido, pues la polla del Negro era bastante menos gruesa que la de Iván y más corta que la del tío del parque. Algún machote podría pensar que sufrí algún tipo de decepción pero nada más lejos de la realidad al pensar que aquel trozo de carne ligeramente curvado hacia arriba entraría dentro de mí en un breve lapso de tiempo.

Pensé que iba a metérmela sin más, pero el Negro, seguramente experto en abrir coños por primera vez se tumbó a mi lado acariciándome y besándome seguramente buscando tranquilizarme para conseguir que me relajara pues en ese momento estaba bastante tensa. Mi respiración se iba tranquilizando mientras que yo misma me atrevía a acariciarlo a él incluida su polla que masturbé suavemente creyendo que quizá así evitaría el trance por el que iba a pasar. Pero no era esa la intención de mi novio, pues así lo consideraba desde el primer beso en su coche, que empezó a echarse sobre mí colando una de sus piernas entre las mías.

-Por favor no me dejes embarazada…-rogué algo asustada.

-Jajajaja, tranquila, sé lo que hago- respondió justo antes de encajarse entre mis muslos con su sonrisa arrebatadora mirándome fijamente a los ojos.
 
Supongo que la mayoría de las mujeres temerán y desearán a la vez perder la virginidad. Yo estaba en una nube sintiéndome deseada por el Negro. Pero a la vez temía que su penetración me pudiera doler. Quería que viera en mí a una mujer cuando en realidad era sólo una niña que se abría de piernas para complacer el macho que la iba a poseer.

En realidad todo fue mucho más rápido y sencillo de lo que habría podido imaginar. Cuando la polla del Negro, afortunadamente no muy grande se encajó entre mis labios rozándolos, lejos de sentir los escalofríos que había disfrutado cuando anteriormente algún chico me había tocado ahí provocó que contuviera la respiración y me tensara.

Y cuando al fin empezó a invadir la estrechez de mi coño, éste empezó poco a poco a abrirse mostrando una leve resistencia que el Negro hábilmente superó con ligeros movimientos de cadera en los que rompió mi himen y mi resistencia. Sentí un leve desgarro que me provocó escozor y calor, un calor que nunca había sentido ahí dentro. Vacié mis pulmones probablemente con algún gesto de dolor y al que yo sentía como mi novio cariñosamente me besó mientras me decía: “Ya está”

Efectivamente toda su polla había entrado en mi chocho, que se ajustaba como un guante envolviéndola mientras en un comentario desafortunado aunque a mí en ese momento me resultó halagador me decía:

-Qué me gustan los coños estrechitos. ¿Estás bien nena?

Asentí en silencio mientras el ardor de mi entrepierna se iba entibiando.

-Ahora el Negro te va a follar para que disfrutes…

Fueron sus palabras justo antes de empezar a contraer sus nalgas para poder rozar su polla contra las paredes de mi vagina. Yo estaba empapada aunque después pude comprobar que no era sólo flujo lo que mojaba mi interior.

Lo que vino después fue una transformación, pues el Negro empezó a bombearme más fuerte chocando sus caderas contra las mías mientras gemía con halagos hacia mí como “Qué rico…cómo me pones, nena, ¿te gusta lo que te hace el Negro?”

Yo no conseguía sentir el mismo placer que cuando yo me tocaba o lo había hecho Adrián, pero al menos no me estaba siendo desagradable como había oído contar por otras chicas, que decían no haber disfrutado hasta la cuarta o quinta vez que lo habían hecho. Lo que sí estaba claro es que el Negro se gustaba a sí mismo y sí parecía disfrutar de lo que estaba haciendo más que yo en ese momento por sus gemidos y el ritmo creciente de sus envestidas buscando constantemente que yo lo apreciara preguntándome si yo lo disfrutaba.

Realmente no tanto como aprendí a hacerlo más tarde, pero tener al tío más deseado del barrio clavándome la polla en su cama mientras parecía pasárselo muy bien conmigo me bastaba en ese momento y en eso quedó, pues en apenas 5 minutos se salió presurosamente de mí apoyando su cuerpo en uno de sus brazos musculosos mientras con el otro se masturbaba hasta que empezó a correrse en mi barriga entre estertores.

Yo sólo sentí el líquido caliente sobre mi piel pues observaba sobre todo su rostro que me parecía tan bonito gesticulando su placer. No me corrí aquella vez. Visto con los años mi primer polvo no había sido muy bueno, pero en aquel momento me satisfizo. Y sobre todo la actitud cariñosa de mi novio besándome después justo antes de levantarse para buscar algo para limpiarme.

Abrió la mesilla de noche para sacar un rollo de papel aunque pude ver una pistola guardada en el cajón. No me asustó. Porque el Negro seguía con la actitud cariñosa limpiándose la polla de los restos de flujo y un poco de sangre mientras alababa lo buena que había sido.

Me dio el rollo para que yo me limpiara mientras se ponía los calzoncillos. Yo estaba realmente avergonzada. Acababa de follar con él y había sido muy diferente a cómo lo imaginaba. Su sonrisa cautivadora seguía siendo la misma. Su cuerpo me parecía si cabe más atractivo. No me decepcionó en absoluto su pequeño pene, más bien todo lo contrario tratándose de mi primera vez. La obsesión por el tamaño es más un complejo masculino. Pero yo no había alcanzado mi clímax y no sabía si eso lo había decepcionado a él. Así que mientras totalmente cortada me ponía mis bragas blancas con un trozo de papel doblado dentro de ellas por miedo a mancharlas de sangre y que mi madre descubriera lo que había pasado me giré hacia él y le pregunté temerosa:

-Pero ¿te ha gustado?

Ya con los pantalones puestos se acercó a mí y agarrándome con su brazo por la cintura me pegó totalmente a su cuerpo apretando con fuerza mi nalga con su mano y me dio un muerdo largo con mucha lengua antes de decirme:

-Ha estado de puta madre…

Con eso ya obtuve la satisfacción que me faltaba. Pese a mi falta de experiencia yo le seguía gustando al Negro.
 
Los días siguientes pensé mucho en lo que había pasado. Realmente aquello no era tan “especial” como suponía y aunque no me había quedado mal sabor de boca seguí con el temor de que el Negro esperara más de mí y no comportarme como una estrecha. De hecho me estaba olvidando de plantearme el sexo como un disfrute compartido y aunque me gustó sentir el cuerpo de mi novio sobre el mío y que se moviera dentro de mí yo seguía más preocupada por sus expectativas que por las mías, que sólo pasaban en ese momento por contentarlo.

Tras mi estreno en su casa pasaron varios días sin saber del Negro. Y aquello empezó a preocuparme. Le había dado lo que quería y ya no iba a buscarme más. Pero me equivoqué. El viernes por la noche apareció en el parque. Venía con un brazo vendado. Su actitud cariñosa conmigo me tranquilizó aunque cuando le pregunté por la herida del brazo y su ausencia se limitó a responder que un negocio había salido mal.

Entonces me pidió que me fuera con él y por supuesto acepté encantada. A mis amigas no les había contado que ya me había acostado con él pero la forma como me agarró por la cintura para irnos y sus caricias en mi culo dejaron claro que había algo más que amistad entre él y yo delante de mis amigas.

Por más que le pregunté por la herida del brazo sólo me dijo que había sido un rasguño en un encontronazo. Nos subimos a su coche pero en vez de conducir hasta mi casa se detuvo en una zona apartada. Me dijo que estaba muy cansado y que necesitaba relajarse. Yo me justifiqué en que no podía irme a su casa porque ya se me hacía tarde para llegar a la mía. Su reacción fue besarme mientras me decía que me había echado mucho de menos. Complacida respondí acariciándole el pecho.

Pero el Negro no estaba pensando en cariñitos. Apenas llevábamos unos segundos besándonos ya había colado su mano en mi top de tirantas y ya me estaba amasando una teta.

-Ufff, nenita qué ganas tenía de coger estas tetitas otra vez…-dijo mientras me levantaba el top para liberar mis pechos.

Quise decirle que parara porque estábamos en la calle, pero para entonces mi novio ya me chupaba un pezón entre gemidos arañándome con su barba de varios días. Estaba tan excitado que me sentí complacida con sus gruñidos y yo gemí acariciando su cabeza rapada.

-Nenita como me pones…

Noté como sin dejar de chuparme los pezones endurecidos se estaba desabrochando el pantalón y una vez que se lo abrió se recolocó en su asiento del conductor sacándose la polla de los calzoncillos.

-Mira qué dura me la pones, Claudi…

Pese a la situación me hizo gracia que me dijera Claudi. Como novia complaciente empecé a acariciarle la polla. Pero sin reparos me preguntó:

-¿Por qué no me la chupas un poquito nenita?

