La Escuela de Arte

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16 May 2024
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"Todo resulta gracioso
hasta que te pasa a ti."

Dave Chappelle.




Capítulo 1



“Tu novia se está follando a otro”.


Lo sé, por lo general, no suele ser una frase agradable de leer. Se le queda a uno mal cuerpo, ¿verdad? Adelante, volved a leerla: tu novia se está follando a otro. Hay un montón de cosas en ella que resultan desagradables. Desde el desdén con el que parece tratar un asunto tan serio, hasta el uso de una palabra tan vulgar como es “follando” al lado de otra que merece todo respeto como es “tu novia”. Y eso sin contar la desfachatez con la que afirma que la persona que amas te está traicionando. Porque no dice “alguien se está follando a tu novia”, qué va. Dice bien claro que es tu novia, como agente activo, la que ha querido follarse a otro. Es tu novia, en definitiva, la que decide serte infiel, y ese “otro” no es más que la parte pasiva que es follada. Parece una tontería, pero no lo es. Es una frase escrita con muy mala intención.

Permanecí unos instantes releyendo las siete palabras que, según el chat de la red social, había recibido unos cuarenta minutos antes. El escueto —pero concreto— mensaje había sido enviado desde una cuenta evidentemente falsa de reciente creación, sin fotos y sin más datos personales que un nombre bastante poco creativo: Don Nadie.

El tal Don Nadie se había tomado la molestia de crear un nuevo perfil sólo para informarme de que mi novia se estaba follando a otro. Pero por desagradable que fuese en un primer momento, no pude más que enfrentarme a ella con sarcasmo y escepticismo. “Por supuesto.” —pensé—“Mi novia de hace siete años, la persona más inocente, pura y bienintencionada que he conocido en mi vida, y quien jamás ha hecho nada que ni remotamente me pudiera generar desconfianza, ha decidido de repente ponerme los cuernos… porque lo dice Don Nadie. Claro que sí, hombre.”

Di por hecho que alguno de los cabrones de mis compañeros de trabajo habría tenido la ocurrencia de hacer esa gracia, y entre dos o tres habrían decidido enviarme el mensaje para echarse unas risas con mi reacción. Pensadlo un segundo. ¿Vosotros le habríais dado crédito a un mensaje así? Por supuesto que no. Me pareció tan inofensivo que incluso llegué a pensar en enseñárselo a Lorena, cuando llegó a casa esa misma tarde. Y si no lo hice, fue porque pensé que quizá no le pareciera gracioso que mis compañeros de trabajo bromeasen con ella de esa manera. Poniéndome en su lugar, a mi tampoco me gustaría que sus amigas me utilizasen para hacer ese tipo de bromas. Sencillamente, no le di más importancia. Eliminé la conversación y empecé a pensar cómo podría devolverles la broma a mis compañeros, aunque primero tendría que adivinar quién había sido.

Di carpetazo al asunto cerrando el portátil y me acerqué a darle un beso de bienvenida a mi chica, que estaba entrando en el baño para darse una ducha rápida tras pasar todo el día fuera. Como cada jueves, su horario incluía siete horas de trabajo, y una última hora de desahogo en la escuela de arte.

—¿Qué tal la clase? —pregunté desde el umbral de la puerta mientras ella accionaba la ducha.
—Bien… Bien, como siempre —dijo de forma rutinaria, empezando a quitarse la ropa. —Hoy era una postura un poco rara y me ha costado un poco… No me gusta cómo me ha quedado, pero bueno…
—Bueno, luego me lo enseñas.
—No… Mejor no —dijo torciendo el gesto. —El de hoy no está para enseñar.
—Seguro que está perfecto. ¿Hoy os tocaba ya con Aitor?
—Sí… —contestó mientras dejaba a mano una toalla en el colgador que quedaba más cerca del plato de ducha. —Acuérdate, la semana pasada fue la última que nos tocaba con Bea.

