Capítulo 10
Después de una sesión de sexo increíble aderezada por el morbo que me había dado que Sandra y Lucía hubieran hablado abiertamente de que ella nos había escuchado, y que había provocado que yo follara tan duro a Sandra para obligarla a gemir, me quedé dormido como un bendito y no desperté hasta entrado el día siguiente. Serían las 10 de la mañana del domingo 21 de mayo cuando un pequeño ruido, o quizá un estremecimiento me despertaron. Había hecho mucho calor, lo que unido al sudor emanado del sexo habían conseguido que apartara la sábana. Tampoco era algo raro, en mi ciudad hace mucho calor en verano, y mucha humedad, y yo suelo dormir siempre desnudo, así que es bastante normal que duerma encima de la sábana o apenas cubierto.El caso es que… no estaba solo en la habitación, alguien se había sentado en la cama y me miraba. Me sobresalté mientras bostezaba, y entonces mis ojos se ajustaron a la luz que entraba por la puerta abierta de la habitación y vi a Lucía levantar las manos hacia mí.
—¡Lo siento Jaime! —dijo. Nervioso y dándome cuenta perfectamente de que estaba desnudo ante ella, y que la sábana no me cubría nada la erección matutina, me tapé como pude, aunque ya fuera demasiado tarde como para ocultar nada—-. Sandra ha ido a comprar unos churros para desayunar, y he pensado en despertarte para que no se te quedaran fríos. No sabía que… —incluso bajo la tenue luz se notaba que su mirada se desviaba hacia mi entrepierna y que se sonrojaba.
—Cuánto… ¿cuánto tiempo llevas ahí?
—Esto… solo un par de minutos. Estabas tan dormido que me daba cosa despertarte y… —se mordió el labio, y casi como si pensara que no iba a darme cuenta, me puso una mano en el muslo he hizo el ademán de subir.
Yo detuve su mano con un poco de brusquedad, me senté en la cama y me escabullí un poco.
—¡¿Qué haces?! —pregunté. En el tono de mi voz había tanto enfado como sorpresa, y un punto importante de nerviosismo. A pesar de ello, mi polla latía casi como si se estuviera masturbando por sí misma, al ritmo acelerado de mi corazón.
Lucía quedó con la mano en el aire antes de bajarla y engazarla con su otra mano en su regazo.
—Yo… —murmuró. Me miró y después bajó la mirada—. Pensaba que…
—Lucía —comencé, pero no supe qué decirle.
El beso podía haber sido un despiste, pero que la noche anterior se hubiera masturbado y que ahora hubiera estado sentada a mi lado mientras yo dormía desnudo, y hubiera intentado tocarme… Joder. Quizá estuviera confusa y pensara que se estaba enamorando de mí o algo así. Yo también me sentía confundido. Me halagaba, y en otras circunstancias hubiera dejado que me tocara y habría tenido sexo con ella sin pensarlo ni un segundo. Pero estaba con Sandra. Lucía lo sabía, la conocía, y había estado con ella todo el día anterior. Ni siquiera es como si fuera una desconocida. Sandra se había preocupado tanto por Lucía como me podía haber preocupado yo. Y no estaba dispuesto a traicionarla. Lo sentía mucho por Lucía, pero el ardiente deseo que podía sentir por aquella preciosa chica de veintipocos años iba a quedarse en sueños y fantasías. Nada más.
—Lo siento mucho si mi manera de actuar ha podido confundirte. Yo solo quiero ayudarte. Nadie se merece lo que ese… hijo de puta te ha hecho, y vas a tenerme aquí no solo como profesor, sino como amigo para darte apoyo, para que tengas un sitio donde dormir cuando lo necesites o simplemente cuando necesitas hablar. Y Sandra te habrá dicho ya lo mismo. Puedes acudir a nosotros siempre que quieras, pero si es… eso lo que deseas, yo no puedo dártelo. Soy muy feliz con Sandra, me voy a casar con ella —le dije. Ella se quedó unos segundos que se me antojaron siglos en silencio y después se puso en pie y se dirigió a la puerta.
—Debería… volver al salón y cerrar la puerta —dijo con voz temblorosa—. No creo que sea buena idea que Sandra me pille aquí. Puedes… ¿esperar unos minutos antes de salir?
Asentí, ella salió y cerró la puerta. Yo me quedé en la cama, sentado y perplejo, con la mente obnubilada. La quietud del ambiente se vio rota por un sollozo apagado que llegó del otro lado de la puerta, del salón. Lucía estaba llorando.
Sandra debió llegar apenas cinco minutos después y se la encontró llorando a moco tendido en el salón. Yo había entrado en el baño para tratar de mantenerme un poco alejado. Sentía mucha incomodidad por la situación y no tenía muchas ganas de salir, así que me metí a dar una ducha. No escuché lo que hablaron, pero cuando salí Lucía parecía más tranquila y estaban preparando juntas un chocolate. Supuse, por tanto, que le habría dicho a Sandra que estaba así por las mierdas de su exnovio. Mejor.
—Buenos días, cariño —me dio un beso en los labios. Lucía apartó un poco la mirada, aunque Sandra, que estaba de espaldas a ella, no se dio cuenta—. Mira que desayuno más rico he traído, ¿a que no te lo esperabas?
