La petición

xhinin

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25 Jun 2023
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Nuestra relación, a pesar de la diferencia de edad (12 años casi, siendo él el más joven) era cada vez mejor, tanto en el aspecto emocional como en el físico. Llevábamos más de 20 años casados y, aunque yo aporté al matrimonio 2 hijas que hoy día ya estaban independizadas, tuvimos un hijo que, justo este curso, comenzaba la universidad.

Juan, mi marido, pese a ciertas historias propias de la edad (acababa de cumplir 47), era un hombre fuerte, algo más alto que yo, con una mirada intensa en cuyo iris se mezclaban distintos colores claros y una forma de ser caballerosa y educada poco habitual que, realmente, atraía a las mujeres, sin que los hombres sintieran amenazado su atractivo.

No perdonaba los polvos de fin de semana y, siendo bastante limpio, solía tener su propio ritual.

Habitualmente yo marchaba a la cama temprano. Procuraba quedarme despierta para comprobar cómo entraba al baño para lavarse y verle caminar por la habitación hasta la cama, a veces en ropa interior, otras desnudo, mostrando su picha gorda y cubierta de piel cuando estaba flácida, otras veces, mostrándola morcillona, dejando que el pellejo mostrara la punta de la cabeza y otras, con una erección nada despreciable (la tenía de sangre, lo que hacía que creciera bastante): no era habitual que mostrara su estupenda desnudez por la casa.

En otras ocasiones era yo la que comenzaba a meterle mano ya en el salón, si es que estábamos solos, o me la metía yo misma, para activar su polla y hacer que, ya cachondos, nos fuéramos a la habitación para desatar nuestros instintos.

No es un hombre de musculatura desarrollada, aunque sus pectorales, sus brazos o sus hombros se apreciaran fuertes al tacto. Pese a no ser peludo, tenía algo de vello alrededor de los pezones y desde el ombligo hasta sus partes. Sus muslos gruesos y bien desarrollados, como jugador de fútbol sala que había sido durante muchos años, se unían a unos glúteos prietos y gruesos que facilitaban un buen control en los coitos. Comenzaba a tener, al haber parado ligeramente su actividad deportiva, una incipiente barriga que, sinceramente, me ponía bastante cachondo.

Aquel día tardó algo más de lo habitual en venir a la cama. Yo le vi llegar haciéndome la dormida, apreciando cómo entraba al baño de la habitación y mientras escuchaba la ducha, imaginé el agua corriendo por su blanca piel, tocándome entre las piernas para preparar la movida de esa noche.

Salió del baño desnudo, con su nabo balanceándose de un lado a otro, para colocarse tras de mi en la cama, que me encontraba tendida de lado y con el cuerpo ligeramente encogido. No tardó en colocar su mano entre mis piernas, mientras su sexo terminaba de empalmarse tras mi culo. Sus dedos se colocaron bajo mi tanga y, con su habitual delicadeza, comenzó a acariciar mi vulva y, poco a poco, a abrirse paso entre mis labios vaginales.

Yo, como si me estuviera sacando de un estado de sueño, comencé a gemir, mientras el besaba mi cuello, cerca de mi oído, susurrándome lo cachondo que le ponía y apretando su sexo en mis glúteos. Como pude, fui bajando mi tanga, para dejar disponible mi sexo a sus caricias. Abrí ligeramente mis piernas, para que comprobara que me estaba poniendo a punto, que mi vagina se abría y lubricaba para él.

Me giró hacia él y, dejando mi sexo por unos instantes, comenzó a sobar mis pechos, mientras me besaba en la boca con ansia, sin dejar de apretar su pelvis contra mi cuerpo para que sintiera su pene henchido. Su boca fue bajando, lamiendo y besando cada parte de mi cuerpo: mis pechos, mi barriga, hasta llegar a mi entrepierna. Coloqué mis muslos sobre sus hombros con cuidado, mientras él, de rodillas fuera de la cama, admiraba la entrada que cubriría con su miembro pronto.