En eso no había pensado. Pero ya mi amiga me había advertido. Pensándolo me daba bastante asco, pero yo no era una estrecha y armándome de valor me dispuse a demostrárselo mientras que no dejaba de sobarme las tetas. Sentada en mi asiento me recliné sobre el Negro viendo su polla muy cerca de mi cara. No voy a negar que olía a sudor y que no me resultó nada apetecible, por lo que antes de chupar como si fuese un chupachup preferí lamer la punta con mi lengua para comprobar si el sabor era demasiado desagradable.

-Ya sabía yo que no eras una niñita estrecha…-decía mi novio mientras yo terminaba de decidirme.

Con el primer lametazo conseguí dos cosas: comprobar que aunque tenía un sabor algo ácido no me daba tanto asco, y sentir como el Negro se estremecía.

-Sí, nena…

Cuando llevaba un par de minutos lamiéndole el glande se cansó y me pidió que chupara. Yo no tenía ni idea pero supuse que debería meterme su churrita en mi boca así que pasé a la postura del chupachup. Eso ya le gustó más y empezó a agradecérmelo.

-Oh, sí…uffff…qué rico, nenita.

Al punto ácido y la base salada se unió un fondo agrio que esperaba que no fuese su orina. Pero ya me estaba acostumbrando incluso a que con su mano presionara mi cabeza para que tragara todo lo que pudiera, que era bastante teniendo en cuenta el tamaño de su polla. Con el tío aquel del parque que me presionó no habría sido capaz de hacerlo pues estaba bastante más dotado.

-Así, así…sabía que eras una buena putita…

No me lo quise tomar a mal y seguí a lo mío. Mejor dicho, a lo suyo.

-Más rápido, nena. Más rápido…uffff…

Me estaba haciendo subir y bajar la cabeza bastante rápido cuando empecé a notar un sabor más dulzón. De golpe el Negro se tensó y me sujetó la cabeza mientras yo intentaba zafarme. El sabor dulzón era su corrida. Me la estaba soltando entre gemidos sin darme la opción a decidir por mi cuenta.

Algo se me escapó entre los labios pero gran parte se paseó por mi boca e incluso llegué a tragarla. Me dio más asco saber lo que era que el sabor en sí de aquel líquido que salió de su polla. Tenía ganas de escupir, de llorar, de salir corriendo de allí. Pero a la vez estaba pensando que quizá el sexo era así.

Cuando soltó mi cabeza entre comentarios halagadores yo realmente no sabía qué hacer. En mi inocencia tuve miedo de molestarlo si abría la puerta y escupía la mezcla de saliva y semen que había en mi boca ya descartado el salir corriendo, pues una mujer de verdad no se iba en esas situaciones y yo lo era.

-Uffffffffff, nenita, pero que bien…

Sus palabras reafirmaron la idea de que eso debía ser así por lo que me eché en su pecho buscando su cariño que lo encontré en modo de caricia, pero cuando quise besarlo me torció la cara y me dijo a modo de disculpa:

-Reina, al Negro no le gusta el sabor a polla…
 
El mal sabor de boca, y no me refiero al regusto extraño que me dejó la mamada y corrida, sino su respuesta seca y desagradecida lo suavizó con un regalito que me traía. Tras recomponerse la ropa se sacó del bolsillo del pantalón un saquito de joyería con un colgantito en plata con un corazoncito. Como tonta le agradecí el regalo y acabé abrazada con la cabeza en su pecho mientras me atusaba el pelo.

Tonta. Ahora sé que era tonta. Pero entonces me sentía una mujer que tenía a su macho y sabía contentarlo. Supongo que debe ser el error que han debido cometer muchas mujeres y que por desgracia cuando se dan cuenta les lleva a sufrir la incomprensión, y por desgracia, la violencia de los que dicen quererlas. El sometimiento no es una forma de querer, pero con la edad que yo tenía entonces creía que sí.

Y así me convertí para el Negro en su entretenimiento. Tras aparecer en su casa un par de veces y despacharme rápido porque estaba ocupado me dejó claro que mejor él me buscaba. Eso sí, la primera de esas veces sí que me metió en su dormitorio y me echó un polvo rápido sin siquiera desvestirse. Y a pesar de que tampoco alcancé el orgasmo me fui contenta y algo escocida porque su cinturón me rozaba.

De hecho, cuando me acordaba de los momentos con él y me ponía tontorrona acababa tocándome si tenía intimidad suficiente y sí que llegaba con cierta rapidez al clímax. Pero ni así me daba cuenta. Yo siempre lo justificaba en sus asuntos, que eran más importantes.

Por fin terminamos las clases. Y eso me daba bastante tiempo libre. Una mañana al salir de casa para buscar a mis amigas vi su coche aparcado en frente de mi casa. Crucé y me hizo el gesto de que me subiera a su coche. Arrancó pero se detuvo varias calles antes de llegar a su casa. Sacó una bolsa del asiento de atrás: era un conjunto de lencería supongo que bastante caro y un poco subido para lo que yo usaba en aquella época, pues constaba de un tanga negro de encaje y un sujetador con las copas muy bajas también de encaje y sin tirantas. Me avergoncé de pensar que me imaginara con aquello puesto, pero, qué tontería, si ya me había visto desnuda.

Quería pasar todo el día conmigo así que llamé a casa para decir que comía con una amiga tras avisar a ésta de que iba a estar todo el día con mi novio. Al llegar a su casa los matones que me habían recibido estaban allí en el salón, con el torso desnudo y miradas descaradas. Pero esta vez el Negro les dijo que se fueran excepto a uno que debía hacer guardia. Después supe que la guardia consistía en distribuir droga a los posibles clientes que se acercaran por la mañana, algo menos probable que por la noche.

Tras entrar me hizo pasar al baño para que me cambiara. Sólo me dejaba estar en su dormitorio o en el baño pues había otra habitación cerrada con llave y en el salón siempre estaban sus “amigos” con los que no le gustaba que hablara demasiado. En el baño me puse el conjunto y me vi hermosa pero a la vez me moría de la vergüenza de la pinta que tenía. Efectivamente el tanga de encaje, aparte de colárseme por el culo, pues no estaba acostumbrada entonces a usar ese tipo de ropa interior, transparentaba a través del encaje mi vello púbico. Pero no era mejor por arriba. A pesar de mi poco pecho la forma del sujetador hacía que medio pecho quedara fuera de la copa asomando el pezón que además se transparentaba igualmente por el encaje. Demasiado para una niña de mi edad.

Aún así crucé corriendo el pasillo temiendo cruzarme con el matón del salón y entré al dormitorio donde el Negro me esperaba tumbado en la cama en calzoncillos. Descubrí lo que es sentirse observada verdaderamente pues con su forma de mirarme y como se mordía el labio era evidente que le gustaba lo que veía mientras yo estaba deseando taparme de alguna forma. Pero él se regocijó haciéndome dar la vuelta un par de veces para ver como el tanga se incrustaba entre mis nalgas.

-Nenita, estás para comerte…puff qué dura me la pones. Prométeme que no me engañas con nadie…

-Eso ¿cómo va a ser?- pregunté asustada.

-¿Quién es tu macho?

-Tú…

-¿De quién es este cuerpecito?- preguntó tras levantarse y agarrarme el culo con su mano caliente.

-Sólo tuyo…

-¿Quién te mete la polla?

-Sólo tú…

El sentido de posesión, de quiebra de tu voluntad, de sumisión…todo lo que el resto de mi vida negué que volvería a repetir lo sufrí al enamorarme del Negro. Y sorprendentemente, entonces creía ser feliz.
 
Dicen que de los errores se aprende. Yo con el Negro no aprendí, pero cuando años después tuve pareja jamás consentí que ocurriera lo que en realidad había sufrido con él sin ser consciente en ese momento.

No sé si mi forma de plantearme mi relación con Luis tuviera que ver con eso. Ni siquiera mi fracaso en las relaciones posteriores. En realidad yo me ponía mis propios límites y no todo el mundo está dispuesto a ellos. Por eso he tenido las relaciones que he tenido. Salvo la intensidad vivida con Luis en aquellos pocos meses después no fui capaz de pasar de algún polvo pasajero o relaciones de amistad con sexo. Pero sólo con Luis puedo decir que tuve una relación plena basada en la igualdad. Y quizá ese ha sido mi otro lastre para volver a cristalizar una relación estable.

Después del polvo con mi compañero en su coche me di cuenta que ya todo estaba perdido con Luis y me sentí demasiado joven para olvidarme del sexo. Incluso con un amante tan malo y egoísta como el Negro llegué a disfrutar de sexo, ¿por qué no a mis veintipocos y sintiéndome guapa?