Asentí en silencio apoyado en el marco de la puerta viendo cómo se quedaba en bragas y sujetador. Justo cuando empezó a desabrocharse el sostén, debió de ver mi cara de salido.

—Sal, idiota. —me ordenó, riéndose. —Y cierra, que se escapa el calor…
—¿No me puedo quedar a mirar? —pregunté enarcando las cejas, fingiendo inocencia.
—No, bobo… —dijo. —Que luego no me dejas ducharme… y ahora no me puedo entretener.

Me encogí de hombros y cerré.

—¿Has quedado con estos? —Pregunté, elevando un poco el tono para seguir con la conversación a través de la puerta cerrada.
—Sí, voy a bajar un ratillo. —contestó ya desde el interior de la ducha, a juzgar por el sonido del agua cayendo. —¿Te vienes?
—Si sólo es un ratillo, vale. —contesté.
—Guay, pues ve vistiéndote que no tardo nada.

Lorena siempre había tenido alma de artista. Se pasó desde la primaria hasta el bachillerato siendo “la que dibuja bien”. Ya sabéis a qué me refiero; en todas las clases hay alguien así. Esa persona que está un escalón por encima del resto cuando llega la hora de plástica, quien hace las mejores portadas para sus trabajos, y con quien todo el mundo quiere formar grupo si el profesor pide dibujar algo. Pese a su talento, nunca destacó por ser una de las chicas más populares del instituto. Su carácter introvertido y su aspecto no la hacían ser el objetivo de ningún chico. Su pasión por el dibujo la hizo aficionarse de manera casi enfermiza por el mundo del cómic y la ilustración, lo cual puede parecer algo muy popular hoy en día, pero a principios de los 2000 sólo hacía que los demás te vieran como un bicho raro. Además, como seguro que muchos sabéis por experiencia propia, la adolescencia es un momento muy cruel: por algún motivo te empeñas en desarrollar la versión más fea posible de ti mismo sin llegar a ser consciente de ello. En el caso de Lorena, así fue hasta que pasó a la universidad. Aprovechó el cambio para, por fin, comenzar a usar lentillas, soltarse el pelo —que había mantenido atado en una coleta todo el instituto— o vestir más femenina, e incluso tuvo la suerte de que su acné empezase a remitir. Ya sabéis, la típica adolescencia del patito feo que llega a la universidad convertido en un cisne pibón.

Aunque quizá habría que agradecerles a esos años de patito feo el talento que llegó a desarrollar para el dibujo. Probablemente, si los chicos le hubiesen hecho caso durante esos años, nunca habría pasado tardes y noches enteras encerrada en su cuarto, rellenando blocs de dibujo. Sin embargo, su sueño de toda la vida de convertirse en uno de esos grandes dibujantes de cómic que idolatraba chocó con las presiones de su padre, que veía un camino incierto en la vida de artista, y la aconsejó —por no decir que la obligó— a elegir una carrera más segura desde el punto de vista económico.

A los veintitrés años, Lorena se licenció en derecho y, tras superar varios períodos de prueba en un par de firmas, su padre le ofreció un puesto en su despacho de abogados. Para ese momento, llevábamos un par de años saliendo. Un amigo común tuvo a bien presentarnos en una fiesta y surgió la chispa. Sin más. Siento no poder contaros aquí una gran escena sexual a escondidas, diez minutos después de conocernos, pero la vida real no es como en los relatos porno.

El trabajo en el bufete se le daba bien, pero le proporcionaba tanta estabilidad económica como aburrimiento. Por supuesto, nunca había dejado de dibujar, pero la simple práctica por su cuenta se empezaba a quedar corta, y necesitaba desarrollar sus aptitudes de otra manera que no fuese sólo en sus blocs de siempre. Ya que no había podido dedicarse profesionalmente a ello, quería convertirlo en su vía de escape oficial. Para algunos son los videojuegos, para otros la escritura, o el cine. Para Lorena era seguir desarrollando su arte, y seguir aprendiendo. Fue así como se apuntó en una escuela de dibujo de la que había leído muy buenas opiniones, y que no quedaba lejos de donde vivíamos.