Sentí cómo se meneaba ligeramente la polla con la mano, lo que predecía que me daría placer con su boca antes de penetrarme. Mis manos, instintivamente, se dirigieron a mi sexo, excitándome placenteramente, para subirlas hasta mis pezones, ya duros:

Cómeme el coño -susurré mientras él me miraba pícara y felinamente-.

Su lengua sabía subir y bajar entre mis labios, endurecerse para apretarse contra mi sexo. Colocaba sus labios alrededor de mi clítoris para excitarlo con la delicadeza justa. Rozaba sus mofletes, su barbilla, por todos los puntos de mi entrepierna haciéndome llegar a momentos de placer que hacían que perdiera la cabeza totalmente.

Sabía perfectamente cuando debía parar y continuaba poco después, sin dejarme respiro, hasta que, por fin, colocaba sus caderas entre mis piernas, dejándome observar su cuerpo sudado, haciéndome saber que comenzaría a penetrarme con dulzura al principio, con locura después, completando mi interior con su virilidad excitada.

A veces yo era capaz de acompañar con mis manos su cuerpo, acariciando su espalda, sus potentes glúteos, mientras me movía para ayudar en el coito. Otras, mi cuerpo se dejaba sobre el colchón, rendido, mientras mis jadeos elevaban su excitación y mis ojos se perdían en el placer.

Su cuerpo cubría el mío, sus jadeos me avisaban de que se correría en mi interior, retorciéndose como si le hubieran poseído, sin parar de metérmela, susurrando cuánto me quería, cuanto me deseaba, cuánto le excitaba, mientras yo, derretida, más que por su picha por sus palabras, notaba cómo su semen se inyectaba en mí.

Después, me hubiera corrido o no, él continuaba excitándome, a pesar de su cansancio: a veces con su boca; otras con sus dedos; mirándome con picardía, mientras conseguía mi orgasmo, pringándose labios o dedos con su lefa y mis flujos.

Yo gozaba, sujetándome al cabecero para que mis ganas de pararle no ganaran a las ganas de volver a correrme gimiendo y sin prácticamente voluntad. Sus lametones, sus dedos penetrándome, mi cuerpo contrayéndose de placer, mis pezones cada vez más endurecidos… No tardé en llegar, en perderme en el placer que me estaba produciendo.

Creo que tardé algo de tiempo en darme cuenta que todo había terminado. Él, más satisfecho de verme disfrutar que de haberse corrido, me miraba con embelesamiento, esperando que abriera mis ojos para sonreírme.

Después me abrazó, para, a mi oído, repetir cuánto me quería, cuanto me deseaba, qué agradecido se sentía por hacerme disfrutar tanto… Aquellos eran los mejores momentos, sintiéndome deseada, a pesar de mi edad, de mis achaques ya.

Tardaba poco en salir de la cama para volver al baño. Yo me quedaba en ella, esperando a que volviera, para admirar su pene ya flácido, su cuerpo, sus muslos recios…

Tardé unos minutos en encontrar fuerzas para trasladarle la petición que mi prima, que nos había visitado esa tarde con su hija, me había hecho.
 
Juan puso atención, mientras se sentaba. Después de tanto tiempo pensaba, como yo, que ya no se aprovecharía más de nosotros: ella sabía que Juan se había dedicado, poco antes de conocernos, a acompañar a mujeres maduras por dinero. Maduras que estuvieran divorciadas, viudas o que fueran solteras, pero que tuvieran las cosas claras: un paseíto, una cena, algún espectáculo y, después, si se terciaba un magreo, un polvo y a otra cosa.

De hecho, ella había intentado tirárselo en varias ocasiones, tras pasarle el teléfono una amiga recién separada, pero en cuanto él supo que estaba casada aún no valieron ninguna de sus estrategias y, puesto que yo me acababa de divorciar, pensó en que me diera yo el disfrute.

