Gracias a la lencería

Cuando mi mujer me sacó esa cosa de ella, esa polla de silicona tan grande, la sensación en mi cola era distinta a otras veces.

Me sentía abierto, como que no iba a poder cerrarlo más. Por más que hacía fuerza para que contuviera tenía la sensación de que no se cerraba, que sus bordes no se apretaban uno con el otro, pese a que si me tocaba estaba cerrado. Me puse a hacer ejercicios apretando, cerrando, como uno cuando no quiere que se escape nada de adentro hasta llegar al baño.

De a poco se fue normalizando la sensación, pero no fue rápido. Caminaba y parecía seguir con algo adentro. Era raro, pero no era desagradable, era como un recordatorio de lo que había pasado, como me había follado tan duro, con algo tan grande. Lo mejor era que lo había disfrutado. Ese era un buen recuerdo de lo pasado.

Lo llamé al vecino.
Le conté lo que había pasado y como me había follado. No le dije nada de lo que me había dicho al final, de que ella quería conocerlo. Iba a pensarlo un poco.
Mi amante estaba entusiasmado y él también quería conocer a mi mujer, a la que identificaba por haberla visto muchas veces en el barrio, pero nunca había hablado con ella.
Decía que estaba buena y que se la follaría con mucho gusto. Me presionaba para que arreglara un encuentro con ella. Quería venir a visitarme cuando estuviera ella o invitarnos a los dos a cenar a su casa. ¡Eso me hizo gracia cuando recordé el desorden de su apartamento! Como para llevar a mi mujer, hahaha.

Yo tenía ganas de dejarlos que se encontraran ellos, siempre en mi papel de sumiso, pasivo, dejando que las cosas ocurrieran, no provocándolas.
 
Atrás
Top Abajo