A las pocas semanas abandonó el miedo que le daba que otros juzgaran sus dibujos, pues vio que el resto de sus compañeros tenían historias parecidas, y todos compartían un nivel similar. El componente creativo que le aportaban las dos horas semanales de clase y conocer a gente con sus mismos gustos tuvo un efecto positivo casi instantáneo en ella. No es que fuera una persona triste, ni mucho menos, pero imaginaos teniendo veintipocos y trabajando en un despacho de abogados lleno de fósiles de más de cincuenta años. Seguro que me entendéis.

Otra de las prácticas que también empezó a ser habituales fue la de tomar unas cañas casi todos los jueves después de la clase en un bar cercano a la academia. Estuve invitado desde un primer momento, aunque no empecé a acudir con asiduidad hasta unas semanas más tarde por miedo a sentirme un elemento sobrante en su grupo. Pero nada más lejos de la realidad. El pequeño número de personas que conformaba la clase se presentó como un grupo tan variopinto como agradable. Cada uno tenía una historia y una motivación diferente para estar allí, pero todos tenían en común un carácter amistoso y apacible. Por un lado, estaban las chicas, Ana y Raquel; que tenían más o menos la misma edad que Lorena, e Isabel; que era algo mayor. Y por otro lado estaban los chicos: Isidro, un jubilado con cara de bonachón, Ignacio y Javier; también de la edad de Lorena, y Jorge; que aún era un chaval y era el más joven de la clase. Ocho compañeros, contando a Lorena, bajo la supervisión de Mateo, el profesor que dirigía la clase y les ayudaba a progresar y explorar sus talentos.

—¿Ya estás? —Me preguntó saliendo del baño ataviada sólo con una toalla, y esparciendo pequeñas gotas en el suelo del dormitorio, mientras yo terminaba de ajustarme unos calcetines.
—Sí, sólo me queda calzarme.

Aunque la había visto desnuda cientos de veces, su cuerpo seguía fascinándome como el primer día, y si se me presentaba la oportunidad de verla desnuda, la aprovechaba siempre que ella me dejaba. Caminé hacia la entrada para calzarme, y eché un vistazo por encima del hombro para ver cómo dejaba caer la toalla mojada sobre el suelo, revelando la sucesión de curvas que era su cuerpo mientras se inclinaba sobre la cómoda para coger su ropa interior. Del viejo patito feo ya no quedaba ni una pluma. Verla desnuda me hizo pensar en las primeras clases a las que asistió.

—¿Pero desnuda, desnuda? —le había preguntado.
—Desnuda. —había contestado, ella marcando cada sílaba. —En pelota viva.

Me había costado creerlo, pero, al parecer, para el desarrollo de las clases de dibujo, la escuela contaba con la colaboración de varios modelos amateur que posaban para los grupos de alumnos. Su tarea, como ya os imaginaréis, era muy sencilla: quedarse desnudos y muy quietos durante unos cuarenta y cinco minutos mientras la clase los dibujaba. Para ilustrar su respuesta, Lorena sacó el bloc de dibujo, un cuaderno gigante de hojas gruesas y rugosas, y me enseñó las primeras páginas, donde, entre muchos bocetos rápidos apenas conformados por una docena de líneas, también se encontraban apuntes más elaborados que contaban con más detalle. Allí aparecía el dibujo de una mujer madura, algo pasada de peso y con los pechos bastante caídos, apoyada sobre un taburete y sosteniendo una toalla en una de sus manos.

—Está un poco mayor la señora, ¿no? —comenté al ver los primeros dibujos.
—Claro, tú preferirías que fuese un mega pibón, ¿verdad? —dijo Lorena, riéndose.
—No es eso… —repliqué, de forma poco convincente. —Pero… no sé, parece mayor…
—Eso da igual, bobo. La idea es aprender a captar la naturalidad de la pose… el cuerpo es lo de menos.