Aunque cuando dos semanas después me vi comiéndole la polla a un tío en el aparcamiento de una discoteca a la que había ido a celebrar que empezaban las vacaciones de Semana Santa empecé a dudar de nuevo si merecía la pena, pues aunque el tío estaba muy bueno volví a sufrir ese sentimiento de sumisión que me devolvía a las sesiones de sexo con el Negro. Afortunadamente cuando decidí que ya había chupado bastante el tío se tiró de rodillas al suelo regalándome un cunnilingus que me dejó temblando. Lástima que no llevara condones y ninguno hubiera tenido dinero para ir a un hostal pues creo que los polvos habrían sido buenos. Pero al final todo quedó en dos besos agradecidos y ya nos veremos si volvemos por aquí.

Lo que siempre tuve grabado fue esa obsesión de mi exnovio el traficante porque yo sólo fuese suya. Para él no era cuestión de lealtad, sino de propiedad. Yo a Luis le di libertad porque creía tener su lealtad. Me daba igual que follara con otra si su mente estaba conmigo. Pero me equivoqué, pues para él el sexo siempre implicaba algo más. Y ese algo más era una relación de pareja. Así lo hizo con la chica de su ciudad que descubrí en su móvil, así lo hizo con su compañera Marta, y así hizo conmigo. Pero lo peor es que durante mi ausencia conoció a alguien con quien creyó sentir lo mismo. Yo sabía que se liaba con otras chicas, lo que no podía imaginarme es que estaba pensando en formar pareja con otra chica. Y eso fue lo que me mató.

Que la tipa de su clase le comiera la polla en un parque puedo asegurar que me daba igual. Que dudara entre seguir conmigo o irse con la otra chica de su ciudad fue demasiado para mí. Y para él. Que pena acabar así algo tan bonito. Pero para Luis la distancia era un problema. Y yo no supe medirlo. No al irme, sino cuando decidí que podía ser la pareja de aquel chico tímido y guapo que conocí al llegar a la residencia.
 
Una adolescente tonta que se cree una princesa porque su novio le hace regalos mientras que éste sólo la quiere para el sexo puede aprender la lección o no. No sé qué habría sido de mí si mi madre no termina sacándome de aquel ambiente, porque yo llevaba mal camino.

Como no tenía clases y mis hermanos ya no demandaban tanta ayuda mía como recoger y limpiar la casa, cosa que hacía por la mañana tenía todas las tardes libres. Normalmente estaba con mis amigas salvo que el Negro me buscara. A veces dábamos un paseo en su coche y tomábamos algo en una hamburguesería para terminar en un descampado donde acabábamos liándonos. Me hacía hacer cosas que en realidad yo no deseaba pero siempre se salía con la suya. Entre su sonrisa y su capacidad de persuasión siempre conseguía lo que quería.

Lo más normal una mamada. Aún recuerdo como uno de esos días mientras yo me afanaba en darle placer oralmente me hizo ponerme de rodillas en el asiento. Casi no cabía con la puerta cerrada y la longitud de mis piernas. Después descubrí que quería tocarme el culo y meterme un dedo mientras yo chupaba.

Pero con él lo sexual se terminaba convirtiendo siempre en dominio. Al colar su dedo entre mis nalgas se topó con que yo estaba mojada y con su voz excitada me soltó:

-Sabía que eras una putita que te gusta tragar polla…

No era capaz de imaginar entonces lo machista y despectivo que era el comentario porque la verdad es que chupar con su dedo dándome placer era preferible que hacerlo sin más para que él vaciara sus huevos y yo me fuera a dos velas. Así al menos conseguí correrme justo antes de que me llenara la boca de su semen líquido y poco denso por su permanente actividad sexual.

No era la primera vez que el Negro hacía que me corriera. En uno de sus polvos intensos pero breves el día que me había regalado el conjunto de lencería conseguir alcanzar el orgasmo con su polla dentro de mí. Y, como tonta, me alegré de que él me viera estremecerme de placer bajo el peso de su cuerpo y los envites de sus caderas.

Otro día tras despertarnos de una siesta en su cama, donde me hacía dormir desnuda porque le gustaba sentirme al lado, me fui al baño. Sabía que alguno de sus matones estaba en la sala pero ellos solían entrar a un pequeño aseo que había junto a la cocina inutilizada del piso. Mientras orinaba entró el Negro. Me hizo limpiarme delante de él mientras me decía que se le había ocurrido algo. Yo estaba pensando en alguna cochinada pero sacó del armarito del lavabo su maquinilla de afeitar. ¿Qué tramaba?

Lo descubrí cuando me hizo meterme en la bañera y me mojó la entrepierna con el teléfono de la ducha. Afortunadamente era verano y no me molestó demasiado el agua fría. Después cubrió mi vello púbico con espuma de afeitar y procedió a afeitármelo entre mis risas nerviosas porque me hacía cosquillas pero a la vez temía que me cortara.

Era un experto rasurador pues él no tenía ni un solo vello en su cuerpo. Ni en las axilas, ni en su cabeza rapada llena de cicatrices ni, en piernas, pecho o polla. Totalmente pelón y musculado. A mí me dejó el chochito suave como el culito de un bebé y para comprobarlo se puso de rodillas a besarlo mientras yo me reía a carcajadas.

Pero cuando atrapó mi raja con sus labios sentí un escalofrío, y más cuando encajó su lengua entre los míos. Casi me caigo del latigazo de placer que sentí. Le pedí que parara asustada por las sensaciones pero él crecido gemía y me agarraba las piernas para que nos la cerrara sin dejar de pasar sus lengua por mi raja y a ratos sorber mi clítoris con sus labios. En menos de 5 minutos me estaba derritiendo apoyada contra la pared de la bañera para no caerme mientras entre gemidos seguía rogando que parara cuando en realidad estaba deseando que continuara.

La explosión de placer que me vino cortándome la respiración y obligándome a cerrar los ojos fue tan intensa que se me aflojaron las piernas y me quedé muda hasta que conseguir volver a respirar. Me temblaban las piernas y sentía contracciones en mi coño.

-Hostias, que chocho más rico tienes ahora peladito, nenita…-comentó el Negro mientras yo era incapaz de reaccionar.

Nunca había sentido un orgasmo tan intenso y me había dejado como ausente abandonada sólo a las sensaciones que seguían recorriendo mi cuerpo y no sólo la zona estimulada por la boca y lengua de mi novio, sino también pecho, espalda e incluso sentía mi boca ávida de más sensaciones.

Y las recibí pues el Negro sin esperar a mi reacción me metió la lengua hasta la garganta para besarme. A mí ni me preguntó si me molestaba el sabor a chocho. Me daba igual todavía no conseguía que mi cuerpo se serenara. Ni lo conseguí.

Como una marioneta el Negro me puso con las manos apoyadas en la pared y trató de meterme su polla dura por el coño, pero entre su escasa estatura y mis piernas largas tuvo que auparse para poder hacerlo.

Era la primera vez que me follaban desde atrás. Entre que mi coño seguía inflamado por la comida que me acababa de hacer y la intensidad con la que me penetró me volví a correr antes de que él terminara perdiendo totalmente la fuerza en mis piernas para quedar de rodillas contra la pared. Sólo sentí su semen caliente cayéndome en la espalda cuando intenté levantarme. Estaba descubriendo nuevos aspectos en el sexo. Ahora yo también disfrutaba.
 
Pero yo no me daba cuenta de que sólo me quería para el sexo. Aunque yo sabía que se dedicaba a negocios turbios e ilegales pues la policía ya había estado merodeando por su bloque, él no me contaba nada. Y no dejaba que sus “matones” hablaran delante de mí de aspectos escabrosos. Aunque sí me enteré de que alguien le estaba haciendo la competencia en su territorio y eso le tenía bastante cabreado.

Pese a todo le gustaba que nos pasáramos la tarde tirados en su cama viendo la tele o con él jugando mientras se fumaba un porro del que me daba alguna calada. Le gustaba tenerme desnuda al lado y acariciarme las tetas mientras veíamos alguna película. Le encantaban las de persecuciones de coches deportivos y mucha violencia. A mí no me gustaban especialmente pero tampoco me daba cuenta que yo cumplía el mismo papel con él que la mayoría de las chicas objeto que salían en esas películas. Guapas, pero silenciosas y siempre dispuestas a dar placer a su macho.

Al final estaba repitiendo el mismo modelo que con Adrián, pero con alguien más peligroso y practicando sexo casi diariamente. Pero yo estaba extrañamente colada por el Negro, cosa que no había ocurrido con mi primer novio.

Lo sorprendente de todo es que lo que yo tenía era a lo que aspiraban muchas chicas del barrio. Algunas llegaron a decirme que si el Negro me hacía un bombo tendría la vida resuelta. Ahí siempre me acordaba de mi tía y sus consejos sobre los hombres. Pero como cabeza de chorlito que era entonces creía que mi tía simplemente no había tenido mi suerte.

