Fin de semana entre amigos

Aengor7

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26 Ene 2024
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Este es un relato que estoy elaborando sobre la marcha e iré estructurándolo en diversas partes en este hilo.


David y Cristina tienen ambos 20 años, y son amigos inseparables desde hace tres años, cuando se conocieron al comenzar la carrera de Administración y Dirección de Empresas. Él era el chico mono y tímido que no hablaba con casi nadie. Ella, la chica lanzada y divertida que ya se reía desde el principio. Cuando en esos primeros días, ambos siendo chavales de 17 años, los juntaron para hacer un trabajo introductorio en pareja, la timidez de él y la espontaneidad de ella les hizo conectar perfectamente. Desde entonces, han sido tres cursos hablándose a diario, compartiendo interminables horas de estudio, trabajos y apuntes en la biblioteca, chismes y críticas a sus profesores y a otros compañeros de clase en los pasillos y en el comedor, algunas salidas de fiesta acompañados por otros de sus compañeros de clase los fines de semana que no había exámenes a la vista… y a menudo quedan también ellos dos por su cuenta, incluso alguna vez en verano ya desde el segundo año de conocerse. Y sin embargo, siempre ha habido ese pacto no escrito de “sólo amigos” entre ellos, esa línea invisible que ambos han respetado sin nombrarla nunca.

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Ambos son guapos. David tiene ese aire despistado que le da encanto sin querer: cabello moreno y ojos azules, delgado, pero ligeramente musculoso, con pinta de no ser consciente de su atractivo. Es un chico bastante tímido e inseguro, sobre todo hacia las chicas; a sus 20 años bien entrados todavía no ha tenido novia ni relaciones íntimas con una chica, a pesar de que más de una se ha fijado en él; pero David o no ha sabido darse cuenta de ello o no se ha atrevido a dar ningún paso. Con Cristina ha encontrado una conexión especial, aunque siempre dentro de la amistad y en el fondo sigue teniendo una cierta timidez hacia ella; en parte debido a que su amiga es realmente muy atractiva: de cabello castaño, normalmente cortado a la altura de los hombros, ojos también castaños, una cara agradable y amigable, y un cuerpo de infarto, Cristina llama la atención. Especialmente sus generosas tetas provocan las miradas fugaces de no pocos de sus compañeros de clase (incluyendo a David, por mucho que él intente disimularlo y crea ingenuamente que su amiga no se da cuenta). Cristina es extrovertida y en general segura de sí misma, lo que contrasta con David. De hecho, David desata la envidia de algunos de sus compañeros en privado, que no entienden cómo un chico al que ven como un “pringado” siempre va acompañado a todas partes por uno de los mayores pibones de la facultad. Cristina, a su vez, le encanta ponerle un poco nervioso de vez en cuando y hacerle sonrojar con alguna broma de doble sentido o algún acercamiento físico imprevisto. No lo hace con mala intención, porque aprecia muchísimo a David, pero le gustaría que su amigo empezara a soltarse un poco más… y también, en el fondo, porque siempre lo ha encontrado un poco atractivo.

Ese verano, cuando terminaron el tercer y penúltimo curso de la carrera, decidieron hacer una escapada de fin de semana juntos: los padres de Cristina tienen una segunda residencia en la costa, cerca de una cala, y esos días estaría vacía porque sus padres se iban de viaje al extranjero. De modo que Cristina decidió que le apetecía pasar un par de días con David, los dos tranquilos y relajados tras el estrés de los exámenes finales y días enteros de estudio en la biblioteca. David aceptó la invitación, y el sábado por la mañana ambos salieron juntos en coche y en menos de una hora llegaron a su destino.

La idea era pasar ese finde de relax y cero preocupaciones, darse algún baño en el mar, tomarse algunas cervezas juntos y poco más… o eso pensaban ambos. Hay veranos en los que todo cambia, aunque no lo tengas previsto.

La casa era algo vieja pero grande y acogedora, con un porche con una terraza y sillas de plástico, que ofrecía buenas vistas hacia el mar. Después de dejar sus cosas, se repartieron los dormitorios, y luego cada uno se cambió de ropa para ponerse el bañador. Hacía calor y querían darse el primer remojón en la playa cuanto antes.

David y Cristina caminaban descalzos por la arena caliente, las toallas al hombro y las mochilas a medio cerrar. No había nadie alrededor, solo el rumor del mar y el leve silbido del viento entre las sombrillas vacías a la distancia. David se quitó la ropa y se quedó en bañador, y seguidamente a su lado Cristina hizo lo mismo, quedándose en bikini. David, como era de esperarse, desvió la mirada con una mezcla de pudor y torpeza. No era la primera vez que la veía en bikini, pues el verano anterior ya habían ido juntos a la playa, pero de todas formas su corazón se aceleraba al ver el imponente cuerpo de su amiga, traicionando su fachada tranquila.

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—¡Vamos, tortuga! —dijo ella antes de lanzarse hacia el agua, salpicando arena a su paso. David la siguió, riendo también, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban dentro del mar, saltando entre las olas como dos críos escapando del mundo adulto. Hablaron un rato de los exámenes finales, de lo pesada que era la profe de finanzas y de aquel trabajo en grupo que casi les hace perder la paciencia. Luego empezaron a nadar, a jugar a salpicarse, y en medio de las risas, Cristina le lanzó agua a la cara.

—¡Eh! ¡Eso ha sido a traición! —protestó David.

—¿Y? ¿Vas a vengarte o te vas a quedar ahí con esa cara de tortuga mojada?

David sonrió, más suelto, y se lanzó hacia ella, empezando un pequeño juego de persecución en el agua y algunas ahogadillas, con Cristina lanzándose sobre él y agarrándole por la espalda. Las risas llenaban el aire, y por un momento, la uni, los estudios y las preocupaciones se desvanecieron entre las olas.

Unos minutos después, un poco agotados, regresaron a la parte más somera, donde el agua les llegaba hasta las rodillas y las olas les golpeaban en la cintura. Cristina se pasó una mano por el pelo mojado y miró a David con una sonrisa relajada.

—¿Te imaginas el próximo curso? Último año... Parece mentira, ¿no?

David asintió, apartando una gota que le caía por la frente.

—Sí, ha pasado volando. Parece que fue ayer que estábamos perdidos en aquella clase de microeconomía...

—¡Y tú ni hablabas! —rió Cristina—. Pensé que eras mudo las dos primeras semanas de conocernos.

—Bueno, es que tú hablabas por los dos —respondió él con una sonrisa tímida.

Cristina le lanzó un poco de agua con la mano, suave.

—Admite que sin mí te habrías aburrido como una ostra.

—Eso es cierto —dijo David, sin pensarlo demasiado. Luego, bajó un poco la mirada, sintiendo el peso de sus palabras—. Me alegro de que hayamos coincidido en todo. Clases, trabajos... tú siempre sabes cómo sacarme de mi zona de confort.

Cristina lo miró unos segundos, con una expresión más suave que de costumbre.

—Es que me gusta hacerte sudar un poco —bromeó, alzando una ceja—. Además, tú también me aguantas cuando me pongo insoportable.

David se rió, más relajado.

—No eres insoportable. Solo... estás un poco chalada. Pero en el buen sentido.

