La lucha

xhinin

Miembro muy activo
Desde
25 Jun 2023
Mensajes
64
Reputación
487
Te podría decir que no sé por qué lo hice, pero lo sé, y no quiero reconocérmelo ni a mí mismo. No obstante, te cuento la historia para que saques tus propias conclusiones:

Aquel fin de semana, tras dejar todos los asuntos familiares y algún que otro compromiso social arreglados, me subí al tren directo a mi destino, que había pactado unas semanas atrás, no sin nervios.

Hice varios cambios de tren e incluso cambié a un bus que, finalmente, me dejó en mi destino. Era más bonito de lo que esperaba: un pequeño palacio andaluz, rodeado de bonitos jardines, convertido en una especie de hotel. Al entrar me dirigí a lo que parecía la recepción y, allí mismo, tras dar mi nombre, comenzó la historia.

Una caja de plástico sirvió para que dejara mis pertenencias, tras preguntarme seriamente la chica si estaba seguro de aquello.

- Puedes meter también la ropa ahí, será más seguro que esté todo en el mismo sitio.

Me desnudé frente a ella, mientras algunos de los clientes que paseaban por el patio interior del lugar, al comprobar la situación, me observaban. Una chica en ropa deportiva (un top ajustado y unas mallas que marcaban un culo prieto y abultado) se acercó a nosotros, sin dejar de observarme.

- Te acompañará hasta la grabación, para comprobar que no haces nada que no esté permitido. Después podréis jugar todo lo que queráis: ella misma ha sido quien te ha escogido. Puedes darle el móvil a ella.

Así lo hice, sin dejar de fijarme en su altura, que, siendo yo bastante bajito, era bastante dispar. Pese a que no tenía casi pecho, debo reconocer que me puso bastante caliente la idea de terminar la experiencia retozando con ella.

- La ropa interior también -dijo la recepcionista, mientras yo seguía absorto en mis pensamientos-.

No lo pensé mucho y, rápidamente, me bajé los slips blancos y finos que había estrenado para la ocasión, no sin fijarme que andaban sudados, lo que, supuse, había transparentado ligeramente mi sexo que, ahora, ya colgaba libremente.

Mi acompañante habló tras poner la ropa interior en la caja.

- ¿Se te está despertando?

Miré mi nabo que, ligeramente morcillón, estaba a la vista de los curiosos que se habían congregado a nuestro alrededor, negándolo pese a la evidencia, quizá por un orgullo masculino que nunca me ha llevado nada positivo.

- Vamos a firmar el contrato. Sígueme. -me dijo colocando las manos a su espalda, reposando sobre su precioso trasero y adelantándose para permitirme que lo admirara sin ningún problema, mientras yo sentía mis genitales moviéndose de un lado a otro al caminar-.

Me fui fijando en la gente con la que nos cruzábamos, distinguiendo fácilmente a aquellos que, como yo, se habían ofrecido para la aventura, pues iban acompañados de mujeres o muchachas de cerca.

Otros y otras, que iban por libre, me miraban (o al menos así lo sentía yo), consiguiendo que me ruborizara ligeramente, sin creerme que un tipo como yo, normalito, pudiera ser objeto de deseo.
 
El despacho al que me dirigió era bastante grande, nos esperaban un hombre y una mujer: ella trajeada, elegante, él vestía sport y se veía algo mayor que ella. Me hicieron sentarme en una silla, frente a ellos, mientras mi compañera se ponía a mi lado. Lo hice tras mirar el asiento, y colocándome los genitales de la mejor forma, dejando las piernas abiertas por comodidad.

- Buenas tardes, Manuel, espero que hayas tenido buen viaje. En cuanto terminemos Ana te llevará al comedor. Ahora vamos a firmar el contrato y, después, haremos una pequeña entrevista y cogeremos algunas tomas para la introducción del video. Creo que tienes ya toda la información, pero no sé si tienes alguna duda.

Negué con la cabeza y, tras leerme todos los datos y comprobar que todo estaba en orden, firme el contrato que me mantendría allí 24 horas al menos, a falta de ir concretando ciertos aspectos.

- Ya sabes que serán tres rondas de lucha, en la que tienes que conseguir que la espalda de tu contrincante esté el máximo tiempo posible en el suelo. En la primera llevaréis un slip, en la segunda un tanga y en la final estaréis completamente desnudos y untados de aceite. Elegiste el color verde para tu personaje, si no me equivoco -afirmé con la cabeza-, ¿talla mediana? -volví a afirmar y él, con una señal de la cabeza, indicó a la chica que le acompañaba que saliera, para que volviera poco después con las escuetas prendas utilizaría en el video-.

Con ella, pasó un cámara que, tras mirar mi entrepierna, sonrió pícaramente. El hombre volvió a dirigirse a mí y me confirmó que comenzaban a grabar la entrevista. El nombre que elegí para el espectáculo fue “Dívolo”.

- Nunca te han follado, ¿verdad? -afirmé con la cabeza para bajarla ligeramente avergonzado- ¿Te han o te has metido algún dedo o algo por atrás?

Tardé algo en contestar:

- Alguna vez un dedo, pero no he tenido la suerte de disfrutarlo más que meneándome el pene.

- ¿Sabes que tenemos que confirmarlo? -volví a afirmar con la cabeza.

En el contrato, del que me habían enviado una copia por e-mail previamente, estaba claro: un médico confirmaría que era virgen antes de hacer el vídeo.

Fue ahora una doctora la que se incorporó a la reunión. Se puso unos guantes y, con un poco de lubricante preparó su índice mientras me pedía que me apoyara en la pared, haciendo que me inclinara ligeramente.

Abrí las piernas sintiendo mis pelotas colgando y dejé que la mujer me hurgara, confirmando posteriormente que nadie ni nada me había penetrad, al menos en bastante tiempo.

- Si está relajado como ahora va a disfrutar del polvo, si es que pierde -dijo tras comprobar, al darme la vuelta, que la polla se me había hinchado ligeramente-.

- No es la primera vez que nos engañan con este tipo de cosas -dijo el hombre mirándome-. Nosotros vendemos que al perdedor se le desvirga, y no podemos engañar a nuestros espectadores. Ahora vamos a ir concretando.

Tras asegurarle que llevaba, al menos, unas 24 horas sin correrme, comenzamos a concretar aspectos de la lista que tenía y que formarían parte de la minuta final que recibiría.

Haría el vídeo con una máscara que me cubriría media cara. Cobraría menos que a cara descubierta, pero, a pesar de que había afeitado la barba que normalmente utilizaba, con el fin de dificultar que se me reconociera, pensando en la familia, principalmente, había decidido usarla.

Si ganaba podría repetir la experiencia, ganando lo mismo que ganara el perdedor. Si perdía, permitiría que me la metieran sin condón, e, incluso, que se corrieran dentro: había ido a ganar dinero, y había la mitad de probabilidades de que ganara o que perdiera. Dejaría también que me lamiera el culo el contrincante: lo hiciera o no cobraría por mi ofrecimiento.

