Las calientes bragas de mi cuñada Carla

garoto

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Las calientes bragas de mi cuñada Carla.

Llevaba tiempo pensando en la manera de como hacerme con unas bragas de mi cuñada.

Quería, si, necesitaba poseer una de sus bragas porque era como poseerla a ella, poseer el olor de su sexo, capturar un instante de su sensualidad a través de esa morbosa prenda.

Carla, que así es su nombre, es una mujer que irradia erotismo con la facilidad que se funde la mantequilla. Una sonrisa suya, un simple saludo, un agacharse a atar sus zapatillas, cualquier cosa insignificante que realiza desemboca en un estallido de hormonas en todos los que la rodean.

Ya ni siquiera os mencionaré la sensación que me produce cuando lleva minifalda y cruza esas maravillosas piernas. En esos momentos me concentro como para retener el fotograma preciso en que se le adiviña el coño.

Tenía que hacer algo porque me estaba obsesionando mucho con ella. Si ella no podía ser, al menos intentar de algún modo grabarla desnuda o… mejor incluso, algo que pudiese tocar, sentir, palpar.

Por eso aquel día que mi mujer y yo fuimos de visita a su casa era el momento perfecto. Nos abrió la puerta en albornoz y nos preparó un café. Entonces imaginé que la ropa que se había quitado para ducharse aún estaría en el cuarto de baño, pensé en sus bragas aún calientes y con todo su olor esperando por mi.

El olor a café inundaba toda la cocina y daban hasta ganas de esnifarlo. Dejé a las dos mujeres al lado de la bulliciosa cafetera y fui al cuarto de baño.

Abrí la cesta de la ropa y presidiendo un lugar de honor, en lo más alto, estaban las bragas de Carla. Eran unas bragas de encaje blancas. La parte posterior dejaban ver la mitad de las nalgas y delante los motivos de encaje se alternaban con un tela translúcida.

Las cogí lentamente, deseaba que ese momento tanto tiempo esperado, durase lo máximo posible. En el instante que las acerqué para oler ya flotó en el aire el aroma de su piel, de su sexo, de sus nalgas y mastiqué aquella mezcla de sabores. Mi lengua degustó el toque ligeramente ácido de su coño resbalando entre la suavidad de aquella delicada prenda.

¿Y si me las ponía? ¿No era acaso como poseerla a ella?

Al ponérmelas esa fue la sensación que tuve. Era como poseerla pero sin que ella se diese cuenta, como un engaño que me excitaba, como si yo fuese el único que tuviese la llave de este secreto.

Guardé los calzoncillos en un bolsillo del pantalón y me dirigí a la cocina.

- Edu, ¿tomamos el café aquí o vamos para la salita? -me preguntó Carla

- No te molestes, Carla -dijo adelantándose mi mujer- aquí estamos bien.

El humo juguetón de la taza de café de Carla hacía filigranas subiendo por su rostro y luego, satisfecho de haberla rozado, se desvanecía en las alturas.

Las dos mujeres tenía una charla animada pero yo sólo atendía a los labios de Carla, a como los pliegues de sus labios hacían y deshacían dibujitos al decir tal o cual palabra. Y miraba sus ojos que eran como lagos de agua helada, y miraba la redondez perfecta que marcaban sus senos, y miraba su boca que era como una fruta fresca que estallaba y pensaba excitado:

“¡Mi polla está rozando tus bragas en el mismo lugar donde estuvo tu jugoso coño!” Y era como estar follándomela.
 
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