—Eso suena a cumplido raro —dijo ella, acercándose un poco más, como si no le diera importancia, pero sabiendo que lo ponía nervioso—. ¿Y qué piensas hacer cuando terminemos? ¿Seguir estudiando, tal vez un máster? ¿Trabajar?

David se encogió de hombros.

—Supongo que buscar prácticas. Quizá algo en marketing. Pero... no me imagino sin verte todos los días en clase.

Cristina bajó la mirada por un momento, como si no esperara esa confesión tan directa.

—Yo tampoco. Será raro no tenerte ahí, con tus silencios incómodos y tus comentarios certeros cuando por fin hablas.

Se quedaron en silencio unos segundos, mientras una ola pequeña les golpeaba suavemente las piernas.

—Supongo que, pase lo que pase, seguiremos siendo amigos, ¿no? —preguntó David, con una mezcla de seriedad e incertidumbre en la voz.

—Claro que sí, tortuga mojada. No te vas a librar tan fácilmente de mí.
 
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Y sin decir más, Cristina le lanzó otra vez agua a la cara, haciendo que él protestara entre risas y saliera corriendo detrás de ella.

Todo ocurrió en un instante. Una ola más fuerte de lo normal le dio de lleno a David mientras intentaba alcanzar a Cristina. Ni se lo esperaba. Sintió de golpe cómo la fuerza del agua le tiraba del bañador, ya aflojado por las olas… y cuando se dio cuenta, lo tenía completamente bajado, hasta las rodillas. Y su polla estaba completamente al aire.
David reaccionó enseguida, se giró, y se metió en el agua como si quisiera desaparecer.

—¡Mierda, no! —gritó, mientras se subía el bañador—. ¡Cris, no mires!
“No puede ser. No puede ser. ¡Que no lo haya visto!”

Pero Cristina, que estaba a menos de dos metros de distancia, lo había visto. Vaya que sí. Y no fue un vistazo fugaz. La tuvo delante un par de segundos que parecieron más largos de lo que eran. Sintió cómo sus mejillas se le encendían y su risa estalló sin control, sorprendida, divertida y nerviosa a la vez.

—¡David, te he visto el nabo! —soltó entre carcajadas, llevándose una mano a la boca—. ¡JUJUJUJU! ¡Qué fuerte!

David sintió cómo se le encendía la cara, el cuello, las orejas… todo. Era como si le hubieran echado un cubo de lava encima.

“No puede ser. Me ha visto la polla. ¡Cristina me ha visto la polla! ¡Joder! De todas las personas en el mundo con las que podía pasarme esto, tenía que ser con Cristina. Me quiero evaporar. Ahora mismo.”

Hostia”,
pensó Cristina, mientras intentaba no seguir riendo nerviosamente. “Es que… joder. No me esperaba eso. Menuda polla. ¿Este es el mismo David que se pone rojo porque le digo “guapo” en broma? ¿El que casi ni se atreve a mirar a las chicas directamente? Qué sorpresa. Tengo la imagen clavada.”

David se cubrió la cara con ambas manos. No podía ni levantar la vista hacia su amiga.

—Tierra, trágame. Qué puta vergüenza, joder —murmuró.

“Pobre…se está muriendo. Pero es que no puedo con lo rojo que se ha puesto. Ni siquiera me mira a la cara. Espero que no se raye todo el finde por esto.
Pero la verdad es que… menuda sorpresa. O sea, yo pensaba que era un chico mono, reservado, dulce…, y no hubiera imaginado que estaba tan bien dotado.¿Cómo voy a mirarle a partir de ahora a la cara sin acordarme de esto? Aunque bueno… mejor no decir nada de momento. Bastante tiene ya con la vergüenza que lleva encima.”


—Va, en serio —dijo ella, ya calmada—. Ha sido solo un accidente, David. No te rayes. Volvamos a las toallas, ¿vale?

Salieron del agua en silencio. Ella se sacudía el pelo como si nada. Él caminaba un poco por detrás, aún con las mejillas ardiendo y digiriendo lo que acababa de pasar.

—¿Estás bien? —le preguntó ella, al notar el silencio denso que arrastraba.

—Sí… solo quiero que pasen como diez años y pueda reírme de esto.

Cristina soltó una risita, ya con más cariño que burla.

—Pues yo ya me estoy riendo, así que si quieres te presto diez años de adelanto.

Ambos llegaron a las toallas y se tumbaron, con el sol secándoles la piel y una nueva anécdota que ninguno iba a poder olvidar. Y en el fondo, por muy amigos que fueran y trataran de quitarle hierro, ya no era exactamente como antes.

Continuará…
 
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Estuvieron cerca de veinte minutos tumbados, sin hablarse, con un silencio tenso. David seguía intentando olvidar lo ocurrido. Cristina, en cambio, se había girado de lado, con la cabeza apoyada en el brazo, y observaba a su amigo de espaldas sin decir palabra.

“Joder… qué momento.”

Aún le latía el pecho. No sabía si era por la risa contenida, por la sorpresa… o por otra cosa. Cerró los ojos un segundo, y ahí volvió, nítida, la imagen de su mejor amigo con el bañador bajado, ese par de segundos en los que todo quedó a su vista. Y no, no fue solo una anécdota graciosa. Fue un impacto.

“No esperaba eso. Pero para nada. Es David. El de siempre. El que se pone rojo si le rozo sin querer. Y de repente… ¡zas! El chico tranquilo, dulce, que no rompe un plato, y de golpe… mostrándome el paquete.”

Abrió los ojos, con una sonrisa involuntaria. Le picaban las mejillas del calor, o quizá del subidón que aún arrastraba.

“Qué fuerte. No es que nunca hubiera pensado que es guapo... es guapo, eso siempre lo he tenido claro. Pero no sé. Había algo de automático en no mirar a David así. Como si fuera parte de un acuerdo entre los dos. Y ahora... ahora no me lo puedo quitar de la cabeza. Lo tengo grabado como una foto mental a todo color. Y cuanto más lo pienso, más me pone. Es que encima lo he pillado desprevenido, y aun así… madre mía.
Y además, es que verle así de cortado porque le he visto la polla tiene un morbazo… Me encanta ponerle nervioso, pero esto ya es otro nivel…”


Se mordió el labio, divertida y un poco nerviosa. Miró a su amigo, aún en modo estatua, y se sintió tentada. Tampoco podían estar todo el día sin decirse nada, y decidió que ya era hora de romper el hielo. A su manera, claro.
Lo miró con una sonrisilla burlona que llevaba conteniéndose demasiado rato.

—Oye, David…¿Estás mejor? ¿O sigues en modo “me ha visto la polla y ya no quiero vivir”?

David gruñó, sin moverse.

—Cristina, no tiene gracia…

—¿Qué? ¿No puedo preguntar? Es que me preocupa tu estado emocional. Has estado casi media hora sin hablar, eso no es normal en ti… bueno, vale, en ti sí —se corrigió, riéndose—. Pero vamos, que si me dices que necesitas terapia para superarlo, te paso un contacto.

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David no respondió, pero soltó un leve suspiro que delataba que al menos la escuchaba.

—Va, tío, relájate. Fue un accidente. Ya está. Podría haber sido mucho peor.