Eso sí, tras mucho pensarlo, no mamaría polla alguna: sabía que los luchadores saldríamos limpios al espectáculo, pero tenía facilidad para vomitar y no quería dar más espectáculo del necesario.

El número de espectadores sería de unos 10, de los cuales sólo 2 serían mujeres.

Ana explicó que ella se encargaría de comprobar que no me corriera hasta la grabación, que haría que me aseara antes de salir y que, después de todo, podría follármela si mi masculinidad lo necesitaba, algo que, por cómo habló, deseaba, ya que, al parecer, había sido ella quien me había elegido tras ver las fotografías que había enviado para ser elegido: unas fotos caseras, desnudo en casa, incluso midiéndome el miembro relajado y empinado.

- ¿Cómo definirías a nuestro luchador? -dijo el hombre mirando a Ana directamente-.

- Un hombre bajito, velludo y con barriguita. Se le ve fuerte. Su culito prieto, redondito y respingón seguro que atrae muchas miradas, y su pene parece tener más longitud que la media española. Debe crecer bien y se aprecia que engorda bastante. Además, con esos testículos tan redondeados empujándola para arriba….

Pensé, tras su descripción, en que mi hermana me comparaba habitualmente con Alfredo Landa (no sé si lo conoceréis), pero con más barriga.

- ¿Conoceré al contrincante? -pregunté, más preocupado por cómo fuera su polla que por la fuerza que pudiera tener, ya que en todo momento comentaron que sería de unas condiciones físicas parecidas a las mías-.

- Es probable que nos hayamos cruzado o nos crucemos con él hoy mismo, pero no sabremos quién es hasta el último momento -contestó Ana-.
Ahora vamos a hacer las tomas de la tarjeta de presentación de Divolo. Ponte la máscara y salgamos a la zona donde grabaremos.
 
- Ahora vamos a hacer las tomas de la tarjeta de presentación de Divolo. Ponte la máscara y salgamos a la zona donde grabaremos.

El patio interior de aquel palacio era precioso: abierto al cielo, una fuente en mitad del mismo dejaba tanto a un lado como a otro el suficiente espacio para la lona en la que lucharíamos. No había sillas ni tribunas para espectadores, por lo que supuse que estarían de pie. Unos soportales daban a distintas estancias a las que se accedían por distintas puertas de madera cuidadosamente labradas. Un piso más arriba un pasillo parecido daba paso, por lo que me comentaron, a las habitaciones que utilizaríamos más tarde.

Varios cámaras aparecieron de repente y la grabación comenzó en cuanto estuve preparado. Manos a los lados del cuerpo al principio, mientras recorrían todo mi cuerpo sin estorbarse, al parecer, mientras danzaban a mi alrededor. Me hicieron poner las manos en la cabeza para grabar mis brazos algo más flexionados y mi torso y sobacos.

Ana, frente a mí, comenzó a sobarse debajo del top deportivo que llevaba, dejando que sus pezones, cada vez más excitados, se notaran bajo la tela, para, posteriormente, bajar una de sus manos a su entrepierna, mientras mordía sus labios. Su mano, bajo los leguin cortos que llevaba, se hundía y se elevaba sin que yo pudiera dejar de mirarla.

Fue mi picha la que hizo ver que aquello me estaba excitando. Poco a poco se fue endureciendo, haciendo que el pellejo que recubría el glande se fuera retirando poco a poco hasta dejar que se expusiera, con la piel totalmente estirada y brillante.

- ¿Lo habéis filmado? -varios de los cámaras afirmaron a su jefe de una forma casi inaudible, sin dejar de tomar-. Ha sido precioso. Ahora cógetela y menéala para arriba y abajo un poco.

Enganché mis partes bajo los testículos y, sacándolos ligeramente hacia fuera, hice que, junto con mi miembro, se balancearan arriba y abajo, como si de un trampolín se tratara, mientras Ana seguía en su ensimismamiento.

Me pidieron, después que me pusiera la ropa interior para el encuentro, primero el tanga. Me costó meterlo todo bajo la tela con el armamento cargado, pero lo conseguí. Eso sí, me hicieron bajar la tela varias veces para que mi palanca se moviera ligeramente al ser liberada. Ya cuando me puse el slip, después de posar con el tanga, la cosa estaba más morcillona que otra cosa. Además, Ana había dejado de tocarse, lo que le dio cierto descanso.

Tardamos poco en terminar y, de la mano de Ana, de nuevo totalmente desnudo tras recoger máscara y slips para que se usaran solo a la mañana siguiente, salimos al comedor. Éramos varios los que estábamos desnudos y, no me digáis por qué, mi instinto miraba cada rabo que veía más que los cuerpos, pensando si sería capaz de que abrieran mi ojete virgen o si dolería que sus erecciones me llenaran, a pesar de ir con la idea de ganar.

Cogí poco para cenar, con la idea de descansar bien. En las mesas, solo uno de los luchadores podían sentarse, así que, con mi inseparable compañera, nos pusimos en una de las mesas que quedaban libres. Dos hombres maduros que parecían pareja, me miraban con admiración mientras yo comía, haciendo que la situación fuera algo más incómoda, por lo que, lo antes posible, pedí a Ana que fuéramos a la habitación que teníamos asignada.

Ella pasaría conmigo toda la noche, pero, al ser temprano, decidimos ver alguna película (procurando que no tuviera carga sexual alguna). En otras condiciones me hubiera quedado dormido, pero estaba nervioso y no conseguía apartar de mi mente nada más que mi compromiso del día siguiente, sabiendo que podría anularlo y que no lo haría por la necesidad de conseguir el dinero.

Tras la película hablamos de todo y de nada, justo unos minutos antes de que la televisión se apagara y las luces de la habitación se apagaran ligeramente.

- Tenemos que dormir con esta luz: tengo que estar atenta de que no te corras ni durmiendo esta noche, ya sabes que si algo de eso pasa tendrás que dejar de participar -me dijo dejando claro que era momento de dormir-.

Pasé la noche intranquilo, pero los pocos ratos en que dormí me sirvieron para sentirme descansado.

Ana me despertó la mañana siguiente: estaba desnuda y, al despertar, la visión me la puso más dura de lo que se me ponía habitualmente.

- Tu serás uno de los primeros en salir: hay que prepararse -me dijo mostrándome un enema que llevaba en la mano. Esperó pacientemente a que mi cara se mostrara totalmente despejada tras despertar para hacer la pregunta-. ¿Te lo pones tú o lo hago yo? Hay gente que se incomoda mucho con estas cosas.

Cogí el enema y, tras ir al baño, al que había ido varias veces durante la noche, abrí la puerta para que ella pudiera ver que lo utilizaba realmente en la ducha.