El caso es que, lo nuestro, fue un puro flechazo y, desde entonces, había dejado de quedar con otras. Ni siquiera en nuestra primera cita hubo poco más que seducción, pues yo tampoco buscaba sexo realmente, principalmente, por vergüenza.

Habíamos tratado de ocultar aquello, pero mi prima (que aunque así era considerada por la familia, en realidad, no era más que hija de unos buenos amigos de mis padres) usó sus malas artes para obligarnos a que tuviera sexo con ella. Aquello, aunque supuso una crisis en nuestra relación, con el tiempo, no hizo más que afianzar el cariño que nos teníamos y, sólo con ella, y cuando ella así lo disponía, que no era muy a menudo, lo tenía que compartir.

  • Quiere que te tires a su hija -la cara de sorpresa sería parecida a la que yo puse. De hecho, se levantó de repente, haciendo que su picha y sus pelotas rebotaran suavemente, para deleite mío, mientras daba un corto paseo por la habitación en que pude observar sus glúteos, sus muslos y su sexo libremente en su caminar-.
  • ¿Su hija?, ¿qué tendrá, 17 años?
  • No, hombre, tiene ya 21, y desde que tuvo el accidente se encuentra muy deprimida. Ten en cuenta que el brazo no se le ha quedado bien.
  • ¿Y qué piensan?, ¿Qué con un polvo se va a resolver todo?
  • Hombre, todo, todo, no, pero la chica siempre se ha sentido atraída por ti y una alegría de este tipo puede ayudarle, al menos, a sentirse mejor. Ahora mismo no debe sentirse muy dispuesta a encontrar pareja. Parece que ella le ha contado toda nuestra historia y que le ha hablado muy positivamente de tus artes amatorias.
  • Sexuales, cariño, sexuales: el amor sólo te lo hago a ti.
Se acercó a mi para darme uno de sus besos, de esos tiernos que me deshacían, para mirarme con cariño. Yo acaricie su cabeza y admiré su cuerpo sudado y desnudo, antes de que volviera al baño para asearse.

Al día siguiente llamé a primera hora a, Ascensión. Sólo había una condición, puesta por Juan: yo estaría con ellos mientras tanto. Él sabía que verle me pondría muy cachonda y, sinceramente, no tenía claro si, con una mujer joven, se excitaría igual que conmigo u otra mujer madura. Ellas nos indicaron que aceptaban poco después, pero que mi prima estaría también con nosotros. A él no le importó.

Nosotros mismos lo gestionamos todo: reservamos habitaciones contiguas en un spa cercano a nuestra ciudad para el fin de semana siguiente y yo busqué el atuendo más adecuado para él que, principalmente, se componía de unos slips blancos, finos, para que su paquete y sus prietos glúteos se lucieran. Nuestros hijos no se extrañaron cuando les anunciamos que nos iríamos unos días a descansar y, por suerte, tenían planes que no les hubieran permitido acompañarnos.

Cogimos la habitación para el fin de semana siguiente, puesto que él, una vez decidido, no quería alargar mucho más la cosa. Ellas llegaron a mediodía, tras habernos dedicado la mañana a descansar nosotros, las recogí yo misma en la entrada del hotel y, tras tomarnos un café, mientras él se preparaba, las llevé a su encuentro.

Él nos esperaba sentado, con una camisa blanca y unos pantalones cortos ajustados que se pegaban a su paquete y a su trasero. Mi prima saludó mirándole con picardía, mientras su hija, algo más cortada, se dirigió conmigo al baño.

Le pedí que se desnudara completamente: desde luego, una mujer de mi edad no podía competir con un cuerpo de veinteañera como el suyo, lo que hacía que me sintiera ligeramente celosa, sabiendo lo que ella disfrutaría tras tanto tiempo anhelándolo. Le pedí que se duchara, comprobando que no había vello en todo su cuerpo, y una vez que se hubo secado, le pasé una hidratante perfumada que él mismo había elegido para que ella se pusiera.