—¿Peor? —murmuró él—. Eso lo dices porque no eres tú la que se ha quedado en pelotas delante de su mejor amiga.

—Hombre, no sé… imagina que pasa en la uni, delante de toda la clase. Eso sí que sería un trauma. O que lo veo yo y también lo ve el socorrista, y se lo cuenta a todo el pueblo. Así visto, esto ha sido casi íntimo. Como un pase privado.

—No puedo creer que me haya pasado esto. Contigo, además…

—¡Y qué! ¡Te ha tocado el mejor público posible! —respondió Cristina, alzando las cejas—. No todo el mundo tiene el honor de enseñarme el paquete así de gratis. Eso no lo consigue cualquiera, ¿eh?

David soltó un gruñido de incomodidad.

—¿Podemos hacer como que no ha pasado?

—Mmm… va a ser que no.

—Me lo imaginaba.

—David, por favor. Es que ha sido de película. Si lo hubiera escrito alguien, nadie se lo creería. Lo tuyo fue como un cortometraje absurdo: chico tímido, chapotea en el mar… y de repente, escena inesperada de “¡sorpresa, soy tu amigo y estoy en bolas!”

David dejó escapar una risilla, casi a su pesar. Una parte de él quería que se callara, pero otra parte empezaba a disfrutar y a sentir morbo recordando lo ocurrido y escuchando las bromas subidas de tono de su amiga.

—Te estás ensañando…

—¡Qué va! Estoy siendo súper suave —le dio un toquecito con el pie—. Podría haberlo contado en directo por Instagrm. Pero me contuve. Mira si soy buena amiga.

David sonrió, ahora sí, mirándola con mezcla de vergüenza y resignación.

—Me vas a torturar con esto durante meses, ¿verdad?

—Meses no. Toda la vida —dijo ella con una risita burlona—. Tendremos ochenta años, iremos con bastón y todavía te soltaré (imitando voz de vieja): “Oye David, ¿te acuerdas de aquella vez cuando teníamos veinte años y te vi el pito?” Y tú seguramente seguirás poniéndote rojo como un tomate. Pero lo haré con amor.

David se rió, esta vez sin esconderse.

—Eres una cabrona.

—Y tú un desastre en bañador —respondió ella, cruzando los brazos detrás de la cabeza—. Mañana te reviso el bañador antes de que pongas un pie en el agua. Y si hace falta, te lo grapo.

—Al menos no se lo cuentes a nadie, ¿vale?

—Ah, eso está claro. Queda entre nosotros —dijo con toda seriedad—. No le diré a nadie que mi mejor amigo me ha hecho un striptease en la playa.

Aunque no descarto guardarme la imagen para alguna noche tonta, de esas en que una está sola y con ganas de… ¡Joder, Cris! ¿En qué estás pensando? ¡Es David! ¡DAVID!

—Gracias… supongo —dijo David, escondiendo otra sonrisa bajo el brazo.

Se quedaron en silencio unos segundos. Esta vez, uno cómodo, con el mar sonando de fondo y una brisa suave que parecía haber enfriado la vergüenza. David ya no se sentía tan cortado. Y Cristina, tumbada al lado, aún le sonreía, pero ahora de forma cariñosa.

—Fuera coñas. David, sabes que te aprecio mucho, ¿verdad?

—Y yo también a ti, Cris. —respondió él sincero, ya sonriendo con naturalidad—. Aunque a veces seas una cabrona sin filtros.

Continuará…
 
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Una vez los dos estuvieron completamente secos, decidieron que ya habían tenido suficiente playa por ese día. Recogieron las toallas y regresaron a la casa, sin hablar más del tema, aunque seguía rondando en la cabeza de los dos. Se tomaron una ducha rápida para quitarse la sal y la arena del cuerpo, y luego decidieron empezar a preparar la comida. Podrían dedicar la tarde a dar un paseo por el pueblo, quedarse en casa de tranquis mirando alguna serie en la cuenta de Netflix de los padres de Cristina, ya lo decidirían sobre la marcha.

Cristina se movía por la pequeña cocina con soltura, cortando tomates mientras David ponía la mesa en la terraza.

—¿Tú cocinas algo más que pasta con atún? —preguntó ella con tono burlón.

—Eh, lo justo para sobrevivir. Y para no morir de hambre cuando tú no estás cerca.

—Qué suerte tienes de tenerme —dijo con falsa modestia, echando aceite en la sartén—. Aunque no me quejo. Me lo estoy pasando bien.

David sonrió, apoyado en el marco de la puerta.

—Yo también. A pesar de las... putadas de las olas.

Cristina soltó una carcajada.

—¡No lo puedo creer, lo has mencionado tú antes que yo!

—Conociéndote, tarde o temprano ibas a reirte otra vez de ello igualmente. Así que prefiero llevar el control de la broma —dijo él—. Es menos agobiante si saco yo el tema.

—Pues deberías controlar mejor otras cosas también —dijo Cristina con tono pícaro, sin mirarlo, como quien comenta algo al pasar.

David se quedó en blanco por un segundo.

—¿Perdona?

—Nada, nada... solo digo que tienes... buenos reflejos. Pero no tan rápidos como tu bañador —añadió con una risita.

David negó con la cabeza, ya totalmente resignado a sus bromas.

—Bueno, en fin, podría haber pasado al revés, supongo… la ola podría haberme dejado a mí con las tetas al aire delante de ti —comentó Cristina como quien no quiere la cosa mientras removía la sartén.

Aquellas palabras causaron un efecto inmediato en David, imaginándose de repente esa posibilidad. Las tetazas de su amiga siempre le habían vuelto loco, y habían sido el objeto de muchas miradas fugaces e incluso algunas pajas pensando en ellas e imaginándoselas desnudas, especialmente al principio de su amistad. Aún recuerda que una de las primeras cosas que pensó al conocer a Cristina fue “¡qué tetas tiene!” aunque por supuesto nunca le había hecho ningún comentario sobre el tema.
Pero esta vez, con el cachondeo del momento, se envalentonó y le dijo sin pensarlo:

—Bueno, pues mañana haz topless y estaremos en paz.

Enseguida se arrepintió de haberlo dicho y se puso como un tomate, sobre todo cuando Cristina se lo quedó mirando con una cara de sorpresa que no le había visto nunca, y que parecía hasta un poco ofendida, en plan “¿de qué vas, pervertido?”

—Caramba, sí que te estás soltando —dijo con una sonrisa pícara—. ¿Pero topless yo? Ni de coña, tortuga. No te flipes tanto.