No tardó mucho en pasar a la ducha conmigo: me enjabono todo el cuerpo, incluido el culete y los genitales que le mostraron mi excitación y nerviosismo de tenerla junto a mí, mientras yo sólo me fijaba en su cuerpo.

Sus tetas firmes y redondeadas, posiblemente operadas, eran recorridas por distintos chorros de agua, mientras sus pezones, dada la temperatura de la misma, se iban excitando frente a mi. Su cuerpo no tenía, prácticamente, grasa, por lo que su vientre plano y sus caderas anchas, aunque sin pasarse, mostraban un pubis depilado, carnoso y sonrosado, custodiado entre dos fuertes muslos. Intenté fijarme bien en sus glúteos, pero fue justo al intentar palparlos, cuando ella, saliendo de la ducha, me ofreció unas preciosas vistas, para, poco después, hacerme salir y secarme delicadamente con la toalla.

Fue entonces cuando, con el slip verde en la mano, se arrodilló frente a mi, quedando su cara frente a mis atributos. Durante un poco de tiempo los miró, para después subir su mirada a mi cara y ayudarme a poner la prenda en su sitio, colocando con delicadeza mis genitales y polla en el hueco destinado para ello.

Se vistió con presteza, mientras yo me ponía la máscara, antes de tomar mi mano y hacerme llegar a la zona donde el vídeo, por fin, se grabaría. Ví que ya había gente preparada, desnuda, esperando el espectáculo, mientras Ana me dirigía a una de las estancias que daban directamente al patio, donde esperaría a que todo comenzara.

No tardaron mucho en avisarnos y, desde ese momento, no más de 1 minuto antes de que ella me empujara a salir, no sin saber si desearme suerte o qué tipo de suerte exactamente desearme.
 
No tardaron mucho en avisarnos y, desde ese momento, no más de 1 minuto antes de que ella me empujara a salir, sin saber si desearme suerte o qué tipo de suerte exactamente desearme.

Salí para comprobar que mi oponente ya estaba frente a mí: al igual que yo vestía slip, naranja en su caso. Tendría más o menos mi edad y, pese a que era algo más grande que yo, no se le veía especialmente en forma. Su torso depilado contrastaba con mi cuerpo velludo.

El juez nos hizo acercarnos al centro de la zona de lucha, que era en realidad una colchoneta grande parecida a la que se utiliza en judo. Recordó ligeramente las reglas del juego: 3 asaltos en los que quien consiguiera que la espalda del contrincante tocara por más tiempo la lona sería el ganador, desvirgando al otro por primera vez en caso de ganar 2 asaltos. Dos hombres vestidos sucintamente con tangas negros, comprobarían los tiempos e irían dando las indicaciones al juez.

Los espectadores aplaudieron entusiasmados. Uno de ellos, de aspecto bastante descuidado y sucio, incluso se palpó los huevos como muestra de excitación.

El primer asalto comenzó tras un pequeño timbre. Duraría unos 2 minutos en los que, tanto mi contrincante como yo nos esforzamos en poner la espalda del otro en el suelo.

Me di cuenta pronto que, pese a que no ostentara músculos poderosos, al igual que yo, mi contrincante parecía ser más rápido en sus movimientos que yo, por lo que traté de recordar alguna de las estrategias que había revisado antes de llegar.

No soy consciente de haber pegado mucho tiempo mi espalda contra la lona, ni de que fuera tampoco el tiempo en que conseguí pegar la de mi oponente mucho mayor, pero, terminados los dos minutos, el juez, tras consultar con los dos controladores de tiempo y, de cara a los espectadores que se habían deleitado viéndonos luchar, alzó mi brazo en señal inequívoca de que había sido el vencedor del primer asalto.

No voy a ocultar que me hizo bastante ilusión y que, tras aquello, tardé poco en cambiar mi atuendo poniéndome el tanga que tocaba para el segundo asalto, sin cuidado de que espectadores o cámaras, de las que prácticamente me había olvidado, me pudieran observar.

El segundo asalto comenzó poco después. No recuerdo haber relajado mi atención, pero sí es cierto que mi atacante no sólo no lo hizo, sino que la redobló, no sé si llevando una estrategia estudiada y planeada con anterioridad: pese a que en el asalto anterior habían sido constantes los toques en mis glúteos, en esta ocasión, siendo sólo un hilo de tela el que tapaba mi ojete, sus dedos se dirigieron en varias ocasiones con la intención de entrar. Fueron, creo, esas ocasiones las que hicieron que él ganara el segundo asalto, pues mi cuerpo tendía a contraerse para evitarlo y, finalmente, perdía la estabilidad necesaria.

Comprobar que el que ganara o perdiera estaba al cincuenta por ciento me puso nervioso, no obstante, tras el segundo asalto, me quité el tanga y esperé a que me aceitaran el cuerpo (tres espectadores habían pagado por ello y eso haría que, pasara una u otra cosa, mi recompensa fuera mayor). Me dejé sobar cada parte de mi cuerpo, tratando de que mi mente se largara a otro lugar, incluso evitando la mirada de Ana que, desde lejos, trataba de animarme.

Aunque fue poco tiempo, el espectáculo, debidamente recogido por las cámaras, se me hizo más largo de lo que esperaba. El último asalto se anunció de nuevo con el timbre y duraría un minuto más que los anteriores.

Una segunda señal acústica hizo que el desenlace de la lucha comenzara: mi rival se acercó a mi y nos cogimos de los brazos para caer sobre la lona gracias al aceite que ambos llevábamos. Yo trataba de arquear la espalda al máximo para que no contabilizara, mientras notaba bailar mis pelotas y mi polla de un lado a otro al moverme. El sexo de mi oponente, totalmente depilado, al igual que su cuerpo, me golpeó varias veces, incluso en la cara, al tratar de darse la vuelta para agarrar mis partes: era una buena táctica, ya que de no coger algo que desde un lugar estrecho no permitiera que las manos se resbalaran (y los huevos hacían de tope lógicamente), era complicado conseguir un buen agarre. Además, todo estaba permitido. Me alegré de que su jueguecito con mi ojete hubiera quedado a un lado y, siguiendo su misma estrategia, enganché sus pelotas y apreté para darle la vuelta varias veces.

Logré en varias ocasiones que tocara la lona con su espalda, al igual que él hizo lo mismo conmigo, ayudado por los resbalones que los pies sufrían en la lona, pero no pude calcular quién había logrado vencer.

Cuando todo acabo nos colocamos ambos a los lados del árbitro, que poco después, acercándose a los jueces entangados, conoció el resultado del juego. Poco tardó en cogernos las manos y en levantar el brazo de mi oponente, haciendo que mis esperanzas de salir impenetrado del lugar se esfumaran.

Los nervios se apoderaron de mí, y, como era habitual, necesité moverme de un lado a otro de la habitación a la que nos llevaron para confirmar con nosotros las opciones que habíamos elegido antes del encuentro: follada a pelo, corrida dentro y posterior corrida de los asistentes sobre mi, con posibilidad, si finalmente daba mi consentimiento, a que uno de los espectadores, o dos, me limpiara la polla o el ojete.

