Fantasías sexuales de las españolas 2º parte (sección infidelidad)

luis5acont

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Hola a todos/as.

Tal y como comenté inauguro aquí hilo para poner las historias de la serie de "Fantasías sexuales de las españolas" relacionadas con infidelidad.

La información sobre el proyecto y el resto de historias, las podéis encontrar en la sección de relatos de hetero (General) en el siguiente enlace.

https://foroporno.com/threads/fantasías-sexuales-de-las-españolas-2º-parte.17017/

Empiezo con el relato de Beatriz:

4. Beatriz (periodista, 29 años): “Ir de compras con mi pareja y acabar en el probador haciendo un rapidito es una de las cosas que más me pueden poner. Ya conocemos el de Zara y el de Mango”.

Una particularidad, este relato tiene dos bases reales. La primera es la propia fantasía narrada por Beatriz. La segunda es que, aunque por regla general las circunstancias y la misma trama es inventada y desarrollada libremente por mí en cada episodio, en este en concreto me basé en una historia real que sucedió en mi empresa. He alterado nombres, detalles y recreado diálogos y situaciones, para poder también enlazar con la fantasía de Beatriz, pero la trama se acerca mucho a lo que realmente pasó.

Un saludo y espero que disfrutéis el relato.
 

----------------------------------------- Beatriz -----------------------------------------​



“Érase una mujer mordida por la víbora de la duda”.



- ¿Has notado algún comportamiento extraño, algún cambio de hábitos?

La frase resuena una y otra vez en la cabeza de Beatriz impidiendo que se pueda concentrar en el trabajo. La pantalla del ordenador solo le devuelve un brillo opaco que le cuesta traspasar, para ordenar de una forma coherente las palabras del informe que está redactando.

Hace tan solo una hora ha dado una respuesta a esa pregunta y ha sido clara y categórica: ¡No! Sin embargo, tiene la horrible sospecha de que no es la contestación acertada. Es la que ella deseaba dar, solo que en ese momento no era consciente de ello. Un acto reflejo, como cuando una extiende los brazos al caerse intentando parar el golpe que de todas formas es inevitable. Hay que ver lo que son las cosas ¡Quién le iba a decir a ella esta mañana que una sola frase le iba a cambiar la vida!

Cuando vio a su amiga Luisa acercarse con cara larga supuso que era uno de esos días que venía con el rabo torcido. Era propensa a caer en estados nostálgicos y depresivos, la mayoría de las veces sin razón ni explicación aparente. Presumió que se avecinaba uno de esos desayunos compartidos en los que ella hacia una montaña de cualquier minucia cuando por fin encontraba algún motivo por el que estar preocupada, que era su estado habitual. Beatriz la escuchaba y trataba de aportar algo de optimismo, consciente de que su amiga y compañera lo único que necesitaba era que alguien que le pasara un poco la mano por el lomo. Sentirse escuchada (que no oída que era lo habitual) le ponía las pilas y al final Luisa siempre se iba quejándose, pero con una media sonrisa que indicaba que había recargado energías para continuar con el resto de la mañana. La chica podía ser un poco cargante pero además de compañera era su amiga íntima, de las pocas que tenía, así que estaba dispuesta a pagar el peaje. “Semper Fidelis” que dirían los marines. Nunca se abandona al compañero herido.

Sin embargo, hoy la protagonista no iba a ser ella. Muy a su pesar, esta vez el tema giraba en torno a Beatriz. Cuando se sentaron, ella solo pidió una infusión, nada de café ni tostada, lo cual era mala, muy mala señal.

- Bueno, a ver qué te pasa hoy ¡vaya morro qué traes!

Luisa se hace de rogar. Parece que trata de encontrar las palabras adecuadas y Beatriz le da su tiempo, convencida de que al final será una de sus chorradas habituales: un trabajo extra encargado por su jefe, un fallo de céntimos en el IRPF de su nómina que le hará pensar que la agencia Tributaria la va a perseguir, que su tía se ha vuelto a apuntar a un viaje del IMSERSO sin decirle nada... En fin, suspira, a ver si dispara ya de una vez que se nos va a ir la media hora del desayuno. Y cuando tira lo hace con bala, sorprendiéndola y dejándola con la boca abierta.

- Mira, no tenía pensado decirte nada porque ya sabes que yo no soy amiga de los chismes y no quería preocuparte. Pero es que el tema me ha llegado ya por tres personas distintas y al menos dos de ellas son confiables. Quiero decir que no son los típicos cotillas que propagan rumores sin fundamento. En fin, que le he estado dando vueltas y creo que debo contártelo porque estoy un poco preocupada por ti. Creo que como amiga tengo que decírtelo.

- ¿Decirme el qué? – pregunta harta de tarto circunloquio.

- Me han dicho que Paco... - Luisa hace una pausa dramática, realmente tiene todo el aspecto de estar muy incómoda lo cual hace que Beatriz, normalmente muy una persona muy calmada, empiece a perder los nervios.

- Que Paco ¿Qué?

- Que tu marido está liado con una compañera de su unidad. Esa nueva que vino trasladada desde Madrid.

Luisa respira hondo y aparta un instante la mirada: por fin lo ha soltado. Ya está hecho. El malestar cambia de ubicación y ahora es su amiga la que nota un súbito agobio que apenas dura unos instantes y luego espanta con una risa floja.

- ¿Marisa? ¿Marisa y Paco liados? eso no es posible. No sé quién te ha contado ese chisme, pero no me lo creo ¡Si está casada con uno de apoyo a ventas y no llevan ni seis meses aquí!

- ¿Y eso que tiene que ver para que te pongan los cuernos?

Como un tren que transita por distintas estaciones, Beatriz ha pasado del agobio a la risa y ahora empieza a recorrer el enfado.

- Mira, Luisa, no tiene gracia. Ya sabemos que Paco se enrolla como las persianas, que es un buen comercial y que charla con todo Dios. Cuando quiere es muy suavón, pero de ahí a que me esté engañando.... ¡Joder, qué estúpida es la gente!

- Pero ¿tú has notado algo raro? ¿Algún comportamiento extraño? ¿Algún cambio de hábitos?

Sí, una hora después seguía reconsiderando aquella pregunta y también su respuesta. Se había despedido enfadada con los charlatanes de su sucursal en general y con Luisa en particular por haberle prestado oídos. En su edificio trabajaban más de mil personas de una multinacional de telecomunicaciones. Demasiados. No los conocía a todos, pero aquello era como un pequeño pueblo donde cualquier cotilleo se propagaba la velocidad del rayo. Todo debía haber sido un malentendido. Estaba dispuesta a aceptar que Paco había dado pie a ello, siempre tenía la manía de tratar de caerle bien a todo el mundo. Defecto de vendedor de raza. Y para ello le seguía el juego a todo aquel que le diera confianza. Seguramente con esta habría pasado algo así y todos los demás lo habrían malinterpretado.

Esta tarde, se lo contaría y seguro que él tendría alguna explicación. Incluso puede ser que hubiera hecho el tonto un poco, lo creía muy capaz, pero no de ponerle los cuernos y menos con una compañera. Bueno, asunto cerrado y vuelta al trabajo, o eso creía ella. Pero no, aunque trabajara en el departamento de marketing, Bea tenía la carrera de periodismo y el puñetero defecto de analizar todo desde una perspectiva crítica. Y una hora después de fingir que tecleaba el informe, las dudas se iban colando por las grietas de su convencimiento, echando abajo la seguridad con la que había contestado “no” a su amiga. Porque lo cierto es que sí, que, pensándolo con más detenimiento, desde hacía unos meses su marido había tenido ciertos cambios de hábitos y algún que otro comportamiento extraño. Pequeños detalles que en el fragor del día a día, con el trabajo, la casa y los hijos habían pasado desapercibidos, pero que ahora, uniéndolos todos y mirándolos desde cierta perspectiva, cobraban un sentido que no le estaba gustando nada de nada.

Su marido había empezado a visitar clientes en días y horas un poco raras. También con cierta frecuencia le tocaba acudir a reuniones o prolongar la jornada de trabajo. Ella pensó que no era nada extraño porque en comercial todos iban de cabeza, estaban en plena campaña de despliegue de banda ancha y no paraban de vender productos asociados. Tampoco era insólito que en la última convención que se celebró en Málaga, su marido no intentara siquiera gestionar que ella pudiera acompañarlo. Cuando acudía toda la coordinación nunca llevaban a la familia, pero en este caso solo iban tres comerciales y si el evento caía en fin de semana, en otras ocasiones se habían puesto de acuerdo para llevar a sus parejas. Sí que le chocó bastante que Paco se apuntara a un gimnasio y cuidara bastante más su aspecto físico y su forma de vestir.

- Hijo, parece que vas de boda - le decía algunas veces cuando lo veía salir para visitar a algún cliente.

- Si algún día quiero que me den una cartera de las buenas o aspiro a un ascenso, tengo que tener aspecto de ganador - se limitaba a contestar mientras Beatriz cavilaba que en la empresa se habían pasado con los cursos de habilidades y de autoayuda.

- En la secta - como ella llamaba a la parte de la red presencial de ventas - te están comiendo el coco - le contestaba divertida dando por zanjado el asunto.

Otro detalle más, suma y sigue. Desde no hace mucho otro cambio de hábito: a veces se retiraba de donde estaba ella a otra habitación para atender una llamada de cliente. Antes nunca lo hacía, solamente si estaban los niños alborotando o tenían la tele muy alta, pero nunca cuando estaban solos. En fin, una serie de cosas que consideradas por separado no le habían supuesto un motivo de preocupación ni habían captado su interés, pero que a raíz de lo que le había contado Luisa apuntaban a una dirección muy jodida.