—Oye, que el chocolate ha sido idea mía —protestó Lucía, y con la cazuela ardiente sujeta por las manos protegidas por paños de cocina nos separó para pasar por el medio y dirigirse a la mesa que tenemos para desayunar—. Separaos un poco, que menudas noches tórridas me lleváis.
Yo me sonrojé, pero Sandra soltó una carcajada.
—A ver si una chica de tu edad se va a escandalizar por eso, ¿o es que acaso piensas que tu profe es un viejales carcamal? —le dijo en tono de broma, para mi sorpresa.
—No… aunque siempre dicen que a partir de los 30 se pierde gran parte de la pasión —me resultaba incómodo a la vez que excitante que la conversación tomara derroteros tan picantes, ¿acaso de esas cosas era de las que habían hablado cuando estaban juntas?
—Cuando llegues me lo cuentas —respondió Sandra, cogiendo un churro y mojándolo en una taza hasta arriba de chocolate espeso—. Mmmm… joder, esto va a ir directo a las cartucheras, mañana me voy a tener que esforzar mucho en el gimnasio para bajarlo.
—¡Pero si estás cañón! —exclamó Lucía, riéndose mientras comía su propio churro. La forma que tuvo de metérselo en la boca… mejor no digo nada.
—Sí claro, pero porque no como de estas cosas —dijo mi chica—. ¿Cuántos años hará que no desayunamos churros, Jaime?
—Creo que la última vez fue en Año Nuevo de antes de la pandemia —dije yo, un poco distraído.
—Es verdad, y a ti te sentó como el culo, te pasaste la noche siguiente vomitando.
—No me lo recuerdes, que lo paso muy mal cuando me pongo así —Lucía se rio.
—Oye, Sandra, ¿y a qué gimnasio vas? Yo antes iba a uno que está en el centro comercial, pero me quedaba muy lejos del piso y dejé de ir.
—Pues voy a uno que está a las afueras. Hay que ir en coche, pero es que es muy completo, tiene piscina y zona de hidromasaje, y sauna. Y también tiene una zona exterior para cuando hace buen tiempo. Si quieres puedes venir conmigo y que te hagan una matrícula de amigo, a mí me hacen un descuento para un mes y a ti te cobran solo la matrícula, me parece. Aquí tu profe se apuntó, pero hace meses que no va.
—¿Y eso? —me preguntó Lucía.
—Pues porque la universidad da mucho trabajo, no tengo un horario fijo y por lo general tengo mucha tarea que hacer en casa. No solo es dar clase y tener tutorías, hay que prepararlas, corregir ejercicios y exámenes, leer ensayos, actualizar presentaciones y un sinfín de tonterías burocráticas —dije.
—Ya… qué lástima —dijo ella, pero en seguida se giró hacia Sandra—. Pues me encantaría ir contigo, la verdad. A mí es que me da mucha pereza ir sola, los tíos son unos plastas en los gimnasios.
—Pues genial, así puedo hablar con alguien y no tengo que estar siempre con la música —respondió Sandra mientras masticaba—. Además, me conozco a los babosos que hay en este gimnasio. No son muchos, algún musculitos que se cree Adonis, pero la mayoría se aburren si no les das coba la primera vez. Hay un tipo, Juan Andrés, que es entrenador y que tiene fama de ser un pichabrava, pero si ves que se acerca a ti solo tienes que buscarme. Yo ya tuve un encontronazo con él un día, Jaime lo sabe. El muy babas se creía que podía manosearme las nalgas y las tetas mientras me enseñaba a hacer estiramientos. Por poco se queda sin testículos. Lo mejor es que cuando vayas el primer día pidamos a Sofía que te ayude, así te pondrá en su lista y te librarás del pesado ese.
—¡Gracias! La verdad es que por mí iría mañana mismo.
Lucía comió con nosotros también el domingo, pero por la tarde la llevamos ya a su piso. Sandra la ofreció quedarse más tiempo, pero no tenía suficiente ropa y esta vez fui yo el que le dijo que lo mejor era que volviera a su casa, y que podría llamarnos cuando lo necesitara. Aun así, quedaron en que la fuera a buscar al día siguiente por la tarde para ir al gimnasio, y se fundieron en un abrazo que fue mucho más largo e intenso que el que me dio a mí, más tímido y breve.
No me parecía mal que Sandra y Lucía se llevaran tan bien. Más bien al contrario, realmente me tranquilizaba. Supongo que al final Sandra tenía razón, y que era una buena manera de que yo no tuviera que preocuparme tanto por la chica. Quizá así pudiera aclarar su cabeza y olvidar lo que fuera que creyera sentir por mí, si es que sentía algo.
No habíamos vuelto a tener noticias del tal Carlos, aunque la policía tampoco nos había dicho nada. Ojalá que todo hubiera quedado en eso…
Pero estaba muy equivocado. Más de lo que podía haber imaginado. Aquella noche recibí un nuevo WhatsApp del número desconocido. Iba acompañado de una imagen, una foto, pero esta vez no era de Lucía.
Era de Sandra, en la cama con un hombre que yo no conocía.
Los dos desnudos y tapados con una sábana que parecía ser de un hotel.
Él hacía la foto y ella sonreía con la cara pegada a la suya.
El alma se me cayó a los pies.
Vaya sorpresa