PARTE 4
Llegué a casa bastante tarde con ganas de coger la cama y descansar de aquel día agotador. Lamentablemente, había olvidado por completo que la habitación donde dormía era donde mi sobrino Carlos jugaba a la consola, y como buen chaval adolescente, pasaba el viernes noche jugando a videojuegos hasta las tantas de la madrugada... Solo que lo hacía sentado sobre mi cama.
No estaba en posición de enfadarme con él, ya que era yo quien había invadido su casa, así que traté de ser lo más amable posible con él.
—Mierda, Silvia, perdona, ya lo apago —dijo él educadamente al verme llegar.
—No, Carlitos, no te preocupes, de verdad, yo me abro hueco y me duermo sin problemas.
—¿Segura? Si quieres me voy.
—Quédate —insistí —yo me quedo dormida en seguida. Lo único es que me muevo mucho, así que perdona si te molesto.
—El que molesta aquí soy yo, gracias por dejarme seguir jugando, eres la mejor.
Así que, de nuevo guiada por mi inexplicable necesidad de seducir a mi sobrino, me cambié y me puse el pijama más sexy que tenía, mientras Carlos hacía el esfuerzo de su vida por clavar su mirada en la pantalla y no en mi cuerpo.
Era un conjunto de lencería negra que usaba para seducir a mi ex en nuestras noches más picantes. Recuerdo que solía referirse a mí como "mi putita" cuando me veía con él puesto.
Dejando mis piernas completamente al descubierto, me tumbé en la cama junto a Carlos, que estaba sentado, de piernas cruzadas, con la mirada completamente clavada en la televisión, como si estuviera en trance. El pobre se sentía absolutamente intimidado por la situación y no quería volver a pasar por un momento incómodo como el del día anterior en el baño, así que fingía estar concentrado en su juego y no estar deseando comerse mi cuerpo con la mirada.
A los pocos minutos de haber cerrado los ojos, decidí empezar a respirar más fuerte, queriendo que Carlos lo interpretara como que me había quedado dormida. Me generaba mucha curiosidad ver cuál era su reacción al tenerme ahí, con mi cuerpo tan al descubierto, a unos centímetros de distancia.
No sé si era un juego fácil o difícil, pero estoy casi segura al 100% que la siguiente partida que jugó la perdió por desconcentración, ya que yo decidí tumbarme de lado, dándole la espalda y dejando mi culo completamente a su vista.
Aún escuchaba los botones del mando ser pulsados, pero con muchísima menos frecuencia. Sin duda, Carlos estaba aprovechando para mirarme.
La situación era super excitante. Ya notaba mis pezones poniéndose como piedras por saber que a unos centímetros había un chaval adolescente muriéndose de ganas de tocarme el culo.
Seguramente aprovecharía que yo le daba la espalda y que no podía verle para mirarme sin tapujos y desear cada centímetro de mis piernas desnudas.
Seguramente, debajo de sus pantalones habría nacido ya una hermosa erección. Su inexperto pene le estaría suplicando entrar en contacto con esas nalgas que había a su vista, y el pobre chico tendría que razonar con él y darle a entender que se trataba de su tía y que tenía que limitarse a observar.
Cuando quise darme cuenta, ya no se escuchaba ningún botón. Ya le había capturado por completo.
Probablemente hasta se estaría tocando por encima del pantalón, o incluso por debajo, con suavidad, de forma que yo no pudiera darme cuenta.
Era el momento de dar mi siguiente paso.
Sutilmente logré ir bajando la manga de uno de mis hombros de forma que me quedara al aire libre uno de mis pechos.
Poco a poco, me fui girando para quedar boca arriba, fingiendo estar en un sueño profundo.
¿Qué coño estaría pensando Carlos en ese momento?
Me tenía ahí tumbada, semidesnuda, con una teta al aire mostrando el pezón que debía estar tan duro que se parecería al joystick analógico de su mando.
Ya no iba a haber vuelta atrás. Desde esa noche, Carlos iba a estar obsesionado con mi cuerpo. De golpe, perdería el interés por la mayoría de chicas de su clase y desearía llegar a casa para ver si puede pasar un rato con su tía para después hacerse una buena paja imaginándose que me folla.
Yo debía llevar unos diez minutos en aquella postura, boca arriba y con los ojos cerrados sin levantar ninguna sospecha.
Carlos hacía un buen rato que no jugaba a la consola, pero ahí seguía, clavado en su sitio, sentado a mi lado, con su espalda apoyada en el reposacabezas de la cama y su pelvis probablemente a la altura de mi cabeza tumbada.