Pero las faltas de respeto del Negro se sucedían según pasaban las semanas de aquel caluroso mes de julio. Al final dos cariñitos, su sonrisa y un regalito bastaban para que yo no dudara. Tampoco sé cómo se habría tomado que yo lo dejara sabiendo lo que ocurrió después, pero mejor no adelantarme.

Una noche, tras varios días sin saber de él me recogió con su coche. Por supuesto me llevó a un descampado. Quería a su putita para que le rebajara la tensión. Se le notaba bastante crispado y algo violento. Me asustaba cuando se ponía así.

Tras sus típicas excusas de que estaba muy liado me dio un regalito. Unos pendientes. Ya empezaba a darme cuenta de que con ellos me compraba pero sólo era una sospecha. Al final como tonta, con dos excusas y tres caricias empezamos a liarnos y cuando me pidió que se la comiera allí que me bajé como una tonta.

Mientras se la comía sonó su teléfono. Yo paré pero con su mano presionó mi cabeza para que continuara. No sé con quién hablaba pero le oí decir que ahora se verían. Colgó y se ocupó de animarme para que chupara con más brío mientras me subía la camiseta para tocarme las tetas mientras yo me ocupaba de su polla.

Entonces oí otra voz. Me sobresalté y quise levantarme pero el Negro enfadado me dijo que todavía le faltaba para llegar. El cabrón estaba hablando con otro tío mientras me hacía mamársela. Era humillante. Afortunadamente fue breve y el tío se apartó del coche. Al fin el Negro se corrió soltándomelo en la boca su corrida tal y como estaba mal acostumbrado. Por suerte no eran eyaculaciones abundantes.

Avergonzada y enfadada me limpié la boca y me tapé las tetas pero antes de poder preguntarle quien era ese tío me hizo sentarme en el asiento de atrás para que el otro se sentara delante. Me soltó en casa sin hablar conmigo y diciéndome que ya me buscaría.

Estaba tan avergonzada por lo ocurrido. Por lo que el otro tío pudiera pensar de mí. Por la desconsideración y egoísmo del Negro que me quedé llorando en la calle sin atreverme a subir a casa. Pensé que ya se iba a acabar todo y que iba a dejar al Negro, pero entonces empecé a tener miedo. Más de una chica del barrio había sufrido ya la violencia de sus novios, especialmente al romper una relación y el carácter violento de mi novio me soliviantaba. ¿Cómo me había metido ahí?
 
Como el Negro estuvo varios días sin asomar la cabeza me tranquilicé. Además no quería que se notara nada en casa, ni cuando estaba triste, ni cuando venía con los ojos colorados por haber fumado con mi novio.

Sin embargo una tarde me volví a encontrar su coche aparcado frente a mi casa. Disimulé como si no lo hubiera visto pero se bajó del coche y cruzo la calle hasta alcanzarme. Me detuvo cogiéndome con el brazo.

-Nenita, ¿estás enfadada?

Evidentemente que lo estaba. Pero al final entre excusas, disculpas y esa cochina sonrisa me engatusó y acabamos en un centro comercial probándome ropa que me quería regalar. Por supuesto todos los vestidos que le gustaban eran o muy apretados, o muy escotados o las dos cosas a la vez. Pero yo volvía a sentir esas mariposas en el estómago que me hicieron caer en la cama del Negro.

El problema es que yo ya no podía esconder tanto regalo en mi casa y mi madre ya no preguntaba, directamente me advertía sobre las malas compañías. No sé si era consciente de hasta qué punto yo estaba implicada con esas compañías, pero ahora con los años entiendo perfectamente su preocupación.

Pero mi cabeza loca me hizo creerme que el Negro de verdad me quería y que su carácter era así y yo tenía que ir poco a poco enseñándolo. Y así parecía, pues el día siguiente lo pasamos todo el día juntos, primero comiendo en una hamburguesería y después toda la tarde en su casa fresquitos con el aire acondicionado de su dormitorio viendo la tele y echando varios polvos.

Era cierto que el Negro no era un amante de largo recorrido pero su polla se recuperaba con tremenda facilidad y era capaz de follar de forma continuada. Quizá le ayudaba la droga que llevaba en el cuerpo, pues esa tarde nos fumamos un porro y además él se metió una raya de coca justo antes de ponerme a cuatro en la cama para echar el polvo más frenético de la tarde.

Pero en realidad lo que más me gustó de ese día fue pasarnos toda la tarde juntos desnudos en la cama y que me tratara como a una novia de verdad contándome al fin algunos detalles de su negocio. Así además consiguió disculparse por le feo gesto de la mamada de unos días antes.

Él controlaba el menudeo del barrio pero desde hacía unas semanas alguien estaba trayendo droga que ellos no controlaban. Por ese motivo le había llamado mientras se relajaba conmigo. Ya sabían quien estaba invadiendo su territorio y el tío que había venido a hablar con él mientras yo se la comía en el coche era uno de sus matones y venía a recogerlo para irse a espiar a la nueva competencia en el negocio.

Estando acostados en la cama tras el cuarto o quinto polvo me fui a refrescarme al baño. Cuando regresé al dormitorio el Negro se estaba vistiendo. Iba a reunirse con la otra banda para marcar territorio. No sé qué cara de decepción debí poner que en un arranque me dijo que me fuera con él.

Yo estaba encantada de que me tuviera tan en consideración, pero a la vez tenía miedo. ¿Tan colada estaba por el Negro como para meterme en una reunión de bandas?

Toda la determinación que he tenido posteriormente en mi vida, con sus altibajos y recaídas, me faltó en aquel momento para ser consciente de donde me metía. Pero me faltaban años, experiencia y mimbres y me sobraban pájaros en la cabeza como para poder sopesar el riesgo que corría.
 
Pensé que convivir con Luis sabiendo que tenía novia me vendría bien. De hecho, el Luis amigo me estaba gustando más que el Luis pretendiente. Se mostraba más auténtico y sincero e intentaba menos aparentar algo que él no era para conseguir algo conmigo. El problema es que me gustaba más aún.

Y no era Lourdes la que me daba la cantinela, ahora era Vanessa, mi compañera de habitación que cabreada por como Óscar, el compañero de Luis, la utilizaba, quería hacerme sentir mal por haber dejado ir a un tío que evidentemente me gustaba. Yo lo negaba pero en el fondo no podía dejar de pensar que tenía razón y que con mi mala experiencia con los tíos Luis era más una ilusión que una realidad. Pero joder, me habría gustado que fuese realidad.

Con lo que no contaba era que a Luis su relación le iba a durar tan poco y además que le iba a pesar tanto. Mi actitud tenía que ser la de amiga y consejera, pero verlo tan hundido, desconcertado y roto me estaba generando un sentimiento incapaz de controlar y temía romper mi determinación de no abrazarlo, besarlo y acariciarlo que era lo que realmente deseaba.

Que su estado fuera motivado por otra chica en cierto sentido podía significar que él no sentía lo mismo que yo, por lo que quizá no era el momento más adecuado para mostrar mis verdaderos sentimientos. De hecho cuando lo tuve relatándome todas sus tribulaciones en un arranque de sinceridad que me conmovió en las entrañas, pues estaba desnudando su alma delante de mí reconociendo todos sus errores, ante una amiga…pues sólo a una verdadera amiga se le cuentan esas cosas.

Y sí, Luis no era del todo como yo pensaba. Tenía más picardía de lo imaginado y era más malote de lo que su ingenuidad a principio de curso y sus errores con las chicas podrían dar a entender.

Luis empezaba a parecerse a los tíos que me habían gustado siempre. Decidido, con su puntito descarado y seguro. Pero a la vez su derrumbe me enseñaba al Luis que conocí al llegar a la residencia, desconfiado, inseguro y vulnerable. Qué difícil tenerlo tan cerca y no sentirlo. Pero él pensaba en otra por lo que su cuerpo físico y su cercanía estaban conmigo, pero su corazón estaban con la chica que acababa de abandonarlo sin dar explicaciones.

Yo también empezaba a ser consciente de que Luis debía sentirse muy confundido con mi actitud cuando me mostraba cariñosa y cercana, fácil al abrazo, y otras cuando cortaba secamente esas muestras de cariño. Pero es que me costaba contenerme, y más teniéndolo entre mis brazos. Llegaría el momento en que ya no podría disimular más.
 
Yo aquel día me había puesto uno de los vestidos que me había comprado el Negro. Era rojo y ajustado con la falda muy corta obligándome a tirar de ella hacia abajo para no enseñar más de la cuenta. Cuando estaba sentada tenía que cruzar las piernas para no enseñar el tanga negro que me había puesto para que no se me marcara el elástico de las bragas en el culo. Además como era escotado de espalda me obligaba a ir sin sujetador marcando mis tetas por delante aunque no los pezones por el forro que tenía el vestido para dar forma al pecho.