-Lo siento, pero ya sabes, estas cosas son así: o tu o yo, y no tenía ganas de ser yo.

Agradecí las palabras, pese a que, cada vez que miraba su miembro me parecía más grande y me arrepentía más de estar allí. Fue en un momento en que nos dejaron solos cuando se volvió a acercar.

-Trata de tenerlo relajado, no voy a apretar demasiado, no quiero que lo pases mal, pero tengo que correrme dentro y necesitaré que me ayudes. Si te hago daño, grita “cojones” y trataré de ser más suave.

Grabé en mi memoria sus palabras, dichas poco antes de que saliéramos de nuevo a la lona y tras comprobar que utilizaba el aceite que aún tenía en el cuerpo para lubricarse bien la chorra.

Con la intención de que todo pasara lo más rápido posible me puse a cuatro patas, ovacionado por los espectadores. Pronto, algunos de ellos vinieron a sobarme: mientras uno de ellos acariciaba mi espalda, otros se dirigieron directamente a mi trasero, buscando mi agujero, metiendo un poco sus dedos mientras mis músculos se oponían ligeramente.

Agradecí que uno de ellos, con las manos pringadas con el propio óleo que mi cuerpo aún mantenía, me introdujera el dedo lubricando ligeramente mi interior, aunque debo reconocer que la rapidez con la que lo hizo me sorprendió de tal forma que mi cuerpo entero se tensó.

Mi contrincante se colocó frente a mí, con las piernas abiertas, sobándose el miembro, ahora bastante más erecto que antes, e incluso, hubiera dicho, más grande, quizá por la proximidad a mi cara. No pensaba comérsela y nadie se acercó tampoco a hacerlo.

No sé el tiempo que pasó antes de que se levantara y, apartando a los que me estaban acariciando y hurgando, recibiendo una nueva ovación, se colocó de rodillas entre mis piernas, apuntando con su picha a mi ojete, mientras yo recordaba los consejos que me había dado anteriormente.
 
No tardé mucho en sentir como abría mis cachetes y colocaba la cabeza de su minga a las puertas de mi interior. Una vez colocada me cogió por las caderas y, despacio, comenzó a apretar, mientras yo, recitando las tablas de multiplicar para mis adentros, trataba de dejar paso a su polla.

Fue abriéndose paso poco a poco, metiendo y sacando con tranquilidad, tal como me había anticipado, mientras mi propia polla, en el intento de tratar de dejar sitio, parecía colocarse de otra forma, haciendo que mis sensaciones fueran extrañas: no puedo decir que aquello me estuviera gustando, pero estaba excitado y eso se notaba en cómo mi pene morcillón se iba poniendo, incluso soltando algo de líquido justo cuando su miembro consiguió introducirse por completo.

Fue entonces cuando, a pesar de estar relajado de cintura para abajo, a pesar de que la tuviera morcillona, fui consciente de que mis hombros y mi cuello estaban totalmente contraídos, mis ojos, abiertos, parecían salirse de mi cara y mi boca, abierta, parecía ayudar a que me abriera para su deleite.

Recordé algo de que gritar ayudaba a soportar mejor según qué cosas y, sin mucha convicción, comencé a gemir de una forma en que nunca lo había hecho, ni siquiera cuando follaba dejándome llevar por mi lado más animal. Mientras me la metía y sacaba, produciéndome mucho más placer cuando salía que cuando entraba, aumentando la velocidad, para, supongo, llegar a correrse pronto.

Fue entonces cuando, sin casi darme cuenta, tras sacármela y dejarla fuera por un momento, noté como varios de los espectadores, desnudos como nosotros, me cogían y me levantaban a la altura de su cadera, mientras él, ya de pie, esperaba. Una vez que estuve colocado, sin tener intención de oponerme, él me escupió en el ojete, ya abierto y preparado para su deleite, tras meterme un dedo y sobarme ligeramente los huevos. Desde la espalda, me abrazó acercándose a mi oreja para susurrarme que, ahora, apretara ligeramente cuando la tuviera dentro.

Entendí que esa sería la forma de darle el placer necesario para que se corriera y todo aquello terminara lo antes posible, por lo que, una vez que la volví a sentir dentro, hice lo que me pidió. Frente a mi, las dos espectadoras desnudas que había entre el público se metían mano una a la otra, haciendo que mi polla, ahora dura como una piedra, se moviera como un trampolín recién saltado a cada uno de los empujes de mi oponente.

Apretando los músculos de mi esfínter logré que su polla, prácticamente, no pudiera salir, aunque yo lo ansiara. Mi escroto fue endureciéndose hasta que, casi sin control, observando que una de las cámaras estaba grabándome justo debajo, me corriera: fue un desahogo débil, nada comparado con las corridas que me daba cuando me masturbaba o cuando compartía lecho con una mujer que, de verdad, supiera llevarme a la excitación más profunda.

Seguramente, al correrme, al disparar la leche, logré apretar mucho más su pene en mi interior, haciendo que él, gimiendo como un salvaje, se corriera casi a la misma vez. Sentí como su polla disparaba varias veces en mi interior, e, incluso, cómo su leche conseguía lubricar su miembro para que, pese a que no era capaz ahora de relajar mi ojete, pudiera salir.

Aún cogido por los espectadores, me colocaron con el culo hacia los demás, que mientras, aplaudían y ovacionaban, no sé si a mi o a él, mientras yo sentía cómo su leche salía de mi ojete y recorría mis pelotas.

Me dejaron de rodillas, sobre la lona, mientras todos me rodeaban, con sus miembros duros, masturbándose, mientras yo, sintiéndome ligeramente humillado, pero sabiendo que nadie me había obligado a nada que no supiera que podía ocurrir, esperaba los chorros de semen que iban a lanzarme.

Mi contrincante volvió a correrse, ahora en toda mi cara, para pedirme que me tendiera sobre la lona. Las chicas que se masturbaban frente a mi se colocaron sobre mi cara, con las piernas abiertas, logrando de nuevo que mi picha se endureciera, mientras iba recibiendo los disparos de leche del resto.

Poco a poco todo fue terminando: tanto las chicas como los demás espectadores, se marcharon conforme terminaban su cometido, quedando yo allí, sobre la lona, totalmente cubierto de semen, mientras el último cámara me filmaba.

Ana se acercó a mí sólo cuando el cámara dejó de grabar. Me ayudó a levantarme y, cogiéndome la mano, me dirigió a la habitación que habíamos compartido, pues yo no era capaz casi de reaccionar, no sé si por haber perdido el torneo, o por todo lo que había pasado después.

Sentía, mientras caminaba, cómo el semen que me habían vertido se iba secando, cómo mis pelotas y mi polla se balanceaban, mucho más de lo que lo había sentido antes de la lucha. Ella, delante, me iba hablando con dulzura, aunque no era capaz de entenderla, sin dejar de tomar mi mano, soltándola sólo para abrir la puerta y empujarme hasta el baño.
 