Salimos a la habitación y, sin más que hablar, ella se recostó en la cama, con las piernas cerradas y el cuerpo ligeramente incorporado. Juan se puso a los pies de la cama y, tras esperar mi permiso, comenzó a fijarse en sus pechos: no eran pequeños ni exageradamente grandes (para atraparlos habría que colocar toda la mano con los dedos abiertos) y sus pezones, sonrosados, apuntaban hacia arriba, tersos como correspondía por la edad.

No recuerdo si ella, en alguna visita a nuestra casa, a nuestra piscina, había visto su torso masculino desnudo, pero, desde luego, se quedó embelesada cuando él tras acariciarse por encima de la tela, se quitó la camisa, sin prisa, pero sin pausa. Sus manos bajaron a su paquete mientras observaba como ella comenzaba a acariciarse los pechos, ayudada por la hidratante que se había puesto.

Yo le miraba, deseándole, deleitándome en su piel blanca, con aquellos pezones sonrosados que, ligeramente rodeados de vello moreno, tantas veces había disfrutado, deseando sentir de nuevo su calor, sus hombros en mis manos, sus brazos rodeándome… su cara, a pesar de tener la mirada en ella, no mostraba deseo, que solamente se tocaba intentando excitar, queriendo excitarse.

Cuando él y yo volvimos a mirarnos, afirmé con la cabeza, para que se quitara los pantalones. Ella tenía sus manos entre sus piernas, excitando su sexo. Me fijé de nuevo en él, su pene aún no estaba duro en su paquete, que se movía ahora con más libertad.

La chica abrió sus piernas, para mostrar su vulva carnosa y sonrosada, ya algo húmeda, abierta para él, que, sin pensarlo, dirigió su cara hasta ella para comenzar a lamerla. Sabía lo delicado que era al principio, cómo te iba preparando, acariciando cada centímetro de tu sexo hasta llegar al clítoris, para excitarlo como nadie más era capaz de conseguirlo. Mientras ella gemía, mientras su mano intentaba, a duras penas, acariciarle la cabeza, yo moría de celos, sin poder apartar la mirada.

Ella, sudorosa, con la piel sonrosada y los pezones excitados, se comenzó a meter los dedos cuando él se incorporó frente a ella. Fue entonces cuando vi que su polla no conseguía levantarse y que, de no hacerlo, tendríamos que pagar un caro precio en la familia, a costa de lo que mi prima pudiera contar de nosotros, por lo que, sin pensarlo, me levanté, me quité los pantalones y, abriendo las piernas en la silla, comencé a sobarme.

En cuanto él me vio su mirada comenzó a desearme y su pene, aún bajo la ropa interior, comenzó a crecer. Colocó a la niña totalmente tumbada, de lado, mirando hacia nosotras, poniéndose tras ella, restregando el paquete contra su trasero, tal como hacía habitualmente conmigo. Juan, jugando con sus dedos entre las piernas de ella, me miraba atentamente, haciéndome saber que era conmigo, realmente, con quien estaba interactuando, mientas ella gemía con la mirada perdida.

De repente, Ascensión, comenzó a acariciar el interior de mis muslos para, poco a poco, colocar su mano sobre la mía. Tirando con fuerza, rompió mi tanga y dejó al descubierto mi sexo, que comencé a abrir para él, anhelando su miembro.
 
Fue entonces cuando Juan, cogiendo al peso a la chica, le dio la vuelta y, poniendo su paquete frente a su cara, bajó su ropa interior. Su pene se balanceó de un lado hacia otro y, colocando sus manos sobre la nuca, invitó a que ella comprobara cómo se ponía duro, apuntando a su boca, mientras la piel que recubría la gruesa cabeza de su polla, totalmente estirada y brillante, se iba desplazando hacia atrás mientras sus piernas sujetaban los brazos de la joven.