Después de aquella época no he vuelto a vestir así pero reconozco que “estrenando cuerpo” como dicen las abuelas, yo me veía espectacular así vestida. Me sentía una mujer explosiva y más rodeada como iba en el coche de cuatro matones musculosos entre ellos mi novio.

Ya era de noche cuando llegamos a unas casas bajas que había por detrás del polígono, ya fuera del barrio. El Negro detuvo el coche y el tío que había venido a hablar con él mientras yo se la mamaba nos esperaba en la puerta de una casa bastante descuidada. No reconocí su cara pero sí su voz pues el Negro me había obligado a seguir chupando mientras el tío le pasaba información.

Salimos del coche mientras el tío llamaba a la puerta. De inmediato salieron tres tíos de la casa. Nosotros éramos cinco y yo, y ellos sólo tres. De inmediato el más alto de los tres preguntó altanero:

-¿Qué carajo venís a buscar aquí?

-Largo- dijo el Negro- sabemos que estás metiéndote en mi territorio. No me toques los cojones porque te voy a cortar los tuyos.

El Largo era el jefe de la otra banda. Era algo mayor de edad que el Negro, después supe que ya tenía 25 años, pero era muy diferente. Muy alto, de ahí su pseudónimo, debía medir en torno a 1,90 frente a los escasos 1,65 del Negro. También musculoso, pues todos los matones dedicaban sus horas muertas a machacarse con las pesas, pero no tan inflado. Pero lo más llamativo de su presencia eran unos ojos verdes de mirada muy penetrante adornando una cara de hombre guapo de facciones proporcionadas, mentón fuerte y marcado, labios gruesos de sonrisa descarada. Transmitía seguridad y suficiencia por todas partes y su voz segura contestaba al Negro:

-Yo no me he metido en tu territorio. Estoy fuera de él, pero ahora tú has venido aquí a amenazarme.

-Estoy perdiendo clientela por tu culpa.

-Pues busca proveedores de mejor calidad. Que tú vendas mierda no es culpa mía.

-Mira Largo, no me ando con chiquitas. Esto es una advertencia. La próxima vez no voy a venir a hablar.

Efectivamente, yo era la garantía de que ese día sólo habría palabras. El Negro estaba de pie apoyado en su coche y había hecho que yo me apoyara en su pierna mientras me sujetaba con su brazo. A la vez que amenazaba al Largo me sobaba e incluso llegó a cogerme una teta como forma de mostrar posesión. Yo representaba en ese momento todo de lo que él era dueño: su mercancía, su territorio, y su chica.

En realidad estaba bastante asustada y algo paralizada, tanto que ni me resistí al sobeteo del Negro para dejar claro que yo era suya. Pero más me cohibió la mirada escrutadora del Largo recorriéndome descaradamente con su mirada hasta detenerse en mis ojos donde una sonrisa sin complejos me estremeció. No sé si me desafiaba a mí o al Negro, pero sentí un fuerte escalofrío retirando mis ojos de los suyos.

Cuando me atreví a levantar la mirada volví a tropezarme con esos ojos verdes y esa forma de mirar tan penetrante. Ya no oía lo que discutían, sólo que el Largo cuando hablaba me miraba a mí. El hechizo se rompió cuando el Negro tiró de mi brazo para que me moviera mientras decía:

-Vámonos Claudi, creo que todo ha quedado claro.

-Adiós Claudi…-se despidió con chulería el Largo ante la mirada desafiante del Negro.

El regreso fue bastante incómodo con el Negro y sus matones discutiendo en el coche. La reunión había sido un fracaso pues no habían doblegado a la otra banda. Sólo se había acordado respetar los territorios pero nada de que los clientes habituales del Negro no pudieran comprarle droga al Largo. Y eso lo tenía enfurecido.

Yo quise relajar a mi novio acariciándole el pecho mientras conducía pero estaba iracundo. Tanto que me recriminó las miraditas con el Largo. Sus propios amigos le decían que yo no había hecho nada y que me había portado muy bien pero su carácter temperamental le hizo despreciarme y hasta insultarme hasta hacerme llorar. Yo estaba pagando los platos rotos.

El colmo fue cuando empezó a decirme que era una puta que me follaría a cualquiera. No entendía su desprecio. ¿Qué había hecho yo? Yo me defendía recordándole sus palabras cuando empezamos que sólo quería su polla y ninguna más. Era humillante discutir así delante de sus tres matones.

Afortunadamente me dejó en casa. Subí temblorosa y escondiéndome de las posibles preguntas de mi madre.
 
En la vida hay momentos en los que nos sentimos en el cielo tocando techo y otros en los que nos hundimos, a veces incluso conscientemente. Yo por aquellos días quizá toqué suelo mientras que cuando dejé que las cosas ocurrieran con Luis fue cuando alcancé el cielo.

Luis estaba destrozado porque Marta lo había dejado. Había conseguido descubrir qué bulo le habían contado a su exnovia pero ella lo había rechazado igualmente por una mala experiencia. Yo creía que eso habría sido suficiente para alejarlo lo suficientemente de mí para evitar mi tentación de demostrarle mis sentimientos, pero me fue muy difícil. Por más que intentaba aparentar ser la amiga fiel que aconsejaba desde la experiencia verlo derrotado me ablandó de tal forma que terminé abriéndome a él más de lo que había hecho hasta entonces.

Le conté mi historia con el Negro y lo que ocurrió después, por supuesto sin entrar en detalles, como había llegado hasta la universidad y por qué evitaba las relaciones. Pero cometí el error de reconocerle que me gustaba alguien aunque no me pudiera permitir tener una relación en mi situación de doblemente becada.

Pero además empecé a tener un trato con él menos de hermano mayor. Demasiado cercano. Una tarde de tormenta de primavera llegó empapado a la residencia. Marta acababa de decirle que aunque sabía que la rubia le había mentido había perdido la confianza en él y no podía seguir con su relación. Luis estaba tan encoñado con la niña que no reparó ni en que llovía torrencialmente en su camino de regreso a la residencia intentando comprender qué le había pasado.

Intuyo que se sentía totalmente fracasado. Yo no le dejaba dar más pasos que el de una buena amistad, y Marta no confiaba en él. No le faltaban chicas con las que tener sexo pero él, tan dependiente siempre, necesitaba algo más, estabilidad afectiva sobre todo. Y yo contribuía con mis consejos pues le reñía por pensar con la polla cuando en realidad él quería otra cosa.

Cuando lo vi perdido, desvalido y empapado entrando por el vestíbulo de la residencia lo acompañé a su dormitorio. Entre su compañero de habitación y yo le pusimos ropa seca, le dimos de cenar y lo acostamos. Y como una madre que cuida de su hijo lo arropé y me acosté junto a él. Ese fue mi error.

Siempre te aconsejan que no pruebes las drogas porque después no puedes dejarlas y te vuelves adicta. Dormir con Luis fue mi droga. Nunca había estado tan a gusto con nadie. A pesar de que él dormía tapado por una colcha y yo por fuera sentir su respiración junto a mí y el calor de su cuerpo me hizo abrazarlo toda la noche. Nunca había disfrutado de ese tipo de sueño.

A la mañana siguiente Luis me tapó con su colcha siendo nuestro abrazo aún más cercano. Ese fue mi punto de no retorno. Sabía que ya no me podía resistir a mi droga. Todo fue muy rápido. Primero cuando desnudando su alma me reconoció que estaba enamorado de mí pero que me había dejado por imposible. Segundo porque yo no despejaba al aire sus flirteos y entraba al juego como no recordaba haber hecho antes. Tercero, porque la siguiente vez que me propuso compartir colchón ya no pude resistirme y lo besé.

Porque mientras me abría su corazón confesándome su amor me sentí tan conmovida que me olvidé de prejuicios, precauciones y contras y me perdí en sus ojos. Y ahí ya no pude reprimir besar sus labios.

Todo el esfuerzo de meses por evitar que ocurriera aquello se fue al traste. Porque el deseo era mío. Cuando tomó mi mano para sentir el latido de su corazón fui incapaz de levantarla de su pecho. Toc, toctoc, toc, toctoc… No me hablada de sexo, me hablaba de amor. Y yo nunca había sentido esa sensación de ser amada más que deseada como yo le reconocía em ese momento. Le reñí, le reñí por ser él, por ser como era, por haber derribado el muro de mis sentimientos, pero cuando tras besarme él ahora me eché sobre su hombro, pues ya estaba todo dicho, fui la mujer más feliz del mundo.
 