Marisa, que era el nombre de aquella mujer, fue la modelo a la que la clase dibujó durante los primeros dos meses. Una vez terminado ese período, los modelos rotaban de clase, y los alumnos aprendían a dibujar otro tipo de cuerpos y anatomías. De esa manera, en el bloc de mi chica dejó de aparecer Marisa y comenzó a aparecer Beatriz, o Bea, como la conocían en la academia. Y qué os puedo decir… con el cambio de modelo, el bloc de Lorena empezó a parecer el Playboy. La tal Beatriz estaba buenísima.

—¿Qué? Esta te gusta más que Marisa, ¿no? —me había dicho Lorena poco después de haber empezado a dibujar a Bea, mientras me enseñaba el bloc.

Me reí, algo incómodo, antes de contestar. Bea representaba el que podría ser el canon de belleza para muchos hombres. Era una morenaza de piel tostada y melena larga y ondulada que poseía la elegancia innata de alguien perteneciente a la realeza. El resto de su cuerpo parecía tallado por un experto escultor: vientre plano y cintura estrecha, espalda definida, pechos pequeños, redondos y perfectos, un trasero respingón y proporcionado, piernas largas y estilizadas… Y por si eso no fuera suficiente suerte genética, la chica era una auténtica preciosidad. Incluso os diría que por muy increíble que fuera su cuerpo —y lo era— su cara era su mayor baza. Tenía unos enormes ojos negros de aspecto felino, una nariz pequeña y recta, pómulos prominentes y unos labios preciosos. Entre las chicas de la clase, empezaron a referirse a ella como “la Barbie morena”, algo que encontré acertadísimo, pues, a excepción de la característica melena rubia, todo en ella recordaba a la elegancia y perfección de una de esas muñecas de físicos imposibles.

—Hombre, la chavala está bastante bien… —reconocí. —Mejor que Marisa, desde luego.

Lorena se rio, y luego me dio un pequeño golpe cariñoso en el brazo antes de darme un beso. Esa era una de las cosas que más me gustaban de ella: ese tipo de comentarios nunca le molestaban. Quizá fuera porque sabía que yo la quería por encima de todo, y una vez tienes clara esa máxima, los comentarios sobre el físico de terceros tienen menos importancia. Y, desde luego, era cierto; yo la quería más que a nada en el mundo, y no la habría cambiado ni por alguien como Beatriz. Volví al presente al ver a Lorena salir del dormitorio, vestida como de costumbre para bajar a tomar un par de cervezas, con unos vaqueros viejos, un jersey y unas deportivas cómodas.

El bar estaba en la calle paralela a la de la academia. Era el local menos atractivo que os podáis imaginar, lo que, de alguna manera, era precisamente lo que lo hacía atractivo. No había una decoración presuntuosa que te hiciera pensar que te encontrabas en un local moderno, ni un servicio arrogante, o una lista de precios abultada. Era el típico bar: varias mesas de madera, unas sillas, y una barra con solera. Y lo cierto es que no necesitabas mucho más para sentirte como en casa. Supongo que era eso lo que hacía que siempre estuviese lleno. Ese jueves, no era menos: cuando llegamos, ya nos esperaban en la mesa de siempre todos los compañeros de Lorena, incluido Mateo, que pese a ser el profesor, también se unía al grupo como uno más.

—Qué pasa, chavales. —Nos saludó Javier desde la mesa, que fue el primero en vernos entrar.

La mesa estaba distribuida como de costumbre, en un lado las chicas, y en otro los chicos, y, como casi siempre, se desarrollaban dos conversaciones diferentes. Tras saludar, Lorena tomó asiento en una esquina del lado de las chicas, entre Ana y Raquel, y yo me senté en el otro extremo, junto a Javier e Ignacio. De aquella manera, podía tener bien controlados a Mateo y a Isidro, los más mayores, y quienes menos se cortaban a la hora de echar buenos vistazos a las tetas de Lorena.