Ella, presa del desenfreno, se la metió en la boca y comenzó a mamarlo como si no hubiera otra cosa en el mundo. Ascensión se movió por la habitación, aunque, sinceramente, no me di cuenta de que había cogido varios juguetes eróticos hasta que un pene de silicona cayó sobre mis tetas.

Ya que no llevaba las bragas, decidí desnudarme al completo, para mostrar mis pezones erectos por la excitación también. Empecé a meterme aquel falo en la boca, como si fuera yo misma la que le chupaba la polla, mientras su cuerpo se retorcía a veces por placer, otras a causa del poco cuidado que la niña estaba teniendo en su tarea.

Ascensión no dudó en colocar su cara entre mis piernas, para lamer mi sexo, mientras yo, gimiendo y follándome la boca con el falo de plástico, ponía cachondo a mi hombre mientras su polla era succionada. Yo observaba su cuerpo sudoroso, que, de vez en cuando, se retorcía de placer; su cara ligeramente sonrosada; su mirada anhelante…

De vez en cuando sacaba su picha para mostrármela, cubierta de babas. Ella, dispuesta, esperaba que la posara sobre sus labios de nuevo, y, cuando menos se lo esperaba, se la introducía despacio, hasta el fondo, teniendo pequeñas arcadas que, al parecer, le excitaban cada vez más.

Mi boca, sinceramente, tragaba más que la de aquella jovencita, y así trataba de demostrarlo con la picha de silicona.

Entre las lamidas que estaba recibiendo, la visión de mi hombre excitado mirándome y la comida de polla que estaba haciendo estaba cada vez más cachonda, sin tener claro si quería que aquello terminara antes o después. Fue entonces cuando decidí que ella ya se la había chupado lo suficiente y, sacándome la de juguete de mi boca, le susurré que se la follara, pese a que mis celos estuvieran haciendo que muriera.

Él se inclinó hacia atrás, buscando su sexo, para comprobar con sus dedos si estaba realmente preparada, momento en que ella comenzó a coger sus glúteos, apretando su polla contra su boca, al sentir que sus brazos quedaban libres.

No sé cómo Juan consiguió zafarse, pero cuando me dí cuenta estaba sobre ella, con el pito cogido y comenzando a colocarlo en su raja, mientras ella, con las piernas abiertas, esperaba ansiosa cogiéndose al cabecero.

Me miró antes de introducirla, y no la comenzó a meter, despacio, antes de que yo le diera mi aprobación con la cabeza. Mi mirada, puesta en su cara, le mostraba que aquello no era lo más agradable que había hecho por mí, pero ambos sabíamos que había que hacerlo.

El primer gemido de la niña fue intenso, pese a que él había sido cuidadoso y había empujado despacio y sin meterla entera. Esos movimientos, los del principio, eran los que más me excitaban: sacaba la polla para meterla variando la velocidad, más adentro o menos, según comprobaba la excitación que iba produciendo. Su piel blanquecina comenzaba a perlarse por el sudor, mientras ella, sobre todo cuando con rapidez la empitonaba hasta el fondo, volvía sus ojos hacía atrás mientras su cuello, sus brazos, su cara… se retorcían en gemidos de placer.

Sabía que, poco después, se entregaría del todo al coito, sin despegar la mirada de la cara de ella, pues le encantaba tener el control de la acción. Mi prima, de repente, se puso entre nosotros: exhibía un arnes del que colgaba una polla más gruesa de la que me había metido en la boca anteriormente. Sus intenciones estaban claras y yo, presa de los celos, no iba a dejar que tardara en penetrarme.