Tras mi pelea con el Negro por sus celos desapareció unos días hasta que descubrí el motivo. Había sido detenido en una redada antidroga y estaba en prisión provisional a la espera de juicio por reincidencia. En el barrio se rumoreaba que la cantidad que le habían pillado era muy pequeña para que pasara demasiado tiempo a la sombra, pero mientras él estaba en la cárcel, y yo admito que liberada de él.

Pero eso no significaba que yo dejara de meterme en líos. Como si no hubiera aprendido nada de la mala experiencia con el que ya consideraba mi exnovio me dejé arrastrar de nuevo a una relación poco recomendable y casi se puede suponer cuál fue mi metedura de pata esta vez.

Una vez eliminado el Negro la banda del Largo empezó a intentar sustituirlo como proveedor en el barrio. Eso significó que empecé a cruzarme con el Largo más de una vez en la que siempre se paraba conmigo hablándome con el mismo descaro e ironía que en aquella reunión entre bandas. A mí me cohibía mucho con esa mirada penetrante, su sonrisa burlona y lo forma de decirme “Claudi…”.

Aparentaba evitarlo pero en realidad admito que me atraía muchísimo. Su porte físico y su personalidad encajaban a la perfección sin la forzada apariencia del Negro por aparentar ser duro. Su atractivo empezaba en sus ojos verdes y a partir de ahí empezaba a sumar, pero yo no me planteaba nada ¡si casi me sacaba 10 años!

Pero se ve que para él la edad no era un problema y una noche de final de verano cuando me iba del parque con dos amigas apareció allí llamándome por mi nombre. Me excusé con que llegaba tarde pero él se ofreció a acompañarme despidiendo a mis amigas entre risas. Y venía muy directo pues en cuanto nos quedamos solos poniéndose serio me dijo:

-¿Cuándo vamos a hablar en serio tu y yo, Claudi…?

-¿Y qué tenemos que hablar nosotros?

-No me creo que le estés guardando la ausencia al Negro.

-Yo no guardo nada. No dependo de él ni de nadie- respondí resuelta.

Pero tomándome de un brazo me apoyó en un árbol clavando sus ojos verdes en los míos y me dijo:

-Porque tú no quieres…porque yo te iba a tratar como una reina.

-Eso decís todos- respondí con más seguridad de la que realmente tenía.

Apoyó su mano en el tronco al lado de mi cara acercándose mucho a mí y me contestó casi susurrando:

-Pero no todos damos lo mismo…

Estaba muy nerviosa pero sorprendentemente no tenía miedo. De hecho la situación diría que me estaba excitando: tener a semejante macho ofreciéndoseme de esa forma era algo a lo que no estaba acostumbrada, y yo, encima, no sabía flirtear como otras chicas. Pero el Largo venía a por todas y cogiendo con su otra mano la mía la coló por debajo de su camiseta haciendo que mis dedos recorrieran su vientre hasta llegar a su pecho duro por el entrenamiento.

Sus ojos seguían clavados en mí pero yo no los huía. Su iris verde se volvía transparente en la semioscuridad pero sus pupilas parecían perderse en la oscuridad de mis ojos. ¿Quería besarme? ¿Fanfarroneaba? Yo no lo temía como al Negro. Pero tener mi mano en su pecho si me alteraba. Quise sacarla pero al bajarla por su abdomen volvió a sujetármela pero esta vez la llevó a su paquete. No estaba empalmado pero pude sentir la forma de su polla marcada en la bermuda que llevaba.

Quise apartar mi mano, pero justo en ese instante me besó. Yo entregada abrí mi boca para que nuestras lenguas se encontrasen sin poner oposición, dejando mi mano tonta pero sin hacer fuerza para apartarla de su paquete. Migue, como se llamaba el Largo, me basaba con pasión hasta que sin darme cuenta empecé a lanzar gemiditos. Ya no tenía nada que ocultar. Ese tío me ponía muy cachonda.

Ya sin prejuicios mi mano se adueñó de su paquete amasándolo y comprobando como una polla de buen tamaño se endurecía dentro del pantalón. Con la voluntad totalmente entregada sentí como con habilidad el Largo colaba su mano bajo mi falda y sin oposición por mi parte alcanzaba mi pubis rasurado mientras me gemía al oído:

-Qué me gusta un chochito pelón…

Manejándome como una marioneta coló su dedo entre mis labios haciéndome gemir y ahogar mi respiración. Creo que le mordí el hombro cuando su dedo empezó a frotar mi coño hasta que en escasos minutos me corrí entre estertores intentando cerrar las piernas como si quisiera atrapar su mano para siempre entre ellas. Para entonces hacía rato que me había olvidado de su paquete. Mientras yo aún me mordía los labios dejando que mi cuerpo fuese relajándose de nuevo el Largo me habló muy suave:

-Esto es nada para lo que te puedo dar…

Avergonzada me recoloqué la ropa como pude comprobando el enorme bulto de su pantalón. Si el presumía de macho yo lo haría de hembra pero no tenía claro como actuar. ¿Se la comía allí como hacía con el Negro en su coche? Pero el Largo cogiéndome por la cintura me empujo para que empezáramos a andar.

-Está feo que llegues tarde a tu casa por estar conmigo…

Me acompañó hasta mi portal despidiéndome con besos muy dulces. Yo estaba en una nube pero esa nube de golpe se nubló. ¿Qué pasaría si el Negro se enterara?
 
“El Negro está en la cárcel”, me repetía. “Y además va a tardar en salir. No es mi dueño. Me ha despreciado” Pero en realidad yo lo que tenía era el mismo encoñamiento por el Largo que había tenido antes por el Negro. Tenía el cosquilleo tonto en la barriga, eso que llaman mariposas en el estómago, por la forma en realidad un tanto brusca en que me demostró que yo le gustaba.

Pero como niña tonta que era yo en ese momento me creí de nuevo la reina del barrio. A rey muerto, rey puesto, pero la reina seguía siendo la misma y encima con un rey más guapo. Porque a mí misma me costaba comprender ahora que le había visto yo al Negro para caer rendida y soportar sus abusos y humillaciones cuando me parecía mucho más feo y peor persona que Migue. Y es que a la diferencia de altura había que oponer el rostro malencarado y desafiante de mi exnovio con la cara guapa de profundos ojos verdes de mi nuevo ¿novio?. Si ni siquiera sabía sus intenciones, pero mi madre estaba contenta porque me pasé toda la mañana canturreando y no con el rostro sombrío y el mal carácter de los días anteriores.

De hecho, con el Largo me sentía hasta más atrevida. Más dispuesta. Y sin dudar me puse uno de los vestidos que el Negro me había regalado, uno con un escote de vértigo en la espalda que llagaba hasta donde la curva de las nalgas arrancaba muy ajustado y corto con dos copas que sostenían mis pechos algo más altos, me planté en la casa donde se había producido la reunión entre bandas y llamé a la puerta creyendo que me abriría algún matón de su banda. Pero mi sorpresa fue que el Largo estaba solo y encima me recibía en calzoncillos dejándome anonadada.

Parecía un modelo de ropa interior con su musculatura plana marcada y un buen paquete dentro de unos calzoncillos rojos. Se disculpó en que hacía deporte como delataba su sudor mientras me hacía pasar a un saloncito pobremente amueblado con un sofá y varias sillas pero con una enorme pantalla plana y una consola en una mesa baja.

Verlo así me cortó pero a la vez encendió mi libido. Por primera vez en mi vida estaba deseando follarme a ese tío. Es algo que no volví a sentir hasta años más tarde con Luis. Me hizo sentarme en el sofá mientras me ofrecía algo de beber. “Una cerveza” dije haciéndome la mayor. Él se sirvió otra y se la bebió mientras se secaba el sudor con una toalla poniéndome más nerviosa todavía.

Al igual que el Negro estaba depilado y tenía tatuajes por todo el cuerpo. Yo aproveché para sacarle conversación así pues realmente no sabía como explicarle por qué me había presentado en su casa. Me contó la historia de sus tatuajes, el del omóplato, el del pecho, los de los brazos, el del muslo y uno que asomaba por el elástico del calzoncillo que me enseñó poniéndome muy nerviosa aunque no pude dejar de morderme los labios en todo momento. Pero él sí quería saber qué hacía allí. Y yo no le iba a decir lo que pensaba en ese momento: “Follarte…” Así que me limité a responder:

-Después de lo del parque quería conocerte mejor…

¿Convincente? Pues no lo sé. Pero Migue se puso de rodillas frente a mí me quitó la cerveza y empezó a besarme. A lo mejor él tenía más claro que yo lo que había ido a buscar allí. Al acercarse tanto me llegó su olor. Estas cosas dichas así suenan raras pero es que el olor de sus axilas sudadas me estaba poniendo cachonda. Es una sensación que de nuevo volví a experimentar años después con Luis.