Recuerdo que, sin abrir el grifo, me colocó bajo la alcachofa de la ducha, para comenzar a desnudarse ella también: sus pechos redondeados, blancos, coronados por pezones sonrosados ligeramente empinados hacia arriba; su sexo depilado, mullido y sonrosado…. Mi polla comenzó a ponerse dura justo cuando ella comenzó a meterse los dedos, antes de que se metiera conmigo, agarrándomela tras dejar que el agua comenzara a recorrernos.

Con una mano en su sexo, comenzó a quitarme la máscara que, también cubierta por los fluidos de los espectadores, ya estaba mojada, aprovechando para acariciar mi cara con delicadeza. Yo aproveché para acercar mi mano a su entrepierna, pidiendo paso a su interior, mientras ella, gimiendo quedamente, cerraba los ojos dejando claro que lo deseaba.

Acarició mi cuerpo para quitar los fluidos que llevaba y, tras hacerlo, cerró el grifo de nuevo, arrodillándose frente a mi pene, frotándolo con delicia, chupando la cabeza cuando retiraba el pellejo hacia atrás, acariciando mis pelotas húmedas, mientras yo me sujetaba a donde podía, tratando de no resbalar. No tardé mucho en hacer que me mirara y que se levantara, acercando mi miembro ya totalmente excitado a su vulva, mientras ella acariciaba sus pezones sin dejar de mirarme, abriendo sus piernas para que la penetrara hasta el fondo, aunque preferí que se excitara antes de hacerlo.

Cogí la base de mi polla con dos dedos, para pasear la cabeza totalmente descapullada por sus labios, arriba y abajo, mientras ella gemía, anhelando que la metiera ligeramente cuando llegaba al lugar adecuado, empujando con sus manos mis glúteos. Llegué a buscar su clítorís endurecido en varias ocasiones, para excitarlo con el meato de mi pene.

Aunque había estado preparada desde un principio, no fue hasta minutos después cuando la penetré: apoyé su espalda contra la pared, cogiendo sus muslos con las manos y colocándolos a los lados de mi cadera y, con decisión, pero sin brusquedad, apreté hasta metérsela entera mientras ella mordía sus labios y abría sus ojos excitada.

Nuestros cuerpos ya no estaban húmedos, pero su sexo estaba bien caliente y lubricado de una forma natural. La fui penetrando con suavidad, moviendo mi cadera, mientras ella acompañaba mis movimientos, mientras ella me pedía que la follara cada vez con más pasión, aumentando la velocidad, tensando todos mis músculos, dejando atrás la experiencia que había vivido minutos antes.

La excitación y un susurrante “préñame” que ella dejó caer en mi oído, hizo que me corriera. Pensé que tras las corridas anteriores no habría lanzado demasiado semen, pero, tras dejar sus pies en la ducha, observé cómo de su sexo caliente y sonrosado salía mi leche recién inyectada. No dudé en ponerme de rodillas para lamer el chochete que tanto placer me había dado, hasta que, tras correrse, ella misma apartó mi cabeza de entre sus piernas.

Me enjabonó, pese al cansancio y, tras secarme, me acompañó hasta la entrada. Una bolsa con el dinero ganado, que no me entretuve en contar, y mi ropa me esperaban mientras la recepcionista me indicaba que en breve un taxi llegaría a recogerme. Ella se despidió de mi, vestido ya mientras ella seguía desnuda, con un beso apasionado, mientras palpaba mi paquete: “no me equivoqué en elegirte: ha sido el mejor polvo que me han echado en tiempo”.

Se volvió dejando que me recreara con cara de tonto en sus firmes glúteos mientras se alejaba.

No la he vuelto a ver, ni he vuelto a tener contacto con la productora de los vídeos.
 
Volví a casa con una mezcla de derrota y de alegría, al haber conseguido el dinero, pero no haber conseguido pase a siguiente ronda. Pese a que le llamé nada más que estuve en casa, tardó tiempo en visitarme. Nuestra amistad ya llevaba algo de tiempo diferente y, sinceramente, aquel esfuerzo que había hecho era, según yo lo veía, la última oportunidad de recuperar los viejos y buenos tiempos.

Llegó con su eterna sonrisa y me dio uno de sus abrazos: antes de conocerle no me hacía gracia que me abrazaran, sinceramente. Era más alto que yo, guapo (según decían) y deportista, según él, y sus bromas hacían que habitualmente sonriera.

Tardé poco en llevarle al salón y darle el dinero que había conseguido. Noté en su cara y en sus ojos llorosos que no lo esperaba: llevaba tiempo con problemas económicos y, con una familia a sus espaldas, era complicado estar en el paro y buscarse la vida vendiendo lo que se pudiera. Ya le había ayudado en varias ocasiones a conseguir productos en los que invertir para poder ganar algo de dinero o en vender a alguno de mis grupos de amigos esos productos que, habitualmente, no eran tan buenos como parecían.

El esfuerzo hecho fue reconfortante en ese momento y, pareciendo que la cosa no se había enfriado en ningún momento, charlamos, reímos…

Fue después de preparar algo de picoteo y de tomar alguna cerveza cuando volvió a proponer ver alguna peli.

- Vamos, anímate, nos vendrá bien -dijo con sonrisa pícara, mientras encendía el ordenador que tenía conectado a la televisión: en mi casa, mis amigos no tenían obligación de pedir permiso para hacer nada-.

La página web a la que se dirigió, fue, precisamente, la de la productora con la que yo había ganado el dinero que le había “prestado”, sabiendo que sería difícil que me lo devolviera: sí, había sido gracias a él que la había conocido, pues le gustaba ver esas luchas y que nos sacáramos las pollas mientras nos poníamos cachondos comentando la jugada de turno.

- Veremos la de Divolo y Orete, si no te parece mal -dijo Nino con total tranquilidad, mientras yo cruzaba los dedos esperando que no me reconociera-. Es la más nueva, por lo que veo.

Hizo el pago correspondiente, desde mi cuenta, lógicamente, y el video comenzó con las presentaciones de ambos luchadores, tiempo que él utilizó para ir al baño, mientras yo recogía, no sin nervios, los platos de la mesa, principalmente por si se le ocurría eyacular, como en otras ocasiones, sobre las sobras que habíamos dejado, tratando de mirar cuando yo aparecía en el vídeo, convenciéndome de que, con la máscara y dada la situación, no me reconocería por mucho que se fijara en mi cuerpo.

Nos sentamos en los lugares habituales. Yo en mi sillón de relax, echando los pies hacia arriba, él en el tresillo, con las piernas abiertas. Sus muslos, bien formados y gruesos, fruto de sus salidas en bicicleta, se unían en su paquete, que se veía redondeado y grueso bajo sus vaqueros, mientras comenzaba a acariciárselo, sin perder de vista el vídeo.