Pese a que costó un poco que me entrara entera, ella no dejó de intentarlo, eso sí, con cuidado, mientras oíamos los gemidos de ellos que, en la cama, seguían enredados. No tardó en pedir que intercambiáramos los papeles, lo que me permitiría ver a Juan, volviendo a que mis sentimientos se revolvieran: todo el me excitaba, pese a que no pudiera soportar verle follar a aquella jovencita.

Me coloqué de forma que pudiera verle desde la espalda, ya que era una visión que normalmente no tenía de él. Los músculos de su espalda, de su trasero, se tensaban en cada empujón que daba para meterle el nabo, mientras sus pelotas chocaban entre sus piernas, cerca de su coño, sin que su escroto aún no se hubiera comenzado a apretar.

Acompasé mis movimientos a los suyos, aunque no me sentía realmente cómoda empujando como un hombre, ya que aquel juego no excitaba mi entrepierna. Ella, cada vez que le metía la polla de juguete que tenía entre las piernas, gemía, sin dejar de mirarle, sin evitar desearle.

Sus gemidos fueron dando paso al ritmo que presagiaba su corrida, a la vez que la piel que cubría sus pelotas se iba preparando. No se correría dentro, y, sinceramente, no habíamos decidido donde dejaría caer su lefa, pues dependería de la situación. No obstante, la situación no le estaba llevando a un grado elevadísimo de excitación, por lo que yo sabía que retendría el semen hasta que él mismo quisiera liberarlo. Ella, no obstante, se había corrido ya varias veces, presa de la excitación, a juzgar por cómo estaba la cama.

Juan comenzó a sacarla, a pesar de que ella le intentaba enganchar como fuera para evitarlo, y se colocó en un lateral, frente a nosotras. Ella no tardó en comenzar a masturbarse mientras observaba su picha, que el meneaba a la altura de su cara, dejando claro que pronto soltaría su leche en ella.
 
No entiendo como los gemidos no molestaron al resto del balneario, al menos, a las habitaciones contiguas, aunque por las horas, no sería raro que todos estuvieran en los baños. Ellos gemían por la excitación, mientras yo, observando la escena, no podía más que desear que todo aquello acabara ya.

Llegado ese punto yo ya no estaba muy cachonda, y, al ver que ella quería agarrarle el nabo, decidí dejar de meterle el dildo a mi prima y, con él aún puesto, me puse tras él: no iba a permitir que ella se la agarrara para sacarle todo el semen, eso sería ya el colmo.

Mi marido se sobresaltó ligeramente al sentir el pene falso que llevaba puesto entre sus glúteos, relajándose al notar que yo misma lo apartaba hacia un lado para acercarme por su espalda y coger su picha. Comencé a meneársela mientras él, dejándose hacer, ponía sus manos en su nuca. Su excitación aumentaba notando que estaba allí, que era yo quien se la agarraba mientras su cuerpo acompañaba mis movimientos, mientras mis manos sentían el calor de su miembro y cómo sus pelotas se iban encogiendo anunciando la corrida.

Mi prima, desde el sillón, que había movido para ver la escena, disfrutaba metiéndose mano, mientras la chica, tumbada, ya resignada al ver que no la dejaría cogerle el nabo, miraba su cuerpo sudado mientras gemía acariciándose los muslos y la entrepierna.

Un pequeño gemido, una pequeña contracción del cuerpo de mi hombre, me dejó claro que necesitaba soltar su leche: él controlaba ese tipo de cosas con maestría, así que, apunté la cabeza de su miembro a los pechos de la chica y, apretando mi mano, le animé a llegar al orgasmo.

Fueron varios los lefazos que salieron, cubriendo ambos senos, haciendo que su polla palpitara en mi mano mientras con la otra acariciaba su pecho que, ante la situación, había aumentado sus pulsaciones. Él gemía sabiendo que yo no apartaría mi mano de su chorra, haciendo que se contrajera de placer, mientras ella iba recogiendo la leche densa para metérsela en la boca.