Aunque Cristina nunca se lo había contado a su amigo, lo cierto es que tenía un poco de complejo con sus tetas. No porque pensara que eran feas; al contrario, objetivamente sabía que su pecho era bonito, proporcionado, incluso envidiable. Pero desde muy joven, desde que le empezaron a crecer de forma más notoria que al resto de sus compañeras, se había sentido señalada. En el instituto, los comentarios no tardaron en llegar. Algunos eran "piropos" disfrazados de chistes, otros directamente crueles. Apodos estúpidos (“Cris la melones”), miradas descaradas, incluso algunos chicos que se acercaban demasiado para rozarse “accidentalmente” con sus pechos. A veces hasta sus propias amigas habían hecho bromas al respecto, como si tener aquellas tetas fuera una especie de privilegio injusto. Por eso no le gustaba fardar de sus tetas ni llevar escotes demasiado pronunciados, a diferencia de otras chicas que también estaban bien dotadas. Una de las cosas que siempre le había gustado de David es que al ser tan tímido nunca le había hecho comentarios ni había hecho sentirla incómoda en este aspecto. Vale, no pocas veces David había lanzado miradas fugaces a su pecho, pero esto lo podía entender (su amigo era un chico al fin y al cabo, y no era gay) y nunca se lo había tenido en cuenta, fingiendo no enterarse de sus miraditas. Pero no, no se veía haciendo topless, ni aunque fuera sólo delante del buenazo de su amigo en una playa casi desierta.

David, todavía rojo, se rascó la garganta.

—Era broma… —dijo intentando recuperar algo de dignidad.

—Claro, claro… broma, pero a ver si cuela, ¿eh? —le soltó ella, volviendo a remover en la sartén como si nada.

“De todas formas – pensó un poco divertida – si me hubieras visto las tetas, me da que tendría que haber llamado a una ambulancia para que te reanimaran”.

No estaba molesta, pero prefirió cambiar de tema.

—¿Y entonces? —preguntó, rompiendo el silencio —. ¿Cuál es el plan para esta tarde?

David se encogió de hombros.

—No sé. Paseo por el pueblo, helado en el paseo marítimo, quizá una peli más tarde… ¿tú qué prefieres?
 
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Interesante historia... A ver a dónde nos lleva.
Gracias al autor por compartirla.
 
Al final decidieron pasar toda la tarde dando un paseo por el centro del pueblo, y acabaron cenando en una pizzería. Estuvieron riéndose, hablando de nuevo de sus planes de futuro, criticando a sus profesores y compañeros de clase más gilipollas, recordando momentos graciosos en la universidad, exámenes jodidos de este último mes, etc. La anécdota de esa mañana en la playa había quedado aparcada, al menos de momento. Después de cenar, regresaron a la casa (ninguno de los dos tenía muchas ganas de salir de fiesta, habían concebido ese fin de semana para que fuera de relax). El paseo de la tarde en pleno verano les había hecho sudar, y decidieron darse otra ducha, esta vez más larga, de esas duchas antes de ir a dormir en que piensas en lo ocurrido durante todo el día. Primero se duchó Cristina, luego David. Y el recuerdo de lo ocurrido en la playa volvió a aflorar en los dos.

David, mientras se enjabonaba el pelo, dejaba que el agua del grifo le corriera por la cara. Intentaba no darle más vueltas a aquello, pero… imposible.

“Una ola. Una puta ola. Delante de Cristina, además.
¿Lo habrá visto realmente bien? Quizá no. Sí… claro que lo vio bien, para qué engañarme. Su cara lo decía todo.
Y luego esas bromas…
¿Estaba bromeando para quitarle hierro? ¿Sólo… le pareció gracioso?
O… ¿le pareció excitante?
No, no, no. Es mi mejor amiga. No va por ahí.
Aun así… la forma en que me miraba luego...
¡Ugh! ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí?
Aunque… tampoco me parece ya tan horrible, ahora que lo pienso.
Es raro. Pero… ya no incómodo como al principio”.


Mientras tanto, en su dormitorio, con el pijama puesto y su cabello castaño aún mojado tras la ducha, Cristina estaba tumbada en la cama mirando el techo, con una sonrisa contenida mientras la imagen de David con el bañador bajado volvía nítida a su mente.

“Vale… le he visto el nabo a David.
Se lo vi. Entero. Y fue sin querer, pero... tampoco aparté la vista para nada.
David. El tímido de David. Mi David... con ese cuerpo calladito que esconde estas sorpresas.
Creo que me he pasado un poco riéndome tanto de él después de eso. Pero es que no he podido resistirme… estaba tan rojo. Tan adorable.
Y bueno... lo que vi... estaba bien. Muy bien, de hecho. No sólo por el tamaño, sobre todo por la forma… esa cabeza tan gorda y bien definida que tiene…
¿Mierda Cris, por qué no puedes parar de pensar en esto de una vez? ¡Es mi mejor amigo!
¿Pero acaso no me ha gustado siempre un poquito?
¿Y si él también sintió algo, aparte de vergüenza? ¿Y si ese momento... ha cambiado algo en él?
Bah. Tal como es él, seguro que en el fondo sigue muerto de vergüenza. Mejor seguir bromeando. Así al menos se lo toma con humor.
Pero… joder, si esto sigue así… voy a acabar soñando con ello esta noche”.


Al cabo de unos minutos, Cristina salió de su ensimismamiento y decidió pasarse el peine por el cabello. Pero no lo encontraba. “¿Dónde coño he dejado mi peine? Ah, claro…”

Hacía unos minutos que David había cerrado el grifo de la ducha, pero su mente seguía dando vueltas. El recuerdo de Cristina riendo, sus bromas, sus palabras, su mirada… todo eso había encendido algo que él no esperaba. Se quitó la toalla del cabello y la dejó caer sobre el lavabo, quedándose completamente desnudo. Estaba distraído, secándose lentamente, sin reparar en el detalle más evidente de su cuerpo: su erección, firme y visible, producto del calor, la tensión acumulada… y de Cristina.

Genial. Ahora esto. Justo lo que me faltaba.
Relájate, respira, piensa en impuestos… contabilidad… contratos mercantiles…”


Y entonces, sin previo aviso, la puerta del baño se abrió. Cristina entró sin decir nada. Solo dio un paso. Ambos se quedaron congelados.
David ni siquiera tuvo tiempo de cubrirse. Estaba allí, de pie, completamente desnudo, con la toalla en la mano y su erección muy evidente delante de ella. Cristina se quedó petrificada, con los ojos abiertos como platos. Tardaron casi tres segundos en procesarlo.

—¡Hostia! —soltó ella, dándose la vuelta como un resorte—. ¡Perdón, perdón! ¡No sabía que seguías aquí! ¡Venía a por mi peine!

David se tapó a toda velocidad, rojo como un tomate.

—¡Cristina, joder! ¡Toca la puerta al menos!

—¡No pensaba que todavía estuvieras en el baño! —balbuceó Cristina— ¡Hacía rato que no se oía el grifo y… por qué no has echado el pestillo?!

Cristina seguía de espaldas, con la cara ardiendo y cubriéndose la boca con las dos manos para ahogar una risa nerviosa.

—Madre mía… ¡lo siento! De verdad. ¡Te juro que no quería!

David se envolvió como podía con la toalla, sin atreverse a decir nada más, y Cristina salió del baño cerrando de un portazo.

En el pasillo, Cristina, con el corazón latiéndole a mil, completamente roja y con las mejillas ardiendo, respiró hondo, sacudiendo la cabeza por lo increíble ya de la situación. Se sentía fatal por lo ocurrido, porque esta vez sí que había sido culpa suya.

“Ay, madre. No me lo puedo creer. Otra vez. Otra vez lo he visto con la polla al aire. Y esta vez… empalmado.
No hay duda: el chico está muy, pero que muy bien.
¿Por qué mierda no se me ha ocurrido que podía seguir ahí dentro? ¿Por qué no he llamado a la puerta? Joder… y pensar que este finde lo había invitado para que se relajara…”


En el interior del lavabo, David se quedó apoyando la cabeza contra la puerta, totalmente agobiado y casi con ganas de echarse a llorar tras este nuevo incidente.