Dicen que cuando desactivas uno de los sentidos, los otros se agudizan más. En este caso, no hacía falta agudizarlos demasiado para oler ese inconfundible olor a polla.
No sabía cómo lo había hecho para sacársela sin prácticamente moverse ni producir ningún sonido, pero ahí debía estar su polla erecta, desprendiendo preseminales a unos escasos centímetros de mi cara.
La habitación guardaba un silencio sepulcral, únicamente interrumpido por el sonido de mi respiración.
Carlos en aquel momento era como un fantasma, como un agente secreto experto en infiltraciones sigilosas.
En aquel momento habría dudado de si estaba realmente aún ahí sentado a mi lado o se había marchado ya, si no fuera por el abrumador olor que salía desprendido de su entrepierna.
Yo estaba muy caliente, me encantaba saber lo que estaba generando en él, aunque debo decir que no me esperaba lo que ocurrió a continuación.
Cuando llevaba ya un rato bastante largo en la misma postura, mi sobrino debió deducir que ya me encontraba en un sueño profundo y que no iba a darme cuenta de lo que estaba a punto de hacer.
Sutilmente, fiel a su maestría del sigilo, el brazo de Carlos fue extendiéndose hasta que sus dedos entraron en contacto con mi pecho.
Aquello erizó por completo todos los pelos de mi piel, pues no entraba en mis planes que mi sobrino fuese a llegar al nivel de entrar en contacto físico conmigo.
A una velocidad tan lenta que resultaba casi imperceptible, los dedos de carlos fueron recorriendo la teta que me había dejado fuera del pijama.
En aquel momento me preguntaba si quizás él sería aún virgen y si nunca habría tocado una teta. Quizás era la primera vez que veía el cuerpo de una mujer desnudo, y lo tenía completamente a su merced, ya que no se iba a sentir juzgado, dado que yo estaba supuestamente dormida.
Entonces, finalmente, apartó su mano de mi cuerpo, se levantó de la cama y apagó la consola y la televisión.
¿Se iría porque se había corrido? ¿Se iría a su cuarto a terminar de tocarse? ¿Se habría cansado ya de mirarme?
Respuesta correcta: d) Ninguna de las anteriores
Cuando escuché la puerta cerrarse estuve a punto de abrir los ojos y procesar lo que había ocurrido, y es que no me esperaba que Carlos se encontrase en mi lado de la puerta.
Para bien o para mal, yo me había mantenido inmóvil durante aquellos segundos previos a que Carlos se tumbara definitivamente a mi lado.
Yo no sabía muy bien que hacer. Sentía que ya no era yo quien movía los hilos de una marioneta, sino que mi marioneta había cobrado conciencia propia y empezaba a tomar sus propias decisiones.
Me sentí algo intimidada y decidí volver a darle la espalda, esta vez sin ser consciente de que con aquel acto volvía a mostrarle el culo a mi sobreexcitado sobrino.
En cuestión de segundos, este se colocó justo a mi lado, formando una chucharita sin contacto, pero pude notar perfectamente lo que estaba pasando.
Mientras yo le daba la espalda, él se masturbaba con aquella agresividad con la que lo hacía el día que le escuché desde la puerta de su habitación.
Yo ya no sabía si estaba excitada o asustada, pero para ambos sentimientos mi mejor respuesta era quedarme totalmente quieta, fingir que seguía durmiendo y ya dedicarme a pensar en cómo actuar frente a Carlos en otro momento.
Él no cesaba en sus movimientos. Me sorprendía que, con lo cauteloso y silencioso que había sido durante todo aquel rato, fuera tan bruto para masturbarse con esa fuerza, haciendo temblar la cama entera.
En parte, sentía que aquello era culpa mía y que era yo quien despertó aquellos sentimientos en él.
Me recordó un poco a la película de Hulk, donde éste al enfadarse no es capaz de controlar sus pensamientos y actúa completamente por instinto. La única diferencia es que en vez de enfadarse, Carlos se había puesto cachondo y en vez de volverse verde y gigante, su reacción era masturbarse compulsivamente, sin ser capaz de pensar en las consecuencias.
Entonces, acompañado por unos exhaustos gemidos por parte de mi sobrino, comencé a notar ráfagas ardientes de semen aterrizando sobre mis nalgas.
Una tras otra, parecía que no iba a terminar nunca.
<<¿Qué puta cantidad de semen guardan esos huevos?>> pensé asombrada.
Nada más terminar, Carlos se levantó y se marchó inmediatamente, dejándome ahí, con el culo empapado en semen, como si no hubiera pasado nada.