Esto se me había olvidado contároslo, perdonadme. Como os había dicho antes, mi novia sufrió una transformación de patito feo en pibón cuando pasó a la facultad. Pues bien, esa transformación se acentuó de forma especial en sus pechos. En apenas tres años pasó de una talla más que discreta a una talla absolutamente exagerada para una chica de su constitución. Ya de por si, unas tetas de la talla ciento veinte llamarían mucho la atención, pero en una chavala tan menuda y delgada como Lorena, parecían aún más grandes. Ese cambio físico la convirtió en objetivo para muchos chicos, y aquello repercutió de forma muy positiva en su seguridad en sí misma. Para Lorena, esas enormes tetas nunca se convirtieron en motivo de queja, complejo o de dolor de espalda, como ocurría en otras chicas. Ella sabía la suerte que tenía de tenerlas, y estaba orgullosísima de ser la poseedora de aquellos extraordinarios pechos, que no sólo eran grandes, sino bonitos. Aún recuerdo la risa que le entró al verme la cara la primera vez que la vi desnuda.

—Parece que hayas visto un muerto. —me decía entre carcajadas, al ver lo alucinado que me quedé al ver los amplios pezones de tono rosado que se desvanecían poco a poco al llegar a su límite, o lo enhiestas y turgentes que se mostraban sus tetas.

En ese momento, yo, que siempre había sido más bien un tío de culos me pasé irremediablemente a la religión de las tetas grandes. Estaban en otro nivel. Y así lo habían notado también Isidro y Mateo, como os contaba. En realidad, todos los que había en esa mesa habían echado en algún momento un vistazo a sus tetas, pero estos dos lo hacían con una insistencia y descaro especial que, imagino, les confería la edad. A los otros; Ignacio, Javier y el joven Jorge, también los había pillado en algún momento, pero eran vistazos tímidos y fugaces, como los que podría haber echado yo mismo de no ser Lorena mi novia. No me gustaba mucho que la mirasen, pero lo podía entender. Y al menos, a Aitor, el único que yo podría considerar peligroso, nunca le había pillado mirándole.

Aitor era el novio de Bea y, desde luego, estaba a su altura. ¿Habéis visto, en esas pelis de superhéroes, al tío que hace de Thor? ¿Ese cachas enorme, rubio y de ojos azules? Pues Aitor podría haber sido el doble de riesgo de ese tío; era otro puto dios nórdico. Y si no fuera porque no hacía ni puto caso a ninguna de las chicas de la clase, estaría bastante preocupado por su presencia. Sobre todo, por que esa semana había empezado a posar ante la clase, y ya me podía imaginar las pasiones que levantaría entre ellas un tío así. Aunque claro, viendo a su chica, Bea, entendía perfectamente que no hiciera ni caso a ninguna más. Con una novia así, imagino que el resto de chicas del planeta deben de desaparecer para ti.

La velada no se alargó mucho más de las dos horas habituales, como había pronosticado Lorena. Los dos teníamos trabajo al día siguiente y estábamos algo cansados del trajín de toda la semana. Ambos disfrutábamos de pasar los jueves en el bar con los chicos de la academia, pero era cierto que algunos días lo hacíamos más por mantenimiento que por disfrute, ya me entendéis.

Según llegamos al piso, Lorena se descalzó dejando las zapatillas tiradas en la entrada y fue directa al baño para desmaquillarse y ponerse el pijama. Como muchos sabréis, cuando llevas mucho tiempo viviendo con alguien se establecen ciertos códigos no verbales. En nuestro caso, uno de esos códigos era este “desmaquillarse y ponerse el pijama”, que concretamente, significaba “hoy no vamos a tener nada de sexo”. Por mi parte, mientras ella seguía en el baño, encendí la televisión y me puse cómodo en el sofá, que en nuestro idioma era algo así como “genial, pero creo que yo voy a hacerme una paja”.