Suspiró hondo. “Relájate Beatriz. No pierdas los nervios todo esto tiene que ser una tontería”.

Sin embargo, cuando cerró sesión en su PC, recogió su bolso y su abrigo y fue encontrarse con su marido, inquieta y nerviosa, resolvió no decirle nada de lo que le habían contado y observarlo durante unos días. Por si acaso, solo por si acaso.
 
“Érase una mujer mordida por la víbora de la duda”.

“Érase una esposa en la que anida el veneno de la sospecha”.


Y erase por fin, una semana después, que sucede algo. Fue cuando empezaba a bajar la guardia, cuando parecía dispuesta a hablar con Paco y referirle los rumores a ver qué opinaba él de todo eso y como reaccionaba, cuando ya pensaba que solo eran paranoias suyas y malas lenguas las que habían gestado el malestar que sufrió durante esos días. Hasta entonces, le resultó sorprendentemente fácil mantener la distancia con su marido y que no se le notara la preocupación. Se preguntó hasta qué punto su matrimonio había entrado en crisis ¡Que diferente todo de aquellos primeros años donde estaban pendientes hasta de cuando el otro parpadeaba y todo lo hacían juntos! Y así navegaba entre incertidumbres y sentimientos contrapuestos, intentando recomponer su relación. El primer paso sería explicarle a su marido que había rumores. El segundo esperar que este lo desmintiera todo y aguantara la bronca que le iba a pegar por tomarse tantas confianzas con según qué mujeres. El tercero hablar de qué narices les estaba pasando y buscar soluciones: volver a hacer cosas juntos, recuperar la ilusión, darse un rato al día para estar solos y conversar, hacer el amor de nuevo en vez de follar, o simplemente, descansar juntos. Y de repente todo eso se va a la mierda esta mañana, cuando él la llama y le dice que tiene que quedarse a pesar de que hoy no le toca jornada partida.

- El coordinador nos ha pedido que nos quedemos para hacer un análisis de ventas del último trimestre. No es obligatorio, pero ya sabes cómo va esto. Es posible que cambien algunos clientes de cartera y prefiero no faltar, no vaya a ser que me quiten algunos de los míos o me metan algún marrón. Si es así, quiero estar yo para defenderlo. Vete tú en el coche que ya cojo yo luego el autobús o le pido algún compañero que me acerque a casa.

- Pero ¿cuánto vas a tardar?

- No lo sé, estas reuniones son impredecibles…

Y ahí estaba ella, recogiendo la cocina después de haber comido, preparando las mochilas para llevar a los niños a las extraescolares. Dispone de quince minutos antes de salir, demasiado tiempo para no dejar de darle vueltas a la cabeza. Finalmente se decide y toma el teléfono.

- Luisa soy yo. Oye, una pregunta ¿sigues por la central?

- Claro, hasta las cinco no salgo.

- ¿Me podrías hacer un favor?

- Dime.

- Pero escúchame: tienes que ser muy discreta y no se puede enterar nadie.

Casi puede percibir cómo Luisa se pone en alerta al otro lado del teléfono.

- Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.

- ¿Puedes subir a la oficina a ver si está Paco por allí? Solo date una vuelta como quien no quiere la cosa, que no se note que te mando yo.

- Entiendo - dice ella con voz grave comprendiendo rápidamente de qué trata la cosa. Han estado varios días desayunando un poco incómodas y no han vuelto a tocar el tema, pero ahora sabe que no se equivocaba y que su amiga la necesita. Por un lado, se siente satisfecha de tener razón; por otro triste por el mismo motivo. Menudo jaleo le espera a Beatriz. Pero rápidamente se pone las pilas. Entre movidas, depresiones y malas noticias se encuentra en su salsa, es su hábitat natural y ahí pisa con autoridad - Ahora te llamo.

Quince minutos insufribles se arrastran segundo a segundo hasta que el móvil vibra sobresaltando a Beatriz como si no estuviera esperando la llamada.

- Dime.

- En la oficina no hay nadie.

- ¿No estarán en la sala de reunión?

- ¡Qué va! Solo quedan los de planificación elaborando un presupuesto. Les he preguntado si había alguien de PYMES para preguntar una duda y me han dicho que se han ido todos a su hora, que salen a las tres hoy. Yo les he contestado que ya lo sabía pero que de todas formas me había pasado porque a veces se quedan para reuniones. Y nada, que no, que ellos supieran no había programada ninguna reunión y la gente se ha despedido normalmente.

Se hace un silencio en la línea que finalmente Luisa se atreve a romper

- Oye Bea ¿quieres que nos veamos? ¿Necesitas hablar?

- No, no te preocupes.

- ¿Ha pasado algo?

- Todavía no lo sé. Mira, ahora tengo que dejarte que tengo que llevar los niños al polideportivo. Mañana hablamos más tranquilas y te cuento.

No dejes que la verdad te estropee una buena noticia”, decían en la facultad de periodismo, a lo que uno de sus profesores añadía: “pero si te das cuenta que la historia no es como tú creías, al menos aprovecha para instalarte en la realidad y tratar de sacar un buen artículo que la defina”.

Pues sí, a ella empezaba a desmoronársele su realidad, la de un matrimonio que pasaba un pequeño bache como pasan todos cuando el trabajo, los niños y la vida en general te pasa por encima sin que tengas muchas ganas de enfrentarte a ello. Es más fácil dejarse llevar. Y también es más sencillo alentar propósitos de enmienda partiendo de que ha podido ser un error y una confusión, pero ahora, cuanto más investigaba más se daba cuenta de que la verdad que iba a descubrir no le iba a gustar.

- Bueno, todavía no hay ninguna prueba concluyente - le dice Luisa al día siguiente en el desayuno cuando ella le cuenta - ¿Te dio alguna excusa o te comentó algo al llegar a casa?

- No, peor. Le pregunté qué tal le había ido la reunión y me dijo que un auténtico coñazo, que lo habían tenido allí hasta las seis y media de la tarde.

Mucho peor, piensa Luisa que al ver fruncir el ceño a su amiga la imita en un movimiento reflejo. Peor que una torpe excusa, una evidente mentira.

- Y tu ¿qué le dijiste?

- Yo me mordí la lengua y me callé la boca.

Su compañera compone un gesto de desacuerdo, pero Beatriz levanta la mano y contesta convencida:

-Mira, si esto va a ser así, si al final resulta que va a resultar verdad, no quiero medias tintas. Si lo pillo, lo pillo de forma que no pueda negar la evidencia, no quiero que me ponga de loca ni de paranoica.

- Ya: si cae, que se caiga con todo el equipo…

- Luisa, tengo que estar segura, tanto si mi marido me es infiel como si no. Esto me está volviendo un poco loca, no soporto estar así, lo que tenga que ser que sea, pero no puedo seguir viviendo con dudas. No es esa la relación que yo quiero.

- ¿Y entonces?

- Entonces voy a seguir alerta. A la próxima lo pillo ¿Me ayudarás?

- Claro, eso no tienes ni que preguntarlo.
 
“Érase una mujer mordida por la víbora de la duda”.

“Érase una esposa en la que anida el veneno de la sospecha”.

“Erase que las sospechas resultan ser dolorosamente ciertas”.


Érase una vez una mujer que vivía feliz con su pareja, o eso quería creer, porque la convivencia se había vuelto rutinaria, vida de supervivencia cuando te ves acosada por las obligaciones, la atención a los hijos, el trabajo… Érase una vez que el estado de cosas que nos da estabilidad se altera, nos falla la muleta en la que nos apoyamos y todo se tambalea a nuestro alrededor. Érase una vez que esta mujer decide tomar el camino de la verdad, vieja aspiración de su profesión fallida de periodista, el camino que duele, el camino que sabes que no que te va a dejar contenta, pero el único posible porque el otro, el de hacerse la loca, el de ignorar, ni siquiera lo contempla. Érase que una vez comenzado a andar ese camino pilla a su marido en una mentira. Poco a poco el sendero se va volviendo oscuro y deja de verse la luz al final. Es lo que tiene cuando te adentras en el bosque. Pero también es lo que tiene cuando enfrentas tus problemas y entonces las soluciones vienen rápidas. A veces no son las que nosotros queremos ni esperamos, pero al menos encontramos aquello que estamos buscando, aquello que nos confirma que no estamos locos ni paranoicos. Encontramos la realidad tal y como es. No se puede ser feliz sin asentar los pies en la realidad, aunque esta duela.

No tuvieron que pasar ni siquiera diez días hasta que Beatriz pudo obtener respuestas.

- Hoy me llevo la moto al trabajo, vete tú en el coche.

- ¿Y eso?

- Tengo que visitar a un cliente en el polígono. Me tomo algo en el bar de la esquina y me acerco a primera hora de la tarde.

- ¿No eran los miércoles y jueves cuando hacías las visitas?

- Sí, pero este tiene una historia y me ha pedido que le cambie la cita.

- Bueno. Entonces ¿volverás muy tarde?

- No lo sé, espero que no ¿Por qué? ¿Tenías hoy algo planeado?

- No, nada, que te quedaras un rato con los niños que me quería acercar a comprar algo al centro. Pero no pasa nada, ya voy mañana.