Reconozco que el recuerdo de la experiencia, observándola ahora como espectador, comenzó a ponérmela morcillona.

Él no solía tardar en abrir sus pantalones y bajarlos ligeramente para sobarse sus partes, al principio sobre la ropa interior, más tarde mostrándome sus atributos sin ningún problema.

- El peludito tiene un cuerpo parecido al tuyo -dijo de repente, haciendo que, por un momento, pensara si tratar de convencerle de lo contrario o no, con los nervios a flor de piel-. Espero verle follar al más grande.

El primer asalto termino en breve y mi amigo, como si realmente estuviera luchando conmigo, se alegró de aquello. Yo seguía medio excitado, nervioso por la situación, por si me descubría, mientras él se preparaba bajando su pantalón y ropa interior ligeramente, para dejar sus vergüenzas (de las que no tenía que avergonzarse para nada) libres, preparado para dar comienzo el segundo asalto, que comenzó poco después.

- Hay que ver cómo salta tu amigo cuando le intentan meter el dedo en el culo -dijo mientras acariciaba su pene, cada vez más erecto-. Creo que he cambiado de idea: prefiero ver cómo le follan.

Fue cuando terminó el asalto, al confirmarse que “mi amigo” había perdido, cuando se levantó quitándose el vaquero y la ropa interior. Aunque lo hiciera a veces, no era lo habitual, al menos, no tan pronto, y, si encima era yo mismo quien le estaba poniendo tan cachondo, pese a que él no lo supiera, me inquietaba.

Se acercó con la polla dura: llevaba el vello del pubis ligeramente recortado y los huevos depilados. Me hablaba con naturalidad, y terminó tocándome el paquete puesto que yo, habitualmente, no me ponía tan cachondo como él. Fue cuando, comprobando que esta vez sí la tenía morcillona, me animó a desnudarme.

Lo de quedarme en bolas delante de alguien, tío o tía, sinceramente, no me avergonzaba, pero si estaba medio cachondo me daba bastante pudor. Intentando desviar su atención del vídeo, le hice caso. No obstante, me molestó que se pusiera en plan chulito, cuando no me quise quitar la camiseta que llevaba. Esa forma de hablarme, ese tonito que utilizaba, era el que hacía que, la mayoría de las veces, me hiciera sentir obligado a obedecerle.

- Vamos, ¿soy tu mejor amigo o no?, ¿crees que le diré a alguien cómo la tienes o cómo te pones cuando te corres? Tu me has visto correrme más de una vez y sabes que por eso no somos maricones, y que es mejor guardar silencio para que la gente no lo piense.

Fue entonces cuando agarró mi polla y comenzó a meneármela.

- ¿Ves? Que te la coja y se te ponga dura es natural, no somos maricones ni nada de eso -y cogiéndome una de las manos, la dirigió a su minga-. A mí también se me empina si me la palpan.

Le acaricié ligeramente los huevos, comprobando que la polla se le empinaba más y más con cada caricia y, tras un largo minuto, le dije que prefería que jugáramos cada uno con lo nuestro.
 
Se separó de mi, volviendo al tresillo, levantando las piernas abiertas en dirección al sofá donde yo me volví a sentar, ahora totalmente desnudo, totalmente excitado, sin saber si meneármela o no, dándole pie a que volviera a animarme a tocarme, a que me repitiera que era su mejor amigo, que podía correrme delante de él.

Hizo que le diera hacia atrás al vídeo para no perderse nada, para que se volviera a ver cómo los tres espectadores embadurnaban de aceite al perdedor, justo antes de comenzar el último asalto. Mientras el vídeo seguía su curso, sentía su mirada en mi y en la película a la vez. Le excitaba como nunca antes se había excitado en mi casa, pero se masturbaba con menos pasión que otras veces, incluso enlanteció sus movimientos mientras parecía darse cuenta de la verdad, quizá.

De hecho, cuando perdí finalmente, no hizo comentario alguno, salvo preguntar si tenía crema con la que la mano resbalara mejor. Le di permiso para que buscara en el baño y, tras pedir que parara el vídeo salió del salón, buscando el lubricante antes de seguir, me convencí de que no me había podido reconocer, de que solo quería que nos corriéramos juntos, debía demostrarle que era su mejor amigo, yo se lo debía.

Volvió con la verga totalmente embadurnada de una crema que, sinceramente, si no la hubiera usado aquella noche, ni siquiera hubiera sido utilizada, y, tras acercarse poniéndome la picha de nuevo prácticamente en la cara, me mostró cómo su mano resbalaba, dejando claro el placer que le producía. Verle así, por mi causa, aunque él mismo no lo supiera, hizo que me excitara más aún, pero decidí no volver a meneármela hasta que volviera a su sitio y me pidiera que le diera de nuevo al play.

Tardó poco tiempo en hacerlo, colocándose de nuevo con las piernas abiertas sobre el sofá, mostrando ahora, no solo sus genitales, sino su ojete, ligeramente peludo: depilaba todo su cuerpo, pero, pese a no tener mucho vello no solía más que recortar un poco el del pubis y nada el que el nacía entre sus cachetes.

- Dale al play: quiero ver cómo desvirgan ese culo.

Hice lo que me pidió y mis recuerdos trajeron a mi cuerpo las sensaciones físicas y emocionales que tuve mientras me observaba. Prácticamente no era capaz de apartar la mirada del vídeo, aunque, de reojo, veía que él seguía con una masturbación lenta, a pesar del lubricante que utilizaba, mientras comentaba la jugada.

- Qué bien le ha entrado la polla, se nota que lo estaba deseando. Mira qué gorda se le está poniendo, cómo se va mojando por la excitación. Joder, lo levantan para que le entre hasta el fondo, mira cómo está de abierto ya, y esas pelotas, que duras se le han puesto, no creo que dure mucho tiempo sin correrse. Mira cómo se le menea con cada metida.

Yo, que había comenzado a meneármela, atrapado por la situación, embriagado en una excitación que nunca había sentido, ni siquiera noté que se levantaba para acercarse, coger el mando y parar la película mientras se me veía, desde abajo, siendo follado.

Se acercó a la pantalla, y, tras observar detenidamente, se acercó para, de rodillas, ponerse frente a mis huevos y examinarlos detenidamente. Me puso nervioso que abriera mis piernas, que me acariciara las pelotas y acercara su cara para observarlas con detenimiento.

No entendí nada hasta que me fijé en el fotograma en pausa en la pantalla: una pequeña mancha sonrosada en el escroto, que ni recordaba, puesto que no solía vérmela habitualmente, me había delatado.

- Eres tú: te has dejado desvirgar por mi -dijo despacio, mirándome, mientras yo, entre aliviado y nervioso, sin saber qué decir en un principio, paralizado hasta afirmar ligeramente con la cabeza, sentía cómo mi corazón latía nervioso-.

