No sé qué contaría ese tío pero pillé fama de estrecha. Tampoco me preocupaba. No suspiraba por ningún tío y había algunos que mejor tenerlos lejos de mí. Así que yo salía con mis amigas pero ya no era tan adulada como en los meses anteriores.
Sin embargo, por aquella época empezó a frecuentar el parque un tío de unos 22 años del que todo el mundo hablaba. Todos lo llamaban por su apodo, el Negro, pues era bastante moreno de piel aunque no fuese de esa raza. No era un tío verdaderamente guapo, pero era el jefe de la banda que en ese momento controlaba el menudeo en el barrio y por eso era temido y respetado.
Físicamente no era muy alto, más bajito que yo. Pero hacía ejercicio y tenía los brazos muy marcados y un vientre plano en el que se adivinaban unas abdominales marcadas bajo las camisetas de tirantas que solía llevar cuando empezaba a hacer calor. Se rapaba la cabeza aunque no tenía problemas de pérdida de cabello, se comentaba en el barrio que para dejar visible una cicatriz que tenía entre la sien y el occipital, resultado de una pelea con otra banda. Junto con su tez oscura y sus ojos hundidos tenía una mirada penetrante que no ensombrecía su rostro gracias a su sonrisa casi permanente mostrando una perfecta dentadura.
No era difícil cruzárselo. Solía estar a la salida del instituto en su moto o en su coche de alta gama observando, quizá esperando a algún cliente. Pero también era fácil verlo por el parque los fines de semana repartiendo mercancía.
Un viernes por la noche mientras sus amigos vendían hachís a unos chicos que estaban en la misma zona del parque que nosotras el Negro se acercó a hablar conmigo. Me sorprendió su amabilidad y que aparentemente no estaba tirándome la caña. Hablamos de mis estudios siendo él el que preguntaba y yo la que respondía cortada casi sin atreverme a mirarlo directamente a los ojos. Y digo aparentemente porque yo no sabía que el jefe de los traficantes del barrio le había echado el ojo a la morena delgada que solía ir sin sujetador por sus tetas pequeñas y tenía fama de estrecha.
A partir de entonces cuando me veía a la salida del instituto o por el parque siempre me saludaba con una sonrisa. Mis amigas me envidiaban pues según ellas le gustaba al tío con más pasta del barrio. Yo ante ellas negaba la mayor pero no podía evitar sentirme halagada porque alguien que podía llevarse a cualquier chica, habida cuenta de la actitud de mis amigas, me eligiera a mí.
Si mi madre se enterara de que andaba en tratos con semejante individuo le da un chungo, pero evidentemente yo no dije en casa ni “mu” más allá que el haber estado con mis amigas.
Así pasaron varias semanas en que los saludos y las charlas se repitieron hasta un viernes por la noche. La amiga con la que solía volver a casa por ser vecina se había ido a pelar la pava con el tío que le gustaba, aunque éste le echaba poca cuenta, así que regresé sola a casa aburrida de esperarla.
Por el camino sentí que me seguían. Había habido varias chicas que habían sufrido ataques de un violador y había cierto miedo. Por eso aceleré el paso sin mirar atrás siquiera. Pero sentía los pasos acercarse y estaba empezando a asustarme de verdad. Recordé al tío del parque presionándome el hombro para agacharme y me asusté.
Entonces, cuando más apurada me veía de golpe apareció el Negro con su coche en una esquina parándose para saludarme. Me acerqué hasta él y al mirar atrás ya no había nadie. Me había salvado. Se ofreció a acercarme en su coche a casa pero cortada rehusé. Gentilmente aparcó el vehículo y me acompañó andando y así dándome seguridad y lo que me pareció buena compañía.
Al llegar al portal le confesé que había sido mi ángel de la guarda y con una violencia marcada en su rostro con dureza me respondió jurando que si alguien me hacía daño lo rajaría. Lejos de asustarme me sentí protegida por él y se lo agradecí despidiéndome con un beso en la mejilla. No sabía donde me estaba metiendo.