Beatriz se sorprende por el contraste de cómo puede estar hirviendo por dentro y tan fría por fuera. Tanto que su marido no percibe ningún peligro en el interrogatorio. Un exceso de confianza que le puede salir muy caro, tan caro como un divorcio con todas las de ganar para su mujer. Ella se sorprende por tener estos pensamientos casi tanto como por su buena actuación como esposa empanada que no se entera de nada. Mientras conduce sola hacia la central, se asombra de lo tranquila que está. Quizás porque no tiene tiempo para sentirse mal, está demasiado ocupada elaborando una estrategia.

Ese día tampoco desayuna con su marido, los desayunos son para Luisa. Tienen distintos horarios para bajar de forma que casi nunca lo hacen juntos. Además, es un espacio de desconexión y ella prefiere compartirlo con su amiga, así lo tienen establecido desde hace mucho tiempo. Aprovecha entonces para poner a Luisa al corriente.

- ¿Qué vas a hacer?

- Pues he llamado a mi madre para que recoja ella a los niños. Yo ficharé y lo espero fuera. Quiero seguirlo a ver a dónde va.

- ¿Y si se da cuenta? ¿No sería mejor que lo siguiera yo?

- Me he traído un abrigo distinto y un pañuelo para la cabeza. Me cambiaré cuando me vaya. Intentaré que no me vea.

- Aun así...

- Mira, si me pilla que me pille, pero no me vale que me lo cuentes tú, tengo que verlo yo misma.

- Bueno hija…

- Entiéndeme: no es que desconfíe de ti, es que, si lo pillo, cuando hable con él, tengo que poder decirle que yo lo vi para que no pueda negarlo. No puede ser la palabra de nadie contra la suya. Si lo he visto con mis propios ojos, él no se atreverá a negarlo.

- Vale, vale, lo entiendo. Entonces ¿qué quieres que haga yo?

- Ellos paran a las tres para comer. Si pudieras estar pendiente y darme un toque al móvil cuando lo veas salir te estaría agradecida. Así estoy prevenida.

- Claro. Mira, se me ocurre que me puedo subir a ver a Tere, mi amiga, la de cobros. Está enfrente de su oficina, así en cuanto lo vea recoger bártulos te llamo para que tengas tiempo.

- Perfecto.

- Oye y si se va con la moto ¿cómo lo vas a seguir?

- No lo sé. Si se me escapa pues ya está, se me escapa, pero si veo algo raro que al menos pueda enterarme. Cualquier cosa que me sirva para averiguar qué es lo que realmente pasa o ver si entra en contradicciones. Ya me ha mentido una vez y quiero saber si esto es una excepción o la norma.

Pues no, esta vez no se le escapa. Se produce una alineación de planetas, una conjura de circunstancias, una serie de serendipias del destino o como cojones queramos llamarlo. El caso es que la suerte ¿podemos llamarlo suerte? se le pone de cara, como aquella vez que perdió sus gafas de sol favoritas en la playa y al volver por la tarde las encontró medio enterradas en la arena, o como otra ocasión que le tocó de pareja en bachillerato para hacer un trabajo el chico que a ella le gustaba, y mira por dónde se hicieron novios, su primer novio… lástima que aquello no cuajó, pero empezar, empezó muy bien.

Beatriz está escondida en unos soportales no muy lejos de la oficina, no quiere que nadie la vea allí esperando y ese es el sitio más discreto que se le ha ocurrido. Hace quince minutos que ha salido y su marido todavía puede tardar porque no sale casi nunca en punto.

¿Qué pasará si sale con ella? Ir con su compañera a almorzar no es motivo suficiente para acusar de infidelidad y, sin embargo, si es un tramo más de la carretera que lleva hacia el desastre su matrimonio. Si es así, intentará observar sin ser observada, ver cómo se comportan cuando los demás no los miran, en fin, aunque no sea una prueba definitiva seguirá acumulando indicios para cuando toque tirar de la manta. Pero como hemos dicho, hoy la suerte se ha fijado en ella. Recibe la llamada de Luisa:

- Oye que ya sale.

- ¿Va solo?

- Sí.

Ella abandona el escondrijo y se planta en una esquina. Con sorpresa ve como su marido se dirige hacia ella. Si fuera al bar habitual a comer tendría que ir en dirección contraria y podría seguirlo por la espalda. Reacciona metiéndose de nuevo en el portal, se mueve hacia la parte más oscura, mimetizándose en las sombras. Ve su silueta a pasar de largo, aparentemente no se ha dado cuenta, concluye cuando vuelve a asomar la cabeza y lo ve a andar a paso ligero. Lo sigue a una distancia prudente, rezando para que no vuelva a la vista atrás. De nuevo chica con suerte: no lo hace ni una vez, solo se para en una ocasión a mirar el móvil y ella aprovecha para dar un paso hacia el asfalto y situarse detrás de una furgoneta. Cuando vuelve a mirar Paco ya camina de nuevo hacia la avenida. Al llegar gira a mano derecha y se sumerge entre el gentío que a esas horas recorre la calle comercial.

Beatriz agradece que haya bulla, entre ella puede camuflarse. Solo una sombra anónima pasando fugazmente frente a los escaparates que ahora ya no le interesan. Su marido abandona el torrente dos calles más adelante y se mete en un pasaje lateral. Ella está al tanto que en sus bajos hay un parking donde alquilan plazas. Ellos mismos tuvieron allí alquilada una, cuando las calles contiguas a la central estuvieron en obras y era imposible aparcar en la zona. Sabe que la entrada está por detrás y la salida da a esa misma avenida. Ha visto a Paco bajar la rampa. Aquello le da muy mala espina. Da marcha atrás y se mete en una tienda que hace esquina, fingiendo mirar la ropa que tienen en un perchero circular justo en la puerta.

Apenas pasan diez minutos cuando ve salir un coche que pasa a pocos metros de ella. Se agacha un poco como si estuviera mirando una etiqueta de forma que apenas sus ojos sobresalen por encima de las prendas. Ni el coche ni el hombre que van dentro le resultan familiares. Repite la operación con otro vehículo que sale del garaje. Nada de nada. A la tercera va la vencida. Es un 4x4, un Hyundai que no le suena de nada. Al volante una mujer que sí le resulta familiar y al lado va su Paco. Todo ha sido muy rápido, pero no tanto como para que la sonrisa de él no se le haya quedado clavada en el pecho. La misma sonrisa que ponía cuando eran novios y quedaban para follar. El coche se para un momento en la intersección. La luneta trasera está tintada y ya no puede verlos. Luego gira y desaparece entre el tráfico.

Una hora después termina de ordenar los platos en la cocina. Su madre se ha quedado a comer con ella tras recogerle los niños y Beatriz le pide que se los lleve hasta por la noche.

- ¿Pasa algo hija?

- No mamá, solo que tengo que trabajar esta tarde desde casa, es un tema importante y no puedo concentrarme con estos dos aquí. Paco también tiene trabajo y hoy no puede quedarse con ellos.

Como buena abuela no pone pegas, se limita a suspirar y tras prometerle a los críos una merienda de churros con chocolate, se va echándole una mirada a su hija, la mirada esa que dice “no me creo nada de lo que me estás contando”.

Beatriz sabe que se va preocupada, nada preocupa más que lo que no se conoce: ver a un hijo abatido y que no te quiera contar el porqué. Pero su madre es sabia y tarde o temprano sabe que le confesará lo que sucede. Por ahora no está preparada pero cuando la fruta esté madura caerá, sabe que su hija recurrirá a ella porque eso es lo que han hecho siempre y para eso están las madres.

Paco llega sobre las ocho. Se ha quitado la corbata y Beatriz se da cuenta de que la camisa está más arrugada de lo normal. Viene con una expresión calmada y a la vez satisfecha que subleva a la mujer, que, pese a todo, contiene su enfado y con un tono neutro (como quien no quiere la cosa) le pregunta qué tal ha ido la tarde.

- Bien. Estuve tomándome unas tapas frías en el Perico y luego me fui a ver al cliente.

- ¿En la moto? has tardado mucho.

- Claro en la moto, para eso me la llevé. Se me ha hecho tarde porque tuve que volver a la central para gestionar un par de altas de servicio nuevas. Una nueva línea de móvil y una centralita virtual que por fin he conseguido colocarle.

- Pues entonces debe ser a otro al que he visto salir con su compañera del garaje de la calle Diputación en un Hyundai azul.

Paco tarda en procesar la información. Sigue con su impulso de dejar el maletín con el portátil en el mueble y luego quitarse la chaqueta. Exactamente igual que cuando el fusilado queda unos instantes de pie, antes de ser consciente que la bala ha atravesado su cuerpo y que reaccione desmoronándose. En una mente satisfecha tardan en abrirse paso las malas noticias. Y al parecer, venir, viene muy satisfecho el muy cabrón, piensa Beatriz. Deja caer la chaqueta sobre la silla. Sobre la silla porque se ha quedado rígido, las piernas ahora no le responden y no llega al perchero. Ella puede ver justo el instante en el que él toma conciencia de lo que significa la frase de su mujer, como se le descuelga la sonrisa y como la mano se queda flácida tras soltar la prenda.

- No, no… - balbucea atragantándosele las palabras mientras intenta enhebrar una frase coherente.

- ¿No es lo que parece? ¿Es eso lo que me quieres decir? - contesta Bea con frialdad terminando su frase.

El golpe ha sido tan rápido, certero y contundente como la mordedura de una cobra. Antes de que puedas respirar ya está el veneno corriendo por tus venas. Y efectivamente pareciera mordido por una porque el color se le ha ido de la cara. Se deja caer pesadamente en la silla mirando hacia el mantel, sin atreverse a enfrentar los dos fiscales en que se han convertido las pupilas de Beatriz.