Tardó un rato antes de levantarse, coger mis manos y hacer que yo también me levantara, para darme un abrazo cálido y sincero. Casi sin aliento, llorando como un niño, me dio las gracias repetidamente, mientras yo, embargado por la emoción, sentía como mis ojos se comenzaban a humedecer. Mi cuerpo desnudo sentía su polla desnuda a la altura de mi barriga, mientras la mía se acomodaba entre sus piernas robustas.
 
Tardó un rato antes de levantarse, coger mis manos y hacer que yo también me levantara, para darme un abrazo cálido y sincero. Casi sin aliento, llorando como un niño, me dio las gracias repetidamente, mientras yo, embargado por la emoción, sentía como mis ojos se comenzaban a humedecer. Mi cuerpo desnudo sentía su polla desnuda a la altura de mi barriga, mientras la mía se acomodaba entre sus piernas robustas.

Me sentó de nuevo en mi sofá y tras volver a dar al play, de rodillas a un lado, me enganchó el nabo, embadurnándomelo con la crema que iba cogiendo de su propia minga, para masturbarme mientras él mismo, a la vez, se masturbaba. Yo miraba el vídeo, veía cómo mi contrincante me la metía, mientras la excitación iba cada vez a más, mientras mi pene, totalmente endurecido, con el pellejo totalmente abajo y su mano recorriendo la punta con delicadeza, anhelaba correrse, sintiendo como mi escroto, que antes me había delatado, se contraía cada vez más.

Cerré los ojos antes de dejarme llevar, antes de que mi propia leche cayera sobre mi pecho y mi barriga, antes de que él, tras dirigir mi pene evitando que su mano se manchara, me soltara.

Hubiera deseado que siguiera acariciándomela, dándome más placer, pero no podía pedírselo. Terminé exhausto, cerrando los ojos, sin darme cuenta de que él, imitando a los espectadores del vídeo, se había puesto de pie y meneaba su rabo para echar la leche que noté caer sobre mi pecho mientras gemía como un poseso.

Cuando abrí los ojos su pene morcillón aún goteaba, ligeramente, algo de leche al lado mío. Tardó poco en decir que se iba a lavar, desnudándose totalmente frente a mí para volver pocos minutos más tarde a vestirse. No me dio tiempo, casi, a apreciar su torso depilado: había cogido algo de peso, quizá ya no necesitara tanto el dinero como decía.

Me pidió una bolsa para poner el dinero y, con frialdad, sin permitir que me cubriera, me obligó a acompañarle hasta la puerta. Lo hice aún rociado de nuestra semilla, sabiendo que me expondría ligeramente, por si alguno de mis vecinos pasaba, en un juego que habíamos repetido más de una vez. Hubiera estado bien que me diera las gracias de nuevo, pero simplemente marchó, mientras yo en el quicio de la puerta veía como iba bajando las escaleras, cruzando los dedos para que nadie me viera en aquellas condiciones.
 
Tardamos bastante tiempo en volver a comunicarnos: la vergüenza, a pesar de la confianza que se suponía que teníamos, se había convertido en una barrera entre nosotros, aunque la amistad ya se estaba viendo ligeramente fría tiempo atrás, incluso semanas antes de hacer yo el vídeo, en mi intento de recuperarla.

Aquella mañana, cuando recibí el mensaje para quedar a tomar café, sinceramente, me alegré, pese a que una ligera sospecha me hizo desconfiar. Quedamos cerca de casa, en un bar al que nunca había ido y que, a esas horas, no solía tener mucha clientela. La conversación, como era habitual, trató sus dificultades económicas y la crisis que estaba pasando con su mujer. Ya cansaba el tema.

- Tío, necesito follar -dijo mirándome a los ojos. Fue entonces cuando lo entendí todo, pese a que no me lo creyera, pese a que esperar la segunda parte de la frase que, tras un silencio, cayó entre nosotros como una losa, alargara los segundos-. Deja que te folle.

Lo soltó de repente, mientras la gente pasaba a nuestro alrededor, avergonzándome como nunca lo habían hecho anteriormente. Me dejó paralizado, nervioso, asombrado. Me puse de pie, pensando que se había pasado, y, esperando que él se marchara, entré al bar para pagar.

Mis expectativas no se hicieron realidad y, al marchar hacia casa, me crucé con él:

- ¿Qué pensara tu familia y tus amigos de todo esto? -paré en seco, mirándole con tristeza-. ¿Crees que todo seguirá igual cuando sepan lo que has hecho? Ya están dándote la espalda, ¿o no te has dado cuenta?

En aquel momento pensé que había sido un estúpido, que seguía teniendo a mi familia y mis amigos a pesar de todo, aunque, lógicamente, la duda que él llevaba tiempo inoculando en mí se hacía fuerte por momentos, y, agarrándome a la idea de que sí estaban ahí y que estarían a pesar de todo, le dije que ya me daba igual, que no me importaba que vieran la película, que me reconocieran: todo había sido por mi afán de ayudar a la persona equivocada.

- ¿Y del dinero que les has estafado?

En un minuto, mi cabeza, a mil por hora, entendió todo: había comenzado con la venta de unos productos y, para evitar que su mujer tuviera acceso al dinero, todo lo puso a mi nombre, aunque el dinero se ingresaba directamente en una cuenta suya. Yo había pedido a toda mi familia y amigos que le compraran los productos, pese a saber que no eran realmente de calidad y, seguramente, él había aprovechado la situación para cobrar más dinero.

- Deja que te folle y nadie se enterará -dijo susurrándome al oído-.

No tuve que darle indicaciones para que me siguiera a casa y, una vez allí, tras tratar de asegurarme de que cumpliría con la parte de su acuerdo, me hizo poner de nuevo el vídeo y desnudarme. No dudó en pedirme que me lavara bien antes de colocarme a cuatro en el sofá, cuyo respaldo había colocado para que pudiera ver correctamente el vídeo.

Antes de colocarme le entregué la crema que había utilizado el día anterior para masturbarse y que, lo reconozco, yo mismo, tras aquello, había utilizado alguna vez para pajearme.

Una vez me coloqué, una vez que le dio al play, escuché cómo se quitaba el cinturón e intuí cómo bajaba sus pantalones y su ropa interior, sin llegar a desnudarse del todo. Con la crema, se la meneó ligeramente, para ponerla dura y, sin casi darme respiro, colocó la cabeza de su polla en mi ojete y me penetró una primera vez sin prisa, pero sin pausa.

Mis hombros y mi cuello se tensaron, como la vez anterior, mientras yo trataba de relajar mi culo para que no me hiciera daño. A la vez que me penetraba mi boca y ojos se abrían.

Sus manos, colocadas en mis caderas, me apretaban contra él en cada metida, mientras mi polla y mis cojones se balanceaban, pues había dejado mis rodillas algo abiertas.

Tardó poco en correrse, de hecho, en el vídeo ni siquiera habían llegado a follarme. Sentí como su leche se disparaba en mi interior y, tras apretarme contra él con la idea de vaciarse al completo, sacó su picha aún henchida.