“¿Qué demonios está pasando este fin de semana?
Esto no es solo vergüenza lo que siento ahora… esto ya es otro nivel”.



Continuará…
 
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A ver qué tal sigue!

Con qué programa haces esas ilustraciones? 🥹
 
A ver qué tal sigue!

Con qué programa haces esas ilustraciones? 🥹

Buenas, me alegro de que guste. Las imágenes son de Chat GPT, estilo digital painting. Son imágenes creadas de la nada a partir de descripciones físicas y diversos retoques. No se basan en ninguna foto real, ni los personajes están inspirados en personas reales específicas.
Eso sí, no creo que incluya más imágenes porque está muy censurado para crearlas en contenido erótico. Era básicamente para presentar gráficamente a los protagonistas.
 
David salió del baño unos minutos después vestido al fin, con un camiseta y pantalones cortos de pijama, el cabello aún húmedo, y cara de alguien que preferiría estar en cualquier otro lugar del universo. Cristina estaba sentada en el sofá de la sala de estar, con una manta sobre las piernas, jugando nerviosa con el borde del cojín como si eso la ayudara a no pensar demasiado. Al verlo, entendió enseguida que no era el momento de reírse o soltar bromas sobre lo ocurrido; de hecho, esta vez ella misma estaba demasiado agitada como para reírse.

—Ey —dijo ella, mirándolo con una sonrisa tensa—. Ya puedes bajar la alerta roja. Te prometo que nada de bromas sobre esto.

David se sentó con torpeza en el otro extremo del sofá, evitando mirarla directamente.

—Esto… ha sido el peor día de mi vida.

Cristina soltó una risita nerviosa.

—¿Peor que el día que confundiste a la decana con la señora de la limpieza?

—Mil veces peor.

—Oh, vamos, David... ha sido un accidente. Bueno… dos accidentes. Pero el segundo ha sido culpa mía. Lo siento mucho. Y no pasa nada, no eres el primer chico que sale de la ducha… bueno… “así”.

Él respiró hondo, mirando al suelo.

—Ya, pero... contigo es distinto. Eres mi mejor amiga. No quería que me vieras “así”. No es solo por lo que ha pasado… es que… tú sabes lo mucho que me cuesta abrirme con las chicas. Siempre me ha costado.

Cristina se giró hacia él, dejando de jugar con el cojín.

—Lo sé.

—Contigo nunca me sentí tan nervioso. Siempre fue más fácil. Como si no tuviera que pensar tanto lo que decía. Pero ahora… me cuesta hasta mirarte sin que se me encienda la cara.

Él se pasó las manos por la cara, suspirando.

Cristina se inclinó un poco hacia él, con expresión más seria.

—Y yo no quiero verte así de rayado. Se supone que habíamos venido a pasarlo bien. Sí, es incómodo. Y sí, me reí... pero no de ti. Me dio risa, sí, pero también me sorprendió. Para bien. Y no te estoy diciendo eso solo para que no te sientas mal. Es la verdad.

David la miró fijamente, todavía con una mezcla de incredulidad y vergüenza.
Un detalle del que ninguno de los dos se dio cuenta, y que en otra ocasión hubiera tenido a David embobado, fue que los pezones de su amiga se marcaban visiblemente debajo de la tela del pijama. Pero ahora estaba demasiado agobiado para percatarse de ello.

—No sé cómo haces para estar tan tranquila.

Cristina se encogió de hombros, aunque por dentro el corazón le latía con fuerza, sin poder borrar la escena de hacía cinco minutos de su mente.

—Yo estoy igual de nerviosa que tú. Solo que disimulo mejor. Y no fue por lo que vi, David. Fue por cómo me sentí al verlo.

David la miró fijamente, captando el subtexto.

Silencio.

—Crees… ¿que esto puede cambiar algo entre nosotros?

Cristina lo pensó por unos segundos. Luego sonrió, suave.

—No lo sé. Pero no esta noche. Esta noche solo quiero que te relajes, que dejes de rayarte, que duermas y que mañana nos levantemos y desayunemos como si nada. ¿Vale?

David asintió, todavía algo abrumado, pero agradecido por la sinceridad de ella.

—Gracias por… no hacerlo más incómodo de lo que ya es.

—Créeme, me esfuerzo. Porque si fuera por mí, tendría material para molestarte el resto del verano —bromeó con una sonrisa torcida.

David soltó una pequeña risa. La tensión se aflojó un poco.

—Buenas noches, Cris.

—Buenas noches, Dav.

Antes de levantarse, Cristina se inclinó y le dio un beso en la mejilla. Un beso tierno, amistoso, casi casual… pero que a los dos les encendió por dentro después de todo lo sucedido ese día.

Cada uno se fue a su habitación. Pero esa noche, debajo de las sábanas, ninguno de los dos pudo dormir tan fácilmente.

La habitación de David estaba a oscuras. Estaba tumbado en la cama, con los ojos clavados en el techo, incapaz de dejar de pensar.

“Perfecto, tío. De verdad. Dos veces me ha visto en un día. Dos. Y la segunda… aún peor.
¿Por qué no me di cuenta de que había un maldito pestillo en la puerta del baño?
Y justo tenía que entrar en ese momento… joder.
Pero… me miró diferente esta vez. Más seria.
Y eso que dijo. "Me sorprendió, para bien." ¿Eso qué quiere decir?
¿Lo decía de verdad o solo para que no me sintiera como un idiota?
¿Y si… le gusto? No puede ser. ¿O sí?
Dios, esto me está volviendo loco. Nunca me había sentido tan… expuesto. No solo por estar como estaba. Era como si también me hubiera visto por dentro.
Y aun así… esta vez no se rió de mí. Me habló con cariño y me besó.
Pero ahora… ¿cómo vuelvo a verla como antes?”


En la habitación del otro lado del pasillo, Cristina estaba sentada en su cama. La espalda apoyada en la pared, las piernas recogidas contra el pecho. Respiraba hondo, como si tratara de calmar algo que no sabía si era ansiedad o deseo.

“Joder. No me lo puedo sacar de la cabeza.
No fue solo verlo otra vez. Fue verlo de verdad.
Y no quiero sonar como una salida, pero… madre mía, David.
¿Por qué nadie me había dicho que estaba así de bien?
Y esa cara cuando hemos hablado… tan vulnerable, tan cohibido.
Y aun así, tan… jodidamente atractivo.
Siempre me ha gustado un poco. Su forma de escuchar, lo tímido que es, su voz cuando se suelta un poco.
Pero esto… esto es distinto. Ahora lo deseo. En serio. Como nunca pensé que desearía a un amigo tan cercano.
¿Y si lo asusto? ¿Y si se aleja de mí si hago algo?
Pero no puedo fingir que no lo sentí. Esa mezcla rara de ternura y excitación que me atravesó.
Tengo unas ganas tremendas de ir a su cuarto, llamar a la puerta... Pero me da miedo joderlo todo y cargarme nuestra amistad.
Aunque algo ya ha cambiado. Me muero por tocarlo. Por verlo desnudo otra vez.”