No osa replicar, lo han pillado tan de improviso que su aspecto y gestos lo delatan. Es tan evidentemente culpable como si lo hubieran pillado directamente metido en la cama con su compañera y los dos lo saben. Su mujer lo mira con furia, no necesita ninguna prueba adicional ni aceptará ningún intento de ocultar la verdad. Paco se sabe perdido así que solo le queda negociar los términos de la rendición. Murmura un casi inaudible “lo siento” y ahora sí, levanta la vista para ver cómo reacciona Beatriz a esta tímida disculpa.

- ¿Desde cuándo estáis liados?

- Sólo nos hemos visto un par de veces y te aseguro que...

- Paco no me toques el coño ¡que cuánto tiempo lleváis!

- Hace seis meses desde aquel congreso de Valencia.

Ella asiente. Más o menos le concuerda con lo que sospechaba, que no es un tema de dos días atrás. Viene a coincidir con el tiempo en que empezó su marido a tener comportamientos extraños.

- ¿Cómo fue? cuéntamelo todo.

Su marido se revuelve inquieto y se encoge de hombros queriendo indicar que no es necesario dar detalles ¿para qué? Ella le lanza otra mirada asesina y señala con la cabeza hacia la puerta en una clara amenaza. Paco suspira y comienza a relatar todo desde el inicio. Al final de la noche acabará saliendo por esa puerta.
 
“Érase una mujer mordida por la víbora de la duda”.

“Érase una esposa en la que anida el veneno de la sospecha”.

“Erase que las sospechas resultan ser dolorosamente ciertas”.


Érase una vez una mujer que vivía feliz con su pareja, o eso quería creer, porque la convivencia se había vuelto rutinaria, vida de supervivencia cuando te ves acosada por las obligaciones, la atención a los hijos, el trabajo… Érase una vez que el estado de cosas que nos da estabilidad se altera, nos falla la muleta en la que nos apoyamos y todo se tambalea a nuestro alrededor. Érase una vez que esta mujer decide tomar el camino de la verdad, vieja aspiración de su profesión fallida de periodista, el camino que duele, el camino que sabes que no que te va a dejar contenta, pero el único posible porque el otro, el de hacerse la loca, el de ignorar, ni siquiera lo contempla. Érase que una vez comenzado a andar ese camino pilla a su marido en una mentira. Poco a poco el sendero se va volviendo oscuro y deja de verse la luz al final. Es lo que tiene cuando te adentras en el bosque. Pero también es lo que tiene cuando enfrentas tus problemas y entonces las soluciones vienen rápidas. A veces no son las que nosotros queremos ni esperamos, pero al menos encontramos aquello que estamos buscando, aquello que nos confirma que no estamos locos ni paranoicos. Encontramos la realidad tal y como es. No se puede ser feliz sin asentar los pies en la realidad, aunque esta duela.

No tuvieron que pasar ni siquiera diez días hasta que Beatriz pudo obtener respuestas.

- Hoy me llevo la moto al trabajo, vete tú en el coche.

- ¿Y eso?

- Tengo que visitar a un cliente en el polígono. Me tomo algo en el bar de la esquina y me acerco a primera hora de la tarde.

- ¿No eran los miércoles y jueves cuando hacías las visitas?

- Sí, pero este tiene una historia y me ha pedido que le cambie la cita.

- Bueno. Entonces ¿volverás muy tarde?

- No lo sé, espero que no ¿Por qué? ¿Tenías hoy algo planeado?

- No, nada, que te quedaras un rato con los niños que me quería acercar a comprar algo al centro. Pero no pasa nada, ya voy mañana.

Beatriz se sorprende por el contraste de cómo puede estar hirviendo por dentro y tan fría por fuera. Tanto que su marido no percibe ningún peligro en el interrogatorio. Un exceso de confianza que le puede salir muy caro, tan caro como un divorcio con todas las de ganar para su mujer. Ella se sorprende por tener estos pensamientos casi tanto como por su buena actuación como esposa empanada que no se entera de nada. Mientras conduce sola hacia la central, se asombra de lo tranquila que está. Quizás porque no tiene tiempo para sentirse mal, está demasiado ocupada elaborando una estrategia.

Ese día tampoco desayuna con su marido, los desayunos son para Luisa. Tienen distintos horarios para bajar de forma que casi nunca lo hacen juntos. Además, es un espacio de desconexión y ella prefiere compartirlo con su amiga, así lo tienen establecido desde hace mucho tiempo. Aprovecha entonces para poner a Luisa al corriente.

- ¿Qué vas a hacer?

- Pues he llamado a mi madre para que recoja ella a los niños. Yo ficharé y lo espero fuera. Quiero seguirlo a ver a dónde va.

- ¿Y si se da cuenta? ¿No sería mejor que lo siguiera yo?

- Me he traído un abrigo distinto y un pañuelo para la cabeza. Me cambiaré cuando me vaya. Intentaré que no me vea.

- Aun así...

- Mira, si me pilla que me pille, pero no me vale que me lo cuentes tú, tengo que verlo yo misma.

- Bueno hija…

- Entiéndeme: no es que desconfíe de ti, es que, si lo pillo, cuando hable con él, tengo que poder decirle que yo lo vi para que no pueda negarlo. No puede ser la palabra de nadie contra la suya. Si lo he visto con mis propios ojos, él no se atreverá a negarlo.

- Vale, vale, lo entiendo. Entonces ¿qué quieres que haga yo?

- Ellos paran a las tres para comer. Si pudieras estar pendiente y darme un toque al móvil cuando lo veas salir te estaría agradecida. Así estoy prevenida.

- Claro. Mira, se me ocurre que me puedo subir a ver a Tere, mi amiga, la de cobros. Está enfrente de su oficina, así en cuanto lo vea recoger bártulos te llamo para que tengas tiempo.

- Perfecto.

- Oye y si se va con la moto ¿cómo lo vas a seguir?

- No lo sé. Si se me escapa pues ya está, se me escapa, pero si veo algo raro que al menos pueda enterarme. Cualquier cosa que me sirva para averiguar qué es lo que realmente pasa o ver si entra en contradicciones. Ya me ha mentido una vez y quiero saber si esto es una excepción o la norma.

Pues no, esta vez no se le escapa. Se produce una alineación de planetas, una conjura de circunstancias, una serie de serendipias del destino o como cojones queramos llamarlo. El caso es que la suerte ¿podemos llamarlo suerte? se le pone de cara, como aquella vez que perdió sus gafas de sol favoritas en la playa y al volver por la tarde las encontró medio enterradas en la arena, o como otra ocasión que le tocó de pareja en bachillerato para hacer un trabajo el chico que a ella le gustaba, y mira por dónde se hicieron novios, su primer novio… lástima que aquello no cuajó, pero empezar, empezó muy bien.

Beatriz está escondida en unos soportales no muy lejos de la oficina, no quiere que nadie la vea allí esperando y ese es el sitio más discreto que se le ha ocurrido. Hace quince minutos que ha salido y su marido todavía puede tardar porque no sale casi nunca en punto.

¿Qué pasará si sale con ella? Ir con su compañera a almorzar no es motivo suficiente para acusar de infidelidad y, sin embargo, si es un tramo más de la carretera que lleva hacia el desastre su matrimonio. Si es así, intentará observar sin ser observada, ver cómo se comportan cuando los demás no los miran, en fin, aunque no sea una prueba definitiva seguirá acumulando indicios para cuando toque tirar de la manta. Pero como hemos dicho, hoy la suerte se ha fijado en ella. Recibe la llamada de Luisa:

- Oye que ya sale.

- ¿Va solo?

- Sí.

Ella abandona el escondrijo y se planta en una esquina. Con sorpresa ve como su marido se dirige hacia ella. Si fuera al bar habitual a comer tendría que ir en dirección contraria y podría seguirlo por la espalda. Reacciona metiéndose de nuevo en el portal, se mueve hacia la parte más oscura, mimetizándose en las sombras. Ve su silueta a pasar de largo, aparentemente no se ha dado cuenta, concluye cuando vuelve a asomar la cabeza y lo ve a andar a paso ligero. Lo sigue a una distancia prudente, rezando para que no vuelva a la vista atrás. De nuevo chica con suerte: no lo hace ni una vez, solo se para en una ocasión a mirar el móvil y ella aprovecha para dar un paso hacia el asfalto y situarse detrás de una furgoneta. Cuando vuelve a mirar Paco ya camina de nuevo hacia la avenida. Al llegar gira a mano derecha y se sumerge entre el gentío que a esas horas recorre la calle comercial.

Beatriz agradece que haya bulla, entre ella puede camuflarse. Solo una sombra anónima pasando fugazmente frente a los escaparates que ahora ya no le interesan. Su marido abandona el torrente dos calles más adelante y se mete en un pasaje lateral. Ella está al tanto que en sus bajos hay un parking donde alquilan plazas. Ellos mismos tuvieron allí alquilada una, cuando las calles contiguas a la central estuvieron en obras y era imposible aparcar en la zona. Sabe que la entrada está por detrás y la salida da a esa misma avenida. Ha visto a Paco bajar la rampa. Aquello le da muy mala espina. Da marcha atrás y se mete en una tienda que hace esquina, fingiendo mirar la ropa que tienen en un perchero circular justo en la puerta.

