Pablete
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Era una semana como cualquier otra en el trabajo en unos conocidos grandes almacenes. Mismos horarios, mismas conversaciones, mismas rutinas, mismas caras... Esto último al menos tenía su lado positivo. Había varios rostros que me gustaba mirar y admirar. Que me aportan un poquito de chispa y alegría durante la rutina laboral, compañeras guapas y simpáticas con sonrisas que te atrapan y te reconfortan. Si bien es cierto que tras varios años trabajando juntos, acabas viendo a muchas de esas compañeras mas como las personas que son, dejando de lado su faceta sensual y sexual, con otras acabas siempre teniendo algún pensamiento que se acaba transformando en morbo y fantasía. En esa categoría estaba Ana. Una mujer rubia y elegante, simpática, dulce y sumamente atractiva pese a estar cerca de los 50. Una mujer a la que todos respetamos, por ser sobre todo, una persona cordial, correcta en el trato, empática y sobre todo muy buena compañera. Eso no evitaba que, cuando había conversaciones con un tono un poquito subido, hubiera siempre alguna mención hacia ella, sus curvas y la sensualidad que rezumaba a cada momento.
He de decir que desde que me había separado dos años atrás, Ana había ocupado muchas veces mis pensamientos libidinosos en la soledad de mi alcoba.
Esa era la situación cuando un día en el gimnasio, al que llevaba yendo un año para tratar de volver a estar en el mercado tras mi separación, hablando con un compañero de entrenamiento sobre mujeres del gimnasio y nuestros entornos, salió en la conversación una rubia madura de mi empresa. Me dijo que la tía era muy atractiva y que había una web en la que de vez en cuando publicaban de manera temporal fotos íntimas de muchas mujeres, entre las que se contaba ella. Yo no daba mucho crédito a la historia pero reconozco que me picó la curiosidad por saber de quién se trataba y si realmente era alguien que trabajaba en mi empresa o no.
El caso es que tras varias noches visitando esas páginas, finalmente me llevé la sorpresa de reconocer una cara entre todas aquellas mujeres expuestas por sus parejas. No podía dar crédito a lo que allí veía. Mi amable compañera, la mujer responsable y formal madre de dos hijos con la que llevaba compartiendo trabajo años, me devolvía la mirada desde unas fotos en las que no llevaba absolutamente nada cubriendo su piel. El corazón Me latía desbocado mientras trataba de capturar esas imágenes y tratar de averiguar algo de quién las estaba publicando. Tardé varios días en ganarme la confianza de la persona que las publicaba y empezamos a chatear habitualmente. Yo no le dije que la había reconocido ni tan siquiera de qué ciudad era, pues tenía miedo de que se asustase o espantase, y me privase de poder seguir aumentando mi colección de fotos de Ana. Finalmente averigüé que por lo que decía él era su esposo y ciertas cuestiones que comentaba venían a ratificar ese hecho. Entrando en confidencias, me dijo que le producía mucho morbo que otros vieran a su mujer y la comentarán. Que ella no era conocedora de su afición.
Ni que decir tiene que no podía cruzarme con Ana en el trabajo sin sentir como una erección brutal se producía cada vez que la tenía cerca, y recordaba esas fotos íntimas de ella, hasta el punto de temer que me notase algo en mi mirada.
(Continuará).
He de decir que desde que me había separado dos años atrás, Ana había ocupado muchas veces mis pensamientos libidinosos en la soledad de mi alcoba.
Esa era la situación cuando un día en el gimnasio, al que llevaba yendo un año para tratar de volver a estar en el mercado tras mi separación, hablando con un compañero de entrenamiento sobre mujeres del gimnasio y nuestros entornos, salió en la conversación una rubia madura de mi empresa. Me dijo que la tía era muy atractiva y que había una web en la que de vez en cuando publicaban de manera temporal fotos íntimas de muchas mujeres, entre las que se contaba ella. Yo no daba mucho crédito a la historia pero reconozco que me picó la curiosidad por saber de quién se trataba y si realmente era alguien que trabajaba en mi empresa o no.
El caso es que tras varias noches visitando esas páginas, finalmente me llevé la sorpresa de reconocer una cara entre todas aquellas mujeres expuestas por sus parejas. No podía dar crédito a lo que allí veía. Mi amable compañera, la mujer responsable y formal madre de dos hijos con la que llevaba compartiendo trabajo años, me devolvía la mirada desde unas fotos en las que no llevaba absolutamente nada cubriendo su piel. El corazón Me latía desbocado mientras trataba de capturar esas imágenes y tratar de averiguar algo de quién las estaba publicando. Tardé varios días en ganarme la confianza de la persona que las publicaba y empezamos a chatear habitualmente. Yo no le dije que la había reconocido ni tan siquiera de qué ciudad era, pues tenía miedo de que se asustase o espantase, y me privase de poder seguir aumentando mi colección de fotos de Ana. Finalmente averigüé que por lo que decía él era su esposo y ciertas cuestiones que comentaba venían a ratificar ese hecho. Entrando en confidencias, me dijo que le producía mucho morbo que otros vieran a su mujer y la comentarán. Que ella no era conocedora de su afición.
Ni que decir tiene que no podía cruzarme con Ana en el trabajo sin sentir como una erección brutal se producía cada vez que la tenía cerca, y recordaba esas fotos íntimas de ella, hasta el punto de temer que me notase algo en mi mirada.
(Continuará).