Quedé abrazado al respaldo del sofá, descansando aliviado tras el esfuerzo que, al ser su miembro más corto y menos grueso del que me desvirgó, fue más llevadero de lo que pensaba.

No llegó a limpiarse tras la corrida, y, mientras yo sentía cómo su lefa salía de mi, recorriendo mis pelotas y mis muslos, se agachó para fijarse en mi chorra.

- No te has corrido, aunque te ha gustado -la polla me goteaba-. A ver si la próxima vez consigo que te corras como en el vídeo.

Tardó poco en marcharse, tras vestirse, no sin antes darme un buen manotazo en el glúteo y dejar claro que tenía un buen “chochete”, por si la humillación de haberme follado no hubiera sido suficiente.

Terminé de ver el vídeo, de nuevo, intentando coger fuerzas para moverme, y, cuando terminó, con cuidado de no manchar el sofá, me puse en pie y me fui a la ducha.

Los días siguientes los pasé esperando que volviera a llamarme, por un lado lo deseaba, pero por otro esperaba que todo se olvidara y que no volviera a ocurrir. Tras pasar más días de lo que esperaba, tras convencerme de que era mejor que cada uno hiciéramos nuestra vida por nuestro lado, llamó.

Durante esos días, además, había aprovechado para hablar con mis amigos, con mi familia, indicando que yo había cambiado, que estaba preocupado por mí y que esperaba que no se conociera ningún secreto que fuera origen de mi cambio.

Mis amigos, mi familia, realmente preocupados, me llamaban constantemente, incluso alertándome sobre él, dejando claro que me apreciaban, que no les importaba lo que les hubiera hecho o no, mientras yo, respetando la amistad que habíamos tenido, evitaba criticarle.

Él, por su parte, en nuestras charlas, evitaba comentar la situación y se comportaba como si nada hubiera pasado, diciéndome lo que me echaba de menos, que se arrepentía de cosas (sin especificar) y que esperaba que nuestra amistad volviera a ser como al principio.

La siguiente follada se dio unas dos o tres semanas más tarde de aquella nueva llamada. Simplemente me advirtió con un whatsap, indicándome que estuviera preparado esa misma noche y que le recibiera ya desnudo, que tenía poco tiempo.
 
Pensaréis que debía haber sido más valiente, que tenía que haber denunciado, pero al final acepté un trato, al final fui yo solito quien se metió en la boca del lobo, o mejor dicho, quien se dejó que se la metiera el lobo.

No obstante, aquel día obré de forma distinta: la última vez que nos encontramos, había mirado su cara en el reflejo de uno de los jarrones que tenía enfrente y se notaba que estaba disfrutando mirando el vídeo, mirándome, comprobando cómo su polla entraba en mí. Recordé entonces un comentario que me había hecho mi hermana, sin tener conocimiento de lo que realmente ocurría. Decía que Nino no era más que un gay que se hacía el machito, que parecía que se hubiera enamorado de mí, que necesitaba que estuviera disponible a su antojo, pero que no admitiría nunca sus verdaderos sentimientos.

Escuché el timbre de casa mientras preparaba la sesión del día. Le recibí, como dijo, desnudo, pero, tras abrir, puesto que los pies de mi cama se veían desde la puerta, me coloqué allí boca arriba, cogiéndome las rodillas para que se viera bien que tenía el ojete abierto y los genitales dispuestos, con la polla ligeramente morcillona tras habérmela meneado.

Entró y, tras verme, se acercó a mi sonriendo pícaramente. Tras acariciar ligeramente mis pelotas, me metió un dedo en el ojete. Así, sin lubricar, sin que me hubiera preparado, tengo que reconocer que no me gustó.

- ¿Ya estás preparado?

Afirmé y, cuando intentó que me levantara para llevarme al salón y poner de nuevo el vídeo, me negué.

- Hoy quiero que lo hagamos aquí -le dije, incorporándome ligeramente para ir desnudándole de cintura para abajo-.

Cuando le bajé el pantalón y el slip, comprobé que tenía la polla ya animada y, tras meneársela ligeramente, untándola en la crema que habitualmente utilizábamos y que tenía preparada cerca, volví a colocarme en la posición inicial y me lubriqué el ojete, parando para que me colocara la picha esperando que comenzara a follarme.

Colocó la cabeza de su polla en mi agujero y se inclinó ligeramente para meterla. Yo había calculado con éxito que la inclinación que necesitaba él y la posición en la que yo estuviera no le permitiera meter completamente su miembro. Al ser más pequeño que el de mi primer amante, y ayudado por la situación que había visto, me permití pedirle que me la metiera entera, decirle que quería sentirla más dura…

Con aquello, mirándole fijamente y acariciando sus pectorales tras desabrochar su camisa, fui consiguiendo humillarle de alguna forma, conseguí que, tras bastante tiempo, no consiguiera correrse, tardando poco en cansarse y sacármela.

No me digáis por qué, pero ver que no se excitaba, me calentó y, con la picha dura, antes de que pudiera alejarse, le tumbé en la cama y poniéndome sobre su vientre, comencé a masturbarme con una mano, mientras con la otra intentaba sujetarle al principio, pues intentó zafarse de mi, para después tratar de que me mirara a la cara.

Solté mi leche sobre su cuerpo y su cara y me marché de la habitación para vestirme, pues había dejado mi ropa en el salón y, sinceramente, me importaba poco lo que me pudiera indicar. Cuando salió del dormitorio, sólo se había puesto el pantalón y en su pecho, algo más líquido en algunos sitios, comenzando a secarse en otros, se apreciaba mi lefa.

Mi mirada le mostró mi cansancio, mi disgusto por lo ocurrido en los últimos tiempos, y, quizá, siendo consciente de que conocía su verdadera naturaleza, agachó la cabeza para apartarme la mirada. Fue entonces cuando me dirigí a la habitación a coger mi móvil, que, tal como le mostré, había grabado que no era más que un pichafloja.

Sin siquiera limpiarse, abrochó su camisa y salió de casa. No volví a verle en mucho tiempo y, cuando nos hemos encontrado, ni siquiera hemos hablado: un simple saludo y un saber que nos tenemos, figuradamente, los huevos cogidos el uno al otro, han bastado para dejarnos tranquilos el uno al otro.

Yo, por mi parte, no he vuelto a tener sexo con otros hombres: no me parece mal, pero, sinceramente, no he disfrutado estas experiencias. Quizá con otro compañero de aventuras todo hubiera sido distinto.

Eso sí, su ahora exmujer y yo si hemos echado algún caliqueño que otros y, por lo que parece, él nunca había llegado a llevarla al placer que consigue conmigo, así que, en realidad, quien parece haber ganado la lucha entre los dos he sido yo, pero eso ya lo contaré, si saco tiempo, en otro momento.
 

📢 Webcam con más espectadores ahora 🔥

Atrás
Top Abajo