La chica religiosa, el vicio y la humillación

dom99

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19 Mar 2025
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Corrían principios del 2023 cuando conocí a esta chica cuyo nombre era Lucía. Medía 1,74, era delgada, con pecho pequeño y culo pequeño pero bien puesto, rubia de melena larga y ojos marrones.

Comenzamos a hablar por una amiga en común y pronto vimos que teníamos bastante en común: La lectura, el gimnasio, la pasión por la naturaleza, e incluso el sentido del humor. Le propuse una quedada, pero estaba en Reino Unido de erasmus y tardaría en volver más de un mes. Para colmo, hablando los días posteriores me comentó sus ideas religiosas que aunque no me parecían mal ni nada similar, lo cierto es que truncaban mis ideas con ella.

A decir verdad, perdí bastante el interés sabiendo que sería difícil echar un polvo con ella, pero seguimos hablando porque nos caíamos bien y llegó un punto en el que pese a no haberla visto personalmente, la consideraba una especie de amiga.

Pasó el tiempo y nos vimos. Llegó a España un martes de madrugada y quedamos para tomar café ese mismo día. La recogí bien vestido y perfumado, con el coche recién lavado y su canción favorita en un tono agradable. Jamás olvidaré su caminar decidido llegando al coche, ni todas las vistas clavadas en ella. Tenía cara de malhostiada y en persona se veía un cuerpo duro y firme, una tía decidida, que con sus botines de tacón rozaba casi el 1,80 y pese a no ir desnuda o super pintada como van muchas, su elegancia la hacía resaltar entre el resto. De esas personas que tienen un aura que las hace brillar o resaltar, no sé explicarlo muy bien.

Con la decisión que siempre me ha caracterizado, le planté dos besos a aquel mujerón. Yo tenía 22 y ella me sacaba dos. Y he de decir que me puso hasta nervioso la presencia de aquel mujerón al otro lado de la palanca de cambios. Y el morbo que transmitía era brutal.

La llevé a una zona poco concurrida a las afueras de la ciudad en la que había un bar de tapas que me gustaba bastante. Nada más bajar del coche me dio un abrazo y me dijo al oído que tenía ganas de verme y le correspondí con un "yo también"

En el bar había bastante gente y nos pusimos en una mesa alta casi a la entrada, por lo que para ir al baño tuvo que pasar frente a todo el mundo. No sé qué tenía esa chica, en serio, pero la gente la miraba de una forma... Recuerdo un grupo de chicos que habían, unos 6-7 y entre los cuales había un conocido mío. Nada más pasar, se quedaron embobados y no en un plan baboso, sino por lo que ella transmitía.

La conversación en la mesa fue agradable y le acaricié la mano varias veces, gesto que le gustó y devolvió. Y a medias de una conversación, le dije: "Me apetece mucho besarte", la cogí de la barbilla y nuestros labios se juntaron, llevando ella su mano a mi rostro de forma bastante tierna.

Continuará si queréis. Tengo que hacer unas cosas.
 
La quedada transcurrió bien y las posteriores más de lo mismo. Ya nos saludábamos con un beso en los labios y me cogía de la mano yendo por la calle, atrapándome en su aura. Y no la había tocado de más, ni tan siquiera la había visto en ropa interior.

Pasaron los días y habían pasado dos meses desde aquel primer encuentro tras el erasmus, acercándose su cumpleaños. Como no sabía muy bien qué haría, le dije que me gustaría invitarla a comer ese día, a lo que me respondió: "Ese día quiero pasarlo entero contigo". Y sin que lo supiera, cogí un hotel bastante céntrico en una conocida ciudad española.

El día de antes le regalé una maleta pequeña, dentro de la cual había una invitación a una habitación del hotel. Me besó, se ilusionó y aceptó el regalo con mucho gusto. Me despedí de ella hasta el día siguiente, a las 9 la invitaría a desayunar y pondríamos rumbo a Granada.

Tras el desayuno, llegamos a Granada cerca de mediodía. La habitación era una pasada, muy amplia y con un spa privado/jacuzzi dentro del dormitorio. La vimos dos minutos, porque quería llevarla de tapas a unos sitios que conozco que están muy bien. Y cerveza tras cerveza, tinto tras tinto, se hicieron casi las 5 de la tarde. Lo estábamos pasando genial y seguimos paseando por toda la ciudad, que si de por sí es bonita, ella la iluminaba.

Llegó la noche y tras la cena, nos fuimos al dormitorio. La besé varias veces y la invité al jacuzzi, al que como no llevábamos ropa de baño, entramos en ropa interior. Yo fui el primero, esperándola allí con una copa de champagne. Y casi se me cae. Jamás olvidaré aquel cuerpo en tanga de encaje y sujetador a juego. Su abdomen plano, su pecho bien puesto y unas caderas de infarto.