Apenas pasan diez minutos cuando ve salir un coche que pasa a pocos metros de ella. Se agacha un poco como si estuviera mirando una etiqueta de forma que apenas sus ojos sobresalen por encima de las prendas. Ni el coche ni el hombre que van dentro le resultan familiares. Repite la operación con otro vehículo que sale del garaje. Nada de nada. A la tercera va la vencida. Es un 4x4, un Hyundai que no le suena de nada. Al volante una mujer que sí le resulta familiar y al lado va su Paco. Todo ha sido muy rápido, pero no tanto como para que la sonrisa de él no se le haya quedado clavada en el pecho. La misma sonrisa que ponía cuando eran novios y quedaban para follar. El coche se para un momento en la intersección. La luneta trasera está tintada y ya no puede verlos. Luego gira y desaparece entre el tráfico.

Una hora después termina de ordenar los platos en la cocina. Su madre se ha quedado a comer con ella tras recogerle los niños y Beatriz le pide que se los lleve hasta por la noche.

- ¿Pasa algo hija?

- No mamá, solo que tengo que trabajar esta tarde desde casa, es un tema importante y no puedo concentrarme con estos dos aquí. Paco también tiene trabajo y hoy no puede quedarse con ellos.

Como buena abuela no pone pegas, se limita a suspirar y tras prometerle a los críos una merienda de churros con chocolate, se va echándole una mirada a su hija, la mirada esa que dice “no me creo nada de lo que me estás contando”.

Beatriz sabe que se va preocupada, nada preocupa más que lo que no se conoce: ver a un hijo abatido y que no te quiera contar el porqué. Pero su madre es sabia y tarde o temprano sabe que le confesará lo que sucede. Por ahora no está preparada pero cuando la fruta esté madura caerá, sabe que su hija recurrirá a ella porque eso es lo que han hecho siempre y para eso están las madres.

Paco llega sobre las ocho. Se ha quitado la corbata y Beatriz se da cuenta de que la camisa está más arrugada de lo normal. Viene con una expresión calmada y a la vez satisfecha que subleva a la mujer, que, pese a todo, contiene su enfado y con un tono neutro (como quien no quiere la cosa) le pregunta qué tal ha ido la tarde.

- Bien. Estuve tomándome unas tapas frías en el Perico y luego me fui a ver al cliente.

- ¿En la moto? has tardado mucho.

- Claro en la moto, para eso me la llevé. Se me ha hecho tarde porque tuve que volver a la central para gestionar un par de altas de servicio nuevas. Una nueva línea de móvil y una centralita virtual que por fin he conseguido colocarle.

- Pues entonces debe ser a otro al que he visto salir con su compañera del garaje de la calle Diputación en un Hyundai azul.

Paco tarda en procesar la información. Sigue con su impulso de dejar el maletín con el portátil en el mueble y luego quitarse la chaqueta. Exactamente igual que cuando el fusilado queda unos instantes de pie, antes de ser consciente que la bala ha atravesado su cuerpo y que reaccione desmoronándose. En una mente satisfecha tardan en abrirse paso las malas noticias. Y al parecer, venir, viene muy satisfecho el muy cabrón, piensa Beatriz. Deja caer la chaqueta sobre la silla. Sobre la silla porque se ha quedado rígido, las piernas ahora no le responden y no llega al perchero. Ella puede ver justo el instante en el que él toma conciencia de lo que significa la frase de su mujer, como se le descuelga la sonrisa y como la mano se queda flácida tras soltar la prenda.

- No, no… - balbucea atragantándosele las palabras mientras intenta enhebrar una frase coherente.

- ¿No es lo que parece? ¿Es eso lo que me quieres decir? - contesta Bea con frialdad terminando su frase.

El golpe ha sido tan rápido, certero y contundente como la mordedura de una cobra. Antes de que puedas respirar ya está el veneno corriendo por tus venas. Y efectivamente pareciera mordido por una porque el color se le ha ido de la cara. Se deja caer pesadamente en la silla mirando hacia el mantel, sin atreverse a enfrentar los dos fiscales en que se han convertido las pupilas de Beatriz.

No osa replicar, lo han pillado tan de improviso que su aspecto y gestos lo delatan. Es tan evidentemente culpable como si lo hubieran pillado directamente metido en la cama con su compañera y los dos lo saben. Su mujer lo mira con furia, no necesita ninguna prueba adicional ni aceptará ningún intento de ocultar la verdad. Paco se sabe perdido así que solo le queda negociar los términos de la rendición. Murmura un casi inaudible “lo siento” y ahora sí, levanta la vista para ver cómo reacciona Beatriz a esta tímida disculpa.

- ¿Desde cuándo estáis liados?

- Sólo nos hemos visto un par de veces y te aseguro que...

- Paco no me toques el coño ¡que cuánto tiempo lleváis!

- Hace seis meses desde aquel congreso de Valencia.

Ella asiente. Más o menos le concuerda con lo que sospechaba, que no es un tema de dos días atrás. Viene a coincidir con el tiempo en que empezó su marido a tener comportamientos extraños.

- ¿Cómo fue? cuéntamelo todo.

Su marido se revuelve inquieto y se encoge de hombros queriendo indicar que no es necesario dar detalles ¿para qué? Ella le lanza otra mirada asesina y señala con la cabeza hacia la puerta en una clara amenaza. Paco suspira y comienza a relatar todo desde el inicio. Al final de la noche acabará saliendo por esa puerta.
Si es que………..

Vaya excusas que se inventan los infieles 😂😂

Y si te pillan…….

Vas contando mentiras tipo “solo ha sido una vez” “no es lo que parece”. Y el relato se va contando según tu (ex)pareja va desmontando todas tus mentiras.

Perdóname que no lo haré más y te quiero mucho 😂😂😂😂😂

A ver por dónde nos sale Luis (me tengo que disociar 😂😂)
 
Última edición:
- Llevan liados seis meses. Fue en un congreso en Valencia. No te acordarás, pero yo te comenté que estaría sola un par de noches y que podíamos salir a tomar algo, que mi madre se quedaba con los niños, lo que pasa es que tú no podías.

Luisa asiente con la cabeza aunque no recuerda aquel episodio, solo para animar a su amiga a continuar.

- Bueno, digamos que ya llevaban tonteando un tiempo, pero allí ya sabes, que si cena nocturna con los compañeros, que si discoteca, copas… y cada uno con su habitación y lejos de casa… pues este acabó hocicando. La otra desplegó todas sus armas y aquí el amigo no se pudo resistir.

Luisa sacude la cabeza con desaprobación

- Esto siempre es cosa de dos.

- Ya lo sé, no soy tonta, no lo estoy disculpando. Conozco a Paco y para lo que quiere tiene mucha voluntad. Dos no follan si uno no quiere. Solo quiero decir que la otra fue a saco con él. Eso sí me lo creo. Pasaron la noche juntos y a partir de ahí han ido repitiendo, una vez al mes más o menos afirma mi marido. También dice que solo es sexo y que está muy arrepentido. Que le deje volver.

- ¿Sigue en el hotel?

- Si.

- ¿Y tú que vas a hacer?

Beatriz suspira cansada llevándose las manos a la sien como si quisiera concentrarse a ver si así le desaparece el dolor de cabeza. Hace una semana que apenas duerme.

- No lo sé. La verdad es que todavía lo estoy digiriendo.

- Deberías devolvérsela.

- ¿Qué quieres decir?

- Pues eso: que podrías pagarle con la misma moneda ¿qué excusa te puso?

- Pues lo típico: que nuestro sexo era aburrido, que estamos con el trabajo, los niños y la casa hasta arriba, que se sentía vacío, que necesitaba algo de emoción, que está harto de rutina...

- ¡No te jode! ¡Como si para ti fuera fácil! encima tú llevas más peso en la casa que él y con los niños ya ni digamos. Y sin embargo le has sido fiel. Pues mira, date tú una alegría, también tienes derecho a tener una aventura.

- Mira Luisa, yo no tengo ahora el chichi para fiestas.
 
“Érase una mujer mordida por la víbora de la duda”.

“Érase una esposa en la que anida el veneno de la sospecha”.

“Erase que las sospechas resultan ser dolorosamente ciertas”.

“Erase una mujer dispuesta a dar una segunda oportunidad”.




Tres semanas después, Beatriz considera que su marido ha tenido suficiente y ella también. Es insoportable esta situación. La logística con los niños y la casa es un infierno, el hotel les cuesta una pasta al mes y, sobre todo, la confunde la incertidumbre que planea sobre el escenario tan extraño. Es una mujer metódica, de costumbres, a la que la inseguridad le saca de quicio. Necesita una estabilidad, saber que el suelo bajo sus pies es firme y no se va a abrir para tragársela, así que ha tomado una decisión. Llama a Paco y le dice que puede volver a casa.

Cuando el otro llega hacen como si no pasara nada hasta que los niños están acostados. Asumir las rutinas diarias no les resulta difícil, se saben el guion de memoria. Los críos creen que todo está bien y celebran como novedad que su padre haya vuelto de viaje. El tenso silencio que sigue una vez se quedan solos en el salón es roto al final por Beatriz, que establece las condiciones de la vuelta.

- No te he perdonado, todavía no sé si te voy a poder perdonar, simplemente es que no aguanto esta situación. Tenemos que volver a hacer vida normal, aunque solo sea por los niños y para no volvernos locos nosotros.

El otro asiente esperanzado. Es un buen primer paso, se dice.

- Beatriz, lo siento.