No me di cuenta de que quizá en esa posición al separarse de mí viera mi tanga negro de encaje. Tampoco me importaba. En ese momento estaba deseando que me las quitara. Pero Migue se levantó:

-¿Esperas que me de una ducha rápida?

-Por mi no lo hagas- respondí ante mi propia sorpresa.

-Pero Claudi, ¿cuántos años tienes?

-18…-mentí.

-Entonces ¿sabes cómo tratar a un hombre?

-¿Lo dudas?

-Estando con el Negro…-respondió con desprecio.

-Cuando quieras te lo demuestro- contesté retadora justo antes de que poniéndose de pie tirara de mí indicándome el camino a su dormitorio.

Al entrar en su habitación, tan austera como el salón sólo con una cama, me detuve a observar las sábanas revueltas pero al girarme vi al Largo sobándose la polla por encima del calzoncillo que me dijo sin cortarse:

-Vaya culazo que tienes, Claudi…
 
Con Luis todo había sido muy diferente. Abrir nuestros corazones en realidad me había hecho mucho bien y su voluntad porque no me arrepintiera me hacía que me sintiera orgullosa de él. Pero habían pasado varios días desde que nos declaráramos y a pesar de pasar casi todo el día juntos no había habido más entre nosotros que cogernos de la mano para pasear y darnos algunos besos cariñosos.

Y ello a pesar de que Luis era transparente para mí después de todas sus confesiones en los días en los que estaba hundido por Marta. Pero de golpe esa chica se había esfumado y ya sólo tenía ojos para mí.

Mientras su compañero de habitación estuvo en la residencia no pudimos tener intimidad a pesar de separarnos sólo para ir al baño, ducharnos, cuando él salía a correr y desgraciadamente al dormir. Y no lo digo por el sexo, que lo deseaba tanto como él, sino porque dormir abrazada a su cuerpo me había encantado.

Pero al fin su compañero se fue y nos dejó el dormitorio libre. A pesar de estar deseando hacerlo con él con tanto estudiar no se me había ocurrido pensar que tenía que ponerme bonita. Esa noche cuando nos fuimos a su dormitorio me escapé al baño, con prisas me depilé un poco dejando mi vello púbico muy recortado y mis ingles suaves.

Cuando regresé al dormitorio Luis había bajado su colchón a la cama baja de la litera y había medio adornado la habitación. Yo estaba nerviosísima. El Largo había sido el último con el que había tenido sexo y habían pasado varios años de eso. De nuevo esa mezcla de deseo, nerviosismo y miedo que yo sabía disimular tan bien.

Mi novio se lo estaba currando. Penumbra, cama hecha como en los hoteles. Para Luis no era sólo sexo, quería darle trascendencia creando un ambiente especial. Eran detalles que nunca habían tenido conmigo. Pero aún así el habría querido crear un ambiente mejor. Yo tenía bastante con él…

-Siento no haber podido prepararte algo mejor…-se disculpó.

-¿Prefieres dormir abajo?-dije al ver los colchones cambiados.

-Más cómodo para entrar y salir…-respondió complaciente.

-A mí los adornos me sobran, Luis, no me hacen falta…

-¿Y qué necesitas?

-Sólo a ti…-respondí.

-Ya me tienes…

¿Cursi? Puede. Pero para mí, a pesar de no demandarlo, me estaba gustando. Besarlo me dio escalofríos. Era un beso lento, sin prisas. No buscaba la excitación sólo el contacto de bocas, lenguas y pieles. Y me gustaba tanto que se lo dije:

-Besas bien…

-¿Lo dudabas? Ya lo habías comprobado…- dijo sacando su preciosa sonrisa socarrona

-Pero entonces no podía decírtelo, ahora sí…

-¿Y qué más hago bien?-preguntó.

-Masajeas bien. No sé cómo aquella vez no me fui por ti. Me tenías nerviosísima acariciándome la espalda…

-Qué mala eres…me pusiste atacado…

-Lo sé. Eres de empalme fácil, jajaja-

Parecíamos otra vez los dos amigos en vez de unos enamorados que se están liando por primera vez por eso busqué su boca de nuevo

-El peor día fue el de la clase de anatomía…-dije con sorna.

-Para mí, ¿no?-respondió haciéndose el ofendido.

-No. Para mí. Te veía, te tocaba…pero no eras mío.

-Peor fue para mí, que me pusiste como una moto…

-Tú te pones así con nada…yo tuve que contenerme para no acariciarte…

-Pues ahora ya puedes…-dijo quitándose la camiseta.

Como si pudiera revivir aquella clase de anatomía recorrí su cuerpo sabiendo que ahora podía tomarlo. Por fin. Llevaba demasiado tiempo negando mis deseos y ahora ya se podían hacer realidad. No había prisa aunque él sí parecía tenerla pues me dijo muy bajito:

-Llevo soñando esto desde septiembre…

Pues se iba a acabar la espera. Le pedí que cerrara los ojos y me desnudé quedándome en bragas. El corazón se me salía por la boca. Le estaba regalando mi cuerpo. Cuando los abrió me observó de abajo a arriba. Vi como sus ojos se detenían en mis pechos. Mi sonrisa nerviosa le pidió que se acercara y nos besamos pegando nuestros cuerpos. Cuando su piel caliente se pegó a la mía sentí escalofríos y mis pezones se endurecieron erizándome la piel.

-Claudia, por fin te tengo en mis brazos…

Yo no respondí. Prefería su lengua en mi boca.
 
Con el Largo sólo había deseo. Después de estar con el Negro yo pensaba que el sexo era lo que yo practicaba con él, por lo que mis expectativas con el Largo se basaban más en el disfrute de su cuerpo que de lo diferente que pudiera llegar a sentir con él. Era su cuerpo el que me tenía cachonda perdida y totalmente descarada con él. Bueno, eso y el haberme acostumbrado a ser el objeto de mi exnovio encarcelado.

-Me muero por ver ese cuerpo…-me dijo sin dejar de sobarse el paquete.

Yo abrí los brazos dándole a entender que me quitara el vestido. No era momento de cortes. El Largo, que no tenía un pelo de tonto tomó la falda y no sin dificultad me sacó el vestido ajustado por la cabeza quedándome delante suya sólo con el tanga negro y los zapatitos de plataforma que llevaba. Silbó y dijo con su sonrisa algo maliciosa recorriendo mi cuerpo con su mirada:

-Si yo fuera el Negro ahora me estaría retorciendo con un ataque de cuernos…

-Que le den por culo- respondí con cierto hastío.

-Claudi, Claudi, me estás poniendo muy cachondo.

-¿Soy suficiente hembra para ti?

-Eso todavía tendremos que verlo…

Y entonces se bajó el calzoncillo quedándose totalmente en bolas delante de mí. Ya no miraba sus ojos verdes. Ni su musculatura. Primero vi como se le marcaban unas venas en la ingle, pero al erguirse pude ver como colgaba una polla más grande que la del Negro tiesa. Supuse que debía ser algo proporcional a la altura. Su metro noventa debía ir a juego con semejante falo. Anonadada y preguntándome qué sabría hacer yo con aquello caí en la cuenta de que ni siquiera estaba dura.

-Bueno, a ver qué sabes hacer…

Recordando mis ratos con Negro decidí que tocaría chupar aunque no tenía claro del todo como manejar aquella churra que colgaba semihinchada sobre dos huevos gordos, tanto como su carácter. Sumisa me dirigí hasta donde estaba y me arrodillé delante suya.

-Muy bien, Claudi…

Alargué mi mano tirando de su prepucio hacia atrás para descubrir un glande hinchado y empecé a lamer notando un sabor algo salado.

-Mmmmm, el Negro tiene buen gusto con sus putitas, pero conmigo no te vas a arrepentir…-respondió excitado mientras yo ya introducía su glande en mi boca apretándolo con los labios.

Ahora sí aquella polla empezó a endurecerse y ¡seguía creciendo!. No era capaz de chupar más que la punta acostumbrada a la pollita del Negro pero me ayudaba de la mano para recorrer aquel tronco que perfectamente medía más de dos veces mi mano rodeándolo. En mis encuentros sexuales posteriores jamás vi polla de semejante tamaño, larga, gruesa y recorrida por venas que la hacían parecer más poderosa.

Sin embargo, después de un rato chupando, pajeando y engullendo semejante trozo de carne, o mejor dicho una parte de ese trozo de carne, empezaba a estar cansada con las rodillas en el suelo y cierta molestia en el cuello. El Largo no se corría tan rápido como el Negro. Debió darse cuenta y cogiendo mi mano me levantó y me hizo tumbarme en la cama. Me quité los zapatos y Migue me sacó las bragas. Yo estaba empapada y caliente. Comerme aquella polla había hecho que sintiera palpitar mi pepita de excitación.