Sin embargo, por aquella época empezó a frecuentar el parque un tío de unos 22 años del que todo el mundo hablaba. Todos lo llamaban por su apodo, el Negro, pues era bastante moreno de piel aunque no fuese de esa raza. No era un tío verdaderamente guapo, pero era el jefe de la banda que en ese momento controlaba el menudeo en el barrio y por eso era temido y respetado.
Físicamente no era muy alto, más bajito que yo. Pero hacía ejercicio y tenía los brazos muy marcados y un vientre plano en el que se adivinaban unas abdominales marcadas bajo las camisetas de tirantas que solía llevar cuando empezaba a hacer calor. Se rapaba la cabeza aunque no tenía problemas de pérdida de cabello, se comentaba en el barrio que para dejar visible una cicatriz que tenía entre la sien y el occipital, resultado de una pelea con otra banda. Junto con su tez oscura y sus ojos hundidos tenía una mirada penetrante que no ensombrecía su rostro gracias a su sonrisa casi permanente mostrando una perfecta dentadura.
No era difícil cruzárselo. Solía estar a la salida del instituto en su moto o en su coche de alta gama observando, quizá esperando a algún cliente. Pero también era fácil verlo por el parque los fines de semana repartiendo mercancía.
Un viernes por la noche mientras sus amigos vendían hachís a unos chicos que estaban en la misma zona del parque que nosotras el Negro se acercó a hablar conmigo. Me sorprendió su amabilidad y que aparentemente no estaba tirándome la caña. Hablamos de mis estudios siendo él el que preguntaba y yo la que respondía cortada casi sin atreverme a mirarlo directamente a los ojos. Y digo aparentemente porque yo no sabía que el jefe de los traficantes del barrio le había echado el ojo a la morena delgada que solía ir sin sujetador por sus tetas pequeñas y tenía fama de estrecha.
A partir de entonces cuando me veía a la salida del instituto o por el parque siempre me saludaba con una sonrisa. Mis amigas me envidiaban pues según ellas le gustaba al tío con más pasta del barrio. Yo ante ellas negaba la mayor pero no podía evitar sentirme halagada porque alguien que podía llevarse a cualquier chica, habida cuenta de la actitud de mis amigas, me eligiera a mí.
Si mi madre se enterara de que andaba en tratos con semejante individuo le da un chungo, pero evidentemente yo no dije en casa ni “mu” más allá que el haber estado con mis amigas.
Así pasaron varias semanas en que los saludos y las charlas se repitieron hasta un viernes por la noche. La amiga con la que solía volver a casa por ser vecina se había ido a pelar la pava con el tío que le gustaba, aunque éste le echaba poca cuenta, así que regresé sola a casa aburrida de esperarla.
Por el camino sentí que me seguían. Había habido varias chicas que habían sufrido ataques de un violador y había cierto miedo. Por eso aceleré el paso sin mirar atrás siquiera. Pero sentía los pasos acercarse y estaba empezando a asustarme de verdad. Recordé al tío del parque presionándome el hombro para agacharme y me asusté.
Entonces, cuando más apurada me veía de golpe apareció el Negro con su coche en una esquina parándose para saludarme. Me acerqué hasta él y al mirar atrás ya no había nadie. Me había salvado. Se ofreció a acercarme en su coche a casa pero cortada rehusé. Gentilmente aparcó el vehículo y me acompañó andando y así dándome seguridad y lo que me pareció buena compañía.
Al llegar al portal le confesé que había sido mi ángel de la guarda y con una violencia marcada en su rostro con dureza me respondió jurando que si alguien me hacía daño lo rajaría. Lejos de asustarme me sentí protegida por él y se lo agradecí despidiéndome con un beso en la mejilla. No sabía donde me estaba metiendo.