- Eso vas a tener que demostrármelo: no quiero que vuelvas a verla.

- Tengo que verla, es mi compañera de trabajo, pero te prometo que fuera no volveré a coincidir con ella.

- ¿Coincidir con ella? ¿Ahora se llama así a poner los cuernos? Paco quiero que pidas el cambio de unidad.

- ¡Pero ahora no puedo! sabes que está a punto de salir la plaza de coordinador que dejó vacante Jacinto y puedo optar a ella. Soy el que mejor está situado de todo el grupo por ventas y currículum. Si pido el cambio de acoplamiento seguramente perderé mis opciones.

- ¿Te importa más ese puesto que tu familia?

- ¡Joder que no es eso! tú sabes que lo hago por nosotros, es un 20% más de sueldo además de todos los incentivos de la unidad. Ese dinero nos vendría genial y seguramente no tendría que echar más horas de las que hago ahora.

- No le des la vuelta al asunto y no lo presentes como que nos estás haciendo un favor. La familia puede pasar perfectamente sin ese dinero. Además, eso de que no tendrás que echar más horas no te lo crees ni tú. Los coordinadores están fuera de convenio y sabes que están las 24 horas disponibles.

- Pero Beatriz…

- ¡Ni pero ni hostias Paco! Estoy empezando a creer que tú lo que no quieres es que te separen de la tía esa.

- No es verdad y tú lo sabes.

- Yo ya no sé nada ¡Me has engañado! ¿Cómo quieres que sepa lo que es verdad o mentira? Si quieres que te vuelva a creer tienes que ganártelo. Pide el traslado a cualquier otra unidad de ventas fuera de la central. Y no vuelvas a hablar con esa tía fuera del trabajo y si es posible dentro tampoco.

Paco se da por vencido. Conoce a su mujer y ha leído la determinación en sus ojos y también en el tono de sus palabras. Si no hay trato no se queda en casa, así que estampa su firma en forma de “te lo prometo” en el contrato verbal que acaban de suscribir. Ella no dice nada más. De hecho, no le vuelve a dirigir la palabra esa noche. Hacen una cena fría con los ojos fijos en la tele para no tener que cruzarse la palabra ni la mirada. Duermen juntos en su cama evitando rozarse. La única vez que Paco toca con su brazo la espalda de Beatriz, esta se remueve y pone unos centímetros de distancia, así que no vuelve a intentarlo.

Un mes después, Bea recapacita alrededor de una taza de café mientras remueve lentamente con la cucharilla para enfriarlo. En el bar de la piscina cubierta donde sus hijos hacen natación siempre ponen el café achicharrando y eso que ella lo pide templado. El resto de padres y de madres prefieren salir a una cafetería que hay calle arriba, donde ponen mejor café y además tienen variedad de dulces y pasteles para merendar, pero ella hoy prefiere quedarse sola. Valora las últimas semanas. Está más tranquila pero no por ello menos confundida. En casa ya hacen vida casi normal, eso sí, sigue castigando a su marido: no han vuelto a tener sexo, aunque él ha hecho tímidos intentos sin tratar de forzar la situación, que ella siempre ha rechazado. No ha detectado hábitos de comportamientos extraños de Paco, todo lo contrario, trata de portarse lo mejor que puede, conciliador, intentando ganarse su perdón.

Beatriz sigue liada porque no sabe muy bien qué hacer respecto a sus sentimientos. Su madre lo tiene claro: le ha recomendado que lo perdone. Forman muy buen matrimonio y una buena sociedad. Un divorcio lo pondría todo patas arriba y al final ella sería la que perdería más. Aunque su marido le pagara una pensión, aunque se quedara con la casa, ella tendría que llevar el peso de la crianza de sus hijos casi sola. Y es un peso muy fuerte. Su madre la conoce bien y cree que no podría con ello, sabe que su hija es muy estructurada, muy maniática y que cuando se le descontrolan las cosas y no puede llevar un orden se pone atacada.

- Al menos mientras tengas los críos pequeños no te interesa separarte. Haz lo que puedas por reconstruir tu relación. Tu marido parece dispuesto así que perdónalo y tira para adelante.

Consejos puramente prácticos, de mujer mayor que ha vivido lo suyo y además en otros tiempos, que está por la seguridad y la tranquilidad antes que por poner a prueba los sentimientos.

Su amiga Luisa no opina igual. Se muerde la lengua porque no quiere influir en la decisión que tome, pero no puede dejar de evitar que se trasluzca la animadversión hacia su marido. No acaba de decirlo claramente, pero ella, que la conoce bien, sabe que opta porque lo haga sufrir, si no directamente por la ruptura.

- No ha sido un fallo ni una metedura de pata en una noche de locura, ese se lo ha estado pasando bien durante muchos meses a tu costa - le ha soltado esta mañana en el desayuno en un párrafo muy revelador

- ¿Tú los has vuelto a ver o has oído algo raro?

- No, la verdad es que desde que lo echaste o se está portando o está disimulando muy bien. Yo, al menos aquí, por la central y por la gente que conozco, nada que le pueda echar en cara - Admite muy a su pesar.

Y en esas se encuentra Beatriz esta tarde dándole vueltas al asunto. Perdonar o no perdonar, continuar con la relación o no. Se da cuenta que no tiene respuestas para todo de manera que determina ir por partes. Su marido de momento padece que ha vuelto al redil así que continuarán como están que les va bien a los dos y sobre todo a los niños. Le dará una nueva oportunidad y lo pondrá a prueba. Si durante los meses siguientes se lo trabaja y ella confirma el propósito de enmienda, irán normalizando de nuevo su relación incluido el tema de volver a tener sexo. Si saca los pies del tiesto, la presiona o le mete prisa lo mandará a freír espárragos. Tiene que volver a ganarse su puesto en la relación y ella no se lo va a poner fácil.

Respecto a lo de perdonar, simplemente no le sale. De momento no. Es posible que si hace las cosas bien y se lo curra, ella acabe perdonando (que no olvidando, esas cosas jamás se le olvidan a una). Pero ese momento todavía se le antoja lejano y complicado, ella no lo ve tan fácil como su madre. Perdona y ya está. No, ni mucho menos, se lo tiene que ganar y aun así ya veremos.

Vale, pues ya está. Ese es su plan, piensa ya un poco más tranquila y agradeciendo haberse quedado sola esa tarde para poder pensar y poner orden en su cabeza. Un orden que, por cierto, va a saltar hecho pedazos en apenas unos instantes, pero claro, eso ella todavía no lo sabe, aunque lo va a descubrir inmediatamente.

El teléfono vibra. Ve que es su compañera y amiga Luisa ¡Qué extraño que la llame a esta hora! Un mal presentimiento cruza por su cabeza.

- ¿Sí?

- Hola soy yo. Tenemos que hablar.

La frase atropellada de su amiga parece confirmarle sus peores temores. No la llama para nada bueno.

- Yo puedo hablar ahora, dime.

La otra duda.

- No sé si por teléfono... Pero es que lo acabo de ver.

- ¿Qué has visto?

- Estoy en la calle Romanones que tenía cita hoy con la dentista. Acabo de pasar por una cafetería que se llama La Gloria. He visto a tu marido con esa...

Hala, ya lo ha dicho. Luisa suspira aliviada por haber soltado esa carga, pero casi enseguida contiene la respiración a la espera de la reacción de su amiga.

- ¿Te refieres a su compañera? (la susodicha se llama Marisa, pero para ellas no tiene nombre, evitan pronunciarlo).

- Sí.

- ¿Te han visto?

- No, qué va. Me había parado a mirar los dulces del escaparate y los he visto al fondo. He estado un par de minutos para asegurarme, pero no hay duda: eran ellos. Es difícil que me vieran desde esa posición, pero de todas formas estaban a lo suyo, no parecían pendientes de quién pasaba por la calle.

Bea guarda un silencio que su amiga no sabe muy bien interpretar, aunque seguro que no es algo bueno.

- A ver, como me dijiste que te contara si veía algo raro… hasta esta mañana no lo había visto pero mira tú por dónde esta tarde… ¡joder! ¡Qué casualidad! Lo único es que no me pude quedar más rato a seguirlos, ya sabes, tenía hora con mi dentista...

- No, no, si yo te lo agradezco. Eres mi mejor amiga y me estás ayudando.

- Pues sí, vaya ayuda, dándote una mala noticia.

- Mejor malas que ninguna. Tengo que tomar decisiones y esto me ayuda ¿sabes?

- Bueno, pues decidas hacer lo que decidas, yo estoy contigo.

- Gracias Luisa, lo sé.

- ¿Qué vas a hacer?

- Pues le voy a preguntar como quien no quiere la cosa. Si no me da una explicación convincente o me vuelve a mentir...

No acaba la frase, no hace falta, la disyuntiva queda clara.

- Vale, si me tienes que llamar luego... Ya sabes que me acuesto tarde.

- Gracias. Oye una pregunta.

- Dime.

- ¿Cómo estaban ellos?

- Te refieres a...

- Si estaban hablando o discutiendo, si había tensión, si estaban acaramelados...

- Solo hablaban, uno a cada lado de la mesa. No parecían estar haciendo manitas ni nada de eso, mantenían las distancias. Pero no parecían enfadados, no había tirantez. Se miraban, se sonreían... no sé, como dos amigos.

- Bien, gracias.

- Oye, igual no significa nada. Igual solo habían quedado para...

- Luisa, no te pongas en el papel de defensora que no te pega. Sabes perfectamente que una de las condiciones que le puse es que no se volvieran a ver fuera del trabajo.