Cristina se tumbó finalmente, apagando la luz, envuelta en las sábanas. El silencio de la casa era casi absoluto, solo interrumpido por el murmullo lejano del mar. Cerró los ojos, pero el sueño no venía.

Las imágenes se repetían en su mente con una claridad abrumadora. La forma en que lo había visto, totalmente expuesto, en ambas ocasiones. La sorpresa, la intensidad. Y sobre todo, la mezcla entre lo absurdo del momento y lo intensamente excitante que le resultó.

“No debería pensar en esto… pero no puedo evitarlo. No era solo su cuerpo. Era él. David, tan callado, tan dulce… y tan jodidamente atractivo cuando no lo sabe”.

Se giró en la cama, mordiendo ligeramente su labio inferior. Su cuerpo le pedía algo que su mente intentaba contener, sin éxito.

Se dejó llevar, en silencio. Sus pensamientos se volvieron más vívidos: la imagen de David de pie, con el vapor rodeándolo, sin defensa alguna, sus ojos azules sorprendidos, la piel mojada, el cuerpo firme… su polla tiesa y gorda, con la cabeza sobresaliendo casi por completo de la piel, apuntando hacia ella…

Sintió el calor subir por su pecho, por su abdomen, por cada rincón. No buscaba una fantasía abstracta: quería a él. Y aunque no lo tuviera ahora, se dejó llevar por la memoria, por el deseo. Deslizó una mano por debajo de sus bragas y acarició su sexo, completamente húmedo, imaginando que sus dedos eran el miembro de su amigo.
Entre gemidos ahogados y una respiración cada vez más profunda, Cristina encontró ese punto de alivio. Solo entonces, poco a poco, el sueño comenzó a adueñarse de ella.

Continuará…
 
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Muy buena historia, y muy bien expuestos los sentimientos y las sensaciones de los personajes.
Relato entretenido, erótico y elegante.
Enhorabuena al autor.
 
Muy buena historia, y muy bien expuestos los sentimientos y las sensaciones de los personajes.
Relato entretenido, erótico y elegante.
Enhorabuena al autor.

Gracias.

Debo decir que ahora tardaré algunos días en volver a actualizar, por tiempo y porque debo aún decidir cómo seguirla desde aquí.

También quiero aclarar que, aunque la historia irá cada vez a más, se trata de una historia erótica; quiero decir que no tengo pensado hacer escenas sexuales que sean muy nivel porno o duras. No es un relato pornográfico, sino erótico, más suave.
 
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A la mañana siguiente, el sol entraba flojito por las cortinas. En la casa de la playa se respiraba ese silencio típico de los días en los que no tienes nada que hacer. David se había despertado pronto, demasiado pronto, y había dormido fatal: sueños raros, pensamientos dándole vueltas toda la noche. Se vistió sin hacer ruido y bajó a la cocina a preparar el desayuno, más que nada para no darle tantas vueltas a la cabeza.

Puso dos tazas en la mesa de la terraza, la que daba al mar. Café, tostadas, algo de fruta. Lo justo para que pareciera un día cualquiera.

Al rato apareció Cristina, descalza, con una camiseta ancha que se le caía de un hombro, dejando la tira del sujetador a la vista, y unos pantalones cortos. El pelo suelto y una cara de tranquilidad que no terminaba de colar del todo.

—Buenos días —dijo, sonriendo de forma perezosa.

—Buenos días —contestó David, apenas mirándola.

Cristina se sirvió café, moviéndose con calma... pero había algo raro en sus gestos, como si intentase disimular que, por dentro, seguía removida.

—¿Esto lo has montado tú? —preguntó, levantando una ceja.

—No podía dormir —respondió él, encogiéndose de hombros.

—Pues has mejorado desde aquellos desayunos cutres de la uni —bromeó ella mientras se sentaba.

—Tuve buenos ejemplos —sonrió él, aunque la sonrisa le salió un poco forzada.

Se hizo un silencio raro, no incómodo, pero sí denso. Como si los dos buscaran las palabras adecuadas y no las encontraran. Y ninguno sacó el tema. Ni el baño. Ni la ola. Ni lo que pasó ni lo que sintieron. Todo eso seguía ahí, flotando en el aire, en las miradas que se esquivaban, en los gestos un pelín más lentos de lo normal, en la forma en la que evitaban rozarse siquiera.

—¿Has dormido bien, al final? —preguntó él, mirando el café.

—Más o menos —dijo ella, mordiendo una tostada—. Aún tengo la cabeza en los exámenes, me cuesta desconectar.

David asintió. Era una excusa válida. O una salida fácil, al menos.

—Yo también estuve dando vueltas.

Cristina lo miró de reojo mientras bebía. Sabía que no hablaban de los exámenes, pero prefirió no decir nada. No hacía falta.

—¿Te apetece ir a la playa luego? —preguntó ella, con tono neutro.

David dudó un momento.

—Sí, podemos volver a la cala si quieres.

—Perfecto —respondió ella, como si la cala no fuera un sitio cargado de todo lo que había pasado el día anterior.

Siguieron desayunando, hablando de tonterías. De la pizza que cenaron, de que tendrían que pasar por el súper. Cristina se rió con un chiste malo que soltó David sobre el horno de la casa, que no había manera de entenderlo.

Así, entre bromas tontas y mordiscos a la tostada, fueron construyendo una especie de tregua silenciosa. Ninguno de los dos quería ir más allá. Al menos, no todavía. No sabían si preferían hablar de ello o dejarlo guardado en algún rincón de la cabeza.

Cuando terminaron, las tazas estaban vacías, el mantel un poco arrugado, y el mar seguía sonando de fondo. La brisa era suave, pero David sentía el aire algo más denso de lo normal.Se pasó la mano por el pelo, mirando al horizonte. Dudaba si decir algo o dejarlo correr.

"Si no digo nada, parece que me estoy haciendo el loco. Si suelto algo, igual la lío. Mejor sacarlo. Sin drama."

—Lo de ayer… —empezó, con la voz seca, sin mirarla—. Supongo que fue raro para los dos.

Cristina apartó la mirada del mar y lo miró de lado. No sonrió, pero tampoco se le notó incómoda.

—Sí. Pero ya está —dijo, como cerrando una puerta de golpe—. No hay que darle más vueltas.

"No quiero complicarlo. No ahora. Es David. No quiero que se raye otra vez."

David asintió, casi aliviado.

—Tienes razón.

Se miraron un segundo. Nada más. Pero en esa mirada había algo nuevo. No vergüenza, sino otra cosa más calmada, pero igual de intensa.

Cristina se levantó, estirándose con desgana.

—Hace un día buenísimo —comentó, girándose hacia él—. ¿Te apetece que demos una vuelta por el pueblo? Y dejamos la playa para después, cuando apriete el calor.

David no tardó ni medio segundo en responder.

—Buena idea. "Sí, mejor así. Moverse, hablar de cualquier cosa menos de... eso."

Cristina entró en la casa a por las llaves y las gafas de sol. David se quedó en la terraza, las manos en los bolsillos, respirando hondo.

"Ella está tranquila. Yo puedo estar tranquilo. Sólo seguir como siempre."