Esperé a que Lorena terminase en el baño y apagase la luz del dormitorio, porque, aunque a veces resultaba evidente que me masturbaba en silencio mientras ella dormía, no me gustaba que ella se diera cuenta mientras lo hacía, e intentaba ser lo más discreto posible. Si ella se daba cuenta, desde luego nunca me decía nada, ni me lo recriminaba. Es más, sería bastante injusto que lo hiciese, puesto que si yo lo hacía era porque me veía obligado debido a su falta de deseo, que, siendo francos, cada vez era más difícil de sobrellevar.

No quiero que suene mal, y sé que cuando rondas la treintena el deseo sexual se reduce y no tienes las ganas de cuando eras un chaval… pero follar una vez al mes es muy poco, lo mires como lo mires. Y hacía ya bastante tiempo que había empezado a ser lo habitual. En ese momento, incluso estábamos batiendo nuestro propio record, habiendo alcanzado ya los dos meses y medio sin tener nada de sexo.

Y cuando digo nada de sexo, es nada de sexo. A mi novia no le gustaba que le practicara sexo oral. Siempre decía que se sentía incómoda y no lo disfrutaba, o que le hacía cosquillas (aunque yo tenía mis sospechas de que la auténtica razón era que no le gustaba cómo lo hacía yo, sencillamente), y Lorena tampoco es que se prodigase mucho en el sexo oral hacia mi. No se prodigaba nada, más bien. Podría contar con los dedos de dos manos las veces que me la había chupado en siete años, y todas pertenecían a una época remota, cuando habíamos empezado a salir y se mostraba mucho más activa sexualmente. No es que llevase un calendario, pero sí podría deciros que la última mamada recibida habría sido unos cuatro años atrás, más o menos. Sí, es un poco frustrante, pero si a tu novia no le gusta hacerlo, tampoco la vas a obligar ¿no?

Por mi parte, intentaba no ser un pesado con el tema sexual, y evitaba insistir demasiado. La buscaba de forma regular, pero por lo general me rechazaba de forma cariñosa. Sabía que últimamente estaba muy estresada con el trabajo, e incluso había algunas veces que era yo quien la rechazaba, por la misma razón. Encontrar un momento en el que los dos tuviéramos ganas se empezó a convertir en una tarea complicada y, poco a poco, el polvo mensual pasó a ser lo habitual.

Ya sé que estáis pensando algo como “pues vaya vida sexual de mierda teníais”, y quizá tengáis razón, pero nosotros lo veíamos como algo normal. Ya habíamos pasado la etapa de desenfreno durante los veintipocos, y ahora quizá simplemente estábamos atravesando una etapa algo más aburrida en el ámbito sexual, y en ningún momento llegamos a verlo como un problema real. Yo me conformaba con el polvo mensual, que, aunque escaso, seguía siendo muy satisfactorio para ambas partes.

Pero esa noche, en lugar de dejar puesta una película de fondo con el sonido muy bajo, coger el móvil y empezar a buscar algún video porno que me inspirase, decidí pasar primero a la cocina a beber un vaso de agua. Dejé correr un poco el agua del grifo para que se enfriase, y reparé en que el bloc de dibujo de Lorena estaba en la mesa de la cocina, tal cual lo había dejado al llegar por la tarde. Normalmente lo dejaba en el salón, pero ese día lo había dejado allí de forma descuidada; la cocina era un lugar peligroso para ese bloc, podía mancharse y estropearse de mil formas diferentes. Así que llené un vaso con agua, cogí el bloc y volví al salón. Me tiré en el sofá tras beber un trago largo, y me puse a ojear de forma distraída los bocetos de Lorena. Obvié la parte de los posados de Marisa, y me detuve bastante en los de Bea. Cómo deberían sentirse los compañeros de clase de mi chica al tener que dibujar a aquella chica tan perfecta. Seguí pasando hojas despacio hasta que recordé que ese día había habido cambio de modelo, y avancé para ver cómo había empezado Aitor. Como esperaba, las dos últimas páginas utilizadas correspondían a la clase de la tarde, en las que Aitor se convertía en el nuevo modelo para los siguientes dos meses. En la primera página, como a veces era costumbre, no había más que algunos trazos muy rápidos, que apenas bocetaban la silueta de Aitor, en una postura similar a la del David de Miguel Ángel; de pie, apoyando el peso sobre una pierna, y con una de sus manos cerca del mentón. Ya sólo con esos bocetos rápidos, era más que evidente el espectacular físico de aquel muchacho.