- Ya, ya - admite la otra - ¿Y entonces?

- Lo único que puedo hacer es aclarar esto de una puta vez.

- Te entiendo hija, es normal, estarás hasta el coño.

- No, hasta el coño estaba hace un mes. Ahora lo que estoy es con ganas de asesinar.

- Oye, yo ya he terminado del dentista ¿quieres que me acerque por casa y esté contigo?

- No hace falta. Esta noche te llamo cuando hable con él.

- Sí por favor, dime algo que me quede tranquila, que sepa que estás bien.

Beatriz paga su café y se sorprende así misma caminando con toda la flema del mundo hacia la piscina para recoger a sus hijos, con el resto de padres. Charla con ellos de vuelta a casa en el coche y les deja jugar un rato mientras hace la cena. Cuando vuelve su marido intenta darle un beso que ella rehúye.

- Pero ¿qué te pasa?

- Nada, que hoy me encuentro un poco de bajón.

Paco decide mantener las distancias. Aparentemente no relaciona el humor de su mujer con que lo hayan pillado con su compañera. Una vez más, Bea, espera a acostar a los críos y que se queden solos. Es entonces cuando por fin se dirige a él.

- Paco, tenemos que hablar.

El otro, como miles de maridos que han escuchado esta frase antes, no puede evitar un repeluco que le eriza la piel.

- ¿Qué pasa?

- No lo sé, dímelo tú. Me gustaría saber hacia dónde va nuestra relación.

- Bueno, pues yo estoy intentando hacer que funcione. Hago lo posible... y espero que algún día me puedas perdonar y volvamos a estar como hemos estado siempre.

- Lo estás intentando ¿verdad? - Pregunta Bea con tono neutro, un tono muy engañoso que apenas deja traslucir la furia le está revolviendo el estómago. Si Paco estuviera pendiente, si estuviera en uno de sus mejores momentos, quizás habría podido percibir algún indicio, pero está demasiado complacido regodeándose en colocarle a su mujer esa milonga de que espera de que lo perdone y en jugar su papel de marido arrepentido para fijarse en matices.

- Pues claro, lo intento todo lo que puedo - responde con suficiencia pensando que va por buen camino.

- Y has cumplido todo lo que me prometiste…

- Sí, sí, todo.

- ¿Qué pasa con el cambio de unidad?

- Ya te dije que no es el momento, pero te prometo que en cuanto cerremos el trimestre de ventas lo solicito, aunque me cueste no poder optar a la coordinación.

- ¿Y lo de ver a esa?

- He tenido que coincidir con ella en el trabajo, ya sabes que no me queda más remedio.

- ¿Y fuera?

Al final le coloca la pregunta definitiva y lo hace con toda la tranquilidad. Han llegado a ese punto dando unas pocas de vueltas. Si hubiera preguntado directamente lo habría puesto en guardia, pero ahora responde casi sin pensarlo, con toda la naturalidad y la respuesta le revuelve las entrañas a Beatriz.

- No, por supuesto que no.

- ¿Me lo prometes?

- Te lo prometo.

Tres palabras que sellan el ataúd de su relación. Beatriz gira la cabeza y poniéndose la mano en el estómago se inclina, mientras lleva la otra a la boca conteniendo una arcada.

- ¿Estás bien?

- Paco, coge tus cosas y vete. No quiero que esta noche duermas aquí.

- Pero ¿qué dices?

- Vete tú o soy yo la que hago la maleta ahora mismo y te dejo aquí con los niños.

- No entiendo…

- La que no entiende por qué mientes soy yo. Esta tarde estabas con esa zorra en la cafetería de La Gloria. Te han visto, no te atrevas a negarlo.

La cara de su marido pierde el color. Se queda blanco, tarda unos instantes en recuperar el habla y cuando lo hace intenta una huida hacia adelante.

- Vale, no te lo he dicho porque no quería preocuparte, pero es que he tenido que quedar con ella para hablar.

- ¿Hablar de qué?

- Es que no se hace a la idea de que hemos terminado. Ya le he dicho que no quiero saber nada de ella, pero sigue intentando quedar conmigo, no acepta que hayamos roto. Entiéndeme, no quería montar un espectáculo allí en el curro, así que no me quedó más remedio que citarla fuera para decirle que me dejara en paz y que ya no quiero volver a verla.

Las oleadas de asco que siente Beatriz llegan a la playa de su hastío donde se convierten en enfado.

- O sea que habéis discutido.

- Sí, pero no te preocupes que le he dejado ya las cosas claras.

Las palabras de Luisa vuelven a su mente: “Solo hablaban, uno a cada lado de la mesa. No parecían estar haciendo manitas ni nada de eso, mantenían las distancias. Pero no parecían enfadados, no había tensión. Se miraban, se sonreían... No sé, como dos amigos…” ¿Quién dice la verdad, su marido o su amiga?

Ni medio segundo de duda

- Paco, estoy harta de que me mientas, quiero el divorcio. Vete al hotel y cuando pasen unos días hablamos. Aprovecharé para consultar a mi abogada.

- Yo no voy a ningún sitio, esto tenemos que hablarlo más tranquilamente.

- Muy bien - responde ella. Le da la espalda y sube por la escalera a las habitaciones. Saca una maleta del armario y empieza a meter cosas.

- Oye, creo que estás sacando las cosas de quicio.

Bea no se molesta en responder. Sus gestos bruscos y decididos hablan por ella. Va metiendo la ropa imprescindible y mientras lo hace, sin mirar a su marido le espeta:

- Tienes que ocuparte de los niños, no se te olvide mañana a despertarlos con tiempo, darles el desayuno y que no se olviden de llevar todas las cosas al cole. Tú te haces también cargo de la intendencia de la casa y de la comida mientras yo este fuera y no resolvamos el divorcio.

- Para, para - dice Paco - esto no es necesario, podemos hablarlo como adultos.

- ¡Que no me hables! ¡Que no me mires! ¡Que me tienes hasta el mismo coño! ¡Que no quiero saber nada de ti! – explota Beatriz alzando la voz convertida en grito mientras la cara se le pone roja como si fuera a liarse a golpes con él.

El hombre empieza a cavilar todo lo rápido que puede. No le parece buen negocio quedarse él con los niños, con la casa y más teniendo en cuenta toda la carga de trabajo que tiene. Si su mujer va en serio la cosa puede llevar semanas o incluso meses de trámites. Quedarse con todo el peso de llevar la casa y la familia simplemente no es una opción, se he haría insufrible y como hace siempre, trata de darle la vuelta desde un punto de vista egoísta, que no es que no quiera a sus hijos ni estar con ellos, pero es que aquello huele muy mal. A matrimonio descompuesto. Posiblemente no se arreglará y si lo hace va a tardar mucho tiempo, de modo que reconsidera su actitud y trata de convertirla en un punto a su favor.

- Bueno, mira, deja todo esto que ya me voy yo. Te dejaré aquí para que puedas pensar con calma. Cuando los dos estemos más tranquilos lo hablamos.

Ella asiente. No se molesta en contestarle, solo hace un gesto afirmativo con la cabeza y deja la maleta encima de la cama.

- Cuando tengas hecha la maleta te vas. No me digas nada - suelta mientras baja al salón.

Su marido hace caso omiso de sus palabras y cuando desciende con su maleta, en una repetición de lo acontecido hacía apenas un mes, se dirige a ella:

- Te llamo mañana para ver cómo estás y para preguntar por los niños.

Beatriz no contesta, se limita a mantener la vista fija en un punto indeterminado de la pared que está frente al sofá donde ella se sienta ¿Cuándo fue la última vez que pintamos del salón? se plantea mientras oye la puerta cerrarse.
 
Buenísimo @luis5acont

Se la va a devolver y con los mismos argumentos que el
Sexo aburrido, rutina, trabajo, niños …

Carlos, En este momento la única chispa que quiere Beatriz, es la de arrancar el coche para atropellar a Paco
Pues parece que tenías razón 😂😂😂😂

A ver si Bea le pasa varias veces a Paco por encima, con el coche.
Se lo merece por gilipollas, tonto y mentiroso.
 
“Érase una mujer mordida por la víbora de la duda”.

“Érase una mujer en la que anida el veneno de la sospecha”.

“Érase que las sospechas resultan ser dolorosamente ciertas”.

“Érase una mujer dispuesta a dar una segunda oportunidad”.

“Érase que la venganza es el camino”.




Luisa remueve con parsimonia la cucharilla en su taza de café. El azúcar debe estar ya más que disuelta pero no deja de hacer el gesto como queriendo ganar tiempo, o mejor dicho, como queriendo darle tiempo para que sea ella la que empiece a hablar, si es que le apetece hablar. Ya sabe lo sucedido la noche anterior porque llamó a su amiga, pero ahora vienen los detalles. Ayer Beatriz no estaba para dar muchas explicaciones ni para desahogos. Tampoco está claro que esta mañana las tenga todas consigo, tiene un aspecto horrible. Sólo pudo conciliar el sueño unas horas antes del amanecer. Así que se ha levantado con dolor de cabeza, con las sábanas pegadas y sin tiempo para poco más que coger los niños, darles de desayunar y dejarlos en el cole antes de ir para el trabajo. Ni siquiera se ha pintado y apenas se ha pasado el peine. “Ya me arreglaré en el trabajo” pensó, pero es la hora del desayuno y el brillo de labios y el eyeline, así como el maquillaje, siguen en su bolso.