La besé y la tomé de la mano para acceder al agua, y tras un par de copas empezaron los besos de nuevo. Esta vez calientes, rozando nuestros cuerpos. Ella tocaba mi abdomen, mis pectorales y espalda y yo comía su cuello mientras sus gemidos inundaban la habitación. Espera, me dijo... tengo que decirte algo. Soy virgen.
 
La quedada transcurrió bien y las posteriores más de lo mismo. Ya nos saludábamos con un beso en los labios y me cogía de la mano yendo por la calle, atrapándome en su aura. Y no la había tocado de más, ni tan siquiera la había visto en ropa interior.

Pasaron los días y habían pasado dos meses desde aquel primer encuentro tras el erasmus, acercándose su cumpleaños. Como no sabía muy bien qué haría, le dije que me gustaría invitarla a comer ese día, a lo que me respondió: "Ese día quiero pasarlo entero contigo". Y sin que lo supiera, cogí un hotel bastante céntrico en una conocida ciudad española.

El día de antes le regalé una maleta pequeña, dentro de la cual había una invitación a una habitación del hotel. Me besó, se ilusionó y aceptó el regalo con mucho gusto. Me despedí de ella hasta el día siguiente, a las 9 la invitaría a desayunar y pondríamos rumbo a Granada.

Tras el desayuno, llegamos a Granada cerca de mediodía. La habitación era una pasada, muy amplia y con un spa privado/jacuzzi dentro del dormitorio. La vimos dos minutos, porque quería llevarla de tapas a unos sitios que conozco que están muy bien. Y cerveza tras cerveza, tinto tras tinto, se hicieron casi las 5 de la tarde. Lo estábamos pasando genial y seguimos paseando por toda la ciudad, que si de por sí es bonita, ella la iluminaba.

Llegó la noche y tras la cena, nos fuimos al dormitorio. La besé varias veces y la invité al jacuzzi, al que como no llevábamos ropa de baño, entramos en ropa interior. Yo fui el primero, esperándola allí con una copa de champagne. Y casi se me cae. Jamás olvidaré aquel cuerpo en tanga de encaje y sujetador a juego. Su abdomen plano, su pecho bien puesto y unas caderas de infarto.

La besé y la tomé de la mano para acceder al agua, y tras un par de copas empezaron los besos de nuevo. Esta vez calientes, rozando nuestros cuerpos. Ella tocaba mi abdomen, mis pectorales y espalda y yo comía su cuello mientras sus gemidos inundaban la habitación. Espera, me dijo... tengo que decirte algo. Soy virgen.
Espero que hasta ese momento, porque después de ser tan paciente te mereces el premio gordo.
Siempre nos dejas con la miel en los labios 😉
 
La quedada transcurrió bien y las posteriores más de lo mismo. Ya nos saludábamos con un beso en los labios y me cogía de la mano yendo por la calle, atrapándome en su aura. Y no la había tocado de más, ni tan siquiera la había visto en ropa interior.

Pasaron los días y habían pasado dos meses desde aquel primer encuentro tras el erasmus, acercándose su cumpleaños. Como no sabía muy bien qué haría, le dije que me gustaría invitarla a comer ese día, a lo que me respondió: "Ese día quiero pasarlo entero contigo". Y sin que lo supiera, cogí un hotel bastante céntrico en una conocida ciudad española.

El día de antes le regalé una maleta pequeña, dentro de la cual había una invitación a una habitación del hotel. Me besó, se ilusionó y aceptó el regalo con mucho gusto. Me despedí de ella hasta el día siguiente, a las 9 la invitaría a desayunar y pondríamos rumbo a Granada.

Tras el desayuno, llegamos a Granada cerca de mediodía. La habitación era una pasada, muy amplia y con un spa privado/jacuzzi dentro del dormitorio. La vimos dos minutos, porque quería llevarla de tapas a unos sitios que conozco que están muy bien. Y cerveza tras cerveza, tinto tras tinto, se hicieron casi las 5 de la tarde. Lo estábamos pasando genial y seguimos paseando por toda la ciudad, que si de por sí es bonita, ella la iluminaba.

Llegó la noche y tras la cena, nos fuimos al dormitorio. La besé varias veces y la invité al jacuzzi, al que como no llevábamos ropa de baño, entramos en ropa interior. Yo fui el primero, esperándola allí con una copa de champagne. Y casi se me cae. Jamás olvidaré aquel cuerpo en tanga de encaje y sujetador a juego. Su abdomen plano, su pecho bien puesto y unas caderas de infarto.

La besé y la tomé de la mano para acceder al agua, y tras un par de copas empezaron los besos de nuevo. Esta vez calientes, rozando nuestros cuerpos. Ella tocaba mi abdomen, mis pectorales y espalda y yo comía su cuello mientras sus gemidos inundaban la habitación. Espera, me dijo... tengo que decirte algo. Soy virgen.
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