Dentro de la casa, Cristina también se quedó quieta un segundo antes de coger las gafas.

"Vale. Vamos a pasear esta mañana en vez de ir a la playa. No hace falta que le dé más vueltas a mi idea… por ahora."

Salieron a la calle minutos después. El aire olía a mar, a verano, a esas cosas que no sabes muy bien cómo describir. Iban andando en paralelo, sin tocarse, pero entre ellos flotaba algo. Algo que no se veía, pero estaba.
 
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El pueblo no era muy grande, pero tenía su encanto. Calles estrechas, paredes encaladas, balcones rebosantes de flores, y ese olor a mar y pescado pegado al aire. Cristina y David caminaban tranquilos, sin rumbo fijo, dejando que el calor les marcara el paso lento.

Pasaron frente a una heladería artesanal, de esas que huelen a gofre caliente. Cristina agarró a David de un brazo y tiró de él suavemente.

—Venga, vamos a por un helado —dijo, sonriendo.

Dentro, el frescor del local les recibió como un alivio. Se pusieron a mirar los sabores, comentando cuál tenía peor pinta o cuál sería una locura probar.

—¿Chocolate o vainilla? —preguntó ella, ladeando la cabeza.

—Doble de chocolate y vainilla —respondió David.

Cristina soltó una risa ligera.

—Típico de ti —dijo, sin darle demasiada importancia.

Pidieron sus helados —ella acabó eligiendo coco— y salieron de nuevo a la calle, caminando sin prisa, disfrutando del helado y del sol que caía sobre las casas blancas costeras.

Todo seguía igual de normal. Hasta que, mientras saboreaban sus helados, Cristina lo miró de reojo y frunció el ceño.

—Espera —dijo, deteniéndose un segundo.

David se quedó quieto, mirándola sin entender.

—Tienes un poco de helado en la cara —añadió, acercándose.

Antes de que él pudiera reaccionar, Cristina alzó la mano y le limpió la comisura de los labios con el dedo índice. Un roce lento, suave, demasiado consciente.

—Ya está —dijo, como si no fuera nada.

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Pero David se quedó rígido, con el corazón disparado. Un gesto tan pequeño, pero tan íntimo.

Cristina siguió caminando como si nada, dándole un lametazo a su helado. David tardó unos segundos en reaccionar y echar a andar detrás de ella.
Siguieron caminando despacio, bordeando las calles. Y un rato después, pasó: sin motivo aparente, Cristina acortó todavía más la distancia entre ellos. Simplemente… se pegó a él. Y una de sus tetas rozó levemente el brazo de David. Un roce pequeño, rápido. Pero suficiente para que él sintiera un buen cosquilleo ahí abajo.
No era la primera vez que ocurría algo así. Ya había notado las tetas de Cristina rozando su cuerpo en varias ocasiones. Recordaba momentos sueltos: en la biblioteca, cuando Cristina sentada a su lado se inclinaba sobre sus apuntes, y alguna vez llegó a apretar un pecho contra su codo. O el año pasado en una fiesta con los compañeros de la uni, cuando bailando y bastante borracha, se le echó encima riéndose. O ayer mismo en la playa cuando jugaban a las ahogadillas y ella lo agarró por la espalda, poco antes del incidente con el bañador. O algún abrazo amistoso que le había dado.

Pero esta vez… había algo distinto. Esta vez no había motivo. No había excusa. Solo ese roce suave, gratuito, que no parecía accidental.

"¿Lo ha hecho aposta? ¿O estoy tan confundido por lo que pasó ayer que veo cosas donde no hay?"

Se mordió la lengua para no preguntarlo en voz alta. Cristina, mientras tanto, seguía caminando como si nada. Pero David juraría que en su boca había una pequeña sonrisa. Su cabeza empezó a ir a toda velocidad.

"¿Son imaginaciones mías... o Cristina está tonteando conmigo?"

No supo qué pensar. No tenía experiencia en ligar con chicas ni para entender esas señales. Cristina era una chica directa, extrovertida y podía ser un poco juguetona, pero todo aquello (quitarle el helado de la comisura de la boca, ese roce con su pecho) tenía algo distinto a sus típicas tomaduras de pelo para ponerle nervioso. Siempre se reía enseguida de ello, y ahora...
Solo sabía que, desde ese momento, no podía dejar de fijarse en cada centímetro de distancia —o de falta de ella— entre los dos.

—¿Te acuerdas del día que nos conocimos, cuando nos emparejaron para hacer aquel trabajo de Introducción a la Contabilidad? —preguntó de repente Cristina, rompiendo el silencio.

David carraspeó, forzándose a centrarse.

—Claro. Pensaba que no me ibas a dejar meter ni una palabra.

Cristina soltó una risa suave.

—Había que sacarte las palabras a cucharadas —dijo, lanzándole otra de esas miradas de reojo que, ahora, David ya no sabía cómo interpretar.

—No sabía cómo interactuar esos primeros días. Todo el mundo hablaba con todo el mundo, enseguida abriéndose, y yo… yo solo quería no llamar demasiado la atención.

Cristina lo miró de reojo, con una expresión entre divertida y tierna.

—Pues menos mal que te tocó conmigo —dijo—. Si no, seguirías callado en una esquina como un ermitaño.

David sonrió, bajando la mirada.

—Puede... —admitió.

—Lo cierto es que me gustó desde el principio que fueras así —añadió Cristina, más bajito, casi sin querer—. Diferente.

Llegaron a una pequeña plaza donde de una fuente brotaba agua fresca. Cristina se dejó caer en un banco, estirando las piernas con pereza.
David se sentó a su lado, dejando apenas unos centímetros de distancia. Se quedaron allí, viendo pasar a la poca gente que había: una pareja mayor, un niño con un globo, un perro pequeño olisqueando todo...
De vez en cuando, la rodilla de Cristina rozaba la suya. Suave, sutil.
 
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Después de un rato en el banco, el estómago de Cristina rugió discretamente, y ella soltó una carcajada.

—Creo que necesito comer algo de verdad —dijo, levantándose de un salto.

David sonrió.

—Venga, vamos a buscar un sitio.

No tuvieron que andar mucho. En una de las calles principales encontraron un pequeño restaurante con terraza, de esos que no prometen grandes lujos, pero sí comida casera de verdad. Se sentaron en una mesa a la sombra, pidiendo dos cervezas bien frías y un par de platos de tapas para compartir. La conversación fue ligera. Tonterías, recuerdos tontos de la uni, comentarios absurdos sobre la decoración del local... Terminaron de comer sin prisas, disfrutando del aire más fresco de esa calle y el sonido tranquilo del pueblo.

—¿Volvemos a la casa? —propuso Cristina mientras recogían sus cosas—. Antes de que me entre la modorra total.

—Sí —dijo David, levantándose también—. Además, va tocando una tarde de playa, que el calor no para.

Pagaron la cuenta y caminaron de vuelta hacia la casa. Llegaron media hora después, casi arrastrando los pies. El calor les había dejado medio aplastados, y lo único que les apetecía era tumbarse un rato a la sombra. Nada más entrar, Cristina se desplomó en el sofá, soltando un suspiro dramático.

—Necesito una pequeña siesta —murmuró, tapándose los ojos con el brazo.