- Esta vez va en serio - dice por fin con un suspiro que les da un carácter ronco a sus palabras - Ese no vuelva pisar más nuestra casa.

Luisa afirma, apoyando a su amiga.

- Es que no se puede ser más imbécil. Le doy una segunda oportunidad y así es como me lo paga. Me ha dejado claro que no le importo una mierda ¡Uff! - suspira - no sé cómo lo voy a hacer, me va a costar mucho salir adelante.

- No eres ni la primera ni la última que se divorcia con hijos pequeños. Tu decisión es la adecuada: le has dado una segunda oportunidad y te ha dejado claro eso mismo que tú has dicho, que no le importas. Esto ya solo puede ir de mal en peor así que has hecho lo correcto. Yo te echo una mano con lo que te haga falta, pero no te preocupes que verás cómo sales adelante. Una vez que esté todo solucionado, el primer fin de semana que no te toquen los niños, salimos lanzadas de fiesta a corrernos una buena juega, que falta te hace darte una alegría.

- Sí, para juegas estoy yo, no me apetece nada más que abrir una botella de vino y bebérmela entera.

- Pues si eso es lo que te apetece, eso es lo que haremos.

Beatriz pasa el resto del día intranquila. Su marido no ha dado señales de vida hasta esa tarde. Consulta el móvil y ve que tiene un mensaje. No lo había advertido porque lo tiene silenciado. Paco solo se atreve a ponerle un whatsapp, ni siquiera llama. Pregunta por ella y por los niños. Beatriz no se molesta en contestar. Ahora se preocupa… ¡que se lo hubiera pensado antes el muy imbécil! Hasta después de acostar los niños no le contesta con un lacónico “los niños están bien” a la ristra de mensajes que le ha ido dejando a lo largo de la tarde. Lleva todo el día con un rumor sordo que la recorre por dentro inquietándola y desasosegándola. Como si tuviera fiebre, no encuentra descanso, está aplomada y le duele todo el cuerpo.

Tarda en identificar el sentimiento: la causa es la rabia que supura todo su cuerpo hasta salir por los poros de la piel. Exacto, le ha costado identificarla porque no es un sentimiento habitual en ella. Por el mismo motivo le cuesta gestionarlo, no sabe qué hacer con él. Crece a cada momento y no sabe cómo reconducirlo. Desearía golpear a su marido y se pregunta por qué no lo ha hecho, por qué no le dio al menos una bofetada, aunque sospecha que eso no la hará sentir mejor.

Y la otra ¡será cabrona! no ha pensado mucho en ella hasta ahora. Sólo como rival. Beatriz no la considera más atractiva, pero sí es verdad que es descarada, viste bien y sabe jugar sus armas. Es la típica tía roba esposos que cuando alguien le gusta, se empeña en llevárselo a la cama aunque eso suponga también llevase por delante una relación. Sin duda es una lagarta de cuidado y la odia también con toda su alma. No solo por lo que ha hecho, por quitarle el marido, sino porque ella duda que estén realmente enamorados. Podría justificarlo si fuera así. El tema es que no le ha importado hacerlo allí en el trabajo, en sus propias narices y delante de todo el mundo, y sin duda ella tenía que saber que Beatriz ya conocía la verdad. Es seguro que su marido se lo habrá contado y a pesar de eso, la muy furcia no se recata, no tira para atrás, sino que vuelven a quedar. Apenas se molesta en poner unas calles de por medio pero ahí está de nuevo rondando a su marido, quedando con él, poniéndole sonrisitas en una cafetería. Le da igual si han vuelto a acostarse o no, la puñalada duele lo mismo.

Y encima ella se va de rositas. Vuelve a casa con su marido y con sus hijos como si nada hubiera pasado. Continúa con su existencia plácidamente mientras el idiota de Paco tiene que dormir en un hotel y ella está allí, pensando en cómo recomponer los trocitos de su vida que ha saltado hecha pedazos. Esa noche necesita tomarse un Valium para poder dormir. A la mañana siguiente se levanta con un zumbido en su cabeza que no cesa y de allí se va extendiendo por todo su cuerpo en una metástasis que la hace rabiar de ira.

Ese día toma una decisión. Está cansada de recibir. Antes de levantar a los niños se da una buena ducha y se arregla. Luego se fuerza a desayunar algo con ellos y cuando ya los tiene listos para salir, dedica unos minutos a maquillarse. Aunque su gesto y su cara delatan lo contrario, su aspecto parece el de una mujer segura de sí misma con ganas de reivindicarse y dispuesta a llamar la atención. Es alta, razonablemente delgada y le queda bien la ropa que se ha puesto, sin enseñar demasiado, pero con un toque de provocación.

En el trabajo está toda la mañana hasta la hora del desayuno sin moverse de su puesto, dándole vueltas a lo mismo. Sobre media mañana se decide por fin, se levanta y se dirige a la cuarta planta del edificio, al ala contraria a donde ella trabaja. Sabe exactamente a qué mesa debe ir para encontrar al marido de la compañera de Paco. Y allí se planta delante, fingiendo una seguridad que no tiene y con gesto serio, pero tratando de ser amable, le da los buenos días.

- Hola, tú eres Miguel ¿verdad?

- Sí - responde el otro levantando la vista del teclado.

Es un chico guapo que debe tener su edad pero parece más joven. Cosas de no tener todavía hijos, supone Beatriz que está bien informada. Tiene cara de bueno y probablemente lo sea, si tiene que hacer caso de Luisa que ha indagado y le ha dicho que es estimado por sus compañeros. Es ingeniero y su cometido en comercial es informar a los clientes de la parte técnica de los productos así como ofrecerles soluciones a sus necesidades de telecomunicación. Según le ha comentado es currante y sabe de lo suyo. Por un instante duda, no sabe si hace bien dándole el disgusto de su vida.

- Dime ¿querías algo?

“Pues claro que quería, quería contarte que la zorra de tu mujer se está tirando a mi marido. Que me ha jodido la vida y que ahora se la voy a joder yo a ella. Lo siento cariño, pero eres un daño colateral”. Ese sería el resumen fácil del asunto, pero Beatriz decide que esas no son formas y que si la tipa es una zorra ella no tiene por qué parecerlo también. Lo bien hecho bien parece, que dice siempre su madre. De manera que en vez de contestarle eso le dice:

- Me llamó Beatriz soy de marketing. Creo que hemos coincidido en alguna reunión con el gerente pero no hemos hablado nunca.

- Hola. Pues yo soy Miguel.

- Encantada - dice ella estrechando su mano - Miguel ¿te tomarías un café conmigo?

El otro la mira extrañado como pensando ¿De qué carajo va esto? ¿Me está tirando los tejos?

- Mira, sé que todo esto parece un poco raro, pero es que tengo que hablar contigo y preferiría que sea fuera de la central.

Miguel la observa durante unos segundos y finalmente se encoge de hombros.

- Vale - acepta movido por la curiosidad, suponiendo que se trata de algo relacionado con el trabajo.

- ¿Y con quién dices que estás? - le pregunta mientras bajan por el ascensor y caminan hacia la salida.

- Con el equipo de Mateo. Nos ocupamos de las campañas de promoción y también del análisis de mercado.

- Ah, bien.

Ella casi lo puede oír pensar, dándole vueltas discurriendo que tiene que ver lo que él hace con el departamento de marketing y qué es eso que le quiere contar que tiene que ser fuera de oídos indiscretos. Siente un poco de lástima pero está decidida. Que sea lo que tenga que ser, pero ella no se pega otra noche en blanco sin dormir. Va a reaccionar, vaya que si va a reaccionar, porque si no, no se lo perdonará en su vida. Espera a que le sirvan el café. Ella se pide una infusión. El otro la interroga con la mirada. “Vamos ya al asunto”, parece decirle un poco impaciente. Empieza a temer que esté perdiendo el tiempo con esa mujer.

- Mira Miguel, siento mucho decirte esto, pero tienes que saberlo. Mi marido es Paco Alonso. Es compañero de tu mujer.

El otro no parece inmutarse.

- ¿Y?

- Son algo más que compañeros. Mi marido me engaña con ella. Están liados desde hace seis meses más o menos.

El otro suelta el café y se la queda mirando como si fuera un bicho raro.

- Pero ¿qué dices?

- Sí, sé que es difícil de creer, yo misma no me lo creí cuando me lo dijeron. Tuve que comprobarlo con mis propios ojos, tuve que escucharlo de su propia boca. Hace un par de meses aproximadamente eché a mi marido de casa. Luego le permití regresar con la promesa de que este asunto se había acabado y de que no se volverían a encontrar fuera del trabajo, pero me mintió y volvieron a verse. Hemos roto definitivamente.

- ¿Estás loca? ¿Pretendes que me crea toda esta historia que te acabas de montar?

- No quiero que te creas nada, pero te digo lo que hay. Lo siento mucho Miguel.

El otro la mira y niega con la cabeza mientras compone una muestra de asco en la cara. Luego suelta un billete de cinco euros encima de la mesa y se va sin dirigirle la palabra. Beatriz se queda sola, removiendo la manzanilla que se ha pedido. Le cuesta tomársela, aunque se dice a sí misma que es lo único que puede arreglarle un poco el mal cuerpo que tiene en ese momento. Sale a la calle y en el camino de la central consigue por fin llorar. En todo este tiempo no ha soltado ni una lágrima. Pero ahora por fin lo hace, solloza y las lágrimas caen por su mejilla mansamente como una lluvia fina sobre las colinas.
 
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