No tardé mucho en dejar de meneársela para, con dulzura, apretar desde la base de su pene adelante, intentando exprimir todo su jugo, mientras él trataba de coger aliento y sonreía, escuchando mi respiración en su oído: sabía que aquello le excitaba.

Me aparté de él, soltando su miembro con dulzura, para dejar que se tumbara junto a la joven. Ella, habiéndose corrido varias veces aquella tarde, seguía recogiendo leche de sus pechos, sin parar su excitación. Llegó a acercar su mano llena de lefa hasta la boca de mi chico, pero él estuvo rápido y apartó la cara sin disimular su disgusto: que le hubiera manchado no le hizo ninguna gracia, pero no pudo ir al baño porque allí estaba mi prima.

Me dirigí hacia el aseo, sabiendo que era la oportunidad perfecta:

  • Es un máquina -me dijo sonriendo-. Habrá que repetir alguna vez más, me he quedado con ganas de chorra.
  • Esto no se va a repetir -contesté sin más, haciendo que ella se volviera hacia mí con cara de pocos amigos-.
  • Esto, se tiene que repetir -habló despacio, como en una amenaza-.
Yo, sonriendo, esperé un poco antes de dejar las cosas claras.

  • Ella no sabe quién es su padre -dije sin inmutarme-, y si intentas que se repita tendré que contárselo todo.

Su cara se transformó y la explicación dejó claro que no había marcha atrás.

Poco antes de que llegaran había llamado a nuestra tía: hablaba con ella habitualmente y, aunque había perdido la cabeza, se solía preocupar si no la llamaba habitualmente los fines de semana. Sus conversaciones, con mis padres ya fallecidos, seguían dándome lecciones que podía aplicar a mi vida diaria.

Le comenté que íbamos a encontrarnos con mi prima y su hija, sin entrar en detalles, por supuesto, y ella, sin más, me contó lo preocupada que estaba de que la niña pudiera llegar a descubrir que no era hija del padre que la había criado.

Yo no pregunté directamente, pero conforme fuimos hablando descubrí, poco después, que el verdadero padre de la niña era un hombre casado que había estado viviendo en el pueblo por un tiempo, dejando a su familia en su lugar de origen, y que ella, sabiendo que no lograría que dejara a su familia, había engañado a su marido, que, si no me equivocaba, debía ser estéril al no haber tenido hijos con ella ni antes ni después de aquello, endilgándole el embarazo, sin que él pudiera imaginar la verdad.

Aunque no le di muchas explicaciones, dejé claro que tenía el nombre del padre de la niña y que, si hiciera falta, no me sería muy complicado poder hablar con ambos y ponerles en contacto.

  • Así que te vas a quedar con tus ganas de chorra, prima, porque no la vas a enganchar más.

Salió del baño con cara de pocos amigos y, dirigiéndose a Juan, aún desnuda, le dio un beso en la frente, agradeciendo todo como era de costumbre, y, mientras recogía sus juguetes y su ropa, le dijo a la niña, que ni siquiera tuvo intención de asearse, que se vistiera pronto.

En cuanto se fueron, él entró en el baño mientras yo, que me había puesto de nuevo las bragas y una camiseta, me asomé a la ventana de la habitación, para verlas salir del balneario, con la tranquilidad de saber que los años de chantaje habían terminado, con la inquietud de que aquella jovencita fuera un antes y un después en mi relación con Juan.
 
No me di cuenta de que había salido del baño: Juan se puso a mi espalda y me abrazó con fuerza, para dejarme claro que sólo me quería a mí, que todo lo había hecho sólo por mí. Supe que estaba desnudo al sentir su excitación apretando mis nalgas. Con delicadeza bajó mis bragas, sólo por detrás, para colocarla entre mis piernas.

Sorprendida, sin poder hablar, sin saber qué me quería hacer, me excité pensando que la gente que pasaba por la calle pudiera descubrir que me iba a hacer el amor. Sentía la cabeza de su pene entre mis piernas, tratando de abrir los labios de mi vulva mientras yo mordía los de mi boca.