David fue hasta la cocina, abrió la nevera y sacó dos botellas de agua. Le lanzó una a Cristina, que la atrapó sin apenas moverse. Él se tiró en el sillón de enfrente, dejando caer la cabeza hacia atrás. El ventilador del techo giraba y desde la ventana se oía el rumor lejano del mar.

David cerró los ojos, intentando relajarse. Pero no podía.
Lo ocurrido ayer todavía le afectaba, y el recuerdo y la vergüenza seguían golpeándole a cada rato: su bañador bajándose, Cristina viéndole la polla y riéndose sin ningún disimulo. Y después, como si no fuera suficiente, el numerito en la ducha: ella entrando sin avisar y pillándole empalmado.

"Qué cuadro, tío. Qué puto cuadro. Esta mañana lo he llevado bien, charlando, bromeando con ella, fingiendo que no había pasado nada, o que ya me daba igual. Pero joder... es que me vio en bolas... y no sólo en bolas, en plan ridículo total..."

Abrió un ojo y la miró de reojo. Cristina dormía tumbada en el sofá, respirando tranquila, y su botella de agua tirada en el suelo.
Cerró el ojo otra vez.

"Qué cabrona. Yo aquí rayándome y ella echándose una siesta como si no hubiera pasado nada. Pero hoy... ha tenido momentos raros. No sé si soy yo el que se está flipando o si de verdad está distinta conmigo.
El momento limpiándome el helado de la boca...
El roce de su pecho contra mi brazo mientras caminábamos...
Esas miradas rápidas, como de medio lado...
¿Eso es tonteo?¿O lo estoy exagerando para no sentirme tan negado con las chicas?"


El calor en la casa empezaba a ser pesado. David abrió los ojos cuando oyó a Cristina moverse en el sofá. Al final se había echado una siesta de casi cuarenta minutos. Se desperezó como un gato, soltando un pequeño quejido, y se sentó frotándose la cara.

—¿Qué hora es? —murmuró.

—Hora de que nos tiremos al agua antes de que nos dé una insolación —respondió David.

Cristina sonrió, aún medio dormida.

—Planazo.

Se levantó, recogiendo su botella y su mochila.

—Venga, nos cambiamos y bajamos, ¿no?

David asintió y cada uno se fue a su habitación. Él sacó el bañador que había dejado encima de la silla, se lo puso rápido y esta vez, con todo el cuidado del mundo, se ató el cordón con un nudo doble. Triple, casi. Ni de coña pensaba volver a repetir el numerito delante de su amiga. Mientras se echaba un poco de crema en los hombros, oyó ruidos en el pasillo: Cristina también estaba terminando de cambiarse.

Salieron casi a la vez de sus respectivas habitaciones, toalla al hombro y mochilas preparadas. Cristina llevaba puesto el mismo bikini verde que el día anterior, y con unos pantalones muy cortos encima. No se había puesto camiseta, pensaba bajar a la playa directamente con sólo el top del bikini. Cuando pasó a su lado, le lanzó una mirada de esas que David ya no sabía cómo interpretar del todo, y sonriendo de medio lado, soltó:

—¿Hoy te has atado bien el bañador o piensas volver a alegrarme la vista, tortuga?

David se quedó quieto medio segundo, procesando la broma.

—Muy graciosa... —gruñó, aunque no pudo evitar sonrojarse un poco.

Cristina soltó una risita traviesa mientras se ponía las gafas de sol.

—Aviso que si hoy vuelvo a verte el pajarito, voy a pensar que lo haces a propósito.

David negó con la cabeza, resignado, mientras echaban a andar hacia la playa.

—No te emociones tanto, que hoy no me lo baja ni un tsunami —dijo, dándose un golpecito en el nudo.

Cristina se echó a reír, ligera, mientras caminaban uno junto al otro bajo el sol dorado. Y aunque David intentó hacer como que la broma no le afectaba, por dentro no podía evitar sentir el corazón acelerado.

La cala estaba igual que la última vez: vacía, tranquila, como un rincón escondido que parecía reservado solo para ellos. El sol empezaba a bajar en el cielo, tiñendo todo de un tono dorado cálido, y el sonido del mar llenaba el aire con ese murmullo constante que parecía adormecerlo todo.
Los dos extendieron sus toallas en la arena. David se quedó de pie un momento, mirando alrededor, sonriendo.

—Otra vez solos... —comentó, dejando caer la mochila al suelo—. Esto ya parece un sitio secreto solo para nosotros.

Cristina, agachada aún sobre la toalla, levantó la vista hacia él y le devolvió una sonrisa rápida. Pero había algo distinto en su expresión. Una especie de nerviosismo contenido que David no supo identificar.

—Sí... mejor así... —murmuró ella.

David se quitó la camiseta, sacudiéndola para liberarla de la arena, y la dejó sobre la mochila. Cristina también se deshizo de los pantaloncitos cortos que llevaba encima del bikini, con un gesto rápido y natural. Luego se quitó las gafas de sol, se pasó los dedos por el pelo y, sin mirar directamente a David, dijo un poco dubitativa:

—Bueno… pues... ¿vamos al agua?

—Claro —respondió David, con una sonrisa tranquila.

Y caminaron juntos hacia la orilla. La arena bajo sus pies estaba muy caliente, pero el agua, a unos metros, brillaba tentadora y fresca. Llegaron a la línea donde las olas lamían la orilla. Justo cuando iban a meterse en el agua, Cristina se detuvo de repente y señaló hacia el horizonte, abriendo mucho los ojos.

—¡Hostia puta! ¡He visto un delfín! ¡Ha sacado la cabeza del agua durante un segundo! —exclamó, de repente, con voz emocionada.

—¿Cómo?¿Estás de coña? —respondió David.

David se giró enseguida, entornando los ojos para tratar de ver algo.

—¿Dónde? —preguntó, buscando en el mar.

Cristina se acercó más a él, poniéndose a su espalda, y le apoyó una mano ligera en el hombro.

—Allí… —susurró, guiándole la vista con el brazo estirado—. Fíjate bien. Seguro que vuelve a salir.

David obedeció, entrecerrando los ojos, concentrado en la superficie brillante del agua. Se quedó allí, quieto, escaneando el mar durante medio minuto, esperando ver la cabeza o por lo menos la aleta surgiendo del agua. "¿De verdad hay un delfín en la playa? No es que sea imposible, pero joder.. cuesta creerlo."
Pero nada. Lo único que se veía eran las olas y un par de barcos de vela muy a lo lejos.

Y entonces Cristina, en voz mucho más baja, casi un susurro nervioso, dijo detrás suyo:

—Olvídalo.

David se giró hacia su amiga, confundido y hasta un poco molesto.

—Cristina, ¡¿pero qué...?!

No pudo terminar la frase, porque su mente se quedó totalmente en blanco.
Cristina le miraba de frente con una sonrisa nerviosa, los brazos en jarras y las manos sobre sus caderas... y el top del bikini colgando de una de ellas. Se lo había quitado en silencio mientras lo tenía distraído buscando a ese supuesto delfín.

—Sorpresa, tortuga —dijo tímida, con un hilo de voz.


Continuará...
 
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Cristina le va a meter un folladon que va a espabilar, deseando leer continuacion
 

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