Pensé que el Largo querría comerme el coño. Me habría gustado desde luego. Pero vi como sacaba un condón de la mesilla y se lo ponía desenrollándolo a todo lo largo de su churra. Era un espectáculo verlo con sus músculos tensos colocándose el preservativo. Yo lo estaba boca arriba con las piernas abiertas. Estaba tan salida que había perdido todo pudor.

Pero sus intenciones eran otras. Me puso a cuatro patas mientras alababa mi culo haciendo el gesto obsceno de lamerme toda la raja hasta el ojete desde atrás. Casi grito para su regocijo ganándome un cachete en la nalga que resonó en la habitación.

Hay dos tipos de tíos. Los que se excitan con un culo y los que lo hacen con dos tetas. El Largo era de culos. De hecho ni me había acariciado las tetas aún. Luis era de tetas. Me confesó una vez que llevaba soñando con ellas desde que me conoció. Nunca le di importancias. Pequeñas, con el pezón demasiado alto. Nunca pensé que pudiera a traer a los chicos al compararme a mis amigas de senos apretados y canalillos muy marcados. Pero sobre gustos…Luis no podía pasar de acariciármelas, lamérmelas y chupar mis pezones cuando teníamos sexo. Pero incluso relajados en la cama siempre acababa su mano en mi pecho de alguna forma.

Pero el Largo tenía sus propios fetiches y allí los tenía yo regodeándose entre gemidos y chupetones con mi raja y mi culo. No estuvo mucho tiempo pues noté como la cama se hundía por su peso al montarse detrás de mí con intención en realidad de montarme a mí. Primero su mano en mi culo. Yo prefería no mirar. Después sentí como acercaba su polla a mi coño que estaba completamente preparado para recibirla aunque con la duda de saber si ese cipotón no me reventaría. Pero el Largo era experto y tras presionar para que su glande se abriera paso dentro de mi chocho fue penetrándome despacio hasta encontrar fondo.

Yo vacié mis pulmones sintiendo cierto ahogo por la falta de aire. Mi diafragma se había contraído mientras me sentía totalmente llena hasta que tras lanzar un gemido lastimoso empecé a respirar con cierto jadeo. En realidad un mayor tamaño no te da más placer pero en aquel momento me sentía totalmente llena. Joder, eso era una polla y no el pito del Negro. Además el suave vaivén que imprimía Migue a su penetración me rozaba lo justo para darme placer sin llegarme a producir seguramente el dolor de su pollón golpeando mi cérvix.

Pero es que me pasaba algo nuevo. ¡No me podía callar! Mi boca expresaba sin censura lo que sentía alabando su polla y su forma de follarme cuando ganando en ritmo tras unos momentos de tanteo empezó a darme caña. Además una de sus manos se acordó al fin de mis tetas haciendo que las sensaciones fuesen totales: de haber tenido algo que meterme en la boca en ese momento lo habría disfrutado, así como sus caricias a mis pezones y su polla taladrándome.

Nunca había sentido tanto y como era previsible todas las sensaciones fueron subiendo de intensidad hasta que de golpe lo que era cosquilleo se transformó en latigazo que me recorrió desde la punta del pie hasta mi cabeza partiendo de las contracciones de mi coño feliz por lo bien lleno que estaba. Fue tan intenso el orgasmo que perdí la noción del tiempo y el espacio, que no de la compañía porque creo que entre gemidos lastimeros no hacía más que repetir: “Sí, Migue, sí…”
 
Pero el Largo no se conformaba con un polvo rápido. Y no porque él ni siquiera se hubiese corrido. Sino porque el sexo para él era una competición en la que tenía que demostrar su fortaleza. Cuando sólo has tenido un compañero sexual no sabes reconocer las distintas actitudes ante el sexo. Supongo que con las mujeres ocurrirá algo igual.

Yo en mi vida en conocido una triple tipología de amantes. El primero fue el modelo egoísta. Para ese modelo la chica es la fuente de placer del hombre, sumisa y dispuesta a recibir aquello que el macho desee y siempre obediente a sus maquinaciones. El Negro es el paradigma de este tipo. Al menos éste no era de gustos raros y se conformaba con tener mi boca o mi chocho preparadas para cuando le apeteciera vaciar sus huevos, afortunadamente en breve tiempo desentendiéndose de mis deseos o mi placer. Su suerte era tener siempre una “zorrita” a mano por el aura que desprendía por ser el jefe de una banda de narcos de barrio.

El segundo es el modelo autocomplaciente. El amante busca el placer máximo en la chica para engordar su ego. Disfruta enormemente con los halagos que recibe y se concentra en dar placer físico a cambio de recibir reconocimiento. Este tipo de amante te da buen sexo pero necesita constantemente tu aprobación para sentirse satisfecho. Puede haber ligeras variantes de este tipo, pero el Largo era un gran ejemplo. Se sabía bueno físicamente y además follaba muy bien. Pero necesitaba que se lo recordases para sentirse satisfecho. En su caso era tan bueno que salía de mi espontáneamente reconocer sus virtudes amatorias, pero también me hacía sospechar que eso le llevaría constantemente a tener que cambiar de pareja para volver a ser reconocido.

El tercer tipo es el amante entregado. Para este tipo el sexo es la respuesta a un enamoramiento. Si hay buena conjunción en el sexo se siente enormemente atraído por su pareja confundiendo en algunos casos lo que es sólo sexo con amor. Como podéis imaginar me estoy refiriendo a Luis. Sus ganas de dar placer a su pareja le hacen sentirse importante y querido, tanto que termina confundiendo sexo y amor. Por eso se sintió tan mal cuando me engañó en mi ausencia, pero no por liarse con la avispada de su facultad, sino por liarse con la tía de su ciudad por la que terminó cortando conmigo. Creyó estar enamorado de ella sólo por afinidad sexual. Ya le había pasado con Marta antes de estar conmigo. En ambos casos creía haber llegado al amor a través del sexo, justo al revés que conmigo, colgado todo el curso sin poder tocarme. Y sospecho que con su mujer ocurriría algo similar.

Luis folla pensando en que la unión carnal lleva a una unión superior. Y cuando no lo hace así se vuelve egoísta como él mismo me reconoció con la tal Silvia aquella, o la niñata de su facultad. Pero cuando estaba conmigo su forma de follar era distinta, y no me refiero a suave o intensa, sino que lo hacía concentrado en mí, en mis deseos, en mis sentimientos y en mi placer. Y lo descubrí desde la primera vez.

La noche que pudimos acostarnos por primera vez no tenía condones. La decepción fue doble. Suya y mía, por supuesto. Aunque yo estaba dispuesta a casi todo pero no era capaz de asumir atreverme a hacerlo sin protección cuando al día siguiente podríamos intentarlo.

Pero su necesidad de darme placer para demostrarme cuanto me deseaba fue tan grande que acabamos teniendo sexo sin penetración. Bueno admito que lo provoqué yo al sentir que se había empalmado metido en la cama conmigo.

-¿Algo se ha despertado aquí debajo?- pregunté curiosa.

-Si me empalmé masajeándote la espalda o “estudiando” mi anatomía imagínate cuando tengo a la niña de mis sueños pegada contra “ella”…

-¿Ella?- pregunté

-Claro, jajaja. Ahí debajo llevo a una chica y sus dos guardaespaldas…

Me salió una carcajada espontánea pero le seguí el juego:

-Jajaja, qué ocurrencias…pues ya tengo yo ganas de conocerla…

-Ya la conoces…-me recordó molesto.

-Pero estaba caída y arrugada…digo yo que si tienes tantas pretendientes tendrá mejor pinta que esa vez…-respondí dudando si meterle mano directamente.

-¿Desde cuándo no ves una polla?-preguntó.

-¿Cuándo fue la partida de póker?- respondí con ironía.

-En octubre creo…

-Pues desde octubre, jajaja-respondí decidida ya a ir a por él, aunque empecé por ese culito que tanto me gustaba.

-Ahí viste dos…-dijo con guasa.

-Pero sólo me interesaba una…

-Bien que lo disimulaste…-respondió mientras aproveché para meterle mano sin cortarme.

-Me gusta tu culo, Luis…

-¿Tampoco te habías fijado antes?-contestó con ironía.

-Desde el primer día que te conocí, pero es la primera vez que te lo palpo-admití sobándoselo a placer -es lo bueno que tenéis los que hacéis deporte, el culito duro…

-El tuyo tampoco está mal-respondió imitándome con su mano dentro de mi braga para poder apretarme as nalgas.

-Bueno vamos a ver cómo es tu amiguita…-ataqué su calzoncillo para ir directamente a por la polla que había aparecido en mis sueños húmedos de los últimos meses.
 
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