En la siguiente página, había un boceto mucho más detallado, pero con algo que no encajaba. Lo contemplé durante unos instantes. Llegué a la conclusión de que sólo había dos posibilidades: o Lorena había cometido un notable error… o ese chico tenía un pene descomunal entre las piernas.

Bajo su vientre, y dibujado sólo con unas líneas rápidas, parecía que le llegaba hasta la mitad de muslo, y que tenía un grosor imposible. Y acompañándole, con apenas dos líneas muy desdibujadas, se intuía lo que parecía ser un escroto imponente. Ahogué una pequeña risa nerviosa al verlo. Aquello no podía estar bien. Casi parecía más una caricatura de un tipo pegado a una polla gigante que un verdadero apunte al natural que buscase el realismo. Pero ¿y si el dibujo era, en efecto, consecuente con el físico real de Aitor? Un sudor frío me recorrió la espalda sólo de imaginar a Lorena mirando durante casi una hora a un tipo con ese físico, y teniendo que fijarse bien en esa inmensa polla para representarla de forma fiel en su cuaderno.

Algo perplejo, cerré el bloc y lo dejé sobre la mesita. Volví a dar un trago al vaso, y apagué el televisor. Aquellos dibujos me habían quitado cualquier gana que pudiera tener de masturbarme. Me cepillé los dientes y me metí en la cama sin poder quitarme la imagen de esos últimos bocetos de la cabeza. Miré a Lorena, que respiraba profundamente, perdida en sus sueños. Cerré los ojos, y algo que había olvidado durante todo el día, volvió a mi mente de forma fugaz antes de caer dormido.

“Tu novia se está follando a otro”.
 
Última edición:
Buen comienzo .
Está claro que el que le he mandado el mensaje no se lo ha inventado y el debe estar ya alerta para pillarla.
Desde luego si como parece es cierto, debería plantearse si merece la pena seguir con Lorena, porque yo creo que no.
 
Gracias Required por estar de vuelta con nosotros y compartir tus creaciones. Un comienzo muy interesante para el relato. A ver como se desarrolla. Pocas mujeres pueden estar una hora mirando y dibujando un pene así, y que no se les remueva algo por dentro. Apenas Aitor le preste un poco de atención, va a sucumbir seguro. Aunque tampoco sabemos mucho de su jefe Mateo, tan solo que le gustan sus tetas, y puede que se le dé bien las malas artes de engatusar a jóvenes inocentes. Deseando ver la continuación del relato.
 
Buen comienzo .
Está claro que el que le he mandado el mensaje no se lo ha inventado y el debe estar ya alerta para pillarla.
Desde luego si como parece es cierto, debería plantearse si merece la pena seguir con Lorena, porque yo creo que no.
El relato esta en infidelidades, no digo mas :ROFLMAO:
Muy buen comienzo, es un placer leer un relato bien construido. Gracias Required por tu aportación.
Siendo maquiavélico, el mensaje puede ser una trampa para sembrar la duda en el protagonista y en la relación. Y si un polvo al mes es poco, dos meses y medio sin sexo en mucho tiempo
 
Brutal tu regreso. Morbo a tope y texto excelente.
A la espera y gracias por tu trabajo.
 
pues vaya vida sexual de mierda teníais

pues si, no se concibe una pareja de 30 años en donde por norma se folle 1 vez al mes y sin problemas (enfermedades, distancia, etc) se lleve 3 meses sin follar
y cuando tengas 50?¿ que va a ser? ¿1 vez cada Lustro?
 
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