Moví mis caderas para dejar claro que la quería dentro, intentando facilitarle el camino. Él se apretaba contra mí con delicadeza, sin meterla completamente, pero produciendo en mí la mayor excitación que había sentido en varios meses, mientras sus manos se ayudaban para acomodarse a mi cuerpo totalmente.

Su voz susurraba palabras de amor que hacían que mi pecho temblara de emoción, mientras mi entrepierna, totalmente sumisa, acogía su falo erecto. Él aumentaba o reducía la velocidad de sus movimientos según sentía mis suaves gemidos, trasladando una de sus manos a la parte superior de mi pecho para sentirlos en su suave y masculina piel.

No soy consciente de en qué momento me dejé llevar totalmente, ni si había gente bajo aquella ventana que nos estuviera mirando. Mi mano buscó su sexo y, palpando su escroto, comprendí que su orgasmo llegaría en breve, así que, para acompañarle, busqué mi clítoris y, con ansia, comencé a excitarlo, ya que en aquella postura su polla no llegaba a él.

Mi mente ansiaba su leche, pero mi voz era incapaz de pedírsela. Llegó con tranquilidad, entre gemidos de placer, disparada entre mi sexo y mis bragas, mientras yo, con los pezones totalmente endurecidos, conseguía correrme a la misma vez, sin que las piernas parecieran poder sostenerme.

Nos quedamos abrazados en aquella postura algo extraña un rato, exhaustos, apoyados contra la ventana abierta, hasta que él, acercando su boca a mi oído decidió susurrarme un te quiero, para volver a la ducha. Yo, con cuidado de no perder ni una gota de su semen, coloqué mis bragas en su lugar, comprobando que la corrida había sido igual de densa y abundante que las anteriores: me encantaba sentir su leche en mi ropa, en mi cuerpo, calentándome.

Tuve que tumbarme en la cama un rato, para recuperar las fuerzas, mientras lamía los restos de su semen que había quedado entre mis manos. Allí me encontró y, aún desnudo tras su última ducha, me abrazó para acompañarme en mi breve descanso, consiguiendo que me quedara dormida.

Al despertar me besó con ternura en los labios y, ayudándome, me acompañó al baño para que me aseara, recordándome que en breve debíamos salir de la habitación, desnudándome mientras me observaba con admiración, dejando que observara su polla de nuevo excitada, sobre todo al quitarme las bragas que se habían quedado pegadas con su semen entre ellas y mi sexo.

Él mismo, mientras me duchaba, preparó todas las cosas y, al salir, lo encontré vestido, con su polo blanco y su pantalón corto, marcando paquete y pezones, como a mí me gustaba.

No era muy habitual que fuera él quien me vistiera, pero, aquel día, le dejé, para volver a sentir su adoración, su tacto, sobre mi cuerpo. Salimos abrazados y, ya en el coche, le comenté que aquella sería nuestra última aventura con la prima, aunque tanto él como yo sentíamos que algo buscaría aquella despiadada para que no fuera así.

Llegamos a casa sin sobresaltos en el viaje y, tras bajar las maletas y comprobar que no había nadie en casa, frente a mí, se despelotó de nuevo, mostrándome su polla erecta de nuevo:

- Hay que celebrar el final de los chantajes, ¿no crees?

No tardé en tumbarme sobre la cama, abriendo las piernas, para introducir mi mano bajo mis pantalones, observando su polla que mostraba orgullosa la cabeza gorda de su miembro que, con la piel retirada por la excitación, apuntaba orgullosa hacia arriba.

Aquellos polvos fueron de los mejores que echamos, dejando atrás el recuerdo de mi maldita prima, renovando la pasión de nuestra relación. Eso sí, los dejaremos en la intimidad. De momento.
 
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